Un mes en la más completa desesperación.
Joel siguió repitiendo el ritual cada vez que iba a visitar a Edward.
Los primeros días hablaba, pero dejó de hacerlo cuando intento tras intento, seguía obteniendo lo mismo.
Silencio.
Se limitaba a jugar en la habitación, a hacer los deberes o a bromear con Emmet. La penúltima tarde de Enero, se tornó lluviosa y desapacible. Hubo un apagón en el hospital y quedaron a oscuras. El miedo traspasó su piel.
-¡Mamá Mamá!- Llamó angustiado. Bella le cogió en sus brazos- ¡Se apaga, se va a morir!- Sollozó.
-Tranquilo mi vida, esos aparatos funcionan siempre- Joel hipaba.
-¡Pero no se ve!- Chilló.
Bella se levantó con el en brazos y lo acercó a Edward en silencio. Su pecho seguía subiendo y bajando, el oxígeno hacía las pompitas habituales y el holter emitía el mismo anodino sonido de siempre.
-¿Ves?- Bella mostró los aparatos con un movimiento de cabeza. Joel asintió.
-Me voy fuera con la abuela Esme- Se bajó de los brazos de su madre y corrió hasta la puerta. Bella suspiró y volvió a sentarse en la silla.
Ángela y Ben habían vuelto a retomar la gerencia de la empresa, por lo que ella a penas se pasaba por allí. Llevaba su portátil y de vez en cuando hacía algún tipo de transacción, pero siempre desde la UVI.
Su cuerpo pedía a gritos una cura de sueño, pero no quería permanecer mucho tiempo lejos de Edward. Egoístamente, deseaba ser ella la primera persona en aparecer ante su campo de visión.
Había perdido peso y desmejorado notablemente. Se parecía a aquella Bella que estrenó viudedad. Trató se no dejarse demasiado, pero sinceramente, lo que menos le preocupaba era su apariencia, por eso se limitaba a hacer lo mínimo, pese a las constantes charlas de todos.
Joel se sentó junto a su abuela, quien charlaba animadamente con una de las enfermeras. Se aburría, quería irse a casa, pero sabía que aún le quedaba bastante rato.
Cerca de la UVI, había una capilla. La habían visto al pasar, pero nunca habían entrado. Joel se levantó y tiró de la mano de Esme.
-Esme, ¿vamos allí?- Le señaló la capilla.
-¿Quieres ir?- Preguntó extrañada.
-No sé- Sacudió sus hombros y Esme le acompañó.
Entraron en la pequeña estancia. Había cinco filas de bancos separados por un estrecho pasillo. Un pequeño altar mostraba un Cristo crucificado. La mesa del altar contenía dos elaborados candelabros de fino bronce, cuyos cirios iluminaban tenuemente la sala. A los costados, las imágenes de cinco Santos, todos ellos con sus velas correspondientes y silencio, total y absoluto silencio.
Permanecieron callados un largo rato. A Joel no le molestaba. No sabía por qué, pero se sentía a gusto, cómodo. Esme le miró unos minutos, y se acercó a su oído.
-¿Te importa quedarte sólo mientras voy a ver a Edward?- Joel negó con la cabeza sin dejar de mirar el altar. - Pero no puedes irte si no es de vuelta a la habitación ¿De acuerdo?- Joel asintió en silencio- ¿Joel?- El niño la miró- Hablo en serio. Nada de irte de aquí si no es a la habitación- De nuevo asintió en silencio.- Bien, le diré a mamá que estás aquí- Besó su mejilla y salió de ahí.
Se quedó en la misma postura, mirando la imagen del Cristo sin pestañear. No supo cuanto rato estuvo ahí, cuando sintió que alguien se acercaba a él.
-Hola- Dijo aquel hombre. Joel le miró, sonaba amable.
-Hola- Devolvió el saludo tímidamente.
-¿Puedo sentarme?- Señaló el lado de Joel. Este se lo pensó unos instantes, pero accedió.
Quedaron en silencio. Ninguno habló. No se miraron. Sólo Joel, de vez en cuando miraba las manos del hombre. Estas sostenían un pequeño rosario. Subió su mirada y le miró la cara. Sus labios siseaban palabras tan bajitas que Joel no entendía, el hombre movía sus dedos y sus labios, pero sus ojos permanecían cerrados.
-¿Qué haces?- El hombre abrió sus ojos y miró dulcemente al niño.
-Le rezo a él- Señaló con el dedo la imagen del altar.
-¿Qué es rezar?- El hombre sonrió divertido.
-Es pedirle a Dios por todos nosotros- Respondió el hombre.
-¿Quién es Dios?- El niño miró al hombre.
Este miró de nuevo a la imagen antes de responder.
-Es nuestro salvador. A él recurrimos cuando queremos algo con mucha ansia- Joel le miraba con los ojos como platos.
-¿Y cómo se piden?- Estaba interesado, muy interesado.
-Con corazón y fe- Sonrió ante la cara del niño.
-¿Y puede pedirlo cualquiera?- Preguntó con ansiedad.
El hombre sonrió.
-Sí. Tan sólo hay que creer- Joel frunció el ceño.
-¿Usted cree?- El hombre rió con ganas.
-Soy sacerdote, claro que creo- Rió más al ver la expresión de Joel- Soy un emisario de Dios- Volvió a señalar la imagen- Un mensajero- Le susurró bajito.
-¿Trabajas para él?- Preguntó incrédulo.
-Así es- Dijo entre risas.
-Entonces, ¿podrías pedirle algo por mí?- Esperó expectante, esperanzado.
-¿Qué quieres pedirle?- Inquirió el sacerdote.
Joel bajó la cabeza y su rostro se entristeció. No pasó por alto el gesto al sacerdote quien le pasó un brazo por los hombros.
-Pídele lo que sea- Volvió a susurrarle. Joel levantó la cabeza. Sus ojos estaban demasiado tristes.
-Quiero que Edward se despierte- Musitó.
-¿Quién es Edward?- Preguntó el sacerdote.
-Es…- Dudó- Mi nuevo papá- El sacerdote le miró fijamente.
-¿Tu nuevo papá?- Joel asintió.
-Sí. El otro murió- Susurró.
-¿Qué le pasó?-
-Tuvo un accidente. Murió el día de mi cumpleaños- El sacerdote hizo una mueca de disgusto. Apretó más el brazo sobre el niño.
-Entonces estará junto a él- Levantó su mentón con la mano, y le indicó de nuevo la imagen. Joel parpadeó.
-¿Está con él?- Prácticamente chilló alucinado.
-Seguro- Afirmó con aplomo el sacerdote. Pero Joel bajó de pronto la cabeza sombrío. Las lágrimas comenzaron a resbalar por sus mejillas.
-No quiero que Edward se vaya- Hipó, y el sacerdote se estremeció.
-Pues entonces, tenemos que pedirles a los dos que le despierten- Joel volvió a mirarlo.
-¿Cómo?- De nuevo esperanzado.
-Escribiremos una carta a Dios, y le diremos que tu padre está con él. Así nos puede echar una mano- Guiñó un ojo a un recuperado Joel, quien asintió sonriendo.
-¿Ahora?- Se levantó de golpe y el sacerdote volvió a reír ante su entusiasmo.
Se levantó con él y le cogió la mano.
-Ahora pues- Se acercaron al altar y el Sacerdote sacó una hoja de papel y un bolígrafo. Se los tendió al niño.
-Mejor lo escribes tú. Yo no conozco a Dios- Razonó con lógica. El hombre reía sin parar con el niño.
-Está bien, veamos. ¿Cómo se llama tu padre?- Joel titubeó.
-Ah, Christian Barnet- Por un momento no supo a cual se refería el sacerdote.
El hombre trazó unas líneas y se las mostró a Joel. Quién después de tardar bastantes minutos, asintió satisfecho. El sacerdote dobló la hoja y la introdujo en un sobre depositándolo a los pies del Cristo crucificado.
-¿Ya está?- Preguntó el niño extrañado -¿No hay que echarla a un buzón?- El sacerdote negó divertido.
-Tranquilo, cuando nos hayamos ido, vendrán a por ella- Joel le miró alucinado.
-¿Tienen sus propios carteros?- Tenía la boca abierta al máximo, y sus ojos la imitaban.
-Así es. Pero nunca les vemos. Esperan a que la Iglesia esté sola- El crió asintió incrédulo.
-Pues vámonos- Tomó al sacerdote de la mano y salieron de la capilla a la carrera.
Al salir, Bella se quedó de piedra.
-¿Joel?- Llamó a su hijo. Este giró su cabeza y sonrió ampliamente a su madre.
-¡Mamá! -Gritó emocionado- ¿A que no sabes qué?- Se acercó a ella corriendo.
-¿Qué es lo que no se?- Miró a su hijo y frunció el ceño al encontrarse con el sacerdote.
-¡Hemos escrito una carta a Dios!- Bella parpadeó unos instantes -Oh, vaya- respondió confundida.
-Hemos pedido su gracia para con su marido- Intervino el Sacerdote. Bella entrecerró los ojos.
-No es mi marido. Aún- Dijo visiblemente enojada.- Joel ¿Puedes ir con Esme?- El niño protestó
El niño obedeció a regañadientes, pero la expresión de su madre le dijo que debía hacerlo. Cuando se quedaron solos, Bella no perdió el tiempo.
-¿Se puede saber qué demonios trata de hacer?- Siseó con rabia.
-Nada malo- Respondió calmado el hombre.
-¿Llama nada malo a jugar con su ilusión, a confundirle?- Bramó Bella.
-No Señora. Nadie ha jugado con la ilusión del pequeño. Me he limitado a alimentar su fe- Respondió con aplomo. Bella bufó.
-Pues le agradecería Señor…- Pausó
-Soy el Padre Gabriel- Se presentó éste.
-Como sea, Padre Gabriel- Imitó molesta- Le agradecería que dejase la fe de mi hijo a un lado. No es cuestión suya- Ordenó.
-Como Ud. Desee señora. Pero no olvide que la fe no es algo que se imponga, se fuerce o se ignore. La fe es inherente al ser humano, y no es algo que se pueda prohibir. La fe se manifiesta, tan sólo es necesario alimentarla de vez en cuando. Es lo que nos mantiene vivos, junto con la esperanza.- Se despidió con un saludo de cabeza y se alejó. Dejando a Bella más molesta aún. Pero dándole vueltas a las palabras que acababa de escuchar.
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