Cuando Carlisle y Esme llegaron a la mansión Barnet, ésta se hallaba en un profundo silencio. Jackie les recibió y les acompañó al salón, dónde les sirvió un café cargado.

-Todos duermen- Les dijo.

-¿Qué tal ha ido con Joel?- Carlisle preguntó.

-Emmet lo solucionó- Sonrió placidamente y ambos suspiraron.

-Ya sabéis, que cualquier cosa que necesitéis…- Se ofreció amablemente.

-Lo sabemos Jackie. Y te lo agradecemos profundamente. Todo- Carlisle habló con el corazón en la mano.

-Su hijo ha unido nuestras familias. No puede ser de otra manera- Aseguró ésta calidamente.

-Debe…- Esme aspiró hondo- Debe ser difícil para ti. ¿Verdad?- Jackie agachó la cabeza. Una lágrima traicionera cayó.

-Lo es Esme. No sabes cuanto. Es volver a revivir el horror- Un sollozó salió- Cuando ya pensábamos que la vida nos dejaba tranquilos…- No pudo seguir. Esme se sentó a su lado y pasó uno de sus brazos por sus hombros.

-Somos afortunados- Sonrió entre lágrimas- Nuestro hijo ha ido a parar a otra maravillosa familia- Jackie la miró- A pesar de todo, a pesar del dolor, de mi hijo ahí… Lo que ha ganado es mucho- Apretó el agarre y atrajo a Jackie más hacia ella- Eres un ejemplo de entereza para todos- Ambas se miraron.

Esa mirada llevaba tantas palabras, tantos sentimientos en común…

-¿Qué pensáis hacer?- Jackie se aclaró la garganta.

-No lo sé. Supongo que hay que llamar a Boston y reorganizar nuestros trabajos. Es evidente que nos vamos a quedar aquí- Carlisle intervino- Alquilaremos un apartamento o algo- Jackie le interrumpió.

-¡Ni hablar!- Os quedáis en ésta casa que es la vuestra-Dijo con aplomo.

-No queremos molestar…- Esme habló con timidez.

-¿Molestar?- Jackie respondió extrañada- Somos familia. Y además; ésta casa es enorme. Está decidido- Y tomó otro sorbo a su café mientras el matrimonio sonreía gustosamente complacido.

Carlisle dejó escapar un bostezo involuntario y Jackie lo vio. Llamó a una de las chicas del servicio, y tras pedir que les acomodara una de las habitaciones, les mandó a descansar.

Joel salió del cuarto cuando los ronquidos de Emmet se le hicieron molestos. Aporreó el teclado un rato, pero era imposible con su tío…

Suspiró ante la puerta del dormitorio de Edward y su madre. Tenía miedo. Así que, contó hasta cincuenta y después abrió la puerta lentamente.

Su madre y tía Rose dormían. No dijo nada, simplemente se metió entre ellas y abrazó a su madre todo lo fuerte que sus bracitos le dieron.

Bella se removió al sentirle. Se giró y ambos clavaron sus marrones ojos en el otro. La mano de Bella acarició la suave carita, y sus labios esbozaron la más amorosa y sincera de las sonrisas. Joel lloró, y un hermoso puchero decoró su boquita.

-No llores mi vida. Todo está bien- Susurró su madre. Joel incrementó el puchero hasta el imposible, y un ramalazo de ternura sacudió los pilares de Bella.

-Quiero que sea mi papá- Habló ronco, conteniendo el sollozo, con el pucherito a medio camino, y sus ojitos enterrados en el cuello de su madre.

-Él también quiere serlo- Bella seguía con esa sonrisa henchida de amor.

-¿Quién le hizo daño?- Bella cerró los ojos y aspiró con fuerza.

-No lo sabemos cariño- Mintió. -No lo vimos- Joel la miró.

-¿No sabéis quien le empujó?- Preguntó curioso.

Su madre consideró unos instantes hasta que punto debía saber. Le encaró de nuevo.

-Cariño, a Edward le atropelló un coche- Joel abrió sus ojos como platos.

-¿Por eso está dormido, por que le duele mucho?- Bella enarcó una ceja pero enseguida comprendió. Emmet.

-Así es cielo. Pero sólo por un tiempo- Pasó uno de sus dedos por la arruguita que cruzaba la frente de su hijo.

-¿Cuándo vamos?- Estaba ansioso.

-No lo sé mi vida. Antes tengo que preguntar si puedes entrar. A lo mejor no puedes cariño- Joel bajó la cabeza. Pero en el acto la subió, y Bella supo que tenía algo preparado.

-Pues dices que soy su hijo y listo- Hizo una mueca con los labios, como si la cosa fuese tan obvia. Y Rose, ya no pudo soportarlo más y su risa se oyó.

-No- Dijo dándose la vuelta- Que vaya con Emmet y lo diga él- Movió la cama con las carcajadas y Bella no pudo por menos que acompañarla imaginándose la escena.

-Tía Rose- Ella le miró.

-Dime machote- Joel frunció los labios.

-Dice tío Emmet que lleve bombones a Edward- Rose asintió- Pero que no tengan relleno- Rose arqueó una ceja- Que a él no le gustan. Pero si Edward está dormido, se los va a comer todos- Razonó como una persona mayor y las dos mujeres asistían alucinadas al razonamiento del niño- Le voy a llevar chuches. Dice que las odia- Y juntó los bracitos en su pecho con aplomo.

Las dos mujeres se partían de la risa y Joel se sentó en medio de ellas cogiendo una mano de cada una y tirando con fuerza.

-Venga, hay que ir a ver a Edward- Saltó de la cama y corrió hasta la puerta- Tía Rose, el tío está roncando- Y salió dando un portazo.

Ambas se miraron y volvieron a estallar en risas mientras se levantaban. Bella se giró hacia la cómoda dónde una foto de ella y Edward descansaba, y besando sus labios, los llevó hasta el cristal que cubría ésta.

-En nada te veo cariño. Y… ¡Prepárate! Chicho Terremoto se acerca- Dijo amenazadoramente.

Doce horas, y treinta y cinco minutos.

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Su cuerpo pedía a gritos un descanso que no sabía cuando la iban a conceder.

Lavaba las pegajosas sustancias que se adherían a su piel en ese asqueroso cubo y esa nauseabunda bayeta por décimo tercera vez.

Ni lágrimas salían ya. Carecía de todo atisbo de humanidad después que las humanidades de veinte tipos hubiesen cubierto la suya.

Se arqueó al pasar el apestoso trapo por su sexo. La dolía horrores. Aquel asqueroso bruto del vodka la hizo llorar hasta el delirio. Sentía la carne irritada al máximo. Le dolía hasta andar. Había soportado de todo. Golpes, insultos, vejaciones… Pero lo que le hizo ese maldito animal…

Aún podía sentir el fuego abrasador que provocó el vodka en su vagina, después que quince apestosos bastardos la violasen, el llenó su sexo del inflamable líquido arrancando alaridos inhumanos de su garganta.

Apretó los labios cuando sintió el escozor. No había espejos. En el fondo lo agradecía. No quería ver el estado de su cuerpo. Un simple vistazo a sus pechos fue bastante. Vio la marca de una dentadura rodeando uno de sus maltrechos pezones, el otro…

La puerta se abrió, dando paso a otro cerdo.

Tanya suspiro. No iba a llorar, aunque su cuerpo pidiese esa liberación.

Sin mediar palabra, el hombre la agarró del brazo provocando quejidos de dolor. La tumbó ignorando estos, y bajándose los pantalones la penetró.

Tanya desconectó a pesar del terrible dolor que estaba sintiendo en su intimidad. Se concentró en el techo, y de ahí pasó a su octavo cumpleaños.

Lo había rememorado por vigésimo primera vez el día de hoy.

Los minutos pasaron, y el cerdo acabó su cometido.

Se levantó de la cama como una autómata, y volvió a sumergir la bayeta en el sucio agua. De nuevo se abrió la puerta.

-Hora de irnos- Bramó la voz.

Obedeció. Salió arrastrando los pies. No daba para más. No miró atrás. Esperó a que le indicasen. Subió a un coche. La mirada perdida en el deambular de calles. Llegó a un sucio apartamento, dónde le asignaron un sucio colchón en una sucia habitación que compartía con doce mujeres más.

Se tiró sobre él y cerró los ojos. Se concentró en ese cumpleaños y esbozando una tímida sonrisa sus parpados se hicieron más pesados, hasta que el sueño y el cansancio la trasportaron a ese inmenso y verde jardín, dónde sus risas resplandecían junto a las de su padre, cuando sus primeras pedaladas a esa magnífica bicicleta le llenaron de orgullo por su pequeña princesa…

La despertó un inmenso dolor en la cabeza. Una de las mujeres tiraba fuertemente de su pelo. Hablaba en ese idioma que desconocía. La chillaba y berreaba, no entendía nada. Tan sólo pudo poner sus manos sobre la de la mujer, tratando de aflojar su agarre. Inútil. Las lágrimas caían por su cara, y esa mujer seguía blasfemando.

-¡Suéltame maldita puta!- Imposible, tiraba con más y más fuerza, sentía que le desgarraba el cuero cabelludo.

Como pudo, uno de sus puños impactó en el cuerpo de la agresora. Esta soltó su melena para llevarse las manos al pecho. La miró con tanto odio, que Tanya se contrajo. La mujer se abalanzó sobre ella, y rompiéndola el vestido nutrió su maltrecho cuerpo de nuevos golpes. Se defendió como pudo, pero era demasiado esfuerzo para tan poca resistencia.

Se dejó golpear hasta que la otra mujer se dio por satisfecha y paró. Al levantarse la escupió, y Tanya se encogió.

Las demás mujeres observaban en silencio, completamente ajenas a todo. La mayoría dormitaban, las otras les ignoraban. Probablemente ese era el infierno al que estaban acostumbradas, y probablemente también, sería al que ella tuviese que acostumbrarse…