LOS HERMANOS MACMASEN (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 27/08/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 390
Visitas: 103282
Capítulos: 57

"FANFIC TERMINADO"

 

Tres hermanos, tres guerreros, unidos no solo por sangre sino  por una fuerza más poderosa, por culpa de una malvada hechicera, Durante trescientos años, han permanecidos alejados del mundo, ocultando al vengativo dios que llevan prisionero en sus almas, pero muy pronto las cosas cambiaran, una épica guerra entre el bien y el mal se avecina, Edward, Emmett y Jasper deberán luchar no solo contra el mal que los ha asechado toda su vida, sino también contra el amor y la pasión que se encontraran en el camino

Todo el poder, la pasión y la magia de los legendarios guerreros de Escocia atados al juramento de luchar por la victoria en la batalla y en el amor.

 

 

adaptacion de los personajes de crepusculo con el libro "Serie Highlander la espada negra de Donna Grant"

 

 

 

 

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Capítulo 10: NUEVE.

Edward esperaba a Isabella en la muralla. El sol estaba alto, en mitad del cielo despejado, y un viento fresco soplaba desde el mar. En el pasado, en días así, montaba en su corcel favorito desde el castillo y corría sobre él, sobrevolando el suelo bajo los cascos del caballo.

Qué inocente era Edward por aquel entonces, cuando pensaba en la siguiente chica con la que se acostaría y se preguntaba qué broma le gastaría a Jasper. Los días parecían interminables, el futuro de Edward se desplegaba ante él como las estrellas en el cielo nocturno.

Notó cierto olor a brezo, giró en redondo y encontró a Isabella, observán­dolo, con la mirada pensativa, como si leyera sus pensamientos. Sonrió tímidamente y bajó las escaleras del castillo para acercarse a él.

—Estabas muy distraído.

Edward se encogió de hombros.

—Solo es que me estaba acordando de mi vida de antes, cuando las cosas eran más sencillas.

—¿Tenías una buena vida?

—Pues sí, la tenía.

—Ya me imagino que tu madre estaría muy ocupada con tres chicos.

Él miró hacia las almenas, cerca de la garita en donde solía estar su madre esperando a que volvieran sus hijos y su marido.

—Era una mujer asombrosa. —Edward parpadeó y agarró la empuña­dura de su espada—. ¿Preparada para empezar las clases?

—No estoy segura —dijo mientras agarraba la empuñadura de la espada.

El arma era pequeña, el filo era unos cuantos centímetros más corto que el de la espada de un hombre, pero era equilibrada y de fácil manejo. Estaba más bien hecha para un muchacho joven, por lo que servía perfectamente para Isabella. No habría podido manejar una espada de hombre, pero podía intentarlo con la que había encontrado Edward.

—Tienes que agarrar el arma con fuerza, pero sin apretar demasiado —le dijo, e hizo la demostración. Una vez ella hubo cogido la espada correctamente, añadió:

»Ahora muévela, siente su peso, cómo se mueve en el aire. Tienes que confiar en tu espada, dejar que sea una extensión de tu brazo.

Ella era una buena aprendiz y enseguida hizo lo que él le enseñaba. Sin embargo, él notó que vacilaba, pues no estaba segura de sus propias habilidades.

—Bien —dijo él asintiendo con la cabeza—. ¿Notas la diferencia de la espada en los diferentes ángulos?

Ella asintió, mirando fijamente la hoja de la espada.

—Sí, lo noto. El peso de la espada cuando golpeo hacia abajo es inmenso.

—Exacto. Si tienes ventaja sobre tu oponente, un golpe hacia abajo le partirá en dos. El único problema es que levantar la espada sobre tu cabeza puede hacerte vulnerable.

—Entiendo que tenga que armarme ante hombres mortales, pero creo que es inútil hacerlo ante otros guerreros como tú y los wyrran de Tanya.

—No lo es —dijo Edward—. Se puede acabar con las mascotas de Tanya. Son pequeñas como niños y son rápidas, pero se pueden burlar fácilmente.

—Puedo hacerlo.

Él sonrió ante sus palabras.

—No vas a luchar contra hombres de las Highlands con espadas. Lucharás contra pequeñas criaturas desagradables con un aliento nau­seabundo cuyos gritos pueden hacer que te sangren los oídos. Mantenlos alejados de ti con la espada. Así, déjame que te lo enseñe.

Edward se puso detrás de ella y agarró cada uno de sus brazos con las manos. Apretó el pecho contra su espalda, su ardiente pene contra la suave espalda de ella. Quiso bajar sus manos acariciando sus brazos hasta sostener sus pechos mientras se inclinaba hacia ella, haciendo que sus suaves suspiros invadiesen el aire.

Luchó contra el deseo que rugía con fuerza al contacto con su cuerpo e intentó centrarse en lo que estaba haciendo, en cualquier cosa que no fuera echarla al suelo y quitarle la ropa para poder ver su cuerpo. El deseo le llenó, especialmente el pene, que se endureció hasta resultar doloroso. Cuando ella movió los pies y rozó su erección, él no pudo contener un gemido de necesidad.

—Lo siento —dijo ella—. No sé lo que hago.

—Lo haces bien —dijo él entre dientes.

Lo único que quería hacer era darle la vuelta y apretarla entre sus brazos para sentir sus pechos contra él, escuchar sus suaves gemidos de placer al deslizar la lengua dentro de su boca y probarla una vez más. Podía dedicar una eternidad a aprenderse todo su cuerpo y darle el placer con el que solo él podía soñar.

—¿Edward?

Su voz le devolvió a la realidad. Sacudió la cabeza para despejarla, pero el deseo se negaba a disminuir.

—Lo haces bien, Isabella.

Ella lo miró por encima del hombro, con la boca respirando de su aliento. Sus ojos se abrieron ligeramente, sus labios se separaron. Sería tan fácil, tan simple, inclinarse y juntar su boca contra la de ella...

—Te atacarán por detrás —la voz de Emmett resonó en la muralla.

Edward se giró bruscamente a mirar las escaleras del castillo y vio a su hermano mirándolo. La mirada de Emmett no censuraba nada, pero Edward sabía lo que pensaba su hermano de su incontrolable deseo por Isabella. No sabía si golpear a Emmett por haberle interrumpido o agradecérselo.

Emmett bajó las escaleras y se acercó a ellos.

—A las mascotas de Tanya les gusta acercarse sigilosamente a su presa.

Isabella se humedeció los labios y miró a Edward y después a Emmett.

—¿Y qué hago?

Emmett levantó las manos y dobló los dedos.

—Los wyrran usan sus garras. Tienen los brazos largos pero no lo suficiente como para alcanzarte si les mantienes a raya con la espada.

—Las uñas de sus pies son tan largas como sus garras —añadió Edward—. Les gusta saltar sobre su presa, usando sus pies para agarrarla y luego morderla y arañarla hasta la muerte.

—¡Uf! —murmuró Isabella.

—El truco está en ponerte de espaldas contra una esquina para que no puedan acercarse a ti por detrás sin que te des cuenta.

Emmett asintió.

—Pero ten cuidado, pueden trepar por las paredes.

Isabella no estaba segura de por qué los hermanos estaban tan decididos a que aprendiera a usar la espada. Por lo que parecía, no tenía nada que hacer contra las «mascotas» de Tanya.

—Relájate contra mí—le dijo Edward al oído.

Un escalofrío le recorrió la espalda al sentir su cálido aliento en la piel. Le parecía imposible pensar, con aquel duro y cálido cuerpo contra ella. La forma en que sus manos la acariciaban y las deliciosas sensaciones que la inundaban cada vez que él se le acercaba hicieron que deseara un beso suyo.

—Relájate —dijo Emmett—. Deja que Edward te enseñe los movimientos.

Le cedió el arma a Edward y observó como la manejaba con hábiles movimientos, con la hoja de la espada siempre frente a ella.

Cuando él le separó las piernas con la rodilla, ella obedeció sin rechistar, demasiado perdida en el torbellino de emociones de su interior y en el calor de la sangre que se concentraba entre sus piernas.

Hizo un movimiento brusco cuando le pusieron algo en la mano izquierda. Emmett asintió con la cabeza. Entonces vio la daga.

—Necesitarás también eso —dijo—. No pierdas nunca tus espadas, Isabella. Nunca.

Por primera vez desde que conoció a Emmett, sus oscuros ojos verdes parecían casi limpios de vino. Casi.

—¿Te acuerdas de cómo te he dicho que cogieras la espada? —le preguntó Edward—. Trata cualquier otra espada de la misma manera: con fuerza, pero sin apretar.

Ella no lo entendía, pero ellos habían crecido con la espada en la mano. Si alguien sabía de aquello, eran los hermanos MacMasen.

Respiró profundamente cuando Edward le levantó la pierna con la rodilla y se la echó hacia delante. Al mismo tiempo, dio una estocada hacia delante y la punta tocó el pecho de Emmett, justo sobre el corazón.

Edward asintió con la cabeza, rozándole la mejilla con la barbilla.

—Bien, déjame que te enseñe más.

Una y otra vez, Edward la movía de un lado a otro, elevando sus brazos para protegerla de supuestos ataques de Emmett. Edward la hacía girar, le daba la vuelta, pero siempre mantenía las armas enfrente de ella.

—Inténtalo tú sola —dijo Edward mientras se ponía un paso por delante de ella.

Isabella echó enseguida de menos su calor. El viento del mar la sacudió, metiéndole en los ojos mechones de pelo que se le habían soltado de la trenza.

Separó las piernas y flexionó las rodillas. La espada estaba erguida, esperando, igual que la daga. Esta vez Edward se acercó a ella. Ella intentó embestirle, pero él era rápido y ella terminó por apartarse.

—Buen primer intento —dijo Emmett sentado en las escaleras, lleván­dose la copa de vino a los labios—. Mírale a los ojos, no a los brazos.

—¿Cómo sabré cómo me ataca si no lo miro a los brazos? —preguntó.

Edward sonrió.

—Mira mis ojos.

Ella pensó que los hermanos se estaban divirtiendo mucho a su costa. Era una mujer que no había cogido un arma en su vida. Con faldas que dificultaban sus movimientos. Pero estaba decidida a conseguirlo. Se estaban tomando la molestia de enseñarle, y ella aprendería.

—¿Preparada? —preguntó Edward.

Isabella lo miró fijamente a los ojos y asintió. Durante una eternidad, él se limitó a estar de pie, mirándola. Hubo un ligero movimiento en su mirada justo antes de dar un paso hacia ella. Isabella se apartó de él y le embistió. La punta de la daga fue a parar a uno de sus costados, entre las costillas.

—Estoy impresionado.

El cumplido le dio el estímulo que necesitaba. Edward y Emmett se turnaron para atacarla. Cuanto más rápida se iba haciendo ella, más deprisa se movían ellos. La ayudaron a encontrar sus puntos débiles y a corregirlos.

—Tu ventaja es tu rapidez —dijo Edward—. Úsala en tu beneficio. Si te toca luchar contra un guerrero, intentará dominarte. Mantente fuera de su alcance y ataca lo máximo que puedas.

—Hazle sangrar —añadió Emmett—. Hazle sangrar todo lo que puedas.

Isabella asintió.

—¿Qué hay de vuestros poderes?

Edward se encogió de hombros.

—Podría prepararte para los que tenemos nosotros, pero cada guerre­ro es diferente. Aunque supongo que podría ayudarte a saber qué te puedes encontrar.

Empezaban a dolerle los brazos de tenerlos erguidos y moverse como no lo había hecho nunca antes. Pero se sintió bien al ser parte de algo, de tener a alguien que se interesaba por ella.

—¿No vais a... cambiar? —preguntó ella.

Edward negó con la cabeza, mientras sus mechones azabache ondeaban en su cuello con la brisa.

—Aún no.

—¿Creéis que me asustaré?

—Sé que lo harás.

Le asustaba pensar en lo que él se convertiría, pero también sabía que no le haría daño. Los tres hermanos habían tenido mucho tiempo para hacerle daño, incluso le estaban enseñando a protegerse contra los de su condición.

No, Edward no le haría daño.

—Tengo que aprender —sostuvo ella.

—Así es.

Antes de que pudiera reaccionar, él cargó contra ella. Isabella intentó apartarse, pero él la agarró por la muñeca. El contacto de su cuerpo contra el de él hizo que se olvidara de defenderse. Entonces miró en sus ojos verdes y se perdió.

En sus pulmones se detuvo la respiración, su corazón se aceleró en el pecho. El deseo que lo ahogaba todo era inmenso. Intentó dar un paso atrás y solo consiguió clavarle la punta de la daga en el brazo.

—¡Dios santo! —exclamó ella.

Los brazos fuertes de Edward la inmovilizaron, sus faldas se enredaron entre las piernas de él.

—No pasa nada, Isabella.

Ella sacudió la cabeza y dejó caer las armas, pero la sangre no dejó de brotar y de rodar por el brazo.

—Te he hecho daño.

—Estaré bien.

—No.

Tropezó con los pies de él cuando intentó apartarse, y ambos cayeron al suelo.

Isabella chilló, pero antes de caer Edward le había dado la vuelta para amortiguar su caída. Al tocar el suelo, él la giró y se puso sobre ella.

—¿Te has hecho daño?

Sus preciosos ojos buscaban su Isabella, y la preocupación surcaba su frente.

Isabella vio que sus labios se movían, sabía que estaba hablando con ella, pero no podía oír nada más que su sangre haciendo enrojecer sus orejas por tenerle encima. No sabía que el peso de un hombre podía ser tan... excitante. Se había agarrado a sus hombros al caer. Sin querer, había enredado los dedos en el sedoso espesor de su pelo.

Su deseo debía de estar escrito en su Isabella, porque los ojos de él se oscurecieron y su mirada se clavó en los labios de ella.

Sí, bésame otra vez. Prométeme el paraíso que me has hecho probar antes.

Él bajó la cabeza y con sus labios le rozó la barbilla. Cuando se disponía a pedir sus labios, una voz les interrumpió.

—Edward, ¿está bien? —preguntó Emmett.

Isabella se encontró con la mirada de Edward.

—¿Te has hecho daño? —preguntó Edward.

Ella negó con la cabeza, incapaz de pensar con coherencia, y mucho menos de hablar. Su cuerpo no le respondía cuando Edward la tocaba. Ella quería cosas, deseaba cosas que no podía nombrar. Sabía que Edward podía aliviar el creciente tormento de su interior. Sus besos, su tacto... su calor.

—Está bien —dijo Edward, sin apartar la mirada de ella. Un instante después, se puso de pie y la ayudó a levantarse.

Ella acercó sus dedos a la herida que le había hecho a él. Aún había sangre, pero a través del agujero en la túnica vio que la piel ya se había curado.

—Te dije que sanábamos rápidamente —dijo con una sonrisa torcida.

A ella le dio un vuelco el estómago cuando vio el deseo en sus ojos. Había estado a punto de besarla. ¿Qué habría pasado si no les hubiesen interrumpido?

Y lo más importante, ¿era ella lo suficientemente valiente como para averiguarlo?

Sabía que sí. Lo que sentía por Edward era intenso y sobrecogedor. Durante la mayor parte de su vida se había escondido de todo y de todos, pero con Edward quería experimentar cualquier cosa. Y gracias a Dios aún no había tomado los votos para ser monja. La idea de ser monja era irrisoria después de haber sentido tal pasión.

—Es más de mediodía —dijo Emmett—. Vamos adentro a comer. Seguro que a Isabella le irá bien un descanso.

Ella no se veía capaz de comer, ahora que su cuerpo latía con fuerza ante semejante tormenta de seducción. Y todo porque Edward se había puesto sobre ella.

—Isabella —susurró Edward mientras volvían dentro del castillo—, ¿te he hecho daño?

Ella sonrió para sus adentros.

—En absoluto.

Él le puso la mano en la parte baja de su espalda, guiándola hacia el interior del gran salón. Su tacto era reconfortante, cada vez más. En tan poco tiempo, había colmado tanto sus sentidos que no podía pensar en otra cosa que no fuera en Edward.

Él le lanzó una mirada con una expresión indefinida. Ella prefería que su deseo fuera evidente. ¿Se arrepentía? Después de todo, él era inmortal. Su vida continuaría para siempre mientras que la de ella desaparecería en un abrir y cerrar de ojos. Una semana atrás habría bastado con haberla enviado a esconderse, pero ahora no. Tal vez ya nunca más.

Una vez más, cuando se sentaron a comer, Edward se sentó junto a ella. A ella no le pasaba inadvertido el intercambio de miradas entre Emmett y Edward o el trasfondo de hostilidad por parte de Jasper.

A pesar del ambiente cargado, estaba contenta junto a Edward. Sin él, no se habría atrevido a comer con Jasper y Emmett. Esperaba que haberse quitado el vestido de María calmase a Jasper, pero parecía que solo le hacía estar más furioso.

En cuanto a Emmett, no sabía por qué no dejaba de mirar a Edward, con los ojos entrecerrados y la mandíbula apretada. Y cuanto más se enfada­ba, más bebía.

—¿Ave asada y fría otra vez? —se quejó Emmett.

Jasper se encogió de hombros y se recostó en la silla.

—Tendrías que habértelo comido todo ayer si querías otra cosa para hoy.

—Ayer no estaba muy bueno.

—Entonces deberías cocinar en vez de agarrarte a la condenada botella de vino —dijo bruscamente Jasper antes de clavar los dientes en la carne.

Isabella observaba el intercambio con interés.

—¿Quién caza? —preguntó.

—Jasper —respondió Edward.

Parecía que cada hermano se encargaba de una tarea, aunque no estaba segura de cuál era la de Emmett.

—Yo sé cocinar, aunque no soy muy buena —ofreció ella.

Edward le sonrió mientras Jasper asentía con la cabeza.

—Por mí bien —respondió Jasper.

—No tienes por qué hacerlo —dijo Edward.

Ella se encogió de hombros y arrancó un pedazo de carne.

—Tengo que hacer algo.

Emmett puso la botella sobre la mesa después de un largo trago.

—Cualquier cosa será mejor que la comida de Jasper.

—Por lo menos no lo veo todo doble —gruñó Jasper.

Isabella se centró en su comida. Unos instantes más tarde, Jasper se levantó de la mesa y salió a grandes zancadas del gran salón sin decir ni una palabra a nadie.

Casualmente, ella levantó los ojos y vio a Emmett mirándola fijamente. Ya no había rabia en sus ojos ni sus labios estaban apretados. Antes de que mataran a su clan, Emmett había estado a punto de casarse. En un día había perdido su hogar, su familia, su clan y su futura esposa.

—¿La querías? —preguntó Isabella sin pensárselo dos veces.

Emmett se encogió de hombros, como si hubiese sabido lo que iba a preguntarle.

—Apenas conocía a mi prometida. Nos habíamos visto solo una vez antes de que partiera hacia aquí. Era un matrimonio de conveniencia entre dos clanes poderosos.

—¿Así que tu felicidad no contaba?

Edward apartó su plato y apoyó los antebrazos en la mesa.

—Como el mayor que era, se suponía que Emmett debía hacer el clan más fuerte.

—Ya me imagino —dijo ella—. ¿Por lo menos ella te gustaba? —le preguntó a Emmett.

Emmett sonrió con desgana.

—Era bastante hermosa, con aquel bonito pelo, pero era tímida y callada. No sé cómo se las habría apañado en el clan MacMasen.

Isabella se miró las manos mientras hablaba.

—¿Jasper se casó por amor?

—Sí—asintió Edward—. Eran muy jóvenes cuando se casaron. Habían sido inseparables de niños, y cuando crecieron era obvio que se casarían.

Isabella giró la cabeza hacia Edward.

—¿Y tú? ¿Hubo alguien a quien quisieras?

—¿Además de a mi familia? No. No hubo ninguna mujer para mí.

—Y no es porque ellas no lo intentasen —dijo Emmett con una carcajada—. No he visto a las mujeres perder la cabeza como lo hacían por Edward.

Edward arqueó las cejas y sonrió.

—Espera un momento, hermano. Te recuerdo que tú también tuviste tu parte.

Emmett se rió a carcajadas, fuertes carcajadas que hasta a él le cogieron desprevenido.

—Al menos no nos peleamos nunca por una mujer.

—Gracias a Dios —respondió Edward con una amplia sonrisa.

Sus ojos brillaban por las risas, e Isabella no pudo sino preguntarse cuándo habría sido la última vez que los hermanos habían reído.

La sonrisa de Emmett se apagó.

—Echo de menos el calor de una mujer en mi cama.

Su mirada se volvió distante, como si se hubiese perdido en un recuerdo.

Isabella se estremeció al ver aquella profunda soledad en los ojos de Emmett. También la había visto en los de Jasper. Pero Edward... Su mirada solo mostraba deseo y preocupación.

—Ya hubo una vez en que se enterró al dios. Puede que sea posible volverlo a enterrar —le dijo Isabella a Edward.

Él sacudió la cabeza.

—Lo hemos intentado. Estuvimos años intentando encontrar el modo.

—Pero no sirvió de nada —dijo Emmett.

Edward miró a su hermano.

—La única persona que sabe cómo hacerlo es Tanya, y no creo que esté dispuesta a decírnoslo.

—Especialmente cuando quiere utilizarnos para su ejército —añadió Emmett.

Isabella no estaba dispuesta a abandonar.

—Tiene que haber un modo. Del mismo modo que estoy segura de que hay otros guerreros como vosotros que se esconden de Tanya, tiene que haber algún modo de enterrar de nuevo a los dioses.

Edward se pasó la mano por la mandíbula mientras meditaba sus palabras.

—Puede que tengas razón, pero si había alguien que sabía cómo hacerlo, puedo garantizarte que Tanya lo ha encontrado y lo ha aniquilado.

—Los druidas eran una parte importante de la vida de los celtas. Del mismo modo que los celtas nunca han desaparecido —dijo Isabella mientras observaba a Edward—, los druidas tampoco lo han hecho.

—No vendrán a mostrar quiénes son —añadió Emmett—. Los druidas eran perseguidos tan pronto como mostraban quiénes eran.

Isabella se detuvo y puso los ojos en blanco. Para ser unos guerreros tan fuertes, a veces no pensaban demasiado.

—¿Acaso no habéis estado vosotros escondiéndoos en esta ruina de castillo durante doscientos años al lado de una aldea sin que nadie supiera que estabais aquí?

Emmett hizo un gesto con la cabeza.

—Entendido.

Ella miró a Edward.

—Un druida podría ser un cristiano practicante y aun así creer en los antiguos ritos.

—Supongo que tienes razón —dijo Edward—. ¿Cómo podemos empe­zar a buscarlos? No es que tengamos tiempo de sobra para ir viajando por toda Escocia y parar en cada pueblo o aldea que nos encontremos.

—Todavía no he pensado en eso.

—No es mala idea —dijo Emmett al cabo de un momento—. Lo único es que no tengo claro cómo podríamos hacerlo.

—Podríamos dejar el castillo —dijo Isabella.

—¿Para ir adónde? —preguntó Edward—. No tenemos ningún lugar adónde ir.

—¿Para qué quedarnos? —argumentó Isabella—. Ya habéis dicho que Tanya volverá a atacar. Podríamos irnos, buscar a otros guerreros y ver qué podemos averiguar sobre los druidas.

Emmett se puso en pie y alargó la mano para alcanzar su botella de vino.

—Es un buen plan, Isabella, pero yo no pienso abandonar mi hogar. Este castillo es todo lo que me queda. Si lo abandono, me da miedo pensar que puedo volver y descubrir que los MacBlack o cualquier otro clan han decidido hacerlo suyo. No pude evitar que se hicieran con nuestras tierras, pero me niego a cederles el castillo.

Ella observó como Emmett se alejaba por el salón y se dirigía a las puertas del castillo.

—Ha pasado más tiempo fuera hoy que en estos últimos cientos de años —murmuró Edward.

Isabella lo miró fijamente.

—Solo porque yo me he sentado en el lugar que él suele ocupar.

—Nuestras vidas se han visto trastocadas y creo que eso es bueno. Hemos estado merodeando por este castillo durante demasiado tiempo, haciendo como que no existíamos. Nos hemos enfrentado a guerreros y a wyrran, pero deberíamos haber estado viviendo. Aprendiendo de este mundo que tanto ha cambiado.

—Todos sabemos que el ataque es inminente. Quedarse aquí y esperar a que nos superen en número me parece estúpido.

Edward levantó la comisura de los labios en un intento de sonrisa.

—No hay ningún lugar al que podamos ir. Ahora conocen tu olor. Los guerreros te perseguirán hasta los confines de la tierra si es preciso.

Isabella se estremeció solo de pensarlo.

 

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GRRRRRRRRRRRRR, ME CAE MUY BIEN EMMETT CREANME QUE SI, PERO A POCO NO DIERON GANAS DE MATARLO JAJAJA, POR INOPORTUNO, GRRRRRR QUE CORAJE, LOS INTERRUMPIO EN UNA PARTE INTERESANTE JAJAJA, BUENO EL ENTRENAMIENTO COMENZO, VEREMOS COMO EVOLUCIONA BELLA, Y HABER SI MEJORA ANTES DE QUE ATAQUE TANYA OTRA VEZ

 

GRACIAS CHICAS POR ESTAR EN ESTA AVENTURA,

RECUERDEN UN CAPITULO DIARIO.

BESITOS GUAPAS

Capítulo 9: OCHO. Capítulo 11: DIEZ

 
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