LOS HERMANOS MACMASEN (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 27/08/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 390
Visitas: 103273
Capítulos: 57

"FANFIC TERMINADO"

 

Tres hermanos, tres guerreros, unidos no solo por sangre sino  por una fuerza más poderosa, por culpa de una malvada hechicera, Durante trescientos años, han permanecidos alejados del mundo, ocultando al vengativo dios que llevan prisionero en sus almas, pero muy pronto las cosas cambiaran, una épica guerra entre el bien y el mal se avecina, Edward, Emmett y Jasper deberán luchar no solo contra el mal que los ha asechado toda su vida, sino también contra el amor y la pasión que se encontraran en el camino

Todo el poder, la pasión y la magia de los legendarios guerreros de Escocia atados al juramento de luchar por la victoria en la batalla y en el amor.

 

 

adaptacion de los personajes de crepusculo con el libro "Serie Highlander la espada negra de Donna Grant"

 

 

 

 

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Capítulo 17: DIECISEIS

Edward observó detenidamente a Isabella. Él no se había dejado engañar por la manera en que ella había manejado la conversación sobre Tanya y los guerreros. Isabella no estaba preparada para hablar de sus poderes druidas, pero tendría que estarlo pronto. Había demasiado en juego como para no estar listos para cualquier eventualidad.

Edward cogió un trozo de carne de su plato y se lo dio a Isabella. Ella sonrió y se comió el ciervo asado. Mañana tendrían que cazar y pescar, pues casi no quedaba carne. Y con lo que comía Jacob, tendrían que cazar todos los días.

—Has dicho que contaste a los demás que me habías encontrado —le dijo Edward a Jacob—. ¿Cómo sabrán ellos dónde encontrarte?

—Dejé una marca en uno de los robles grandes del bosque, haciéndoles saber que me dirigía hacia el oeste. Vendrán hacia aquí.

—Si vienen —añadió Jasper.

Jacob le dio un mordisco a una galleta de avena y se la tragó antes de responder.

—Yo solo abandono el bosque si es importante. Vendrán.

Emmett dejó el vino sobre la mesa después de llenarse la copa hasta el borde.

—Yo creo que la cuestión más importante es si llegarán a tiempo.

Edward no podía discutirle aquello.

—Esta noche alternaremos guardias.

Jasper asintió mientras comía.

—Tenemos que preparar un plan —dijo Emmett.

Edward había detectado un cambio en Emmett durante el último día. Todavía bebía, pero no tanto. Sus ojos estaban más centrados, y el tono autoritario que Edward siempre había odiado de pequeño había vuelto a la voz de Emmett. Pero ahora a Edward no le molestaba.

—Estoy de acuerdo —dijo Edward—. ¿Has pensado en algo?

La mirada de Emmett se encontró con la suya.

—Sí. Conocemos este castillo; yo digo que le saquemos partido.

Edward inspiró profundamente, preparado para luchar.

—Una idea excelente.

Como el Emmett de antaño. Edward miró a Jasper y vio que observaba a su hermano mayor con interés. Edward levantó su copa hacia Jasper.

—Quizá no podamos matarlos, pero podemos poner trampas —dijo Emmett—. Mantendrán a los guerreros y a los wyrran ocupados hasta que puedan salir.

—Mientras tanto, podéis atacar a los que las superen —dijo Isabella—. Hay muchas zonas en las que podéis poner trampas, no solo dentro del castillo, sino también fuera de él.

Edward le sonrió a Isabella.

—Buena sugerencia.

Mientras Emmett, Jasper y Jacob hablaban de las trampas, Edward hizo que Isabella girara la cabeza hacia él.

—Te conseguiré toda la información que necesitas sobre los druidas. Todo irá bien.

Ella cogió su mano entre las suyas.

—Si mi madre hubiera vivido me habría enseñado los métodos de los drough. Ahora podría ser perfectamente una drough.

—Eso no lo sabes. Especular sobre cómo podría haber sido el futuro solo hará que te duela la cabeza.

—Y tú quieres arreglarlo todo.

Él se encogió de hombros.

—Supongo que sí. Soy bueno haciéndolo.

En los labios de Isabella se dibujó una sonrisa auténtica.

—No eres engreído, ¿eh?

—Ni lo más mínimo.

Para su alegría, oyó la risa de Isabella, pero fue efímera. La sonrisa desapareció y apartó la mirada de la de él.

—Tengo que recoger.

Edward impidió que se levantara.

—Isabella.

—Estoy bien —dijo ella, y le puso la mano en la mejilla—. Habla con ellos mientras yo arreglo la cocina.

Edward dejó que recogiera los platos vacíos y la observó mientras salía del salón. Cuando se dio la vuelta, tres pares de ojos lo observaban.

—¿Cómo está? —preguntó Emmett—. Parece que está mejor ahora que estás tú aquí.

Jasper negó con la cabeza.

—Cuando vio que la planta se moría se puso pálida como la muerte. Nada de lo que le decíamos la tranquilizaba, y entonces se calló y comenzó a mirarse las manos.

—No me gustó sentir esa impotencia —dijo Emmett—. Fue horrible.

Lo quisieran o no, Isabella se había convertido en parte de su familia. Edward se alegraba de que sus hermanos la hubieran aceptado con tanta facilidad. Sus sentimientos hacia Isabella crecían día a día, y quería que formara parte de su vida. Siempre.

—Está asustada —dijo Edward—. Como cualquiera de nosotros lo estaría en su situación. No sabemos nada de los druidas, pero con Jacob aquí, quizá ella pueda paliar algunos de sus miedos.

Jacob se encogió de hombros.

—Le contaré todo lo que sé, pero las palabras no la ayudarán a aprender qué magia tiene.

—¿Estás seguro de que el único modo que tiene de volverse una drough es el ritual de sangre?

—Sí. Se realiza con la luna llena en el año decimoctavo de un druida. Normalmente, la ceremonia es un gran acto, pero me han dicho que, ahora que Tanya los persigue, los rituales se realizan en secreto y poca gente sabe de su existencia.

—¿Conoces algún drough? —preguntó Emmett.

Jacob asintió ligeramente.

—Conocí a varios en las mazmorras de Tanya, pero por lo que yo sé, ninguno de ellos escapó.

—Los druidas no practican como solían hacerlo —dijo Jasper—. Si alguien los descubriera, los quemarían en la estaca. Estén donde estén, estarán escondidos, y no solo de Tanya.

—Estoy de acuerdo —dijo Jacob—. Llevan la tradición druida muy arraigada. Igual que la magia de Isabella. Ella no puede deshacerse de esa magia, aunque quiera hacerlo. Es una parte de ella.

Edward miró hacia la puerta de la cocina.

—Igual que los dioses son una parte de nosotros.

—Sí —murmuró Emmett.

Edward flexionó las manos. Isabella necesitaba a un druida, alguien que pudiera mostrarle las costumbres antiguas y ayudarla a aprender su magia. El problema era que no tenían tiempo para ir a buscar uno.

—No lo sé —dijo Jacob.

Edward lo miró y frunció el ceño.

—No sabes ¿qué?

—Si podría encontrar a un druida a tiempo.

Edward levantó una ceja.

—¿Cómo has sabido lo que estaba pensando?

Jacob se encogió de hombros.

—No hace falta ser adivino para saberlo. Con solo mirarte he sabido que estabas pensando en Isabella. Como Isabella está preocupada por su magia, la siguiente conclusión lógica era que estabas pensando en encontrar a un druida y traerlo aquí.

Jasper resopló. Emmett negó con la cabeza y se llevó la copa de vino a los labios. Edward no sabía si creer a Jacob o preguntarse si una parte de su habilidad sería la de ser capaz de descifrar lo que alguien estaba pensando.

Edward lo dejó correr.

—Tú sabes dónde hay druidas, ¿no es cierto?

—Lo sabía —admitió Jacob—. Eso fue hace una década, más o menos. Seguramente se habrán marchado de allí. Si sobrevivimos al ataque de Tanya, os llevaré a ti y a Isabella hasta ellos.

Edward no estaba seguro de que Isabella pudiera esperar tanto tiempo.

—Mientras tanto, cuéntale a Isabella, y a nosotros, todo lo que sabes sobre los druidas.

—Tanto de los mie como de los drough —añadió Emmett.

Jacob asintió levemente con la cabeza.

—Así lo haré.

Edward se echó hacia delante.

—Sabes mucho sobre nosotros, Shaw. Quizá sea hora de que nos hables de ti.

Jacob sonrió, en su mirada no había ira.

—No soy distinto a vosotros.

—Lamento discrepar —dijo Jasper.

—¿Qué dios hay en tu interior? —preguntó Edward—. Cuando lucha­mos te volviste de un color verde oscuro. Te habría resultado muy fácil mezclarte con el bosque.

Jacob asintió.

—Es una de las razones por las que vivo en él.

—Tu dios —lo apremió Emmett.

La mirada de Jacob pasó a la mesa.

—Ycewold, el dios embaucador.

Edward se rascó la mandíbula. Un dios embaucador. ¿Qué poderes tiene Jacob?

—¿Y tu familia? ¿Tu clan?

—Lo abandoné.

Solo fueron dos palabras, pero Edward pudo oír la tristeza y la frustra­ción en la voz de Jacob.

—¿Tanya ha acabado con otros clanes, aparte del nuestro? —preguntó Jasper.

Jacob negó con la cabeza.

—No, que yo sepa. El mío no lo tocó. A mí me cogieron cuando salí a cazar.

—Volviste con ellos.

Emmett miraba la botella, sus dedos agarraban el cuello.

Jacob cerró con fuerza los ojos antes de volver a abrirlos.

—Sí, quería asegurarme de que estaban bien. Una vez vi que mi padre y mi madre estaban bien, me fui.

—Por lo que vi, puedes controlar a tu dios —dijo Edward.

—Me costó mucho tiempo aprender a hacerlo. Me quedé en el bosque, escondido en los árboles.

Jasper se levantó y se acercó a la chimenea a grandes zancadas. Se agachó delante del fuego y avivó las llamas.

—Nosotros estuvimos un tiempo en las montañas.

—Al menos os teníais los unos a los otros.

Edward asintió. Sí, al menos se tenían los unos a los otros. No podía imaginar lo que hubiera sido pasar por aquello solo. Miró a Jacob con más respeto que antes. Todavía no confiaba plenamente en él, pero no podía negar que Jacob tenía su admiración. Y a pesar de su inquietud, Edward descubrió que Jacob le caía bien.

Por el rabillo del ojo, Edward vio que Isabella iba de la cocina hacia las escaleras. Tenía la cabeza baja y se movía con rapidez. No quería que la vieran. Edward empezó a ir tras ella pero pensó que a lo mejor necesitaba estar un tiempo a solas. Ya no escaparía. Sabía que el lugar más seguro para ella estaba con él.

 

 

Isabella soltó un suspiro cuando llegó a la parte de arriba de las escaleras sin que la detuviera Edward o alguno de los demás. Se paró un momento para encender la vela que llevaba y luego fue rápidamente a su dormitorio. Se detuvo en la puerta cuando vio el tartán azul, verde y negro, la tela MacMasen, cubriendo la ventana.

Edward la debía de haber colgado esa mañana. Ella sonrió y caminó hacia la ventana. Pasó la mano por la gruesa lana, asombrada de nuevo por la acción de Edward. La sorprendía de muchas maneras.

Isabella dejó la vela y encendió el fuego con la madera que habían dejado allí recientemente. No había duda de que Edward también se había ocupado de aquello.

No pudo evitar sonreír. Hubo un tiempo, cuando era más joven, en que había pensado en encontrar un marido y en tener hijos, pero aquel sueño no había durado mucho. Pronto se había dado cuenta de que los hombres del clan MacBlack la miraban de un modo diferente a las mujeres. Le permitirían vivir en el clan, pero nunca formaría parte de él.

Entonces fue cuando decidió convertirse en monja. También la ayudó el hecho de que se sintiera segura dentro del convento. Creyó que Dios y los objetos sagrados mantendrían alejado el mal. Qué equivocada había estado. Sobre tantas cosas.

Ahora que había probado la pasión, que había aceptado a Edward dentro de su cuerpo, no podía pensar en otra cosa que no fuera estar a su lado. Era un sueño estúpido, ella lo sabía, pero no podía evitarlo. Sus vidas estarían conectadas para siempre, y no solo porque él le había salvado la vida el primer día. Era algo mucho más profundo que eso.

Amor.

Isabella se sentó delante del fuego con las piernas hacia un lado. Levantó las manos y empezó a soltarse la trenza. Con los dedos se masajeó el cuero cabelludo, dolorido por el peso de su pelo. Luego empezó a peinar su larga cabellera.

Edward. Sus pensamientos nunca se alejaban del highlander inmortal. Miró las llamas rojizas y anaranjadas y suspiró. Sus vidas estaban entrelazadas, pero estaban destinadas a separarse. Su muerte, que se produciría si Tanya la capturaba, lo corroboraría, mientras que él viviría para siempre.

Pero ella no podía negar las profundas emociones que Edward había provocado en ella. Unas emociones que nunca antes había sentido por ninguna otra persona. La asustaban, pero al mismo tiempo, esos senti­mientos le daban fuerza y la arrastraban más todavía hacia él.

Un ligero olor a sándalo llegó a sus sentidos. Cuando levantó la mirada hacia la puerta vio a Edward. Estaba de pie con las manos colgando sobre los costados y la miraba atentamente.

—Eres tan hermosa...

Ella sonrió ante su cumplido.

—Igual que tú.

—No —dijo él negando con la cabeza—. Las mujeres son hermosas, los hombres solo son hombres.

—No puedo estar de acuerdo contigo. Tengo ante mí un hombre de fuerza, poder y magia. Un hombre de músculos fuertes y con un cuerpo agradable a mis ojos. Un hombre de ojos verde mar y una boca que me hace cosas deliciosas y perversas.

—¿Todo eso? —Él entró en el dormitorio y cerró la puerta.

—Todo eso y más.

—¿Hay más?

Ella sonrió ante el brillo burlón de sus ojos.

—¿Te las cuento?

—De acuerdo.

Ella dejó el peine a un lado y se mordió el labio mientras él se acercaba. Él se agachó a su lado y esperó.

Isabella alargó la mano y cogió la torques que Edward llevaba alrededor del cuello, dejando que sus dedos corrieran por las trenzadas cintas doradas. Tocó la cabeza del grifo y el pico abierto.

—Creo que es muy bonito. El grifo. El animal celta que simboliza el equilibrio entre el bien y el mal.

—¿Es eso? —Sus ojos verdes estaban entrecerrados.

—Ah, pero eso tú ya lo sabías. Dime, Edward MacMasen, ¿por qué llevas esta torques?

Él se encogió de hombros.

—El terrateniente nos dio una a cada varón de mi familia.

—¿Tu padre eligió el tuyo?

—No, fue mi madre. Eligió la de todos sus hijos.

Interesante.

—¿Crees que sabía lo que te depararía el futuro? ¿Que serías el único de sus hijos que aprendería a controlar a vuestro dios?

—Es posible. Mi madre parecía saberlo todo.

La cabeza de grifo a cada lado de la torques cautivó a Isabella. Los highlanders sabían lo que significaban los símbolos celtas, así que no había sido una casualidad que a Edward le dieran el grifo.

—Tú tienes el grifo. Emmett tiene un... jabalí, ¿no?

—Sí —dijo Edward asintiendo ligeramente—. Y Jasper tiene el lobo.

Isabella apartó la mano de la torques.

—El jabalí significa fuerza y curación, mientras que el lobo significa inteligencia y astucia.

Edward ahuecó una mano en el rostro de Isabella. Ella cerró los ojos y se apoyó contra su mano.

—Isabella.

Su nombre en los labios de Edward era una caricia. Ella tembló, no de frío sino de la pasión que él levantaba en ella. Cuando abrió los ojos, la Isabella de Edward estaba a centímetros de la de ella. Vio las motas doradas en sus ojos, pero, más que eso, vio algo más, algo que hizo que se le parara el corazón.

—Isabella —volvió a decir él mientras se acercaba a su boca.

Ella abrió los labios esperando su beso. Su sabor la intoxicaba, emborrachándola con su esencia. Ella se puso de rodillas y se abrazó a su cuello. Él inclinó su boca sobre la de ella, intensificando el beso.

La excitación recorrió todo el cuerpo de Isabella. Había deseado y esperado que fuera a su dormitorio aquella noche. Su cuerpo lo necesi­taba de un modo que ella no podía entender.

Ella finalizó el beso y se puso en pie. La mirada de Edward, intensa y oscura de deseo, la siguió. Sus ojos mostraron agradecimiento cuando ella se quitó los zapatos y se bajó las medias. Él tomó aire cuando ella se quitó el vestido y la camiseta, volviéndose más descarada a cada momen­to. El frío del dormitorio no podía penetrar en el calor que ella sentía a causa de los ojos de Edward.

Sus manos ansiaban tocarlo, besarlo y pasar la lengua por todo su cuerpo. Pero, sobre todo, ella quería volver a coger su miembro con la mano.

Ella se humedeció los labios cuando él se quitó las botas. Él se desprendió de la túnica de un tirón mientras se ponía en pie. Los pezones de Isabella se endurecieron bajo la mirada de Edward. El delicioso latido que había sentido la primera vez que él la tocó regresó con más fuerza y necesidad. Ella apretó las piernas y tomó aire ante aquellas sensaciones.

La boca se le hizo agua cuando él se quitó los pantalones y quedó a la vista su gruesa y dura excitación. Ella alargó la mano para tocarlo, pero

Edward le cogió la muñeca y la hizo girar, evitando que lo tocara. La empujó contra la pared.

—Dios mío, estoy hambriento de ti —le susurró Edward a la oreja.

Su cálido aliento producía escalofríos en la piel de Isabella. Él frotó su mejilla contra el costado de su cabeza, con la boca rozándole el cuello mientras su barba le rascaba la piel. Al mismo tiempo, apoyó su miembro contra su espalda.

Los pechos de Isabella se hincharon y su respiración se aceleró. Inclinó la cabeza hacia un lado y gimió cuando la boca de Edward se cerró sobre su cuello. Sus dientes rasparon su piel y su lengua la mojó. Isabella tembló.

Y quería más.

La mano que tenía cogida su muñeca contra la pared apretó solo un momento, antes de acariciarle el brazo. Su mensaje había sido claro: deja la mano ahí.

Ella no se sorprendió cuando él le llevó la otra mano contra la pared. Sus dedos se agarraron a las irregulares piedras mientras las manos de Edward recorrían todo su cuerpo. Él levantó su abundante pelo con una mano y le besó la base del cuello.

—Cuánto pelo —murmuró—. He querido pasar los dedos por él desde el primer momento en que te vi.

Sus labios besaron primero un hombro, y luego el otro. La cogió por las caderas y frotó su miembro contra sus nalgas. Ella gimió y arqueó la espalda contra él. Él le lamió el lóbulo de la oreja mientras sus manos le acariciaban el vientre.

Ella necesitaba que la tocara, que aplacara el dolor que había empezado cuando él había entrado en el dormitorio, pero Isabella sabía que Edward se estaba tomando su tiempo. Él prolongaría su placer y le proporcionaría un éxtasis exquisito.

Él le tocó los pechos, pellizcándole ambos pezones. Ella dio un grito ahogado y echó la cabeza hacia atrás, apoyándola sobre su pecho.

—Edward.

—Sí, hermosa. Siento tu deseo.

Ella movió las caderas mientras él pasaba sus dedos entre sus duros pezones. El placer la recorrió y se concentró entre sus piernas. Ella sintió como se ponía más húmeda y volvió a apretar las piernas. El latido era bajo y profundo, la necesidad fuerte y ansiosa le bajaba hasta el vientre.

—Por favor, Edward. Te necesito —le suplicó ella.

Él le acarició el cuello.

—Y me tendrás. Primero quiero tomarme mi tiempo contigo. La primera vez te necesité tan desesperadamente... Ahora no iré con prisas.

Isabella apoyó la frente contra las frías piedras y gimió. Él le masajeó los pechos, provocando a sus pezones hasta que le dolieron y el latido que tenía entre las piernas se hizo casi insoportable. Cerró los ojos extasiada cuando los dedos de Edward separaron sus rizos y tocaron su carne acalorada.

Le temblaban las piernas, su corazón latía con fuerza y, mientras tanto, Edward recorría lentamente su sexo. Él introdujo un dedo dentro de ella, e Isabella gritó de placer.

La mano que tenía libre se metió entre su pelo y le apartó la cabeza a un lado.

—¿Más, Isabella? —Su voz estaba ronca de su propio deseo.

—Sí. Más.

En vez de mover el dedo en su interior como ella esperaba, lo sacó y rodeó su clítoris. Las rodillas de Isabella se doblaron ante aquella sensación.

Edward la cogió en brazos y la llevó hasta la cama. La acostó y se inclinó sobre ella para meterse un pezón entero dentro de la boca.

Ella le apretó la cabeza contra sus pechos, el anhelo la mataba. Él le mordió el pezón con delicadeza antes de pasar al otro. El sexo de Isabella latía, impaciente por sentir el miembro de Edward en su interior. Ella levantó las caderas y las frotó contra su pecho.

Cuando él le besó el estómago, ella lo miró. Primero él le mordisqueó una cadera, y luego la otra, antes de mirarla un momento y sumergirse entre sus piernas. Isabella suspiró cuando él le lamió el interior del muslo. No tenía ni idea de que su piel fuera tan sensible en aquella zona.

Un momento después ella gritó cuando la lengua de Edward lamió la sensible carne de su sexo. Su lengua estaba caliente y húmeda, y era maravillosamente pecaminosa. Él le lamió y le chupó el clítoris hasta que ella estuvo ciega de necesidad y su cuerpo tembló de deseo.

Isabella se agarró a las mantas mientras él la empujaba cada vez con más fuerza hacia el orgasmo. Y, de repente, el calor de él, su dureza, se hundió dentro de ella. Entonces él empezó a moverse dando empujones rápidos y cortos, y empujones duros y largos. Cada vez la subía más hacia arriba, su cuerpo flotaba de placer.

Edward tenía las manos a ambos lados de la cabeza de Isabella. Ella le cogió las nalgas y sintió que sus músculos se apretaban y se relajaban mientras él entraba dentro de ella. Ella lo miró a los ojos y vio su sed.

—Estamos atados —susurró él.

Ella gritó su nombre cuando llegó al orgasmo. La invadieron nume­rosas olas de placer, ahogándola en un abismo de gozo. Se aferró a Edward y sintió que él se estremecía mientras se hundía dentro de ella y tocaba su matriz. Su semilla la invadió mientras él susurraba su nombre contra su pelo.

 

A Edward le costó un momento recobrar el aliento. Cuando abrió los ojos encontró a Isabella mirándolo con una dulce sonrisa de felicidad. Él le había provocado aquella sonrisa. Le había dado auténtico placer. Una sonrisa de satisfacción se dibujó en los labios de Edward. Se separó de ella y se acostó boca arriba. Ella se dio la vuelta y se acurrucó contra él, apoyando la cabeza contra su pecho.

Él la envolvió con un brazo, necesitaba tocarla. Le asustaba cuánto significaba para él. La idea de perderla le hizo sentir pánico. Había intentado decirse a sí mismo que era porque llevaba mucho tiempo sin estar con una mujer, pero él sabía que era mentira.

—¿Cuánto tiempo tienes antes de que te toque hacer la guardia? —le preguntó Isabella.

—Unas horas.

—Mmm.

Él bajó la mirada hacia ella y sonrió.

—¿Tienes algo en mente?

—Oh, sí. Así es.

Él se rió y le besó la frente.

—Gracias por tapar la ventana.

—Ayudará a que no entre tanto frío. Y así puedes encender todas las velas que quieras.

—No podemos malgastarlas.

—No te preocupes por las velas. Enciende todas las que necesites.

Ella giró su Isabella hacia la de él y le pasó el dedo pulgar por los labios.

—Eres un buen hombre.

Él le cogió la mano y le besó la palma.

—Querías que viniera Jacob, ¿de verdad crees que puede ayudarnos?

—No confías en él.

No era una pregunta.

Él negó con la cabeza.

—Me resulta difícil confiar en nadie.

—Confiaste en mí.

—Fueron tus ojos.

—¿Mis ojos? ¿Qué ocurre con ellos?

—Eran deslumbrantes. Los miraba y me perdía.

En cuanto dijo aquellas palabras, las reconoció, porque eran verdad.

Ella le besó el pecho y le pasó la mano por el abdomen.

—Yo creo a Jacob, Edward. Dale una oportunidad.

—Se la voy a dar, si no, no estaría aquí.

—¿Qué es lo que no te gusta?

—Me cuesta creer que escaparan tantos guerreros de Tanya. Es demasiado astuta.

Ella se abrazó a él.

—Por lo que cuenta Jacob parece que las cosas han cambiado mucho en la montaña de Tanya. Si ha encarcelado a tanta gente es lógico que pudieran escapar. Sobre todo si son guerreros.

—¿Y que no los detectara? No sé.

—Creo que no lo sabremos hasta que no veamos cuántos guerreros son. Si Jacob tiene razón y hay una lista, podremos hacernos una idea de cuántos son.

Él enrolló un mechón de su pelo castaño alrededor de su dedo.

—He estado pensando en las historias de los guerreros que me contaban de pequeño. No entendía por qué las repetían con tanta frecuencia, pero ahora sé que lo hacían porque los narradores querían que supiéramos qué había pasado.

—Pero tenían miedo de escribirlo por si caía en las manos equivocadas.

—Sí, eso creo. Por mucho que lo intento, no logro recordar si alguna vez nos dijeron cuántos clanes celtas había.

Ella realizó dibujos con las uñas sobre su pecho, haciendo que él se adormeciera.

—¿Eran clanes, como te dijeron, o familias? Había muchos clanes, pero con cada clan había varias familias, y cada una de ellas podía haber tenido un guerrero.

Edward se quedó quieto.

—Podría ser otra estratagema para confundir a todo aquel que inten­tara volver a buscar a los guerreros. Pensaría que eran un número...

—Cuando en realidad habría muchos más.

—Dios santo, Isabella. Si pasaba a los hermanos, como lo hizo con nosotros, podría haber un gran número de guerreros.

Ella se incorporó y lo besó.

—Los MacMasen sois una variedad especial. No puedo pensar en ninguna otra familia que pudiera tener tres fuertes guerreros al mismo tiempo.

—Éramos un clan temido —dijo él mientras la acostaba boca arri­ba—. ¿No has oído las leyendas sobre nosotros? No hay otros highlanders como los MacMasen. Somos leales y unos de los mejores amantes que han vivido sobre la Tierra.

Las manos de Isabella abrazaron el cuello de Edward.

—Oh, sí, milord. Yo misma he visto vuestra habilidad como amante.

—No sé, creo que necesitas más lecciones.

Ella rió mientras él le acarició el cuello.

—Creo que puede que tengas razón.

Un silbido resonó en el silencio de la noche. Edward calló y levantó la cabeza para escuchar.

—¿Qué ocurre? —preguntó Isabella.

—Emmett o Jasper han visto algo.

Los ojos de Isabella se abrieron.

—¿Un guerrero?

—No. Ha sido un silbido corto y suave. No es peligro, solo un aviso de que hay algo fuera. Podría ser simplemente un jabalí o un lobo.

Ella enterró la cabeza contra su pecho.

—Desearía estar en otro tiempo, Edward. En un lugar donde pudiéra­mos tener una vida normal.

Un lugar donde él pudiera casarse con ella y ver cómo su barriga se hinchaba con su hijo. Él pasó sus dedos por el hermoso y abundante pelo de Isabella. —Sí.

Edward se recostó y mantuvo a Isabella abrazada a él. Abrió su mente a unos recuerdos enterrados hacía tiempo, recuerdos de su padre y su madre. Isabella les habría gustado. La madre de Edward habría disfrutado con su espíritu, mientras que a su padre le habría encantado su valentía.

Edward miraba la oscuridad, la luz de la vela parpadeaba en la pared, mientras que el fuego iluminaba suavemente el dormitorio. Quería quedarse allí para siempre. Sin Tanya, ni guerreros, y sin druidas. Sin ningún dios antiguo en su interior.

Él te ayuda a proteger a Isabella de una manera que solo no podrías.

Aquello era cierto. En ese aspecto, a Edward le gustaba tener al dios en su interior.

Por mucho que él e Isabella quisieran que todo se disipara, no lo haría. Tanya aparecería. Isabella era una druida y necesitaba aprender sus métodos y su magia. Y él, bueno, él encontraría el conjuro que volvería a encerrar a su dios.

Viviría una vida normal con Isabella.

No es probable que suceda y tú lo sabes.

Edward cerró los ojos con fuerza. Aquella sed insaciable que tenía de Isabella lo asustaba. Jasper estuvo a punto de volverse loco cuando perdió a su mujer y a su hijo. Edward sabía que si le arrebataban a Isabella, enloquecería.

No se había dado cuenta de lo desolada que era su vida hasta que Isabella entró a formar parte de ella. Ella había traído una ráfaga de alegría y esperanza a sus días.

Él bajó la mirada y la encontró durmiendo, su respiración era lenta y constante. Parecía que no había suficiente tiempo para ellos dos, por lo menos aún no. Edward se aseguraría de que Tanya dejara en paz a Isabella.

El fuego ya se había reducido a ascuas cuando Edward retiró lentamente el brazo de debajo de Isabella. Ella suspiró mientras dormía y se dio la vuelta. Él no quería dejarla, pero le tocaba el turno de vigilancia.

Se vistió, luego reavivó el fuego y encendió una segunda vela por si se apagaba la primera. Mientras miraba a Isabella se maravilló ante la intensa actitud protectora que ella provocaba en él, por no mencionar los celos que había sentido cuando la había visto hablar con Jacob en el bosque.

La necesidad de hacerla completamente suya resonaba en su cabeza. Pero él era un guerrero. ¿Cómo podía tomarla como esposa? La vida con él sería dura y peligrosa; no sería la clase de vida que quería para Isabella.

Su nombre fue susurrado desde el otro lado de la puerta. Cuando miró por encima del hombro vio a Jasper asomando la cabeza dentro del dormitorio.

Con una última mirada a Isabella, Edward se dio la vuelta y salió del dormitorio. Cerró la puerta tras él, ignorando el ceño fruncido de Jasper.

—Solo conseguirás hacerte más daño —dijo Jasper.

Edward siguió por el pasillo hacia el gran salón. Jacob estaba sentado en una de las sillas, con una pierna encima del brazo de la silla y los ojos cerrados.

—¿Me has oído?

Edward se detuvo y miró a Jasper.

—Te he oído, pero no voy a responderte. Esto es asunto mío, hermano.

—No, no lo es. Es asunto de todos nosotros.

—Basta, Jasper.

—¿Y si le haces un hijo? —preguntó Jasper—. ¿Has pensado en eso? ¿Qué será? ¿Mortal o un monstruo como nosotros? Siempre piensas en todo, pero ahora no estás pensando en nada. Por lo menos no con la cabeza.

—Ya basta —gruñó Edward, con una abrumadora necesidad de destro­zarle la Isabella a Jasper—. Isabella es mía.

Jasper observó a su hermano salir a grandes zancadas del castillo. No había tenido la intención de decirle nada, pero cuando había visto a Edward mirando a Isabella con aquel deseo, algo horrible y vengativo había estallado dentro de Jasper.

—¿Por qué, Jasper?

Se dio la vuelta hacia la voz de Emmett y encontró a su hermano mayor en la entrada de la cocina, con las manos apoyadas a ambos lados de la entrada. ¿Cómo podía explicar Jasper lo que le había entrado? Nadie lo entendería, y menos Emmett.

Emmett entró en el gran salón y se quedó delante de él.

—Edward ha encontrado algo de felicidad. Si Isabella tiene un hijo, nos encargaremos de él. Déjale tranquilo.

—Lo intentaré.

—¿Qué es exactamente lo que te preocupa de Edward e Isabella? ¿Es el hecho de que Edward haya encontrado un poco de paz?

Jasper negó con la cabeza.

—Por supuesto que no.

—Entonces, ¿qué es? —le preguntó Emmett.

Jasper se alejó, no estaba preparado para confesar lo que lo había estado atormentando durante décadas.

—Jasper. Respóndeme. Son celos porque Edward ha encontrado una mujer, ¿no es así? Admítelo.

Jasper cerró los puños. Bajó la mirada y vio que su piel se había vuelto negra, la ira le ardía en el pecho. Las garras le cortaron las palmas de las manos. Él recibió el dolor, era un recordatorio de lo que era.

Y de lo que había perdido.

—No me ignores.

Jasper se dio la vuelta y atacó. Emmett saltó hacia atrás antes de que las garras de Jasper pudieran clavarse en su carne.

—¿Quieres saber qué ocurre? —bramó Jasper—. No puedo recordar­la, Emmett. No recuerdo su cara, ni el sabor de sus besos. Ya no recuerdo el color de los ojos de mi hijo ni el sonido de su risa.

Jasper soltó un suspiro mientras la vergüenza lo embargaba. Lo menos que podía hacer era recordar a su mujer y a su hijo, pero hasta eso le había sido arrebatado.

—No puedes culparte por eso —dijo Emmett, y le colocó una mano sobre el hombro—. El tiempo nos cura para que podamos afrontar el futuro.

Jasper dio un paso atrás. Estaban ocurriendo muchas más cosas aparte del hecho de que no pudiera recordar la Isabella de su mujer, pero ya le había contado demasiado a Emmett. El resto, bueno, el resto seguiría siendo un secreto.

—Tienes razón, por supuesto —dijo Jasper.

Él esperó que aquello fuera el final de la conversación. No quería volver a hablar de ello. Le dolía el pecho por lo que había admitido. Cuando se dio la vuelta para marcharse, vio que Jacob se había levantado y estaba al lado de la silla observándolos.

¿Cómo se había podido olvidar del invitado? Jasper se maldijo a sí mismo. Jacob no debería haber escuchado la disputa con Emmett. Jasper esperó a que Jacob dijera algo, y, como no lo hizo, salió del castillo. Aquella noche Jasper no descansaría.

Ya había hecho su turno de vigilancia, pero, aun así, se colocaría en una de las torres. Bajo las estrellas, escondido en la oscuridad. Aquella era su paz, su salvación.

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AAAAAAAAAAAA POBRE JASPER, VIENDO LAS COSAS DESDE SU PUNTO DE VISTA SI DEBE RESULTAR DIFICIL, IMAGINENSE HABER PERDIDO A SU ESPOSA E HIJO EL MISMO DIA EN CIRCUNSTANCIAS HORRIBLES Y PARA COLMO NO PODERLOS RECORDAR, DEBE SER TRAUMATISANTE, POR ALGO ESTA LLENO DE IRA DE RENCOR, AUNQUE NO ESTOY DE ACUERDO EN QUE SE OPONGA A LA RELACION DE EDWARD PERO LO QUE EL MENOS QUIERE ES QUE SUFRA COMO EL LO ESTA HACIENDO.

 

GRACIAS GUAPAS. NOS VEMOS MAÑANA BESITOS

Capítulo 16: QUINCE Capítulo 18: DIECIOCHO

 
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