LOS HERMANOS MACMASEN (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 27/08/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 390
Visitas: 103252
Capítulos: 57

"FANFIC TERMINADO"

 

Tres hermanos, tres guerreros, unidos no solo por sangre sino  por una fuerza más poderosa, por culpa de una malvada hechicera, Durante trescientos años, han permanecidos alejados del mundo, ocultando al vengativo dios que llevan prisionero en sus almas, pero muy pronto las cosas cambiaran, una épica guerra entre el bien y el mal se avecina, Edward, Emmett y Jasper deberán luchar no solo contra el mal que los ha asechado toda su vida, sino también contra el amor y la pasión que se encontraran en el camino

Todo el poder, la pasión y la magia de los legendarios guerreros de Escocia atados al juramento de luchar por la victoria en la batalla y en el amor.

 

 

adaptacion de los personajes de crepusculo con el libro "Serie Highlander la espada negra de Donna Grant"

 

 

 

 

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Capítulo 48: OCHO

Las horas habían pasado lentamente desde que Alice le había dicho a Jasper que ella creía que el destino de él era matar a Tanya. No había salido corriendo a esconderse, pero tampoco le gustaban aquellas noticias. Tampoco podía culparlo por ello. Ella tampoco querría tener esa responsabilidad sobre sus hombros.

Por lo que había podido averiguar de Jasper, había muchas cosas en su pasado de las que se avergonzaba. Ella estaba dispuesta a perdonarlo por todo, ya que él había actuado así ante la pérdida de su mujer y su hijo. Ese hecho podía hacer que muchos hombres acabaran desmoronándose.

Si Jasper no había sucumbido ante Tanya era gracias a sus hermanos. Alice quería conocerlos. Tenía curiosidad por saber el tipo de hombres que eran. Jasper hablaba mucho y muy bien de ellos, lo que decía mucho de los lazos que los unían, unos lazos que nunca podrían romperse.

Alice se arrebujó con la camisa de Jasper huyendo del frío. Él se la había dado antes de alejarse para montar guardia. Con Ian preso y Duncan perdido en su miseria, Alice ya no esperaba volver a ver a Jasper durante unas cuantas horas.

Pero deseaba verlo.

Anhelaba rodearlo con los brazos y besar sus labios. Quería sentir su fuerte cuerpo contra el suyo, descubrir las dulces caricias de sus manos. Él le había dicho que quería poseerla y, que los dioses la ayudaran, ella deseaba que sucediera aquella misma noche. Quería volver a sentir aquel éxtasis absoluto que había sentido al llegar al clímax con las manos y la boca de Jasper.

No saber lo que le depararía el día de mañana hacía que quisiera agarrarse al aquí y ahora con todas sus fuerzas para nunca dejarlo escapar, especialmente a Jasper.

Alice sabía que era estúpido aferrarse a Jasper como lo había hecho, pero él no solo la había salvado, él la protegía. Y le había enseñado los placeres de ser mujer.

Su cuerpo subió de temperatura solo al pensar en que Jasper volviera a tocarla y a estrecharla entre sus brazos. Juntó las piernas con fuerza al sentir una oleada de deseo que le inundaba el cuerpo, pero la presión al cerrar las piernas con tanta fuerza solo aumentó el deseo.

Hasta que no había conocido a Jasper y había sentido su deseo y experimentado la necesidad que llenaba su propio cuerpo, no se había dado cuenta de lo sola que había estado hasta entonces.

Alice levantó la mirada hacia la entrada de la cueva al ver que se movía una sombra. Jasper se había llevado la antorcha de la cueva, lo que la había dejado sumida en la oscuridad. Pero estaba aprendiendo a descubrir los rincones del Foso. Ya que ella no podía ver tan bien en la oscuridad como los guerreros, confiaba en su sentido del oído.

La sombra que se movía era alta y ella pudo vislumbrar el torques que llevaba en el cuello.

Jasper.

No se había dado cuenta de que él había permanecido tan cerca todo ese tiempo. El corazón se le aceleró en el pecho al ver que él daba un paso en su dirección.

Alice se puso en pie con las manos sujetando la camisa. Al ver que él no hacía otro movimiento de aproximación, decidió ir hacia él. Durante demasiado tiempo se había sentado a esperar para ver qué le depararía la vida. Era el momento de que ella tomara las riendas de su existencia.

Ya había recorrido la mitad de la distancia que los separaba cuando Jasper dio dos zancadas y la agarró con fuerza antes de ponerla contra la pared. Ella soltó un gemido al sentir aquel fuerte y cálido cuerpo presionando el suyo contra las frías rocas de la montaña. Se quedó tan sorprendida ante aquella reacción que sus manos se desprendieron de la camisa que llevaba fuertemente asida.

—Deberías haber hecho como que dormías —le susurró al oído.

—Es imposible cuando en lo único que pienso es en ti.

El gruñó y le cubrió la boca con un beso que le robó el aliento. No precisaba ningún tipo de magia para sentir su deseo. Cada movimiento de su lengua contra la suya le decía todo lo que ella necesitaba saber.

Y no podía esperar para seguir sintiendo más. Lo quería todo, lo quería por completo y lo tendría esa noche.

El cuerpo de Jasper nunca había sentido un impulso tan irresistible por el cuerpo de una mujer como la que sentía por Alice. Puede que hubiera estado casada, pero su cuerpo todavía era inocente ante los placeres de la carne.

Pero aprendía rápido.

De hecho, ya lo tenía cautivo con solo mirarlo con aquellos maravillosos ojos color turquesa. Él había sabido todo el tiempo que había estado mirándola que ella estaba despierta. Había rezado para que se durmiera y así poder mantener las distancias, pero debería haber sabido que eso era imposible. Su cuerpo anhelaba volver a sentir su sabor.

En aquel justo instante, estaba dispuesto a remover cielo y tierra para asegurarse de que esta vez la poseería.

Sus dedos se agarraron a las caderas de ella en un esfuerzo por mantenerla quieta. Él tenía tan poco control sobre sus deseos que temía perderlo por completo si ella cambiaba de postura y se apretaba más contra su cuerpo.

Con control o sin él, precisaba seguir tocando aquel cuerpo. Dejó que sus manos subieran hacia la estrechez de su pequeña cintura y luego un poco más arriba. Se detuvo y dejó que sus pulgares descansaran sobre la hinchazón de sus senos.

Jasper quería arrancarle el vestido del cuerpo para poder deleitarse la vista con su cuerpo. Se detuvo en el último momento al darse cuenta de que no tenía nada más para ponerse.

Ella arqueó la espalda cuando él la besó más intensamente, empujando su busto contra su pecho. El cogió entre sus manos sus senos, maravillado ante la exuberancia que las colmaba.

Él le acarició los pechos lentamente con los pulgares y pudo oír como a ella se le cortaba la respiración cuando le tocó los pezones. Al momento, notó los pequeños pezones erectos empujando por liberarse de aquella tela que los cubría.

—Jasper —susurró ella.

—Esta noche voy a poseerte, Alice.

Ella deslizó sus dedos entre los cabellos de él y empujó su cabeza hacia la suya.

—Sí.

Por todos los santos, hacía que le hirviera la sangre.

Jasper dejó libres sus senos y le cogió la falda del vestido para subírsela hasta la cintura. Alice recogió entonces la tela y se quitó la ropa precipitadamente.

Él se arrodilló frente a ella y le besó el estómago mientras sus manos le quitaban los zapatos y las medias de lana. Tenía unas piernas esbeltas y su piel era tremendamente suave al tacto. Le besó las rodillas antes de ponerse en pie y estrecharla entre sus brazos.

—Estoy desnuda —dijo ella.

Jasper sonrió de oreja a oreja.

—Ya lo veo.

—Tú no lo estás.

—Mmm... —dijo él contra su cuello—. Eso es porque si me quito las botas y los pantalones ya no podré detenerme.

Ella susurró su nombre cuando él se inclinó y acercó su boca a un descarado pezón. Jasper sonrió ante la cremosa suavidad de su seno y chupó con más fuerza.

Él le pasó un brazo alrededor del cuerpo para que no perdiera el equilibrio al sentir que le flaqueaban las piernas y caía hacia él. Se le había acelerado la respiración y sus gemidos eran música para sus oídos.

Pero todavía no había terminado con ella.

Jasper tiró su vestido y su camisa a un lado, ayudándose con un pie antes, de levantar a Alice entre sus brazos y tumbarla sobre la ropa. No era como una cama, pero era lo más parecido que podía tener.

Alice le sonrió, con los ojos entrecerrados, observando todos sus movimientos. Jasper sabía que si se quitaba la ropa aún debería contenerse más, pero quería sentir el tacto de su piel sobre la de ella. Rápidamente, se desprendió de las botas y se sacó los pantalones.

—¡Oh! —murmuró Alice mientras se apoyaba sobre su antebrazo—. Eres... impresionante, Jasper.

—No, mi pequeña druida. Tú sí que eres impresionante. —Se arrodilló ante sus pies y gateó sobre su cuerpo—. Tienes una piel más suave que la seda y unos ojos más exóticos que cualquier tesoro en la tierra. Tú... —le lamió el ombligo—, haces... —le mordisqueó el pecho—, que me arda el cuerpo.

Ella le rodeó el cuello con los brazos.

—Yo también estoy ardiendo, Jasper. No me hagas esperar, por favor.

Había tantas cosas que quería hacerle... pero él sintió que su urgencia era semejante a la suya. Hambre. Deseo. Dolor.

Tan pronto como su cuerpo tocó el de ella, estuvo perdido. Antes había disfrutado cogiéndola, pero ahora, piel contra piel, ansiaba estar todavía más pegado a ella.

Jasper volvió a buscar sus labios porque no podía cansarse de ellos. Le resultaba inconcebible haber pasado trescientos años sin besar a nadie, pero ahora estaba convencido de que mientras Alice estuviera cerca, él no podría dejar de besarla al menos cada hora.

Gimió cuando las manos de ella se deslizaron por su espalda hasta sus nalgas. Ella apretó sus caderas y las levantó para acoplarse sobre su erecto miembro.

El sentimiento de la humedad de su sexo contra su cuerpo hizo que Jasper acabara perdiendo el escaso control que le quedaba. Con un simple movimiento de su pelvis, deslizó la punta de su pene sobre el sexo de ella.

Él ya había podido sentir los cálidos pliegues de su sexo y sabía lo sensibles que eran. Jasper hizo rotar sus caderas para que su miembro hiciera círculos sobre su clítoris. Alice soltó un gemido pronunciando su nombre mientras arqueaba la espalda y rodeaba la cintura de Jasper con sus piernas.

Jasper quería juguetear más con su cuerpo, pero la necesidad de sentir su resbaladizo calor envolviéndolo, pudo con él. Él deslizó la mano entre ambos y guió su miembro hacia el acceso que le ofrecía ella.

Se detuvo antes de penetrarla. Quería a Alice con tal intensidad que le daba miedo, pero sobre todo, quería que ella lo quisiera a él del mismo modo.

—¿Jasper?

—Te deseo —dijo él—. Te deseo desesperadamente, pero...

Ella le puso un dedo sobre los labios.

—Nadie. Nadie me ha tocado nunca como lo haces tú. Si te detienes ahora, creo que me moriré.

Esa era toda la respuesta que él precisaba. Jasper apretó los dientes cuando la cálida humedad de ella lo envolvió y él se introdujo suavemente en su sexo. Su sexo era tan ceñido, tan cálido, que él se estremeció de placer. Trató de ser cuidadoso, pero su deseo, y su dios, lo empujaban con más violencia.

Jasper empujó una vez más, introduciendo todo su miembro en su interior. Alice le clavó las uñas en la espalda con la respiración acelerada.

Él bajó la vista para mirarla y la descubrió con los ojos cerrados, la cabeza echada hacia atrás y la boca entreabierta en pleno éxtasis. Le besó el cuello y empezó a moverse en su interior, primero lentamente y luego incrementando gradualmente el ritmo. La fricción de su miembro en ella casi hizo que derramara su semilla en aquel instante. Fue el modo en que el cuerpo de su amante empezó a moverse junto con el suyo lo que hizo que pudiera aguantar un poco antes de alcanzar el clímax.

Jasper sintió que ella se tensaba y supo que Alice estaba a punto de llegar al orgasmo. Él inclinó la cabeza y cerró los labios sobre su pezón. Recorrió el pequeño pezón con la lengua, lo sorbió hasta que ella empezó a temblar. Y entonces lo mordió suavemente.

Él observó, fascinado, que ella se estremecía entre sus brazos. Era lo más hermoso que había visto jamás. Él siguió moviéndose, prolongando su orgasmo. Cuando el último temblor recorrió su cuerpo, él llegó también al orgasmo.

Con la cara enterrada en el cuello de Alice, Jasper experimentó el orgasmo más maravilloso, más enternecedor de su larga vida.

 

 

Alice no quería moverse. Le encantaba en sentimiento de tener a Jasper sobre ella, pero más que eso, le gustaba sentirlo en su interior.

Las pocas veces que Rory la había tomado, había sido rápido y, aunque no había resultado doloroso, tampoco había sido placentero. Pero aquellos recuerdos no debían nublar lo que acababa de suceder.

—¿Estás bien? —preguntó Jasper.

Alice asintió con la cabeza y recorrió sus nalgas con los pies y apretó sus piernas contra sus pantorrillas. No podía dejar de tocarlo. El modo en que sus músculos se movían bajo sus manos era algo fascinante.

Y su cuerpo. Ella suspiró. Era tan tremendamente hermoso que ella nunca podía cansarse de mirarlo. No era solo que estaba perfectamente esculpido, con los músculos de sus hombros y sus brazos marcados; también podía distinguir perfectamente los de su pecho, que se iban estrechando hacia su cintura y luego formaban un firme trasero y unas fuertes piernas. Era la perfección en todos los sentidos.

—No te habré hecho daño, ¿verdad?

Ella oyó la preocupación en su voz y le dio un fugaz beso.

—No, Jasper MacMasen, no me has hecho daño. Lo único que has hecho es darme un placer tan intenso que no sé si voy a poder moverme.

Él soltó una carcajada.

—¿Es eso cierto?

—Sí que lo es. Dime una cosa.

—Lo que quieras.

—Lo que acaba de suceder entre nosotros, ¿es normal?

Él dudó un momento y Alice estaba preocupada por si no respondía o por si lo hacía, pero no le gustaba la respuesta que le daba.

—No, no es normal. Generalmente un hombre siempre experimenta placer, pero no pasa lo mismo con las mujeres. Para que una mujer llegue al orgasmo, el hombre debe estimularla.

Justo como ella pensaba. Rory no se había preocupado lo suficiente por ella como para intentar darle el más mínimo placer.

—Entonces me alegro de compartir esto contigo.

—Sí, Alice, estoy de acuerdo contigo.

Él salió de su interior y se acostó a un lado antes de acercarla hacia su lado. A ella le gustaba descansar la cabeza sobre su hombro. Era un tipo de intimidad que ella nunca había experimentado antes y sin la que ya jamás podría volver a vivir a partir de ese momento.

Si no hubiera sido por sus dedos que le acariciaban la espalda, ella habría pensado que él estaba dormido de lo relajado que estaba. Ella no era famosa por su paciencia y a pesar de que se repitió mil veces que no era asunto suyo, quería saber en qué estaba pensando.

—¿En qué estás pensando? —le preguntó.

Él soltó un suspiro.

—En mi clan y el día en que todos murieron.

Alice le puso la mano sobre el corazón, deseando que su magia hiciera efecto de inmediato y poder apartar el dolor de él.

—El tiempo no ha cicatrizado la herida de ese día, ¿verdad?

—No. El olor a podredumbre y carne quemada era tan fuerte que todavía siento náuseas. Es un olor que espero no tengas nunca que descubrir.

—Si Tanya consigue lo que quiere, todos acabaremos oliendo ese hedor.

—¿Sabes qué es lo que recuerdo con más fuerza de aquel día? —le preguntó—. El silencio. El castillo de los MacMasen siempre había estado lleno de gente. Siempre se oían las conversaciones de los hombres mientras entrenaban, las risas de los niños, los herreros trabajando y los animales. Había muchos sonidos.

Alice le dio un beso en el hombro.

—No puedo ni imaginármelo.

—El primer sonido que oí fue el de un cuervo. Lo siguiente que recuerdo es que había cuervos por todas partes.

—Las historias nunca cuentan lo que hicisteis con los muertos. ¿Los enterrasteis?

Él cogió uno de los suaves rizos que llevaba sueltos entre los dedos.

—Queríamos enterrarlos pero había demasiados. Tuvimos que quemarlos.

—Dijiste que regresasteis al castillo.

—Hemos vivido durante doscientos cincuenta años en el castillo que nos vio nacer. No pudimos reconstruirlo como nos hubiera gustado porque no queríamos que nadie supiera que estábamos allí. La gente tenía miedo de lo que le había sucedido a nuestro clan así que se mantuvieron alejados de la fortaleza.

Alice se apoyó sobre el codo para mirarlo directamente a los ojos. Le acarició un mechón de cabello castaño claro que le caía sobre la frente.

—Has tenido una vida muy difícil.

—No —dijo él sacudiendo la cabeza—. Ha sido un infierno, pero hay otros que lo han pasado peor. Me di cuenta al llegar aquí. Ojalá hubieras podido ver el castillo antes de que estuviera en ruinas. Era majestuoso.

—¿Me lo enseñarás?

Aquella pregunta hizo que se dibujara una mueca en su rostro.

—Oh, sí. Claro que te lo enseñaré. Edward tiene el don de convertir la madera en lo que quiera. Nos hizo una nueva mesa y sillas e incluso reparó nuestras camas.

—¿Y Emmett? ¿Qué talento tiene?

—El liderazgo —respondió Jasper sin ninguna duda—. Nació para ser el jefe del clan y Dios no podría haber elegido a un hombre mejor. Él será un buen líder para Vladimir, Alistair, Jacob y Riley.

—¿Quiénes son esos, otros guerreros?

Jasper se puso una mano tras la cabeza, con el ceño fruncido.

—Jacob fue el primero en encontrar a Isabella, que había huido de Edward porque todos los que ella tenía a su alrededor acababan muertos a manos de Tanya, y no quería que Edward muriera.

—Me imagino que Edward fue tras ella.

—Así es. En el proceso, Jacob encontró a Isabella en el bosque. Jacob reconoció el Beso del Demonio que Isabella llevaba colgado del cuello.

Alice hizo una mueca.

—¿Isabella es una drough?

—No. Su madre lo fue, pero asesinaron a su familia cuando ella solo era una niña. Logró escapar y unas monjas la criaron. Isabella es una buena persona. Por lo único que se convertiría en una drough sería para salvar a Edward.

—Te gusta —dijo Alice.

Jasper asintió con la cabeza.

—Me gusta. Es buena para Edward, en realidad es buena para todos nosotros. Fue idea de Isabella que Jacob viniera al castillo.

—¿No teníais miedo de que fuera un espía de Tanya?

—Al principio, claro que sí. Hay gente que es honesta y que su palabra es sagrada. Jacob es uno de esos hombres. Resultó muy fácil confiar en él. Y cuando él dejó señales en los bosques para que los otros lo encontraran, nosotros también les dimos la bienvenida a todos.

Alice volvió a recostarse en su hombro. A pesar de estar donde estaban, se encontraba feliz de hallarse entre los brazos de Jasper y de escucharlo hablar.

—Cuéntame más sobre ellos.

—Está Vladimir, que es más alto que cualquier otro hombre y tiene unos brazos como los troncos de un árbol. No estoy seguro de lo que le sucedió en el pasado, pero odia cualquier cosa que tenga que ver con los drough. Cuando yo me marché, todavía se mostraban recelosos a la hora de dejar a Isabella a solas con Vladimir.

—Pero Isabella no es una drough.

—Lo sé, pero para Vladimir ella tiene sangre de drough, y eso basta para no hacer distinciones.

—Ya veo —susurró ella—. ¿Y los otros?

—Alistair es el más tranquilo, el que siempre escucha. Uno puede olvidarse de que está allí hasta que realiza algún comentario o alguna sugerencia. Tiene una asombrosa capacidad para resumir las cosas en una o dos palabras, y también es muy bueno enfrentándose a dilemas.

Alice sonrió.

—Tiene una buena cabeza.

—Y estoy convencido de que nos será muy útil.

—¿Y el otro guerrero?

—Riley. Es el más joven y siempre está sonriendo. Relaja los momentos de tensión con bromas y chistes que hacen que acabemos todos riendo.

Alice deslizó la mano por el esculpido estómago de Jasper.

—¿Crees que acudirán más guerreros a vuestro castillo?

—Espero que sí. Para vencer a Tanya vamos a tener que ser más de siete.

—Pero tú tienes a Duncan, Ian y Seth —dijo ella. Detuvo la mano en su cadera. Quería envolver su flácido miembro con la mano, pero no era lo suficientemente valiente como para hacerlo.

—Diez es mejor que siete.

Entonces ella recordó su deseo de correr riesgos que normalmente no se atrevería a correr pues podía morir en cualquier instante. Deslizó sus uñas por el lado de la cadera de Jasper hasta su muslo antes de mover la mano hacia su miembro.

Él se quedó sin respiración cuando la druida lo envolvió con sus manos. Ella observaba asombrada cómo su miembro crecía y se ponía duro ante sus propios ojos.

—Alice —susurró él.

Ella sonrió y le dio un beso en el pecho.

—Me encanta el sentimiento de tenerte en mi interior, pero quería saber lo que sentía teniéndote entre mis manos.

La mano que él había colocado en su espalda la empujó con fuerza hacia él. Alice empezó a mover su mano lentamente a lo largo de su envergadura, maravillada por el calor que desprendía y por lo duro que se puso. Era como si tuviera una barra de acero bajo la piel de lo rígido que estaba. Y sin embargo, su piel era tan suave como el terciopelo.

Un lecho de líquido se formó en el extremo de su miembro. Ella pasó su dedo pulgar por encima y esparció el líquido sobre su verga. Sintió un cosquilleo en el estómago al oír el débil gemido de Jasper.

Su mano se movía arriba y abajo, descubriendo el sentimiento de tener su falo entre sus manos. Le encantaba ver cómo él elevaba las caderas en respuesta a su contacto.

—Ya no más —dijo Jasper mientras se incorporaba de lado y la besaba. Él le dio la vuelta y se inclinó sobre ella hasta que su espalda se quedó contra el pecho de él.

—Me gustaba tocarte.

Él presionó los labios sobre su cuello y gimió. Aquella vibración sobre su piel era como estar en el cielo.

—Lo sé —dijo él con la voz pesada—. Pero yo también quiero tocarte.

Tal y como la había acomodado, Alice no pudo deshacerse de él, pero antes de que ella pudiera quejarse, llegó con la mano hasta su sexo y separó los labios. Entonces introdujo un dedo en lo más profundo de su ser.

—Mmm... Creo que me gusta esta postura. Te tengo justo donde quiero tenerte.

Ella se mordió el labio mientras su miembro se introducía en ella desde atrás. Su otra mano había encontrado sus senos y ahora jugueteaba con un pezón entre sus dedos.

—Jasper —susurró ella. El deseo que sentía en su interior era tan grande que no pudo añadir ninguna otra palabra.

Como si él supiera justo lo que ella necesitaba, le levantó una pierna y dirigió su falo hasta su entrada. Con un solo empuje de sus caderas, ya estaba en su interior. Aquel sentimiento, que él le proporcionaba entrando desde su espalda, era nuevo y excitante.

Alice gimió al sentir el placer que la invadía. Al tomarla Jasper en aquella posición, él podía entrar más profundamente en ella, tocar más de su cuerpo. Y aquello resultaba maravilloso.

Él se tomó su tiempo, moviéndose lentamente dentro y fuera de ella, incrementando su placer con cada empujón, con cada movimiento de sus caderas. Cuando empezó a moverse más rápido, más fuerte, Alice se quedó indefensa, sin poder hacer nada más que sentir cómo llegaba su orgasmo inexorablemente y sin poder evitarlo.

Las primeras oleadas del orgasmo se apoderaron de ella antes de lo previsto. Jasper se agitó tras ella, con su nombre entre los labios mientras su cálida semilla se derramaba en el interior de su cuerpo. El hecho de saber que ambos habían alcanzado el orgasmo a la vez hizo que el placer se prolongara.

Pasaron unos largos minutos antes de que ninguno de los dos pudiera hablar mientras yacían entrelazados. Ella había creído que la primera ocasión que habían hecho el amor había sido portentosa, pero esta segunda había sido extraordinaria.

—Duerme, mi pequeña druida —le susurró al oído.

Alice dejó que sus ojos se cerraran mientras se acurrucaba todavía más contra él. Al abandonarse al sueño se percató de que él seguía en su interior.

 

Isla estaba en pie frente a la entrada, pero no podía ir más adelante. Ya había descendido a las profundidades de la montaña, muy por debajo del Foso y del resto de las mazmorras.

Pero todavía la esperaban muchas más escaleras. Aquellas llevaban solo hacia un lugar, un lugar que ella evitaba visitar hasta que ya era obligatorio hacerlo. Esta era una de esas veces.

Isla vio los dos primeros escalones, luego la oscuridad lo engulló todo. Oscuridad y silencio. Los sonidos que la rodeaban procedían de arriba. Ella oyó los gritos de los torturados, los lamentos de los moribundos y los rugidos de los guerreros.

Pero al fondo de aquellas escaleras todo era diferente.

Ya había superado el punto en el que aún le importaba que Tanya le pudiera imponer un castigo. No había ningún castigo que Tanya pudiera infligir que no hubiera experimentado ya el cuerpo de Isla.

Isla se recogió la falda con una mano y empezó a bajar las escaleras. No se molestó en hacerse con una antorcha. Conocía el camino, pero era más que eso. Si resbalaba y caía por las escaleras, sería justamente por lo mucho que se lo merecía.

Continuó bajando. Todavía quedaban un millar de escalones antes de llegar a su destino. Ella intentaba contarlos en cada ocasión, pero no le resultaba una tarea fácil.

De pronto llegó al final. Isla se detuvo un momento antes de girar a la izquierda para observar la prisión que había al fondo. Como siempre, su corazón se partió en mil pedazos al pensar en el hombre que había encerrado allí, porque aquel hombre estaba preso por su culpa.

Él mostró sus largos y afilados colmillos en cuanto ella se acercó, aunque no podía hacerle ningún daño. No solo estaba encadenado por las muñecas con unas gruesas cadenas que mantenían sus brazos separados a ambos lados del cuerpo, Tanya también había utilizado su magia para evitar que él pudiera dañarse o dañar a los demás.

—Hola, Phelan —dijo Isla.

Él gruñó y tiró de sus cadenas, que repiquetearon contra las piedras.

Hubo un tiempo en que Isla había intentado hablar con él, pero pronto había descubierto que resultaba inútil. Ya no era aquel pequeño niño con el pelo oscuro y unos ojos color castaño. Ante ella había un guerrero que no quería otra cosa que verla morir entre sus manos.

Ella esperaba que algún día él le arrebatase la vida. Era lo mínimo que podía hacer para ayudarlo.

Isla levantó la mano para mostrar el cáliz de oro que había llevado consigo y que había mantenido oculto entre sus faldas. Si verla a ella allí abajo ya hacía que saltara su ira, ver aquel cáliz hizo que se enfureciera casi al borde de la locura.

Tiró tan fuerte de las cadenas que ella temió que llegara a arrancarlas de las paredes, pero ni toda la fuerza del mundo ni toda la magia del mundo podría liberarlo de aquellas cadenas a no ser que Tanya lo quisiera.

—Por favor, Phelan —suplicó Isla—. No hagas esto más difícil de lo que ya es.

Ella dio un paso hacia su brazo extendido y desenvainó la daga que llevaba atada a la cintura. Había algo en la sangre de Phelan que podía curarlo todo. A pesar de que la sangre de la mayoría de los guerreros podía sanar a otros guerreros, la de Phelan podía sanar a cualquiera y a cualquier cosa.

Y Tanya había desarrollado cierta predilección por ella.

Ya era suficientemente horrible mantener a Phelan encadenado en las profundidades de aquella montaña, pero quitarle también la sangre le parecía más que cruel. Tanya sabía lo que sentía Isla al respecto y esa era la razón por la que la enviaba siempre a ella.

—Te mataré un día de estos —dijo Phelan entre dientes.

Isla levantó la daga sobre su muñeca. Como guerrero, tanto su piel como sus ojos eran del más profundo de los dorados. Ella se encontró con sus ojos y asintió con la cabeza.

—Lo sé.

—¿No temes a la muerte?

De hecho, seria una bendición.

—En absoluto.

—Confié en ti.

Isla tragó saliva y bajó la daga. Aquello era lo máximo que Phelan le había dicho desde que ella lo había llevado a la montaña.

Se retrotrajo a aquel lejano día. Tanya ya había empezado a utilizar a la hermana de Isla como vidente. Lavena ayudaba a Tanya a encontrar a guerreros potenciales, que era como habían localizado a Phelan.

Isla había ignorado la orden de Tanya de conducir al niño a la montaña. Ya había perdido a Lavena, pero había pensado equivocadamente que su sobrina estaba a salvo. Entonces fue cuando Tanya le había dado a elegir entre la muerte de Grania o el aprisionamiento de Phelan. De ningún modo estaba Isla dispuesta a ver morir a su querida sobrina, así que había salido a buscar a Phelan.

—¡Confié en ti!

Isla se estremeció ante el grito de Phelan. Abrió la boca para responder cuando un atroz dolor de cabeza sacudió su cuerpo. Isla dejó caer el cáliz y la daga y se cogió la cabeza entre las manos mientras iba a trompicones hacia atrás, hasta chocar contra la pared. Se deslizó hasta el suelo a medida que el dolor crecía y crecía.

Sabía perfectamente lo que era aquel dolor. Lo sabía e intentaba resistirse a él. Porque aquel dolor era Tanya.

—Estás poniendo a prueba mi paciencia, Isla —dijo Tanya en su mente—. No me gusta que me hagan esperar. Necesito esa sangre.

—Se la estoy sacando, tal y como habéis ordenado —consiguió gruñir entre tanto dolor.

La risa de Tanya resonó en su cabeza.

—Sé que has bajado ahí abajo tú sola, así que ni se te ocurra mentirme. Serás castigada cuando regreses. Ahora cumple con tu obligación.

Isla se dobló sobre sí misma hasta que su cabeza tocó el suelo. Se quedó horrorizada al ver que las lágrimas que no habían brotado de sus ojos en cientos de años empezaban a correr por sus mejillas.

Todas aquellas personas por las que tanto había luchado por proteger, Lavena y Grania, las había perdido. Y aunque intentara escapar de Tanya, estaba tan encadenada a ella como Phelan.

—¿Isla?

Ella parpadeó al escuchar la suave voz de Phelan y levantó la cabeza. Él se encontraba en cuclillas, observándola con el ceño fruncido. Ya era malo estar llorando, pero que la vieran llorar era lo peor que le podía suceder.

Isla giró la cabeza y se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano. Se puso en pie sobre sus temblorosas piernas, con el dolor todavía martilleándole la cabeza. Se apoyó con las manos en las rocas para mantener el equilibrio y se giró hacia Phelan. La habitación se movía a su alrededor. Los vestigios del dolor de cabeza durarían días, lo sabía perfectamente.

—Cuéntame lo que acaba de suceder —pidió Phelan.

En algún momento a lo largo de los años aquel inocente niño se había convertido en un hombre, y en un guerrero. Ella se inclinó para recoger el cáliz y la daga, respirando por la boca para evitar las náuseas que aquel simple movimiento le había causado.

—No importa.

—Sí que importa —insistió él. Sus dorados ojos de guerrero la atravesaron—. Has sufrido un gran dolor.

Isla no quería hablar de eso, pero sobre todo, estaba alerta ante el repentino cambio de actitud de Phelan. Un momento antes de que Tanya invadiera su mente, él había querido matarla. Ahora, su tono se había suavizado y ya no gruñía.

Ella se pasó la lengua por los labios secos y tragó saliva.

—¿Puedo acercarme a coger tu sangre?

Phelan suspiró e hizo un gesto con la cabeza. Isla no dudó ni un momento en aproximarse al guerrero y cortarle la muñeca. Una sangre rojo oscuro empezó a brotar del corte y se derramó en el cáliz.

Isla sostuvo el cáliz con cuidado. Una vez, se le cayó por accidente, lo cual significó tener que volver a cortar a Phelan. De ningún modo podía regresar ante Tanya sin el cáliz lleno con la sangre del guerrero.

—Era Tanya, ¿verdad? —preguntó Phelan.

Isla se quedó mirándolo a los ojos.

—¿Por qué quieres saberlo?

—Todo lo que sé es lo que escucho a través de las piedras de esta maldita montaña. Sé que Tanya es más malvada de lo que nadie más puede ser, pero lo que no sé es a quién tiene enjaulado y quién está deseando trabajar con ella.

Su herida había cicatrizado antes de que el cáliz quedara colmado, pero Isla se negó a volver a cortarlo. Ya iba a ser castigada. ¿Qué importaba que el castigo fuera un poco más severo?

Isla apartó a un lado el cáliz y la daga y se quedó mirando a Phelan. Tanya le había dicho que hablara con él, así que eso es lo que haría. Si Isla pudiera quitarle las cadenas o volver atrás en el tiempo y cambiar el pasado...

—Tanya es una druida malvada del clan de los drough. Está acumulando poderes que le permitirán dominar el mundo.

Phelan apretó la mandíbula.

—¿No hay nadie que se enfrente a ella?

Abrió la boca para hablarle de los MacMasen pero aquello le daría esperanza, una esperanza que no podía permitirse.

—Algunos lo intentan, pero es inútil.

—Hay otros... como yo, ¿verdad?

Asintió con la cabeza.

—Ya has visto a algunos que han venido hasta aquí.

—He visto a uno. Su piel es azul marino.

—Ese es James. Haría cualquier cosa por Tanya.

Phelan se encogió de hombros y movió los pies mientras asimilaba sus palabras.

—Los otros guerreros, ¿son como yo?

Isla se reclinó contra la pared de roca y contrajo los hombros.

—De algún modo. Todos los guerreros cambian, igual que tú. Cada uno es de un color diferente debido al dios que albergáis. Los guerreros que no están del lado de Tanya solo dejan libre a su dios cuando se enfrentan a ella. ¿Cómo es posible que no sepas eso después de todos estos años?

—Nunca había preguntado y nadie me había dicho nada.

Si Isla ya se sentía terriblemente mal antes de hablar con Phelan, ahora se sentía mucho peor. Ella se había mantenido a distancia de él de manera intencionada, pues solo verlo hacía que siempre se acordara del día en que él había acudido a ella creyéndola una amiga y había acabado encadenado y mirándola con un odio mortal en los ojos.

—Hay cosas que debes saber —dijo ella—. Cada guerrero tiene un poder diferente, dependiendo del dios que lleve en su interior.

Tan pronto como las palabras salieron de su boca, la oscura y tenebrosa habitación desapareció y ella se vio rodeada de la luz del sol. Estaba en pie, en lo alto de una colina, la hierba, alta, se movía con el viento y el aroma del brezo y el cardo inundó sus sentidos. Levantó la mirada para encontrarse con un cielo azul claro, sin ninguna nube, y un sol que entibiaba su cuerpo.

Sabía que Phelan había hecho aquello de algún modo. No sabía cómo, y lo estaba disfrutando demasiado como para molestarse en preguntar.

—¿Los otros guerreros también pueden hacer esto? —preguntó él.

Ella giró la cabeza y parpadeó. Las cadenas que lo sostenían habían desaparecido. Su piel dorada, sus colmillos y sus garras de guerrero también se habían esfumado. Ella pudo vislumbrar en aquellos ojos castaños que la miraban a la joven que había sido.

El hombre que estaba en pie ante ella, con unos cabellos oscuros que colgaban por sus hombros, era tan atractivo que no podía mirarlo. Su cuerpo era esbelto y bien proporcionado. Podía ver cómo se definían sus músculos en su tronco y, aunque no era tan musculoso como muchos de los guerreros, podía sentir la fuerza que desprendían sus miembros.

—¿Cómo lo haces? —preguntó ella.

—Este —dijo él abriendo los brazos— es mi poder.

Isla cerró los ojos.

—Por favor, para.

—¿Por qué? ¿Acaso prefieres la oscuridad?

Ella prefería la luz del sol, y estar bajo ella, aunque solo fuera por un instante, le hacía echarla de menos más y más.

—Te lo suplico —imploró.

—Abre los ojos, Isla.

Cuando por fin se atrevió a abrirlos, la oscuridad la envolvía de nuevo. Soltó aire temblorosa. Hasta que sus dedos no empezaron a dolerle, no se había dado cuenta de que estaba agarrando con todas sus fuerzas las rocas que tenía a su espalda.

—Así que cada guerrero disfruta de un poder diferente —dijo Phelan—. ¿Cuántos hay?

—Hay muchos. Algunos se han unido a Tanya. Los que se oponen a ella se encuentran presos en las mazmorras.

Phelan sonrió, dejando sus colmillos a la vista.

—Pero no todos están presos, ¿verdad? Hay algunos que han conseguido escapar y esquivar a Tanya y a sus wyrran.

Era cierto, y aunque ella no quería mentirle, no estaba segura de poder confesar la verdad.

—Tu silencio es respuesta suficiente —dijo él—. ¿Por qué sirves a Tanya?

—Porque no tengo otra opción.

—Siempre hay otra opción.

Isla se echó a reír y sacudió la cabeza.

—Ojalá las cosas fueran tan sencillas. Sospecho que pronto empezarás a recibir más visitas. Ve con cuidado, Phelan. Tanya tiene planes para utilizarte en su plan para dominar el mundo.

Ella recogió el cáliz y la daga y se dirigió hacia las escaleras.

—Cuídate tú también —gritó Phelan tras ella.

 

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HAY QUE CALORRRRRRR, JAJAJAJA LES DIJE QUE HABRIA PASION ¿NO? JAJAJA HE CUMPLIDO, JAJJAA, QUE EMOCION NO CREEN ESTOS DOS CAERAN ENAMORADOS EN UN INSTANTE, A PESAR DE LA HORRIBLE SITUACION, LAS COSAS CADA VEZ SE PONEN MAS Y MAS FEAS, JASPER SE ENTREGARA A TANYA QUE HORROR, ESPEREMOS QUE EMMETT Y EDWARD LLEGUEN ANTES DE QUE ESO SUCEDA.

 

GRACIAS GUAPAS LAS VEO MAÑANA BESITOS

Capítulo 47: SIETE Capítulo 49: NUEVE.

 
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