LOS HERMANOS MACMASEN (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 27/08/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 390
Visitas: 103251
Capítulos: 57

"FANFIC TERMINADO"

 

Tres hermanos, tres guerreros, unidos no solo por sangre sino  por una fuerza más poderosa, por culpa de una malvada hechicera, Durante trescientos años, han permanecidos alejados del mundo, ocultando al vengativo dios que llevan prisionero en sus almas, pero muy pronto las cosas cambiaran, una épica guerra entre el bien y el mal se avecina, Edward, Emmett y Jasper deberán luchar no solo contra el mal que los ha asechado toda su vida, sino también contra el amor y la pasión que se encontraran en el camino

Todo el poder, la pasión y la magia de los legendarios guerreros de Escocia atados al juramento de luchar por la victoria en la batalla y en el amor.

 

 

adaptacion de los personajes de crepusculo con el libro "Serie Highlander la espada negra de Donna Grant"

 

 

 

 

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Capítulo 9: OCHO.

BUENO CHICAS AYER NO ACTUALIZA PERO HOY SON DOS CAPITULOS, ESPERO LES AGRADEN.

 

 

Tanya deslizó sus manos por las frías rocas de su hogar en las profundidades de la montaña Cairn Toul. La mayoría de los druidas podían oír la llamada de las plantas y los árboles, pero ella, ella oía a las piedras. Fue la hermosa y salvaje llamada de Cairn Toul la que la llevó a la montaña.

La cueva estaba escondida, pero las piedras le habían dicho cómo encontrar la entrada. Y una vez lo había conseguido, había podido ver la asombrosa gloria de la montaña. Su montaña.

Había pasado los primeros seis meses explorando las profundas cuevas e infinitos túneles, marcándolos para memorizarlos. Tomó la parte alta de la montaña y la transformó en un palacio digno de una reina. La parte media, donde la montaña se abría en una asombrosa caverna, la utilizaba como su gran salón. La parte baja, con todas las cuevas y los túneles, era perfecta para sus mazmorras, que había puesto en funcionamiento rápidamente, con los hermanos MacMasen.

Era una auténtica pena que ya no estuvieran con ella. A pesar de todo el poder que ella tenía con la magia negra y sus guerreros, de algún modo, los MacMasen habían conseguido evitar que volviera a capturarlos. Los hermanos estaban destinados a ser las armas más fuertes y persuasivas de su ejército. Y ella volvería a atraparlos. Era solo cuestión de tiempo.

Dejó las piedras y se dirigió al centro de su dormitorio, donde la esperaba un sillón frente a una pequeña mesa, con un espejo colgado de las piedras. El sillón era uno de sus favoritos, con aquellos brazos entrelazados y aquellos maravillosos motivos celtas tallados en la madera.

Tanya se colocó los blancos cabellos encima de un hombro y se sentó. Solo entonces dejó que su cabello suelto le cayera por la espalda y toIsabella el suelo. Su pelo era su bien más preciado. Hubo un tiempo en que había sido de un espléndido color dorado, pero cada vez que había jugueteado con la magia negra, el color se había ido apagando, hasta que lo único que le quedaba eran unos cabellos tan blancos como la nieve.

Se había acostumbrado a ello. En los ojos le había sucedido lo mismo. Los hombres llegaron a hablar del vivido azul de sus ojos, pero al igual que había pasado con su pelo, ahora solo quedaba un atisbo del azul que una vez tuvieron. Sus ojos asustaban a todos, y ella había descubierto que aquello le gustaba.

Inclinó la cabeza a un lado y se miró en el espejo cuando un wyrran apareció y utilizó sus garras para peinarle el pelo con delicadeza.

—Sí, mi amor —dijo Tanya—. Justo lo que quería.

Había creado a los wyrran por pura necesidad, pero una vez descubrió lo incondicionales que le eran, los utilizó para su beneficio. Ellos eran sus niños. Por lo menos hasta que tuviera a todos los guerreros bajo control.

Aquello la devolvió a los MacMasen. Si llegaran siquiera a sospechar la verdad, su inestable dominio se desvanecería. Era solo el miedo a lo que ella pudiera hacer lo que mantenía a los MacMasen bajo control.

Ella era una drough poderosa. Había sido quien había liberado a los dioses, ¿no era cierto? Pero todavía quedaba mucho poder que poseer. Siempre había más poder.

Aquella chiquilla inocente de los MacBlack la ayudaría a conseguir ese poder, y una vez Tanya lo tuviera, los MacMasen no podrían resistirse a su encanto. Ellos y el resto de los guerreros serían suyos y estarían bajo su control. Para siempre.

El wyrran la miraba detenidamente por encima de su hombro, sus redondos ojos amarillos le hicieron un guiño. Lanzó un gruñido, avisán­dola de que algo se acercaba.

—Ya lo he oído, mi amor —le susurró al wyrran—. Déjanos solos.

Alguien llamó con fuerza a la puerta y luego se oyó un amortiguado:

—¿Señora?

—Pasa —dijo.

Ella miró a través del gran espejo ovalado y vio a un guerrero, su piel color azul cobalto lo señalaba como el portador de Amaren, el dios de la angustia.

—Raley —dijo ella, y levantó su rostro hacia el guerrero.

Ella dirigió la mirada hacia detrás del guerrero, pero no pudo ver ni a Caladh, con su piel color ceniza, ni tampoco la forma de ninguna muchacha. El enfado cubrió el rostro de Tanya, pero se controló.

—¿Vienes con las manos vacías?

Raley bajó la cabeza un instante, sumiso.

—Sí, señora.

—¿Cómo puede una chiquilla en enaguas escapar de una docena de wyrran y dos guerreros?

Ella mantenía la voz serena mientras utilizaba la magia para recurrir a su arma.

Las puntas de su cabello acariciaron sus tobillos al levantarse, se elevaron y volaron hacia Raley para cogerlo por los testículos.

—Tenía ayuda.

La voz de Raley temblaba. Con las manos cogía el pelo de Tanya para intentar detener el estrangulamiento.

Tanya levantó una ceja.

—¿Ayuda? ¿Quién se atrevería a interponerse en mi camino y ayudarla?

—Los MacMasen.

La sorpresa y la excitación le cubrieron el rostro. Relajó el estrangu­lamiento de los testículos de Raley y utilizó su pelo para acariciarle el pene. Tal y como ella esperaba, su miembro se endureció y se alargó bajo sus pantalones.

—¿Los MacMasen? —repitió ella—. ¿Estás seguro?

Él asintió con la cabeza y se lamió los labios, sus manos ahora acariciaban el pelo de Tanya.

—Sí. Me enfrenté a Jasper, luego a Edward. También vi a Emmett. No hay lugar a dudas, señora. Eran los hermanos.

—¿En la aldea?

—En el castillo.

Tanya se rió. De todos los sitios en los que podían estar, estaban allí. Cuando lograron escapar de su montaña, ella había enviado wyrran al castillo MacMasen para atrapar de nuevo a los hermanos, porque ¿dónde podría ir un hombre de las Highlands si no era de vuelta a su clan? Sin embargo, los hermanos no habían vuelto directamente a su castillo y consiguieron seguir frustrando sus planes. Y se habían enfrentado a ella. No era un buen presagio que los MacMasen tuvieran a su pequeña hembra. Tanya necesitaba a Isabella más de lo que estaba dispuesta a admitir.

Raley seguía acariciándole el pelo, ahora con más fuerza. Ella le echó un vistazo y observó el bulto que se marcaba entre sus piernas. Había pasado cierto tiempo desde la última vez que se había llevado a un guerrero a la cama, aunque solo había un guerrero al que realmente quería, solo había un guerrero que le daría los hijos que necesitaba para gobernar su reino. Hasta que lo tuviera de vuelta y de nuevo bajo su control, desahogaría sus deseos como pudiera.

—Quítate la ropa, Raley.

Él obedeció sin preguntas. Tanya lo soltó y él se quedó de pie frente a ella dejando al descubierto toda su gloriosa piel azul cobalto. Su pelo se enroscó alrededor de su pene y lo oyó gemir.

—¿Defendían a Isabella los hermanos MacMasen?

Raley tenía los ojos cerrados, su respiración se había acelerado.

—Sí, señora. Caladh olió su magia en las mazmorras y fue a por ella.

—¿Y lo dejaste solo?

—Es un guerrero. Al contrario que los MacMasen, él aceptó a su dios y todos los poderes que venían con él. Es más fuerte que ellos.

No si los hermanos luchaban unidos como uno solo, pero ella no se lo dijo a Raley. Esperaría un día para que Caladh regresara con Isabella, si es que había conseguido escapar de los MacMasen.

—Necesito a mi ejército, Raley —dijo mientras se acercaba a él y deslizaba sus manos por el musculoso torso del guerrero.

Él abrió los ojos y asintió.

—Lo sé.

—¿Dirigirás tú mi ejército en mi nombre? ¿Me traerás a Isabella y a los hermanos MacMasen?

—Sí.

Ella sonrió y le cogió los testículos, haciéndolos rodar en sus manos. Rozó su erección con el dorso de la mano.

—Se te ha puesto duro.

—Os deseo, señora.

—¿De verdad?

—Sí.

Ella retrocedió con los brazos abiertos a los lados y el pelo colgando hasta el suelo.

—Entonces, tómame.

Raley cogió el cuello de su vestido negro con las manos y de un tirón se lo arrancó del cuerpo. Ella sonrió cuando él la levantó del suelo y se dirigió hacia la cama, al otro lado de la habitación.

El deseo hizo que se le hincharan los pechos y que los pezones se le endurecieran a la vez que su sexo se humedecía. Habían pasado años desde la última vez que había compartido su cama con Raley. Había olvidado lo brusco que podía ser, pero estaba deseando volver a sentirlo.

Ella tiró contra la cama. Tanya rió y abrió los brazos mientras él se dejaba caer sobre ella.

—Nada de juegos preliminares, Raley. Te necesito. Ahora.

Él dirigió la punta de su pene hacia su entrada y la penetró. Ella gimió y cerró los ojos mientras se imaginaba que era su guerrero el que la penetraba en lugar de Raley.

Ya no quedaba mucho. Pronto volvería al lugar al que pertenecía.

 

 

El regreso al castillo se produjo en silencio. Edward sabía que llevar a Isabella a la aldea era un error, pero ella le había dicho que necesitaba verlo. Él había visto la sombra de la culpa en sus ojos cuando ella miraba a los muertos. No, habría sido mejor que ella no hubiera visto lo que quedaba de la aldea.

Emmett revisaba todas las armas buscando las que pudieran servir para armar a Isabella. Edward ya había encontrado una espada para ella, que había afilado en el fuego.

Miró a Isabella, que estaba sentada a su lado, cosiendo un vestido. Ella no había dicho ni una sola palabra desde que regresaran de la aldea. Él era total y dolorosamente consciente de su cercanía. Incluso estando a pocos centímetros como estaban, él sentía cada respiración, cada latido de su corazón.

Edward quería abrazarla, volver a probar sus labios. Su cuerpo se estremeció ante el recuerdo de aquel profundo beso. Cerró los ojos y recordó el modo en que el cuerpo de ella se había mecido contra el suyo, cómo sus uñas habían acariciado su cuero cabelludo y sus dedos se habían enhebrado en sus cabellos.

Pero por encima de todo, él recordaba su pequeño gemido de placer.

Nunca debería haberla besado, nunca debería haberse dejado arrastrar por la tentación de tocarla, pero no había podido evitarlo. Y ahora que ya la había probado, quería más. Necesitaba más. Era en lo único en lo que podía pensar.

En medio de la aldea, con todos los muertos allí tendidos, en lo único en lo que pensaba era en volver a tener el suave cuerpo de Isabella contra el suyo, sus esbeltos brazos rodeando su cuerpo mientras sus dedos reco­rrían cada esquina de su piel.

Edward tomó aire profundamente y se removió en la silla para aliviar la tensión de su miembro. Sus testículos se habían tensado al ver cómo Isabella se lamía los labios y se giraba a mirarlo. Apenas pudo contener un gemido.

Él pensaba que estar poseído por un dios era una tortura, pero aquello no era nada comparado con el hambre que sentía por aquella impresio­nante mujer que estaba a su lado. Con ella en su vida, en su hogar, se encontraba en un infierno completamente diferente. Un infierno que era mucho peor de lo que nunca podría haber imaginado.

Porque nunca antes has querido nada con tanta desesperación.

Era cierto. En su clan había habido mujeres que le habían llamado la atención. Una vez que decidía que quería a una mujer, se dedicaba a seducirla hasta que ella caía rendida en sus brazos. Sin embargo, Isabella era diferente. No era una muchacha cualquiera. Estaba metida en medio de una guerra de poderes mágicos, que enfrentaba a unos guerreros contra otros y con el peor de los seres queriendo atraparla.

En lugar de esconderse en una esquina con las manos en los oídos gritando y negándose a ver la realidad, ella estaba sentada a su lado, cosiendo como si nada en su mundo hubiera cambiado en absoluto.

El problema era que Edward se la podía imaginar en su vida. Podía imaginarse abrazándola por la noche y despertándose a su lado por la mañana. Podía imaginarse sentado a su lado junto al fuego después de la cena y hablando del futuro.

Él estaría dispuesto a estar siempre al lado de Isabella, solícitamente. Si no fuera un monstruo. Tal y como estaban las cosas, él no tenía nada que ofrecerle.

Edward deslizó varias veces la piedra sobre el filo de la espada para afilarla. Puso todos sus sentidos en el arma, ignorando las ansias de su cuerpo y la suave carne de Isabella.

Deslizaba la piedra sobre la espada una y otra vez. Probó el filo contra su piel y el simple roce del arma le produjo una herida sangrante en la punta del dedo.

—Inmortal o no, ve con cuidado.

Levantó la vista y encontró a Isabella mirándolo, con la aguja quieta entre sus dedos.

—No voy a morirme por un simple corte.

Ella bajó las manos hasta su regazo, ya se había tranquilizado.

—¿Quieres decir que no podéis morir de ningún modo?

—No, sí que podemos morir.

—¿Cómo?

—Decapitados.

Los ojos se le abrieron como platos.

—¿Cómo lo sabéis ?

Edward levantó la espada en el aire. Inspeccionó el arma durante un momento y luego cogió un trapo para limpiarla.

—Lo sé porque Tanya nos lo dijo. Estábamos poseídos por la ira y el miedo, pero pude oír esa parte de su discurso.

—¿Dijo algo más?

—Sí.

—¿Y no la escuchasteis?

La voz de Isabella había ido en aumento con cada palabra, su rostro mostraba incredulidad.

Edward intentó ocultar una sonrisa. Creía que ella no vería con buenos ojos que se riera de su indignación.

—Lo intenté. Al menos pude oír esa parte.

—Puede que dijera más cosas importantes.

—Puede que sí. Puede que no. Tranquila, no importa.

Ella frunció el ceño y sus labios se estrecharon mientras giraba la cabeza hacia el fuego.

—¿Qué pasa?

La oscura mirada de Isabella se encontró con la suya.

—¿Cómo supo Tanya dónde estaba?

—Ojalá lo supiera. ¿Crees que alguien de la aldea podría habérselo dicho?

—Es una posibilidad, pero no lo creo. No le he contado a nadie cómo murieron mis padres y nadie sabe de dónde vengo. ¿Cómo podría saber alguien que yo era la persona que estaba buscando Tanya?

—Buena pregunta —dijo Jasper mientras se levantaba—. Una pre­gunta a la que he estado dándole vueltas.

Edward levantó las cejas.

—¿Has encontrado la respuesta?

—No, pero me hace pensar. ¿Cómo supo Tanya de nosotros? ¿Cómo sabía que éramos los que estábamos poseídos por el dios?

Edward cerró fuerte los ojos y maldijo.

—Nos hemos mantenido separados del mundo, pero, al hacerlo, supongo que también nos hemos alejado de las respuestas.

Emmett gruñó y se movió balanceándose de la mesa al fuego, con la botella de vino en la mano.

—Eso son todo estupideces, y lo sabéis. Tanya lo sabe todo gracias a su magia negra.

—Si ese fuera el caso —dijo Edward—, ya nos habría vuelto a atrapar.

Jasper pasó su peso de un pie a otro.

—No creo que sea la magia lo que condujo a Tanya hasta Isabella, aunque sí que creo que la magia tuvo algo que ver.

—Eso no tiene ningún sentido —dijo Isabella, y siguió cosiendo.

Edward estaba de acuerdo con ella.

—Explícate, Jasper.

—Todos sabemos lo poderosa que es Tanya, pero ¿hasta qué punto? ¿Qué pasaría si su magia tuviera límites? Como ha dicho Emmett, si Tanya fuese tan poderosa ya nos habría vuelto a atrapar.

Emmett frunció el ceño.

—¿Estás diciendo que ella no es tan poderosa como nos ha hecho creer que es?

—Exactamente.

Edward sacudió la cabeza.

—Yo vi con mis propios ojos el poder que tiene Tanya. Incluso llevando al dios en nuestro interior no podemos derrotarla. Estoy seguro de que ninguno de vosotros ha olvidado la demostración de poder que nos hizo cuando nos capturó.

Hubo una pausa y Edward supo que sus hermanos estaban reviviendo el momento en que Tanya apeló a la magia negra y a aquella increíble fuerza que la había rodeado. Su poder había ido creciendo en estos trescientos años.

—¿Y el hecho de que haya encontrado ahora a Isabella y no antes se debe a que algo ha cambiado? —preguntó Jasper.

Edward dejó a un lado la espada y cruzó los brazos sobre su pecho. Ahora que Jasper había hablado, no podía evitar preguntarse si su hermano tendría razón.

—Isabella, ¿ha sucedido algo importante últimamente?

Ella levantó una oscura ceja, pero no quitó la mirada de la prenda que estaba cosiendo.

—No, a no ser que consideres importante mi decisión de entregarme a Dios y a las monjas.

Edward se quedó mirándola boquiabierto.

—¿Ibas a convertirte en monja?

—Sí —respondió ella, y se acercó más todavía la tela que estaba cosiendo.

Sin más explicaciones, sin razones. Era una hermosa mujer que, sin lugar a dudas, tendría a los hombres a sus pies.

—¿Por qué?

Ella lanzó un suspiro y levantó la mirada hacia él.

—Por lo que mató a mis padres. Porque en el único lugar donde me sentía segura por las noches era en el convento. No era una MacBlack. No era parte de su clan. Necesitaba pertenecer a algo.

Se le quebró la voz y Edward se dio cuenta de que quería ir hacia ella, abrazarla y cargar con todas sus preocupaciones.

A Edward le costaba respirar. Sus ojos color caoba estaban tan llenos de arrepentimiento, inquietud y resolución que él quiso ser el hombre que pudiera cambiar su vida. Quería que ella se acerIsabella a él cuando se sintiera necesitada. Quería que ella lo quisiera con la misma pasión primitiva que ardía por sus venas.

Se obligó a apartar la mirada antes de hacer algo estúpido como volver a cogerla entre sus brazos. Su sed de ella era tan feroz, tan embriagadora, que tuvo que agarrarse fuertemente a la silla para no ir hacia ella.

Cuando descubrió a Emmett observándolo con una mirada de reconoci­miento, Edward se dio cuenta de que no había podido mantener en secreto su deseo. Estaba prácticamente seguro de que Emmett había visto el beso de aquella mañana.

Edward solo podía imaginar lo que su hermano mayor le diría. Emmett argumentaría que no había lugar para Isabella en sus vidas. Y tendría razón.

Emmett argumentaría que Isabella era mortal y que ellos eran inmortales. De nuevo tendría razón.

Emmett argumentaría que si Edward alguna vez llegaba a perder el control sobre su dios, podría matar a Isabella. De nuevo tendría razón.

Pero a pesar de todos aquellos argumentos, Edward no podía aplacar el hambre que sentía en su interior. Era como un hombre hambriento alrededor de Isabella, y ella era su banquete.

—Todos necesitamos pertenecer a alguna parte —dijo Emmett para romper el silencio—. Todos estamos sorprendidos de que una mujer de tu hermosura eligiera tomar los votos.

Edward se mordió la lengua para evitar zarandear a su hermano por haberle dicho a Isabella que era hermosa. Ella era la belleza personificada, pero el hecho de que Emmett lo hubiera visto y comentado, le hizo pensar a Edward que Emmett podría sentir la misma hambre que lo consumía a él.

Y Edward no estaba dispuesto de ningún modo a compartir a Isabella con nadie, ni siquiera con su hermano.

Emmett entornó los ojos, como si pudiera leer la mente de su hermano.

—Tranquilo hermano —murmuró.

Edward miró a Isabella, pero ella estaba de nuevo mirando su costura. Jasper estaba de pie con el hombro apoyado contra la chimenea y su rostro se retorcía de ira con cada latido de su corazón.

—¡Tiene que haber algo! —le gritó Jasper a Isabella—. No te quedes ahí sentada como si no te preocupara lo más mínimo que una mujer que es más malvada que el propio demonio vaya detrás de ti.

Edward se levantó y se puso entre Jasper y Isabella. Sus uñas se alargaron hasta convertirse en garras y dejó que sus ojos se volvieran negros. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que se habían enfrentado, pero Edward no iba a permitir que Jasper desahogara su ira en Isabella.

Una suave mano le cogió del hombro.

—No pasa nada —dijo Isabella—. Jasper tiene razón.

Edward miró a Jasper para ver si se atrevía a hacer algún movimiento hacia ella.

—¿Es que lo de anoche te hizo recordar lo que se siente al liberar al dios ? —Jasper provocó a Edward—. Si andas buscando pelea, no hace falta que sigas buscando.

Emmett golpeó con fuerza las piedras con la palma de la mano.

—¡Ya basta! —gritó—. Jasper, controla tu ira. Edward, controla... contrólate a ti mismo.

Edward sabía que había estado a punto de decir «sentimientos». Afor­tunadamente, Emmett no había permitido que Isabella se diera cuenta de lo mucho que influía en Edward. Hizo un pequeño gesto de asentimiento.

Cuando Edward se dio la vuelta, Isabella estaba frente a él.

—¿Ha sucedido algo últimamente? —le preguntó.

—He cumplido dieciocho años. —Ella se detuvo y se lamió los labios—. Pero creo que se trata del equinoccio de primavera.

Edward se puso tenso. Primero miró a Emmett, luego a Jasper y descubrió que sus hermanos habían sentido la misma sacudida. ¿Les había ayudado el hecho de esconderse en el castillo, rehuyendo vivir en el mundo y por tanto haciendo que olvidaran todo lo que en él había, a borrar el hecho que su clan fuera destruido en el equinoccio de primavera?

—¿Qué pasa? —preguntó Isabella—. ¿Por qué habéis palidecido los tres de ese modo?

Edward se dejó caer de nuevo sobre la silla.

—Porque el equinoccio de primavera fue el día en que mataron a nuestro clan.

—Aniquilaron —le corrigió Jasper.

Emmett se pasó una mano por el rostro.

—¿Cómo podemos haberlo olvidado?

—No creo que sea simple coincidencia —dijo Edward.

—Tanya debe de utilizar el equinoccio para fortalecer su magia negra. De algún modo, la dirige hacia la gente que busca.

Jasper se alejó del fuego y comenzó a andar.

—¡Mierda! Esto no es nada bueno.

—¿Cuántos sois ahora? —preguntó Isabella—. Dijiste que anoche aquí había dos guerreros. ¿Tiene ella más?

Edward se encogió de hombros.

—Recuerdo que ella nos dijo que nosotros éramos los primeros.

—Ha tenido más de trescientos años —dijo Emmett—. No puedo ni imaginarme el número de guerreros que habrá conseguido reunir.

Jasper resopló con sorna.

—Y van a venir a por nosotros.

Isabella dejó a un lado el vestido que había estado cosiendo.

—Seguro que muchos de ellos se habrán negado a unirse a ella como vosotros tres.

—Es posible —admitió Edward—. Pero no sabría por dónde empezar a buscarlos.

—¿Conocéis a alguna de las familias de los guerreros originales?

—No —respondió Emmett—. Tampoco las conocía Tanya. Era una de las cosas que andaba buscando. Ella esperaba que nosotros hubiéramos podido decirle algunos nombres, pero no pudimos. No sabíamos nada.

Jasper se dirigió a la puerta para salir del gran salón.

—¡Voy a echar un vistazo a los alrededores del castillo! —gritó por encima del hombro.

—No creo que nos ataquen esta noche —dijo Edward—. Supongo que Tanya se tomará un día o dos para reunir sus fuerzas y que vengan a por nosotros. Quiere a Isabella, pero también intentará atraparnos a nosotros tres.

Los oscuros ojos de Isabella se quedaron mirándolo fijamente. 

—¿Qué vamos a hacer hasta entonces?

Él cogió la espada que había encontrado para ella.

—Hasta entonces, aprenderás a blandir una espada.

—¿En un día? —preguntó ahogándose en una carcajada—. Tendré suerte si consigo apuntar a algo.

Edward sonrió.

—Me aseguraré de que seas capaz de mucho más que simplemente apuntar. ¿Lista para empezar tu entrenamiento?

—Deja primero que me cambie de ropa. Jasper se sentirá aliviado de verme sin el vestido de su esposa.

Edward la observó apresurarse a subir las escaleras, con la falda lo suficientemente levantada como para poder vislumbrar su tobillo. Se tragó un gemido cuando sus ojos se posaron sobre sus caderas y sintió un pequeño escalofrío con cada escalón que subía.

—Ve con cuidado —dijo Emmett.

Edward miró a su hermano.

—¿Por qué?

Emmett lo observó con aburrimiento.

—No intentes jugar conmigo, Edward. He visto como la besabas esta mañana.

—Ha sido solo un beso.

Edward esperaba que al decir aquellas palabras en voz alta se hicieran realidad.

—Ha sido más que un beso. He visto el modo en que la miras desde el mismo instante en que la trajiste al castillo. No te olvides de lo que somos. No estamos hechos para mujeres como ella. No estamos hechos para nadie.

Edward no quería creerle, pero sabía que Emmett tenía razón.

—Ella confía en mí. ¿Sabes el tiempo que hace que no me miraba ninguna mujer? ¿El tiempo que hace que no tengo a una mujer entre mis brazos, que no siento su pelo entre mis dedos? ¿Acaso puedes recordar el suave perfume de una mujer, la suave piel de su cuello detrás de la oreja o el modo en que gime cuando llega al orgasmo?

—No —Emmett se mordió el labio—. No recuerdo ninguna de esas cosas y es mejor así. No hace ningún bien a nadie desear algo que no se puede tener.

—Todos queremos algo que no podemos tener, Emmett. El objeto es diferente para cada uno, ya se trate de guerreros o de mortales.

El rostro de Emmett estaba lleno de desánimo y cansancio.

—Es una buena mujer, Edward. Una mortal que morirá mientras nosotros seguimos vivos. No le prometas nada que no puedas darle.

Aquel era el quid de la cuestión. Edward quería prometerle cualquier cosa, quería prometérselo todo. Siempre que ella estuviera a su lado.

 

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MALDITA MUJER, ME DAN GANAS DE AGARRAR A TANYA DE SUS GREÑAS Y TRAPEAR CON ELLA, JAJAJA MALDITA BRUJA, ESPERMOS QUE LOS CHICOS ESTEN PREPARADOS PARA UN NUEVO ATAQUE, OTRA COSA, ME CAEN BIEN EMMETT Y JASPER, PERO ESPERO QUE NO SE QUIERAN ENTROMETER EN LA RELACION DE BELLA Y EDWARD, PORQUE SI LO HACEN ENTONCES SI QUE ME VOY A ENOJAR.

 

BUENO CHICAS UN AVISO, CALAMITOSA, YA TERMINO ASI QUE YA HE PUBLICADO LA SIGUIENTE HISTORIA, SOLO FALTA QUE LA AUTORICEN LES DEJA LA SIPNOSIS PAR AQUE VEAN DE QUE SE TRATA, ESTARA SUPER EMOCIONANTE YA VERAN

"EL CABALLERO NEGRO"

Cuando el Caballero Negro entró en el Castillo de Swan cabalgando sobre su negro caballo de guerra. Vestido de negro de la cabeza a los pies, era todo músculo y firmes tendones marcados por la batalla. Con su negra armadura sin adornos, parecía Elizabethl y siniestro, tan peligroso como su nombre indicaba. Era un hombre conocido por su coraje y fuerza, por sus proezas con las mujeres y por su despiadada habilidad en el combate.

Pero cuando vio a Isabella de Swan, con sus largas trenzas castañas y sus femeninas curvas, apenas pudo contener sus emociones. Fue la traición de ella doce años atrás quien cambió su juvenil caballerosidad y le convirtió en un duro caballero. Fue ella quien le hizo jurar no volver a confiar en una mujer, y usarlas sólo para su placer. Pero ella desataba la pasión en su cuerpo, la bondad en su alma y el amor en su corazón.

 

Capítulo 8: SIETE Capítulo 10: NUEVE.

 
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