LOS HERMANOS MACMASEN (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 27/08/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 390
Visitas: 103290
Capítulos: 57

"FANFIC TERMINADO"

 

Tres hermanos, tres guerreros, unidos no solo por sangre sino  por una fuerza más poderosa, por culpa de una malvada hechicera, Durante trescientos años, han permanecidos alejados del mundo, ocultando al vengativo dios que llevan prisionero en sus almas, pero muy pronto las cosas cambiaran, una épica guerra entre el bien y el mal se avecina, Edward, Emmett y Jasper deberán luchar no solo contra el mal que los ha asechado toda su vida, sino también contra el amor y la pasión que se encontraran en el camino

Todo el poder, la pasión y la magia de los legendarios guerreros de Escocia atados al juramento de luchar por la victoria en la batalla y en el amor.

 

 

adaptacion de los personajes de crepusculo con el libro "Serie Highlander la espada negra de Donna Grant"

 

 

 

 

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Capítulo 38: QUINCE

Emmett esperó a que la puerta se cerrara detrás de Rosalie para abrir los ojos. Creía que lo que habían compartido la noche anterior la mantendría a su lado por la mañana, pero se había equivocado.

Aunque lo deseaba de todo corazón, no la había detenido. Con un suspiro, se levantó y se vistió, pero en vez de dirigirse al gran salón, Emmett se fue a buscar a Sonya.

Él había visto la manera en que ella se había puesto tensa cuando dijeron el nombre de Broc. Había algo en la aparición de Broc y en el rescate de Randall que inquietaba a Emmett.

—Buenos días, hermano —lo saludó Edward.

Emmett se detuvo en el pasillo.

—Buenos días. ¿Cómo está Randall?

—Bien. Rosalie está con él. He llevado a Isabella a la cama. Está agotada.

—Bien —dijo Emmett—. Me alegra saber que se está recuperando. ¿Has visto a Sonya?

—Sí. Está en las almenas. ¿Ocurre algo?

Emmett dudó. Vio la pregunta en los ojos verde mar de su hermano.

—Todavía no lo sé. Reaccionó de una manera extraña cuando se dijo el nombre de Broc.

—Y quieres ver si hay alguna relación —acabó Edward—. Sí, yo también lo haría. ¿Crees que lo conoce?

—Podría ser. Todo es posible. No sabemos nada de Broc, aparte de lo que nos ha contado Alistair.

Edward apoyó un hombro contra la pared y cruzó los brazos sobre su pecho con la mirada pensativa.

—Broc es un misterio. Me gustaría hablar con él.

—Ponte a la cola, hermano.

Edward se rió antes de separar los brazos y apartarse de la pared.

—Luego me lo cuentas todo.

Emmett asintió con la cabeza mientras su hermano se marchaba. La oscuridad que Edward había tenido en sus ojos durante tantos años había desaparecido. Volvía a ser el hombre que Emmett había conocido antes del asesinato de su clan. Ojalá todo pudiera volver a ser como era antes.

Cuando Emmett llegó a las almenas encontró a Sonya, como le había dicho Edward. Estaba de pie de espaldas al mar. Tenía las manos fuertemente agarradas a las piedras. Parecía muy concentrada.

—¿Estás escuchando a los árboles?

Ella volvió la cabeza para mirarlo.

—Apenas los oigo. Estoy demasiado lejos. De vez en cuando oigo alguna palabra, pero no las suficientes para que tengan sentido.

—¿Siempre has vivido en el bosque?

—Desde que tengo memoria.

Emmett siguió mirándola mientras apoyaba un codo en las piedras.

—¿Qué hay de tu familia?

—Mis padres están muertos desde hace muchos años. Todo lo que me queda es una hermana mayor a quien le gusta pasar los días cogiendo flores silvestres.

—¿Naciste con los druidas?

Ella negó con la cabeza.

—No. Lo poco que me contaron los druidas cuando les pregunté fue que nos llevaron con ellos cuando yo apenas caminaba.

—Qué interesante. ¿Qué sabes de Broc?

Al final, ella se giró para mirarle. Su mirada color ámbar era firme cuando encontró los ojos de él.

—¿Qué te hace pensar que sé algo?

—Ayer cuando salió su nombre te estremeciste.

Sonya suspiró y se miró las manos, pero antes él vio un estremecimiento de emoción.

—Mi hermana hablaba de un tal Broc, un hombre que la visitaba de vez en cuando. Muchas veces hablaba de su futuro juntos, pero cuando le preguntaba sobre él, ella no me contaba nada más. Al cabo de un tiempo, dejó de hablar de él.

—¿Crees que es el mismo Broc?

Ella se encogió de hombros y lo miró a la cara.

—Emmett, mi hermana tiene un gran corazón. Es una buena persona, pero el mal que hay en el mundo no le preocupa. Anice cree que puede quedarse en el bosque protegida por la magia y estar a salvo de Tanya y de cualquier perversidad que pueda amenazarla.

—¿Y tú no?

—No —admitió ella en voz baja—. Yo no lo creo. Intenté convencer a los demás druidas para que se marcharan, pero el bosque ha sido su hogar demasiado tiempo. Allí se sienten seguros.

Emmett soltó un suspiro. Le preocupaba lo que acababa de descubrir.

—¿Puedes convencer a los druidas para que vengan aquí?

—Lo dudo. Les hablé de las advertencias que me habían hecho los árboles, pero ellos siguieron empeñados en quedarse en el bosque. Intenté hacer que Anice viniera conmigo, pero me dijo que no podía marcharse. Que yo sepa, Broc es alguien que ella inventó. Ella siempre salía al bosque sola. La veía hablando sola o conversando con personas que no estaban allí.

—Lo siento, Sonya.

Ella hizo una seña ante sus palabras.

—No hay nada que sentir. Yo les advertí.

—Pero seguro que no quieres que Tanya capture a tu hermana.

La mirada de Sonya lo abrasó.

—Por supuesto que no. Pero no puedo obligar a los druidas a que se marchen. Les dije dónde estaba y les rogué que vinieran aquí si ocurría algo.

—Deja que envíe guerreros a buscarles.

—Nunca les encontraréis.

Emmett se puso derecho y refrenó su creciente ira.

—Entonces puedes llevarte un par de guerreros y encontrarles.

—Ojalá pudiera, Emmett, pero no puedo marcharme. Y no es solo porque Randall me necesite. Los árboles me dijeron que tenía que venir aquí y quedarme, que si abandonaba el castillo MacMasen, Tanya me encontraría. Y antes de que pienses que soy una cobarde, tienes que saber que si acabo en las manos de Tanya, ella descubrirá dónde se esconden los druidas que hasta ahora la han eludido.

—Nunca pensaría que eres una cobarde, Sonya. Olvidas que he estado en la montaña de Tanya. He visto lo que puede hacer. Es normal que quieras mantenerte alejada de ella, pero tenemos que hacer que esos druidas vengan aquí antes de que ella los encuentre. Y al final lo hará.

Ella suspiró y asintió.

—Intentaré mandar un mensaje a través de los árboles, si puedo.

Emmett le tocó la mano que aún agarraba las piedras con fuerza.

—Hiciste todo lo que pudiste. Deja que yo y los demás te ayudemos por una vez.

—Gracias. —Sus labios temblaron mientras sonreía.

Emmett la dejó en las almenas y fue al salón. Echó un vistazo a Alistair y a Vladimir, que estaban sentados a la otra mesa revisando el pergamino falso. Emmett se deslizó en su silla al lado de su hermano y soltó un suspiro.

—¿Tan malo es? —Preguntó Edward con la boca llena de comida.

Emmett se alegró de que los demás guerreros no estuvieran en el salón. Todavía estaba asimilando todo lo que Sonya le había contado.

—El grupo de druidas con los que vivía Sonya corren peligro. —Cogió algo de comida y empezó a contarle a Edward todo lo que había averiguado.

Cuando hubo acabado, Edward dio un silbido largo y bajo.

—Espero que pueda mandar el mensaje. No puedo creer que los druidas pensaran que estaban seguros en el bosque. Nadie está a salvo de Tanya, ni siquiera aquí, pero con nosotros por lo menos tienen una oportunidad.

Ellos conocen el bosque. Es comprensible que no quisieran abandonar un lugar mágico y protegido.

—¿Y Broc? —Preguntó Edward.

Emmett partió otro pedazo de pan y descansó los antebrazos en la mesa.

—Sonya no sabe si es real o no.

—¿Su hermana tiene algún tipo de problema mental?

—Sonya no me lo ha dicho, pero yo creo que podría ser.

Edward vació su copa y la dejó sobre la mesa.

—Entonces supongo que tendremos que esperar a ver qué pasa con Broc.

—Supongo que sí. Esperaba poder averiguar algo sobre él, pero sé menos que ayer.

—Por cierto —añadió Edward, y se acercó a Emmett—, esta mañana he encontrado tu ropa y la de Rosalie en la aldea. La doblé y la dejé en tu habitación.

Emmett maldijo hacia sus adentros. Se había olvidado de la ropa.

—Te lo agradezco.

—¿Habéis aclarado algo?

Emmett negó con la cabeza.

—No sé si alguna vez lo haremos, Edward. Yo le daría todo lo que quisiera, pero cada mañana, cuando sale el sol ella abandona mi cama.

—Dale tiempo. Veo la forma en que te mira, ahí hay algo, Emmett.

Rosalie le acarició la ceja a Randall y deseó en silencio que su primo despertara. Sufría por su brazo y por cómo afectaría a su futuro, pero en su interior sabía que en realidad estaba huyendo de los recuerdos de su noche con Emmett. Aquella mañana se había mirado el cuello en el espejo durante un buen rato, todavía sorprendida al ver la marca de Emmett sobre su cuerpo.

Se llevó la mano al cuello, al mordisco que ahora llevaba tapado con la túnica. Se preguntaba si Emmett se habría enfadado al ver que se había vuelto a marchar aquella mañana. ¿Cómo podía explicarle que quedarse para ver cómo se despertaba era un paso que no podía dar? Todavía no.

Ella sabía que su tiempo con Emmett se estaba agotando. Si no se entregaba a él, lo perdería para siempre. Este se lo había ofrecido todo, y ¿qué había hecho ella? Había mantenido una parte de ella lejos de él, pero además, no había confiado en él y no le había contado la verdad sobre el Pergamino.

Rosalie apoyó la cabeza en sus manos cuando volvió a sentir la amenaza de las lágrimas. Cómo odiaba llorar. Desde que había conocido a Emmett las lágrimas habían sido prácticamente imparables.

Merecía saber la verdad. Toda. Si la odiaba por ello, que así fuera. Como hombre de las Highlands y jefe de un clan, él debería entender el peso de una promesa.

Una vez tomada la decisión de contárselo, levantó la cabeza y se secó los ojos. Tenía que encontrar a Emmett antes de que cambiara de opinión. Podía ayudar a Alistair y a Vladimir con el pergamino para que pudieran engañar perfectamente a Tanya.

Pero cuando se daba la vuelta para marcharse, oyó que alguien susurraba su nombre.

Rosalie se volvió y encontró a Randall mirándola con su único ojo bueno. Ella sonrió y le cogió la mano.

—Hola.

—Hola —murmuró él, y se pasó la lengua por los agrietados labios.

Ella cogió la copa de agua y le levantó la cabeza para ayudarlo a beber. Cuando hubo acabado le limpió el agua de la barbilla y le apartó un mechón de pelo rubio de los ojos.

—¿Cómo te encuentras?

Él gruñó.

—Pues... fatal.

—Lo sé, pero te pondrás bien. Estás en el hogar de Emmett.

Randall frunció el ceño, y ella vio como se formaban las preguntas en su cabeza.

—Todavía no, primo —dijo ella—. Tienes que descansar. Tendrás mucho tiempo para hacer preguntas.

—Está bien.

—¿Sientes dolor?

Él asintió mientras cerraba los ojos.

Rosalie le apretó la mano.

—Te traeré algo. Descansa.

Cuando se dio la vuelta, Sonya estaba en la entrada. La druida tenía una expresión de preocupación en sus ojos ámbar, pero, rápidamente, dominó sus rasgos y sonrió.

—¿Se ha despertado? —Preguntó Sonya.

—Sí, y siente dolor.

Sonya fue hasta la cama.

—Le mezclaré unas hierbas en el agua. Le calmarán el dolor y le permitirán descansar.

—Gracias.

La druida la miró.

—No tienes que darme las gracias. Esto es lo que yo hago, el don que me fue concedido. Seguiré utilizando mi magia para acelerar su curación.

Rosalie miró a Randall una vez más.

—Gracias de todas formas. Si alguna vez necesitas lo que sea, Sonya, yo te ayudaré.

—Es bueno que hayas venido aquí. Este es tu sitio —dijo Sonya.

Rosalie dejó que Sonya tratara a su primo y abandonó la cabaña, extrañamente contenta por las palabras de la druida. Miró hacia el castillo, con el fondo azul del cielo. Imaginó que en su antiguo esplendor debió de ser magnífico, con las torres llegando hasta las nubes y el aire lleno del grito de guerra de los MacMasen.

La única evidencia que quedaba de la masacre era la piedra gris estropeada por el fuego y la torre que aún estaba por reconstruir. El castillo ya no albergaba al clan MacMasen, pero si Emmett se salía con la suya, aquella tierra volvería a estar llena de gente.

Los druidas y los guerreros que se atrevían a desafiar a un ser tan maligno como Tanya se reunirían en aquella tierra y se enfrentarían a ella en la mayor batalla de sus vidas.

—¡Rosalie!

Se volvió y encontró a Jacob, a Riley y a Garret sosteniendo en pie un gran poste.

—Te necesitamos —gritó Jacob.

Rosalie miró hacia el castillo. Su confesión a Emmett tendría esperar.

 

 

Broc se armó de valor, como siempre hacía, antes de dejarse engullir por esa montaña. Únicamente se había adentrado en ella diez pasos y ya podía oír los chillidos que se alzaban desde las mazmorras en las entrañas de la tierra. Aquellos gritos lo perseguirían en sus sueños durante toda la eternidad.

Aunque quería llegar pronto a su propia habitación, Broc sabía que primero tenía que ver a Tanya. Habría un castigo para él, estaba seguro. A Tanya no le gustaba que la hicieran esperar.

Tomó las estrechas escaleras que serpenteaban por la montaña. Cuando llegó arriba del todo, giró a la izquierda y recorrió el pasillo.

Había veces que juraría que las piedras estaban vivas, que podían leerle los pensamientos y sentir su odio. Formaba parte del ejército de Tanya desde hacía tanto tiempo que ya tendría que estar acostumbrado, pero sabía que nunca podría acostumbrarse a aquello. La montaña era un lugar infame, un lugar donde la maldad crecía con fuerza y aumentaba con cada día que pasaba.

Les hizo un gesto de asentimiento a los dos guerreros que guardaban la puerta de Tanya. Ellos llamaron y anunciaron su presencia. Broc oyó como ella gritaba algo a través de la gruesa roca de su puerta.

Mientras las puertas dobles se abrían, Broc apartó de su mente todo lo que no fueran los MacMasen. Era un truco que había aprendido hacía tiempo, y que le había salvado la vida en innumerables ocasiones.

Lo primero que hizo fue mirar el lugar donde Tanya todavía mantenía prisionero a James. El guerrero levantó hacia Broc unos ojos llenos de odio e ira.

—¿Dónde has estado? —preguntó Tanya mientras entraba en la habitación.

Broc miró hacia la puerta por la que acababa de entrar ella. Alcanzó a ver su cama y los pies de un hombre. Sabía sin ninguna duda que se trataba de Jasper. ¿Estaba él allí porque quería estar o Tanya lo tenía encadenado a su cama? Broc suspiró para sus adentros. Ahora no podría volver a hablar con Jasper.

Las blancas cejas de Tanya se levantaron.

—¿Y bien?

—Después del ataque me quedé atrás para ver qué hacían Emmett y los demás —mintió.

Las puntas del cabello blanco de Tanya se movieron y se levantaron del suelo. Él ya había sentido el escozor de su cabello antes y había visto cómo ella estrangulaba a bastante gente como para saber que cuando decidía utilizarlo no era una buena señal.

—¿Le dijiste a Emmett todo lo que te dije?

Broc inclinó la cabeza hacia delante.

—Por supuesto, mi señora. Cada palabra. —Y alguna más, pero eso ella no necesitaba saberlo.

—¿Y Rosalie? ¿La has visto?

—Sí. Está viva.

Tanya dejó que su mirada lo recorriera lentamente.

—Me has sido leal durante mucho tiempo, Broc. Nunca he cuestionado tu lealtad, pero no vuelvas a llegar tarde o serás castigado.

Con la bilis que le subía por la garganta, siguió con su engaño.

—Mis disculpas, mi señora. He pensado que querríais saber que están reconstruyendo la aldea.

Los ojos sin color de Tanya se estrecharon.

—¿Ah sí? Interesante, Broc. Muy interesante. —Empezó a volver hacia la habitación, despidiéndole, pero entonces se detuvo—. Dunmore ha traído un grupo de druidas. Ayuda a los demás con el interrogatorio.

El corazón de Broc retumbaba en su pecho y el sudor empapó su frente. ¿Más druidas? ¿Cómo los ha encontrado? ¿Y cuánto tardará en descubrir a Anice y a sus druidas?

—Como deseéis.

Ella se detuvo y, sin decir una palabra, las piedras que retenían a James lo soltaron. El guerrero verde pálido cayó al suelo y se frotó los brazos y las piernas por donde lo habían sujetado las cadenas de piedra. Le hizo una reverencia a Tanya y luego salió de sus aposentos.

Cuando Tanya desapareció en su habitación, Broc se dio la vuelta y salió de la estancia con un rostro inexpresivo. Lo último que quería ver era cómo torturaban y mataban a los druidas, pero no tenía elección.

Broc salió por la esquina de la puerta y se encontró con Isla. La druida era pequeña, apenas le llegaba al pecho, tenía el cabello negro como el azabache y unos ojos color azul hielo que parecían ver el interior de un hombre.

Él no entendía por qué Tanya no había matado a Isla, igual que a los demás druidas. Isla no hablaba casi nunca y en su cara nunca se adivinaba ninguna emoción. Sus ojos estaban tan muertos como el corazón de Broc.

—Isla —murmuró Broc cuando empezó a pasar a su lado.

—¿Los has visto? —fue su única respuesta.

Él se detuvo mientras sus suaves palabras llenaban el pasillo.

—¿A quién?

—A los MacMasen.

—Sí. Tanya tenía un mensaje para ellos.

—Vendrán a por su hermano guerrero y la batalla será sangrienta. Muchos morirán.

Sus palabras susurradas resonaron en su cabeza mucho después de que ella se marchara.

Hasta la tarde Rosalie no pudo escabullirse para hablar con Emmett. Había estado todo el día pensando en lo que le diría y en cómo lo haría.

No quería ver la ira y el dolor en sus ojos, pero ya no podía esconder la verdad durante más tiempo. Lo que tenía con Emmett era especial, tan especial que estaba dispuesta a romper su promesa.

Había tardado demasiado en darse cuenta de lo mucho que le necesitaba, o quizás lo había sabido siempre, pero había estado demasiado asustada para admitirlo. A pesar de todo, ella arreglaría el daño que le había hecho y rezaría por que aún le importara lo suficiente como para escucharla. Le confiaría su mayor secreto. Sería la cosa más difícil que habría hecho nunca, pero sentía que era lo que tenía que hacer.

No le sorprendió encontrar a Emmett en la playa. Estaba de pie sobre un afloramiento de rocas mirando hacia el mar. Las olas rompían a su alrededor, salpicándolo ligeramente, pero él no se movía.

Parecía una estatua, allí apoyado en las rocas, un guapo y peligroso hombre de las Highlands a quien ella amaba con todo su corazón.

Aquel amor era como si alguien la hubiera elevado hasta las nubes y estuviera volando. De repente, se le presentaban algunas posibilidades con las que jamás había siquiera soñado. Y todo gracias a Emmett y al amor que le había dado.

Se quedó observándole un buen rato, cautivada por su estampa. Ni en sus mejores sueños había imaginado que podría encontrar a un hombre tan honesto, sensato y bueno como Emmett. Era un hombre que se merecía a una gran mujer. Rosalie no era esa mujer, pero tampoco podía dejarlo marchar.

Si él la quería, sería suya.

De repente, él volvió la cabeza y la miró por encima del hombro. Sus ojos verdes ardían en los de ella.

Rosalie salió del camino y anduvo hacia él. Se desplazó fácilmente por las rocas con sus pantalones y sus botas, y cuando levantó la mirada, Emmett estaba a su lado, con sus largos y oscuros cabellos ondeando en la brisa.

Le tendió la mano y ella no dudó en cogerla. Sus cálidos y fuertes dedos se cerraron alrededor de la muñeca de Rosalie y la condujeron hacia el acantilado, lejos del mar.

—Me sorprende verte aquí —reconoció él.

Rosalie soltó un suspiro tembloroso. Nunca había estado tan asustada como lo estaba en aquel momento.

—Necesito hablar contigo. —Se calló, ahora que lo tenía delante no estaba tan segura—. ¿Qué haces aquí?

—Vengo aquí a pensar —confesó él mientras su mirada volvía a dirigirse hacia el mar—. Mi padre solía traernos a mis hermanos y a mí aquí a pescar. Hablábamos de tonterías y de cosas importantes. El mar siempre me ha dado mucha paz.

Ella admiró su perfil y tragó saliva.

—Ya lo veo. Este es tu sitio, Emmett.

Él volvió la mirada hacia ella.

—¿Y el tuyo, Rosalie? ¿Dónde está tu sitio?

—En ninguna parte. Y en todas partes. No tengo un hogar.

—Podrías tener uno. Aquí. Conmigo.

El corazón se le agitó con aquellas palabras. Incapaz de mirarlo a los ojos, bajó la mirada al suelo y le soltó la mano.

—Tengo que decirte algo. No te va a gustar.

—Dímelo igualmente.

Ella cerró los ojos con fuerza y se quitó el anillo del dedo.

—Este anillo me lo dieron el día en que la diosa fue desatada en mí. Ha estado en mi familia desde que aparecieron los primeros guerreros.

Él no dijo nada y Rosalie levantó la mirada. El rostro de Emmett estaba impasible y tenía la mirada fija en su cara.

—Aquella noche prometí que bajo ningún concepto hablaría del anillo, ni de por qué lo llevaba. Durante cientos de años nunca me lo he quitado. Hasta ahora.

Ella le tendió el anillo y esperó a que él lo cogiera. Emmett lo cogió entre los dedos y se lo acercó a la cara para inspeccionarlo.

—¿Ves el punto negro que hay dentro de la piedra?

Emmett asintió.

—Sí.

Las manos de Rosalie temblaban mientras las levantaba por encima del anillo. Susurró las palabras que le había enseñado Robena, unas palabras que creyó que jamás utilizaría. Hubo un destello de luz y entonces el Pergamino estaba en sus manos.

Ella se limpió una lágrima que le había caído hasta la mejilla y le tendió el Pergamino a Emmett.

—Debería habértelo dicho. Confiaste en mí.

Él no cogió el Pergamino como ella esperaba. En lugar de eso, le tendió el anillo.

—Guarda el Pergamino, Rosalie.

—¿No quieres verlo? —Era lo que él había estado buscando para liberar a su hermano. No entendía por qué no quería mirarlo—. Lo necesitarás para liberar a Jasper.

—He sabido lo que era el anillo, y lo que había en su interior, desde el día en que te traje aquí.

Rosalie se tambaleó hacia atrás, aquellas palabras fueron como un puñetazo en el estómago. Sus manos apretaron el anillo y el Pergamino.

—¿Qué?

—Sonya reconoció el anillo. Me lo dijo ella.

Rosalie devolvió el Pergamino a la piedra antes de meter el dedo dentro de la dorada joya. No sabía qué decir, su mente aún se estaba recuperando. Él lo sabía. ¡Lo sabía!

—Ya veo. Nunca me preguntaste.

—La decisión de contármelo era tuya. No podía forzarte a que lo hicieras, igual que no puedo hacer que te quedes en mi cama a la salida del sol.

—Eso no es justo, Emmett. —Había ido a entregarle el corazón y se había enterado de que sabía lo que le escondía. Él igualmente le había abierto los brazos, igual la había marcado como suya. Debería de haberla odiado.

Él resopló y se pasó la mano por el pelo.

—La vida no es justa. Yo he vivido solo trescientos años y la mayoría de esos años están borrosos por culpa del vino. No había vivido de verdad hasta que no llegaste tú. ¿Puedes entender cuánto te quiero?

—Lo entiendo. Por eso he venido a contarte lo del anillo. Yo también quiero estar contigo, Emmett.

—No, no quieres.

Dijo las palabras tan bajo que, durante un momento, ella no estuvo segura de haberlas oído bien.

—Sí que quiero.

Él negó con la cabeza. Sus ojos estaban tan llenos de tristeza que hicieron que a ella le doliera el pecho.

—Me quieres cuando me necesitas, pero el resto del tiempo no valgo la pena. No te culpo. No valgo la pena. Todavía no. Has estado tanto tiempo sola que mantienes a todo el mundo a distancia y yo... bueno, yo soy un borracho que todavía está luchando contra la llamada del vino. Y tengo muchas cosas que arreglar en mi vida.

Sus palabras escocieron más de lo que ella podría admitir.

—Crees que me conoces, pero no es así.

—Te conozco mejor de lo que crees. Dices que me quieres, pero ¿cuánto, Rosalie? ¿Cuánto deseas estar conmigo? ¿Serás mi esposa para que podamos pasar el resto de nuestras vidas juntos? ¿O te basta con que comparta mi cama contigo todas las noches?

Toda la vida con Emmett. La idea hizo que un estremecimiento le recorriera las venas, pero una vez desapareció el placer, no pudo evitar sentir miedo por que algún día pudiera quedarse otra vez sola.

—¿Por qué lo que tenemos ahora no puede ser suficiente?

Él dio un paso hacia ella, su cara estaba llena de dolor.

—Porque yo quiero más. Necesito más.

Sus sueños de pasar tiempo con Emmett se derrumbaron a su alrededor.

—Lo siento. No puedo darte lo que necesitas. —Ella empezó a volver hacia el castillo deseando poder estar un rato a solas para llorar por el amor que había encontrado... y perdido.

—Sí que puedes —gritó él detrás de ella—. ¡Solo estás asustada!

Ella se dio la vuelta hacia él.

—Tú no sabes nada.

—Oh, sí que lo sé, Rosalie Hale. —Él corrió hacia ella. Tenía los labios cerrados formando una línea recta y apretaba la mandíbula. La ira sustituyó al dolor e hizo que su cara adoptara una expresión dura—. Tienes miedo de estar sola, temes que pueda haber alguien en quien puedas confiar. Tienes pánico a poner tu corazón y tu alma en mis manos por miedo a que te abandone.

Las piernas de Rosalie amenazaron con derrumbarse. Cada palabra fue como una bofetada y lo peor era que eran ciertas. Se dio la vuelta y echó a correr, ignorando a Emmett, que gritaba su nombre. Rosalie no se detuvo hasta que vio que estaba en una torre. Se acurrucó en el suelo de la pequeña habitación y dejó que le brotaran las lágrimas.

Ya no quería contener la miseria y la soledad que había ignorado durante todo aquel tiempo. Emmett había liberado su desesperación de un zarpazo y esa desesperación la miraba fijamente, exigiéndole que la admitiera.

Pero no podía.

 

 

Emmett se maldijo por ser tan idiota. No tendría que haberle dicho esas cosas a Rosalie. Sabía que tenía que tratarla con cuidado, pero su temperamento lo había traicionado cuando ella le había dicho que no podía darle lo que él necesitaba.

Observó cómo se alejaba corriendo, y el corazón se le rompió en mil pedazos. Sabía que la había perdido para siempre. El dolor que sentía era peor que el que sintió cuando perdió a su familia y a su clan.

Emmett cayó de rodillas por el peso de aquel dolor. Echó la cabeza hacia atrás y abrió los brazos mientras dejaba brotar toda su angustia con un grito.

Pero ni siquiera eso lo ayudó.

Dejó caer la cabeza contra su pecho y se tapó la cara con las manos. Todo lo que intentaba arreglar acababa empeorándolo siempre. Mira lo que le pasó a Jasper. Y ahora Rosalie. No podría liderarse a sí mismo, y mucho menos a un ejército de guerreros, si no era capaz de ganarse a Rosalie. La ira lo invadió con velocidad. Su piel centelleó con el cambio, pero no intentó detenerlo. Ahora no había manera de pararlo.

Y puede que nunca más.

—¿Emmett?

Se puso de rodillas de un salto cuando oyó que Edward decía su nombre, pero no miró a su hermano.

—Déjame.

—Ni hablar. —Edward siguió acercándose a él—. ¿Qué ha pasado? He visto cómo Rosalie corría hacia el castillo.

Emmett echó la cabeza hacia atrás y se rió. Aquella risa sonó totalmente vacía incluso a sus propios oídos.

—La he perdido, si es que alguna vez la he llegado a tener.

—Cuéntamelo —le pidió Edward mientras se colocaba delante de él.

Emmett negó con la cabeza.

—Ahora necesito estar solo.

—Te necesitamos.

—No —bramó Emmett. Le dio la espalda a su hermano—. No me necesitáis. Tú puedes liderar a esos hombres, Edward.

—No, Emmett. Por favor, no te marches. Ya he perdido a Jasper. No puedo perderte a ti también.

Emmett miró hacia los acantilados que tenía delante. Ya le había fallado muchas veces a Edward. No lo volvería a hacer, aunque cada fibra de su cuerpo deseaba desaparecer y no volver jamás.

—Volveré, Edward.

Empezó a subir los acantilados, no quería oír la respuesta de su hermano. Su corazón latía con fuerza mientras saltaba de acantilado en acantilado y luego corría por las onduladas colinas. No descansó ni se detuvo hasta que los pies no pudieron llevarlo más lejos.

Emmett cayó al suelo y rodó quedándose boca arriba. La rápida respiración le quemaba los pulmones. Utilizó el brazo para protegerse los ojos del sol, que se estaba poniendo, y observó el azul intenso del cielo.

Ojalá supiera qué había hecho mal con Rosalie. Quería volver a tenerla entre sus brazos, quería sostener su cuerpo sudoroso y oler su delicioso aroma a lirios.

Pero la había perdido.

Se apretó la base de las manos contra los ojos, intentando borrar de su cabeza la imagen del precioso rostro de Rosalie. Pero Emmett sabía que ni siquiera la muerte podría eliminarla.

Ella era una parte de él, igual que lo era su dios. Ahora y siempre.

Cuando Rosalie despertó, el cielo estaba gris. Se frotó los ojos, irritados e hinchados por las lágrimas, pero no le importaba. Ya nada importaba.

Se puso en pie y se acercó a la ventana. No había llorado tanto desde que asesinaron a su padre y se había quedado realmente sola por primera vez en la vida.

Las horas habían pasado mientras ella había estado hundida en su miseria. Tenía que haber relevado a Isabella para cuidar a Randall, pero había olvidado su promesa con los lamentos de su corazón.

Solo con pensar en Emmett, una nueva ola de dolor inundaba su pecho. No sabía cómo podría continuar con aquella angustia un día tras otro. No sabía sí podría hacerlo. La pena que había sentido con el asesinato de su padre no era nada comparado con el dolor que tenía ahora en su interior. Ese dolor nunca lo podría calmar y nunca la abandonaría. El tiempo podría atenuarlo, pero todo lo que tendría que hacer sería mirar a Emmett para ver lo que habría podido ser.

No puedo quedarme aquí. Pero no puedo marcharme. ¿Qué voy a hacer?

Rosalie parpadeó, volvía a tener la vista borrosa a causa de las lágrimas. Tendría que enfrentarse a cada cosa en su momento. Ahora se concentraría en Randall. Él la necesitaba. Salió corriendo de la torre. Estuvo tentada de usar sus poderes para que nadie la viera, pero ya había sido una cobarde durante demasiado tiempo. Se había dado cuenta gracias a Emmett.

Cuando bajó las escaleras hasta el gran salón, vio a Alistair y a Vladimir todavía inclinados sobre el trozo de pergamino falso. Sin pensárselo dos veces, Rosalie extrajo el Pergamino del anillo y se acercó a los hombres.

—Toma. —Le tendió el Pergamino a Alistair—. Esto os ayudará.

Los ojos grises de Alistair se entrecerraron mientras pasaba la mirada de la mano de Rosalie a su cara.

—¿Qué es eso?

—El Pergamino. Yo soy su guardiana. Confío en que lo protegerás con tu vida.

Vladimir juró entre dientes y Rosalie volvió a sentir la amenaza de las lágrimas.

—Lo siento, debí habéroslo contado, pero prometí que nunca hablaría de ello a nadie.

Alistair cogió el Pergamino y lo sostuvo entre las manos con reverencia.

—No tienes que disculparte, Rosalie. Puedes confiar en nosotros.

—Aseguraos de que nuestro pergamino falso sea lo bastante auténtico como para engañar a Tanya. Necesitamos que vuelva Jasper. Emmett lo necesita.

—No lo perderemos de vista —prometió Vladimir—. Tienes nuestra palabra.

Ella parpadeó para detener las constantes lágrimas y se apresuró a salir del castillo. Todos sus instintos le decían que no debía confiar en Alistair ni en Vladimir, pero tenía que aprender a hacerlo.

Cuando llegó a la cabaña en la que estaba Randall, ya se había secado las lágrimas y había controlado sus emociones.

Rosalie abrió la puerta y encontró a Isabella sentada al lado de la cama de Randall con la labor en el regazo. La druida levantó la mirada y sonrió. Su sonrisa desapareció cuando contempló el sombrío semblante que mostraba Rosalie.

—¿Va todo bien? —Le preguntó Isabella mientras se ponía en pie.

Rosalie forzó una sonrisa que no sentía. Isabella siempre había sido muy amable y ella no pretendía cargarla con problemas que no eran suyos.

—Todo está como tiene que estar. Ahora me quedaré yo con mi primo.

Isabella la miró durante un momento tenso antes de recoger la labor. Cuando abrió la puerta se detuvo.

—Si alguna vez necesitas hablar con alguien, Rosalie, estaré aquí.

Las odiosas lágrimas hacían que le picaran los ojos. Rosalie no quería hablar, pero de repente las palabras salieron de su boca.

—Hace mucho tiempo que no tengo una amiga. Gracias, Isabella.

—Soy yo quien debe darte las gracias. Has ayudado a Emmett de una manera que Edward y yo no podíamos ni soñar. No sé qué pasó entre tú y Emmett en Edimburgo, pero cuando volvió era un hombre diferente. Edward dice que es el hombre que era antes de que se desatara su dios.

Rosalie se hundió en la silla, con el aliento atrapado en la garganta. ¿Había ayudado a Emmett? No lo creía. Emmett habría vuelto a ser ese hombre sin ella.

—Ojalá pudiera aceptar ese mérito, pero Emmett siempre ha sido ese hombre. Solo necesitaba ver que podía hacerlo. Es un líder natural.

—Te importa mucho, ¿verdad?

—Me temo que es mucho más que eso.

Isabella cerró la puerta y fue corriendo hasta ella. Se arrodilló y le cogió las manos a Rosalie.

—¿Lo quieres?

—Sí, y creo que lo he perdido.

Isabella sonrió con dulzura, sus ojos marrón oscuro se habían llenado de auténtico calor.

—Los hermanos MacMasen son poco comunes, de acuerdo, pero son hombres buenos. A Emmett le importas, eso es obvio. No viste su mirada cuando llegó aquí contigo en brazos. Creía que habías muerto. Estaba enloquecido, Rosalie. Nunca había visto tal desolación.

—¿De verdad?

—Se quedó contigo durante todo el tiempo mientras Sonya te curaba. Su mano no soltó la tuya.

Rosalie miró al techo, deseando que Isabella estuviera diciendo la verdad.

—No estaba allí cuando desperté. Creí...

—Voy a decirte algo, una cosa que Emmett no quiere que sepas. Si Edward se entera de que te lo he dicho se enfadará mucho conmigo.

—¿Qué es? —Rosalie tenía que saberlo ya—. No se lo diré.

Isabella se puso en pie y soltó un suspiro.

—¿Recuerdas que te dijimos que necesitabas sangre?

—Sí.

—Emmett fue quien te la dio. No permitió que Edward ni ninguno de los otros guerreros te dieran su sangre. Quería que en tus venas solo corriera la suya.

La compostura de Rosalie se desmoronó. La imagen de Isabella nadaba con las lágrimas que llenaban sus ojos y la agonía por lo que había perdido.

—He sido una idiota. ¿Por qué no me lo dijo?

Isabella alargó una mano y pasó un dedo por la blanca piedra de la mano de Rosalie.

—Por esto. Le hirió mucho que no se lo contaras.

—Se lo he contado hoy. No tenía ni idea de que él ya lo sabía, pero había hecho una promesa, Isabella.

—Él lo entendió.

Rosalie expiró.

—No puedo perderle ahora que lo acabo de encontrar.

—Conozco a los MacMasen y sé que siempre recapacitan. Dale un poco de tiempo.

Rosalie se puso en pie y envolvió a Isabella en sus brazos.

—Gracias. Muchas gracias. No sabía lo sola que estaba hasta que Emmett me trajo a este castillo y me dio una familia.

—Aquí nunca estarás sola, Rosalie. —Isabella dio un paso atrás y le limpió a Rosalie las lágrimas de las mejillas—. Pase lo que pase, yo siempre seré tu amiga y hermana.

Rosalie sonrió mientras Isabella se marchaba, pero aún se sentía como si le hubieran arrancado el corazón del pecho. Alargó el brazo y le cogió la mano a Randall, necesitaba su fuerza. Deseaba poder curarlo como había hecho Sonya, pero lo único que podía hacer era quedarse allí sentada y rezar.

Observó el brazo que tenía roto y se le había desencajado. Randall le había hecho creer que era tan fuerte como ella, pero debió haberlo visto. Nunca debió haber permitido que se relacionara con ella.

—No lo hagas.

La mirada de Rosalie se dirigió a la cara de Randall y encontró sus ojos azules mirándola.

—Ya puedes abrir los dos ojos —concedió ella con una sonrisa.

—No lo hagas.

—Que no haga ¿qué?

—No pienses que esto me ha pasado por tu culpa.

Ella suspiró y dejó de fingir. Randall siempre llegaba al corazón de todo. Era lo que le hacía ser el hombre que era.

—Has estado a punto de morir porque te vieron ayudándome.

—Porque quería hacerlo.

Ella le apartó el pelo de la frente, agradecida por que no tuviera fiebre.

—Estoy ansiosa por contártelo todo. Aquí hay druidas, Randall. Una de ellas te ha curado. Es increíble y maravillosa.

La sombra de una sonrisa levantó los extremos de sus labios.

—Sí que lo es.

—Y guerreros. Además de Emmett y su hermano Edward, hay otros cinco guerreros más, incluido Garret.

—Así que lo consiguió.

Ella asintió.

—Sí. Todos han venido a verte. ¿Todavía te duele?

—Solamente un poco. Pero es soportable. Dime, ¿estás enamorada de Emmett?

—Así que estabas despierto.

—Sí.

Ella se apoyó contra el respaldo de la silla y dejó las manos sobre su regazo.

—No quiero estarlo, pero parece que Emmett ha capturado mi corazón.

—Es perfecto para ti, Rosalie.

Ella sonrió a pesar del dolor que aún sentía en el pecho.

—¿Ah sí?

—No podrías tener a un hombre mejor a tu lado.

Rosalie estaba completamente de acuerdo. Estaba a punto de preguntarle sobre el ataque que había sufrido cuando él cerró los ojos. Con una sonrisa irónica, dejó que volviera a dormirse. Ya tendrían tiempo de sobra para hablar; por el momento, él necesitaba ponerse bien.

No tendría que estar tan sorprendida por lo rápido que se había recuperado. Lo que Sonya e Isabella habían hecho era, desde luego, mágico. No había otra explicación.

En cuanto al brazo de Randall, Rosalie solo podía esperar lo mejor.

Se acomodó en la silla y echó la cabeza hacia atrás. Sus ojos se cerraron mientras dejaba que su mente vagara hasta Emmett y el afecto que le había dado libremente. Pensó en el futuro, pensó de verdad en él, e imaginó a Emmett a su lado.

Con él habría felicidad y un amor con el que no podía ni soñar. Pero primero, antes de tener ese futuro, tendrían que encargarse de Tanya.

Sin embargo, Edward e Isabella lo estaban haciendo. No había ninguna razón por la que ella y Emmett no pudieran.

 

Emmett se despertó sobresaltado. Algo se había movido cerca de él, algo que no formaba parte de la naturaleza. Se quedó completamente quieto en la oscuridad y escuchó. No tenía ni idea de dónde estaba, y estaba tan furioso que no se había fijado en el entorno que lo rodeaba mientras se había dedicado a deambular.

Su padre estaría avergonzado de él. Pero había tenido que hacer algo para controlar su furia, si no lo hubiera hecho, lo habría llevado por un camino del que quizás nunca hubiera podido regresar. Incluso ahora, cuando pensaba en Rosalie y en cómo la había perdido, la ira corría por su pecho y amenazaba con volver a salir.

Abrió un ojo y a su derecha vio las ramas de un árbol balanceándose Intentó recordar la dirección hacia la que había corrido. Había corrido hacia el norte, lejos del castillo. Pero ¿cómo de lejos?

Se tensó cuando oyó que una ramita se rompía en el silencio. Los sonidos habituales de la noche no estaban allí, solo una quietud misteriosa y poco natural.

Y entonces lo supo.

Wyrran.

Emmett abrió más los ojos para poder ver mejor. Su magnífico oído pudo captar un sonido muy leve que le advirtió que los wyrran estaban cerca. Demasiado cerca.

Emmett rodó sobre su costado y se puso de pie de un salto en un movimiento muy suave. Saltó detrás del árbol más cercano justo cuando vio al primer wyrran corriendo por el bosque. Empezó a oír los chasquidos y los pequeños chillidos típicos de las criaturas. Había docenas de ellos, además de guerreros. Emmett tenía que avisar a los demás, pues sabía que iban a atacar el castillo.

La piel le hormigueó cuando desató a su dios. Se pasó la lengua por los colmillos y hundió las garras en la corteza del árbol. De ninguna manera permitiría que los wyrran capturaran a Rosalie o hicieran daño a nadie del castillo.

Un guerrero andaba mientras los demás corrían al lado de los wyrran. Emmett mantuvo la mirada en el guerrero alado cuando se paró a su lado. Emmett se puso en guardia, esperando a que lo atacara.

Broc volvió la cabeza y sus ojos se encontraron con los suyos. Emmett esperaba que el guerrero alertara a los demás. Pero Broc no hizo nada. Al cabo de un momento, saltó hacia arriba y batió sus alas.

¡Mierda!

Emmett ya no sabía qué pensar. No entendía por qué Broc no había alertado de su presencia a los demás guerreros. Tanya tendría a otro hermano MacMasen y Edward se habría quedado solo. Pero Emmett no tenía tiempo para pensar sobre aquello.

Centró todos sus pensamientos en el gran salón, reuniendo todo su poder. Cuando volvió a respirar ya estaba en el castillo, de pie al lado de una de las mesas.

—¡Caramba, Emmett! —Exclamó Vladimir mientras daba un salto sobre su silla—. ¿Qué ocurre?

—Se aproximan muchos wyrran. Reúne a los demás y preparaos. ¿Dónde está Edward?

—Aquí—intervino su hermano mientras saltaba desde el piso de arriba hasta el gran salón—. ¿Cuántos?

—Demasiados. Coge a las mujeres e id a las mazmorras. Protege a las druidas, hermano.

Edward asintió ligeramente.

—¿Y tú?

—Yo intentaré ganar un poco de tiempo para que os podáis esconder.

Vladimir se colocó a su lado.

—Iré contigo.

Isabella bajó las escaleras corriendo, con el rostro blanco del miedo.

—Sonya y Rosalie están en la aldea cuidando a Randall.

Emmett soltó una maldición, dudando entre ir a por Rosalie o ralentizar el ataque.

—Ve —dijo Alistair mientras entraba corriendo por la puerta del castillo con la piel volviéndose de color bronce mientras se iba transformando.

—Yo me encargaré de que Sonya y Randall estén a salvo.

Con una última mirada a su hermano, Emmett puso su mano sobre Vladimir y los transportó a los dos a un trozo de tierra lejos del castillo y de la aldea, pero lo bastante cerca para poder volver si era necesario.

Emmett saltó a una roca que sobresalía de la tierra como el puño de un dios antiguo. Ardía de ira por el ataque de Tanya y por no haber llevado a Randall al castillo antes. Randall y Sonya no podían luchar contra la avalancha del mal que iba hacia ellos.

Y Rosalie.

Cerró los ojos y deseó estar a su lado. Ella era una guerrera, pero estaba acostumbrado a proteger a las mujeres. Ella era su mujer. Él era un hombre de las Highlands, y los hombres de las Highlands siempre protegían a sus mujeres.

—Rosalie —susurró Emmett.

—Estará bien —dijo Vladimir.

Emmett miró al guerrero de piel roja que se había colocado en un afloramiento de rocas a su izquierda. De las puntas de los cuernos de Vladimir y de sus dedos salía humo.

Emmett no fingió no haber entendido a Vladimir.

—Rezo por que tengas razón.

—Alistair y los demás llevarán a Randall y a Sonya al castillo Nosotros pasaremos un buen rato. —Los colmillos de Vladimir brillaron a la luz de la luna cuando sonrió a Emmett.

Emmett asintió. Anhelaba clavarle los colmillos a un wyrran, arrancarle el corazón a un guerrero. Su dios quería sangre y aquella noche él se la daría.

—Ya vienen —murmuró.

Vladimir se agachó, con los brazos extendidos hacia los lados y las garras preparadas para acuchillar. Emmett miró hacia el cielo y vio a Broc planeando sobre ellos. ¿El guerrero alado se dirigía hacia el castillo para intentar capturar a Rosalie?

Emmett no tuvo tiempo para preocuparse por eso, ya que aparecieron los wyrran y los guerreros. Echó la cabeza hacia atrás y liberó un grito de guerra del que cualquier MacMasen habría estado orgulloso. El alarido de rabia de Vladimir aumentó para unirse al suyo.

El primer wyrran saltó al lado de Emmett, que lo levantó por encima de su cabeza y lanzó el pequeño cuerpo amarillo contra las piedras. La cabeza del wyrran se estampó contra una roca y se abrió en dos.

Emmett apenas tuvo tiempo de apartarlo de una patada, ya que dos wyrran más y un guerrero cayeron sobre él. Miró a Vladimir y vio que lanzaba fuego por las manos. Emmett no tenía ni idea de que el guerrero rojo tuviera el poder de lanzar fuego.

El mayor de los MacMasen gruñó cuando un puñetazo aterrizó en su barriga. Estrelló su codo contra un guerrero y luego le rasgó el brazo con la garra. Emmett sonrió antes de darle una patada a un wyrran en la cara.

Un chillido estridente lo inundó todo cuando el wyrran salió volando desde la roca hasta el suelo y fue pisoteado por las otras criaturas.

Emmett contuvo un grito cuando el segundo wyrran le arañó la espalda con las garras. Mientras luchaba contra el dolor, un guerrero se puso de pie delante de él y le cogió los dos brazos para inmovilizárselos contra el cuerpo. Emmett reconoció al guerrero de piel azul de sus ataques previos al castillo.

—No puedes vencernos —dijo James—. Luchar contra lo inevitable es inútil.

Emmett sonrió antes de hundir los colmillos en el cuello del guerrero. La sangre fluyó por su boca y su barbilla. Sintió náuseas por su sabor metálico, pero no lo soltó, a pesar de que el guerrero se sacudió contra él.

Cuando tuvo los brazos libres, Emmett clavó sus garras en los costados de James. Ignoró el dolor que le causaba el wyrran, que seguía arañándole la espalda y las piernas. Estaba concentrado en el guerrero y en matarlo.

De repente, el guerrero de piel azul dio un tirón hacia atrás, con la sangre saliéndole a borbotones de la herida del cuello y de los cinco cortes que tenía a cada costado.

Emmett escupió la sangre y se volvió hacia el wyrran que tenía a la espalda. Lo cogió por la cabeza y, con un movimiento rápido, le partió el cuello. Emmett rugió en la noche. Su dios, Apodatoo, quería más sangre, más muerte.

Cuando miró a su alrededor, Emmett vio que los demás guerreros y los wyrran los estaban ignorando y se dirigían hacia el castillo.

—Emmett, han llegado al castillo —gritó Vladimir.

¡Rosalie!

Emmett saltó a la roca de Vladimir y le cogió su brazo mientras saltaban hasta la aldea.

 

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AAAAAAAAA ENSERIO QUE ES PARA DARLE UN PAR DE TORTASOS A ROSALIE, ESA NIÑA NECESITA UNA BUENA SACUDIDA, GRRRRRRR QUE CORAJE, TODAVIA CON TODO LOQUE A PASADO NO CONFIA, ES OBVIO QUE EMMETT LA AMA, Y TAMBIEN SE NOTA QUE ELLA ESTA MAS QUE CALADITA POR EL JAJAJA,

AAAAAAAA A COMENZADO UN NUEVO ATAQUE Y POR LO QUE SE VE ESTO SE VA A PONER MUY FEO, COLOR DE HORMIGA

GUAPAS, SOLO FALTA UN CAPITULO Y EL EPILOGO DE ESTA PARTE Y ENTONCES DAREMOS COMIENZO A LA TERCERA PARTE AAAAAAAAAAA QUE EMOCION, ESO QUIERE DECIR QUE PARA EL VIERNES, COMENZAREMOS LA PARTE DE JASPER, TRES GRANDES CAPITULOS,

LAS VEO MAÑANA CHICAS BESITOS

Capítulo 37: CATORCE Capítulo 39: DIECISEIS

 
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