LOS HERMANOS MACMASEN (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 27/08/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 390
Visitas: 103294
Capítulos: 57

"FANFIC TERMINADO"

 

Tres hermanos, tres guerreros, unidos no solo por sangre sino  por una fuerza más poderosa, por culpa de una malvada hechicera, Durante trescientos años, han permanecidos alejados del mundo, ocultando al vengativo dios que llevan prisionero en sus almas, pero muy pronto las cosas cambiaran, una épica guerra entre el bien y el mal se avecina, Edward, Emmett y Jasper deberán luchar no solo contra el mal que los ha asechado toda su vida, sino también contra el amor y la pasión que se encontraran en el camino

Todo el poder, la pasión y la magia de los legendarios guerreros de Escocia atados al juramento de luchar por la victoria en la batalla y en el amor.

 

 

adaptacion de los personajes de crepusculo con el libro "Serie Highlander la espada negra de Donna Grant"

 

 

 

 

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Capítulo 3: DOS.

Edward tenía la mirada fija en el fuego de la chimenea, en el gran salón. No necesitaban el calor del fuego, pero a Emmett le gustaba recordar cómo era su vida antes de que todo cambiara.

Las llamas anaranjadas y rojizas devoraban la madera del mismo modo que el dios había devorado a Jasper. Edward se frotó las manos contra la mandíbula y suspiró. Tenía a una mujer. En el castillo. Iba en contra de todas las normas que tenían pero, que Dios le perdonara, no lo lamentaba. A pesar de lo que era, de lo que había en su interior, todavía era un hombre.

—Edward.

Se giró al oír la voz de Emmett.

—Pensaba que ya te habías retirado.

—Todavía no.

Emmett siempre había sido el más serio de los tres, pero, al menos, solía sonreír. En el pasado, en sus ojos verdes había un reflejo de alegría y esperanza. Ahora, en su mirada no había nada más que vacuidad. Cómo deseaba Edward que Emmett hubiera encontrado la cura que andaba buscan­do, pero una vez había descubierto que no se podía cambiar lo que les habían hecho, Emmett había perdido toda esperanza.

—Díselo —gritó Jasper mientras entraba a toda prisa en el salón desde las cocinas.

Edward suspiró y se giró hacia su hermano. Hubo una vez en que el gran salón del castillo de los MacMasen estuvo lleno de gente y de hermosos tapices. Los candelabros iluminaban la habitación y las antiguas armas de sus antecesores adornaban las paredes. Ahora, todo lo que quedaba en el salón era una vieja mesa con dos bancos y tres sillas que había hecho Edward y que estaban colocadas delante de la chimenea.

Al volver al castillo, él y Emmett habían reconstruido el tejado para que no entrara la lluvia. Aquello fue antes de que Emmett se hubiera dado a la bebida. Edward miró detenidamente a su hermano mayor y deseó tener las respuestas para todo.

El rostro de Jasper se oscureció, su piel se volvió negra, el dios en su interior anhelaba salir.

—Díselo.

—Por Dios, Edward, dímelo —dijo Emmett cansado, y se pasó una mano por sus alborotados cabellos castaño oscuro. Su pelo solía tener reflejos dorados cuando pasaba tiempo al aire libre. Ahora era del mismo castaño oscuro que el de su madre, los ojos verdes como los de su padre, pero más oscuros, como los helechos que crecían en el bosque.

Edward soltó un suspiro.

—Dejé salir al dios.

Si había algo que podía aclarar los ojos de Emmett era aquello. Habían aprendido muy pronto que el dios que había en su interior era capaz de cualquier cosa por verse libre, y la ira solo lo hacía más poderoso. Cuando el dios estaba libre no podían controlarse, una de las razones por las que Emmett se había dado a la bebida.

Edward, sin embargo, había querido poder mantener el control, así que se había pasado décadas aprendiendo a dominar a su dios. Resultó ser más complicado de lo que se había imaginado y muchas veces estuvo a punto de abandonarlo todo y dejarse arrastrar a la bebida, como había hecho Emmett. Pero solo el amor a sus hermanos y la necesidad que tenía de hacer bien las cosas hizo que siguiera adelante. El día que descubrió que podía controlar cuándo dejar salir al dios y cuándo no, fue un día glorioso.

Pero no había sido capaz de contárselo a sus hermanos.

Emmett se puso derecho y apartó la botella de vino a un lado.

—¿Que has hecho qué?

—La muchacha estaba a punto de caer al vacío. No tenía opción.

Jasper le dio un puñetazo a la pared que estaba justo a su lado. Cuando apartó la mano, sus uñas se habían alargado hasta convertirse en garras y sus pálidos ojos verdes se habían vuelto negros.

—Tenías una opción. Podías haberla dejado morir. No podemos permitir que nadie sepa que estamos aquí. ¿No es eso lo que me dices noche tras noche?

—Edward —dijo Emmett con voz suave, y sacudiendo la cabeza—, ¿qué has hecho?

—Sigo siendo el hombre que era —dijo Edward en su defensa—. Antes de convertirnos... en lo que somos, no podía dejar morir a nadie, y ahora tampoco pienso hacerlo. Nos hemos sentado aquí, escondiéndonos en esta decrépita ruina que es nuestro hogar, durante más de doscientos años, mientras nos hemos enfrentado a todo guerrero y wyrran que se ha atrevido a acercarse a nosotros. ¿Cuánto tiempo más creéis que podremos seguir luchando? Tuvimos suerte. Pudimos escapar y hemos conseguido mantenernos alejados de ella desde entonces.

Jasper relajó los hombros mientras suspiraba. Sus ojos se volvieron verdes y desaparecieron sus garras.

—Odio admitirlo, pero puede que Edward tenga razón. Yo me niego a volver a aquella prisión, Emmett.

—No —dijo Emmett, y se puso en pie. Se balanceó ligeramente y se apoyó en la mesa para mantener el equilibrio—. Ya os he dicho que no nos encontramos en posición de enfrentarnos a ella. Pero vosotros haced lo que queráis.

Edward odiaba hablar de ella. Tanya había sido la que había ordenado masacrar a su clan. Tanya había sido la que los había encerrado en la montaña Cairn Toul. Tanya había sido la que había liberado al dios de su interior. Tanya, una mujer tan hermosa que podía hacer que los ángeles cantaran, pero con un corazón tan oscuro como el propio Satán.

—Soy un guerrero, Emmett. Tanya nos convirtió en estos monstruos, y aunque sigo negándome a unirme a ella, también me niego a seguir aquí sentado esperando a que ese demonio domine Escocia. Ya sabes que somos más fuertes cuando los tres luchamos juntos. Podríamos hacerle mucho mal a Tanya si tú decidieras unirte a nosotros.

Emmett se encogió de hombros.

—¿Unirme a vosotros ? Hermano, creo que no. Nuestro destino quedó sellado en el mismo instante en el que Tanya lanzó su maleficio.

—Entonces, ¿simplemente abandonas? ¿Lo abandonas todo?

Jasper cambió la mirada, de Emmett a Edward.

—Siempre he odiado lo mucho que me fastidiabas cuando era un crío con hacer las cosas correctas, Emmett, y ahora, el que no las hace eres tú.

Emmett se rascó la barba, que necesitaba un buen afeitado.

—Tampoco es que haya mucho que hacer, hermano. Los dos sabéis, tan bien como yo, que tarde o temprano ella nos atrapará. Simplemente estamos posponiendo lo inevitable.

—Lucharé hasta el final. Me niego a volver a esa montaña —dijo Edward.

Emmett se pasó la mano por el pelo.

—Nada de eso importa ahora. Lo que importa es la chica que hay en tu cama.

La imagen de la muchacha, la cabeza hacia atrás y el pelo oscuro suelto, mientras desnuda se retorcía de placer bajo su cuerpo, pasó como un relámpago por la mente de Edward. Se tragó un suspiro para aliviar la erección que tenía desde el momento en que había aterrizado en sus brazos.

—La llevaré a la aldea esta noche —dijo Jasper.

Edward dio un paso adelante. Una intensa furia se apoderó rápidamente de él. No entendía su necesidad de proteger a la mujer, simplemente tenía que hacerlo. No era solo su sed de tocarla, sino algo mucho más profundo.

—Lleva la magia consigo —confesó.

Al ver que Jasper no retrocedía, Edward sintió como rugía su dios.

—No la tocarás.

Los ojos de Jasper se volvieron negros, incluso el blanco de sus ojos se volvió negro obsidiana. Desde que el dios había sido puesto en libertad, cada vez que salía a la luz, se le volvían negros. Jasper separó los labios para mostrar sus colmillos y dejó crecer sus garras de nuevo.

—Ya basta, Jasper —la voz de Emmett retumbó en el salón—. Os prohíbo que luchéis. Ya lo hicimos lo suficiente en el pasado.

Era una buena señal que fueran capaces de tranquilizarse tan rápida­mente, porque todos arrastraban horribles cicatrices de las luchas que habían mantenido cuando eran incapaces de controlar a la bestia. Mien­tras el resto de Escocia se repartía las tierras de los MacMasen, los hermanos se enfrentaban unos a otros, una y otra vez.

La mirada de Emmett se detuvo en Edward.

—¿Magia? ¿Estás seguro?

—Seguro. No es fuerte, pero está ahí.

—¿Qué piensas hacer con ella?

En realidad, Edward no tenía ni idea. Sabía lo que quería hacer con ella en su cama, pero esa era una opción que no debía, ni podía, tomar.

—No sabe nada de nosotros.

—Sabrá que está en el castillo. Hemos hecho un buen trabajo para mantener a la gente alejada, pero no sé cuánto tiempo podrá durar.

Especialmente si la muchacha le dice a todo el mundo que no hay fantasmas en el castillo.

Edward y Jasper habían creado la idea de los fantasmas y los monstruos para mantener a la gente alejada. Con los alaridos de Jasper y la marca de sus garras en las piedras, había resultado fácil asustarlos a todos.

—Podría llevármela ahora mismo —dijo Edward—. Pero no lo haré. La tormenta todavía no ha pasado y estaba helada. Además, quiero saber de dónde viene esa magia.

Jasper sacudió la cabeza y su masa de cabellos castaño claro se movió con ella acariciando sus hombros.

—Tiene que irse. Ahora.

—¿O qué? —preguntó Edward—. ¿Le harás daño?

—No voy a permitir que pongas en peligro lo que llevamos años construyendo, con o sin magia —gruñó Jasper.

—Edward —dijo Emmett.

Edward ignoró a Emmett y se rió de Jasper.

—No tenemos nada más que un castillo en ruinas.

—Pero es nuestro —dijo Jasper entre dientes—. Ella lo destruirá todo. Me niego a permitirlo.

—No la tocarás.

Edward se puso alerta, dispuesto a dejar libre al dios si había que hacerlo.

—¡Edward!

Giró la cabeza bruscamente hacia Emmett y lo descubrió mirando a su derecha. Edward siguió la mirada de su hermano mayor y encontró a la muchacha de pie en las escaleras. Sus enormes ojos observaban a Edward con una mezcla de terror y desconfianza.

El vestido que Edward había sacado para ella había pertenecido a la mujer de Jasper. Llevaba siglos pasado de moda, pero le sentaba bastante bien. Los ojos de la chica eran redondos y miraban fascinados a Edward, como si tuviera miedo de apartar la mirada. Su rostro todavía estaba pálido, pero sus labios ya no estaban azules.

Edward dio un paso hacia ella. Sabía que tenía que mantener las distancias, pero ella estaba allí por él. A pesar de lo que eran él y sus hermanos, no iban a hacerle ningún daño, y él necesitaba asegurarse de que ella lo supiera.

—¿Cómo se atreve? —dijo Jasper, y empezó a caminar hacia la muchacha.

Antes de poder llegar a ella, Edward cogió a Jasper por la túnica y lo detuvo.

—Déjala en paz.

—¡Se ha puesto el vestido de María!

Edward miró a la joven y se dio cuenta de que había dado un paso atrás en las escaleras, con las manos apoyadas en las piedras de su derecha. Las escaleras no estaban en buenas condiciones. Podría caer y hacerse daño. Al fin y al cabo, ella era mortal.

—Yo le di el vestido —dijo Edward mientras se giraba de nuevo hacia su hermano y lanzaba un gruñido.

Con un último vistazo a la muchacha, Jasper se soltó de las manos de Edward y se alejó. Edward no se dio cuenta de que Jasper no había podido controlar al dios en su interior hasta que miró a Emmett y vio su rostro pálido y cauteloso. La bestia se había hecho visible.

¡Mierda!

¿Cómo se podía explicar lo inexplicable?

Edward tragó saliva y abrió sus manos, dándose cuenta, demasiado tarde, de que sus uñas se habían alargado. ¿Habrían cambiado sus ojos? ¿Su piel? Ella no había empezado a correr gritando, pero su mirada se había clavado en la puerta varias veces.

Él se dirigió lentamente hacia la escalera, evitando asustarla más de lo que ya lo estaba. Por el rabillo del ojo vio a Emmett acercarse a ella.

Tenía los nudillos blancos de aferrarse con tanta fuerza a la pared. Por debajo del vestido se asomó un pie desnudo. Las piedras siempre estaban frías, y con aquel tiempo estarían muy frías. Si no iba con cuidado, caería enferma.

Edward la miró de arriba abajo, aquel vestido acentuaba sus grandes pechos y su estrecha cintura. Su cuello era esbelto, hermoso. Mechones de pelo húmedo se le pegaban al rostro. Él deseaba haberle soltado el pelo. Le encantaría verlo caer suelto sobre sus hombros y pasar sus manos por entre el espeso cabello.

—Me caí—dijo ella de repente. Su voz era suave, casi un susurro en la tormenta que seguía aullando a su alrededor. Su mirada se posó en Emmett antes de volver a Edward.

Edward tendría que pensar rápido. Se había desmayado, así que no se había dado cuenta de lo que había sucedido.

—Te cogí, ¿no lo recuerdas?

Ella frunció el ceño y sacudió la cabeza. Sus oscuros ojos lo miraban atentamente, sin aceptar la mentira.

—No. Me resbalé de tus manos. Me caí.

—Y yo te cogí —dijo Emmett—. Te vimos desde el castillo y nos apresuramos a ayudarte. Yo descendí por el acantilado por si Edward no era capaz de sostenerte.

Edward pudo ver en su mirada que ella quería creerles, pero la duda estaba instalada en sus maravillosos ojos color caoba. Especialmente después de haber visto la transformación de Jasper.

—Soy Edward —dijo. Antes podía cautivar a cualquiera, pero habían pasado muchos años desde la última vez que lo intentó—. Este es mi hermano mayor, Emmett.

Emmett le lanzó una mirada fugaz a Edward. No se le había ocurrido que podrían haber dado nombres falsos. La historia de lo que les había sucedido todavía seguía viva. Se había convertido en una leyenda que parecía que iba a perdurar para siempre.

—¿Edward? —repitió ella—. ¿Emmett?

Edward pudo ver como trabajaba su mente y se iba dando cuenta de que no solo había gente en un castillo que se suponía que estaba vacío, sino que además tenían los mismos nombres que en la leyenda.

Edward maldijo para sus adentros. No era habitual en él ser tan poco cuidadoso. Con Emmett siempre ebrio y Jasper incapaz de controlar su ira, habían dejado a Edward al cuidado de todo. Nunca les había fallado.

Hasta ahora.

Él hizo un gesto hacia la silla que había junto al fuego.

—Acércate. Así entrarás en calor.

Al ver que ella no se movía, se apartó de las escaleras para dejarle paso.

—No tienes nada que temer de nosotros.

—¿Y quién me ha quitado la ropa?

Edward apartó la mirada, pero no sin antes ver como Emmett levantaba una ceja.

—Estabas empapada. No quería que cogieras un resfriado.

Ella se estremeció ante sus palabras, y de nuevo él le hizo un gesto hacia el fuego. Los truenos rugían en el exterior, sacudiendo los cimientos del castillo. El trueno la impulsó a bajar las escaleras y acercarse al crepitante fuego.

Con la espalda contra las llamas, observó a los hermanos. Se mantenía alerta, como un animal acorralado esperando un ataque.

—¿Me tenéis encerrada aquí?

Emmett puso los ojos en blanco y buscó la botella de vino con la mirada mientras volvía a sentarse a la mesa, murmurando algo que sonó como «estos jóvenes...».

Edward negó con la cabeza.

—Te hubiera llevado a la aldea, pero con esta tormenta pensé que sería mejor protegerte del tiempo.

—¿Entonces ya puedo marcharme?

A Edward le costó un gran esfuerzo no gritarle que no se fuera. Por el contrario, se frotó las manos a su espalda y asintió.

—Si quieres enfrentarte a este tiempo.

—Tu acento es... diferente.

Tenía la cabeza inclinada hacia un lado, la trenza le caía por el hombro hasta rozar su pecho.

Él se olvidó de respirar mientras su pene se erguía. Se imaginó cogiendo sus pechos, jugueteando con sus pezones hasta ponerlos duros como piedras. Luego, envolviéndolos con sus labios, sorbiéndolos hasta oírla gritar su nombre.

—¿... no es cierto, Edward?

Él sacudió la cabeza y se giró y vio a Emmett observándolo. Había tenido la mente tan ocupada con pensamientos hacia aquella muchacha que no había oído ni una palabra de lo que su hermano había dicho.

Emmett dejó salir un suspiro.

—Comida.

—Ah, sí, comida.

Edward se dirigió airado hacia las cocinas antes de que acabara haciendo el idiota delante de todos.

¿Quién se hubiera imaginado que una muchacha con pelo castaño y ojos color caoba pudiera hacerle hervir la sangre y poner todo su cuerpo erecto solo con una mirada?

 

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OHHHH, QUE EMOCION, AQUI COMIENZA OTRA AVENTURA, LLENA DE INTRIGAS, MISTERIOS, SUSPENSO, MAGIA, AMOR, PASION,

 

GRACIAS A TODAS POR SU APOYO, POR LEER ESTAS HISOTRIAS Y POR IMPULSARME A SEGUIR.

BESITOS GUAPAS

Capítulo 2: UNO "EL BESO DEL DEMONIO" Capítulo 4: TRES

 
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