LOS HERMANOS MACMASEN (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 27/08/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 390
Visitas: 103238
Capítulos: 57

"FANFIC TERMINADO"

 

Tres hermanos, tres guerreros, unidos no solo por sangre sino  por una fuerza más poderosa, por culpa de una malvada hechicera, Durante trescientos años, han permanecidos alejados del mundo, ocultando al vengativo dios que llevan prisionero en sus almas, pero muy pronto las cosas cambiaran, una épica guerra entre el bien y el mal se avecina, Edward, Emmett y Jasper deberán luchar no solo contra el mal que los ha asechado toda su vida, sino también contra el amor y la pasión que se encontraran en el camino

Todo el poder, la pasión y la magia de los legendarios guerreros de Escocia atados al juramento de luchar por la victoria en la batalla y en el amor.

 

 

adaptacion de los personajes de crepusculo con el libro "Serie Highlander la espada negra de Donna Grant"

 

 

 

 

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Capítulo 5: CUATRO

Edward volvió corriendo al gran salón, con la sangre latiendo en sus venas. Habían pasado ya meses desde la última vez que había luchado, y se dio cuenta de que lo estaba deseando. Apodatoo, el dios que había en él, clamaba por ser liberado, y así imponer su venganza sobre los que se atrevieran a atacar el castillo.

Y Edward le liberó.

Los dientes de Edward se alargaron y sus uñas crecieron hasta conver­tirse en unas garras afiladas y negras capaces de decapitar a un hombre de un zarpazo. Su piel hormigueó al volverse de color ébano. Tras sufrir la conversión cuando estaba en la montaña de Tanya aprendió que cada dios tiene poderes distintos y que cuando un guerrero deja salir a su dios, el guerrero pasa a tener el color de ese dios.

Edward, Emmett y Jasper se volvían de color negro.

Cuando Edward llegó al gran salón, Jasper y Emmett tenían las manos ocupadas. Los hermanos habían visto los monstruos tan diversos en los que los hombres se convertían cuando había un dios en su interior.

Una criatura de color amarillo pálido se lanzó sobre Edward. Él levantó la mano para clavar sus garras en ella y le arrancó la cabeza con la otra.

Con un movimiento brusco, arrojó el cadáver del monstruo y se preparó para el siguiente ataque. Hizo una mueca. Eran wyrran. Criatu­ras creadas por la magia negra de Tanya.

Una y otra vez los wyrran se acercaban a ellos. Eran más pequeños de lo que Edward recordaba. No tenían ni un solo pelo, sus bocas estaban tan llenas de dientes que no podían cerrar los labios. Los wyrran bufaban, chillaban y gritaban, pero no rugían, como hizo Jasper, como hacían los guerreros.

—Vais... a... ¡morir! —gritó Emmett mientras el filo de su espada separaba la cabeza de un wyrran de su cuerpo.

Edward miró a su hermano, asombrado de que ni siquiera entonces Emmett hubiese cedido ante el dios y siguiese sin transformarse. Aunque no tuvo mucho tiempo para pensar en ello, pues cuatro wyrran se abalanzaron sobre él desde las paredes.

Le arañaron y le dieron un mordisco. Edward se quitó de encima al que le mordía el hombro. Luego, decapitó a otro con un golpe de mano. Y después, lanzó al que tenía en la pierna de una patada hacia Jasper, que lo partió en dos.

Edward intentó alcanzar el wyrran que colgaba de su espalda. Tenía las garras hundidas en su cintura y en su hombro. Podía sentir que la sangre brotaba de su cuerpo, y el dolor se aliviaba con la furia que sentía en su interior.

Agarró a la criatura por la parte de atrás del cuello y la hizo volar sobre su cabeza. El wyrran cayó de espaldas con un alarido, con los dientes apretados. Edward se arrodilló junto a él, clavó sus garras en el pecho de la criatura y le arrancó el corazón.

—Odio estas malditas cosas —dijo Emmett mientras se acercaba a Edward.

Edward lanzó a un lado el corazón. Se levantó y advirtió la sangre de su hermano.

—Yo también.

—Parece que Tanya quiere batalla.

Edward suspiró al mirar los cuerpos sin vida de los wyrran. Para Tanya eran mascotas que usaba para perseguir a quien ella quisiera.

—¿Están todos muertos?

—Eso creo —contestó Emmett—. ¿Dónde está Jasper?

Edward se encogió de hombros.

—Estaba justo ahí.

Entonces oyeron un alarido, el alarido de rabia de Jasper. Edward apuntó con su garra hacia Emmett.

—Quédate ahí por si vienen más.

Emmett asintió, y Edward subió las escaleras a grandes zancadas y se apresuró a buscar a Jasper. Siguió los alaridos y los bramidos hasta la parte más alta de la torre, donde Jasper luchaba contra un monstruo alto y delgado. Edward subió para acercarse más a ellos; el viento y la lluvia le dificultaban la visión. Hasta que un rayo cruzó el cielo y pudo ver la piel azul cobalto del guerrero.

—Mierda —murmuró Edward al recordar que Jasper ya había luchado contra uno de ellos.

Jasper era fuerte, pero su adversario se movía tan deprisa que Jasper no podía mantener el ritmo. En un abrir y cerrar de ojos, la bestia tenía a Jasper agarrado por la espalda, con la cabeza colgando a un lado de la torre. Un largo brazo azul cobalto se alzó, y sus garras fueron a parar a la garganta de Jasper.

Eran inmortales, aunque podían morir si les cortaban la cabeza. Edward ya había fallado a sus hermanos una vez al llevar a Isabella al castillo. No les defraudaría de nuevo.

Saltó y aterrizó junto al guerrero. Le dio un revés y siguió al guerrero mientras este caía por el lateral de la torre. Oyó a Jasper gritar su nombre, pero Edward no podía parar. Ahora no.

El guerrero aterrizó sobre sus pies cerca del acantilado momentos antes de que Edward cayese a su lado.

—No piensas morir, ¿no? —provocó Edward al guerrero.

Los labios azules se contrajeron en una sonrisa.

—Mi señora está cansada de vuestros juegos. Quiere que volváis a su montaña.

A Edward se le heló la sangre.

—Tanya puede querer lo que sea, pero no iremos a ninguna parte.

El guerrero se encogió de hombros.

—Aunque os quiera, MacMasen, ¿creéis que sois a los únicos a los que quiere?

Caminaban en círculos, esperando el momento de atacar.

—¿Así que vinisteis por eso? —Edward no podía imaginar otra razón por la que Tanya habría enviado a parte de su ejército al castillo.

El guerrero echó la cabeza hacia atrás y se rió.

—No tienes ni idea, ¿verdad?

—Explícamelo.

—Ah, Edward —dijo—. Nosotros solo somos hombres lo bastante afortunados como para tener poderes como ningún otro. ¿Por qué negar lo que está en nuestra sangre? Dadle al dios que tenéis dentro lo que quiere.

—Y volvernos como tú, ¿no? ¿Rendirnos ante Tanya y su necesidad de dominación? A pesar del demonio que hay en mí, lucho en el bando del bien.

—¿De verdad crees que tenéis elección? Los druidas crean cosas que no es posible deshacer. Escondeos en vuestro castillo tanto como podáis, pero os lo advierto, no seré el último de nosotros que veréis.

Edward se abalanzó sobre él, pero el guerrero desapareció en medio de la noche. Edward quiso seguirle, pero el grito de Jasper desde las almenas le hizo volver enseguida.

—Deprisa —dijo Jasper antes de saltar al suelo y correr hacia el castillo.

Edward pasó corriendo bajo la garita, junto a la muralla y entró en el castillo. Encontró el gran salón vacío. ¿Dónde estaba Emmett?

—¿Qué es eso? —El pecho de Jasper subía y bajaba rápidamente mientras la lluvia caía por su negra piel—. He oído a Emmett.

Edward escuchó atentamente. Tardó un momento, pero finalmente oyó la voz de Emmett.

—Mierda, está bajo el castillo. Donde escondí a Isabella.

 

 

Isabella se cubrió las orejas con las manos, pero nada amortiguó los sonidos que procedían de arriba. Chillidos inhumanos, gritos espeluznantes. Le recordó mucho a la noche en que murieron sus padres, una noche que se esforzaba a diario por olvidar.

Intentó tararear, hacer cualquier cosa que amortiguase los ruidos. Por lo menos tenía la luz de la antorcha. No habría estado tan tranquila si hubiese estado oscuro. No soportaba la oscuridad.

Le empezaron a cosquillear los dedos, y sintió la necesidad de tocar algo. Puso las manos sobre el sucio suelo al tiempo que otro estruendo hizo que retumbara el castillo.

Tan pronto como había empezado la batalla en el castillo, terminó. Apoyó la cabeza contra la pared que tenía detrás y fijó la vista en el suelo, esperando en silencio a que Edward fuese a por ella.

Se oyó un ligero chirrido en la puerta que parecían garras. Se puso de pie, dando por supuesto que eran Edward o sus hermanos. Hasta que las bisagras de la puerta crujieron.

Dio un paso atrás y corrió hacia la pared, con la mirada fija en la puerta y en el polvo y la suciedad que se desprendían cada vez que esta recibía una sacudida.

—Sé que estás ahí. Puedo oleros a ti y a tu magia —dijo una voz grave y ronca al otro lado de la puerta.

Miró alrededor de la pequeña habitación. ¿Magia? ¿De qué estaba hablando? Ella no tenía magia. Y tampoco había ningún sitio por donde escapar, ningún sitio en donde esconderse. La única cosa que la separaba de lo que fuera que estuviese al otro lado era una puerta de madera de siglos de antigüedad. ¿Cuánto más podría aguantar?

En cuanto ese pensamiento cruzó su cabeza, la puerta crujió. Una risa malévola resonó en la habitación al tiempo que el hombre doblaba sus esfuerzos por apartar la puerta.

La madera se astilló con un gran crujido. Isabella se apretó contra la pared con el corazón desbocado. Gritó al ver una mano de color ceniza aparecer por el agujero de la puerta.

Las garras del monstruo arañaron la madera, formando cinco largos agujeros en la puerta. Isabella se arrinconó contra una esquina mientras un sudor frío le recorría la piel. De un empujón, la puerta se partió en dos. Al ver aparecer por el hueco un rostro del mismo color ceniza, gritó de nuevo.

Por entre el pelo rubio de la cabeza del monstruo sobresalían unos gruesos cuernos. El monstruo rió, dejando ver sus colmillos entre los labios. Sus ojos, del mismo color que la piel, la repasaron de arriba abajo mientras reía.

—Menuda recompensa conseguiré por ser el único en encontrarte.

Arrancó lo que quedaba de puerta de las bisagras y se dispuso a poner un pie en la habitación.

Apenas tenía un pie dentro cuando la punta de una espada le atravesó el estómago. El corazón de Isabella se paralizó cuando la criatura bajó la mirada hacia el filo que sobresalía de su abdomen. Un instante después, alguien sacó a la bestia de la habitación de un tirón, haciendo que sus garras rasgasen la piedra.

Isabella miró a Emmett, con la túnica cubierta de sangre.

—¿Estás bien? —preguntó Emmett.

Ella asintió.

—Le mantendré ocupado. Sal y ve a buscar a Edward.

Emmett se adentró en la oscuridad del pasillo. Los gruñidos lo invadieron todo mientras Emmett y el monstruo luchaban. Isabella se dirigía hacia la puerta de la entrada cuando se detuvo al ver que habían crecido semillas allí donde había puesto las manos. Sin tiempo para pensar en ello, intentó alcanzar la antorcha. Por mucho que lo intentaba, no se soltaba de la sujeción.

Isabella parpadeó para impedir que cayeran las lágrimas que amenazaban con salir. El miedo la paralizó la noche en que sus padres murieron. Si no hacía algo ya, correría la misma suerte que ellos.

Pero no podía ver nada. ¿Cómo podría esquivar al monstruo si no sabía dónde estaba?

—¡Isabella! —gritó Emmett—. Corre. ¡Ahora!

Se levantó las faldas y se abrió camino con los hombros a través de la puerta rota, rezando por no golpearse contra nada. Podía oír a Emmett y al otro hombre, o monstruo, en medio de la esIsabellamuza. Emmett gruñó y algo pesado golpeó la pared.

Isabella intentó esquivarlos pasando deprisa, pero se dio contra algo que la hizo caer. Cayó de bruces y olvidó sus faldas al sacar las manos para amortiguar la caída. Al caer, se dio con la barbilla contra el suelo y se mordió la lengua.

El dolor la invadió y las lágrimas brotaron de sus ojos. El sabor férreo de la sangre le llenó la boca. Intentó ponerse de pie, pero alguien la agarró por el tobillo. La carcajada que resonó a su alrededor hizo que se estremeciera.

—¿Adónde crees que vas?

El monstruo tiró de su tobillo para acercarla hacia él.

Isabella clavó los dedos en el suelo y la suciedad se acumuló bajo sus uñas. Dio una patada hacia atrás con el otro pie y falló. La segunda vez que lo intentó, dio contra algo. Se oyó un gruñido, y después la bestia lanzó una maldición y tiró de su pierna con brutalidad.

Con la respiración entrecortada, empezó a rezar, murmurando las oraciones que las monjas le habían enseñado para aliviar sus mie­dos.

—Nos perteneces —dijo el monstruo—. Tú y el Beso del Demonio.

Las manos de la bestia la agarraron por la cintura, y se la cargó sobre él.

Isabella sabía que si aquella bestia se la llevaba, Edward nunca la encontra­ría. Nunca la encontraría nadie. Eso fue suficiente para ignorar el miedo y arremeter contra el monstruo con las manos y los pies. Le golpeó varias veces, pero no pudo soltarse.

Cuando este empezó a caminar, Isabella supo que su última oportunidad era Emmett, si es que seguía vivo.

—¡Emmett! ¡Emmett, por favor!

Estaba prisionera con los pies colgando en el aire, pero al instante siguiente se encontró en el suelo con un enorme peso sobre ella. Intentó moverse, pero la criatura pesaba demasiado. La inmovilizó en el suelo y se echó a reír junto a su oído.

Entonces oyó que Edward gritaba su nombre en la oscuridad. Ella intentó moverse bajo el peso del monstruo pero solo consiguió que una enorme mano le agarrase el brazo y le clavase las garras en la piel.

—Si quieres que sobrevivan, no te muevas —le susurró la bestia.

Isabella parpadeó y trató de ver en la oscuridad. Todo estaba en silencio. El único sonido que se oía era su propia respiración entrecortada.

—¡Isabella! —gritó Edward—. ¿Estás herida?

La bestia le apretó el brazo.

—No le contestes.

—Él puede ver —susurró ella sin saber si la bestia podía ver o no.

Sintió un movimiento cerca de ella, acercándose a cada latido de su corazón. Isabella apretó los dientes para evitar que repiquetearan de miedo y frío.

La criatura la puso de pie de un tirón, colocándose tras ella y apuntando a su garganta con una de sus garras.

—Atrás, MacMasen. Si no quieres que le corte la garganta, déjame pasar.

—¿Por qué estás aquí? —preguntó Emmett a su izquierda.

Ella agradeció mentalmente que aún estuviese vivo.

La bestia rió con un sonido antinatural. Y diabólico.

—He venido a por el Beso del Demonio. Y a por la chica.

El silencio que siguió le indicó a Isabella que los MacMasen tampoco tenían ni idea de lo que era el Beso del Demonio.

—Tienes dos opciones. O la dejas marchar y luchas contra mí, o mueres ahí mismo.

La voz de Edward sonaba más cerca con cada palabra. La criatura gruñó.

—No me iré sin la chica.

—Entonces morirás.

El monstruo aulló de dolor, pero no la soltó. Isabella cerró los ojos con fuerza, agradecida de que estuviese demasiado oscuro como para ver algo. Los sonidos de espadas hundiéndose en la carne ya eran lo bastante terroríficos.

Por los gritos de la bestia, los tres hermanos debían de estar atacándole con los puños y las armas. Al final, dejó de sujetarla con tanta fuerza y pudo liberarse.

Isabella dio un traspié en la oscuridad, y con una mano se apoyó en la pared para equilibrarse. No sabía hacia qué dirección iba, y ya no le importaba. Tenía que dejar la oscuridad y salir a la luz.

Unos fuertes brazos la agarraron por los hombros, lo suficientemente firmes como para elevarla, pero de forma lo bastante suave como para soltarse si quería.

—Isabella, soy Edward.

Sus piernas flaquearon cuando sus emociones se hubieron calmado. Se había enfrentado a su peor miedo, pero ahora estaba segura. Segura junto a Edward.

Cuando él la subió en brazos y la alejó de los gritos, ella quiso rodear su cuello con los brazos, apoyar la cabeza en su hombro y dejar que él cargase con ella un poco más.

—¿Qué era esa cosa? —preguntó tras unos instantes.

—Más tarde.

Su calor la rodeaba, haciendo desaparecer el frío y el miedo que la habían apresado durante lo que a ella le había parecido una eternidad. Suspiró profunda y calmadamente.

—Pensé que iba a morir.

—Te dije que te protegería.

Su voz dejaba notar cierto disgusto, como si ella tuviese que haberlo sabido.

Isabella se acomodó en su tibieza, sorprendida de que él pudiese ignorar el frío tan fácilmente. Pensaba también en el hombre fuerte y delgado que la apretaba contra él, y en el olor que le producía un torbellino de sensaciones. Sus pechos sintieron cosquillas con el contacto, y tuvo el imperioso deseo de pasar los dedos por sus mechones de color ébano.

Edward empezó a ascender por las escaleras que les llevarían al gran salón. Cada paso les acercaba más a la luz. Cuando no pudo soportar más sus pensamientos, levantó la vista y vio que él la estaba mirando.

Sus ojos se cerraron. Isabella podía ser inocente acerca del comportamien­to de los hombres, pero no había duda del deseo que oscurecía sus ojos. Intentó deshacer el nudo de excitación que sentía en la garganta. Sentía una opresión en el pecho, y el vestido muy ajustado a su piel. Deseó liberarse de su ropa, sentir su piel contra la de él.

Cuando él miró sus labios, Isabella pensó que la besaría. Lo veía en sus ojos, en la forma de su mandíbula. Él la deseaba. Y ella lo deseaba a él.

La confusión la invadió. Se había comprometido a llegar a ser monja, a llenar su vida con Dios y ayudar a los demás. No había lugar en su vida para Edward o la pasión que sentía dentro de ella. ¿No era cierto?

No lo sabía. Cuanto más estaba junto a Edward, más absurda era la idea de tomar el hábito. Había deseado un hogar, una familia. Lo había encontrado en el convento con las hermanas y los niños. Puede que no fuera su lugar, pero ellas la habían acogido.

Tardó un instante en darse cuenta de que Edward ya no subía las escaleras. Estaban una vez más en el salón, mientras la tormenta de fuera aún rugía, como sus emociones.

Edward le soltó las piernas, y su cuerpo se deslizó hasta que los pies tocaron el suelo. Pero ni siquiera las frías piedras hicieron desaparecer el calor que la invadía.

—Isabella.

Un escalofrío la recorrió cuando él susurró su nombre con deseo, con necesidad... con hambre.

Se obligó a apartar la mirada de él antes de que se olvidase del convento y se dejase llevar por el placer que Edward prometía. Entonces vio la sangre y los cuerpos sin vida que yacían en el gran salón. No estaba segura de lo que eran esas cosas de color amarillo pálido, pero estaban muertas.

—Isabella.

Sus dedos agarraron su cintura como si quisiera acercarla junto a él. Su voz sonaba preocupada, casi aterrorizada.

El estruendo de un trueno la asustó. Miró a Edward y vio su expresión seria y expectante. Sintió algo punzante en la cintura. No eran las manos de Edward lo que la asustó, sino las garras en sus dedos.

Isabella se liberó bruscamente de su abrazo y dio un paso atrás. Tropezó con algo y, cuando Edward trató de ayudarla, rápidamente dio la vuelta y corrió.

—¡No! —gritó con el corazón palpitando salvajemente en el pecho, y vio que él tenía sangre seca en el pecho, entre lo que le quedaba de túnica—. Aléjate de mí. No sé lo que eres, no sé qué es todo esto, pero quiero volver a la aldea. Inmediatamente.

—No se lo permitas, Edward —dijo Jasper detrás de ella.

Se dio la vuelta y encontró a Jasper en la puerta del castillo y a Emmett enderezando la mesa y los bancos. No les había oído entrar en el gran salón, porque de nuevo había estado absorta pensando en Edward y en las dulces sensaciones que le provocaba.

Por la sangre que empapaba las túnicas de los hermanos y los jirones que quedaban de sus ropas se dio cuenta de que estaban heridos. Quería ayudar, pero ¿cómo lo haría si no estaba segura de lo que eran y aún menos de lo que estaba pasando?

Reprimió el pánico y las lágrimas cuando se dio cuenta de que Jasper había dicho que no podía ir a la aldea.

—¿Por qué? ¿Por qué no puedo volver a la aldea?

Su mirada y la de Jasper se cruzaron.

—No hay ninguna aldea a la que volver.

 

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AAAAAAAA ¿A QUE ESTA EMOCIONANTE VERDAD? TANTO MISTERIO, POBRE ISABELLA A MI ME HUBIERA DADO UN ATAQUE AL CORAZON AL VER A ESOS MOUSTROS Y MAS A UN AL VER A EDWARD TRANSFORMADO, !!!!!DIOS, DIOS, DIOS!!!!! LOS WYRRAN, ASECINARON A TODA UNA ALDEA, AUNQUE DEJENME DECIRLES QUE NO ES LA PRIMERA VEZ.......¿QUIEREN UN PEQUEÑO ADELANTO? PARA QUE DIGAN QUE NO SOY MALA AQUI LES VA UNA PROBADITA DEL PROXIMO CAPITULO ¿VALE?

 

Edward exhaló un suspiro y se levantó para acercarse a la chimenea. Apoyó las manos en las piedras y dejó la mirada perdida en las llamas rojas y anaranjadas.

—Hace trescientos años, yo era el segundo hijo del terrateniente MacMasen. Jasper ya estaba casado y tenía un hijo pequeño. Emmett había elegido a su prometida y ésta venía hacia el castillo. Los tres, con veinte hombres MacMasen, nos disponíamos a recibirla, a ella y a sus guardias.

Edward tragó saliva. Nunca había hablado de ese día con nadie, ni siquiera con sus hermanos. Por un acuerdo tácito, habían guardado sus pensamientos para sí mismos.

—Todo iba según lo previsto —continuó—. Recibimos a la prometida de Emmett y empezamos a volver al castillo. Estábamos a kilómetros de distancia cuando vimos el humo. Dejamos a la muchacha con nuestros hombres y Emmett, Jasper y yo vinimos hacia el castillo a caballo.

Hizo una pausa al revivir la escena mentalmente. El olor fétido de la muerte, el inquietante silencio y los cuervos que se daban un banquete con los cadáveres. Sin embargo, nada podía compararse con ver en llamas lo que había sido un animado y bullicioso castillo, o ver a su clan muerto por el suelo. Tantos cuerpos, de hombres y de mujeres, de jóvenes y viejos. La bilis le subió por la garganta cuando recordó haber visto a un niño en brazos de su madre tendido en el suelo con ella.

—Edward, no tienes que hacerlo —dijo Isabella.

Él levantó la mano para silenciarla. Necesitaba hablar de ello. No se había dado cuenta hasta entonces, pero una vez había empezado, no podía parar.

—Cuando vimos el castillo en llamas, sabíamos que algo terrible había pasado. Sin embargo, no oímos gritos de nuestro padre ni de otros hombres, como debería haber ocurrido si hubiesen intentado apagar el fuego. No vimos lo que había pasado hasta que llegamos al castillo.

Se enderezó y se giró para mirar a Isabella. Sus ojos oscuros estaban serios y tan apenados que casi le destrozaban.

—Seguramente atacaron en cuanto nos fuimos, porque los cuervos ya estaban allí, dándose un festín. Mataron a todos los hombres, mujeres y niños. No quedó vivo ni un caballo, ni una oveja o una gallina. Todo estaba muerto. Y quemado.................

 

¿QUE TAL HEEEEE? ESTA MUY BUENO NO SE LO PUEDEN PERDER, GRACIAS A TODAS POR SUS COMENTARIOS, POR LEERME Y SUS VOTOS, ESPERO QUE ESTA AVENTURA LES ESTE GUSTANDO.

Capítulo 4: TRES Capítulo 6: CINCO

 
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