LOS HERMANOS MACMASEN (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 27/08/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 390
Visitas: 103285
Capítulos: 57

"FANFIC TERMINADO"

 

Tres hermanos, tres guerreros, unidos no solo por sangre sino  por una fuerza más poderosa, por culpa de una malvada hechicera, Durante trescientos años, han permanecidos alejados del mundo, ocultando al vengativo dios que llevan prisionero en sus almas, pero muy pronto las cosas cambiaran, una épica guerra entre el bien y el mal se avecina, Edward, Emmett y Jasper deberán luchar no solo contra el mal que los ha asechado toda su vida, sino también contra el amor y la pasión que se encontraran en el camino

Todo el poder, la pasión y la magia de los legendarios guerreros de Escocia atados al juramento de luchar por la victoria en la batalla y en el amor.

 

 

adaptacion de los personajes de crepusculo con el libro "Serie Highlander la espada negra de Donna Grant"

 

 

 

 

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Capítulo 18: DIECIOCHO

Isabella se puso boca arriba y estiró los brazos por encima de la cabeza. Sonrió y tocó el lugar donde había dormido Edward. Había sido maravi­lloso quedarse dormida en sus brazos. Nunca se había sentido tan querida ni tan segura.

Se levantó de la cama y apartó el borde del tartán de lana para mirar por la ventana. Ya había amanecido. Se lavó y se vistió. Justo acababa de hacerse las trenzas cuando alguien llamó a la puerta.

—¿Sí? —gritó.

La puerta se abrió y Edward entró en el dormitorio.

—¿Tienes hambre?

Ella se rió.

—Muchísima.

Él le tendió la mano y ella la tomó sin dudar. Ni su magia como druida ni el futuro incierto podían apagar su felicidad. Lo que tenía con Edward era especial; y ella tenía la intención de disfrutarlo al máximo durante el tiempo que estuvieran juntos.

—¿Viste algo anoche? —le preguntó ella.

—No, pero Emmett alcanzó a ver un lobo.

Edward sonrió, pero ella vio que sus ojos no lo hicieron. Cuando llegaron al gran salón, Isabella se dio cuenta de que estaban solos. Él la acompañó hasta la mesa, y cuando ella se hubo sentado, él se deslizó en el banco de delante.

Después de que él le diera una galleta de avena y un trozo de pan ella se inclinó sobre la mesa y le cogió la mano.

—¿Qué ocurre?

Él suspiró y negó con la cabeza, su ceño estaba fruncido y preocupado.

—Es Jasper.

—¿Qué le ocurre?

—Esa es la cuestión, no lo sé. Anoche me advirtió sobre estar contigo.

Isabella no estaba sorprendida. Ella haría lo mismo si su hermana se encontrara en aquella situación.

—Quiere protegerte.

—Creo que es mucho más que eso. Emmett me dijo luego que Jasper admitió que no lograba recordar cómo eran su mujer y su hijo.

Ella se estremeció, sentía pena por Jasper. Culparse de sus muertes, y luego perder sus recuerdos para siempre era un golpe terrible para alguien como Jasper.

—Puedo entender cómo le angustia eso. Se culpa a sí mismo de sus muertes.

—¿Cómo sabes eso?

—Está en sus ojos. Él era el hombre, el que se suponía que tenía que cuidarlos, pero no estaba allí. Llevará a cuestas para siempre el peso de sus muertes a no ser que se perdone a sí mismo.

Edward negó con la cabeza.

—Nunca se perdonará a sí mismo, Isabella.

—Entonces, lo único que puedes hacer es estar ahí para él, como siempre has estado.

Isabella masticó la comida y se extrañó ante el ceño fruncido de la frente de Edward. Había algo más.

—¿Qué más dijo Jasper?

Edward se encogió de hombros.

—Dijo que podría hacerte un hijo.

Isabella dejó de masticar y tragó. Un hijo. No se le había ocurrido, y debería haberlo hecho. Ella quería tener un hijo de Edward, pero quizá él no lo veía del mismo modo.

—¿Puedes dejar embarazada a una mujer? —preguntó ella.

—No lo sé. No he estado con una mujer desde que cambiamos. Ninguno lo ha hecho.

—¿Jacob lo sabrá?

Edward se rascó el cuello.

—Se lo he preguntado, y no lo sabe.

—Así que podríamos estar preocupándonos por nada.

—No es «nada», Isabella. El bebé podría ser como yo.

—O podría ser como yo.

Ella le apretó la mano.

—¿Es que no quieres un hijo?

Él negó con la cabeza.

—No es eso. Pero dejar embarazada a una mujer es algo en lo que no he pensado en los últimos trescientos años.

—Entonces no pienses en ello ahora.

Ella sabía que le pedía demasiado, pero en realidad a ella no le importaba. Si se quedaba embarazada, aceptaría el bebé. Y si no, sería el deseo de Dios. Ninguno de los dos sabía si un guerrero podía dejar embarazada a una mujer o no.

—¿No te importaría tener un hijo mío? ¿Ni aunque tuviera al dios?

—No, Edward. No me importaría.

Él sonrió y su afecto la inundó. Cuando ella soltó un poco su mano, él metió los dedos entre los de ella y le guiñó un ojo.

La puerta del castillo se abrió y Jacob entró despacio.

—Buenos días.

—Buenos días —respondió ella—. ¿Ya has comido?

Edward resopló.

—Come constantemente. Creo que no he visto nunca a una persona comer tanto como él.

—¿Qué puedo decir? Tengo hambre. —Jacob le dirigió una sonrisa torcida—. Emmett me dijo que el pan lo hiciste tú.

—Sí.

—¿Hay más?

Isabella señaló el pan que había sobre la mesa.

—Eso es lo que queda, pero puedo hacer más.

—Luego —dijo Edward—. Esta mañana tiene que entrenar.

Jacob levantó las manos.

—Está bien. Por cierto, Edward, Jasper ha bajado al mar a pescar.

—Me imaginaba que lo haría. Gracias.

Jacob inclinó la cabeza y se fue.

Isabella golpeó su dedo contra el dorso de la mano de Edward.

—Admítelo.

—¿Admitir qué?

—No seas terco. Admite que Jacob te cae bien.

Edward lanzó un fuerte suspiro.

—Quizá un poco.

Pero por ahora era suficiente. Isabella tenía la sensación de que Jacob representaría un papel importante en la futura batalla, y en las vidas de los hermanos MacMasen.

—¿Así que voy a entrenar más?

—Por supuesto. Esta vez no usaré una espada de madera.

—Nunca pensé que estaría impaciente por realizar esa clase de instruc­ción.

Él asintió con complicidad.

—Te gusta, ¿verdad?

—Sí. Es como una partida de ajedrez, aunque te tienes que mover mucho más rápido. Tienes que estar preparado para un montón de cosas que te puede hacer tu contrincante. Si tu enemigo se muestra más hábil que tú, se acabó, así que tienes que estar siempre atento.

—Es fácil pensar que es divertido mientras entrenas, pero recuerda que cuando llegue el ataque será muy diferente.

Ella se tragó la sensación de miedo.

—Temes que esté demasiado asustada para pelear.

—Temo que de alguna manera te veas separada de mí y los guerreros te ataquen antes de que yo pueda ayudarte. Tienes todo el derecho a temer lo que se avecina, Isabella. Si no lo hicieras, me preocuparía.

Sus palabras ayudaron a calmarla.

—Desearía saber cuántos vienen.

—A veces es mejor no saberlo.

—¿Por qué?

Él se acabó el último bocado de pan. Su pulgar acariciaba la mano de Isabella.

—Aquí somos cuatro guerreros. Si descubriéramos que vienen veinte guerreros y cien wyrrans, ¿qué pensarías?

—Que no tenemos ninguna oportunidad.

—Exacto. Y cuando nuestra mente piensa eso, ya no hay vuelta atrás. Luchas, pero no luchas para ganar.

—Ya veo —dijo ella, cuando lo entendió—. Si no lo sabes, tu mente está decidida a ganar.

—A toda costa. Bien, ¿estás lista para el entrenamiento?

Isabella cogió el último trozo de su galleta de avena y se levantó.

—Estoy lista.

A Isabella no le sorprendió ver a Emmett y a Jacob conversando sentados en los escalones del castillo. Le tocó la mano a Edward cuando él miró a su hermano y frunció el ceño.

—¿Qué ocurre?

—Emmett. Ha cambiado.

—Lo he notado. Ya no bebe tanto.

Edward agachó la cabeza hacia la de ella.

—Es más que eso. Es...

—¿Más como era antes?

Edward asintió.

—Sí. Un poco.

Isabella esperó hasta que estuvieron en el patio y lejos de Emmett antes de preguntar:

—¿Ha intentado...? —Ella levantó la mano buscando la palabra adecuada—. ¿Transformarse?

—No. No creo que haya nada que pueda hacer que recurra al dios de su interior.

Isabella no estaba tan segura. La mirada de Emmett, que antes estaba descentrada y distante, ahora era aguda e intensa. Él había olvidado el hombre que era, pero ella creía que poco a poco lo iba recordando.

—Desearía que Jasper mejorara —dijo Edward.

—Quizá lo haga.

Y le dio más esperanzas al menor de los MacMasen. Los problemas de Jasper eran más profundos que los de Emmett. Si Jasper no podía enfrentarse a ellos no tendría ninguna oportunidad.

Isabella se apartó unos pasos de Edward y buscó su espada y su daga. Las vio a la izquierda, pero cuando cogió la daga, se dio cuenta de que era distinta de la que había estado utilizando. La hoja era curva y la empuñadura estaba grabada con la cabeza de un grifo. Miró rápidamente a Edward.

—¿Tú?

—Yo —dijo él asintiendo. Le mantuvo la mirada y ella vio la profun­didad de sus sentimientos—. Con esa empuñadura la cogerás mejor.

Aquello era cierto, pero no era lo que había llenado sus ojos de lágrimas. Edward había hecho algo para ella, algo que los unía. Un highlander no le daba su símbolo a una mujer fácilmente. Su pulgar acarició la cabeza de grifo mientras su corazón resonaba en su pecho. No, un highlander no le daba su símbolo a cualquier mujer. Cuando lo hacía, era para toda la vida.

Ella se puso derecha con las armas en la mano.

—Es asombroso, Edward. Lo guardaré siempre.

—También tengo una vaina para ella. Tienes que llevarla siempre encima, Isabella.

Ella adoptó la posición de lucha y asintió. Estaba lista para empezar el entrenamiento. Edward estaba de pie a su lado con sus ojos verdes brillando y al instante era una masa negra que se dirigía hacia ella. Isabella esquivó el brazo que iba hacia ella y dio un paso a la izquierda. Apenas tuvo tiempo para equilibrarse cuando él la volvió a atacar.

Las garras de Edward estaban extendidas, pero ella sabía que no le harían daño. Le sorprendió lo mucho que él se acercó a ella, sus grandes manos se quedaron a centímetros de su Isabella. Ella esquivó un golpe tras otro. Dudaba si utilizar las armas, pues aunque sabía que Edward se curaría, no quería hacerle daño.

Pero él cada vez la atacaba más, y ella sabía que él estaba esperando que las usara. Isabella rodó hacia la izquierda y lanzó la Isabella de la hoja de su nueva daga contra el muslo de Edward, y luego volvió a hacerlo detrás de su rodilla. Ella se estaba apartando cuando la mano de él la cogió por el pelo.

Él tiró de ella hacia sí.

—No te preocupes por el segundo golpe. Me ha dado tiempo para cogerte.

—Eres muy rápido. —Su brazo estaba debajo de sus pechos, lo que le recordaba a cuando habían hecho el amor. Tenía la sangre caliente y los pezones arrugados.

Él la besó en el cuello y la soltó.

—Has aguantado.

Isabella sacudió la cabeza para apartar la pasión y lo miró.

—Perdía energía con rapidez.

—Irán a por ella más de uno —dijo Emmett desde los escalones.

Ella soltó un suspiro. Emmett tenía razón. Era probable que la atacaran varios wyrran al mismo tiempo. Y guerreros.

—Nosotros mantendremos a los guerreros ocupados —dijo Edward.

El sonido de unos pasos indicó a Isabella que Emmett y Jacob se habían levantado de los escalones.

—Quieres decir que lo intentaremos —corrigió Jacob. Comprobó las armas de Isabella—. Es buena. ¿Cuánto tiempo lleva entrenando?

Una sonrisa masculina de satisfacción se dibujó en los labios de Edward.

—Solo unos pocos días.

Emmett se puso delante de Isabella.

—Olvida que es Edward quien está delante de ti. Usa las armas en todo momento. Golpéalo todas las veces que puedas, pero él tiene razón, si tu enemigo es más rápido, no te preocupes por el segundo golpe. Asegúrate de apartarte de él.

—Y quédate lejos —añadió Edward.

Isabella asintió.

—Vamos allá.

Aquella vez, cuando Edward la atacó, ella estaba preparada. Utilizó la espada y la daga para detener varios golpes de sus manos. Luego usó su velocidad para apartarse de él, acercándose solo un momento para lanzar su arma contra él.

—¡Bien! —gritó Emmett cuando ella hubo golpeado tres veces seguidas a Edward sin que él la tocara.

Isabella le sonrió a Edward y los ojos de este brillaron de orgullo.

—¿Cómo ha estado eso?

—Mejoras cada día.

Ella sonrió. Hasta que vio a Jacob observándola con una mirada calculadora.

—Ha sido impresionante —dijo Jacob—. Pero, como hemos dicho, es probable que la ataquen más de uno.

Edward levantó una ceja.

—No está preparada para eso.

—Necesito estarlo —dijo ella en su defensa—. Dadme un momento de descanso y podemos intentarlo.

—Mañana.

Emmett cruzó los brazos sobre su pecho y miró a Edward.

—Podrían atacar esta noche. ¿No quieres que esté preparada?

Ella oyó como Edward murmuraba algo entre dientes, que sonó como si fuera a arrancarle la cabeza a Emmett.

Emmett sonrió.

—Siempre odiabas que tuviera razón.

—No —dijo Edward, y le señaló con una garra.

Isabella se rió mientras los hermanos se miraban.

—Edward, por favor.

Él bajó el brazo mientras el negro desaparecía de su cuerpo.

—De acuerdo, pero primero descansa.

No importaba las veces que lo había visto transformarse, todavía la intrigaba. Lo observó mientras caminaba hasta los escalones y se sentaba.

—¿Puedo ver la daga?

Ella se puso rígida, sorprendida al ver que Emmett se había acercado a ella. Le tendió la daga, por la empuñadura.

—Por supuesto.

—Interesante.

Él examinó la daga antes de comprobar su peso.

—Hacía tiempo que Edward no hacía armas.

—No lo sabía. Ahora todavía significa más para mí.

Emmett cogió la daga con la empuñadura hacia arriba y contempló la cabeza de grifo.

Isabella envolvió sus dedos alrededor de la empuñadura.

—Mis sentimientos hacia tu hermano son muy profundos.

—Aparentemente, los suyos hacia ti también. No te habría dado el grifo si no le importaras enormemente.

Ella le cogió la daga a Emmett y empezó a darse la vuelta cuando la espada de él la detuvo.

—El amor puede hacer cosas maravillosas, Isabella, pero no puede detener a la muerte.

Ella lo sabía muy bien.

—Te refieres a que yo soy mortal y Edward inmortal.

—Así es —dijo Emmett.

—No puedo predecir lo que pasará esta noche, y mucho menos el próximo año. Nadie puede hacerlo. Lo único que sé es que cuando estoy con Edward, me siento completa. No quiero hacerle daño, igual que tú. Intenté marcharme.

Emmett levantó una mano para detenerla.

—Lo sé. Él fue detrás de ti. Siempre irá detrás de ti. Eres de Edward, y él es tuyo, a pesar de lo que quieran los demás.

—No lo apruebas.

A ella le gustaba Emmett. Estar con ellos había sido como tener una familia, una familia de verdad. Le dolía mucho que él no quisiera que formara parte de la vida de Edward.

Emmett negó con la cabeza.

—Me gustas, Isabella. Eres buena para Edward. Lo que temo es lo que le ocurrirá a él cuando desaparezcas.

Ella sabía que Emmett se refería a cuando ella muriera. No había palabras que pudieran calmar los miedos de Emmett, así que se dio la vuelta y caminó hacia los escalones. Edward levantó una ceja a modo de pregunta, pero ella negó con la cabeza. Edward ya estaba disgustado porque Jasper hubiera cuestionado que estuvieran juntos.

El problema era que los hermanos tenían derecho a cuestionarlo. Ella había sido de Edward desde el primer momento en que se habían besado. Pero aunque ella sabía qué era lo mejor para todos, su corazón no la dejaba hacerlo. Su sitio estaba con Edward.

Ahora y en la eternidad.

Edward no era idiota. Emmett le había dicho algo a Isabella que la había afligido. La vivaz sonrisa que había adornado su precioso rostro momen­tos antes, se había convertido en una mueca reflexiva.

Edward le dio a Isabella la vaina de la daga.

—Para que siempre puedas llevarla encima.

Edward la miró mientras se ataba la vaina alrededor de la cintura y metía la daga en su sitio. La cabeza del grifo dorado brillaba al sol. A ella le parecía bien tener esa parte de él.

—Es un día claro —dijo Jacob—. La primavera está haciendo retroce­der al invierno.

Edward miró el brillante cielo azul. No se veía ni una nube.

—¿Cuánto sabes de nosotros?

Jacob sonrió y se encogió de hombros.

—Me han contado historias sobre los MacMasen desde que era poco más que un niño. Historias sobre cómo fue masacrado el clan y cómo escaparon tres hermanos a los que nunca se los volvió a ver. De ti y de tus hermanos se habla desde las Highlands hasta Inglaterra. Dudo que haya alguien que no haya oído hablar de vosotros.

—Interesante.

Edward no estaba nada contento de oír aquello. Si alguna vez abando­naba el castillo tendría que cambiar de nombre. Y aquello era algo que no quería hacer.

—¿Y habéis estado aquí todo el tiempo? —preguntó Jacob.

Edward levantó la mirada hacia el castillo.

—La mayor parte. No podíamos ir a ninguna otra parte. Dividieron nuestras tierras, pero el castillo siguió en pie. La gente le tenía miedo, así que nos aprovechamos de ello.

—Una idea brillante.

—¿Y tú? ¿Te quedaste en el bosque?

Jacob se encogió de hombros.

—De vez en cuando salgo. Me gusta mantener el contacto con el mundo. Ha cambiado muy poco, pero mucho al mismo tiempo.

Edward miró el kilt gastado de Jacob.

—Sí.

—No podemos saber cuánto tiempo viviremos, Edward. Tenéis que abandonar el castillo y ver el mundo. No hay ninguna razón por la que no podáis pasar desapercibidos.

Edward miró a Isabella y vio que ella lo miraba a él.

—Yo podría, pero Jasper no. Y Emmett tampoco. Somos una familia. Nos mantenemos juntos.

La mano de Isabella se deslizó alrededor de su brazo. Él le cubrió la mano con la suya. El tacto más simple de ella era como un trozo del cielo. Él miró a las profundidades de sus ojos color caoba y vio serenidad.

—¿Listo? —le preguntó ella.

Él se puso en pie y la ayudó a levantarse.

—Listo.

Emmett se apoyó contra el castillo, sus brazos cruzados descansaban sobre su pecho. Edward conocía esa mirada seria de su hermano. Emmett no se transformaría.

Eso dejaba solo a Jacob.

Edward hizo una mueca.

Jacob rió y se puso en pie de un salto.

—No te preocupes, Edward, no le haré daño. Me gusta.

—Parad—dijo Isabella—. Los dos. Edward, Jacob no me hará daño. Jacob, Edward necesita confiar en ti, y eso no ayuda.

—Tienes razón.

La sonrisa desapareció y Jacob miró a Edward con sinceridad en sus ojos azules.

—Discúlpame, Edward. Hacía mucho que no fastidiaba a nadie. No he podido evitarlo.

Edward asintió hacia Jacob y luego se volvió hacia Isabella.

—Empezaremos despacio e iremos cogiendo velocidad.

Él miró a Jacob, quien inclinó la cabeza y luego los dos se dieron la vuelta. Edward fue el primero en atacar a Isabella. Fue a por sus manos, pero ella fue más rápida y se apartó de él. Su hoja golpeó el pecho de Edward mientras ella se apartaba.

Edward la siguió, y esta vez Jacob atacó por detrás. Ella arqueó la espalda para evitar que Jacob la cogiera y puso la punta de su espada en el cuello de Edward.

Él le sonrió mientras dieron un paso atrás. Al siguiente ataque Jacob fue primero. La cogió. Ella le golpeó la Isabella con la empuñadura de la daga. Él la cogió con fuerza por la cintura y la levantó. Edward se unió a ellos, y cuando iba a cogerla por las piernas, ella le dio una patada en la barriga.

Edward se tambaleó hacia atrás, asombrado con la fuerza que tenía en las piernas. Cuando volvió a mirar a Jacob, estaba agachado, cogiéndose la nariz, mientras Isabella estaba de pie a unos pasos de él.

Emmett aplaudió.

—Cada vez lo haces mejor, Isabella. Casi siento lástima por los guerreros y los wyrran que te ataquen.

—Sí—dijo Jacob mientras se ponía en pie. Se limpió la nariz, a pesar de que la sangre ya había parado—. ¿Qué le has enseñado, Edward?

Edward miró a su mujer, el corazón se le llenó de orgullo.

—Tiene un talento innato.

Jacob resopló.

—No sé si necesita mucha más práctica. Podría ser bueno que Jasper y Emmett también participaran, así ella se haría una idea de lo que será en realidad.

—Quizá.

Edward no quería que ella experimentara nada. Quería mantenerla a salvo, encerrada donde Tanya nunca pudiera cogerla.

Pero en el fondo sabía que Tanya capturaría a Isabella. No había ningún lugar donde pudiera llevársela, donde pudiera esconderla, que Tanya no pudiera encontrar.

Isabella tenía que estar preparada, lo quisiera él o no.

Ella se acercó a él.

—Durante el ataque me quedaré a tu lado.

Él la abrazó y cubrió su boca con la suya. Ella se hundió dentro de él, abriendo los labios para que sus lenguas pudieran tocarse. El cuerpo de él se endureció, deseoso de volver a probarla. Sus testículos se pusieron rígidos mientras se imaginaba levantándola en brazos, las piernas de ella abrazadas a su cintura y su miembro enterrándose en su húmedo calor. Cuando él rompió el beso, el pulso del cuello de Isabella iba a toda velocidad y tenía los ojos dilatados.

—Ha estado bien —susurró ella.

Detrás de él, Edward vio que Emmett y Jacob se daban la vuelta. No le importaba que lo hubieran visto besarla. Quería que supieran que Isabella era suya. Quería gritárselo al mundo, que aquella increíble y valerosa mujer era suya.

Estaba a punto de llevarla al interior del castillo para hacerle el amor cuando oyó que Emmett decía algo.

—¿Qué has dicho? —preguntó Edward.

Jacob se rió y entró en el castillo.

Emmett se dio la vuelta y se encogió de hombros con inocencia.

—He preguntado si alguno de los dos estaba preparado para trabajar en las trampas.

Al principio Edward no le creyó. Incluso con el afinado oído de Edward, su deseo hacia Isabella le había impedido oír lo que Emmett había dicho en realidad.

—Sí —dijo Isabella, y se soltó de los brazos de Edward.

Edward no tenía otra opción que seguirlos. Sin embargo, tenía la intención de tener un tiempo a solas con Isabella. Pronto.

Isabella acababa de dejar a un lado un poco de pan para que subiera cuando Jasper entró en la cocina y dejó seis grandes peces sobre la mesa.

—No creo que sean suficientes para el apetito de Jacob —dijo ella con una sonrisa.

Jasper se encogió de hombros.

—Por eso salgo ahora a cazar.

—Los demás están preparando las trampas para los guerreros.

Él la miró, sus ojos verdes no mostraban ninguna emoción.

—Di a Edward y a Emmett que volveré más tarde.

Jasper salió de la cocina sin hacer ruido. Era obvio que quería, y necesitaba, estar un tiempo a solas. Ella deseó poder ayudarlo. Ninguno de los guerreros era responsable de lo que llevaba dentro. Merecían la felicidad, pero parecía que algunos no la querían.

Cogió los peces y empezó a limpiarlos. Cuando hubo acabado, se encontró en el jardín. Casi tenía miedo de tocar las plantas, pero si Jacob tenía razón y podía ayudarlas a crecer, quería intentarlo.

Isabella se arrodilló delante de la planta que casi había matado el día anterior y la envolvió entre sus manos. Acarició las hojas con los pulgares, poniendo toda su energía en la planta.

—Siento haberte hecho daño —susurró—. No era mi intención. No conozco mi magia. Crece para mí. Por favor.

Un momento, dos, tres, y no sucedía nada. Estaba a punto de rendirse, cuando las pequeñas hojas, que habían estado marrones y arrugadas, empezaron a alisarse. Un verde brillante sustituyó los bordes muertos. Su corazón palpitó más rápido. Deseó que Edward estuviera con ella, pero se lo podía mostrar más tarde. Hasta entonces, había otras plantas que necesitaban su ayuda.

Isabella fue pasando de planta a planta, pidiéndoles que crecieran para ella. Muchas que habían estado cubiertas de malas hierbas necesitaban más magia. Puso las manos sobre la tierra y cerró los ojos mientras imaginaba que las plantas crecían.

Rió cuando quitó las manos y vio la primera rama verde saliendo del suelo. Cada vez que veía que una planta respondía, la embargaba una extraña sensación de euforia. Era tan adictiva que quería tocarlo todo y ayudarlo a crecer.

Pero se obligó a parar. No sabía lo suficiente de su magia como para saber qué estaba pasando. Cómo deseaba que hubiera otro druida con quien poder hablar. Lo último que quería era hacer algo mal que pudiera poner en peligro a Edward y su misión para derrotar a Tanya.

Isabella detectó a Jasper andando por el patio con algunos faisanes y algunas liebres. Se levantó y se encontró con él en la entrada de la cocina.

—Has estado muy ocupado —le dijo mientras cogía los animales muertos.

Él miró hacia el jardín.

—Tú también.

—Quería ver si era cierto lo que dijo Jacob, que podía ayudar a las plantas a crecer.

—Tenía razón.

No había censura en la voz de Jasper, solo una leve curiosidad. Ella bajó la mirada, temiendo de repente que estuviera cometiendo un error al utilizar su magia.

—Confía en tus instintos —le dijo Jasper—. Confía en ti misma.

La mirada de Isabella se encontró con la de él.

—No quiero hacer algo mal.

—No veo cómo puede hacer daño a alguien el ayudar a las plantas a crecer.

Ella dirigió la mirada al jardín.

—Sé muy pocas cosas sobre los druidas y mi magia.

Él soltó un suspiro.

—Después de trescientos años aún hay muchas cosas que yo no sé sobre el dios de mi interior. Nosotros cuidaremos de ti, Isabella.

Jasper se marchó antes de que ella tuviera tiempo de responder, aunque no habría sabido qué decir.

 

 

Tanya se miró las uñas y contempló las largas puntas. Las mantenía limadas y afiladas para ciertas ocasiones. Suspiró y tamborileó con las uñas contra el brazo de su sillón mientras miraba a Raley.

—Señora, no lo entiendo —dijo él.

—Por supuesto que no.

A veces quería gritar, se sentía muy frustrada.

Raley cambió el peso de su cuerpo de una pierna a la otra. Su piel azul cobalto brillaba bajo la luz parpadeante de los candelabros que colgaban del techo del palacio.

—¿No queréis que traigamos a los MacMasen?

—Si cogéis a uno, sí, traedlo. Sin embargo, sobre todo quiero a la druida. Y tengo algo especial planeado para uno de los hermanos.

—¡Oh!

Aquello había captado la atención de Raley. Odiaba a los MacMasen porque ocupaban los pensamientos de Tanya, cuando él prefería que su mente estuviera ocupada con él. Raley era un espécimen maravilloso, pero no podía compararse con Jasper MacMasen. Nadie podía hacerlo.

—Coge seis wyrran y cavad una trampa. Un agujero lo suficientemen­te grande para aturdir a Jasper y que te dé tiempo para traerlo aquí.

Raley asintió.

—¿Cómo proponéis que atraigamos a Jasper hasta la trampa?

—Haciendo que persiga a un wyrran —dijo con una sonrisa.

Raley sonrió, con los labios levantados por encima de sus colmillos.

—Y con Jasper aquí, los otros hermanos lo seguirán.

—Exacto.

Ella soltó un suspiro con la idea de volver a tener a Jasper allí con ella.

—Muévete, Raley. Quiero a Jasper en mi montaña en los próximos dos días.

—Sí, señora.

—¡Y Raley —le gritó antes de que saliera de la cámara—, será mejor que traigas a la druida contigo cuando vuelvas!

Cuando volvió a estar a solas, Tanya se puso en pie y se pasó las manos por los costados, y luego por el estómago. Cuánto había deseado que Jasper la tocara, la besara, la acariciara. Pronto volvería a ser suyo. Y esta vez, haría que se quedara a su lado.

 

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AAAAAAAAAAAA, QUE TIERNO ES EDWARD, TAN LINDO Y DIVINO, AHORA OFICIALMENTE ES SU MUJER, LE HA DADO EL GRIFO (EL SIMBOLO DE EDWARD MACMASEN) ES UN AMORRRRRR,
AAAAAAAAAA SE QUE TODAS DEBEN DE ESTAR SACADAS DE ONDA, ES OBVIO QUE QUIERE A BELLA, PERO TANYA TAMBIEN QUIERE A JASPER!!!!!!!, ¿PORQUE A JASPER? ALGO EN ESPECIAL TIENE QUE TENER, AAAAAAAA SEGURO QUE SE ESTAS REBANANDO LOS SESOS POR SABER AJJAJA, PERO TENDRAN QUE ESPERAR.

 

GRACIAS GUAPAS, BESITOS

 

Capítulo 17: DIECISEIS Capítulo 19: DIECINUEVE

 
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