LOS HERMANOS MACMASEN (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 27/08/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 390
Visitas: 103255
Capítulos: 57

"FANFIC TERMINADO"

 

Tres hermanos, tres guerreros, unidos no solo por sangre sino  por una fuerza más poderosa, por culpa de una malvada hechicera, Durante trescientos años, han permanecidos alejados del mundo, ocultando al vengativo dios que llevan prisionero en sus almas, pero muy pronto las cosas cambiaran, una épica guerra entre el bien y el mal se avecina, Edward, Emmett y Jasper deberán luchar no solo contra el mal que los ha asechado toda su vida, sino también contra el amor y la pasión que se encontraran en el camino

Todo el poder, la pasión y la magia de los legendarios guerreros de Escocia atados al juramento de luchar por la victoria en la batalla y en el amor.

 

 

adaptacion de los personajes de crepusculo con el libro "Serie Highlander la espada negra de Donna Grant"

 

 

 

 

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Capítulo 26: TRES

Emmett observaba a Rosalie Hale desde su ventana. Se había sorprendido de verla caminar por los jardines sola. Por un momento había apartado la sonrisa de su rostro y se había relajado. En ese instante había podido ver la desesperación y la ansiedad en la pequeña arruga que se formó en su lisa frente.

Pero justo en el momento en que el hombre se le acercó, ella volvió a sonreír rápidamente. Era una sonrisa relajada, no la sonrisa obligada que había visto en el gran salón. Fuera quien fuese aquel hombre, era evidente que ella se preocupaba por él. Y eso molestó a Emmett más de lo que estaba dispuesto a admitir.

Rosalie y aquel hombre habían estado sentados un largo rato y luego se habían levantado y habían comenzado un paseo por los jardines. Emmett sabía que no debía espiarla, pero no podía evitarlo. Todo lo que hacía Rosalie le tenía fascinado, desde una simple inclinación de cabeza hasta cuando levantaba una mano, todos sus movimientos eran graciosos y elegantes. Los rizos dorados que le enmarcaban el rostro lo martirizaban y no podía alejar la mirada de su esbelto cuello.

En la soledad de sus aposentos, pudo observarla a su antojo y se dio cuenta de que le gustaba mucho lo que veía. Cuanto más miraba, más deseaba descubrir. No era extraño que todos los hombres del castillo la quisieran para sí. No era solo su belleza, era la fuerza y la resolución que había en su interior lo que hacía que los ojos de los hombres se giraran atraídos hacia ella como las polillas a la luz.

El modo en que aquel hombre la cogía, como si fuera suya, hizo que Emmett cerrara las manos en un puño. ¿Estaba viendo un encuentro clandestino? No le hubiera importado preguntarle a cualquiera si estaba casada. Por mucho que Emmett se repitiera a sí mismo que eso no importaba, la verdad es que sí que importaba. Porque él la quería para él solo.

—No puede ser —se dijo a sí mismo.

Sin embargo, por muy estúpido que fuera su deseo, la quería junto a él.

Emmett se dio la vuelta y se dirigió hacia su cama. Se dejó caer sobre ella y respiró profundamente para luego girarse de espaldas. Su mirada se fijó en el dosel de terciopelo color burdeos que colgaba de la cama y que le recordaba a Rosalie Hale y al vestido que llevaba.

Deseaba saber cómo iban las cosas en su castillo. ¿Habría enviado Tanya más guerreros para atacar? ¿Iría la reconstrucción según lo planeado? ¿Habrían encontrado el camino al castillo más amigos de Jacob? ¿Habrían encontrado Isabella y Sonya el conjuro para dormir a los dioses?

Demasiadas preguntas y ninguna respuesta. Pero aquellas preguntas no eran lo que lo mantenía despierto por las noches. No, era su preocupación al pensar que Jasper estaba en las mazmorras de Tanya. No tenía ni idea de lo que Tanya le podría estar haciendo a su hermano menor y aquello lo aterrorizaba más que cualquier otra cosa en el mundo.

—Estoy de camino, Jasper. Aguanta, hermano. Aguanta —susurró en la quietud de su habitación.

Él quiso ir a rescatar a Jasper de inmediato, pero los otros, con la cabeza más fría, lo habían convencido de que no lo hiciera. Necesitaban poder ejercer alguna influencia sobre Tanya de algún modo. Aparte de la mujer de Edward, Isabella, solo había una cosa que Tanya quisiera más, el Pergamino.

Tanya tenía sus propias estrategias para descubrir a los hombres que podían tener a los dioses en su interior, pero el Pergamino le daría todos los apellidos de inmediato. Eso la ayudaría a triplicar su ejército de guerreros en cuestión de semanas en lugar de tardar años. Y con esos guerreros, tendría el control sobre Escocia, y sobre el mundo, demasia­do pronto.

Emmett quería descubrir todo lo que pudiera sobre el Pergamino, pero hasta el momento no había averiguado nada y aquello le llevó a pensar que en realidad no existía. Con el tiempo, se habían ido añadiendo tantas cosas a las historias que había oído que puede que la leyenda del Pergamino también fuera una invención.

Se sentó en la cama al oír un suave golpe en la puerta. Emmett se levantó y dejó que sus garras se extendieran. No confiaba en nadie y no permitiría que Tanya lo atrapara desprevenido.

—¿Quién es? —preguntó.

—Una sirvienta, señor, enviada por el barón MacNeil. Os trae un mensaje —dijo una voz femenina.

Emmett se dirigió a la puerta y la abrió para encontrarse con una joven muchacha de pelo color caoba en pie frente a él. Tenía en la mano una misiva. Le temblaban las manos y miraba al suelo.

Él escondió sus garras y alargó la mano para coger el pergamino.

—Gracias.

Ella se inclinó en una rápida reverencia y comenzó a darse la vuelta para marcharse...

—¡Espera! —dijo Emmett. Abrió el mensaje y lo leyó. Emmett tensó la mandíbula al ver que Iver le había enviado una misiva al rey pese a que le había pedido que no lo hiciera.

—¿Sí, señor? —La mirada de la muchacha apenas se elevó.

Emmett enrolló de nuevo el pergamino. Ya se encargaría de Iver más tarde. Se apoyó contra la puerta con el hombro e hizo que esta se abriera más todavía.

—Dime, ¿qué sabes de lady Rosalie Hale?

La muchacha jugueteaba nerviosa con la tela de su vestido.

—Es muy hermosa y amable con todo el mundo.

Emmett sacó una moneda y se la enseñó.

—¿Es cierto que todos los hombres la desean?

—Sí, señor. Muchos van detrás de ella. Su hermano es muy protec­tor.

Mierda. Le dio la moneda y sacó otra.

—Su hermano, ¿eh? ¿Quién es?

—Lord Randall Hale. Es endemoniadamente guapo. Es igual de deseado que su hermana.

Emmett arrugó la frente mientras su mente empezaba a ir más deprisa.

—Vaya. ¿Quién tiene los favores de lady Rosalie ahora?

—¿Señor? —Preguntó la muchacha, con el ceño fruncido.

Él le enseñó otra moneda.

—¿Quién comparte su cama?

Los ojos de la muchacha se abrieron por completo.

—No sabría decírselo, señor. Según los rumores, no he oído que ningún hombre la haya reclamado como suya.

—Interesante. —Emmett sacó unas cuantas monedas más y se las dio a la sirvienta—. Gracias por la información.

Cuando cerró la puerta, él se apoyó sobre ella. Había descubierto más de lo que esperaba. Puede que no hubiera ningún hombre que fanfarroneara de haber poseído a Rosalie, pero podía imaginarse que muchos habían compartido su cama. Al fin y al cabo ella era una mujer extremadamente hermosa, extremadamente atractiva.

Y se encontraban en el castillo del rey, donde los favores se intercambiaban por cualquier cosa. Lo único que tenía sentido es que Rosalie y su hermano hubieran ido al castillo para conseguir algo, igual que hacían todos. La razón por la que los hombres no hablaban sobre sus aventuras con Rosalie era un enigma. ¿Lo hacían por respeto? ¿O tenían miedo de su hermano?

Había pasado mucho tiempo desde que Emmett interactuó con la gente por última vez, pero le parecía muy extraño que ningún hombre hubiera dicho que había poseído a Rosalie.

Emmett echó a un lado el fragmento de pergamino y salió de sus aposentos. No conseguiría nada quedándose en su habitación y necesitaba que el castillo MacMasen le fuera devuelto.

Tres horas más tarde, Emmett no había conseguido encontrar a nadie que le ayudara a saber si realmente el rey estaba de camino a Escocia. Cada cual tenía una opinión diferente.

Había pensado que llegaría a Edimburgo y podría ver al rey. Nunca se le hubiera pasado por la cabeza pensar que prefiriera gobernar desde Inglaterra. Evidentemente, todavía estaba sorprendido por que el rey gobernara ambos países.

¡Cómo habían cambiado las cosas en Escocia! Y no para mejor.

Aquel era otro ejemplo de por qué él y sus hermanos no deberían haber estado escondidos en el castillo durante trescientos años. Había demasia­das cosas en las que tendrían que ponerse al día.

El estómago le rugió de hambre, pero la sola idea de sentarse a la mesa con toda aquella gente hizo que empezara a brotar de su cuerpo un sudor frío. Su paso se ralentizó al llegar a las puertas que llevaban al salón.

Ya había averiguado todo lo que podía averiguar en Edimburgo. Era la idea de volver ante Edward con las manos vacías lo que hizo que Emmett se detuviera. Sus hermanos contaban con él. Le había prometido a Edward que conseguiría que les devolvieran el castillo. ¿Cómo podía volver a defraudarle de aquel modo?

—Mierda —murmuró.

Emmett se pasó una mano por el rostro y suspiró. Buscaría a Thomas MacDonald durante la cena. El nombre MacDonald había sido pronun­ciado con bastante frecuencia referido a alguien que conocía los planes del rey. Quizá Emmett pudiera descubrir de una vez por todas lo que planeaba el rey. La idea de tener que estar una hora más en el castillo lo ponía enfermo, pero lo haría por sus hermanos.

Deseó que fuera Edward el que estuviera allí en su lugar. Edward sabía cómo embelesar a la gente para que hiciera lo que él quería. Pero Edward ya había hecho demasiado durante los últimos trescientos años mientras Emmett había pasado los días ebrio. Era lo mínimo que podía hacer por sus hermanos y lo haría. Fuera como fuese.

Un suave aroma a lirios impregnó el aire y detuvo sus pensamientos. Emmett se dio la vuelta y descubrió que no era otra sino Rosalie Hale la que estaba a su lado. Por un momento pareció insegura. Luego sonrió y él se dio cuenta de que las manos, que tenía cogidas delante de ella, le temblaban ligeramente. ¿Estaba nerviosa? ¿La mujer que todos deseaban?

Fascinante.

Se había cambiado el vestido color burdeos por uno de un azul profundo que iba a juego con sus ojos. Y él no podía dejar de mirarla.

También llevaba el pelo diferente, más sencillo, con más rizos sueltos que le enmarcaban el rostro. Uno le caía por la mejilla hasta casi tocarle la boca. Él quería alargar la mano y cogerlo para ver si era tan suave como parecía.

—Puede que esto os parezca extremadamente descortés —dijo—, pero me preguntaba si podríais decirme si sois el MacMasen del que todo el mundo habla.

Su voz era dulce como la miel y llena de texturas como el vino. Sus profundos ojos azules buscaban los suyos, como si deseara más res­puestas de las que aquella única pregunta podía ofrecerle. Él podría fácilmente sumergirse en sus ojos almendrados y perderse en su perfume.

Su cuerpo reaccionó con alarmante velocidad ante su imagen. El calor y la sangre se concentraron en su entrepierna, su virilidad se endureció y el deseo que había apartado de su mente anteriormente, retornó con fuerza.

—Sí —respondió Emmett al cabo de un momento, cuando estuvo seguro de que le saldría la voz—. Soy Emmett MacMasen.

Ella expiró con los ojos casi completamente cerrados.

—Emmett, un nombre poco habitual.

—Supongo.

—Yo soy...

—Lady Rosalie Hale —terminó él la frase en su lugar. Tenía que luchar por apartar la mirada de sus labios, unos labios que anhelaba besar y saborear—. Parece que vuestro nombre es tan famoso como el mío, aunque por razones bien distintas, mi señora.

Arrugó la frente un instante.

—Estamos en el castillo del rey, mi señor. Los rumores abundan. No deberíais creer nada de lo que oyen vuestros oídos.

Sus palabras eran ciertas. Sin embargo, había demasiados rumores sobre lo muy deseada que era. ¿Podría ser cierto que ninguno de ellos la hubiera hecho suya?

—Me preguntaba si podría robaros un momento de vuestro tiempo —aventuró.

Emmett estaba intrigado. Demasiado intrigado. ¿Qué podía querer ella de él? No era ningún dandi de palacio y, por muy atraído que se sintiera hacia ella, no tenía tiempo para aventuras, por muy cortas que fueran. Tenía que centrarse en su misión.

—Lo siento, mi señora, pero no tengo tiempo.

Su sonrisa se apagó.

—Puedo aseguraros, mi señor, que es importante.

Emmett frunció el ceño.

—Entonces decídmelo ahora.

Ella miró a su alrededor y vio a la gente en el pasillo. Entonces dio un paso hacia él.

—Lo que tengo que decir no es para que lo oigan oídos ajenos. Preferiría tener un momento a solas. Por favor.

Emmett estuvo tentado a aceptar su oferta solo por ver qué tenía que decirle.

—Lo siento, mi señora, pero debo rehusar. Mis asuntos requieren mi máxima atención y deseo volver lo antes posible a mi hogar.

Él se dio la vuelta y entró en el gran salón antes de que ella pudiera decir nada. Había sido la decisión adecuada alejarse de ella, aunque el perfume a lirios le siguió, recordándole a la maravillosa mujer que lo había querido a su lado, aunque solo fuera para hablar.

Sin embargo, no era hablar lo que quería hacer Emmett. Se sentó en la esquina del primer banco que vio y cerró la mano en un puño debajo de la mesa. Había sido más que descortés con Rosalie, pero no confiaba en sí mismo si se quedaban a solas.

Con solo una mirada él estaba dispuesto a arrodillarse ante ella y rogarle que le dejara tocarla y besarla. El deseo lo consumía y le hacía difícil respirar o pensar en cualquier otra cosa que no fuera ella. Rosalie Hale.

Emmett tenía que centrarse en la razón por la que había viajado hasta Edimburgo pese a la presión que sentía en sus testículos y el palpitar de su corazón cuando se le acercaba aquella mujer. Ya habría tiempo en el futuro para satisfacer su lujuria.

Pero no con una mujer tan hermosa.

Era cierto. Emmett inspiró aire profundamente y se giró hacia el hombre sentado a su lado.

—¿Podríais indicarme con el dedo quién es Thomas MacDonald?

 

 

Rosalie miraba fijamente las puertas cerradas, el corazón le palpitaba en los oídos. No podía creer que Emmett se hubiera negado. Aunque no creía que su rostro fuera más hermoso que el de otras, había aprendido, poco después de llegar a Edimburgo, que una simple sonrisa podía hacer que los hombres hicieran lo que ella quisiera.

Sin embargo, Emmett MacMasen le estaba demostrando que era diferente. Y eso le gustaba. Él se mantenía alerta. Podía ser porque era un guerrero, o su nombre podía tratarse de una simple coincidencia y la leyenda sobre su clan hacía que fuera un hombre cauto.

Ella comprendía perfectamente la necesidad de ser cauta, pero apostaría el Pergamino a que Emmett era un guerrero. Tan pronto como Randall hubiera hablado con Iver MacNeil sabrían qué buscaba Emmett en Edimburgo. No había mucho que la gente pudiera ofrecer en el castillo de Edimburgo, y ella se aseguraría de ser la que le diera lo que andaba buscando.

Entonces la escucharía.

Levantó la barbilla y entró en el gran salón.

 

 

Emmett inclinó la cabeza ante el hombre que había delante de él. Tras descubrir que se esperaba la llegada de Thomas MacDonald a Edimburgo aquella noche, se había unido a la cena escuchando a medias las conversa­ciones. Lo único que consiguió fue echar todavía más de menos a sus hermanos y su castillo.

Hablaría con MacDonald lo antes posible y abandonaría Edimburgo. Utilizaría su poder para llegar lo antes posible a su castillo. Solo estando allí conseguiría calmar el ardor de su sangre, aunque no por mucho tiempo. Con Jasper cautivo en manos de Tanya, Emmett volvería a sentir el mismo cosquilleo.

Emmett cogió su vaso, deseando que lo que había en su interior fuera vino en lugar de agua. Justo en el momento en que acercó el vaso a sus labios, sus ojos se encontraron con unos ojos de un azul profundo. Por un instante, se quedó atrapado en la mirada de Rosalie. Finalmente, apartó sus ojos de los de ella.

Ella se sentó a su derecha en la mesa y estaba rodeada de hombres, todos pendientes de cada palabra que decía. Pero sus ojos estaban clavados en él.

A Emmett le resultó perversamente divertido ver las miradas que los otros le lanzaban.

Pese al deseo de abandonar el salón, no podía dejar de mirarla. Cada vez que ella probaba un pedazo de comida o bebía de su vaso, sus ojos no podían evitar fijarse en su boca, una boca que quería saborear desespe­radamente.

Emmett maldijo y se puso en pie. Tenía que salir de allí o se arriesgaba a abalanzarse sobre Rosalie y besarla delante de todo el mundo. Puede que hubiera estado alejado de la gente durante trescientos años, pero hasta él sabía que aquello no se vería con buenos ojos.

Acababa de empezar a caminar hacia la puerta cuando vio que ella salía delante de él. Demasiado intrigado como para poder controlar su deseo, Emmett la siguió. Al atravesar las puertas del gran salón la vio alejarse por el pasillo. Sola.

Incapaz de evitarlo, la siguió. Andaba con pasos largos y seguros mientras recorría el castillo. Emmett la siguió en las sombras, sin querer que le descubriera. Quería conocer más cosas sobre ella. Intentó convencerse a sí mismo de que era para averiguar por qué quería ella hablar con él, pero Emmett sabía que aquello no era cierto.

Simplemente quería saber más.

Así que se escondió en las sombras y escuchó que un hombre le bloqueaba el paso a Rosalie. El hombre no llevaba falda escocesa, sino unas horribles y extravagantes medias de terciopelo con unos pantalones bombachos hasta la rodilla. En conjunto, estaba ridículo.

El hombre le dirigía una sonrisa lujuriosa a Rosalie, sus intenciones eran claras. Rosalie esquivó sus manos y arqueó una ceja cuando intentó besarla.

—No podría deciros cuántas veces he visto a los hombres intentar algo con ella.

Emmett se dio la vuelta y se encontró al hombre que había estado en el jardín con Rosalie. Se maldijo a sí mismo por haber estado tan concentrado en la mujer que no había oído que se aproximaba alguien.

El hombre le ofreció una amable sonrisa.

—Soy Randall Hale.

—El hermano de la dama. ¿No deberíais ayudarla?

Randall cruzó los brazos sobre su pecho.

—Ella puede arreglárselas sola y si no fuera así, ya me encargaría yo de que el caballero nunca pudiera tener hijos.

Emmett observó al alto y rubio hombre de las Highlands. Había algo muy agradable en él. Puede que fuera por sus ojos azules que parecían honrados y sinceros, muy parecido a como había sido Jasper cuando era un muchacho. El tiempo y Tanya se habían encargado de cambiarlo.

—Hay muchas cosas que no sabéis, Emmett MacMasen.

Emmett arqueó una ceja mirando a Randall.

—¿Me conocéis?

—Ya sabéis cómo es el castillo de Edimburgo. Todo el mundo os conoce.

—¿También sabéis por qué estoy aquí?

Randall se encogió de hombros con indiferencia.

—Los rumores se esparcen como la pólvora.

—¿Y qué es lo que yo no sé? —Preguntó Emmett. Se giró para mirar a Randall frente a frente. Su primer instinto acerca de aquel hombre era que le gustaba, pero las apariencias podían ser engañosas.

El hermano de Rosalie era unos pocos centímetros más bajo que Emmett, pero sus anchos hombros y su corpulento pecho le decían que no era un dandi, sino un hombre de las Highlands acostumbrado al trabajo duro.

La sonrisa se desdibujó del rostro de Randall.

—Rosalie no es la mujer que la gente piensa que es. En el castillo todos murmuran. Los hombres están hambrientos de cosas que no pueden tener. Las mujeres, rencorosas, comienzan rumores que no son ciertos.

—Lo que decís es verdad.

—Necesita hablar con vos. Ella no anda por ahí buscando a los hombres, MacMasen, son ellos los que acuden a ella. Si ella os dice que tiene algo que hablar con vos, yo en vuestro lugar escucharía lo que os tenga de decir.

—¿Sabéis lo que quiere hablar conmigo?

Randall volvió a encogerse de hombros.

—No soy yo el que lo tiene que decir. Todo lo que os pido es que no la juzguéis. Todos tenemos que guardar las apariencias.

Hizo una reverencia y empezó a marcharse cuando de pronto dijo:

—He oído que Iver ha enviado una misiva al rey. Si habéis puesto vuestras esperanzas en que Iver os ayude, habéis elegido al noble menos adecuado. El rey James suele ignorar lo que le dice Iver, al igual que la mayoría de nosotros. Sin embargo, sé de alguien a quien el rey escucharía.

Emmett se quedó un momento sin palabras.

—Le dije a Iver que no enviara ninguna misiva, pero aparentemente esa comadreja tiene problemas de oído. Decidme, ¿por qué iba a escucharos el rey?

—Una buena pregunta —dijo Randall con una sonrisa—. Mi familia, los Hale, tiene buen prestigio ante el rey. He viajado un par de veces a Londres para visitarle. Me escuchará.

A Emmett seguía sin gustarle la idea de tener que depender de nadie, pero no quería volver a fallar a sus hermanos. Él era el encargado de devolverles el castillo. Podía o bien aceptar la ayuda de Randall o viajar él mismo a Londres y esperar mucho más para poder liberar a Jasper.

En realidad no había mucho donde elegir. Aun así, era complicado para Emmett.

—¿Y qué queréis a cambio?

—Os diría que hago esto porque quiero, pero no me creeríais. Así que os pido que escuchéis a Rosalie. Eso es todo lo que tenéis que hacer. Solo escucharla.

Emmett observó cómo se marchaba. La gente no era amable sin ningún motivo en el castillo del rey. Todos estaban allí por algún interés. Te hacían un favor si podían conseguir otro a cambio. ¿Por qué era tan importante escuchar a Rosalie?

Cuando se dio la vuelta, Rosalie también se había ido. Emmett se pasó la mano por el rostro. Estaba muy cansado y sediento de vino. Levantó una mano hasta la altura de su rostro y maldijo al ver que estaba temblando.

Dio media vuelta y se dirigió con paso ligero a sus aposentos. Estaba inquieto, nervioso. Quería sentarse en lo alto de su castillo y liberar al dios que llevaba dentro. Quería mirar al mar y ver las olas en las oscuras aguas. Quería la comodidad de su hogar. Quería a sus hermanos.

Emmett cerró con cuidado la puerta de su habitación tras de sí. No había ninguna vela encendida. Él lo prefería así. Le recordaba a lo que había dejado atrás en la costa.

Cerró la puerta con el cerrojo y se quedó de hielo al darse cuenta de que había alguien en la habitación con él. Alargó el brazo y su mano se cerró sobre una delgada muñeca.

Emmett sacó de un tirón al intruso de las sombras para ponerlo bajo la luz de la luna que entraba por su ventana. Dejó que una de sus garras se extendiera y la dejó a un lado mientras sujetaba la muñeca con la otra y la empujaba contra la puerta. Abrió los ojos sorprendido al descubrir que era Rosalie Hale a la que tenía atrapada.

El perfume a lirios le inundó. Se dio cuenta demasiado tarde de que la tenía contra la puerta, con su cuerpo contra el suyo. Su mirada se perdió en sus senos, que se elevaban y descendían rápidamente al ritmo de sus latidos, que podía ver en su cuello.

Su cólera se desvaneció y dejó paso a algo más primario, más urgente. La sangre le corría por las venas mientras el deseo se apoderaba de él. Podía sentir cada milímetro de su suave cuerpo y, que Dios le ayudara, quería más. Luchó por mantener el control, luchó por soltarla y apartarse de ella.

De pronto oyó algo a través de la puerta. Un sonido distante y fugaz, pero con su sentido del oído tan desarrollado había podido captarlo. Apoyó el rostro contra la puerta y se dio cuenta de que tenía la cabeza junto a la de Rosalie.

Se olvidó del sonido que había oído al sentir su suave mejilla rozar la suya. Giró la cabeza y aspiró profundamente el aroma de su pelo. Un mechón de seda le rozó el rostro y antes de poder darse cuenta de lo que estaba haciendo, se inclinó y le lamió el cuello. Sus labios se deslizaron por la línea de su mandíbula y pudo oír el aire zumbar al pasar por entre los labios de Rosalie.

Sus testículos se tensaron, y la sangre se concentró en su miembro. Tenía que apartarse de ella, tenía que olvidarse de saborear sus labios y catar aquella piel tan suave. Tenía que olvidar lo que sentía al notar sus curvas contra su cuerpo y lo perfectamente que se acoplaban a él. Tenía que olvidar el sabor de ella en su lengua y el aroma que había impregnado su nariz.

Pero Emmett cometió un terrible error, la miró a los ojos.

 

Montaña Cairn Toul

Al norte de las Highlands

Jasper tiró de las cadenas que colgaban de sus muñecas y sus tobillos en la oscuridad de su prisión. ¿Cuánto tiempo llevaba en la montaña? ¿Un día? ¿Un mes? ¿Un año?

Cada momento que pasaba cautivo en manos de Tanya podía sentir cómo sucumbía al control del dios de su interior. Su dios, Apodatoo, el dios de la venganza, quería todo el poder.

Unas pocas semanas antes de que Tanya capturara a Jasper, él había estado tentado a ceder a la voluntad del dios. Se había podido resistir. Pero entonces tenía a sus hermanos para ayudarle, aunque no supieran qué estaba pasando por su cabeza.

Sus hermanos.

¡Cómo les echaba de menos! Echaba de menos la sincera sonrisa de Edward, que conseguía relajarle; y la mirada intensa de Emmett, que le infundía fuerza.

Edward y Emmett siempre habían estado allí cuando los había necesitado, incluso cuando no los quería allí. Ahora, Jasper estaría dispuesto a cortarse un brazo solo por estar de nuevo con ellos. Por sentarse en las ruinas de su castillo y compartir con ellos la comida.

Jasper había querido salir huyendo de allí. Esa era la razón por la que lo habían capturado, pero echando la vista atrás se dio cuenta de que no había estado huyendo de sus hermanos, había estado huyendo de él mismo.

Qué idiota había sido. Qué idiota que era. Apodatoo se había hecho más fuerte cada vez que había sido incapaz de controlar su ira. No pasaría mucho tiempo hasta que el dios le tuviera bajo su control. Y entonces sería cuando empezaría el auténtico infierno. Pues una vez bajo el control del dios, Tanya le dominaría.

Jasper no tenía ninguna duda de que sus hermanos acudirían a rescatarle, pero rezaba para que eso sucediera antes de que Apodatoo y Tanya tomaran el control. Si él caía, sabía en lo más profundo de su corazón que sus hermanos acabarían siguiéndole. Y no podía permitir que eso sucediera.

Edward acababa de encontrar a Isabella, y aunque ella era mortal, compartían un amor con el que Jasper solo podía soñar. Y luego estaba Emmett. Había dejado de beber y había liberado al dios para salvar a la recién llegada.

El único que no había cambiado era él. Tampoco es que él se mereciera una segunda oportunidad. No había estado allí para salvar ni a su hijo ni a su esposa, y había abandonado a sus hermanos demasiadas veces.

¡Entonces lucha contra tu dios!

Era mucho más fácil decirlo que hacerlo. Sin embargo Jasper sabía que toda su vida dependía de ello.

Las cadenas que lo sujetaban habían sido reforzadas con magia, lo que evitaba que pudiera liberarse como pasó la primera vez que Tanya le encadenó. Como no podía liberarse, lo único que podía hacer era luchar contra su dios.

Jasper respiró profundamente y luchó por controlar la ira que crecía en su interior. Con cada latido de su corazón se concentró para aplacar al dios. Después de unos momentos de agonía, sintió como el dios se retiraba. Por el momento.

Parpadeó en la oscuridad. Tanya ni siquiera había dejado una vela, pero no importaba, él podía ver bastante bien en la oscuridad y no necesitaba ninguna. No necesitaba luz para saber que su piel ya no era negra y que sus garras y sus colmillos habían desaparecido y que sus ojos volvían a su estado habitual.

Esta vez había ganado contra Apodatoo, pero cada vez sería más difícil. Y en su forma humana era completamente vulnerable a los ataques que sabía que eran inminentes.

 

 

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UUY UY, UYYY, CREO QUE EMMETT ACABA DE ENCONTRAR A LA ORMA DE SUS ZAPATOS, JAJA PORQUE DEJENME DECIRLES QUE ROSALIE NO ES LA FRAGIL PRINCESA, DELICADA Y TEMEROSA, ELLA OCULTA ALGO, MUYYYYY IMPORTANTE, Y MUYYYYY EMOCIONANTE, PERO SE DARAN CUENTA PRONTO HABER SI LOGRAN ADIVINAR QUE ES.

 

BUENO CHICAS LO PROMETIDO ES DEUDA, COMIENZA LA AVENTURA ROSALIE/EMMETT Y CON TRES CAPITULOS. GRACIAS POR SEGUIR CONMIGO, BESITOS.

 

Capítulo 25: DOS Capítulo 27: CUATRO

 
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