LOS HERMANOS MACMASEN (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 27/08/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 390
Visitas: 103263
Capítulos: 57

"FANFIC TERMINADO"

 

Tres hermanos, tres guerreros, unidos no solo por sangre sino  por una fuerza más poderosa, por culpa de una malvada hechicera, Durante trescientos años, han permanecidos alejados del mundo, ocultando al vengativo dios que llevan prisionero en sus almas, pero muy pronto las cosas cambiaran, una épica guerra entre el bien y el mal se avecina, Edward, Emmett y Jasper deberán luchar no solo contra el mal que los ha asechado toda su vida, sino también contra el amor y la pasión que se encontraran en el camino

Todo el poder, la pasión y la magia de los legendarios guerreros de Escocia atados al juramento de luchar por la victoria en la batalla y en el amor.

 

 

adaptacion de los personajes de crepusculo con el libro "Serie Highlander la espada negra de Donna Grant"

 

 

 

 

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Capítulo 43: TRES.

Cuando Alice volvió a despertarse, se sentía inmensamente mejor. Todavía notaba un apagado dolor en la cabeza, pero pronto desaparecería. Intentó aspirar profundamente y fue recompensada sin ningún tipo de dolor.

A lo lejos podía oír de nuevo el cántico y la música. Por un instante, Alice pensó que sentía la magia en aquella melodía, pero igual que antes, se desvaneció antes de que pudiera descifrar nada más.

Justo un instante después se dio cuenta de que no estaba sola. ¿Era el hombre con aquella voz que hacía que sintiera mariposas en el estómago? ¿U otra persona u otra cosa?

Alice abrió los ojos de nuevo a la oscuridad. Pronto fue consciente del constante fluir del agua cerca de donde estaba, y gracias al aire fresco, supo que continuaba en la montaña de Tanya.

—¿Cómo te encuentras?

Ella giró la cabeza hacia aquella voz familiar. No estaba sentado junto a ella como antes, sino de pie a un lado. Por mucho que lo intentara no podía distinguir más que su silueta en la oscuridad. Quería ver su rostro, saber su nombre.

—Estoy mejor.

—Bien.

Alice se sentó poco a poco, analizando su cuerpo. Al advertir que las molestias no se convertían en un agudo dolor, bajó las piernas de la losa al suelo. Entonces fue cuando vio que la poca luz que le llegaba, procedía de una antorcha que había en la entrada de lo que parecía una cueva. El Foso.

Al otro lado de la cueva había más cuevas, aunque parecía que eran más pequeñas. Y en medio estaba el gran espacio abierto al que ella había caído.

¡Oh, dioses! Guerreros.

Con ambas manos, se cogió con fuerza a la losa sobre la que estaba sentada, intentando calmar su respiración. Nunca antes había temido a los guerreros hasta que Tanya la había hecho prisionera. Básicamente porque, según su opinión, no se les podía culpar por lo que había en su interior.

Ahora que había estado en contacto con los guerreros que controlaba Tanya, tenía una opinión diferente de aquellos hombres.

—¿Eres tú el que me lanzó a un lado cuando caí? —le preguntó al hombre. Él estaba a su izquierda, quieto como una estatua.

Hubo un momento de silencio y luego:

—Sí.

—¿Quién eres?

—¿Qué importancia tiene mi nombre?

Ella se quedó desconcertada por su tono áspero y su ira. ¿Por qué iba a molestarle darle su nombre?

Se oyó un suspiro profundo y entonces una sombra se movió en la entrada de la cueva. La luz de la antorcha iluminó por un instante su piel, pero fue suficiente para que pudiera distinguir su pecho blanco y los pantalones, hechos jirones, ceñidos a sus caderas.

Recordó haber visto ya aquellos ojos blancos, ojos de guerrero. Cuando el dios era liberado y todos podían verlo, la piel del guerrero se volvía del color que el dios hubiera elegido. Además de las garras, sus ojos también cambiaban y el color de su piel ocupaba todo el ojo.

—No tienes nada que temer de nosotros —dijo el guerrero blanco—. Yo soy Seth MacCarrick, y Tanya me tiene aquí preso hasta que me alíe con ella o bien muera.

—¿Cuántos sois aquí? —preguntó ella, dubitativa.

Otra forma se movió en la entrada. Esta vez, él cogió la antorcha de su anclaje y la llevó hacia ella. Alice descubrió dos rostros muy parecidos, con una piel azul claro. Llevaban las faldas escocesas iguales. La única diferencia estribaba en que uno llevaba el pelo largo y el otro corto.

—Nosotros somos Duncan e Ian Kerr —dijo el del pelo largo que soportaba la antorcha—. Y ese —señaló al otro lado— es Jasper MacMasen.

Alice volvió el rostro hacia el guerrero que se escondía en las sombras. Ahora todo tenía sentido. Tanya había alardeado de que tenía a un MacMasen preso, pero Alice no la había creído.

—¿No querías que supiera que eres un MacMasen?

Jasper resopló.

—¿Por qué iba yo a querer que lo supieras? ¿Después de que todos te oyeran afirmar que serían los MacMasen los que acabarían con Tanya aunque uno estuviera preso en su montaña? No es que eso inspire mucha confianza, ¿no crees?

Ahora que la antorcha estaba lo suficientemente cerca, pudo contemplarlo de pie, con todo su poder, los puños cerrados y un aspecto tan fiero como si de un highlander a punto de entrar en batalla se tratara.

Quería verle el rostro con claridad, grabar su imagen en su mente. Lo único que podía apreciar de él, aparte de la camisa de hilo roja y los raídos pantalones, era su cabello. Era de color caramelo y le caía en unas gruesas ondas sobre los hombros y el rostro.

Hasta que no bajó su mirada hasta el final de su cabello no descubrió el torques que llevaba al cuello. El metal estaba entrelazado formando una trenza tan gruesa como el dedo índice. Y a cada extremo del torques había una cabeza de lobo con la boca abierta en un gruñido. La imagen de aquella criatura tan astuta e inteligente parecía encajar perfectamente con el más joven de los hermanos MacMasen.

Alice se levantó y se quedó mirando a Jasper. Pudo apreciar por un instante su piel, mientras cambiaba del negro más oscuro al color de la piel curtida que tendría un hombre que hubiese pasado mucho tiempo bajo el sol.

Se preguntó por qué no querría que ella lo contemplara en su forma de guerrero, pero acabaría viéndolo tarde o temprano. A pesar de eso, ella ya se había quedado con la parte más importante: el color de su dios era el de la medianoche.

—Gracias por salvarme.

Él sacudió la cabeza y su cabello se movió sobre sus bronceados hombros.

—No estoy seguro de haberlo hecho. Todos los guerreros del Foso quieren hacerte suya.

Ella se preguntó si él también querría hacerla suya. Acompañó sus palabras con una mirada por encima del hombro a los otros tres guerreros. La observaban atentamente. Uno de los gemelos tomó aire profusamente, con las aletas de la nariz muy abiertas, como si estuviera olisqueándola.

Ella se agarró el vestido con las manos, deseando conservar todavía su daga. Pero, aunque contara con una docena de espadas, no había nada que pudiera ayudarla a mantener a los guerreros alejados si realmente se la disputaban.

—Entonces, ¿por qué me has salvado? —le preguntó a Jasper.

Él se encogió de hombros ante sus palabras.

—¿Qué sabes de Tanya?

—Lo que todo el mundo sabe. Que lleva viva incontables años y que tiene más poder que cualquier druida, mie o drough, podrá tener jamás. Que lleva siglos capturando druidas y matándolos. Y todos saben lo que les hace a aquellos hombres que cree que pueden ser guerreros.

Seth sacudió la cabeza y se desplazó desde su sitio para colocarse al lado de Jasper.

—Tanya no solamente mata a los druidas, Alice. Les extrae la sangre y con ella toda su magia. Tanya los mata ella misma con sumo cuidado para recoger toda la magia de su sangre.

Alice miró a Jasper, a la espera de que él confirmara su historia. Asintió, y aquello hizo que la sangre se le helara en las venas a Alice. ¿Cómo era posible que ninguno de los druidas de su aldea supiera aquello? ¿O acaso lo sabía su abuela y se lo había escondido?

Se cogió la falda del vestido con fuerza en un intento por calmarse.

—Entonces, ¿por qué no me ha matado a mí?

—Esa es la pregunta para la que todos buscamos respuesta —le dijo Jasper.

—Entiendo —Alice puso los brazos enjarras, intentando no temblar—. Tanya me quiere muerta. Entonces, ¿por qué me ha lanzado aquí para que acabéis vosotros conmigo?

Duncan frunció el ceño y se quedó mirándola.

—¿Y por qué te quiere muerta?

Alice se pasó la lengua por los labios y se preguntó si debería decírselo. Había guardado su secreto durante tanto tiempo que había empezado a pensar que su abuela le había mentido. Hasta que Dunmore había ido a por ella.

—La mayoría de los druidas pueden trazar su línea de sangre y remontarse hasta los druidas que ayudaron a dormir a los dioses dentro de vosotros. Mi familia es una de esas.

La mirada tranquila de Jasper se posó sobre la suya.

—¿Por qué tal cosa resulta tan importante?

—Porque uno de mis antecesores ayudó a descubrir el conjuro para dormirlos.

El aire se hizo más denso y se llenó de expectativas. Aquella era una de las razones por la que no había querido contárselo. Les daba esperanza. Y ahora ella tendría que matar esa esperanza.

—El conjuro pasó de generación en generación —siguió explicando Alice—. Mi madre murió cuando yo era muy pequeña y no me lo transmitió. Sin embargo, mi abuela sí que lo hizo.

—¿Cómo es? —preguntó Seth ansioso—. ¿Puedes decirlo ahora?

Alice sacudió la cabeza y apartó la mirada de los guerreros.

—Mi abuela me lo reveló cuando yo era una niña. Utilizó su magia para esconderlo en lo más profundo de mi mente y que no pudiera recordarlo.

—¿En absoluto? —preguntó Ian.

—En absoluto, lo siento.

Deseaba poder ayudarlos. Lo haría sin pensárselo. Cualquier cosa para vencer a una bruja como Tanya.

Jasper movió los pies.

—¿Cómo sabes entonces que conoces el conjuro?

—No lo sé. —Finalmente se obligó a mirar a Jasper—. Los druidas con los que vivía asumieron que lo conocía, y yo procedí de idéntica manera. Ellos ayudaban a proteger a mi familia porque esperábamos el día en que yo sería capaz de utilizar el conjuro.

No era que Jasper no la creyera. Él sabía de primera mano que los druidas poseían una gran magia, pero algo no acababa de sonarle bien.

—Dices que tu abuela te transmitió el conjuro.

—Sí.

—¿Cómo?

Alice se encogió de hombros.

—Me lo dijo.

—¿Recuerdas cuándo te dijo el conjuro?

—La recuerdo haciendo que me sentara a su lado una vez se había puesto el sol. Fue pocos días después de que mi hermano muriera. Mi abuela era toda la familia que me quedaba. Me dijo que tenía algo importante que contarme.

—¿Y entonces te reveló el conjuro? —preguntó Duncan.

—Sí —susurró Alice—. Puedo recordar cómo se movían sus labios, pero no recuerdo las palabras.

Jasper se dio cuenta de lo excitados que estaban sus hombres. Él había sentido el mismo estremecimiento de ansia ante las palabras de Alice, tal como ellos.

—Si no puedes recordar el conjuro, ¿cómo ibas a transmitírselo a tu hijo o tu hija?

—No lo sé.

Ella se hizo a un lado entre Jasper y Seth y se dirigió hacia las sombras.

Jasper no iría tras ella a no ser que abandonara la cueva. Ella se quedó en pie mirando a la pared, dándole la espalda a él. Tembló de frío y se cubrió el cuerpo con los brazos, intentando entrar en calor.

Él suspiró e intentó pensar en el mejor modo de acercarse a Alice. Quería que confiara en él, quería que lo buscara a él para cualquier cosa. Jasper no sabía de dónde le habían venido aquellos sentimientos, pero una vez los había reconocido, ya no podía ignorarlos.

Fue el sonido de su respiración, temblorosa y agitada lo que le hizo acortar la distancia entre ambos. Él inhaló profundamente su aroma y dejó que se apoderara de todo su ser. Aquel aroma lo sacudía de un modo que no podía explicar, pero al sentir su cercanía la urgencia se encendía en sus venas, haciendo que su cuerpo se estremeciera de pura necesidad.

Tenía que controlarse a sí mismo. Jasper sacudió la cabeza mentalmente para despejarse, pero no podía hacer nada con su erección. Mientras Alice estuviera cerca, él no podría evitar desearla.

—Estamos intentando averiguar por qué Tanya no te mató con sus propias manos —le dijo Jasper suavemente, desesperado por tenerla más cerca todavía—. No es su estilo y además no deja pasar ni una oportunidad de sumar más poder al que ya tiene. A no ser que exista una posibilidad de acabar ella lastimada.

Y entonces fue cuando la idea le vino a la cabeza.

—¿Qué más te hizo tu abuela, Alice?

Ella se giró lentamente para mirarlo. Su cuerpo a solo unos centímetros de distancia.

—Era una druida, Jasper. Siempre andaba susurrando algún tipo de conjuro.

Por primera vez, Jasper se permitió mirarla a los ojos. Gracias al poder de su dios, podía ver tan bien en la oscuridad como a la luz del día. Y lo que vio fueron unos ojos color turquesa tan fascinantes que no podía dejar de mirarlos. Dormida era hermosa. Despierta era impresionante.

Todo lo que ella sentía se traslucía en sus movimientos y en sus ojos. Y, justo en aquel instante, lo contemplaba con tal desesperación y sufrimiento que él solo quería cogerla entre sus brazos y decirle que todo iría bien.

La última mujer a la que había estrechado había sido a su esposa; una esposa que no había querido hacer nada con él una vez casados.

Jasper se negó a pensar en Maria. En lugar de eso, se dejó arrastrar por la atractiva y menuda druida que había frente a él.

—¿Existe alguna posibilidad de que ella te protegiera de algún modo?

—Si hubieras conocido a mi abuela, sabrías que cualquier cosa es posible. Mantenía que la muerte de mi madre se podía haber evitado, así como la de mi hermano.

—¿Y tu padre? —preguntó Jasper.

Ella apartó la mirada con una pequeña arruga marcándole la frente.

—Mi padre, al igual que mi marido, murieron protegiendo nuestros hogares de los wyrran.

Jasper sintió como si le hubieran dado una patada en los riñones.

—¿Estabas casada?

—Llevaba poco tiempo casada.

—¿Cuánto?

Ella se encogió de hombros.

—Algo más de un año. Fue un matrimonio concertado. Querían al mejor luchador que hubiera para protegerme.

No fue lo que dijo, sino el modo en que lo dijo (con tanto resentimiento), lo que llamó la atención de Jasper.

—¿No te importaba tu marido?

—Rory era un buen hombre. Intenté ser feliz en mi matrimonio.

—¿Y tu gente quería ampararte?

Ella asintió.

—Siempre defendieron a mi familia.

¿Porque ella sabía el conjuro para dormir a los dioses? ¿O acaso había algo más, algo que Tanya también sabía y que Alice ignoraba o no podía recordar?

Demasiadas preguntas.

—¿Qué sucederá ahora? —preguntó Alice.

Jasper no pudo evitar levantar la mano y tocarle la suave piel del cuello.

—Tú mantente con vida.

 

 

Isla anduvo sola por los estrechos pasillos de la montaña. Ella lo prefería así. Si estuviera en sus manos, nunca más vería un rostro humano, de guerrero o de wyrran, en lo que le quedara de existencia.

Pero su vida no estaba en sus manos. Hacía mucho tiempo que no lo estaba.

En algún momento no muy lejano, Tanya la convocaría. Al principio, Isla había mantenido la esperanza de que no siempre que la convocase aquello terminaría en tanto mal y destrucción.

No le había costado mucho tiempo darse cuenta de que tal esperanza era vana. Desde entonces, había vivido cada día como si fuera el último. En realidad, no esperaba seguir con vida mucho más.

Por lo menos, si estuviera en sus manos, no viviría mucho más.

—Señora.

Isla se detuvo ante aquella voz suave. Giró la cabeza lentamente y se encontró con otra de las druidas que Tanya retenía en su montaña. Sin embargo, esas druidas no estaban encerradas en las mazmorras esperando la muerte. No, esas druidas se habían puesto del lado de Tanya y su magia les había sido arrebatada.

Tanya obligaba a aquellas druidas a que llevasen sus rostros siempre ocultos con una tela negra muy fina porque no quería mirarlas a la cara, caras que ella misma había deformado. Incluso cuando las druidas esclavas hablaban, lo hacían en un susurro, para que no se pudieran distinguir sus voces.

Únicamente había tres druidas que no estaban obligadas a cubrirse el rostro. Esas druidas eran Isla, su hermana y su sobrina.

Isla arqueó la ceja ante aquella sirviente. No era ningún secreto que ella odiaba a esas druidas, pues habían sido unas cobardes y habían cedido ante Tanya porque temían morir.

—¿Qué es lo que quieres?

—Ha sido llamada.

Isla se tensó. Se había imaginado que Tanya todavía tardaría algún tiempo en ir a buscarla, pero había otra persona que también la reclamaba con frecuencia.

—¿Quién me llama?

La sirvienta inclinó la cabeza.

—Su sobrina, señora.

Esas noticias deberían haber calmado a Isla, pero no lo hicieron. De hecho, hicieron que todavía se pusiera más nerviosa. Había pasado un mes aproximadamente desde que había visto por última vez a Grania y podría haber pasado el resto de sus días sin volver a verla.

Isla siguió a la sirvienta mientras esta la conducía hasta Grania. Su sobrina estaba encerrada en una habitación protegida por la magia de Tanya. Para poder ver a Grania, Tanya tenía que darle permiso a Isla, que era el único modo de que alguien pudiera atravesar la barrera mágica que había creado.

Cuando Isla llegó a la habitación de su sobrina, ya tenía los nervios completamente destrozados. Por lo que ella sabía, no podía surgir nada bueno de aquel encuentro.

—¿Necesita alguna cosa, señora? —le preguntó la sirvienta mientras se apartaba a un lado para dejarle libre la entrada.

Isla echó un vistazo dentro de la habitación y encontró a su sobrina.

—Nada. Ya puedes marcharte.

Esperó a que la sirvienta cerrara la puerta para girar su rostro hacia Grania. Se acordó del día en que Lavena había traído al mundo a Grania. El parto había sido largo y habían celebrado el nacimiento de aquella niña sana con gran alegría.

Lavena le había puesto el nombre de Grania, un nombre que significaba amor. Fue el final perfecto para aquel día tan feliz. Isla pensó entonces que su felicidad y la de su gente nunca tendría fin. Pero solo tres cortos años después, Tanya había aparecido en sus vidas.

—Buenos días, tía —dijo Grania desde su sillón esculpido en la pared.

Cada vez que Isla veía a Grania, era como si le clavaran un cuchillo en el corazón. Tanya se había encaprichado de aquella criatura desde el primer momento y utilizaba su magia para evitar que Grania creciera, jamás crecería.

Pero Isla sabía que el capricho de Tanya no era la única razón por la que mantenía a Grania como niña. Isla nunca haría nada por poner en peligro a Grania. Sin embargo, le resultaría más fácil enfrentarse a una Grania adulta, que se había aliado con Tanya. Tanya conocía a Isla demasiado bien.

—Grania. ¿Cómo estás?

La niña rió y saltó al suelo.

—Sabes que estoy como una reina, tía.

Isla entrecruzó las manos en su regazo y esperó. No servía de nada pinchar a Grania. La criatura era tan manipuladora como Tanya y casi tan malvada. ¿Dónde estaba aquella adorable y encantadora niña que Isla solía mecer para que se durmiera?

—Cuéntame algo sobre la mie que Tanya ha arrojado al Foso.

Isla mantuvo su expresión indiferente. No le gustaba el interés que Grania mostraba por Alice y de eso tampoco podía salir nada bueno.

—¿Qué es lo que quieres saber?

—¿Es cierto que esa druida sabe cómo dormir a los dioses?

—Ya sabes que sí.

Grania volvió a reír, aquella risa por la que Isla había estado dispuesta a todo.

—Sí, ya lo sé. Una vez más, madre y su poder como vidente han ayudado a Tanya en su búsqueda.

—Así es.

La niña regresó a su asiento en las rocas.

—Me han dicho que tú presenciaste el momento en que lanzaban a la mie al Foso. Los sirvientes no pudieron observar lo que sucedió después. Quiero saber lo que tú viste.

—Los guerreros la atacaron.

—Pero no está muerta, ¿verdad?

Isla dudó. Había algo en el modo en que Grania hablaba que hizo que se le erizara todo el vello del cuerpo.

—No me quedé para ver el cuerpo, ¿por qué lo preguntas?

—La mie está protegida con un conjuro. Cualquiera que derrame su sangre sufrirá una muerte terrible. Como no he oído gritos de dolor provenientes del Foso, doy por sentado que la druida no está muerta, simplemente herida.

Por lo menos ahora Isla sabía por qué Tanya no había intentado apoderarse de la sangre de Alice. No obstante, Tanya no tardaría mucho en percatarse de que Alice no estaba muerta. Y entonces, ¿qué ocurriría?

—Cuéntame —le pidió Grania—, ¿atacaron todos los guerreros a la druida?

—Casi. Fue algo espantoso. Te hubiera encantado. Ahora he de irme, tengo obligaciones que cumplir.

Los ojos azules de Grania se entrecerraron.

—Que no tenga que volver a llamarte. Al fin y al cabo, eres mi tía. Deberías visitarme con más frecuencia. Si me obligas a ir a buscarte de nuevo, no te gustará lo que habré preparado para ti.

—Nunca ha sido mi intención ignorarte, Grania. Mis obligaciones me mantienen alejada de la montaña, como tú bien sabes.

Pero Grania ya no estaba prestando atención. Isla dio unos pasos calculados para salir de la habitación. Hasta que no estuvo en la entrada no se permitió respirar tranquilamente. La que una vez había sido su sobrina, una niña llena de vida, se había convertido en un monstruo con una sed de sangre y vísceras que podría equipararse a la de los romanos.

 

 

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AQUI ESTAMOS OTRA VEZ INICIANDO UNA NUEVA AVENTURA JAJAJA, ¿QUE TAL HEEEEEE? LES DIJE QUE EN EL LUGAR MENOS ESPERADO, APARECERIA UN RAYO DE LUZ PARA JASPER, ¿NO ES ROMANTICO? JAJAJA BUENO SE QUE LAS SIRCUNSTANCIAS Y EL LUGAR NO SON PARA NADA ROMANTICOS, PERO AUN ASI SURGIRA EL ROMANCE YA LO VERAN, JASPER ES UN AMOR ¿NO CREEN?, AAAAAA, Y LAS COSAS QUE ESTAN POR SUCEDER, UUUUUUUUUY NO SE LO PUDEN PERDER.

BUENO LAS VEO MAÑANA BESITOS GUAPAS

Capítulo 42: DOS Capítulo 44: CUATRO

 
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