LOS HERMANOS MACMASEN (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 27/08/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 390
Visitas: 103241
Capítulos: 57

"FANFIC TERMINADO"

 

Tres hermanos, tres guerreros, unidos no solo por sangre sino  por una fuerza más poderosa, por culpa de una malvada hechicera, Durante trescientos años, han permanecidos alejados del mundo, ocultando al vengativo dios que llevan prisionero en sus almas, pero muy pronto las cosas cambiaran, una épica guerra entre el bien y el mal se avecina, Edward, Emmett y Jasper deberán luchar no solo contra el mal que los ha asechado toda su vida, sino también contra el amor y la pasión que se encontraran en el camino

Todo el poder, la pasión y la magia de los legendarios guerreros de Escocia atados al juramento de luchar por la victoria en la batalla y en el amor.

 

 

adaptacion de los personajes de crepusculo con el libro "Serie Highlander la espada negra de Donna Grant"

 

 

 

 

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Capítulo 27: CUATRO

Rosalie contuvo la respiración esperando a que Emmett se inclinara sobre ella y posara sus labios sobre los suyos. Su cuerpo se estremeció ante la expectativa mientras se sumergía en sus profundos ojos verdes. Vio soledad, pero también deseo en su interior.

Y para su sorpresa, sintió su propio deseo creciendo en su interior. Quería desesperadamente que Emmett la besara, quería conocer el sabor de sus besos.

Su sangre había subido de temperatura y el corazón se le había acelerado con el contacto del cuerpo de Emmett contra el suyo.

Se olvidó de esconderse de Tanya, se olvidó del Pergamino que guardaba en secreto. Todo lo que importaba era el hombre que la tenía atrapada entre su cuerpo, duro como una roca, y la puerta.

Justo en el momento en que creyó que iba a besarla, la apartó de él y abrió la puerta como un rayo.

Rosalie parpadeó ante el espacio vacío que acababa de ocupar Emmett. No podía creer que se hubiera marchado. Estaba segura de haber sentido la pasión mutua que había entre ambos.

Luego unos gritos llegaron a sus oídos. Corrió hacia la puerta y se asomó. Algo había causado el pánico en todo el castillo.

Se recogió las faldas con la mano y corrió hacia los alaridos. A mitad de camino hacia el gran salón lo oyó, el inconfundible aullido de los wyrran.

—No —susurró, y corrió más deprisa.

¿Por qué había un wyrran en el castillo? ¿La había descubierto Tanya? ¿O estaba allí por Emmett? Nada de aquello importaba en aquel momento. Lo único que importaba era matar a aquella horrenda criatura.

Cuando llegó al pasillo que llevaba al gran salón tuvo que avanzar a empujones entre la multitud que salía huyendo del salón. Vio que alguien gritaba su nombre y se giró para ver a Randall. Sus ojos azules, llenos de preocupación, le dijeron sin palabras que sus peores pesadillas se habían hecho realidad. Tanya la había encontrado.

Haciendo uso de la fuerza que normalmente escondía, Rosalie se abrió paso entre el gentío que le bloqueaba el camino hacia el gran salón, que se había quedado vacío. Se detuvo con un patinazo y descubrió que Emmett ya estaba allí enfrentándose al wyrran de piel amarillenta que estaba colgado de la pared cerca del techo.

Ella observó cómo se extendían las garras de Emmett de color negro obsidiana, que brillaban bajo la luz de los candelabros. Esperó para ver cómo cambiaba por completo. Quería saber el aspecto que tenía en su forma de guerrero, quería ver todo su cuerpo tan oscuro como sus garras.

De pronto el wyrran levantó la mirada hacia ella y soltó otro alarido ensordecedor. Saltó hacia ella, pero justo en el momento en que Rosalie iba a liberar a su diosa, Emmett agarró a la criatura de una pierna.

—¡Sal de aquí! —gritó.

Ella asintió rápidamente y salió del salón. Pero Emmett estaba equivocado si pensaba que se retiraría sin luchar.

Emmett no podía creer que hubiera un wyrran en el castillo el rey. Pero todavía le preocupaba más el hecho de que Rosalie lo hubiera seguido. La mayoría de las mujeres hubieran salido huyendo al oír los gritos. Pero ella no.

No estaba muy seguro de si le gustaba su valentía o si quería reprenderla por haber puesto su vida en peligro.

Decidió que ambas.

Primero, sin embargo, tenía que acabar con el wyrran, y no podía permitirse el lujo de convertirse en un guerrero. Los habitantes del castillo ya habían visto demasiado con la aparición del wyrran. No habría manera de explicar lo de su piel negra, sus garras y sus colmillos.

Los wyrran eran muy pequeños, pero las largas garras que salían de sus manos y de sus pies podían partir a una persona en dos. Odiaba tener que mirarlos, con esa piel tan fina y amarillenta. Tenían una cara horrorosa y una boca llena de afilados dientes que sus labios apenas podían ocultar. Y aquellos grandes y redondos ojos amarillos le provocaban escalofríos.

—¿Habéis venido a por mí? —le preguntó a la criatura.

El wyrran abrió la boca y lanzó un largo chillido.

A Emmett le dolían los oídos por aquel sonido ensordecedor.

—Os odio con todo mi corazón, criaturas abominables —murmuró—. Venid y luchad conmigo.

El wyrran saltó de la pared al suelo. Esos pequeños bichos podían trepar por cualquier cosa y en cualquier dirección. Por primera vez desde que había liberado a su dios para salvar a Isabella, Emmett deseaba transformarse. Quería soltar su daga y usar sus garras para partir a la criatura por la mitad.

Los labios del wyrran se estiraron en lo que pretendía ser una sonrisa, como si supiera lo que estaba pensando Emmett.

—¿Es que ahora podéis leer las mentes? —Le preguntó Emmett mientras saltaba hacia él. Su daga aterrizó en el brazo de la criatura. El guerrero clavó con fuerza la hoja, abriendo un corte en su finísima piel.

Las garras del wyrran atacaron al pecho de Emmett mientras luchaba por liberarse. Emmett hizo caso omiso del dolor e intentó seguir luchan­do, pero la pequeñez de la criatura jugaba en su contra y era difícil de seguir. De algún modo pudo liberarse de Emmett y de la daga y trepar por la pared.

Dio otro chillido antes de saltar fuera del gran salón y salir por la puerta que Rosalie había dejado abierta. Lo único que pasó por la cabeza de Emmett fue Rosalie. Estaría indefensa contra el wyrran.

Emmett salió corriendo del salón al pasillo vacío. Cuando estuvo seguro de que ni el wyrran ni Rosalie estaban allí, siguió corriendo por el castillo. La poca gente que vio se escondió rápidamente en sus aposentos y cerró las puertas de un golpe. Pero no pudo encontrar a la horrenda criatura.

Maldiciendo, Emmett se dio media vuelta y volvió al gran salón. Los wyrran eran rápidos, pero no podían ganar a un guerrero.

Rosalie sabía que el wyrran saldría del salón, así que se sentó y esperó. Deseaba poder ver a Emmett luchar contra aquella horrenda criatura, pero no podía arriesgarse. El wyrran tenía que morir.

¿Contra cuántas de esas malévolas criaturas había luchado y a cuántas había matado a lo largo de todas aquellas décadas? Demasiadas. ¿Y qué es lo que estaba haciendo esa criatura ahora en el castillo de Edimburgo?

Aquello la tenía confusa. Solo podía imaginarse que estuviera allí por Emmett, pero si no consideraba la posibilidad de que el wyrran estuviera allí por ella, entonces sería una estúpida.

Al oír los alaridos de rabia de aquel horrible ser, pensó que Emmett estaba haciendo un buen trabajo con aquella bestia. Rosalie sonrió. ¿Se habría convertido Emmett en un guerrero? No oía ningún gruñido, pero deseaba enormemente verlo convertido.

Había demasiada gente en el castillo para que Emmett se arriesgara a hacerlo y no pasaría mucho tiempo antes de que alguien reuniera el coraje suficiente como para ir a ver qué pasaba en el salón.

Sus elucubraciones llegaron a su fin cuando el wyrran apareció de un salto desde el gran salón en el pasillo antes de saltar por la ventana tras ella. Había sido una buena idea haber tirado el vestido por la ventana y haberse transformado porque justo un instante después Emmett salió del salón y miró directamente hacia ella. Pero no podía verla. Nadie podía.

Esperó hasta que él se hubo marchado para seguir al wyrran saltando por la ventana y bajando por la rocosa pared del castillo. El wyrran corría rápido, pero no tan rápido como si hubiera sabido que lo perseguían.

Tanya había hecho a aquellas criaturas veloces, pero no lo suficiente como para ganar a un guerrero.

Rosalie saltó delante de la criatura y se hizo visible cuando alcanzaron el suelo. El wyrran abrió aquella boca llena de dientes y siseó. Rosalie simplemente sonrió y se preparó para la matanza.

El wyrran levantó las manos y le mostró sus largas y afiladas garras. No estaba impresionada. Rosalie flexionó las piernas y esperó el ataque de la criatura. Habitualmente no le gustaba utilizar el poder que había en su interior, pero ahora estaba disfrutando. Su diosa nunca le había fallado.

Ya habían pasado unos cuantos meses desde que Rosalie liberara a su diosa por última vez. La diosa sonrió en su interior, tan ansiosa de batalla como Rosalie.

El wyrran se balanceaba adelante y atrás sobre sus pies como si intentara decidir cuándo atacar. De pronto, saltó sobre ella y utilizó sus letales garras para atacar sus brazos.

Rosalie soltó un aullido de dolor y clavó sus garras en el pecho de la criatura. Los ojos del bicho se le salieron de las órbitas cuando cerró los dedos sobre su corazón.

—Tú no perteneces a este lugar —le dijo justo antes de arrancarle el corazón.

Rosalie lanzó a un lado el pequeño órgano mientras el wyrran caía muerto al suelo, con los ojos sin vida observando las estrellas. Por mucho que deseara dejar allí a la criatura, no podía arriesgarse a que nadie se acercara y la viera.

Cogió al wyrran por uno de los tobillos y lo arrastró hasta el bosque, donde lo escondió. Rosalie volvería después para prenderle fuego junto con su corazón. Estaba cubierta de sangre y temblaba bajo el fresco aire de la noche, sola.

Estaba tan cansada de estar sola... Randall era un maravilloso confi­dente y un verdadero amigo, pero no podía entender por completo lo que era tener a una diosa en su interior. Randall no podría entender el poder salvaje que la invadía cuando la diosa era liberada. Y Rosalie temía que si llegaba a descubrir el poder que atesoraba, nunca volviera a acercarse a ella.

Ya había perdido a su familia y a su clan cuando la diosa la eligió a ella en lugar de a un hombre. No podría soportar perder a Randall también.

Sin embargo, sabía que se acercaba el momento en que ella tendría que alejarse de él para siempre. Él nunca afrontaría su propio futuro mientras ella estuviera a su lado. Randall se sentía responsable por lo que su familia, que también era la de ella, le había hecho y estaba decidido a restaurar el mal cometido.

Ella respiró profundamente y se dirigió al castillo. Como era habitual, cuando llegara a sus aposentos, Randall la estaría esperando con agua para lavarse y un vestido. Él nunca hacía preguntas, ni siquiera cuando veía sus heridas.

Aunque él sabía que ella era inmortal, en realidad le impresionaba ver cómo su cuerpo se curaba delante de él y darse cuenta de que no podría morir a no ser que alguien le cortara la cabeza.

El corazón se le encogía de dolor al pensar en tener que despedirse de Randall. Él era una de las pocas personas en quien confiaba. Él había estado allí cuando todos los demás la habían abandonado. Pero Rosalie sabía que si Emmett era realmente el MacMasen que había estado buscando, tendría que aprender a confiar en él, porque los MacMasen eran los únicos que la podían mantener a salvo de Tanya.

Rosalie suspiró y se apartó el mechón de pelo que le había caído sobre el rostro al atacar al wyrran. Tendría que decirle a Emmett que ella era una guerrera, pero lo único que ni él ni los demás podrían saber jamás era que ella guardaba el Pergamino.

Había hecho un juramento cuando la diosa fue liberada. Aquel juramento lo había sido todo para ella, especialmente cuando había visto el orgullo en los ojos de su padre. Ella tenía mucho miedo de lo que el futuro le pudiera deparar, pero su padre había creído que ella era la persona más adecuada para guardar el Pergamino. Rezaba porque él tuviera razón.

Si por algún motivo, Emmett MacMasen había decidido ayudarla, iba a tener que dejar a Randall atrás. Incluso aunque Rosalie estuviera arriesgándose mucho. Él sabía demasiado. Si alguna vez Tanya llegaba a descubrir lo mucho que sabía Randall sobre los guerreros, iría tras él con toda su furia.

Rosalie sabía que había sido una egoísta al compartir su carga con Randall, pero necesitaba tener un amigo. Él nunca le había fallado. Sin embargo, eso cambiaría si Tanya llegaba a capturarle en algún momento. Randall intentaría no decir nada, pero al final acabaría confesándoselo todo a Tanya.

Y en cuanto eso sucediera, no habría lugar en el mundo donde Rosalie pudiera esconderse de Tanya.

¡Qué complicado había hecho todo Rosalie a su alrededor! Debería haber sido más fuerte, no debería haberle contado a Randall más de lo que ya sabía o podía haber adivinado, y lo más importante, nunca debería haberle involucrado en sus planes para encontrar a los MacMasen.

Se tocó el punto del cuello que Emmett le había lamido. Se estremeció al pensar en cómo se había sentido al notar su suave y húmeda lengua tocarle el cuello. Rosalie cerró los ojos mientras recordaba cada milíme­tro de su cuerpo contra ella, cómo su cálida respiración le había acariciado la mejilla y cómo su largo y oscuro pelo le había rozado el rostro.

Se le endurecieron los pezones y le enviaban espirales de deseo que hacían que se estremeciera entre las piernas al recordar el fuerte cuerpo de Emmett apretado contra el suyo, aplastándole los senos. Ya no le importaba el aire frío de la noche, pues su cuerpo había subido de temperatura y se estremecía con un deseo que no podía ignorar.

Rosalie abrió los ojos y respiró profundamente. Necesitaba recuperar el control de sí misma. Emmett no podía saber cómo la desestabilizaba su proximidad. Aquello le otorgaría una ventaja que no se podía permitir darle.

Después de haber visto sus garras aquella noche, ella supo que se trataba del MacMasen de la leyenda. Había llegado el momento de hablar con él. Si Emmett no podía ayudarla, entonces tendría que esconderse. Estuviera el wyrran allí por ella o por Emmett, lo cierto es que había ido al castillo.

Y aquello no era buena señal.

Rosalie se hizo invisible antes de emprender el camino de vuelta a sus aposentos en el castillo. Tal y como esperaba, Randall estaba allí esperándola. Ella cogió una manta de la cama para cubrirse antes de volver a hacerse visible.

Randall soltó un suspiro de alivio al verla.

—Estaba preocupado.

Ella se obligó a sonreír para que él no pudiera descubrir la agitación en su interior.

—Puedo cuidar de mí misma.

—Ningún wyrran había venido antes al castillo, Rosalie.

Ella se acercó a la bañera, sin preocuparle que el agua no estuviera caliente. Esperó hasta que Randall se girara de espaldas a ella antes de meterse dentro.

—No sé por qué estaba aquí esa maldita criatura. ¿Era por mí o era por Emmett?

—Podía haber sido por ambos.

El estómago se le revolvió al oír sus palabras.

—Lo sé. Tengo que hablar con Emmett esta noche. No puedo esperar más. Tengo que saber si puede ayudarme o no.

Randall suspiró, pero se mantuvo de espaldas a ella mientras ponía una silla cerca del hogar y se sentaba.

—Vi a Emmett buscando al wyrran por el castillo. Es prudente, Rosalie, lo que puede ser una ventaja si decide ayudarte a esconderte.

—Él lleva escondiéndose trescientos años, claro que es prudente. Pero tengo curiosidad por saber por qué está aquí. ¿Has averiguado alguna cosa?

—Sí. Quiere que su castillo vuelva a manos de los MacMasen. Ha venido a pedir audiencia con el rey.

Ella asintió mientras seguía lavándose la sangre del cuerpo.

—El wyrran está muerto, así que no tenemos que preocuparnos de él por el momento. Tendré que volver al bosque a prenderle fuego. Se sorprendió al verme, así que creo que estaba aquí por Emmett, lo que no entiendo es por qué apareció en medio del gran salón.

—Yo me ocuparé del wyrran. ¿Dónde está?

—No deberías arriesgarte.

Randall murmuró algo para sí mismo.

—Rosalie, aunque seas una guerrera, un hombre puede tratar con cosas en este castillo que una mujer no puede. Y ahora dime dónde está esa maldita bestia.

A veces odiaba ser una mujer.

—Está en el bosque, cerca de un roble con doble tronco. Lo he escondido bien.

—Me ocuparé de ello esta noche. Supongo que no tuviste tiempo de hablar con Emmett antes de que apareciera el wyrran, ¿verdad?

—No. —Recordó la cálida respiración de Emmett que le había producido un cosquilleo en la piel, el tacto de su lengua al tocar su cuello y el olor a naranjo al sentir su musculoso cuerpo contra el suyo—. Nos interrumpie­ron.

Randall se giró de lado para que ella pudiera ver su perfil.

—Vas a ir ahora a hablar con él.

No era una pregunta.

—Sí. No puedo esperar más.

Randall se puso en pie y se dirigió a la puerta.

—Estaré en mi habitación una vez haya acabado con el wyrran por si necesitas alguna cosa.

—Gracias mi queridísimo amigo.

Él se detuvo con la mano en el cerrojo.

—Dame las gracias cuando el MacMasen te haya llevado a su castillo.

Rosalie esperó hasta que la puerta se hubo cerrado detrás de Randall antes de soltar un largo suspiro. Volvió a coger el jabón y se enjabonó el cuerpo por segunda vez. No podía soportar la sangre de wyrran sobre su cuerpo.

 

 

Emmett saltó sobre su cama. Había esperado volver a sus aposentos y volver a encontrar a Rosalie esperándole. Para su decepción, no había encontrado a nadie.

No le gustaba aquel sentimiento de frustración o el nerviosismo que había sentido cuando la había visto en el gran salón. Habría estado bien encontrar al wyrran para poder descargar parte de la rabia que tenía acumulada sobre la criatura en lugar de regresar a su habitación y a sus recuerdos de Rosalie entre sus brazos.

Todavía podía sentirla. El pequeño roce de su cara contra la suya la había empujado hacia su cuerpo. El la había apretado contra él, había sentido su flexible cuerpo y sus femeninas curvas. Quería sumergir el rostro en su pelo e inhalar aquel aroma que solo le pertenecía a ella.

Y, que dios le ayudara, quería lamer cada centímetro de su cuerpo.

Emmett se levantó, se quitó las botas, la falda y la camisa. No es que no le gustase llevar la falda escocesa, es solo que era muy diferente de lo que había llevado en los últimos trescientos años. Pero podría acostumbrarse a llevarla. Especialmente le gustaba llevar los colores de los MacMasen para que todo el mundo pudiera verlos.

Con un suspiro se metió entre las sábanas. El sueño no vendría, no sabiendo que había un wyrran en los alrededores y que tenía que encontrar a Thomas MacDonald por la mañana antes de marcharse al castillo MacMasen. Cerró los ojos, pero solo podía pensar en Rosalie. Todavía podía saborearla en su lengua con el pequeño contacto que había tenido sobre su cuello. Era el sabor más dulce que nunca podía haber imaginado.

¡Cómo deseaba probar más de ella! Una lástima que nunca más fuera a tener la oportunidad.

 

 

Rosalie entró por la ventana de Emmett. Fue con cuidado de no hacer ningún ruido que le despertara. Una vez estuvo dentro, se dirigió a la esquina cerca del hogar y cogió la túnica que había dejado sobre el arcón.

Era una de las cosas que odiaba de usar su poder de invisibilidad, ella podía hacerse invisible, pero la ropa que llevaba puesta no. Lo único que podía llevar y que tampoco podía verse era el anillo de su dedo anular porque era mágico. Nunca se quitaba aquel anillo. Por ninguna razón.

La diosa desapareció mientras ella pasaba los brazos por las mangas de la túnica. Había dejado allí la túnica cuando Emmett la había encontrado en sus aposentos. En aquel momento no había contado con encontrarse con él. No, su plan era simplemente el que estaba llevando a cabo ahora. Solo había un modo de hablar con un hombre como Emmett y ese era llamar su atención.

Llegar desnuda a su habitación llamaría su atención, pero no estaba preparada para mostrárselo todo, al menos por ahora. Utilizaría su cuerpo si tenía que hacerlo. No le gustaba la idea, pero había demasiado en juego. Primero intentaría hablar con él.

Ante su desesperación, su cuerpo aumentó de temperatura solo de pensar que era posible que tuviera que besar a Emmett.

Se acercó a la cama bajo los rayos de la luna que entraban por las ventanas. La habitación no era tan grande como la suya, pero seguía siendo bonita. Los ropajes de terciopelo color burdeos de la cama eran lo mejor que el dinero podía pagar. Las velas estaban aromatizadas y había mucha madera apilada cerca del hogar para poder hacer fuego.

Rosalie pasó un dedo sobre una botella de vino sin abrir. Estaba en medio de una pequeña mesa, casi como si fuera un regalo. Solo que ella tenía la sensación de que Emmett la había puesto allí él mismo, con lo que no era un regalo, sino, ¿más bien un castigo?

Recordó el momento de la cena. El no había probado ni el vino ni el aguamiel. Solo había bebido agua. Extraño para un hombre como él.

Giró la cabeza hacia la cama. Había estado evitando mirarle, pero ya no podía más. Sus pies empezaron a moverse y la llevaron hasta la cama. El dormía con el rostro hacia las ventanas y la luz de la luna iluminaba sus dibujados rasgos y su reposada fuerza.

Era increíble. Tenía un rostro angular con unos hoyuelos bajo las mejillas que le daban una apariencia más fuerte y amenazadora. Tenía la barbilla cuadrada y la línea de la mandíbula marcada. Como un auténtico hombre de las Highlands.

La nariz era larga, recta y fina. Cuando detuvo la mirada sobre sus labios se estremeció al recordar cómo habían rozado su mejilla.

Sus ojos, aunque ahora estuvieran cerrados, eran del verde más hermo­so que ella jamás hubiera visto. Unas cejas marrones los enmarcaban. Tenía una pequeña cicatriz junto al ojo izquierdo que debió de hacerse antes de que su dios fuera liberado.

Quería rozar aquella cicatriz y preguntarle cómo se la había hecho y cómo había conseguido no perder el ojo ni la visión.

La palidez de las sábanas contrastaba con su piel bronceada por el sol. Bajo la luz de la luna, su pelo parecía casi negro, aunque ella sabía que era marrón oscuro con reflejos dorados, como si hubiera pasado mucho tiempo al aire libre.

Bajó la mirada hasta su pecho desnudo, que se elevaba y bajaba rítmicamente. El abdomen estaba ondulado por los marcados músculos. Igual que los brazos y los hombros, e incluso sus manos que descansaban a ambos lados de su cuerpo.

Rosalie se acercó un poco más para observar atentamente el grueso torques de oro que llevaba al cuello. Dos cabezas de jabalí con las bocas abiertas y los dientes a la vista la observaban.

Ella se puso tensa, incapaz de creer que hubiera encontrado a uno de los MacMasen. Llevaba tanto tiempo manteniendo las distancias con todo el mundo que la necesidad de saberlo todo de Emmett MacMasen la asustaba. Los errores de su pasado no dejarían que olvidara que aun así tenía que mantenerse alerta con Emmett.

Pasó sus dedos entre uno de los rizos de su oscuro pelo que le llegaba hasta más abajo del hombro y le resultó agradable al tacto. Quería acariciarle el pelo una y otra vez. Quería cogerlo entre sus brazos y mecerlo en su regazo hasta que se quedara dormido con el suave contacto de las yemas de sus dedos sobre su cabello.

Rosalie apartó la mano temerosa de tocar más de lo que debía si no paraba en ese momento. Nunca antes había sentido algo así por un hombre y, para ser sincera, aquello la asustaba.

Volvió de nuevo la mirada hacia sus labios. ¡Qué boca más hermosa! Amplia, con unos labios firmes, ni demasiado delgados ni demasiado carnosos. Labios hechos para reír y para besar.

Ella se estremeció al pensar en el contacto de sus bocas. Alzó la mano para acariciarle la mejilla que había rozado su rostro con la barba. Incluso en la semioscuridad podía ver los gruesos pelos que crecían en su mandíbula. Le daban un aspecto malvado y peligroso. El aspecto de lo prohibido.

Emmett se removió en sueños, con la boca entreabierta. Parecía tan diferente mientras dormía. Las preocupaciones que marcaban sus ojos y su boca se habían esfumado. La arruga en la frente había desaparecido. Ahora parecía más joven, incluso travieso.

Rosalie sonrió intentando imaginarse al muchacho que debió haber sido. Se imaginó las preocupaciones que le habría causado a su madre. Como el mayor, tenía que ser fuerte por sus hermanos. La clase de jefe que un clan como el de los MacMasen había necesitado. Era una tragedia que Tanya hubiera acabado con todos.

Al pensar en Tanya, Rosalie se acordó de por qué estaba en la habitación de Emmett. Se apartó y se puso de pie junto a la ventana. Tenía que olvidarse de la tentación que suponía el cuerpo de Emmett.

¿Por qué? ¿Por qué no utilizarle? Has sentido su atracción por ti.

Era cierto, sabía que él se sentía atraído por ella. Pero ¿podía permitirse volver a intimar con un hombre? ¿Se atrevería después de lo que había sucedido la última vez?

Emmett es un guerrero. Él no quiere utilizarte.

Rosalie consideró aquella idea. ¿Qué mal podría haber en abandonarse al deseo que sentía por Emmett? No perdería el control. Y solo por una vez sabría lo que se sentía en los brazos de un hombre como Emmett MacMasen.

 

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AAAAAAAAAAAAAA, NOMBRE SI TANYA ANDA EN TODA LA DESGRACIADA BRUJA, UUUUUUUUY QUE PASARA EN ENTRE EMMETT Y ROSALIE DUDO MUCHO QUE LO PRIMERO QUE HAGAN SEA HABLAR JAJAJA. BESITOS GUAPAS.

Capítulo 26: TRES Capítulo 28: CINCO

 
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