LOS HERMANOS MACMASEN (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 27/08/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 390
Visitas: 103268
Capítulos: 57

"FANFIC TERMINADO"

 

Tres hermanos, tres guerreros, unidos no solo por sangre sino  por una fuerza más poderosa, por culpa de una malvada hechicera, Durante trescientos años, han permanecidos alejados del mundo, ocultando al vengativo dios que llevan prisionero en sus almas, pero muy pronto las cosas cambiaran, una épica guerra entre el bien y el mal se avecina, Edward, Emmett y Jasper deberán luchar no solo contra el mal que los ha asechado toda su vida, sino también contra el amor y la pasión que se encontraran en el camino

Todo el poder, la pasión y la magia de los legendarios guerreros de Escocia atados al juramento de luchar por la victoria en la batalla y en el amor.

 

 

adaptacion de los personajes de crepusculo con el libro "Serie Highlander la espada negra de Donna Grant"

 

 

 

 

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Capítulo 15: CATORCE

Isabella quería quedarse en los brazos de Edward para siempre. No le importaba que se acercara la noche. Mientras estuviera con Edward estaría a salvo. Pero por la manera en que él miraba el sol, ella supo que su tiempo se había acabado.

Se sentó y admiró el cuerpo duro y cautivador de Edward y quiso explorarlo para alegría de su corazón. La próxima vez, estaba segura de que habría una próxima vez, le pasaría las manos por todo el cuerpo.

Él le sonrió, sin ningún reparo por estar desnudo. Ella observó su miembro flácido, asombrada por lo que había sentido al tenerlo entre las manos. Ella suponía que debía sentirse avergonzada por su propia desnudez, pero le gustaba cómo él la miraba. El hambre de sus ojos hacía que su estómago se agitara.

—Tengo que limpiarte —dijo él mientras se ponía en pie con un movimiento rápido.

Isabella vio su sangre virgen sobre él. Se miró entre las piernas y vio que tenía unas manchas de sangre en el vestido. El sonido de una tela rasgándose hizo que su mirada se dirigiera hacia él. Edward había rasgado su túnica por la mitad y se había arrodillado entre las piernas de Isabella.

—Si hubiera agua la mojaría.

Ella se encogió de hombros y se estiró para coger la tela.

—No importa.

Él no dejó que la cogiera.

—Acuéstate. Yo te limpiaré.

Ella asintió y se acostó, apoyándose sobre sus codos. Sus manos fueron delicadas mientras le limpiaban la sangre y su semilla de los muslos. Cuando acabó de limpiarla a ella se limpió él. Enterró la túnica a cierta distancia, volvió hasta ella y se colocó a su lado mientras se ponía los pantalones y las botas.

Isabella no podía apartar los ojos de él. Era un ejemplar espléndido, un highlander en todos los sentidos. Encajaba en la naturaleza como cual­quier animal, y el peligro que le rodeaba todavía le añadía más atractivo.

Era un hombre que ninguna madre querría para su hija. Pero era un hombre a quien cualquier hija querría para ella sola.

Edward giró la cabeza hacia Isabella y arqueó una ceja.

—¿Ocurre algo?

Ella pasó su mirada por sus delgadas nalgas y sus fuertes piernas. Para ser un hombre cincelado a la perfección, era increíblemente dulce con ella.

Isabella se humedeció los labios.

—Todo está bien.

—¿Necesitas ayuda para vestirte? —Los ojos de Edward se oscurecieron de deseo.

Si ella no se vestía ya, no se marcharían nunca, e Isabella sabía cuánto quería Edward volver al castillo. Ella negó con la cabeza y cogió una media.

—Esta vez no.

Edward se apoyó contra un árbol, con los brazos cruzados sobre el pecho, observándola. Luego ella se volvió, después de vestirse.

—Las mujeres lleváis demasiadas ropas.

—Yo podría decir lo mismo de vosotros. Los highlanders ahora llevan kilts.

Él se encogió de hombros.

—Yo podría llevar uno. Sería más fácil cuando quisiera hacer el amor contigo.

Un ardiente calor inundó todo el cuerpo de Isabella.

—Entonces, ¿me volverás a poseer?

—Te poseeré muchas veces, Isabella. Luché contra lo que había entre nosotros, pero escúchame bien: eres mía.

Cuando él le tendió la mano, ella la tomó, aceptando lo que el futuro le deparara.

—Y tú eres mío —dijo ella cuando estuvo a su lado.

Él sintió.

—Sí.

Caminaron por el bosque en un silencio amigable. Aquella mañana Isabella había pensado que lo había perdido todo, y ahora, sin embargo, lo tenía todo. Bueno, casi, solo faltaba que Tanya dejara de buscarla.

—Encontramos otro guerrero —dijo ella.

—Puede ser.

—Entiendo por qué no confías en las personas, Edward, pero siento que dice la verdad.

—Puede ser —volvió a decir Edward.

Ella puso los ojos en blanco. La noche se acercaba con rapidez y mientras llegaban al borde del bosque, Isabella se dio cuenta de que estaba ansiosa por volver al castillo.

De repente, Edward se detuvo, parándola a ella también con el brazo. Isabella se paró y escuchó.

—¿Qué ocurre? —susurró.

Edward sacudió la cabeza para que se callara. Luego ella vio movi­miento en la sombra de un árbol y entonces Jacob se situó delante de ellos. Ella notó como a Edward le crecían las uñas mientras se aferraba a su mano.

—¿Qué quieres, Shaw? —preguntó Edward.

Pero los ojos de Jacob estaban clavados en ella.

—¿Lo llevas para que lo vean todos? —preguntó, con una voz baja y enfadada.

Edward la colocó detrás de él.

—¿De qué estás hablando?

Jacob señaló a Isabella.

—El frasco. El Beso del Demonio. Debería estar escondido.

Isabella bajó la mirada y vio que el colgante de su madre estaba por fuera del vestido.

—Normalmente lo llevo escondido, pero solo porque la gente cree que es extraño.

—¿Dónde lo encontraste? —preguntó Jacob.

—No es de tu incumbencia —gruñó Edward.

Isabella, sin embargo, se dio cuenta de que Jacob podía saber algo del frasco. Salió de detrás de Edward.

—Me lo dio mi madre cuando era pequeña.

—Los wyrran la mataron, ¿no es cierto? —preguntó Jacob.

Ella asintió.

—Mis padres me escondieron, y gracias a eso escapé.

—¿Sabes qué es lo que tienes?, ¿qué eres?

—No.

—Isabella... —le advirtió Edward.

Ella miró a Edward y le tocó el brazo.

—He querido saber lo que era este colgante desde que tengo uso de razón. Mi madre ya no me lo puede decir. ¿Me negarías esa información si Jacob la tuviera?

Edward suspiró y negó con la cabeza.

—Claro que no.

Ella se volvió hacia Jacob.

—¿Qué es este colgante?

—Esa sangre que llevas es de un drough.

Isabella recordó que Edward le había dicho que había dos clases de druidas, los mie, o druidas buenos, y los drough, o druidas malvados.

—Mi familia era buena y decente, no era mala.

Edward le pasó el brazo alrededor de la cintura y la acercó hacia él.

—Continúa —le dijo Edward a Jacob.

—El ritual de la sangre es una ceremonia que todo drough realiza en su decimoctavo año de vida. Se supone que la sangría los abre para recibir magia negra.

—No —dijo Isabella—. Mis padres eran buenas personas.

—¿Os mudabais con frecuencia? —preguntó Jacob.

Ella abrió la boca para negarlo cuando le vino a la mente un recuerdo de su familia llegando a la casa. Su padre estaba muy contento, y su madre dijo que esperaba que pudieran quedarse más tiempo que en la última aldea.

—Sí, ¿verdad?

Ella asintió con la cabeza. Su pecho se tensaba.

—¿Por qué nos mudábamos tanto?

—Por Tanya —respondió Edward.

Jacob asintió levemente.

—Tanya ha estado reuniendo a todos los druidas que encuentra, ya sean mie o drough. Los mata para tener más poder. Los drough suponen una amenaza para su magia, y se dice que algunos mie saben cómo encerrar a los dioses.

Ella miró a Edward para ver si había escuchado a Jacob. La mirada de Edward la conmovió, estaba llena de cautela. Si un mie podía encerrar al dios de Edward, Isabella encontraría a ese mie para él.

Isabella tocó el frasco.

—Un guerrero dijo que Tanya quería la sangre. ¿Por qué?

—La sangre de un drough contiene mucha magia, sobre todo para quien la derrama o la captura.

Jacob frunció el ceño como si acabara de caer en la cuenta de algo.

—Tú eres lo que está buscando Tanya.

Ella miró a Edward.

—Así es.

—Entonces necesitaréis a todos los guerreros que podáis encontrar, MacMasen. Tanya quiere a tu mujer más de lo que quiere a cualquier guerrero.

—¿Por qué? —preguntó Edward.

—El poder de la sangre de Isabella mezclado con el de su madre es demasiado embriagador para ser ignorado por alguien como Tanya. La cantidad de poder que obtendría sería inmensa. Es muy poco común encontrar a una druida con la sangre drough de su madre alrededor del cuello.

Isabella se quitó el colgante por encima de la cabeza.

—Entonces tiraré la sangre de mi madre.

—No —dijo Jacob, y estiró la mano para detenerla—. No lo hagas.

—¿Qué no nos estás contando? —preguntó Edward—. Los drough son malvados. Serían un beneficio para Tanya, y como la sangre se da en un ritual, sería fácil para Tanya conseguir esa sangre. ¿Por qué matarlos cuando podría tenerlos a su lado?

Jacob suspiró y se pasó una mano por la Isabella.

—Tanya es una drough. Se ha mantenido con vida utilizando la sangre de sus hermanos durante más de quinientos años. Cada vez que mata un drough y consigue su sangre, se vuelve más fuerte. No quiere tener a ningún drough cerca que pueda usurpar su poder.

Edward maldijo entre dientes.

—Tu mujer tiene que mantenerse alejada de Tanya a toda costa. Y también tiene que mantener el frasco a salvo, porque algún día podría necesitar la sangre de su madre.

—De eso me ocupo yo —dijo Edward.

Jacob apoyó sus hombros contra un árbol.

—Isabella podría enfrentarse a Tanya con su magia.

—No sé nada de los druidas ni de sus métodos —dijo Isabella negando con la cabeza—. Ni siquiera sabía lo que era un drough hasta que Edward me lo contó. Yo no tengo magia.

—Eso no es cierto —dijo Jacob—. Todos los descendientes de druidas tienen magia. Los mie la buscan en la naturaleza. Los drough se sacan su propia sangre y, por tanto, sacrifican una parte de ellos mismos al mal. Una vez hecho eso la magia negra asume el control.

Ella puso la mano en el pecho de Edward.

—No quiero usar magia negra.

—No tendrás que hacerlo —le prometió él—. Encontraremos una manera.

Cuando levantaron la mirada, Jacob ya no estaba.

—Necesitarás algo más que a tus hermanos, MacMasen —la voz de Jacob resonó en los árboles.

—Se mueve como el viento —dijo Isabella.

—Ven —dijo Edward, y le cogió la mano—. Tenemos que volver al castillo.

Ella se cogía las faldas con una mano mientras Edward le agarraba la otra y corrían. Él ralentizó el ritmo para que ella pudiera seguirlo, pero ella no tenía, ni mucho menos, tantas fuerzas como él. La noche pronto cubrió la tierra. Cuando ella no pudo más, Edward la cogió en brazos sin perder el ritmo y siguió corriendo.

Isabella apoyó la cabeza contra su hombro y cerró los ojos mientras su mente recordaba todo lo que Jacob les había contado. No quería creer que su madre había practicado la magia negra. En la vida de Isabella había habido demasiadas risas, demasiado bien para creer que sus padres fueran malignos.

Pero el frasco de la sangre de su madre decía lo contrario. Cómo le gustaría que su madre estuviera allí para poder preguntarle.

—Todo irá bien —le dijo Edward.

Ella asintió, incapaz de responder. Sus palabras tenían la intención de reconfortarla y tranquilizarla, pero ella era consciente de la verdad de la situación, y harían falta más que promesas para mantenerla con vida.

 

Emmett estaba de pie en las almenas con su mirada puesta en el este, donde habían visto a Edward por última vez.

—Ya debería haber vuelto —dijo Jasper.

—Volverá.

Emmett deseó que Jasper no hubiera notado el miedo en su voz.

—Debí haber ido con él.

—Él quería que nos quedáramos aquí.

Jasper apoyó las manos contra las piedras y soltó un suspiro.

—No estamos preparados, Emmett. Tanya atacará y volveremos a ser sus prisioneros en la montaña.

—Estaremos preparados.

—¡Basta! —bramó Jasper. Su voz resonó en el silencio—. Basta ya —dijo en voz más baja—. Admite que tienes miedo. Admite que no tenemos ninguna posibilidad.

Emmett miró a su hermano pequeño y deseó haber sido el hombre que sus hermanos habían necesitado que fuera.

—Siempre hay una posibilidad.

—No intentes hablar como nuestro padre.

Emmett pasaba al lado de Jasper para volver al gran salón cuando la voz de Jasper lo detuvo.

—¿Qué es eso? —dijo Jasper.

Emmett se dio la vuelta y siguió la mirada de Jasper. Vio a alguien corriendo hacia el castillo con algo en brazos. Entonces se oyó un silbido familiar.

—Es Edward. Y tiene a Isabella.

Antes de que Emmett acabara de hablar, Jasper ya había saltado por encima de las almenas para caer en la parte exterior del muro del castillo y corría hacia Edward. Emmett se apoyó contra las piedras. Se quedó allí un momento antes de caminar hacia las escaleras que lo llevarían al patio interior.

Emmett se detuvo y observó el patio. Podía saltar. Sabía que si dejaba salir a su dios, aterrizaría perfectamente. Sería un pequeño sacrificio, algo para probarse a sí mismo y al dios. Dudó demasiado y se apartó del borde.

Era un estúpido por pensar que era lo bastante fuerte como para controlar al dios, como había hecho Edward. Emmett era demasiado cobarde hasta para intentarlo. Bajó corriendo las escaleras y se reunió con Edward y Jasper en el patio.

—¿Está herida? —preguntó Emmett cuando vio que Edward traía a Isabella en brazos.

—No —respondió ella—. Él no lo permitiría.

Edward resopló.

—Está cansada.

Emmett siguió a Edward al interior del castillo. No pasó por alto la mirada entre Edward e Isabella cuando él la sentó en una de las sillas delante de la chimenea. Algo había cambiado entre ellos, y no era difícil adivinar qué era. Emmett se alegraba por su hermano. Después de todo por lo que habían pasado, Edward merecía algo de felicidad.

Isabella levantó la mirada hacia Emmett, y luego miró a Jasper.

—Lo siento. De verdad pensé que marchándome estaba haciendo lo correcto.

—Puedes quedarte aquí todo el tiempo que necesites —dijo Emmett.

La sonrisa de Isabella era genuina.

—Gracias.

—Tengo noticias —dijo Edward mientras encendía el fuego.

Aquello despertó el interés de Jasper.

—¿Qué tipo de noticias?

—Muchas, en realidad —dijo Isabella—. He encontrado otro guerrero.

Emmett miró a Edward. No llevaba la túnica, podía habérsele roto en un combate.

—¿Atacó?

—No —Edward se sacudió el polvo de las manos y se puso en pie cuando terminó—. Sabe de nosotros, de cómo escapamos de Tanya. Dijo que también se ha estado escondiendo de Tanya, y que hay otros como él.

—¿Otros? —repitió Jasper.

—Sí, otros —dijo Edward—. Dijo que le necesitaríamos a él y a los otros guerreros cuando Tanya ataque.

—No sé —dijo Emmett, y se pasó una mano por la Isabella—. Durante todo este tiempo creíamos que estábamos solos.

—Jacob dijo que os ha buscado a todos —dijo Isabella—. Podría ser un método para derrotar a Tanya.

Jasper soltó un bufido.

—O podría ser un método para una derrota total.

—¿Tenéis otra opción?

Emmett odiaba tener que admitirlo, pero Isabella tenía razón. Aunque, con una mirada a Edward, Emmett supo que había algo más.

—¿Qué más ha ocurrido?

Edward suspiró.

—Primero tengo que darle algo de comer a Isabella. No ha comido desde esta mañana.

Entró en la cocina y cogió un poco de ciervo asado y lo puso en un plato. Quedaba un poco de pan y también lo cogió.

Durante un momento observó la comida. Hubo un tiempo en que su plato había estado lleno de alimentos variados. Echaba de menos las comidas que daba por sentadas.

Cuando volvió al gran salón Isabella estaba en la mesa sirviéndose vino de la botella de Emmett. Edward levantó una ceja hacia su hermano mayor. Emmett no compartía su vino fácilmente.

—Tiene aspecto de necesitarlo —dijo Emmett a modo de explicación.

Edward colocó el plato entre él e Isabella y le hizo un gesto para que comiera. Cuando ella hubo elegido un trozo de carne, él cogió otro para sí mismo. Edward miró cómo ella comía, la manera en que sus labios se cerraban sobre la carne y empujaban el mordisco al interior de su boca, y la manera en que su lengua lamía el jugo de sus labios. Tuvo una erección solo con observarla.

Ella lo miró. Por la manera en que sonrió, había visto el hambre de Edward. Si estuvieran solos, él la tiraría encima de la mesa y volvería a hacerle el amor.

Pero no estaban solos, y por la mirada de Jasper, todos sabían cuánto la quería Edward. La cuestión era si sabían que ya la había probado. ¿Sabían que había probado un trozo del cielo que nunca pensaba probar?

—Edward —lo instó Emmett.

Él acabó de masticar el bocado y puso los codos sobre la mesa.

—Jacob también conocía el Beso del Demonio.

—¿Qué ? —preguntó Jasper mientras se acercaba a la mesa—. ¿Cómo?

Edward negó con la cabeza.

—No lo sé.

Emmett se sentó en el banco de delante de él.

—¿Qué has averiguado?

La mano de Isabella se metió debajo de la mesa y descansó en la pierna de Edward. Ella tenía miedo de contárselo, miedo de lo que pudieran decir. Él puso su mano sobre la de ella y le dio un pequeño apretón tranquilizador.

—Ya sabemos por qué Tanya quiere a Isabella —respondió Edward—. Tanya, según parece, es una drough.

Jasper cruzó los brazos sobre su pecho y maldijo.

—Una drough. ¿Por qué nunca lo pensamos?

—Teníamos otras cosas en la cabeza —dijo Emmett.

Era cierto, pero deberían haber reconocido lo que era Tanya.

—Su uso de la magia negra debería habérnoslo dicho.

—Pero los drough desaparecieron hace siglos —afirmó Jasper.

Edward miró a su hermano pequeño.

—¿Seguro?

—Han estado escondiéndose de Tanya —dijo Isabella—. En realidad, Tanya utiliza su sangre, la sangre de todos los druidas, para volverse más fuerte e inmortal.

Las miradas de Emmett y de Jasper se dirigieron al frasco que colgaba del cuello de Isabella. Edward entrelazó sus dedos con los de Isabella.

—Eres una drough —dijo Jasper en medio del silencio.

—No —dijo Edward—. Es una descendiente de druidas. Y un druida, por naturaleza, es un mie.

Los dedos de Isabella se tensaron entre los de él.

—Para convertirse en un drough, los druidas ofrecen una parte de su sangre en un ritual que deja entrar la magia negra y, por tanto, el mal. Ese ritual debe realizarse en el decimoctavo año de vida de un druida.

—Cielo santo —maldijo Jasper—. ¿Lo has hecho, Isabella?

Ella negó con la cabeza.

—Pero tu madre era una drough —dijo Emmett.

—Eso parece.

Edward pasó su pulgar por el dorso de la mano de Isabella.

—Jacob también nos informó de que un mie tiene el poder de encerrar a nuestro dios. Queríamos encontrar otros guerreros y un druida. Parece que encontramos las dos cosas.

—Yo no puedo encerrar al dios —dijo Isabella—. No sé nada de magia.

—Jacob dijo que aparecía con toda naturalidad.

—¿Tú me has visto hacer magia, Edward? —protestó ella—. No soy vuestra druida, pero os encontraré una.

Emmett se llevó el vino a los labios y echó un trago largo. Se limpió la boca con el dorso de la mano.

—A ver si lo entiendo. Isabella es una druida. Su madre era una drough, y Tanya la mató.

Edward asintió.

—Tanya está matando a todos los drough por su magia.

—No sabemos qué edad tiene —dijo Edward—. Con el aumento de su magia es capaz de volverse inmortal.

—Estupendo —murmuró Jasper.

Emmett se rascó la barbilla.

—Tanya quiere a Isabella, y deduzco que ella es especial porque tiene el Beso del Demonio.

—Sí. Tanya conseguiría la sangre de Isabella y la de su madre.

—Espera —dijo Jasper—. Si fue Tanya quien mató a los padres de Isabella, ¿no habría conseguido ya la sangre de su madre?

Edward miró a Isabella buscando una respuesta.

Isabella respiró hondo.

—He pensado en eso mientras volvíamos al castillo. No creo que Tanya necesite la sangre de un drough. Creo que necesita la sangre del Beso del Demonio.

—Estoy de acuerdo —dijo Edward—. Sangre inocente mie entregada libremente en un ritual de magia negra que saca el mal. No puedo imaginar qué clase de poderes puede contener la sangre de un Beso del Demonio.

Jasper se pasó una mano por el pelo.

—Esto cada vez es más interesante.

—¿Importa que Isabella no se haya convertido en una drough? —preguntó Emmett.

Edward miró a Isabella, quien se encogió de hombros.

—No lo sé —dijo Edward—. Jacob dijo que Tanya estaba cazando a todos los druidas, drough y mie.

—¿Está matando a los mie?

Edward levantó las manos.

—No lo sé.

—Jacob lo sabrá —dijo Isabella—. Él tenía razón, Edward. Lo necesitare­mos, y no solo para la próxima batalla contra Tanya. Podría tener las respuestas a nuestras preguntas.

—O podría no tenerlas —alegó Edward.

Edward quería creer que Jacob estaba de su lado, pero había pasado demasiados años recelando de todo el mundo como para confiar con tanta facilidad.

—Tenemos que mantener a Isabella alejada de Tanya —dijo Emmett.

Jasper asintió.

—Y a cualquier otro druida que encontremos.

 

 

Isabella rodó sobre su espalda y bostezó mientras estiraba los brazos por encima de la cabeza. No recordaba haber llegado a la cama. Lo último que recordaba era estar sentada en el gran salón con los hermanos mientras hablaban de estrategias para la batalla. Debió de ser Edward quien la trajera al dormitorio.

Le echó un vistazo a la almohada de al lado y frunció el ceño. Después de que hicieran el amor, ella había esperado que entre los turnos de vigilancia él fuera a acostarse con ella. Le molestó mucho que no lo hiciera. Debió haberle dicho que no le importaba que él fuera inmortal y ella no. Ella quería pasar todo su tiempo con él, por corto que fuera. ¿Había cambiado de opinión Edward? ¿Se arrepentía de lo que habían hecho?

Se le hizo un nudo en el estómago. O peor aún, ¿creía Edward que ella era una drough, y ya no quería tener nada que ver con ella? Ella no era una drough y se lo demostraría.

¿Cómo?

No lo sabía. Ni siquiera sabía nada sobre los druidas y sus sectas, y mucho menos cómo demostrarle a Edward que no era malvada. Pero buena o mala, Tanya la quería.

Jacob dijo que podías luchar contra ella.

Isabella se sentó y dejó que las mantas le bajaran hasta la cintura. Haría falta una magia muy grande para enfrentarse a Tanya. Para un druida que hubiera estudiado la magia durante toda su vida podría parecer una idea simple, pero para Isabella era imposible.

No sabía absolutamente nada sobre ser una druida o sobre la magia. Luchar contra Tanya era completamente imposible.

¿Y el hormigueo de tus dedos?

Isabella apartó las mantas y se quitó el camisón por la cabeza. Se lavó con el barreño de agua fría que habían dejado para ella y se vistió. Cuando entró en el gran salón encontró a Emmett afilando flechas y otras armas.

—Buenos días, Isabella —dijo cuando la vio.

Ella se detuvo de camino a la cocina y dijo:

—Buenos días.

Una vez en la cocina Isabella rebuscó un poco y vio que alguien, seguramente Jasper, había traído varias cosas de las casas de la aldea. Encontró harina y levadura para hacer pan.

Mientras hacía la masa levantó la mirada y vio a Edward de pie en la entrada, observándola.

—¿Has dormido bien? —le preguntó él.

—Sí.

Él entró en la cocina y se quedó al otro lado de la mesa, delante de ella. Sus ojos verde mar eran cálidos mientras recorrían el cuerpo de Isabella.

—Recuerdo cuando entraba aquí siendo un muchacho y miraba cómo la cocinera hacía pan.

Isabella sonrió.

—Imagino que te daría una rebanada en cuanto saliera del horno.

—Oh sí. Incluso a tan corta edad las mujeres ya se rendían a mis encantos.

Ella se detuvo. Él era apuesto, pero cuando sonreía era irresistible.

—Me encanta cuando sonríes.

Él fue al otro lado de la mesa y de un tirón puso a Isabella contra su cuerpo. Ella intentó mantener sus manos lejos de él, pues estaban llenas de harina, pero a él no pareció importarle.

—Pregúntamelo —le pidió él con una voz ronca.

—Qué te pregunte ¿qué?

—Pregúntame por qué no he ido contigo esta noche.

Isabella miró hacia otro lado. No quería que supiera cuánto había deseado tener sus brazos alrededor de su cuerpo.

Él le dio una leve sacudida.

—Pregúntamelo, Isabella.

—Está bien.

Ella se obligó a mirarle a los ojos.

—¿Por qué no has venido conmigo esta noche?

—Porque sabía que si iba volvería a poseerte, y tu cuerpo necesita tiempo para curarse. No sabes cuánto me ha costado resistirme.

De todas las razones que ella había imaginado que podría darle, su bienestar no era una de ellas.

—Podías haberme abrazado solamente.

—No —dijo él negando levemente con la cabeza—. No es suficiente. Te necesito de un modo que me deja perplejo. No podía arriesgarme a hacerte daño.

—¿Aunque yo lo quisiera?

Él gimió y cerró brevemente los ojos.

—Oh, muchacha, me estás matando.

Isabella gimió en silencio mientras él la besó. La sensación de presión en el pecho desapareció con las palabras de Edward. No había cambiado de opinión, lo que había hecho había sido pensar en ella.

Él la cogió por las caderas, la empujó contra él y oprimió su miembro excitado contra ella.

—Si no paro ahora no pararé.

—Y el pan se echará a perder —dijo ella entre besos.

Edward dejó de besarla.

—Creías que no te quería.

Isabella pensó en mentirle, pero se dio cuenta de que hacerlo alteraría su relación. Habían sido honestos el uno con el otro desde el principio.

—Sí, así es.

—Ayer te dije que eras mía.

—¿A pesar de haber descubierto que soy descendiente de drough?

—Eres descendiente de druidas, Isabella. Hay una diferencia. Tus ante­pasados eligieron ser drough. Tú no tienes que hacer esa elección.

Pero, en el fondo, Isabella sabía que sí que tendría que hacer una elección.

—Cuando acabes aquí, ven al patio. Quiero que practiques más con las armas.

Isabella se rió cuando él le dio una palmada en el trasero al irse. Ella se giró y negó con la cabeza.

—Yo sigo opinando lo mismo, las armas mortales no me harán ningún bien contra la magia.

—¡Nunca se sabe! —gritó él por encima del hombro.

Isabella lo observó hasta que desapareció en el gran salón. Su sonrisa no cesó mientras acabó con el pan y lo dejó para que subiera.

Se lavó las manos y cuando se dirigía hacia el gran salón, el jardín llamó su atención. Con una mirada a las plantas, sus dedos empezaron con aquel cosquilleo tan familiar. Entre las malas hierbas aún había algunas plantas; las que no se habían asfixiado todavía crecían. Con unos pocos cuidados podrían recuperarse.

Isabella salió de la cocina y se arrodilló en el jardín. En cuanto sus manos tocaron las plantas, la invadió una cálida sensación de satisfacción. Empezó a arrancar las malas hierbas gruesas y maduras. Le gustaba la sensación de tocar la tierra, incluso cuando se le metió bajo las uñas. Aquello tenía algo natural y bueno. No cuestionó la sensación, solo la siguió. Detuvo su trabajo solo para poner el pan en el horno, y enseguida volvió al jardín. Cuando llegó el mediodía, la mitad del jardín ya estaba limpio de malas hierbas y el olor del pan recién hecho inundaba el ambiente.

Con una palmada se limpió las manos y se levantó para lavárselas. Se dio la vuelta y vio a Edward apoyado contra el castillo observándola, igual que había hecho antes en la cocina.

—No podía dejar que se quemara el pan —dijo ella cuando él levantó las cejas.

—No, supongo que no. ¿Y el jardín?

Ella miró el suelo, contenta por ver que aún había muchas malas hierbas por arrancar.

—No podía estar sin hacer nada.

—Creía que las plantas no habían sobrevivido.

Ella se encogió de hombros.

—Puede que no lo hagan. Muchas estaban tapadas por malas hierbas, pero les he dado una oportunidad.

—Mmm —dijo él, y le tendió la mano—. Emmett y Jasper nos esperan.

Isabella no se perdió la mirada curiosa que él le lanzó al jardín. Ella cogió el pan y lo llevó al gran salón, donde hasta Jasper sonrió cuando vio el pan recién hecho. Los hermanos partieron el pan con entusiasmo, pero la atención de Isabella volvía una y otra vez al jardín.

Y cuando empezó a preguntarse si podría volver a las plantas sin que se dieran cuenta, supo que algo había cambiado.

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AAAAAA BUENO EN MI OPINION JACOB NO SE VE TAN MALO, PERO EDWARD HACE BIEN EN DESCONFIAR, POR LO MENOS YA SABEMOS MAS DE LOS PODERES DE ISABELLA Y CREO QUE ES UN DURO GOLPE PARA ISABELLA ENTERARSE QUE SU MADRE PODRIA HABER USADO LA MAGIA NEGRA, Y CON EL CORAZON NOBLE DE ELLA DUDO MUCHO QUE ALGUN DIA UTILICE EL BESO DEL DEMONIO. ¿USTEDES QUE PIENSAN?

 

QUIERO AGRADECERLES A TODAS SU APOYO, POR EL NUMERO DE VISITAS DIARAS SE QUE HAY MUCHAS LECTORAS, PERO ME DA TRISTESA QUE NI EL 95% DE ELLAS NO SE ANIMEN A COMENTARME O DARME SU VOTO :(, DE AHI EN MAS ESTOY FELIZ CON MIS GUAPAS AMIGAS QUE SIEMPRE ME ALEGRAN CON SUS ENTUCIASTAS COMENTARIOS Y SOBRE TODO QUE LO HACEN CADA DIA, MUCHAS GRACIAS POR TOMARSE SU TIEMPO.

 

BESITOS GUAPAS.

Capítulo 14: TRECE Capítulo 16: QUINCE

 
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