LOS HERMANOS MACMASEN (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 27/08/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 390
Visitas: 103271
Capítulos: 57

"FANFIC TERMINADO"

 

Tres hermanos, tres guerreros, unidos no solo por sangre sino  por una fuerza más poderosa, por culpa de una malvada hechicera, Durante trescientos años, han permanecidos alejados del mundo, ocultando al vengativo dios que llevan prisionero en sus almas, pero muy pronto las cosas cambiaran, una épica guerra entre el bien y el mal se avecina, Edward, Emmett y Jasper deberán luchar no solo contra el mal que los ha asechado toda su vida, sino también contra el amor y la pasión que se encontraran en el camino

Todo el poder, la pasión y la magia de los legendarios guerreros de Escocia atados al juramento de luchar por la victoria en la batalla y en el amor.

 

 

adaptacion de los personajes de crepusculo con el libro "Serie Highlander la espada negra de Donna Grant"

 

 

 

 

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Capítulo 35: DOCE

Rosalie disfrutaba del tiempo que pasaba con Isabella y Sonya. Ambas mujeres la habían acogido con sonrisas amables y muchas carcajadas. Isabella le había explicado cómo se habían conocido ella y Edward y le contó sus luchas contra Tanya.

Incluso había visto cómo Isabella hacía crecer una planta. Rosalie sabía de los poderes de los druidas gracias a Robena, pero no sabía que los druidas pudieran hacer crecer las plantas. Era increíble, y cuanto más tiempo pasaba Rosalie con las druidas, más cuenta se daba de lo importantes que eran para los guerreros y para la humanidad.

Al parecer Sonya era una druida muy poderosa. No le había contado a Rosalie todo lo que podía hacer, pero Rosalie había oído que la magia de Sonya había ayudado en la curación de sus heridas.

Sin embargo, cuando Rosalie preguntó de quién era la sangre que habían utilizado para ayudarla, ninguna de las dos mujeres respondió, e Isabella cambió rápidamente de conversación.

Rosalie se rindió. Por alguna razón, ellas no querían que supiera de quién era la sangre que corría por sus venas. Era estúpido, pero ella deseaba que fuera la de Emmett. Puede que no lo fuera y por eso las mujeres preferían no decírselo.

La tarde transcurrió más rápido de lo que Rosalie se había imaginado. Vio a Alistair y a Vladimir en el gran salón trabajando sobre un trozo de pergamino, hablando en voz baja. Sabía que estaban trabajando en el Pergamino y una parte en su interior anhelaba colaborar con ellos. Pero era mejor no hacerlo.

En lugar de eso, se dirigió a la cocina para ayudar a Isabella y a Sonya a preparar la cena. Los hombres cazaban y traían todo cuanto podían, desde pescado y aves de corral a jabalíes y carne de venado.

—Nunca es suficiente —dijo Isabella riéndose mientras amasaba la pasta—. Jacob come como si tuviera dos estómagos.

—Tres estómagos —añadió Sonya con un movimiento de cabeza—. Nunca tiene la tripa llena. Tuvimos que empezar a esconder parte de la comida porque no paraba de pasar por la cocina durante todo el día.

Rosalie se unió a su júbilo. Había aprendido mucho sobre cada uno de los guerreros con las mujeres. Riley tenía la costumbre de gastar bromas a todo el mundo, lo que ayudaba a que sus espíritus no acabaran demasiado hundidos. A Alistair solían verlo quieto solo o andando por el perímetro del castillo sumido en sus pensamientos.

Vladimir mantenía las distancias con Isabella por su profundo odio hacia los drough. La madre de Isabella era una drough y Vladimir sospechaba que Isabella también acabaría convirtiéndose en una.

Edward había ocupado el lugar de Emmett sin problemas en cuanto este se había marchado a Edimburgo y era un hombre calmado y firme tal y como había dicho Emmett. Jacob era el que parecía tener una respuesta para todo.

Había pasado tanto tiempo desde que Rosalie estuviera entre mujeres ante las cuales pudiera mostrarse tal como era, que al principio no había sabido cómo actuar con Isabella y Sonya. Pero las dos habían logrado que se relajara con sus bromas, así que Rosalie se dejó arrastrar dentro de su pequeño círculo.

Llegó la hora de la cena. Rosalie no había visto a Emmett en toda la tarde más que de lejos. Trabajaba más y más duro que los demás y fue el último en acudir a cenar. Ella intentó apartar la mirada de su pelo húmedo, pero solo pensaba en pasarle los dedos por los rizos castaños que habían empezado a mostrar mechas doradas a causa del sol.

Todos tenían su sitio en la mesa. Rosalie no sabía dónde sentarse, y dudó un momento. Estuvo a punto de unirse a Riley y Vladimir en la otra mesa cuando Jacob le tocó el hombro.

—Hay mucho sitio entre Isabella y yo.

Lo miró a aquellos ojos azules preguntándose si de algún modo /él le había leído el pensamiento. Levantó una ceja rubia mientras esperaba que ella respondiera.

Rosalie miró a la mesa y descubrió a Emmett observándola.

—Gracias —respondió.

Jacob la siguió a la mesa un paso por detrás y ella se sentó a la derecha de Isabella. Esta se giró a mirarla con una sonrisa alegre y el pequeño apretó que le dio a Rosalie en la mano estaba cargado de auténtica cordialidad.

—Quería haberte dicho antes que te sentaras a mi lado —dijo Isabella.

Rosalie hizo un gesto con la mano.

—No te preocupes.

Mientras comían, cada uno explicó lo que había hecho durante el día. Rosalie se sorprendió al oír que Emmett, Edward y Jacob habían terminado la reconstrucción de la tercera torre y habían empezado con la cuarta.

—Debería estar terminada en un día o dos —auguró Edward—. Tengo que hacer unas cuantas mesas y sillas más para las habitaciones.

Emmett asintió.

—Alistair, ¿cómo os ha ido a ti y a Vladimir hoy?

—Tal y como habíamos previsto —dijo Alistair después de tragarse la comida que tenía en la boca—. Los símbolos son complicados de hacer.

—Están muy bien —consideró Vladimir—. Alistair no bromeaba cuando dijo que se le daba bien dibujar.

—Perfecto. —Emmett se rascó la barbilla mientras fruncía el ceño—. ¿Cuánto tiempo creéis que vais a tardar en terminarlo?

Alistair se encogió de hombros.

—Hoy no he podido hacer todo lo que hubiera querido, pero ahora que los primeros símbolos ya están hechos, debería ir más rápido. —Miró a Vladimir—. ¿Qué opinas?

—Una semana —estimó Vladimir—. Puede que dos.

Emmett suspiró.

—Esperaba que fuera antes, pero entiendo que no es una tarea fácil.

—Y luego tiene que curtirlo —añadió Edward.

Vladimir asintió con la cabeza, con sus rubios rizos cayéndole sobre los hombros.

—Yo me puedo encargar de eso. El proceso puede durar un día o dos. Cuanto más lo trabajemos, mejor aspecto tendrá.

—Entonces os lo dejo encargado a vosotros y a las hábiles manos de Alistair —concedió Emmett. Se detuvo un momento y apartó el plato para poner los codos sobre la mesa. Su mirada se encontró con la de Rosalie y se detuvo allí un momento—. Sé que fui al castillo de Edimburgo para pedirle al rey que nos devolviera el castillo y solo el castillo. Sin embargo, no sé cuánta gente vendrá o si vendrá alguien más.

—Vendrán más —aseguró Riley—. Sé que vendrán.

—Sospecho que tienes razón, Riley, pero en el castillo solo disponemos de un número limitado de habitaciones. Podríamos empezar a compartir habitaciones si fuera necesario, pero he tenido otra idea.

Edward soltó una carcajada y asintió.

—La aldea.

—Sí —dijo Emmett—, La aldea. Los MacClure no han regresado y no creo que lo hagan. Al menos no durante años. Para entonces, puede que ya no necesitemos la aldea. Muchas de las casas fueron quemadas o destrozadas en el ataque de Tanya. Solo quedan seis en pie y tampoco están en muy buenas condiciones.

—Iré mañana a echar un vistazo y haré una lista de lo que hace falta —dijo Edward.

Jacob dejó su vaso encima de la mesa.

—Buena idea, Emmett. Me gusta cómo piensas.

—Sí —secundó Vladimir—. Está lo suficientemente cerca del castillo para trabajar.

Alistair se volvió a mirar a Emmett con sus intensos ojos grises.

—Ya te dije antes que estaba de acuerdo con tu decisión.

—Yo también —dijo Riley.

Entonces Emmett miró a Rosalie. Dudó un momento y entonces se giró y volvió la mirada hacia Isabella y Sonya.

—¿Qué pensáis vosotras?

—Me gusta la idea —aseguró Isabella—. También podríamos construir nuevas cabañas más cerca del castillo.

Edward cogió la mano de su esposa y la besó.

Rosalie sintió envidia por el amor que compartían. Habían pasado por mucho y se merecían la felicidad que habían encontrado. Se preguntaba si alguna vez encontraría una felicidad así y si lo hacía, si sus problemas con confiar en la gente le permitirían amar de ese modo.

—¿Sonya? —La voz de Emmett la sacó de sus pensamientos.

La druida de pelo rojizo se humedeció los labios con la lengua y se encogió de hombros.

—Me preocupa pensar quién va a vivir en las cabañas. ¿Qué pasará si hay otro ataque?

—Habrá otro ataque —aseveró Emmett—. No lo dudes. Es solo cuestión de tiempo.

—¿Y quién vivirá en las cabañas? ¿Guerreros? ¿Qué pasará si vienen más druidas? ¿Quién permanecerá en el castillo y quién en la aldea?

Vladimir se aclaró la garganta.

—Yo estoy dispuesto a cederle mi habitación a un druida. Al fin y al cabo, vamos a necesitarlos y los druidas no pueden protegerse a sí mismos como los guerreros.

—Estoy de acuerdo —convino Emmett—. ¿Tiene algún guerrero algún problema con esta decisión?

—No —respondieron todos al unísono.

Rosalie podría quedarse observándolos todo el día. Le encantaba contemplar a Emmett. Quería escuchar las opiniones de los demás sobre sus propuestas y no dudaba en cambiar de idea si era necesario.

Antes de que pudiera darse cuenta, la gente se estaba levantando de sus sillas. Ayudó a Isabella y a Sonya a llevar los platos a la cocina.

—Impresionante, ¿verdad? —Preguntó Isabella cuando ya estaban solas.

Sonya soltó una carcajada.

—El cambio en Emmett es extraordinario, te lo aseguro. Obviamente fue educado para ser el jefe de su clan.

—Aun así—dijo Isabella encogiéndose de hombros—. Me gusta el modo en que incluye a todo el mundo. No tenía por qué preguntar qué opinábamos nosotras. De todas maneras, me hubiera gustado que le hubiera consultado también a Rosalie.

Rosalie sacudió la cabeza.

—¿Por qué iba a hacerlo? Yo acabo de llegar. He dado una vuelta por el castillo hoy, pero no he visto la aldea ni he estado aquí durante los ataques.

Isabella se puso las manos sobre las caderas, una oscura trenza le caía por el hombro.

—Eres una guerrera. Debería haberte preguntado.

—Lo hará una vez Rosalie lo haya visto todo —convino Sonya.

—No hubiera podido darle ninguna opinión —se apresuró a decirle Rosalie a Isabella—. Él lo sabe.

—Probablemente —respondió la pequeña druida, y continuó fregando los platos mientras Sonya secaba los otros.

Con las tres ayudando en la cocina, no costó mucho limpiar todo lo de la cena. Rosalie se escabulló y salió hacia las almenas. Quería unos momentos de soledad para poder pensar en todo lo que había sucedido desde que había conocido a Emmett. Nunca antes se había sentido tan confusa a causa de un hombre, pero también era cierto que nunca antes había conocido a un hombre como Emmett MacMasen.

Él ocupaba constantemente toda su mente, y su cuerpo ardía ante la necesidad de que la tocara. Habían transcurrido décadas sin él, pero en aquel momento, a cada hora sentía que lo precisaba. ¿Qué le estaba pasando?

Miró hacia las tierras bañadas por la luz de la luna y las gigantes rocas que formaban los acantilados que se unían con el mar allá abajo. Más allá de la aldea, Isabella le había contado que se extendía un bosque donde se había encontrado con Jacob.

No era de extrañar que Emmett deseara regresar con todas sus fuerzas. Aquel lugar era maravilloso, justo el tipo de paraje salvaje en el que un hombre de las Highlands como Emmett buscaría refugio.

Respiró profundamente y el aroma a naranjo embargó su cuerpo.

Emmett.

Ella giró la cabeza y lo vio aparecer entre las sombras. Su corazón se aceleró, su sangre aumentó de temperatura... y su cuerpo sintió ansia. Deseaba que él alargara la mano y la tocara, que la cogiera entre sus brazos y le ofreciera seguridad, como había hecho en Edimburgo.

En lugar de eso, se paró a unos pasos de ella y se quedó mirándola.

—¿Cómo va todo?

—Bien, muy bien —respondió ella—. Todos han sido muy amables, especialmente Isabella y Sonya.

Él asintió.

—Me alegro de oírlo.

Se produjo un silencio entre ambos. Rosalie se puso nerviosa sin saber ni qué decir ni qué quería él. Ella sabía perfectamente lo que quería, pero se había dicho a sí misma que no podría volver a tenerlo.

¿Si él tratara de besarla, se apartaría? No creía que tuviera la fuerza necesaria para decirle que no y tampoco quería hacerlo.

—Te sienta bien estar aquí —observó para romper el silencio—. Has nacido para ser líder.

—Mi padre estaría feliz de oírte decir eso. A veces yo no estoy tan seguro.

Ella percibió un punto de dolor en su voz al hablar de su padre. Apoyó las caderas contra las piedras.

—Tu padre estaría muy orgulloso de ti. No tengas la menor duda, Emmett.

Él entrecerró los ojos y la miró atentamente.

—¿Por qué dices eso?

—Porque veo el modo en que te mira Edward. Hay orgullo en su mirada, y amor. Sea lo que sea que sucediera en el pasado, te has convertido en el hombre que se suponía que tenías que ser.

—Si eso fuera cierto, tú no hubieras estado a punto de morir.

Había hablado con una voz tan baja que apenas pudo oír sus palabras; pero aun así, aquellas palabras la golpearon fuerte en el pecho.

—No fue culpa tuya.

—Te dije que te protegería. —Él se giró de lado ofreciéndole el perfil. La luz de la luna bañaba un lado de su rostro.

Rosalie lo miró atentamente durante un minuto mientras luchaba contra la necesidad de tocarlo.

—Yo salí a por el wyrran, Emmett. Siempre había existido la posibilidad de que Tanya descubriera lo que era. Y no lo olvides nunca, soy una guerrera.

Él volvió la cabeza y la miró.

—Sé lo que eres, Rosalie. No tengo ninguna duda de que puedes luchar, pero ¿podrías haber luchado contra dos guerreros?

—No lo sé —respondió ella sinceramente—. Era la primera vez que me enfrentaba a uno. Antes solo habían sido los wyrran los que se habían cruzado en mi camino.

—Los wyrran son muy diferentes a los guerreros.

—He podido comprobarlo con mi propia sangre —murmuró, y volvió la mirada hacia la plateada luna que colgaba del cielo.

Él suspiró y la miró detenidamente.

—Edward entrenó a Isabella para que pudiera luchar contra los wyrran. Quizá podamos ayudarte a entrenarte para luchar contra los guerreros.

—Si hubiera podido utilizar mis poderes...

—No cuentes con tus poderes —la interrumpió. Dio un paso hacia ella y bajó la voz—. Lo que sucedió debería haberte enseñado la lección. Sí, tu poder para hacerte invisible es una gran ventaja, pero habrá veces que no podrás utilizarlo. ¿No preferirías estar preparada?

Ella sabía que lo que le estaba diciendo era cierto, pero le costaba reconocer que tenía razón. Sin embargo, ¿qué otra cosa podía hacer?

—Sí.

El calor de su mirada hizo que se estremeciera. Cerró las manos en un puño para evitar abalanzarse sobre él.

¿Por qué no abandonarse al deseo?

Porque temía la influencia que Emmett pudiera ejercer sobre ella si sus sentimientos por él seguían creciendo. Y ella sabía que seguirían creciendo. Si pudiera controlar sus emociones como controlaba a su diosa, no tendría ningún miedo a enamorarse de él.

¿Y si ya lo has hecho? ¿Y si ya estás enamorada de Emmett?

Ella suplicó no estarlo. No había lugar en su vida para el amor. O para el futuro.

Mentirosa.

Rosalie se dio la vuelta y se alejó de Emmett y sus suplicantes ojos. Él podía ver demasiado y no quería que desnudase su alma en aquellos momentos. Si lo hacía, podía llegar a descubrir que le escondía información de gran importancia.

¡Cómo odiaba no contarle que ocultaba el Pergamino! Quería compartirlo con él, ayudarlo a él y a los otros a crear una falsificación que hiciera enloquecer a Tanya. Su promesa, sin embargo, no le permitía revelárselo.

Cuando repitió las palabras que le dijo Robena, Rosalie nunca se habría imaginado que llegaría a encontrarse en una situación como aquella. Había encontrado gracioso que la promesa la llevara a mantener el secreto con cualquiera, incluso con su marido si ella elegía casarse.

Nunca había pensado en el matrimonio, ni mucho menos en encontrar a un hombre que le hiciera pensar en el futuro. Pero, al parecer, el destino le tenía preparado otro camino, le gustase a ella o no.

Rosalie parpadeó varias veces para apartar las lágrimas que le llenaban los ojos. Odiaba la debilidad que aquellas lágrimas traían consigo. Ella era una guerrera. Tenía que recordarlo.

Se detuvo y se apoyó contra la pared de la almena, sus dedos acariciaban las frías piedras. No sabía si Emmett la había seguido o no, pero esperaba que no lo hubiera hecho. Su presencia le nublaba la mente y convertía en caos todos sus sentimientos.

Emmett no estaba dispuesto a dejarla marchar tan fácilmente. Rosalie era suya y era hora de que lo supiera. Alargó sus pasos y la alcanzó.

Sus manos anhelaban estrecharla entre sus brazos para poder sentir todas sus curvas y probar el néctar de su boca. En lugar de eso, puso sus manos sobre las suyas y se apretó contra su espalda.

Él inspiró su particular aroma y el corazón se le aceleró. Los rizos de su melena rozaron su piel cuando el viento los levantó a su espalda. Se había dejado la cabellera suelta y él solo deseaba pasar los dedos entre aquellos largos y suaves cabellos.

Emmett cedió y le dio un beso en el cuello. Fue un beso rápido, pero él pudo oír cómo suspiraba. Una sonrisa se dibujó en sus labios. Puede que ella jugara a que no le afectaba que la tocara, pero su cuerpo decía lo contrario.

Era un estúpido por dejarse tentar de aquel modo, pero cuando se trataba de Rosalie, no podía pensar con claridad.

—¿Sabes lo mucho que enciendes mi deseo? —Le susurró al oído.

Un escalofrío hizo que el cuerpo de ella se sacudiera. Luego, se giró para mirarlo a los ojos. Emmett no apartó sus manos de las piedras. Sabía que si lo hacía, acabaría abrazándola y no podría detenerse, al menos por esta noche.

Su mirada recorrió todo su rostro, desde sus arqueadas cejas a su barbilla, que se estiraba cuando ella se ponía tozuda.

—Puede que sea tu boca —siguió diciendo Emmett en voz baja—. El sabor de tus besos es más embriagador que cualquiera de los vinos. O puede que sean tus manos. Sentirlas sobre mis miembros hace que me hierva la sangre. Puede que sean tus piernas y el modo en que las cruzas alrededor de mi cintura cuando te penetro. Puede que sea tu cuerpo y el modo en que mi miembro lo llena.

Él se detuvo y se inclinó hacia ella. Dejó que sus labios recorrieran la piel de su cuello. A ella se le aceleró el pulso y el pecho le subía y le bajaba agitadamente, al ritmo de su respiración.

—Pensaba que tú también sentías esto que hay entre nosotros. —Le sopló al cuello antes de apartar la cabeza—. ¿Ha sido el traerte aquí lo que ha cambiado las cosas? Si hubiera sabido que te convertirías en una persona diferente, nos hubiéramos quedado en Edimburgo.

Los labios de la mujer se entreabrieron cuando su mirada bajó hasta su boca. Emmett sabía que esta quería besarlo y, que los dioses lo ayudaran, él casi se deja llevar. Quería que Rosalie sintiera el deseo que él sentía con la misma intensidad que lo ahogaba a él.

No entendía lo que había sucedido, pero ella se había distanciado de él. ¿Era por culpa del anillo y el Pergamino que guardaba? ¿Tenía miedo de lo que él pudiera hacer si lo supiera?

La ira reemplazó al deseo que le quemaba el cuerpo. Ella había confiado en él lo suficiente para dejar que la llevara hasta allí, pero ¿acaso no se merecía nada más?

Evidentemente, él estaba dispuesto a demostrarle lo contrario.

Emmett dio un paso atrás y apartó las manos.

—Disfruta de la noche —le deseó, y se marchó. Fue lo más difícil que había hecho en su vida, pero si pretendía reclamar a Rosalie como suya, ella tendría que aceptar la pasión que existía entre ambos.

Y la aceptaría, aunque eso lo matara.

 

 

A Rosalie le temblaron las piernas al ver que Emmett se alejaba de ella. Se deslizó por la pared y apoyó la mejilla contra las piedras para intentar refrescar su ardiente piel, que anhelaba el tacto de sus manos, de sus besos.

Emmett conseguía encender en ella la pasión con suma facilidad. Solo unas pocas palabras y el delicioso timbre de su voz, y ya estaba deseando estar entre sus brazos. Su sexo palpitaba al pensar en el alivio que ella sabía que solo Emmett podía darle, pero lo que él le provocaba iba más allá del placer físico. Estar a su lado generaba algo en su interior. Se sentía más cerca de la mujer que siempre imaginó que llegaría a ser.

Había querido decirle a Emmett que no se equivocaba, que ella también había sentido esa intensa pasión entre ambos. Oh, ¿cómo no haberla sentido?

Su cuerpo se estremeció ante la necesidad de tenerlo contra ella, sobre ella... dentro de ella. Puede que pensara que podría apartarlo de su vida, pero su cuerpo no se lo permitiría.

Y su corazón... quería desesperadamente mantenerlo a salvo, aunque temía que acabaría entregándoselo al jefe de los MacMasen.

Rosalie se puso en pie sobre sus inestables piernas, el calor de sus mejillas le hacía desear estar con Emmett. Respiró profunda y pausadamente y trató de calmar su acelerado corazón. La brisa acarició su piel recordándole el calor del aliento de Emmett. Solo pensar en ello hizo que sintiera mariposas en el estómago.

Negar la necesidad que sentía por él era absurdo. Habían encontrado una pasión juntos que ella ni siquiera se había atrevido a soñar. ¿Por qué no tomar la felicidad que pudiera encontrar entre sus brazos? Especialmente porque tampoco sabían lo que el futuro les depararía ahora que Tanya sabía de su existencia y Emmett había dicho que el próximo ataque estaba por venir.

Rosalie dio media vuelta y se apresuró hacia su habitación. Le había pedido a Isabella que le diera otra habitación ya que no podía permanecer en la de Emmett. Ahora deseaba no haberlo hecho.

Ya de vuelta en su nueva habitación, se quitó el vestido que le habían prestado y se acercó a un barreño con agua.

 

 

Emmett no debería haberse sorprendido al saber que Rosalie había pedido que le dieran otra habitación. Pero se sorprendió. Le dolió más de lo que estaba dispuesto a admitir cuando entró y no vio el menor rastro de ella. Era cierto que él raramente utilizaba aquellos aposentos, pero había estado deseando todo el día entrar en la habitación al pensar que la compartiría con ella.

¿Se había equivocado sobre el deseo que había entre los dos? Habían pasado siglos desde que había tomado por última vez a una mujer, pero pensó que había sentido algo diferente en Rosalie, algo que antes siempre había sido inalcanzable, imposible.

Maldijo a Edward y a Isabella. Edward le había dado a Emmett la esperanza de poder descubrir la felicidad en una vida que hasta entonces había sido una condena.

Emmett dejó de mirar fijamente a la puerta esperando que apareciera Rosalie en su busca y se dejó caer en la cama con un suspiro. Tenía que enfrentarse al hecho de que ella ya no lo deseaba. No estaba seguro de qué había pasado, pero se imaginaba que tenía algo que ver con su anillo y el Pergamino.

Si era así, ella nunca se lo diría, pero Emmett no estaba dispuesto a abandonar. No le iba a quitar el Pergamino ni permitiría que nadie más se lo arrebatara. Y aunque ella decidiera contárselo, él nunca podría demostrarle lo que pensaba al respecto. Todo era cuestión de confianza.

Nunca antes nadie había cuestionado su lealtad. En su clan, se daba por supuesto que era un hombre honrado simplemente por ser quien era. Sin embargo, Rosalie había pasado la mayor parte de su tiempo como guerrera sola. Aprendió bien temprano a no confiar en nadie. Así que no era de extrañar que no le hubiera dicho nada sobre el Pergamino.

Emmett no estaba seguro de cómo conseguiría ganarse su confianza, pero haría todo lo necesario para conseguirlo. Era su deber protegerla, lo supiera ella o no.

No debería desearla del modo en que la deseaba, sabía que no podía salir nada bueno de ello. Por mucho que intentara ser el hombre que su padre había querido que fuera, Emmett había fracasado de todas las formas posibles. Todo lo que hacía ahora, lo hacía para reparar sus faltas del pasado, pero no había nada que pudiera enmendar el mal que les había hecho a sus hermanos.

¿Y Rosalie? ¿Se atrevería a acercarse tanto a ella como para que existiera la posibilidad de que le fallara a ella también? No debería desear que lo quisiera del modo en que lo hacía. Sería mucho mejor para Rosalie encontrar a otro. Pero la simple idea de que otro hombre pudiera tocarla le provocaba una ira que Emmett nunca antes había sentido.

Se puso un brazo sobre los ojos con la intención de encontrar el sueño que sabía que no vendría. Tenía la mente ocupada con Rosalie, Jasper, el Pergamino y el próximo ataque de Tanya. Pensó en la aldea y se preguntó si llegarían otros guerreros y otros druidas al castillo. Le preocupaba pensar cómo podría alimentarlos a todos y, lo más importante, cómo podría protegerlos a todos de Tanya.

Empezó a dolerle la cabeza desde la parte baja del cráneo. Había muchas decisiones que tomar, muchas vidas que tener en cuenta. Esa era una de las razones por las que miraba a Edward con tanta frecuencia. Puede que Emmett fuera el líder de aquel pequeño grupo, pero quería escuchar lo que los demás tenían que decir y así considerar todas las posibilidades.

No sabía cuánto tiempo había pasado mirando el dosel de su cama. Supo, antes de oler los lirios, que Rosalie estaba en su habitación. Su cuerpo la reconoció de inmediato y el deseo que nunca lo abandonaba volvía a crecer en su interior.

Emmett se sentó y la vio en pie al lado de la cama, mirándolo fijamente. Su cabello dorado, suelto y desordenado, le caía por el cuerpo desnudo ocultando sus preciosos pechos a la vista de Emmett. Quería cogerle la mano y atraerla hacia él. Pero era ella la que tenía que ir a él. Ella era la que tenía que reconocer la innegable pasión que había entre los dos.

—No te lo has imaginado —susurró—. Había algo entre nosotros en Edimburgo. Todavía hay algo entre nosotros, Emmett.

—Pero tú no quieres que haya nada, ¿no es así? ¿De qué tienes miedo?

Ella sacudió la cabeza y se humedeció los labios con la lengua.

—No quiero quererte, pero no puedo detener los sentimientos que hay en mi interior. No puedo pensar cuando estás cerca de mí, pero cuando no lo estás, no puedo pensar en otra cosa que no seas tú.

Emmett estaba contento de haberse quitado la ropa. No quería perder ni un momento más sin sentir su piel contra el cuerpo desnudo de Rosalie. Cogió las sábanas con los dos puños y luchó contra el deseo descontrolado.

—Has venido a mí —murmuró.

Ella sonrió irónicamente.

—Mi cuerpo está sometido a tus órdenes.

—Igual que el mío a las tuyas.

—¿Ah, sí?

Ella se inclinó hacia delante y le pasó un dedo por la pierna.

Él intentó tragar saliva, pero tenía la boca seca. Cuando su mano se acercó a su entrepierna, su miembro se endureció, deseoso de sentir aquellas manos sobre él.

—Sabes que así es. He sido tuyo desde el primer momento en que te vi.

Le cogió los testículos entre los dedos y los acarició suavemente.

—No estoy segura de si debo creerte.

Emmett estaba ardiendo. No podía formar ni un pensamiento coherente mientras sus manos lo acariciaban, alimentando las llamas que ya amenazaban con quemarlo vivo. Se acostó en la cama, ofreciéndose por completo a ella.

—Esta noche soy todo tuyo.

—Bien. —Sin dejar de acariciarle los testículos, ella subió a la cama y se puso a horcajadas sobre él. Con la otra mano le cogió su virilidad rodeando con los dedos toda su envergadura. Lo acarició de arriba abajo antes de pasar los dedos sobre el sensible glande.

—Desde el primer momento en que te vi he deseado tocarte así.

Emmett no quería que parara nunca. Su miembro se sobrecogió cuando ella pasó un dedo a lo largo de su erección. Estaba a punto de explotar, pero no le importaba. Rosalie estaba con él y lo estaba tocando. Aquello era suficiente.

Por ahora, por lo menos.

Sus manos sabían justo dónde tocar, cuánta presión aplicar para darle el máximo placer. El sudor empezó a aparecer en su piel y se cogió con fuerza a las sábanas en un esfuerzo por no cogerla a ella y lanzarla sobre la cama para penetrarla.

Emmett gimió y puso los ojos en blanco al sentir que el pelo de ella le rozaba las piernas. Su cálido aliento se posó sobre su erección, que ella tenía cogida con las manos y que todavía se hizo más grande.

Y entonces sintió su boca sobre él.

Emmett gimió y levantó la cabeza para poder ver. Los suaves labios de Rosalie se acoplaban a su miembro mientras lo introducía en su boca y jugueteaba con la lengua. Nunca había sentido nada parecido, nada tan fantástico ni tan excitante, en su larga vida.

—¡Oh, por todos los cielos, Rosalie, me estás matado! —Murmuró con los ojos fijos en los labios de ella, que presionaban su miembro. Movió las manos hacia su cabeza para agarrarle el pelo, no estaba seguro de si la había cogido para detener aquel exquisito placer o para asegurarse de que nunca parara.

Pero aquello era demasiado. Podía sentir su semilla a punto de desbordarse y, aunque el pensamiento de eyacular en su boca lo volvió loco, quería sentir su húmedo sexo presionando su miembro.

Emmett la levantó y la tumbó de espaldas en la cama con un solo movimiento. Se inclinó sobre ella, con las manos a ambos lados de su cabeza. Sus miradas se encontraron y se quedaron quietos observándose.

—No tienes ni idea de lo que estás haciendo conmigo —le dijo. Tenía que hacerle comprender lo importante que ella era para él.

Ella le sonrió con picardía.

—Me gusta tu sabor. Quiero más.

Él gimió y apretó los dientes. Lo estaba matando.

Emmett decidió que ella necesitaba también que él le hiciera algo, así que volvió a girarla y se inclinó para cogerle un pezón entre los labios. Posó los labios sobre el pequeño pezón. Se rió al notar que se ponía duro.

—Emmett —dijo ella en un grito ahogado.

No la hizo esperar más. Cubrió el pezón con los labios y dejó que su lengua jugueteara con él antes de morderlo suavemente.

Rosalie arqueó la espalda y sus uñas le arañaron la espalda. Él frotó su virilidad contra su sexo y sintió la humedad que delataba que estaba preparada y que ansiaba su tacto.

—¿Puedo probar tu cuerpo como tú has probado el mío? —Le preguntó entre sus pechos mientras le besaba un pezón después de otro.

Ella movió la cabeza adelante y atrás.

—Por favor, no. Te necesito. Ahora.

Justo en el momento que él dirigía su erección hacia la entrada de ella, ella lo empujó por los hombros hasta que él cayó tumbado de espaldas. Levantó la mirada hacia ella con una sonrisa mientras una vez más se ponía encima de él a horcajadas sobre su miembro.

Él se estremeció con la dolorosa necesidad de poseerla, de sumergirse en su calor y penetrarla. Pero esperó. Ella le torturó manteniendo su erección entre sus manos, su sexo encima de él, ofreciéndole solo de vez en cuando un atisbo de su humedad.

Emmett gimió e intentó pensar en otra cosa que no fuera la mujer que tenía sobre él para intentar no eyacular. Pero ella le exigía toda su atención y él no podía negarle nada.

Milímetro a milímetro, ella fue bajando hacia su duro miembro. Emmett elevó las caderas para penetrarla más profundamente, pero Rosalie tenía el control. Le estaba volviendo loco de deseo.

Y a él le encantaba ese sentimiento.

Una vez ella lo tuvo por completo en su interior, él le cogió los pechos y empezó a juguetear con los pezones mientras ella empezaba a mecerse sobre él. Con la boca entreabierta y la cabeza hacia atrás mientras cabalgaba sobre él. Aquella era la imagen más hermosa que Emmett había visto jamás.

Emmett no quería olvidar nunca ese momento, no quería olvidar nunca los sentimientos que Rosalie le provocaba.

Le pellizcó los pezones y jugueteó con ellos entre sus dedos. Ella lanzó un gemido agitando las caderas cada vez más deprisa. Él estaba a punto de llegar al orgasmo, pero no quería que aquello terminara. Nunca estaba preparado para terminar con aquella sensación cuando ella estaba entre sus brazos.

Las uñas de Rosalie se clavaron en su pecho. Se inclinó hacia delante y lo besó, rozando sus pezones contra su pecho. Emmett la cogió por las caderas y empujó hacia ella intentando penetrarla más profundamente, con más fuerza. Ella susurró su nombre y se puso con la espalda recta mientras sus caderas volvían a cabalgar sobre él.

Emmett situó su mano entre ambos cuerpos y encontró su clítoris con el pulgar. Frotó el hinchado punto cada vez más fuerte con cada gemido que salía de su boca hasta que ella empezó a agitarse de puro placer.

Ella gritó su nombre y se sacudió. La primera sacudida de su orgasmo sobre su pene hizo que él también llegara al clímax. Emmett se aferró fuerte a Rosalie mientras se rendía ante ella.

Sus brazos la acunaron cuando ella se desplomó sobre él. Los cuerpos ya estaban cubiertos del sudor de haber hecho el amor. Él podía sentir los latidos de su corazón fuertes en el pecho y se dio cuenta de que iban acompasados con los suyos.

Cuando por fin él fue capaz de abrir los ojos, se quedó mirando el rostro que quería ver a su lado cada día del resto de su vida. Darse cuenta de ello debería haberlo sorprendido, pero no lo hizo. Su cuerpo había sabido que era Rosalie desde el primer momento, solo que a su cerebro le había costado un poco más llegar a la misma conclusión.

—Dios mío —murmuró ella soñolienta.

—Duerme. Yo estoy aquí. —La acercó hacia él y le besó la frente.

Por una vez, todo era como debía ser.

 

 

Tanya quería matar a los tres guerreros que se habían atrevido a torturar a Jasper repetidamente, pero los necesitaba. Sin embargo, podía y daría una lección a los demás poniéndolos como ejemplo.

Había llamado a los wyrran y a otros guerreros a la caverna que le hacía de gran salón. La montaña había hecho un gran trabajo al abrir aquel magnífico espacio para ella, pero también era cierto que las piedras no podían negarse a sus exigencias. Estaban conectadas, ella y las piedras, de un modo que el resto no podía entender.

Tanya observó a los guerreros que estaban detrás de ella. Estaban sujetos por unas cadenas mágicas que salían del suelo y del techo con los brazos y las piernas separados. También les había arrancado la ropa.

Uno de los guerreros giró la cabeza para mirarla por encima del hombro. Ella pudo ver el miedo en sus ojos, tal y como deseaba. Ellos no sabían lo que les iba a hacer, y había llegado el momento de que lo descubrieran.

—Estos tres han decidido llevar las cosas a su manera con uno de los prisioneros. —Su voz llenaba todas las esquinas de la caverna.

Se giró hacia el grupo allí reunido.

—No voy a tolerar este tipo de acciones. Me obedeceréis en todo y en todo momento o acabaréis siendo víctimas de mi ira.

Tanya soltó un largo suspiro y escuchó los murmullos de los allí reunidos mientras algunos mechones de su pelo blanco, que le llegaban hasta el suelo, empezaban a flotar a su alrededor y se extendían más todavía. Ella miró aquellos mechones que una vez habían sido dorados. A medida que su poder había ido creciendo, el color había ido desapareciendo.

Su cabello y sus ojos tenían algo especial que provocaban el miedo en la gente. Ella sonrió y miró de frente a los tres guerreros.

—Nunca más volveréis a desobedecerme. Si lo hacéis, os mataré. ¿Me habéis comprendido?

—Sí, señora —respondieron los tres.

Tanya dejó volar su pelo. Su cabello era un arma que podía utilizarse de muchas formas diferentes. Esta vez, lo utilizaría solo como un látigo, aunque ya había matado con aquellos mechones y volvería a hacerlo.

Una y otra vez su cabello azotó las espaldas de los guerreros hasta que su piel se abrió y la sangre empezó a caer por sus piernas hasta el suelo. Solo entonces se calmó su ira.

El cabello le cayó sin vida hasta los tobillos, ya no era un arma. Se giró hacia un grupo de wyrran.

—Dejadlos ahí hasta que sus heridas hayan cicatrizado. Luego, lanzadlos al foso durante una semana.

El foso era el lugar donde ella metía a la gente que quería abatir rápidamente o a la que deseaba una muerte truculenta. Solo los más fuertes sobrevivían en el foso, pero incluso esos, no duraban mucho tiempo allí dentro. La mayoría se daba cuenta de que era inútil luchar contra ella y acababa muriendo o uniéndose a ella.

Sin más palabras, salió del gran salón hacia las escaleras que se perdían en las entrañas de la montaña. Había hecho que llevaran a Jasper a su habitación para que lo bañaran y, con un simple gesto, se había encargado de que él estuviera dormido todo el tiempo.

La puerta de su habitación se abrió cuando ella se aproximó. Como siempre, los wyrran habían sentido su presencia. Le echó una mirada a James, que todavía seguía atrapado por las rocas como castigo, mientras ella entraba en la habitación. Se dirigió hacia la cama y miró a Jasper. La suciedad y la mugre de las mazmorras ya no cubrían su cuerpo ni su cabello.

La tela que en algún momento habían sido sus pantalones había sido arrancada y una manta cubría la parte inferior de su cuerpo. Tanya apartó la manta y observó al hombre que compartiría su cama, al guerrero que le daría al hijo que ella deseaba tener y que haría que se cumpliera la profecía que le habían contado muchos años atrás.

Nunca había querido algo con tanta desesperación como quería a Jasper, ni siquiera el poder por el que había matado. Había algo en Jasper que la atraía. Nunca nada antes le había sido negado, y Jasper no sería la excepción. Ahora él no lo comprendía, pero ella podía ofrecerle el mundo entero y mucho más.

Tanya acarició su rostro recién afeitado, luego su pecho marcado por los músculos y bajó por su estómago hasta posarse en sus caderas. Después cogió su flácido miembro entre los dedos.

Podía utilizar su magia para hacer que él la deseara, pero no iba a tener la necesidad de hacerlo. Una vez le hubiera mostrado a Jasper los placeres que le esperaban en su cama, él iría a ella deseoso y por su propio pie. Además, si utilizaba su magia, él no podría dejarla embarazada de aquel niño y no podía arriesgarse a ello, no ahora que volvía a tenerlo bajo su poder.

—Duerme, mi rey —susurró y le besó la mejilla—. Tu cuerpo necesita curarse de las heridas y no lo hará si te despiertas y descubres que estás en mi cama.

Tanya siguió acariciando su miembro hasta que este se endureció. Ella sonrió. Aquello era solo el comienzo y aunque ella quería saltar sobre él e introducir su erección en su cuerpo, quería que él estuviera despierto cuando estuvieran juntos. Despierto y deseoso.

—¿Te gusta mi tacto? Sé lo que te provoca placer, Jasper. En mi cama, experimentarás placeres que van más allá de tu imaginación.

Ella le besó el pecho y empezó a mover el puño arriba y abajo a lo largo de su erección. Jasper elevó sus caderas para encontrarse con ella y entreabrió la boca al soltar un largo y profundo gemido lleno de placer y deseo.

Los hermanos MacMasen se habían mantenido alejados de otros humanos y al hacerlo, se habían negado a sí mismos el abandono físico que sus cuerpos necesitaban y el insaciable apetito que sentían como guerreros.

Su miembro se hizo más grueso, más largo. Ella se inclinó sobre él y se lo puso en la boca. Jasper levantó las caderas de la cama, penetrándola con más ímpetu. Ella se introdujo todo el miembro en la boca y empezó a gemir cuando él empezó a empujar con más fuerza. Tenía un sabor maravilloso; utilizó su lengua para darle más placer y sorbió con fuerza. De pronto el cuerpo de Jasper se sacudió y le llenó la boca con su semilla.

Tanya movió sus caderas hacia su erección y le besó el miembro. Era espectacular y no podía esperar a sentirlo en su interior. Era una lástima que estuviera dormido.

Su pasión volvió a encenderse al mirar su pene, que ahora descansaba sobre su estómago, todavía medio erecto a causa de sus caricias. Ella podría darse placer a sí misma, pero necesitaba más.

Tanya se levantó de la cama.

—Busca a William —le ordenó a un wyrran—. Envíalo al baño, yo estaré esperándole.

El wyrran se escurrió para cumplir sus órdenes. Tanya se desnudó y se tumbó junto a Jasper. Su cuerpo temblaba de deseo por tenerle, por tener su miembro en su interior. Pero tenía que ser fuerte. Si lo poseía ahora, todo lo que había hecho, todo el poder que había acumulado, no habría servido para nada.

La enfureció que ella, la druida más poderosa que jamás había existido, no pudiera hacer que el único hombre que ella deseaba la deseara a ella también. Aquel era el único aspecto en el que su magia era inútil.

Para engendrar al hijo que había sido predicho, no podía utilizar ninguna magia sobre Jasper o el niño nunca sería concebido.

Tanya se había imaginado que vencer la voluntad de Jasper sería fácil. Debería haber sabido que él lucharía contra ella. Pero esa era una de las razones por las que lo había elegido para ser su rey.

La ira que había en el interior de Jasper no podría seguir siendo reprimida durante mucho tiempo. No tendría que esperar demasiado para que él fuera suyo. Edward y Emmett podían intentar todo lo que quisieran para arrebatarle a Jasper, pero no lo conseguirían.

Entonces, los tres MacMasen estarían en su poder.

 

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AAAAAAAAAAAA, CHICAS TRANQUILAS RESPIREN, RELAJENSE, ESTE A SIDO UN CAPITULO UFFFFFFFFFFF, PRIMERO EMMETT Y ROSALIE JAJAJA, QUE ALEGRIA QUE YA SE HAYAN ARREGLADO, BUENO MAS O MENOS, TODAVIA ROSE TIENE QUE CONFESARLE LO DEL PERGAMINO, PERO VAN ENCAMINADOS, AAAAAAAAAAAA TANYA A VIOLADO A JASPER JAJAJA, PORQUE NO SE COMO LO VEAN PERO PARA MI ESE ES ABUSO DE CONFIANZA, MALDITA BRUJA ENFERMA SE APROVECHO DE LA SITUACION JAJAJA, DESGRACIADA MUJER.

CHICAS SE QUE LA SITUACION PARA JASPER ESTA MUYYYYYY FEA, Y QUE NO SE VE SALIDA POSIBLE, PERO EN MEDIO DE TODO ESTO, APARECERA UNA RAYO DE LUZ PARA EL, CREANMEEEEEE "UNA PEQUEÑA ESPERANZA" JAJAJA NO LES DIRE MAS, PERO SE QUE SE VAN A SORPRENDER CUANDO VEAN DE QUE SE TRATA O MEJOR DICHO CUANDO VEAN DE "QUIEN" SE TRATA JAJAJA.

GRACIAS GUAPAS BESITOS

Capítulo 34: ONCE. Capítulo 36: TRECE

 
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