LOS HERMANOS MACMASEN (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 27/08/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 390
Visitas: 103291
Capítulos: 57

"FANFIC TERMINADO"

 

Tres hermanos, tres guerreros, unidos no solo por sangre sino  por una fuerza más poderosa, por culpa de una malvada hechicera, Durante trescientos años, han permanecidos alejados del mundo, ocultando al vengativo dios que llevan prisionero en sus almas, pero muy pronto las cosas cambiaran, una épica guerra entre el bien y el mal se avecina, Edward, Emmett y Jasper deberán luchar no solo contra el mal que los ha asechado toda su vida, sino también contra el amor y la pasión que se encontraran en el camino

Todo el poder, la pasión y la magia de los legendarios guerreros de Escocia atados al juramento de luchar por la victoria en la batalla y en el amor.

 

 

adaptacion de los personajes de crepusculo con el libro "Serie Highlander la espada negra de Donna Grant"

 

 

 

 

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Capítulo 33: DIEZ

Rosalie intentó mantenerse en los confines del sueño. No quería sentir de nuevo el dolor o ver la profunda preocupación en el rostro de Emmett.

Emmett.

Solo pensar en él hizo que se le acelerara el corazón. Se despertó lentamente, pero no abrió los párpados. Respiraba pausadamente esperando sentir el terrible dolor que le había consumido el cuerpo. Pero no sintió nada.

Abrió los ojos y se encontró a sí misma acostada del lado izquierdo. La luz que entraba por la ventana llegaba hasta la cama, una cama que ella no reconoció.

—¿Cómo estás?

Su mirada se desvió hacia la silla que había a su lado y hacia el hombre grande y de cabellos oscuros que estaba sentado en ella. Le ofreció una amplia sonrisa que iluminó sus profundos ojos verdes como el mar.

Una mirada a su cuello y el torques de oro confirmó lo que ya se había imaginado. Tenía justo delante a uno de los hermanos de Emmett.

—Tú debes de ser Edward.

El inclinó la cabeza.

—Ese soy yo. Nos has tenido muy preocupados, especialmente a Emmett.

Rosalie se sentó lentamente esperando ver a Emmett, pero en la habitación solo estaban ella y Edward. El dolor ya no le quemaba el cuerpo. Ella se humedeció los labios con la lengua y observó alrededor.

Justo delante de la cama había un gran hogar. Entre la chimenea y la ventana había una mesa con dos sillas. Al lado de la cama había una mesa pequeña sobre la que pudo ver un cántaro y un tazón. Había dos muebles con cajones a ambos lados de la cama y un antiguo escudo redondo con dos espadas cruzadas colgaba de la pared que había junto a la puerta.

—Estás en la habitación de Emmett, la habitación principal —afirmó Edward—. ¿Quieres un poco de agua?

Ella asintió con la cabeza y lo observó verter el líquido en el tazón. Se bebió tres vasos antes de reclinarse hacia atrás y respirar profundamente. La decepción por no haber encontrado a Emmett era grande. Se preguntaba dónde estaría. Era estúpido, pero había creído que él estaría a su lado cuando despertara.

—¿Todavía sientes dolor?

La voz de Edward sacó a Rosalie de sus profundos pensamientos.

—No. ¿A quién debo agradecerle que me haya salvado?

—¿Quieres decir aparte de a Emmett? —Edward sonrió ante lo que acababa de decir, pero ella pudo ver la dureza en sus ojos verdes, unos ojos muy parecidos a los de Emmett.

Ella tragó saliva y asintió.

—Sí, aparte de a Emmett.

Antes de que él pudiera responder, la puerta se abrió y una preciosa mujer con el pelo castaño y unos ojos oscuros entró y se puso al lado de Edward. Ella rodeó al hombre de las Highlands con sus brazos y le sonrió a Rosalie.

—Espero que mi marido no haya sido demasiado maleducado —dijo la mujer.

Edward entrelazó sus dedos con los de la mujer.

—Nunca me atrevería.

La mujer se rió y centró su mirada en Rosalie.

—Soy Isabella. Hemos oído muchas cosas sobre ti. No puedo creer que seas una guerrera.

—Gracias por ayudarme a recuperarme —dijo Rosalie. La simple y abierta simpatía de Isabella le extrañó, pero le gustaba la honestidad que había en sus ojos oscuros—. Emmett me dijo que eres una druida.

Isabella miró a su marido con el ceño fruncido antes de volverse de nuevo hacia Rosalie.

—Sí, soy una druida. ¿Tienes hambre? Puedo traerte un poco de sopa que he preparado yo misma.

—Eso sería maravilloso.

No le había pasado desapercibida la mirada entre Edward e Isabella. ¿Qué le estaban escondiendo? ¿Y por qué?

Edward besó a Isabella y le susurró algo al oído antes de marcharse. Rosalie se estiró bajo las sábanas. Llevaba una combinación diferente, una combinación limpia y sin ninguna marca de sangre ni de arañazos. Rosalie se cogió el cuello mientras sus pensamientos regresaron de nuevo a Emmett.

—Tu combinación estaba destrozada —dijo Isabella mientras se sentaba donde antes había estado Edward—. Encontré otra. No es tan bonita como la que llevabas.

—Es perfecta —sonrió Rosalie—. Lo que llevaba en Edimburgo era simplemente para ser vista.

Isabella se frotó las manos nerviosa.

—Emmett nos contó por qué habíais ido a Edimburgo tú y tu primo. Parece peligroso.

—Era algo que tenía que hacer y Randall no me hubiera dejado ir sola.

—¿Vendrá también aquí?

Rosalie se encogió de hombros.

—No lo sé. Ni siquiera sé dónde está ahora.

—Quería preguntarte qué sucedió durante el ataque, pero Edward me ha hecho prometer que no lo haría. Él y Emmett han estado esperando a que te despertaras para saber qué sucedió.

—¿Don...? —Se detuvo y se aclaró la voz—. ¿Dónde está Emmett?

Se odiaba a sí misma por haberlo preguntado, pero necesitaba saberlo. Le había parecido el tipo de hombre que se habría quedado a su lado todo el tiempo sin moverse.

Isabella se rió.

—Ha estado paseando por el castillo desde ayer por la noche observando todas las mejoras que se han hecho. Sé que estaba ansioso por volver al trabajo después del desayuno. Estoy segura de que vendrá aquí pronto.

Se oyó un pequeño golpe en la puerta antes de que volviera a abrirse. Esta vez, una mujer alta y esbelta con el cabello rizado entró en la habitación llevando un cuenco con sopa y algo de pan. Puso la bandeja al lado de Rosalie y le ofreció una gran sonrisa.

—Hola, Rosalie. Soy Sonya.

El nombre iba con ella y a Rosalie le cayó bien al instante. Ella le devolvió la sonrisa.

—La otra druida. Muchas gracias por ayudarme a recuperarme y por la comida. No me había dado cuenta del hambre que tenía hasta que la he olido.

—Come, no lo hagas por nosotras —exhortó Isabella—. Somos las dos únicas mujeres en el castillo, así que solemos formar nuestro bando contra los hombres.

Sonya se rió con una risa alegre y ligera. Era evidente que había una buena relación entre ella e Isabella.

—Es cierto —concluyó, y cogió otra silla y la puso al lado de Isabella.

Rosalie escuchó a las dos mujeres mientras comía. Mantenían una conversación animada, hablando de nada en particular y a Rosalie le resultó obvio que pretendían mantenerla entretenida.

Se terminó la sopa y se puso el último pedazo de pan en la boca. Estaba lista para salir de la cama y ponerse algo de ropa.

—¿Quieres más? —le preguntó Isabella.

—Gracias, pero no —respondió.

Sonya se levantó y salió de la habitación. Rosalie observó a la druida marcharse preguntándose qué habría hecho que se marchara tan rápidamente. No pasó mucho rato hasta que Sonya regresó empujando una bañera de madera dentro de la habitación.

Se levantó y se sacudió las manos.

—Hemos pensado que quizás te apetecía un baño.

Rosalie casi suelta un grito de alegría ante la idea de sumergirse en el agua caliente.

—Suena maravilloso.

—Ahora mismo te traemos el agua —dijo Isabella.

Una vez se hubieron marchado, Rosalie se levantó de la cama y se dirigió hacia la ventana. Miró hacia los acantilados de roca que se sumergían en las profundas aguas del fondo. Las olas golpeaban contra las rocas y esparcían gotas de agua en el cielo que brillaban bajo la luz del sol. Rosalie se imaginó que casi podía sentir las gotas de agua sobre su piel. El olor a sal inundaba el viento y la brisa del mar le refrescó el rostro.

No podía esperar para ver el resto del castillo y las tierras de los alrededores. Sus pies descalzos se encogieron sobre las frías piedras. Se giró y miró su cama. La cama de Emmett, puntualizó.

¿Compartiría aquella cama con él? ¿Era por eso por lo que la había puesto en su habitación? ¿Podía ella permitirse el estar más ligada a él de lo que ya estaba?

Cuando había hablado de Jasper y de su plan para salvarlo, su mano se había ido hacia el anillo, dispuesta a dárselo a él o a cualquiera que lo necesitara para escapar de las garras de Tanya. Luego recordó la promesa que le había hecho a su clan y a Robena. No podía traicionar esa promesa, incluso aunque quisiera ayudar a Emmett, no podía poner a todos los demás en peligro si el plan fallaba.

Ella se tocó el costado donde había estado la herida, pero ya no había ningún dolor. Cuando se levantó la combinación, tampoco encontró ninguna cicatriz. Era como si se hubiera recuperado igual que siempre. Sin embargo, ella sabía que la sangre de drough tenía que haberla matado. ¿Tan poderosas eran las druidas del castillo de los MacMasen?

La puerta se abrió e Isabella y Sonya entraron con unos cubos seguidas de Edward y otro hombre con el pelo castaño claro y unos sonrientes ojos. Él le hizo un gesto con la cabeza a Rosalie antes de soltar los cubos y marcharse.

—Ese era Riley —le dijo Isabella—. Siempre está sonriendo y bromeando. No creo que haya nada que pueda ponerlo de mal humor.

Tuvieron que hacer unos pocos viajes más para llenar la bañera y entonces las tres mujeres se quedaron solas.

Rosalie miró a Sonya.

—No tengo ninguna cicatriz. ¿No debería el veneno haberme dejado al menos una cicatriz?

Sonya dudó un instante y le lanzó una mirada a Isabella.

—Estabas prácticamente muerta cuando Emmett llegó contigo en brazos. Utilicé mi magia, sí, pero no fue suficiente.

—Necesitabas sangre —dijo Isabella—. Mucha sangre.

—Sangre... —repitió Rosalie confusa—. ¿Entonces eso es lo que me salvó?

Sonya asintió.

—¿Quién me dio la sangre?

Isabella le ofreció una pastilla de jabón y se aclaró la garganta.

—¿Necesitas ayuda?

Rosalie negó con la cabeza y le permitió evadir la pregunta. Quería estar un rato a solas para pensar. Y quería sumergirse en el agua tanto rato como fuera posible. El vapor del agua caliente subía por la habitación haciendo que se sintiera mejor.

—Bienvenida al castillo MacMasen —dijo Sonya antes de marcharse.

Isabella salió detrás de la druida.

—Tengo un par de vestidos que he dejado aquí fuera por si alguno te está bien.

—No me gustaría quitarte tus vestidos.

—No te preocupes. Tenemos muchos vestidos que trajimos de la aldea cuando Tanya la arrasó. Los vamos arreglando a medida que Sonya y yo los necesitamos. Te traeré uno en cuanto pueda.

Entonces la puerta se cerró detrás de Isabella y Rosalie se desvistió. Metió el pie en el agua para ver si estaba muy caliente y luego se metió entera en la bañera con un suspiro.

Su mano se posó en el costado. Había necesitado sangre. Pero ¿la sangre de quién corría ahora por su cuerpo?

Pensó en el ataque de los dos guerreros y en el dolor que la había devorado. Pronto había perdido la consciencia, pero recordaba haber abierto los ojos y ver que estaba entre los brazos de Emmett. Sus hermosos ojos verdes quedaron fijos en ella mientras repetía su nombre una y otra vez.

Rosalie se cubrió el rostro con las manos. Debería contarle lo del anillo y lo que había dentro de él. Él buscaba información sobre el Pergamino. Era fácil contárselo, pero ¿y si se lo pedía? Le explicaría que, por mucho que quisiera, no podía dárselo. Él lo comprendería, ¿no?

Más perturbador que ese pensamiento era preguntarse si él la querría de nuevo en su cama una vez que le hubiera confesado que tenía el Pergamino.

Emmett miró la extensión de tierra delante del castillo desde la torre y sonrió. No esperaba que se hubiera adelantado tanto en los trabajos mientras había estado fuera. Pero todas, excepto dos de las torres, habían sido reconstruidas, incluida en la que él se encontraba ahora.

El corazón se le hizo un puño al pensar en devolverle al castillo su antigua gloria. Podía imaginarse a su padre de pie en el patio con los brazos cruzados sobre su fuerte pecho y su cabello oscuro ribeteado de plata asintiendo lleno de satisfacción.

Al menos eso era algo que Emmett había hecho bien.

El sonido de unos pasos en las escaleras le anunciaron la llegada de su hermano incluso antes de que Edward apareciera por la puerta.

—Te he estado buscando por todas partes —gruñó Edward con el ceño fruncido.

De inmediato Emmett pensó en Rosalie.

—¿Le pasa algo a Rosalie?

—No. Se ha despertado.

Emmett dejó salir un suspiro que no se había dado cuenta que estaba reprimiendo.

—¿Está Isabella cuidando de ella?

—Y Sonya también. Riley y yo las hemos ayudado a subir un poco de agua para que se bañara.

Emmett tragó saliva y giró la cabeza para que su hermano no pudiera ver la llama de deseo que se había despertado en él al pensar en Rosalie en el agua.

—¿Se encuentra bien?

—Eso parece.

Quería saber si había preguntado por él, pero al final Emmett decidió no abrir la boca.

—Tienes que decirle lo que has hecho por ella —dijo Edward.

Emmett asintió.

—Se lo diré.

—¿Vas a luchar por ella?

Entonces miró de frente a su hermano.

—Es mi deber protegerla.

Edward sonrió y asintió con la cabeza.

—Bien, me gusta. Ahora tienes que ir con ella. Está en un lugar desconocido y al único que conoce es a ti.

—Iré a verla después de la comida. Todavía está descansando y quiero que los demás me pongan al día.

Era mentira. No estaba preparado para enfrentarse a Rosalie todavía. Pero mientras Emmett bajaba las escaleras de la torre, se dio cuenta de que quería ir a buscarla y zarandearla por no haber confiado en él. Luego la besaría hasta que ella se derritiera en sus brazos.

Había pasado tanto tiempo desde que había estado entre mujeres por última vez que tenía que acordarse de que debía tratarla como a una dama y no como a un objeto que podía reclamar como propio. Aun así, el dios de su interior le pedía que la reclamara como propia, que la marcara como suya para que ningún otro hombre se atreviera a tocarla.

Tal y como esperaba, cuando él y Edward llegaron al gran salón, los otros ya estaban en la mesa sirviéndose la comida que Sonya e Isabella habían preparado.

Emmett se sentó en su sitio a la cabeza de la mesa y se llenó el plato mientras escuchaba a Vladimir hablar de salir a cazar aquella misma tarde.

—Yo bajaré a la playa a pescar —anunció Edward.

—Buena idea —advirtió Jacob—. Isabella, ¿podrías prepararme otra barra de pan?

Emmett rompió a reír mientras los otros se quejaban ante la petición de Jacob.

Riley le lanzó su copa vacía a Jacob, pero este pudo esquivarla.

—¿Es que nunca tienes suficiente?

—Nunca —dijo Jacob con una sonrisa antes de meterse un pedazo de pan en la boca.

Todos empezaron a reírse e incluso Emmett se descubrió disfrutando de aquel momento. Había habido tal ausencia de sonidos en el castillo que estaba feliz de volver a oírlos. Los hombres, y las mujeres, que estaban sentados alrededor de su mesa no eran una auténtica familia, pero eran su familia.

Los MacMasen habían prometido luchar contra Tanya y proteger a cualquiera que necesitara ayuda.

Ahora era su deber tomar las decisiones adecuadas. Emmett siempre había confiado ciegamente en sus hermanos para hacerlo y eso no iba a cambiar. Los hombres sentados a aquella mesa habían demostrado sus habilidades como guerreros y él valoraba sus ideas.

Emmett esperó hasta que todos terminaran de hablar antes de aclararse la voz para llamar su atención.

—Teníamos un plan para liberar a Jasper de las garras de Tanya. Para que ese plan funcionara, necesitábamos el Pergamino y el conjuro que dormiría a los dioses.

Se detuvo y respiró profundamente.

—No tenemos el Pergamino y no parece que vayamos a conseguirlo. —Riley abrió la boca, pero Emmett levantó una mano pidiendo silencio—. Tengo una idea, pero antes de hablar sobre ello quiero terminar de decir lo que tengo que decir.

Riley asintió con la cabeza y esperó.

—Sonya ha sido de gran ayuda para enseñarle a Isabella a controlar sus poderes, pero ninguna de las dos sabe cómo enterrar a nuestros dioses. Sin el conjuro para enterrar a los dioses de los guerreros de Tanya, no tenemos ninguna posibilidad de ganar en una batalla.

—Yo siempre estoy ansioso por matar wyrran —dijo Vladimir.

Jacob se rascó la barbilla y miró alrededor de la mesa.

—No me gusta jugar con desventaja, pero si nos organizamos bien, podemos sorprenderlos y utilizarlo en nuestro favor.

Emmett asintió.

—Yo también creo que eso podría jugar a nuestro favor.

Edward puso los codos sobre la mesa y cruzó los dedos.

—¿Qué propones?

—¿Ha visto alguien el Pergamino?

Todos agitaron las cabezas en negación como él esperaba.

—Y según me imagino, tampoco lo ha visto Tanya.

Alistair se rió captando la atención de todos.

—Sé lo que estás pensando, Emmett, y me encanta.

—Sí—dijo Emmett—. Propongo que hagamos nuestro propio Pergamino.

Vladimir suspiró y se levantó de su asiento para caminar un poco. Jacob se pasó una mano por el rostro mientras Edward escrutaba a Emmett con una mirada firme.

—¿De verdad crees que podemos hacerlo? —Preguntó Edward—. Si Tanya sospecha que es falso nunca podremos liberar a Jasper.

—¿Tenemos alguna otra opción? No puedo soportar pensar en Jasper metido en aquellas mazmorras ni un minuto más —masculló Emmett—. He esperado, tal y como me pedisteis, y estoy de acuerdo en que ha sido para bien. Ella nos esperaba de inmediato y nosotros nos hemos tomado nuestro tiempo para descubrir cosas que nos podían ayudar. Pero la verdad es que no sabemos más de lo que sabíamos cuando Jasper fue capturado. Ya no puedo esperar más, Edward.

Alistair se inclinó hacia delante sobre la mesa.

—Lo entiendo, Emmett. Él es tu hermano. Harías cualquier cosa por él, pero ¿y si ya ha logrado doblegarlo?

—Entonces lo rehabilitaré.

Hubo un momento de pesado silencio y de pronto se hizo el caos cuando todos empezaron a hablar a la vez.

Emmett contó hasta diez antes de golpear la mesa con la palma de la mano.

—¡Ya basta!

Miró a todos los hombres y mujeres sentados a la mesa y respiró profundamente.

—Lo único que me importa ahora es traer a Jasper de vuelta a casa.

—¿Y qué pasa si se ha puesto del lado de Tanya? —Preguntó Jacob—. La distancia no hará que su influencia sobre él sea menor.

Emmett cerró la mano en un puño y miró a Edward a los ojos.

—Conozco a Jasper. Luchará contra Tanya con todas sus fuerzas. Si ella ha hecho que ahora esté de su parte, ha sido utilizando la magia. Tenemos druidas que pueden deshacer esa magia.

Sonya sacudió la cabeza.

—La pregunta es con qué garantía de éxito. La magia negra de Tanya es muy poderosa.

—No dejaré a Jasper con Tanya, me da igual lo que haya pasado.

—Estoy de acuerdo con Emmett —convino Edward—. Jasper ha de volver con nosotros.

Vladimir maldijo y apartó su plato.

—Jasper podría ser un espía.

—Cualquiera de vosotros podría ser un espía —sentenció Emmett—. Y aun sabiéndolo os he abierto las puertas de mi hogar. ¿Por qué iba a tratar a mi hermano de otra manera?

Alistair levantó la mano para pedir silencio cuando Vladimir retomó la discusión.

—Emmett ha expuesto unos buenos argumentos, y aunque yo tengo mis dudas de que Jasper vuelva a ser el mismo hombre que era antes de que Tanya lo capturara, lo único que podemos hacer es traerlo a casa.

Emmett le hizo un gesto con la cabeza a Alistair. Uno a uno los otros aceptaron. Ahora, lo único de lo que se tenía que preocupar Emmett era de liberar a Jasper de las garras de Tanya y de todos los horrores que pudiera traer con él.

 

 

Rosalie observaba entre las sombras desde el piso superior mientras Emmett hablaba con los otros. Su intención era quedarse disfrutando del baño, pero la necesidad de descubrir más cosas de todo lo que la rodeaba era demasiado acuciante. Y, si tenía que ser honesta consigo misma, quería encontrar a Emmett.

Se había puesto el sencillo vestido azul que Isabella le había llevado a la habitación. Para su sorpresa, le venía perfecto. Isabella también le había llevado medias de lana y varios pares de zapatos. Rosalie encontró un par que le venía bien y después de pasarse los dedos por el cabello había dejado la habitación de Emmett.

Fueron las voces que provenían del gran salón lo que la atrajo hasta allí por todo el pasillo hasta las escaleras. Como no quería ser vista, se había mantenido oculta en las sombras y había estado observando a la gente.

No se sorprendió al ver a Emmett sentado a la cabeza de la mesa. Tenía un don innato para el liderazgo que el resto reconocía. Ella pensó que aunque no hubiera nacido para ser el jefe de su clan, seguiría siendo el líder del grupo.

Su mirada se quedó parada en él y lo observaba mientras comía y hablaba con Edward, que estaba sentado a su derecha. Había un lugar vacío a su izquierda y ella supo que estaba reservado a Jasper. El hecho de que Emmett mirara sin cesar el asiento vacío le desveló a Rosalie lo desesperadamente que quería a su hermano de vuelta.

Ella trató de imaginarse lo que sería que le quitaran a un hermano de su lado. Como hija única, le resultaba difícil. Había tenido amigos, pero el único miembro de la familia con el que había crecido había sido Naill. Él era unos cuantos años mayor que ella y no quería que una niña lo molestara.

Era toda una nueva experiencia ver cómo Emmett y Edward interactuaban. Tenían muchos gestos en común y se imaginó que Jasper también tendría muchas cosas en común con ellos. Era una auténtica tragedia que Jasper hubiera sido capturado. Le hubiera gustado ver a los tres hermanos juntos.

Rosalie dirigió ahora su mirada hacia las únicas mujeres del grupo. Isabella estaba sentada al lado de Edward mientras que Sonya estaba enfrente de ella. Mantenían sus propias conversaciones, pero ambas escucharon atentamente cuando los hombres empezaron la discusión.

Reconoció a Riley, que estaba sentado en una mesa aparte. El hombre alto y rubio que estaba sentado con él tenía un aspecto algo siniestro, con el ceño fruncido y una mirada dura. No le quitaría ojo de encima. Los hombres con aquel aspecto siempre solían buscar problemas y no quería tener nada que ver con esa posibilidad.

Volvió su atención a la mesa de Emmett y observó a los otros dos hombres que había allí sentados. El del pelo negro estaba sentado de espaldas a ella, pero, después de estar observándolo un momento, se dio cuenta de que no hablaba tanto como los otros.

El otro, con el pelo rubio oscuro, tenía un aspecto agradable, pero había algo también en su mirada que hablaba de los incontables horrores que había vivido.

Todos eran guerreros. Rosalie nunca había visto a tantos juntos. En realidad, al único guerrero que conocía en persona era Camdyn MacKenna.

Los hombres probablemente ya debían saber que ella era una mujer guerrera. ¿Cómo reaccionarían ante ella? Emmett era la única persona a la que conocía allí abajo y en realidad no hacía más que unas horas que se conocían. ¿Había tomado la decisión adecuada al pedirle que la trajera hasta allí?

Luego recordó el ataque en Edimburgo. Tanya la había descubierto. El poder de Tanya parecía ilimitado y si Rosalie sabía algo sobre Tanya, era que la drough nunca abandonaba cuando se había fijado un objetivo. Y ahora su objetivo era Rosalie.

Emmett había llegado a Edimburgo en el momento apropiado. Ahora mismo estaría muerta si él no se hubiera encontrado allí. Le debía la vida.

Se tocó el anillo con la mano izquierda. Podría devolverle a Emmett lo que había hecho por ella dándole el Pergamino, pero cada vez que pensaba en ello, se le hacía un nudo en el estómago.

Robena le había repetido una y mil veces lo importante que era que el Pergamino nunca acabara en manos de Tanya. Todo por lo que Rosalie había luchado en estos últimos cien años acabaría en nada si el Pergamino acababa en poder de Tanya.

El cambio de tono que se produjo abajo sacó a Rosalie de sus pensamientos. Se apoyó en las paredes de piedra y escuchó hablar a Emmett. Estaba calmado y sereno, en su castillo se encontraba plenamente en su elemento. Le encantaba observarlo. Era fascinante.

Ansiaba llegar hasta él y besarlo.

Empezó a aproximarse cuando oyó a Emmett mencionar el Pergamino. El corazón le dio un vuelco en el pecho cuando escuchó que nunca había pretendido darle a Tanya el auténtico Pergamino, sino únicamente una copia.

Sus dedos cogieron con fuerza el anillo, dispuesta a quitárselo y mostrarles a todos el Pergamino para que pudieran copiar los símbolos celtas que le harían pensar a Tanya que se trataba del auténtico.

Pero entonces se detuvo. Emmett querría saber por qué no se lo había dicho en Edimburgo.

Rosalie odiaba haberle mentido. Emmett le había contado cosas que sabía que nunca había compartido con nadie más, pero ella no era capaz de hacer lo mismo. Había algunas cosas, como lo del Pergamino, que cuanta menos gente las supiera, mejor.

Respiró profundamente y pasó la mirada por la mesa hasta que descubrió a Isabella mirándola. Rosalie sacudió la testa con la esperanza de que la mujer no dijera nada. Esta hizo un gesto de asentimiento con la cabeza.

Rosalie sabía que debía bajar al salón y presentarse, pero no podía moverse. Se apartó a un lado y se apoyó contra la pared de piedra.

Había pasado unos cuantos años en el castillo del rey, pero siempre se había mantenido alejada de los demás. Por su incapacidad para confiar en nadie, hubiera dicho Randall. Randall había sido su único lazo con el mundo e incluso ni así se había permitido tomarle demasiado cariño porque sabía que un día tendría que dejarlo.

Ahora, allí abajo había seis guerreros inmortales. Lo que habían hecho los MacMasen abriendo las puertas de su castillo era crear una familia. La última vez que Rosalie había formado parte de una familia, la habían repudiado y la habían echado de su casa.

Pero tenía que quedarse junto a Emmett. Si Tanya la capturaba, solo sería cuestión de tiempo antes de que descubriera lo que era aquel anillo.

Rosalie suspiró. Seguiría haciendo lo que había hecho siempre y mantendría las distancias con todos. Era el único modo que tenía de sobrevivir.

Se dio la vuelta para bajar las escaleras y se encontró con Emmett frente a ella. Se le abrieron los labios al ver aquel rostro tan hermoso. Siempre conseguía hacer que se le cortara la respiración, y la necesidad de tocarlo, de sentir sus brazos rodeándola, de besarlo, se hizo insoportable.

No se había dado cuenta de que se había quitado la falda escocesa y ahora llevaba una túnica rojo oscuro y unos pantalones de piel, gastados por el tiempo y el uso, metidos en unas botas negras. Se le veía más natural con ese atuendo, pero ella no podía decidir cuál le gustaba más, si el Emmett con la falda escocesa tradicional o el Emmett informal que ahora tenía delante.

—¿Cómo has sabido que estaba aquí?

Él se encogió de hombros.

—He olido tu esencia.

Un escalofrío le recorrió el cuerpo al oír sus palabras y tuvo que recordarse a sí misma que tenía que mantener las distancias aunque todo en su interior le gritara que se lanzara a sus brazos.

—¿Cómo te encuentras? —Le hizo la pregunta en un tono calmado, pero el modo en que sus ojos verdes le quemaban el cuerpo hizo que se le acelerara el pulso.

—Como si nunca me hubieran atacado.

—Bien. —Emmett le ofreció la mano—. Todos están deseando conocerte y yo estoy deseando saber qué pasó en el ataque.

Ella posó su mano sobre la suya y de pronto, cuando él se giró para bajar las escaleras, se detuvo.

—Espera. Yo... Necesito un momento.

—¿Para qué?

—Ahí abajo hay guerreros a los que no conozco.

Él la miró a los ojos un momento.

—Mi hermano nunca te haría daño. Te protegerá con su vida si es necesario. Los otros han demostrado su lealtad. Están aquí para acabar con Tanya.

—Lo sé. —¿Cómo podría explicárselo si ni ella misma era capaz de entenderse?

—Vamos —ordenó tirando suavemente de su mano—. Todo irá bien. Confía en mí.

Confianza. Era una palabra simple, pero era algo que no se permitía a sí misma. Con Emmett, sin embargo, las cosas eran diferentes.

Ella le dejó que la llevara a las escaleras. La conversación en el salón se detuvo mientras ambos bajaban. Tragó saliva, odiaba que todas las miradas estuvieran fijas en ella. Había sido sencillo pasar desapercibida en el castillo del rey, pero aquí no tendría tanta suerte.

—Gracias —le susurró a Emmett.

—¿Por qué?

—Por salvarme la vida.

Se encogió de hombros como si aquello no significara nada para él. Algo en Emmett había cambiado. No estaba dispuesta a poner la mano en el fuego, pero no era el mismo hombre con el que había compartido la cama en Edimburgo.

 

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VEN ELLA TIENE MIEDO, SERA MUY BONITA, SERA GUERRERA Y TODO ESO, PERO NO DEJA DE TENER MIEDO, NO CONFIA EN NADIE, ELLA TAMBIEN A SUFRIDO NO SOLO EMMETT, ESO ES LO QUE EL DEBE DE FIJARSE, POR ESO NO LE ENTREGO EL PERGAMINO EN EL PRIMER MOMENTO, OOOOOOH POBRE MUJER, ESPERMOS HABER QUE SUCEDE, Y QUE VEA QUE ENTRE ESOS GUERREROS TODOS SON AMIGOS.

 

LAS VEO MAÑANA BESITOS GUAPAS.

Capítulo 32: NUEVE Capítulo 34: ONCE.

 
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