LOS HERMANOS MACMASEN (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 27/08/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 390
Visitas: 103245
Capítulos: 57

"FANFIC TERMINADO"

 

Tres hermanos, tres guerreros, unidos no solo por sangre sino  por una fuerza más poderosa, por culpa de una malvada hechicera, Durante trescientos años, han permanecidos alejados del mundo, ocultando al vengativo dios que llevan prisionero en sus almas, pero muy pronto las cosas cambiaran, una épica guerra entre el bien y el mal se avecina, Edward, Emmett y Jasper deberán luchar no solo contra el mal que los ha asechado toda su vida, sino también contra el amor y la pasión que se encontraran en el camino

Todo el poder, la pasión y la magia de los legendarios guerreros de Escocia atados al juramento de luchar por la victoria en la batalla y en el amor.

 

 

adaptacion de los personajes de crepusculo con el libro "Serie Highlander la espada negra de Donna Grant"

 

 

 

 

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Capítulo 25: DOS

El corazón le dio un brinco en el pecho a Rosalie Hale cuando oyó el nombre MacMasen susurrado en el gran salón. Tan pronto como se pronunció, el nombre corrió por todo el salón como la pólvora. Todos querían saber qué MacMasen estaba presente, especialmente ella.

—Disculpadme, lady Drummond —comenzó a decir mientras se volvía hacia la mujer que había detrás de ella—. Me ha parecido oír que decíais MacMasen. Seguro que ha sido un error.

El nombre MacMasen era sinónimo de muerte, de dolor y de sucesos inexplicables. Los mitos sobre los hermanos MacMasen no habían muerto en los trescientos años que habían pasado desde que el clan fuera destruido. Era una historia que se repetía una y otra vez, pero que no solía oírse en pleno día en el castillo de Edimburgo. Normalmente se reservaba para las noches de tormenta.

—Ah, querida Rosalie —dijo lady Drummond. Sus ojos de color avellana rodeados de arrugas tenían un punto de malicia—. Habéis oído bien. Hay un hombre en el castillo, un hombre que dice ser un MacMasen.

Rosalie cerró la mano en un puño apresando el tejido de su vestido mientras la agitación recorría su cuerpo. Llevaba tanto tiempo buscando a los MacMasen... ¿Acaso la fortuna le sonreía y le había puesto a uno a su alcance después de tantos años? Tenía que encontrarlo, tenía que hablar con él.

Sacudió la cabeza mentalmente. Seguro que había habido alguna confusión con el nombre. Los MacMasen eran perseguidos, no por otros hombres de las Highlands ni por la corona, sino por algo mucho, mucho peor. Eran perseguidos por la personificación del mal, Tanya.

Rosalie dio un respingo al darse cuenta de que lady Drummond le seguía hablando.

—Lo siento. Tenía la cabeza en otra parte.

Lady Drummond se inclinó hacia ella, con la papada colgando.

—Os he preguntado si lo habéis visto, al MacMasen. Yo he podido verlo un momento, querida. —Se abanicó con la mano arrugada—. Si fuera más joven... Es endemoniadamente guapo.

—¿Lo es? —Rosalie deseaba haberlo visto.

Lady Drummond se rió y se acercó más a Rosalie.

—Lleva un torques como los celtas de la antigüedad. Un auténtico hombre de las Highlands —le susurró, su voz era aguda con un toque de asombro.

A Rosalie le dio un salto el corazón cuando se dio cuenta de que el hombre del que hablaba lady Drummond y el que había hecho que se le encendiera el cuerpo eran el mismo. Había visto al MacMasen. Había sido solo un instante, pero se había quedado prendada de los ojos verde oscuro más fascinantes y más atípicos que había visto nunca. Eran unos ojos turbulentos, como un mar en medio de una tempestad, y también intensos.

Había tenido que apartar la mirada para no volverse loca. Cuando había vuelto a mirar, él había desaparecido. En todos aquellos años, no había habido ningún hombre que ejerciera tal efecto sobre ella. Aquello la asustó a la vez que la cautivó.

Después de darle las gracias a lady Drummond, Rosalie se disculpó y recorrió el salón con la intención de encontrar a aquel curioso hombre de las Highlands con hermosos ojos y un torques de oro.

Llevaba una falda escocesa con un estampado que no había sabido reconocer, pero no la llevaba con la soltura del que ha nacido para ello. Y sin embargo era un hombre de las Highlands. Con una simple mirada a sus ojos, había visto el espíritu salvaje e indómito de aquellas tierras.

Al ver que no encontraba al hombre que decía ser el MacMasen, Rosalie se dirigió al jardín para respirar un poco de aire fresco. Había estado viviendo en el castillo demasiados meses en su intento por descubrir hasta dónde llegaba la magia de Tanya.

Rosalie estaba arriesgando su vida permaneciendo en el castillo, pero lo que ella escondía merecía el riesgo.

No estaba en el castillo solo por Tanya. Sabía lo suficiente de los tristemente célebres MacMasen para ser consciente de que tenía que descubrir todo lo que pudiera sobre ellos.

Echaba muchísimo de menos las montañas de las Highlands y sentir la nieve en su rostro, pero no podía marcharse. Todavía no. Todavía tenía que conseguir más información.

Rosalie pasó por delante de un rosal con brillantes rosas amarillas y se sentó en un banco de piedra que ofrecía algo de privacidad. La fragancia de las flores la envolvía, alejando de ella el hedor de los rancios alientos y de los sudorosos cuerpos de la corte.

Con las manos apoyadas en el banco a sus espaldas, Rosalie se inclinó hacia atrás y levantó el rostro hacia el cielo donde los rayos del sol se filtraban entre las pesadas nubes. No tardaría en empezar a llover y tendría que volver a entrar en el castillo.

Dejó su mente vagar hasta que se acordó de las noticias que le habían llegado hacía un par de semanas sobre los hermanos MacMasen. Ella confiaba en Camdyn MacKenna porque era un guerrero y no tenía ningún motivo para mentir.

Había muy poca gente en la que ella confiara. Había aprendido con su propio dolor que la confianza era algo que uno tenía que ganarse. Camdyn se la había ganado, o al menos en parte. Había cosas que nadie podía saber sobre ella. Las consecuencias serían demasiado peligrosas para involucrar a alguien.

De entre toda la gente que conocía solo había una persona en la que realmente confiaba, su primo Randall. Randall tampoco debería cono­cer sus secretos, pero había descubierto uno de ellos cuando solo era un niño de siete primaveras.

Sabía que tenía que intentar convencer a Randall para que volviera con el clan que la había desterrado. Cada vez que hablaba de ello, él respondía que a pesar de lo poderosa que era, ella necesitaba a alguien a su lado que la ayudara.

Y como era una mujer, aparentemente aquello era cierto.

El crujido de un zapato sobre la hierba hizo que Rosalie volviera a la realidad. Sonrió al ver los tranquilos ojos azules de Randall posarse sobre ella. Era alto y se movía con la elegancia del señor que era. Como primer hijo de los Hale, había recibido la educación que correspondía a su estatus y llevaba sangre de noble.

Pero era su rostro lo que hacía suspirar a las mujeres. Sus rasgos estaban perfectamente proporcionados. Tenía la mandíbula cuadrada y una nariz larga y regia. Su boca era grande y sus labios carnosos. Era capaz de hacer que una monja colgara los hábitos por sus encantos.

—Estaba seguro de que te encontraría aquí. —Su voz era profunda, suave. Se sentó a su lado—. Supongo que habrás oído lo que se dice.

—¿Sobre el hombre que dice ser un MacMasen?

Él asintió y se pasó los dedos por entre los dorados rizos que le caían constantemente a los ojos.

—He intentado verlo, pero no he podido encontrarlo. Lo vi hablar con Iver MacNeil.

Randall soltó un gruñido y apretó los labios.

—¿Ese imbécil? Intento evitar a Iver a toda costa, pero por ti, querida, veré qué puedo averiguar.

Ella sonrió cuando le cogió la mano, la subió hasta sus labios y la besó. El cariño de sus ojos no era el de un amante, sino el de un hombre que era más que un hermano.

—Eres demasiado bueno conmigo.

—No, si lo fuera, ya haría tiempo que hubiéramos salido de este inmundo agujero. Sé que deseas marcharte.

Ella posó su otra mano sobre la que todavía mantenía Malcom prendida.

—Tengo una misión que cumplir, Randall. Y la llevaré a cabo.

—Si es uno de los MacMasen, ¿qué harás?

—Hablaré con él.

—¿Y si no te cree?

Ella apartó la mirada, odiando el miedo que se había posado sobre su estómago.

—Entonces se lo mostraré.

—Te estás arriesgando mucho, Rosalie. Esto podría ser una treta de Tanya.

—Ella no sabe nada de mí. Hasta ahora he conseguido evitarla. Seguirá siendo así hasta que llegue el momento en que tenga que acabar con ella.

Randall bajó sus manos y las posó sobre el banco.

—Me gustaría estar contigo cuando hables con el MacMasen.

—No. Tengo que hacerlo sola. Hay ciertas cosas que se deben decir. Si él es un guerrero, no confiará en nadie para hablar con la libertad con la que necesito que hable.

Randall se inclinó hacia ella y la besó en la mejilla.

—Ve con cuidado.

—No te preocupes. Pronto me habré ido y tú serás libre para casarte con esa preciosa muchacha del pelo color caoba a la que he visto que sonríes.

Randall echó atrás la cabeza y se rió, sus ojos azules se arrugaron en las esquinas.

—Has estado tan ocupada en otras cosas que ni siquiera se me había ocurrido que te hubieras dado cuenta.

—Me he dado cuenta. Y también he visto cómo te mira cuando tú no la miras. Se ha fijado mucho en ti. —Rosalie escondió su sonrisa—. Quiero que te cases, pero que te cases con una mujer que te haga feliz. Al menos te mereces eso, Randall. Encuentra a una buena mujer que te dé muchos hijos.

Su sonrisa también se había esfumado. Se levantó con un suspiro y se puso delante de ella. Rosalie observó la falda escocesa de los Hale con sus cuadros rojos y verdes. Siempre le había gustado aquel tartán, aunque habían pasado muchos, muchos años desde que se lo habían arrancado de su cuerpo.

—Haré lo que me dices —accedió Randall mientras se arrodillaba delante de ella. Le cogió las manos y se giró para mirarla—, pero solo si me haces una promesa tú a mí.

Rosalie tenía miedo de pensar qué tipo de promesa sería, pero hacía demasiado tiempo que eran amigos como para negársela.

—¿Qué quieres de mí?

—No te marches sin decirme adiós.

Ella parpadeó rápido para alejar las lágrimas que de pronto le habían inundado los ojos y le aferró el rostro con la mano.

—Te llevaría conmigo si pudiera. Eres el hombre más bueno que he conocido. Nunca podré agradecerte lo suficiente lo que has hecho por mí.

El restó importancia a sus palabras haciendo un gesto con la mano y se puso en pie. Tenía los ojos tristes.

—Ya basta. Acabarás llorando y ya sabes lo mucho que odio las lágrimas.

—No estoy llorando.

Pero se dio cuenta de que los ojos le quemaban al pensar en dejar a Randall. Él era la única familia, el único amigo que tenía en el mundo. Quería salir de Edimburgo, alejarse de la multitud y volver a la tranqui­lidad de las Highlands, pero no deseaba estar sola. No de nuevo.

—Vamos —dijo Randall y le ofreció su brazo. Su sonrisa era un poco forzada, pero aun así, auténtica—. Demos un paseo por estos maravillosos jardines.

Rosalie cogió su brazo, agradecida por el cambio de conversación. No le gustaba pensar en lo que le deparaba el futuro. Había demasiada incertidumbre, demasiada muerte en el destino que tenía escrito. Y ella odiaba verlo preocupado, pues no había nada que él pudiera hacer.

—¿Te acuerdas cuando hablé con Camdyn hace unos días?

—Sí —dijo Randall asintiendo—. ¿Qué pasa?

—Él habló de los hermanos MacMasen, que habían sido encontrados. Después de tanto tiempo. Y ahora parece ser que uno está aquí. ¿Cuál de ellos crees que puede ser? ¿Emmett? ¿Edward? ¿Jasper?

Randall sonrió.

—No me atrevería a decidirme por uno.

—Rezo por que lo que me dijo Camdyn fuera cierto. Los que somos como yo tenemos mucho que perder como para depositar toda nuestra confianza en alguien que no sea un auténtico MacMasen.

—Estoy de acuerdo. De todos modos, ¿no me dijiste que Camdyn te comentó que Tanya había montado en cólera hace cosa de un mes?

—Sí. ¿Crees que tiene alguna relación con que el MacMasen esté aquí?

Randall se encogió de hombros y la apartó a un lado para dejar que pasara una pareja.

—Podría ser, Rosalie. Tú misma dijiste que Camdyn estaba sorprendido de que tantos guerreros estuvieran abandonando sus escondites. ¿Hacia dónde se dirigen?

—Camdyn no lo sabía. Los MacMasen son los guerreros más antiguos y serían nuestra mejor baza para vencer a Tanya de una vez por todas. Escaparon de sus garras y han conseguido evitarla durante trescientos años. Nadie ha podido conseguir lo que han conseguido ellos.

—Me dijiste que Camdyn raramente sale de su escondite por nada. El hecho de que saliera y viniera a buscarte para decirte lo de los MacMasen es muy significativo.

Ella asintió con la cabeza recordando al guerrero. Camdyn MacKenna evitaba los lugares públicos tanto como odiaba a Tanya.

—Cualquier cosa que lo llevara a salir de su escondite sería importante. Al parecer, las marcas que encontró eran lo suficientemente importantes como para que estuviera esperando en los alrededores del castillo hasta que me encontró.

—¿Qué decían esas marcas?

—Que un guerrero al que Camdyn llamó amigo había abandonado el bosque.

Rosalie, como todos los guerreros, podía leer el antiguo lenguaje celta que utilizaban los guerreros para comunicarse entre ellos mediante marcas en los árboles. Deseaba haber podido ver aquellas marcas por sí misma.

—¿Recuerdas el nombre de ese guerrero?

Frunció el ceño mientras se detenía para pensar un momento.

—¿Shaw? Sí, ese era el nombre. Jacob Shaw. Ya había oído a Camdyn hablar de Jacob antes. Es un guerrero muy respetado.

—Pero ¿adónde van? ¿Dijo Camdyn alguna cosa al respecto?

Ella sacudió la cabeza.

—No. Solo que se dirigían al norte. Estoy convencida de que hay otras marcas para ayudar a encontrar el camino, pero aquellas eran las únicas que había visto Camdyn.

—¿Se fue a buscar a Jacob?

—Sí.

Randall la detuvo junto a un alto seto.

—¿Reconocerías esas marcas si las vieras?

—Ya ha pasado cierto tiempo desde que no leo ninguna, pero podría descifrarlas.

—Entonces deberíamos salir a buscarlas.

Ella sonrió ante su ímpetu. Siempre estaba ansioso por ayudar, por poner su vida en peligro si aquello aceleraba la destrucción de Tanya. Pero Rosalie no iba a permitir que arriesgara así su existencia. Randall ya había desafiado los deseos de su padre no permaneciendo con su clan en el noreste de Escocia para estar con ella.

—No sabría dónde ir a buscar —dijo—. Camdyn no me dijo en qué bosque las vio, así que sería bastante complicado.

—Y de todos modos tú no me dejarías ir contigo.

—No, tú eres muy importante para la familia.

—Al infierno con la familia —dijo entre dientes, con la mandíbula tensa.

Rosalie le cogió suavemente el brazo.

—Primo...

—No —le advirtió—. No, Rosalie.

Pero ella tenía que recordárselo. Su primo estaba poniendo en peligro su futuro para reparar lo que su abuelo y su bisabuelo le habían hecho a ella. Tan pronto como supo que ella pretendía ir al castillo de Edimburgo, Randall había decidido ir con ella. Para protegerla, dijo. Ella sonreía cada vez que lo escuchaba decir aquello. Llegado el caso, sería la que tendría que protegerle a él.

Rosalie miró al suelo.

—Por la razón que sea, yo soy lo que soy. Tu abuelo y tu bisabuelo tomaron la decisión de desterrarme del clan de los Hale. No quiero que te pase lo mismo a ti. El clan ya se está distanciando de ti por la relación que mantienes conmigo.

—Mi padre no se atrevería a desterrarme y no me importa lo que haga el resto del clan. Respecto a mi abuelo y mi bisabuelo, simplemente se encuentran resentidos porque el dios te eligiera a ti y en lugar de a mi abuelo.

Ella se estremeció al recordar el día en que el dios la había elegido en lugar de a Naill. Todo lo que había conocido y amado hasta aquel momento cambió en un abrir y cerrar de ojos y nunca volvería a ser lo mismo.

—Puede. Por lo que yo sé, no existen las mujeres guerreras.

—Aparte de ti —susurró Randall.

Ella se humedeció los labios e intentó encontrar las palabras que le ayudaran a entenderlo.

—Eso me ha costado perder a mi familia y a mi clan, Randall. No sé cómo me tratarán los otros guerreros cuando descubran que yo soy una de ellos.

—No lo perdiste todo. Tenías a Robena.

Rosalie sonrió cuando Randall mencionó a la vieja druida que había liberado a su dios.

—Robena fue la única que no se sorprendió al descubrir que yo era la guerrera en lugar de tu abuelo. Ella me recogió cuando el clan me desterró y empezó mi formación de inmediato.

—Yo solía observaros cuando entrenabais.

—Lo recuerdo. —Rosalie sonrió al recordar los tiempos en que ella hacía como que no sabía que él la estaba mirando—. Tendrías solo seis o siete años la primera vez que te vi.

Randall se encogió de hombros.

—Me fascinaba ver cómo te transformabas. Te envidio por eso. Y por tu inmortalidad.

—No —le alertó ella. Ella era ochenta años mayor que él, pero ante los ojos de los mortales, era Randall el que podía decirle qué hacer—. Puede parecer emocionante, pero toda mi vida está en el aire.

—Tus secretos están a salvo conmigo. Deberías saberlo.

Y lo sabía. Randall había sido su única conexión con su clan después de tener que huir y de que muriera Robena. Aunque había sido deste­rrada del clan de los Hale, Rosalie siempre había vivido lo sufi­cientemente cerca como para poder visitar a su padre de vez en cuando.

A lo largo de los años, Randall siempre había sido su amigo, le había informado de las novedades del clan y le había proporcionado todo lo que había necesitado. Había sido idea de él venir a Edimburgo y hacerse pasar por su hermano. Randall había sacrificado mucho para ayudarla y ella tenía miedo de no poder devolvérselo nunca.

—¿Sabe Camdyn lo que guardas? —Preguntó Randall.

Rosalie sacudió la cabeza.

—No. Ya es suficiente con que sepa que soy una guerrera.

—Ve con cuidado, Rosalie. Puede que seas una guerrera, pero Tanya acabará descubriéndote tarde o temprano.

—Lo sé. —Ella apartó la mirada mientras sentía que un gélido escalo­frío le recorría la espalda.

Randall le cogió la mano para recuperar su atención.

—¿Qué harás cuándo ella venga a por ti? Por lo que sabes, no se detendrá ante nada por conseguir lo que tú proteges.

—Eso ya lo sé. Estaré preparada cuando llegue el momento.

—Ella domina la magia negra. No hay nada que pueda prepararte para eso.

Era cierto, pero no iba a permitir que él supiera lo mucho que temía el momento en que Tanya la descubriera. Durante cien años había vivido la vida a su manera. En el momento en que Tanya empezara a perseguirla, todo cambiaría. Y no para mejor.

Si Tanya descubría lo que era, Rosalie tendría que estar siempre huyendo. No temía que la capturara, tenía miedo de lo que podría suceder cuando Tanya descubriera que era la guardiana del Pergamino.

El Pergamino era una lista con todos los apellidos de cada hombre celta que había sido habitado por un dios para expulsar a los romanos. Era una lista que Tanya quería a toda costa, pues le ayudaría a encontrar fácilmente a los hombres cuya línea de sangre albergaba un dios.

Rosalie nunca se perdonaría a sí misma si el Pergamino caía en manos de Tanya. Esa era una de las razones por las que se guardaba el secreto para sí misma. Y si Randall lo sabía era porque él era de la familia y se lo había dicho su padre.

—Por eso es por lo que quieres hablar con el MacMasen, ¿verdad? —Dejó caer Randall interrumpiendo sus pensamientos—. Crees que él y sus hermanos pueden protegerte.

—Si alguien puede ayudarme a mantenerme a salvo de Tanya ese es el MacMasen y sus hermanos.

—¿Y si dice que no?

Ella suspiró profundamente sin ni siquiera querer pensar en esa posibilidad.

—Entonces me enfrentaré a Tanya yo sola.

Los músculos de los brazos de Randall se tensaron mientras mantenía fuertemente cogida su mano. Luego se dio la vuelta y comenzó a caminar en dirección al castillo.

—Rezo por qué no te equivoques con los MacMasen.

—Yo también —murmuró ella.

Su vida no significaba nada, pero el Pergamino que protegía era demasiado valioso para caer en manos malvadas.

Capítulo 24: UNO "EL PERGAMINO OCULTO" Capítulo 26: TRES

 
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