LOS HERMANOS MACMASEN (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 27/08/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 390
Visitas: 103266
Capítulos: 57

"FANFIC TERMINADO"

 

Tres hermanos, tres guerreros, unidos no solo por sangre sino  por una fuerza más poderosa, por culpa de una malvada hechicera, Durante trescientos años, han permanecidos alejados del mundo, ocultando al vengativo dios que llevan prisionero en sus almas, pero muy pronto las cosas cambiaran, una épica guerra entre el bien y el mal se avecina, Edward, Emmett y Jasper deberán luchar no solo contra el mal que los ha asechado toda su vida, sino también contra el amor y la pasión que se encontraran en el camino

Todo el poder, la pasión y la magia de los legendarios guerreros de Escocia atados al juramento de luchar por la victoria en la batalla y en el amor.

 

 

adaptacion de los personajes de crepusculo con el libro "Serie Highlander la espada negra de Donna Grant"

 

 

 

 

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Capítulo 22: VEINTIDOS

—¡Isabella!

Emmett se quedó helado ante el angustiado grito de su hermano. Se dio la vuelta y vio a Edward mirando hacia las escaleras. Emmett llegó a ver como un guerrero se llevaba a Isabella.

Tanya debía de haberlo planeado, pues otros tres guerreros atacaron a Edward, evitando que fuera detrás de Isabella. Emmett miró a Jasper, pero, igual que Edward, él también estaba luchando contra varios guerreros.

Emmett se olvidó del dolor de su pecho a medio curar y empezó a correr tras Isabella antes de que también le ataIsabellan a él. Siguió los gruñidos y las maldiciones de Isabella mientras el guerrero la llevaba a la torre trasera. Cuando Emmett llegó hasta ella vio que el guerrero ya estaba descendiendo el acantilado con Isabella sobre su espalda.

Emmett se detuvo recordando la mirada de terror y de miedo en los ojos de Edward. Edward nunca había parecido tan... perdido, ni siquiera cuando habían estado en la montaña de Tanya.

Edward necesitaba a Isabella. Desde la destrucción de su clan, Edward siempre había cuidado de sus hermanos. Edward, el que nunca había pedido nada.

Emmett inspiró nerviosamente y levantó las manos para poder vérselas. Liberó la furia que había reprimido durante siglos. El picor corrió por su piel segundos antes de volverse de color negro. Estiró los dedos y vio como sus uñas se alargaban en unas afiladas garras negras.

El miedo había evitado que se transformara, pero por Edward se enfrentaría a él, y al futuro.

Emmett echó la cabeza hacia atrás y bramó cuando una corriente de fuerza calentó su piel. Miró desde arriba del castillo y vio al guerrero y a Isabella observándolo. Las garras de Emmett rascaron las piedras mientras saltaba por el lateral y caía en picado por el acantilado.

Se detuvo agarrándose a una roca, su fuerza hizo que se le saliera el hombro del sitio. Ignoró el dolor y sonrió cuando vio lo cerca que estaba del guerrero.

—¡Aguanta, Isabella! —gritó.

Ella levantó los ojos llenos de lágrimas, aferrada al cuello del guerrero. Emmett no podía atacar, ya que Isabella podría soltarse y caer al revuelto mar que había abajo. Pero él también sabía que no podía dejar que el guerrero llegara hasta abajo.

Emmett tendría que pensar con rapidez.

 

 

Edward no se había sentido tan impotente en toda su vida. Mientras gritaba el nombre de Isabella no paraba de luchar contra los guerreros que intentaban contenerlo. Se había ido de su lado, pero no podía rendirse.

—¿Alguien quiere pelear? —gritó Randall mientras entraba corriendo en el gran salón con su piel plateada brillando en medio del caos.

Edward vio a Vladimir detrás de él. Edward mató a un guerrero mientras Jasper le arrancaba la cabeza a otro. Los demás guerreros salieron a trompicones del castillo, como si los hubieran llamado. A Edward no le importaba por qué se marchaban, solo le importaba que lo habían hecho.

Nadie intentó cogerle a él o a sus hermanos. Se detuvo y observó el salón.

—¿Dónde está Emmett?

Jasper señaló las escaleras.

—Ha seguido a Isabella.

Edward dio gracias y corrió tras ellos. No podía perder a Isabella, ahora no. Emmett había dejado un rastro de tablas volteadas y antorchas apagadas para que sus hermanos supieran adonde había ido.

Cuando Edward llegó a lo alto de la torre, miró hacia abajo y vio a Isabella sobre la espalda de un guerrero mientras Emmett intentaba detenerlo.

—Dios mío —musitó Jasper.

Edward no podía creer que Emmett se hubiera transformado.

—Nunca pensé que volvería a hacerlo.

Jacob emitió un leve silbido desde el otro lado de Edward.

—Emmett nos ha sorprendido a todos.

—Tenemos que ayudarlo —dijo Edward.

Jasper asintió.

—¿Qué quieres que hagamos?

Justo entonces, Isabella gritó cuando el guerrero perdió el equilibrio y cayó. El pecho de Edward se tensó hasta que el guerrero fue capaz de agarrarse y parar, pero el impacto hizo que Isabella se soltara de él.

Edward gritó su nombre un instante antes de que ella se agarrara a la pierna del guerrero, deteniendo su caída. Él cerró los ojos, con el corazón en la boca.

—Tengo que llegar hasta ella.

—Te ayudaremos —dijo Jasper.

—No podemos dejar que llegue hasta abajo con Isabella.

Alistair pasó por su lado, su piel era de un color bronce oscuro. Se inclinó sobre la torre, raspando las piedras con las garras.

—Bajaré hasta allí por si lo consigue.

—Iré con él —dijo Vladimir.

Randall dio un paso adelante.

—Yo puedo quedarme aquí arriba por si decide volver a subir.

—Y yo iré por ahí —dijo Jacob, y señaló a la izquierda, donde el acantilado se encontraba con el castillo—. Por si decide intentar atravesar Escocia corriendo.

Edward asintió levemente, y luego se volvió hacia Jasper.

Jasper sonrió.

—No te irás sin mí.

Edward saltó por encima de la torre sin perder tiempo. Empezó a descender hacia Isabella, rezando con cada latido de su corazón para que sobreviviera. Si no lo hacía, él mismo asaltaría la montaña de Tanya y destruiría a aquella bruja.

Descendía con rapidez y, a pesar del valiente intento de Emmett, el guerrero fue capaz de seguir bajando por el acantilado, gracias a Isabella. Siempre que Emmett llegaba hasta Isabella, el guerrero soltaba una patada, haciendo que Isabella se balanceara y estuviera a punto de caer.

Edward llegó hasta el otro lado del guerrero, mientras que Jasper se quedó encima de él.

—Dame a mi mujer —le ordenó Edward.

El guerrero se rió.

—Nunca fue tuya, MacMasen. Es una druida y, por tanto, pertenece a Tanya.

—Antes veré a Tanya en el infierno.

—No lo dudes.

Edward estiró su mano hacia Isabella.

—Cógete.

Ella estiró su mano, pero el guerrero sacudió despiadadamente la pierna, haciendo que Isabella se agarrara a él en vez de cogerse a la mano de Edward.

La furia invadió a Edward. Quería arrancarle el corazón al guerre­ro y lanzarlo al mar. Lo que hiciera falta para apartarlo de su mujer.

Los dedos de Isabella resbalaron, pero se agarraron a la bota del guerrero. Sus ojos caoba miraron a los de Edward. Ambos sabían que no podría cogerle la mano. El guerrero no permitiría que Edward o sus hermanos se acercaban lo suficiente como para cogerla.

Ella intentó agarrarse a las rocas para poder soltarse del guerrero, pero él gruñó y siguió bajando por el acantilado. Edward miró a sus hermanos. Los ojos de Emmett tenían tal oscuridad que hicieron que Edward quisiera clamar al cielo.

—¡Edward! —gritó Isabella.

Él se acercó a ella todo lo que pudo. La sangre le latía con fuerza en los oídos y su pecho estaba tenso como si alguien le estuviera sacando el aire de los pulmones.

—¿Recuerdas el día que nos conocimos? —le preguntó ella.

Él asintió, confundido. Y entonces entendió lo que estaba pensan­do. Edward miró hacia abajo, el mar se estampaba contra las rocas de la parte baja del acantilado. Le hizo un ligero gesto de asentimiento y saltó a la parte de abajo, donde se reunió con Alistair y Vladimir. No había tiempo para explicárselo a Emmett y a Jasper, pero, por la sonrisa de Jasper, había oído a Isabella.

Edward había plantado los pies en las rocas, el agua iba y venía por encima de sus botas, y entonces levantó la mirada y vio que Isabella se soltaba de la pierna del guerrero.

El guerrero bramó, y Emmett y Jasper saltaron sobre él, dispuestos a matarlo. Edward centró su atención en Isabella, esperando que cayera en sus brazos como el día que se habían conocido.

—Por todos los santos —murmuró Vladimir detrás de Edward.

Entonces fue cuando Edward oyó el batir de alas.

—¡No! —gritó cuando una criatura voladora intentó coger a Isabella mientras caía. Isabella le golpeó las manos, evitando que la criatura la agarrara.

Edward recibió a Isabella en sus brazos y la estrechó contra sí. Las manos de ella se agarraron a su túnica, el cuerpo le temblaba con la misma violencia que el corazón de Edward.

—Agachaos —dijo Alistair.

Edward se puso en cuclillas con Isabella todavía en sus brazos. Levantó la mirada y vio que la criatura era un guerrero. Un guerrero con alas.

En lugar de marcharse volando, como esperaban, el guerrero dio la vuelta y fue a por Emmett y Jasper. Edward les gritó para avisarlos un instante antes de que el guerrero volador agarrara a Jasper y lo lanzara fuera del acantilado.

Edward oyó que Jasper caía al mar, pero su mirada estaba en el guerrero volador, que había conseguido liberar al otro guerrero del ataque de Emmett.

Los dos guerreros se fueron volando hacia la oscuridad de la noche, dejando un silencio tras ellos. Edward miró a Isabella a los ojos y le dio un beso rápido y acalorado.

—Creí que te perdía.

Edward nunca había sentido tanto miedo, y no quería volverlo a sentir.

Ella asintió.

—Faltó poco.

El agua los salpicó cuando Alistair y Vladimir ayudaron a Jasper a salir del mar.

—¿Qué diablos era esa cosa? —preguntó Jasper.

Edward suspiró y se puso en pie.

—Un guerrero.

—Con alas —añadió Vladimir—. Nunca había visto uno igual.

Jasper resopló.

—Bueno, yo tampoco había visto ninguno con cuernos antes de ti.

Edward ignoró la charla y observó a Emmett mientras bajaba hasta ellos.

—¿Se han marchado? —preguntó Isabella.

Edward se encogió de hombros.

—No lo sé. Tenemos que volver al castillo para averiguarlo.

Emmett bajó de un salto el último tramo del acantilado y cayó al lado de Edward.

—¿Está herida?

—No —respondió Edward—. Emmett...

—No lo hagas. Hice lo que había que hacer. No me arrepiento.

Isabella alargó una mano y le tocó el brazo a Emmett.

—Gracias.

Edward quería, y necesitaba, decir mucho más, pero podía esperar a que él y Emmett estuvieran a solas.

—Tenemos que volver al castillo.

Isabella refunfuñó al mirar el acantilado. Edward le besó la frente.

—Subir será más fácil.

Como la vez que la había subido en sus brazos ella estaba inconsciente, no sabía cómo de fácil sería. Edward se movió por las irregulares rocas hasta que llegaron al costado derecho del castillo.

—Agárrate —susurró justo antes de saltar.

Isabella se aferró a su cuello y pegó un chillido cuando él saltó a la parte alta del acantilado y cayó sobre la hierba. Él le sonrió mientras los demás se unían a ellos.

—Gracias al cielo que no estaba consciente la primera vez que hiciste eso —susurró.

Edward la bajó al suelo.

—Vamos a ver el castillo.

—¿Los guerreros se han marchado? —preguntó ella.

—Creo que sí.

—¿Por qué se han ido?

Ojalá él lo supiera.

Isabella observaba los cuerpos de los wyrran esparcidos por el suelo del gran salón. Se apoyó en el respaldo de una silla, pues las piernas aún le temblaban. Su idea de que Edward la cogiera al vuelo había sido repentina, y la caída... Se estremeció al recordarla. La caída había sido horrible, y el terror la había dejado sin aliento.

No había podido ver lo que había debajo de ella. Había confiado en que Edward la cogería. Y lo había hecho. Aunque el guerrero volador había estado a punto de cogerla antes.

Cuando había sentido que las manos del guerrero chocaban contra sus brazos, había luchado con todas sus fuerzas. No había escapado de un guerrero para que se la llevara otro. Y menos cuando Edward estaba esperando para cogerla al vuelo.

Si antes la oscuridad le daba miedo, ahora que sabía exactamente lo que escondía, la aterrorizaba. Pero con Edward a su lado, se enfrentaría a esos terrores y los conquistaría. Después de todo, él era capaz de controlar la oscuridad y las sombras.

Todos excepto Jasper habían vuelto a sus formas humanas cuando empezaron a sacar a los muertos. Ella aún estaba sorprendida por que Emmett hubiera dejado salir a su dios para salvarla. Nunca podría agradecér­selo lo suficiente, sobre todo sabiendo cuánto le asustaba liberar a su dios.

Los movimientos bruscos de Jasper le llamaron la atención. Las miradas que les lanzaba a ella y a Edward le preocupaban. Jasper se comportaba de una forma más extraña de lo normal, casi como si no pudiera decidir sobre algo que le daba vueltas en la cabeza. Ella empezó a caminar hacia él para preguntarle, cuando Edward la detuvo.

—Estás herida, necesitas descansar —le dijo—. Nosotros nos desha­remos de los cuerpos.

Ella tragó saliva y miró a Jasper por detrás de Edward.

—Puedo ayudaros.

—Estás sangrando, Isabella. Por favor. Hazlo por mí.

No podía llevarle la contraria a Edward. Le dio la vuelta a la silla, de manera que mirara hacia el gran salón y pudiera observarlos. Se sentó y dejó que Edward le limpiara las heridas de la espalda y la pierna. Cuando acabó, ella apoyó la cabeza contra el respaldo. Tenía la intención de observar a Jasper y quizá llamarle para hablar con él, pero él se fue del castillo antes de que pudiera hacerlo.

Cuanto más tiempo pasaba allí sentada, más le costaba mantener los ojos abiertos. Ahora que había pasado todo y que se daba cuenta de que Tanya había fracasado, el cuerpo de Isabella estaba apagado y sin vida. Cerró los ojos con la sola intención de descansar.

 

 

Jasper tiró los cuatro wyrran que llevaba sobre la pila que habían formado lejos del castillo. Como en el primer ataque, quemarían los cuerpos. Se dio la vuelta y miró al castillo. Su hogar.

Se alegraba de que Tanya no hubiera conseguido capturar a Isabella, pero para ser honesto consigo mismo, ya no podía soportar ver a Edward y a ella juntos. Le hacía recordar que no sabía lo que era el amor y que, probablemente, nunca lo sabría. También le recordaba su fracaso como marido y como padre.

Lo que necesitaba era irse de allí un tiempo. Emmett había liberado a su dios, algo que no había hecho desde que Tanya había despertado a los dioses que llevaban dentro. Emmett había dejado el vino y se había enfrentado a sus peores miedos.

Jasper cerró las manos en un puño. Cada día que pasaba su furia aumentaba y se descontrolaba más. Sabía que tenía que controlarla, pero no quería hacerlo. Lo consumía, lo sostenía.

Sabía lo que debía hacer. Si se lo contaba a Edward y a Emmett, intentarían convencerlo para que no lo hiciera. Él sabía qué era lo mejor para sí mismo. Había llegado la hora de que los demás también se dieran cuenta de ello.

Con una última mirada a su hogar, lo único que quedaba de su clan y de su vida antes de convertirse en un monstruo, Jasper se dio la vuelta y corrió hacia la oscuridad.

Isabella se despertó con la deliciosa sensación de la boca de Edward en sus pechos. Su mano le masajeaba un pecho, rodando un pezón con dos dedos mientras su boca le chupaba el otro.

—Te has despertado justo a tiempo —le susurró él en la piel.

Ella sonrió y metió las manos entre su pelo, sin sorprenderse por estar desnuda. El cuerpo caliente y duro de Edward la tocó piel contra piel, su erección apretada contra su estómago. Ella abrió los ojos y vio que estaban en el dormitorio, sobre la cama. El deseo latió por todo su cuerpo, calentándole la sangre y humedeciendo su sexo, que vibraba de necesi­dad. Por mucho que disfrutaba con sus manos y su boca sobre ella, lo necesitaba en su interior.

—Quiero que entres dentro de mí.

Él le dirigió una sonrisa picara que hizo que el corazón le diera un vuelco. Los ojos de Edward tenían una promesa de placer que el cuerpo de ella conocía muy bien.

Isabella cerró los ojos cuando cogió su pene y le restregó el glande por la carne hinchada de su sexo. Cuando él la penetró, ella cogió aire y lo envolvió con los brazos. La espalda le tiraba, recordándole que estaba herida, pero el placer que sentía por todo el cuerpo aliviaba el dolor.

—Isabella mía —le susurró él a la oreja justo antes de chuparle el lóbulo.

Su aliento caliente le llegaba hasta el cuello. Ella se estremeció. Edward sabía exactamente dónde tocarla y qué decir para proporcionarle el mayor placer.

Ella movió las caderas hasta que sus piernas se enrollaron alrededor de la cintura de Edward. Él gimió profundamente y se echó hacia atrás hasta que dentro de ella solo quedó la punta. Ella arqueó la espalda e intentó tirar de él hacia ella. Necesitaba sentirlo, a todo él.

Y entonces él se sumergió hasta lo más profundo de ella. Sus nalgas se endurecían con cada empujón, avivando el deseo de Isabella. Ella pasó las manos por los duros músculos de su espalda y sus hombros, disfrutando con la sensación del guerrero inmortal de las Highlands, que era suyo.

Ella gimió y gritó cuando él oprimió sus caderas contra ella, restregándose contra su clítoris y mandándole un relámpago de placer por todo el cuerpo.

—Abre los ojos, amor mío —dijo él—. Quiero verlos cuando alcances el orgasmo.

El cuerpo de Isabella se agitó con el deseo que iba en aumento con cada empujón de sus caderas. Estaba cerca, muy cerca, del orgasmo. Ella abrió los ojos y vio que, con su mirada color verde mar, él la contemplaba con amor.

El orgasmo la recorrió en una repentina explosión cegadora. Edward siguió meciéndose contra ella, prolongando su placer. Ella se aferró a él, necesitaba agarrarse a él a causa de la intensidad del orgasmo.

Edward se negó a romper el contacto visual con ella cuando le dio un empujón final que lo enterró hasta el fondo. Su cuerpo se puso rígido mientras derramaba su semilla caliente dentro de Isabella.

Isabella siguió abrazándolo con fuerza cuando él cayó encima de ella. Le gustaba tener el peso de él contra ella, sentir su cuerpo a lo largo del suyo. Era erótico y excitante, aunque acabara de llegar al orgasmo. Pero con Edward siempre era así.

Él le besó el costado del cuello antes de moverse y darle un beso abrasador que le demostró su profunda pasión. Ella tocó su torques y la cabeza del grifo. Ella y Edward eran una sola persona, sus almas se fusionaban en algo que nada podría destruir jamás.

Ni siquiera el tiempo.

—Buenos días —susurró él.

Ella miró hacia la ventana que tenía detrás, pero no pudo ver nada con el tartán que la cubría.

—¿Ya es de día?

—Sí. Te traje aquí cuando acabamos de limpiar la mugre del salón. Ni te moviste cuando te quité la ropa —añadió con una sonrisa burlona.

—No me di cuenta de lo cansada que estaba.

—Pasaste por muchas cosas. Pero ya se ha acabado todo.

Ella frunció el ceño.

—No estoy segura de eso. Creo que Tanya volverá.

Él emitió un gruñido y rodó sobre su costado. Se incorporó sobre un hombro y miró a Isabella.

—O encontrará la manera de hacer lo que quiere que hagamos.

—Tenemos que encontrar el pergamino de los nombres. Así, a lo mejor, podemos hablar con los guerreros antes de que los encuentre.

Él pasó un dedo por uno de los pezones de Isabella, mostrando una sonrisa a medida que se iba endureciendo. Ella apretó las piernas cuando el deseo la pinchó desde los pechos hasta su sexo.

—¿Has hablado con Jasper? —le preguntó ella para intentar distraerse.

—¿Con Jasper? No. ¿Debería haberlo hecho?

Ella se lamió los labios y gimió cuando el dedo de Edward se movió arriba y abajo por su pezón endurecido.

—Sí. Anoche tenía aspecto de necesitar hablar.

—Hablaré con él esta mañana —le prometió Edward, y se inclinó para cerrar su boca sobre la pequeña protuberancia.

Unos golpes fuertes en la puerta le hicieron levantar la cabeza de una sacudida. Isabella se incorporó sobre los codos mientras Edward preguntaba quién era.

—Soy Emmett. Tienes que venir al salón. Ahora.

Ella intercambió una mirada con Edward antes de que los dos saltaran de la cama y empezaran a vestirse. Él estuvo listo antes que ella, pero la esperó. Una vez se hubo puesto los zapatos, lo siguió fuera del dormitorio y hacia el salón.

Los pasos de Isabella se ralentizaron cuando vio a Vladimir, a Alistair, a Randall y a Jacob en la mesa, sus expresiones funestas.

—¿Qué ocurre? —preguntó Edward.

Isabella encontró a Emmett de pie frente a la chimenea mirando las brasas, y se detuvo en el último escalón. Emmett tenía las manos en la cintura, y la cabeza agachada y con una expresión que hizo que a Isabella se le revolviera el estómago.

—Emmett —dijo Edward.

Emmett se pasó una mano por la Isabella y se volvió hacia su hermano.

—Han capturado a Jasper.

—¿Cómo?

Isabella se sentó en las escaleras y se envolvió la cintura con los brazos.

Emmett asintió.

—Lo han capturado.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Edward.

A Isabella se le cerró la garganta cuando oyó la desolación y el miedo en la voz de Edward. Todos habían creído que Tanya había perdido, pero ahora Isabella no estaba tan segura.

Jacob le tendió un pergamino enrollado.

—Por esto. Lo encontré cerca de la torre de entrada.

Edward observó el pergamino. No quería saber lo que contenía porque sabía, de alguna manera, que Tanya tenía algo que ver con aquello. Edward miró a Isabella y vio que sus oscuros ojos estaban llenos de pena.

Cogió la misiva de la mano de Jacob y la desenrolló. El estómago se le revolvió mientras leía las palabras. Dejó caer el pergamino al suelo.

—Tanya tiene a Jasper. Según parece, Jasper se marchó mientras estábamos limpiando. Ella le puso una trampa. Jasper no la vio venir.

Isabella se había levantado y corría hacia él. Él abrió los brazos. La sensación de sus suaves curvas lo ayudó a calmarse. Él apoyó la Isabella contra la parte de arriba de su cabeza.

—Esto no puede estar pasando.

—Lo rescataremos, Edward —le prometió ella.

Vladimir se puso en pie.

—Isabella tiene razón. Tenemos que rescatar a Jasper.

—Tanya no es estúpida —dijo Emmett mientras se acercaba a la mesa—. Sabe que Jasper es fuerte, pero sin Edward y sin mí, no es tan valioso.

Edward suspiró.

—Ella sabe que iremos a buscarlo.

—Sí. Querrá atraparnos con Jasper —dijo Emmett.

—Necesitamos un plan —dijo Randall—. Pero primero, tenemos que encontrarle un druida a Isabella.

Isabella se apartó de los brazos de Edward y asintió.

—Randall tiene razón. Podemos usar mi magia.

—¿Contra Tanya? —Edward negó con la cabeza—. Es demasiado poderosa.

—Pero no esperará que yo pueda usar mi magia.

—O quizá sí —rebatió Edward—. No quiero que te acerques a ella.

—Ni yo que te acerques tú, pero Jasper nos necesita.

Alistair negó con la cabeza.

—Se avecina una guerra. Ahora Tanya sabe que nos hemos unido. La hemos sorprendido, pero no volverá a pasar.

—¿Qué sugieres? —preguntó Emmett.

—Que encontremos el pergamino con los nombres. Jacob puede contactar con otros guerreros que conoce y traerlos aquí. Todo el mundo tendrá que tomar partido.

Edward miró a Emmett.

—Tanya tiene magia negra, una cantidad infinita de wyrran, y solo Dios sabe cuántos guerreros. No tenemos ninguna posibilidad.

Emmett se daba golpecitos con un dedo en el muslo.

—Yo creo que Alistair podría tener razón. Necesitamos el pergamino, aunque solo sea para mantenerlo lejos de las manos de Tanya.

Edward creyó saber adónde quería ir a parar su hermano.

—Jacob, ¿no dijiste que hay algunos druidas que saben cómo encerrar a los dioses?

—Sí —respondió Jacob—. Tanya ha capturado y matado a la mayoría. No sé si quedará alguno.

—Pero si aún quedan, eso nos daría una ventaja.

Isabella frunció el ceño.

—¿Cómo? No lo comprendo.

—Oh, ya entiendo —dijo Vladimir—. Si conseguimos entrar en la montaña de Tanya y encerrar a los dioses de los guerreros que ha desatado ella, eso nos daría una ventaja.

—Eso si no encierra también a vuestros dioses —dijo Isabella—. Es muy arriesgado.

Edward entrelazó sus dedos con los de ella.

—Es lo único que tenemos, amor mío.

Isabella asintió, con el ceño fruncido, y se fue a la cocina a preparar algo para la comida. Edward estaba a punto de preguntarle a Emmett si tenía alguna idea sobre dónde podría estar el pergamino, cuando oyeron un ruido de caballos. De muchos caballos.

Edward y Emmett se miraron antes de salir corriendo a las almenas.

—Son los MacBlack —dijo Emmett—. Tenía el presentimiento de que volverían.

Edward observó a los highlanders, que cada vez se acercaban más a su hogar. Estimó que habría unos cincuenta guerreros.

—¿Por qué?

—Sospecho que quieren el castillo, pero no lo van a tener.

Edward levantó una ceja al mismo tiempo que miró a Emmett.

—Esto es nuestro —dijo Emmett—. Somos MacMasen. Nos robaron las tierras antes de que pudiéramos volver. No pienso dejar que nos quiten nuestro hogar.

—La única manera de mantener el castillo es haciendo saber al rey que todavía vive un MacMasen.

Emmett apretó los dientes.

—Entonces, yo lo haré.

A Edward lo sorprendió una vez más. No esperaba que Emmett se ofreciera a ir, creía que tendría que ir él mismo.

Antes de que pudiera hacer algún comentario, Emmett se fue hacia la torre de entrada. Cuando los MacBlack llegaron al castillo, Emmett les gritó que se detuvieran.

El terrateniente MacBlack miró a Emmett con el ceño fruncido.

—¿Quién sois vos para impedir que entre en mi castillo?

—Éste no es vuestro castillo. —La voz de Emmett era tranquila y clara, pero dura como el acero—. Este es mi castillo, el castillo MacMasen. Vosotros nos robasteis nuestras tierras, pero no me arrebataréis el castillo.

El MacBlack se rió.

—¿Tú contra cincuenta de mis hombres? No tendrás ninguna oportu­nidad, muchacho.

Edward apareció al lado de su hermano. Hubo movimiento detrás de Edward, y cuando miró por encima de su hombro vio a los demás repartidos por las almenas.

Emmett sonrió.

—Como puedes ver, «muchacho» —dijo con la voz llena de sarcas­mo—, no estoy solo.

—¡Conseguiré mi castillo! —gritó el MacBlack.

Para sorpresa de Edward, Emmett se transformó y le mostró los colmillos al MacBlack.

—¿Por qué no lo intentas?

Se oyeron gritos y maldiciones mientras los caballos retrocedían e intentaban huir. Emmett no era malvado, pero el dios de su interior sí.

Edward dejó que su cuerpo cambiara y miró desafiante al terrateniente.

—Marchaos y no volváis. Este castillo es nuestro.

El MacBlack hizo que su caballo diera la vuelta. Sus hombres lo siguieron rápidamente y se marcharon al galope. La última en marcharse fue la mujer que habían visto en el poblado. Tenía el pelo negro recogido en una trenza, pero sus ojos azules claro los miraban sin miedo. Al cabo de un momento, le dio la vuelta al caballo y se marchó.

Edward soltó un suspiro mientras volvía a transformarse. Cuando miró a Emmett, él también tenía ya la forma humana.

—No lo esperaba.

Emmett se encogió de hombros.

—Ya hemos perdido mucho. Me niego a entregar también el castillo. No seguiremos viviendo en él como si fuéramos fantasmas. Lo primero que quiero hacer es construir una puerta nueva.

—Yo lo haré.

Edward sonrió mientras su hermano saltaba desde las almenas. Emmett había tardado mucho en controlar a su dios, y ahora que lo había conseguido, nada se interpondría en su camino. Edward dio gracias en silencio y asintió hacia los demás mientras seguían a Emmett al interior del castillo. Tenían que preparar planes y estrategias, pues Tanya era un enemigo formidable que no moriría fácilmente. En cuanto Edward entró en el castillo encontró a Isabella esperándolo. Había una cosa que quería hacer antes. Fue hasta ella, la abrazó y le dio un beso largo y profundo. Cuando levantó la cabeza, ella tenía los labios hinchados y la respiración entrecortada.

—Cásate conmigo.

Ella pestañeó.

—¿Qué?

—Cuando estuve a punto de perderte, jamás había sentido tanto miedo. En aquel instante lo vi todo muy claro. Te amo con todo mi corazón, Isabella. Quiero que seas mi esposa.

—Ya me tienes.

Él se rió.

—Lo sé, pero quiero que nuestra unión esté bendecida por la Iglesia.

—Sé dónde encontrar un sacerdote —dijo Randall—. Puedo traerlo en dos días.

Edward asintió hacia él antes de mirar a Isabella.

—¿Y bien? ¿Serás mi esposa?

—¿A pesar de que soy mortal y de que podríamos no encontrar un druida que encierre a tu dios?

—Sí. Un año contigo es mejor que estar sin ti para siempre.

—Oh, sí, Edward MacMasen, me casaré contigo.

Él sonrió justo antes de bajar la cabeza y darle otro beso.

Isabella se despertó con la deliciosa sensación de la boca de Edward en sus pechos. Su mano le masajeaba un pecho, rodando un pezón con dos dedos mientras su boca le chupaba el otro.

—Te has despertado justo a tiempo —le susurró él en la piel.

Ella sonrió y metió las manos entre su pelo, sin sorprenderse por estar desnuda. El cuerpo caliente y duro de Edward la tocó piel contra piel, su erección apretada contra su estómago. Ella abrió los ojos y vio que estaban en el dormitorio, sobre la cama. El deseo latió por todo su cuerpo, calentándole la sangre y humedeciendo su sexo, que vibraba de necesi­dad. Por mucho que disfrutaba con sus manos y su boca sobre ella, lo necesitaba en su interior.

—Quiero que entres dentro de mí.

Él le dirigió una sonrisa picara que hizo que el corazón le diera un vuelco. Los ojos de Edward tenían una promesa de placer que el cuerpo de ella conocía muy bien.

Isabella cerró los ojos cuando cogió su pene y le restregó el glande por la carne hinchada de su sexo. Cuando él la penetró, ella cogió aire y lo envolvió con los brazos. La espalda le tiraba, recordándole que estaba herida, pero el placer que sentía por todo el cuerpo aliviaba el dolor.

—Isabella mía —le susurró él a la oreja justo antes de chuparle el lóbulo.

Su aliento caliente le llegaba hasta el cuello. Ella se estremeció. Edward sabía exactamente dónde tocarla y qué decir para proporcionarle el mayor placer.

Ella movió las caderas hasta que sus piernas se enrollaron alrededor de la cintura de Edward. Él gimió profundamente y se echó hacia atrás hasta que dentro de ella solo quedó la punta. Ella arqueó la espalda e intentó tirar de él hacia ella. Necesitaba sentirlo, a todo él.

Y entonces él se sumergió hasta lo más profundo de ella. Sus nalgas se endurecían con cada empujón, avivando el deseo de Isabella. Ella pasó las manos por los duros músculos de su espalda y sus hombros, disfrutando con la sensación del guerrero inmortal de las Highlands, que era suyo.

Ella gimió y gritó cuando él oprimió sus caderas contra ella, restregándose contra su clítoris y mandándole un relámpago de placer por todo el cuerpo.

—Abre los ojos, amor mío —dijo él—. Quiero verlos cuando alcances el orgasmo.

El cuerpo de Isabella se agitó con el deseo que iba en aumento con cada empujón de sus caderas. Estaba cerca, muy cerca, del orgasmo. Ella abrió los ojos y vio que, con su mirada color verde mar, él la contemplaba con amor.

El orgasmo la recorrió en una repentina explosión cegadora. Edward siguió meciéndose contra ella, prolongando su placer. Ella se aferró a él, necesitaba agarrarse a él a causa de la intensidad del orgasmo.

Edward se negó a romper el contacto visual con ella cuando le dio un empujón final que lo enterró hasta el fondo. Su cuerpo se puso rígido mientras derramaba su semilla caliente dentro de Isabella.

Isabella siguió abrazándolo con fuerza cuando él cayó encima de ella. Le gustaba tener el peso de él contra ella, sentir su cuerpo a lo largo del suyo. Era erótico y excitante, aunque acabara de llegar al orgasmo. Pero con Edward siempre era así.

Él le besó el costado del cuello antes de moverse y darle un beso abrasador que le demostró su profunda pasión. Ella tocó su torques y la cabeza del grifo. Ella y Edward eran una sola persona, sus almas se fusionaban en algo que nada podría destruir jamás.

Ni siquiera el tiempo.

—Buenos días —susurró él.

Ella miró hacia la ventana que tenía detrás, pero no pudo ver nada con el tartán que la cubría.

—¿Ya es de día?

—Sí. Te traje aquí cuando acabamos de limpiar la mugre del salón. Ni te moviste cuando te quité la ropa —añadió con una sonrisa burlona.

—No me di cuenta de lo cansada que estaba.

—Pasaste por muchas cosas. Pero ya se ha acabado todo.

Ella frunció el ceño.

—No estoy segura de eso. Creo que Tanya volverá.

Él emitió un gruñido y rodó sobre su costado. Se incorporó sobre un hombro y miró a Isabella.

—O encontrará la manera de hacer lo que quiere que hagamos.

—Tenemos que encontrar el pergamino de los nombres. Así, a lo mejor, podemos hablar con los guerreros antes de que los encuentre.

Él pasó un dedo por uno de los pezones de Isabella, mostrando una sonrisa a medida que se iba endureciendo. Ella apretó las piernas cuando el deseo la pinchó desde los pechos hasta su sexo.

—¿Has hablado con Jasper? —le preguntó ella para intentar distraerse.

—¿Con Jasper? No. ¿Debería haberlo hecho?

Ella se lamió los labios y gimió cuando el dedo de Edward se movió arriba y abajo por su pezón endurecido.

—Sí. Anoche tenía aspecto de necesitar hablar.

—Hablaré con él esta mañana —le prometió Edward, y se inclinó para cerrar su boca sobre la pequeña protuberancia.

Unos golpes fuertes en la puerta le hicieron levantar la cabeza de una sacudida. Isabella se incorporó sobre los codos mientras Edward preguntaba quién era.

—Soy Emmett. Tienes que venir al salón. Ahora.

Ella intercambió una mirada con Edward antes de que los dos saltaran de la cama y empezaran a vestirse. Él estuvo listo antes que ella, pero la esperó. Una vez se hubo puesto los zapatos, lo siguió fuera del dormitorio y hacia el salón.

Los pasos de Isabella se ralentizaron cuando vio a Vladimir, a Alistair, a Randall y a Jacob en la mesa, sus expresiones funestas.

—¿Qué ocurre? —preguntó Edward.

Isabella encontró a Emmett de pie frente a la chimenea mirando las brasas, y se detuvo en el último escalón. Emmett tenía las manos en la cintura, y la cabeza agachada y con una expresión que hizo que a Isabella se le revolviera el estómago.

—Emmett —dijo Edward.

Emmett se pasó una mano por la Isabella y se volvió hacia su hermano.

—Han capturado a Jasper.

—¿Cómo?

Isabella se sentó en las escaleras y se envolvió la cintura con los brazos.

Emmett asintió.

—Lo han capturado.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Edward.

A Isabella se le cerró la garganta cuando oyó la desolación y el miedo en la voz de Edward. Todos habían creído que Tanya había perdido, pero ahora Isabella no estaba tan segura.

Jacob le tendió un pergamino enrollado.

—Por esto. Lo encontré cerca de la torre de entrada.

Edward observó el pergamino. No quería saber lo que contenía porque sabía, de alguna manera, que Tanya tenía algo que ver con aquello. Edward miró a Isabella y vio que sus oscuros ojos estaban llenos de pena.

Cogió la misiva de la mano de Jacob y la desenrolló. El estómago se le revolvió mientras leía las palabras. Dejó caer el pergamino al suelo.

—Tanya tiene a Jasper. Según parece, Jasper se marchó mientras estábamos limpiando. Ella le puso una trampa. Jasper no la vio venir.

Isabella se había levantado y corría hacia él. Él abrió los brazos. La sensación de sus suaves curvas lo ayudó a calmarse. Él apoyó la Isabella contra la parte de arriba de su cabeza.

—Esto no puede estar pasando.

—Lo rescataremos, Edward —le prometió ella.

Vladimir se puso en pie.

—Isabella tiene razón. Tenemos que rescatar a Jasper.

—Tanya no es estúpida —dijo Emmett mientras se acercaba a la mesa—. Sabe que Jasper es fuerte, pero sin Edward y sin mí, no es tan valioso.

Edward suspiró.

—Ella sabe que iremos a buscarlo.

—Sí. Querrá atraparnos con Jasper —dijo Emmett.

—Necesitamos un plan —dijo Randall—. Pero primero, tenemos que encontrarle un druida a Isabella.

Isabella se apartó de los brazos de Edward y asintió.

—Randall tiene razón. Podemos usar mi magia.

—¿Contra Tanya? —Edward negó con la cabeza—. Es demasiado poderosa.

—Pero no esperará que yo pueda usar mi magia.

—O quizá sí —rebatió Edward—. No quiero que te acerques a ella.

—Ni yo que te acerques tú, pero Jasper nos necesita.

Alistair negó con la cabeza.

—Se avecina una guerra. Ahora Tanya sabe que nos hemos unido. La hemos sorprendido, pero no volverá a pasar.

—¿Qué sugieres? —preguntó Emmett.

—Que encontremos el pergamino con los nombres. Jacob puede contactar con otros guerreros que conoce y traerlos aquí. Todo el mundo tendrá que tomar partido.

Edward miró a Emmett.

—Tanya tiene magia negra, una cantidad infinita de wyrran, y solo Dios sabe cuántos guerreros. No tenemos ninguna posibilidad.

Emmett se daba golpecitos con un dedo en el muslo.

—Yo creo que Alistair podría tener razón. Necesitamos el pergamino, aunque solo sea para mantenerlo lejos de las manos de Tanya.

Edward creyó saber adónde quería ir a parar su hermano.

—Jacob, ¿no dijiste que hay algunos druidas que saben cómo encerrar a los dioses?

—Sí —respondió Jacob—. Tanya ha capturado y matado a la mayoría. No sé si quedará alguno.

—Pero si aún quedan, eso nos daría una ventaja.

Isabella frunció el ceño.

—¿Cómo? No lo comprendo.

—Oh, ya entiendo —dijo Vladimir—. Si conseguimos entrar en la montaña de Tanya y encerrar a los dioses de los guerreros que ha desatado ella, eso nos daría una ventaja.

—Eso si no encierra también a vuestros dioses —dijo Isabella—. Es muy arriesgado.

Edward entrelazó sus dedos con los de ella.

—Es lo único que tenemos, amor mío.

Isabella asintió, con el ceño fruncido, y se fue a la cocina a preparar algo para la comida. Edward estaba a punto de preguntarle a Emmett si tenía alguna idea sobre dónde podría estar el pergamino, cuando oyeron un ruido de caballos. De muchos caballos.

Edward y Emmett se miraron antes de salir corriendo a las almenas.

—Son los MacBlack —dijo Emmett—. Tenía el presentimiento de que volverían.

Edward observó a los highlanders, que cada vez se acercaban más a su hogar. Estimó que habría unos cincuenta guerreros.

—¿Por qué?

—Sospecho que quieren el castillo, pero no lo van a tener.

Edward levantó una ceja al mismo tiempo que miró a Emmett.

—Esto es nuestro —dijo Emmett—. Somos MacMasen. Nos robaron las tierras antes de que pudiéramos volver. No pienso dejar que nos quiten nuestro hogar.

—La única manera de mantener el castillo es haciendo saber al rey que todavía vive un MacMasen.

Emmett apretó los dientes.

—Entonces, yo lo haré.

A Edward lo sorprendió una vez más. No esperaba que Emmett se ofreciera a ir, creía que tendría que ir él mismo.

Antes de que pudiera hacer algún comentario, Emmett se fue hacia la torre de entrada. Cuando los MacBlack llegaron al castillo, Emmett les gritó que se detuvieran.

El terrateniente MacBlack miró a Emmett con el ceño fruncido.

—¿Quién sois vos para impedir que entre en mi castillo?

—Éste no es vuestro castillo. —La voz de Emmett era tranquila y clara, pero dura como el acero—. Este es mi castillo, el castillo MacMasen. Vosotros nos robasteis nuestras tierras, pero no me arrebataréis el castillo.

El MacBlack se rió.

—¿Tú contra cincuenta de mis hombres? No tendrás ninguna oportu­nidad, muchacho.

Edward apareció al lado de su hermano. Hubo movimiento detrás de Edward, y cuando miró por encima de su hombro vio a los demás repartidos por las almenas.

Emmett sonrió.

—Como puedes ver, «muchacho» —dijo con la voz llena de sarcas­mo—, no estoy solo.

—¡Conseguiré mi castillo! —gritó el MacBlack.

Para sorpresa de Edward, Emmett se transformó y le mostró los colmillos al MacBlack.

—¿Por qué no lo intentas?

Se oyeron gritos y maldiciones mientras los caballos retrocedían e intentaban huir. Emmett no era malvado, pero el dios de su interior sí.

Edward dejó que su cuerpo cambiara y miró desafiante al terrateniente.

—Marchaos y no volváis. Este castillo es nuestro.

El MacBlack hizo que su caballo diera la vuelta. Sus hombres lo siguieron rápidamente y se marcharon al galope. La última en marcharse fue la mujer que habían visto en el poblado. Tenía el pelo negro recogido en una trenza, pero sus ojos azules claro los miraban sin miedo. Al cabo de un momento, le dio la vuelta al caballo y se marchó.

Edward soltó un suspiro mientras volvía a transformarse. Cuando miró a Emmett, él también tenía ya la forma humana.

—No lo esperaba.

Emmett se encogió de hombros.

—Ya hemos perdido mucho. Me niego a entregar también el castillo. No seguiremos viviendo en él como si fuéramos fantasmas. Lo primero que quiero hacer es construir una puerta nueva.

—Yo lo haré.

Edward sonrió mientras su hermano saltaba desde las almenas. Emmett había tardado mucho en controlar a su dios, y ahora que lo había conseguido, nada se interpondría en su camino. Edward dio gracias en silencio y asintió hacia los demás mientras seguían a Emmett al interior del castillo. Tenían que preparar planes y estrategias, pues Tanya era un enemigo formidable que no moriría fácilmente. En cuanto Edward entró en el castillo encontró a Isabella esperándolo. Había una cosa que quería hacer antes. Fue hasta ella, la abrazó y le dio un beso largo y profundo. Cuando levantó la cabeza, ella tenía los labios hinchados y la respiración entrecortada.

—Cásate conmigo.

Ella pestañeó.

—¿Qué?

—Cuando estuve a punto de perderte, jamás había sentido tanto miedo. En aquel instante lo vi todo muy claro. Te amo con todo mi corazón, Isabella. Quiero que seas mi esposa.

—Ya me tienes.

Él se rió.

—Lo sé, pero quiero que nuestra unión esté bendecida por la Iglesia.

—Sé dónde encontrar un sacerdote —dijo Randall—. Puedo traerlo en dos días.

Edward asintió hacia él antes de mirar a Isabella.

—¿Y bien? ¿Serás mi esposa?

—¿A pesar de que soy mortal y de que podríamos no encontrar un druida que encierre a tu dios?

—Sí. Un año contigo es mejor que estar sin ti para siempre.

—Oh, sí, Edward MacMasen, me casaré contigo.

Él sonrió justo antes de bajar la cabeza y darle otro beso.

 

FIN(POR AHORA)

 

 

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FALTA EL EPILOGO.........

AAAAAAA CHICAS, SE QUE DEBEN DE ESTAR SACADAS DE ONDA, PERO SE ACUERDAN QUE LES DIJE QUE TENIA UNA SORPRESA, PUES ASI ES, ESTA ES LA PRIMERA PARTE DE TRES HISTORIAS, LA SEGUNDA PARTE ES "EL PERGAMINO OCULTO" Y ES HISTORIA DE EMMETT,

 

Emmett MacMasen posee los dones que cualquier guerrero desearía: fuerza feroz e inmortalidad. Desgraciadamente, eso pone en peligro a todo aquel a quien ama. Solo cuando capturan a su hermano Jasper, Emmett abandona su reclusión para pedir ayuda al rey. Y aunque cualquier mujer de la corte estaría dispuesta a rendirse a sus pies, es la mirada de la preciosa y misteriosa Rosalie Hale la que provoca un deseo incontrolable en él. Rosalie, al igual que Emmett, busca el modo de derrotar a la malvada Tanya, que quiere sembrar el caos en la Tierra.

 

A pesar del miedo, ella se rinde a una pasión que sacude a ambos con gran intensidad. Pero Rosalie es la protectora de un secreto que podría hacer que su apasionado amor por el guerrero se volviera en su contra para siempre...

 

y no es broma, cuando dicen que Rosalie, posee un gran secreto, es enserio, ella no es una chica fragil e inocente que parece,  creanme que no se lo esperan, bueno como ven sera una secuela, pero lo dejo a su decicion, la verdad como saben a veces me desanimo, y he continuado por ustedes, pero tambien es cierto que cuando una historia no habla de Edward y de Bella no la leen muchos, asi que lo dejo a ustedes, quieren la continuacion capitulo por capitulo o en todo caso, lo que puedo hacer es que las que quieran la historia, se las puedo mandar completa por correo, ¿como ven?, comentenme y diganme que quien, si no se animan pueden enviarme un mensaje privado.

GRACIAS GUAPAS BESITOS, LAS VEO MAÑANA CON EL EPILOGO DE ESTA HISTORIA

Capítulo 21: VEINTIUNO Capítulo 23: EPILOGO (FIN PRIMERA PARTE)

 
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