LOS HERMANOS MACMASEN (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 27/08/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 390
Visitas: 103247
Capítulos: 57

"FANFIC TERMINADO"

 

Tres hermanos, tres guerreros, unidos no solo por sangre sino  por una fuerza más poderosa, por culpa de una malvada hechicera, Durante trescientos años, han permanecidos alejados del mundo, ocultando al vengativo dios que llevan prisionero en sus almas, pero muy pronto las cosas cambiaran, una épica guerra entre el bien y el mal se avecina, Edward, Emmett y Jasper deberán luchar no solo contra el mal que los ha asechado toda su vida, sino también contra el amor y la pasión que se encontraran en el camino

Todo el poder, la pasión y la magia de los legendarios guerreros de Escocia atados al juramento de luchar por la victoria en la batalla y en el amor.

 

 

adaptacion de los personajes de crepusculo con el libro "Serie Highlander la espada negra de Donna Grant"

 

 

 

 

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Capítulo 12: ONCE

Isabella suspiró y se acurrucó bajo la manta. Había estado teniendo un dulce sueño en el que Edward estaba en la habitación observándola mientras dormía, sus ojos verde mar llenos de cariño, de deseo... de hambre.

No estaba segura de qué la había despertado, pero al girarse sobre su espalda y ver que la habitación estaba sumida en la oscuridad, se agarró con fuerza a la manta. El pánico la envolvió con sus grilletes de hierro, convirtiendo su sangre en hielo y haciendo que el corazón le palpitara en el pecho.

Un grito de espanto pasó por sus labios cuando vio que ni siquiera un ascua ardía en la chimenea. Durante un instante solo fue capaz de mirar las velas, con los ojos cubiertos de lágrimas. Las velas no se habían terminado y tampoco había entrado ninguna ráfaga de viento que las hubiera apagado. No, las había apagado alguien.

Estaba demasiado oscuro, demasiado silencioso. Podía haber cualquier cosa en la habitación. Uno de los guerreros o incluso un wyrran. Aquel pensamiento hizo que le recorriera un escalofrío por toda la espalda. Podía quedarse sentada en la cama haciéndose más preguntas o podía encender de nuevo las velas.

Empezó a levantarse de la cama cuando algo pesado y macizo aterrizó sobre ella, atrapándola contra el colchón de paja. Ella luchó contra lo que fuese aquello, arañando sus brazos con las uñas, golpeándolo, incluso intentando morderlo.

Podía oír una voz, pero no podía entender las palabras. Y tampoco quería hacerlo. De ningún modo el monstruo que tenía encima iba a conseguir matarla sin luchar primero. Ella dio una patada y abrió la boca para llamar a Edward.

De pronto una mano le cogió las muñecas poniéndoselas sobre la cabeza mientras otra mano le tapaba la boca. Ella se quedó quieta, el miedo le hacía un nudo en el estómago. Él se acercó más todavía, su respiración contra el cuello. Isabella giró la cabeza y cerró los ojos.

—Isabella, soy yo. Soy Edward.

Ella se hundió en la cama, completamente aliviada. Él apartó la mano, sus dedos rozaron sus labios en una suave caricia. Isabella cobró conciencia de su cuerpo entre sus piernas, de su virilidad contra su sexo.

—Está demasiado oscuro —susurró—. Necesito la luz.

Él sacudió la cabeza, el pelo le acarició la mejilla al caer suelto a ambos lados de su rostro.

—Hay alguien en la aldea. No podemos arriesgarnos a que vean la luz y vengan hasta aquí.

Ella comprendió lo que le decía y por qué había apagado las velas, pero estaba aterrorizada y necesitaba que las velas estuvieran encendidas.

—Por favor, Edward, deja que me levante. Solo encenderé una vela. Lo necesito.

—Isabella...

—Por favor —le suplicó al oír la voz firme.

—No.

—Necesito tenerlas.

Ella empujó con los brazos intentando deshacerse de su abrazo. Él la mantenía cogida con firmeza, pero sin hacerle daño, pero aquello la enfureció más todavía.

—Edward.

Él la cogió también con la otra mano.

—Isabella, estoy contigo. Nada va a hacerte daño.

Pero ella sabía de primera mano el tipo de cosas que merodeaban en la oscuridad. Estaban allí, lo sabía. Solo la luz le confirmaría que estaba a salvo.

Edward apretó los dientes cuando vio que Isabella no le escuchaba. No estaría quieta lo suficiente como para cogerla en brazos y sacarla de la habitación. Se revolvería a cada paso que dieran, luchando contra él, y él no quería hacerle daño. Así que hizo lo único que se le ocurrió para calmarla.

La besó.

Justo en el momento en que sus labios la tocaron, el hambre volvió a invadirlo con muchas más ganas. Nunca había desaparecido, pero el hecho de volver a tocarla, de volver a besarla, había multiplicado su deseo.

Él recorrió sus labios con la lengua buscando la entrada. Ella tenía el cuerpo rígido, pero ya no luchaba. Ella emitió un gemido entrecortado que hizo que su pene vibrara de necesidad. El cuerpo de ella se relajó, su espalda se arqueó mientras se ladeaba para hacer aquel beso más profundo.

Edward atravesó sus labios con la lengua y gimió cuando ella tocó su lengua con la suya. Él solo quería besarla para tranquilizarla, pero debería haber comprendido la insensatez de aquella acción.

Él siguió besándola, abandonándose a su suave y deseoso cuerpo. Sus piernas se movían, sus pies recorrían la parte trasera de las piernas de Isabella y acercaban su erección hacia ella. Él podía sentir su calor, el descontrolado deseo que lo llamaba hacia ella.

Sus manos se relajaron sobre sus muñecas y entrelazó sus dedos con los de ella. El beso se convirtió en un acto frenético, apasionado. El hambre lo consumía, le pedía que la penetrara, que se hundiera en su húmedo calor y la hiciera suya.

Él levantó sus caderas contra su cuerpo, la fricción provocó que ella gimiera y repitió el movimiento. Las uñas de ella se hundieron en el reverso de sus manos mientras arqueaba la espalda.

Edward le acarició los brazos con las manos hasta sus costados, sus dedos rozaron la parte inferior de sus pechos. Ella deslizó las manos entre su pelo. Él sorbió su labio inferior entre los dientes y pasó la lengua sobre él. Ella gimió y aquello hizo que su sangre se encendiera todavía más.

Él le pellizcó el pezón y oyó como su respiración se convertía en un gemido. Él deseaba sentir el pequeño pezón entre sus labios y chuparlo hasta que ella se retorciera contra él con un hambre que igualara a la suya.

Con la otra mano, la acarició bajando por su costado hasta la estrechez de su cintura y siguió por la curva de sus caderas. Cuando su mano se encontró con la cálida piel, sonrió e inclinó su boca para encontrarse con la de ella.

Al revolverse para liberarse de Edward, el vestido de Isabella se había arremolinado hacia sus caderas, dejando sus piernas y su sexo expuestos. El simple hecho de saber que solo su ropa era lo que les separaba hizo que empezara a sudar.

Él pasó la mano por su pierna, apenas rozándola por debajo del sencillo camisón blanco. El tacto de su piel sobre las caderas de ella hizo que su sangre, ya ardiendo, empezara a hervir. Su pulgar se deslizó hacia la suave piel de entre sus muslos y los rizos que escondían su sexo.

—Edward —murmuró entre besos.

Él podía poseerla. Ella lo deseaba, seguramente sentía la misma ansia que él. Él le subió todavía más los bajos del camisón, restregando su hinchado miembro contra la suave carne de su sexo.

El inconfundible silbido que él y sus hermanos habían aprendido de su padre llegó a sus oídos. Sabía que se trataba de Jasper, pero no le importaba. Tenía a Isabella entre sus brazos. Solo importaba aquello.

El silbido sonó de nuevo.

Edward estaba a punto de perder el control. Si no dejaba a Isabella en aquel mismo momento, ya no podría hacerlo. Poseería su inocencia. Puede que ella disfrutara en aquel momento, pero una vez lo viera, una vez lo viera de verdad, se arrepentiría de todo y lo odiaría por ello. Prefería tener una erección durante toda la eternidad que tener que sufrir su desdén.

Él dio un salto fuera de la cama y se alejó de ella. Se le revolvió el estómago cuando ella se sentó en la cama mirándolo con los ojos completamente abiertos.

—¿Qué pasa? —preguntó.

Él sacudió la cabeza.

—No confío en mí mismo cuando estoy contigo. Pierdo todo el control con un simple roce. Además, Jasper me está llamando.

—Pero yo quiero que me toques.

Edward cerró fuerte los ojos.

—No, no digas eso.

Se produjo un crujido en la cama. Él sabía sin mirar que ella se había levantado y estaba de pie frente a él.

—¿Por qué no puedo decir lo que quiero?

Su voz sonaba cerca, demasiado cerca.

Edward abrió los ojos y retrocedió otro paso.

—No me conoces, Isabella.

—Sí que te conozco —respondió con una sensual sonrisa que hizo que se le volvieran a poner rígidos los testículos—. Eres el hombre que me ha salvado, el hombre que me protege, el hombre que me enseña a luchar. Y eres el hombre que despierta en mí deseos que no sabía que pudieran existir.

—No dirías esas cosas si vieras el monstruo que realmente soy.

Ella dudó.

—Sí que las diría.

En aquel instante él supo que ella no podría, no importaba lo mucho que ambos quisieran.

—No.

—Eso no lo sabes —respondió.

—Tú tampoco.

Ella levantó la cabeza.

—Ten fe en mí. Ya has demostrado el hombre que eres. Ya sé que estás poseído por un dios, y aun así te deseo.

Edward sabía que a no ser que ella viera al dios totalmente libre, hasta que no lo viera como realmente era, ella seguiría creyendo que podían estar juntos. Solo podía hacer una cosa, aunque se resistía a hacerlo, pues aquello significaría que ella ya no volvería a mirarlo con aquellos ojos caoba llenos de deseo. Solo habría repulsión y odio.

Pero era lo mejor.

—¿Estás segura? —le preguntó.

—Segura.

Edward cogió aire profundamente y dejó libre al dios. Se pasó la lengua por los alargados dientes, estiró los dedos mientras se convertían en garras. No necesitaba mirarse los brazos para saber que su piel, al igual que sus ojos, se había vuelto negra; podía sentirlo, sentía aquel extraño hormigueo en su piel.

Los ojos de Isabella se abrieron más todavía, llenos de asombro. Tenía los labios entreabiertos como si fuera a hablar, pero no pudo articular ninguna palabra.

—Tal y como había imaginado —dijo Edward, e intentó sonreír. Sabía que más que una sonrisa le había salido una mueca, pero no le importa­ba—. Quédate en el dormitorio hasta que uno de nosotros venga a por ti.

No sería él, pero no había ninguna razón para decírselo. Él se dio la vuelta y salió a toda prisa del dormitorio, odiándose a sí mismo a cada paso. Llamó a la oscuridad para que lo rodeara, agradeciendo las sombras. Ella había sido un brillante punto en su futuro y acababa de ver que se había sumido en la nada. Pero era lo mejor.

¿No era así?

Edward sacó a Isabella de su mente, o al menos lo intentó, y se apresuró a salir del castillo. Cuando llegó al patio encontró a Emmett y a Jasper.

—¿Dónde estabas? —preguntó Jasper.

La mirada sabedora de Emmett se cruzó con la de Edward.

—Estaba viendo qué hacía Isabella.

Jasper maldijo.

—¿Tenemos a gente en la aldea y tú solo te preocupas por ver si está bien?

La luz de la luna lo golpeó cuando una nube se movió en el cielo para dejar al descubierto que había liberado al dios. Los ojos de Jasper se abrieron con sorpresa, pero Emmett no parecía sorprendido.

—No ha sido una buena idea —dijo Emmett.

A Edward no le importaba lo que pensara Emmett.

—Ha sido lo mejor.

—Pero ¿se puede saber qué demonios está pasando aquí? —gruñó Jasper.

—Nada —se apresuró a decir Edward cuando Emmett empezaba a hablar—. ¿Quién está en la aldea?

—El clan de los MacBlack —respondió Jasper—. Están revisando las casas.

—¿Has visto cuántos eran?

—Claro.

Jasper puso los ojos en blanco ante aquella pregunta.

—¿Y? —le instó Edward.

—Solo diez, pero dos se marcharon en cuanto vieron lo que había sucedido.

—Habrá más de camino —dijo Emmett—. Van a querer encontrar respuestas.

Edward asintió con la cabeza.

—Igual que las queríamos nosotros. Hay una parte en mí que quiere darles las respuestas.

—No nos creerían.

—Lo sé.

Jasper cruzó los brazos sobre su pecho.

—Ahora mismo lo que les preocupa es enterrar a los muertos.

—Eso está bien.

Emmett olfateó el aire.

—Los cuerpos pronto empezarán a oler.

—Me voy a la aldea —dijo Edward mientras pasaba por delante de sus hermanos.

Jasper detuvo a Edward poniéndole una mano sobre su hombro.

—Quédate junto a Isabella. Tú has sido el que ha jurado protegerla. Yo iré a la aldea y me aseguraré de que ninguno de los MacBlack se atreva a aventurarse hacia el castillo.

Edward observó marcharse a Jasper.

—En trescientos años, su ira no ha disminuido —dijo Emmett—. ¿Lo hará alguna vez?

—Una pregunta más importante que esa es cuánto tiempo le queda hasta que ya no sea capaz de controlar en absoluto al dios.

Emmett sacudió la cabeza.

—Al parecer tú no tienes ningún problema en controlar a Apodatoo.

La necesidad de enfrentarse a Emmett, de lanzarle el puño contra el rostro de su hermano para vengarse, abrumó a Edward.

—Alguien tenía que cuidar de vosotros dos. ¿Es que acaso quería ser yo el que llegara a controlar al dios y a mi ira? ¿Acaso quería ser yo el que cargara con toda la responsabilidad de cuidar de vosotros a lo largo de todos estos años? No, yo no pedí nada de eso, pero es evidente que tú no querías hacerte cargo.

—Edward... —comenzó a decir Emmett.

—Ahora no puedes tomar esas decisiones. Renunciaste al derecho a ser nuestro líder cuando empezaste a beber. Vuelve dentro. Jasper y yo nos encargaremos de todo.

Edward giró sobre sus propios pies y de un solo salto subió hasta una almena. Desde allí era fácil llegar hasta la torre en la que estaría vigilando hasta el amanecer. No podía hacer nada más y no confiaba en sí mismo si volvía a entrar en el castillo.

Allí era donde estaba Isabella.

 

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AAAAAAA COMO LA HACEN DE EMOCION, PERO ENTIENDO LOS MIEDOS DE EDWARD, DESPUES DE TODO SE CONVIERTE EN UN MOUSTRO PERO DUDO MUCHO QUE ISABELLA LE TENGA MIEDO, DIOSSSSSSSS! LLEGARON AL PUEBLO QUE PASARA, ¿Y SI VAN AL CASTILLO? DIOSSSS ESTO SE PONE INTERESANTE.

 

GRACIAS CHICAS POR ESTAR EN ESTA AVENTURA.

BESITOS GUAPAS

Capítulo 11: DIEZ Capítulo 13: DOCE

 
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