LOS HERMANOS MACMASEN (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 27/08/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 390
Visitas: 103239
Capítulos: 57

"FANFIC TERMINADO"

 

Tres hermanos, tres guerreros, unidos no solo por sangre sino  por una fuerza más poderosa, por culpa de una malvada hechicera, Durante trescientos años, han permanecidos alejados del mundo, ocultando al vengativo dios que llevan prisionero en sus almas, pero muy pronto las cosas cambiaran, una épica guerra entre el bien y el mal se avecina, Edward, Emmett y Jasper deberán luchar no solo contra el mal que los ha asechado toda su vida, sino también contra el amor y la pasión que se encontraran en el camino

Todo el poder, la pasión y la magia de los legendarios guerreros de Escocia atados al juramento de luchar por la victoria en la batalla y en el amor.

 

 

adaptacion de los personajes de crepusculo con el libro "Serie Highlander la espada negra de Donna Grant"

 

 

 

 

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Capítulo 28: CINCO

Emmett no estaba seguro de qué le había despertado. Estaba profundamente dormido, sumergido en un sueño de los tiempos de antes de la masacre de su clan. Le había llevado flores a su madre, como disculpa por haber vuelto a robar pan de la cocina.

Su madre siempre había dicho que sabía cómo conseguir la disculpa de una mujer. Él se había reído, agradecido de que ella no pudiera estar mucho tiempo enfadada con él.

Justo en el momento en que el sueño había tomado la siniestra dirección hacia la muerte de su clan, podía jurar que había sentido un perfume a lirios.

Rosalie.

De golpe el sueño cambió. Tenía a Rosalie entre sus brazos contra la puerta. Lo miraba con unos preciosos ojos azul turbio con grandes párpados y unos labios hambrientos de sus besos. Le cubrió la boca para volver a besarla, un gemido escapó de él cuando ella acopló sus caderas contra su virilidad.

Por todos los dioses, la deseaba con tal desesperación que rozaba la locura. Haría cualquier cosa, diría lo que hiciera falta con tal de poder reclamarla como suya.

Entonces, con una sonrisa, ella se había apartado de sus brazos y le había hecho un gesto con el dedo para que lo siguiera. Su perfume, ese maravilloso perfume a lirios, se fue tras ella.

Emmett se despertó con un anhelo que hacía que le doliera el pecho. Siguió con los ojos cerrados intentando regresar al sueño para seguir a Rosalie. Puede que no pudiera tenerla en la vida real, pero la tendría en sus sueños. En sus sueños podría tener cualquier cosa.

Un sonido como un suave suspiro llegó a sus oídos. Emmett entreabrió un ojo y se encontró con una mujer de pie junto a la ventana. La luz de la ventana la iluminaba y hacía que sus dorados rizos brillaran en el camino que recorrían bajando por su espalda.

Rosalie.

No podía moverse, no podía respirar. No estaba seguro de si era real o si era un sueño, pero no le importaba. Ella estaba en su habitación.

Él la observaba, fascinado, mientras ella se pasaba los dedos por entre los cabellos húmedos. Los impresionantes mechones rubios le caían en suaves ondas sobre sus hombros y sus pechos. Ella se cogió un mechón de pelo y empezó a trenzárselo distraídamente.

Fue entonces cuando Emmett se dio cuenta de que ella estaba sumida en sus pensamientos, con la mirada perdida en el horizonte. Dejó que sus ojos recorrieran su cuerpo, sorprendido al verla vestida solo con una fina túnica rosa. Él podía ver cada curva, cada punto donde su cuerpo se ensanchaba a través de aquella tela casi transparente.

Ya tenía una erección causada por su sueño, pero ahora estaba duro como una piedra.

De pronto las manos de Rosalie se detuvieron y su mirada se volvió hacia él. Se le secó la boca. Estaba aliviado de no haberse apartado las sábanas de encima como solía hacer.

No podía ser que ella estuviera en sus aposentos. No podía perder el tiempo con una mujer, con ninguna mujer, pero especialmente no con una que se había apoderado de sus sueños. Tenía una misión que llevar a cabo y la llevaría a cabo costara lo que costase.

—¿Qué estáis haciendo aquí? —Le preguntó al darse cuenta de que ella no hablaría.

Ella se humedeció los labios con la lengua haciendo que Emmett fijara sus ojos en su gruesa boca.

—Os había dicho que necesitaba hablar con vos.

—Es cierto. Esta ya es la segunda vez que entráis en mis aposentos. Lo que tenéis que decir debe de ser realmente importante.

—Lo es.

Había un suave temblor en su voz. ¿Tenía miedo de él? De algún modo aquello no le hizo la gracia que le hubiera hecho en cualquier otro momento. Ella le había mostrado una gran fuerza en el poco tiempo que había estado observándola. No podía imaginarse que nadie pudiera darle miedo.

Se sentó y dejó caer las piernas por un lado de la cama, con cuidado de mantener las sábanas sobre su palpitante virilidad.

—Adelante, mi señora. Decid eso que es tan importante como para que hayáis irrumpido en mi habitación en plena noche.

Ella abrió la boca, luego la cerró y volvió a mirar por la ventana.

—En mi mente era mucho más fácil.

Antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, él se levantó de la cama y se dirigió hacia ella, sin preocuparle el hecho de estar desnudo. Era una estupidez, pero, no importaba lo mucho que lo intentara, no podía evitar querer acercarse a ella. Ella se giró para mirarlo de frente, con aquellos grandes ojos muy abiertos y expectantes. Pero ¿esperando qué?

—No deberíais estar aquí —dijo. Le estaba costando un gran esfuerzo mantener el control para no empujarla hacia él y cubrirle la boca en un beso con tal furia que los arrebatara a los dos.

Ella tragó saliva y dejó ambas manos sueltas a los costados.

—Tenía que venir.

—Marchaos.

—No puedo.

La cogió por la parte superior de los brazos y le dio una pequeña sacudida.

—Marchaos —le dijo entre dientes. Tocarla había sido un error, pero tenía que hacerle comprender que no podía controlar el hambre que lo corroía.

—No puedo —repitió ella.

El inhaló el perfume de los lirios y estuvo a punto de soltar un gemido. Su virilidad erguida entre ambos, palpitante de dolor por sentir su húmedo calor.

—Rosalie, tenéis que marcharos. Ahora.

Ella lo miró a los ojos y levantó el rostro hacia él.

—No.       

Entonces supo que estaba perdido. No podía hacer que se marchara y lo que era aún peor, estaba condenadamente contento de que no lo hiciera.

—Entonces nos condenáis a los dos.

Rosalie sabía que iba a besarla. Lo había visto en sus ojos en el momento que se levantó de la cama. Esperaba un beso brusco, nacido de la rabia y la lujuria. Pero nunca se hubiera imaginado el suave tacto de sus labios y el deseo que la poseyó cuando su lengua se introdujo en su boca.

Estaba desbordada por su sabor y, oh Dios, qué bien sabía. Sus manos soltaron sus brazos y subieron hasta el cuello donde acarició cada esquina de su rostro. Él le inclinó la cabeza hacia un lado y la besó con más fuerza.

Rosalie no pudo detener el gemido de placer que se le escapó del alma. El beso era embriagador, y le producía una calma interior comparable a la que producía el vino dulce. Aquello provocó que deseara más. Mucho más.

El beso duró una eternidad mientras el calor aumentaba en su cuerpo y su corazón palpitaba en su pecho. Emmett movió un brazo hacia la parte baja de su espalda y la apretó contra él, su masculinidad presionada contra su estómago le hacía difícil poder mantenerse en pie. Ella le rodeó el cuello con los brazos, encantada al sentir los músculos de su espalda moviéndose bajo sus manos.

Su fuerza la fascinó, su ternura la sorprendió. Se había sentido atraída por Emmett desde el primer momento en que lo había visto, pero ahora, con cada caricia y cada beso, estaba cayendo cada vez más profundamente en el hechizo de la pasión que él despertaba en ella.

En su cabeza empezaron a sonar campanas de alarma, pero su cuerpo hacía tiempo que no respondía a su cabeza. No había ninguna posibilidad de que ella pudiera apartarse de él ahora. Era más fuerte de lo que lo había sido la primera vez y se aseguraría de que nadie volviera a aprovecharse de ella. Incluso si aquel hombre podía crear aquel hechizo de pasión como lo hacía Emmett.

—Dios mío, Rosalie —murmuró él entre besos.

Ella no podía estar más de acuerdo, pero aquel no era el momento de hablar. Era momento de tocarse y de sentir y de amar.

Las manos de Emmett estaban por todas partes, acariciando cada parte de su cuerpo y aun así aquello no le bastaba. Ella se estremeció cuando sus manos le abrieron la túnica y pasaron por encima de sus pechos hasta su cintura. Su boca volvió a abalanzarse sobre la suya, sus lenguas se enredaron en una frenética e innegable lujuria. Ella perdió toda noción del tiempo y del espacio. Todo lo que importaba era Emmett y lo que estaba haciendo con su cuerpo.

Ella jadeaba ante el contacto de su piel. Se acababa de dar cuenta de que le había quitado la túnica. Rosalie se estremeció ante el calor de sus cuerpos. ¡Estaba tan duro, tan excitado! Sus pezones se pusieron erectos al contacto de su pecho contra sus senos.

El calor la inundó y se concentró entre sus piernas, produciéndole una punzante palpitación. Quería tocar a Emmett como él la estaba tocando a ella, pero cada vez que lo intentaba, él la detenía.

—Ahora no —dijo Emmett antes de volver a besarla.

Rosalie desistió. Por el momento. Estaba decidida a poseer a Emmett aquella noche y entonces ya tendría la ocasión de tocar su cuerpo. Por ahora, le bastaba con que él la deseara.

Se le escapó una carcajada cuando él la lanzó contra la cama y se puso rápidamente sobre ella. Ella miró sus apasionados ojos verdes. Vio deseo y a la vez preocupación en aquellos dos pozos profundos.

—Debería haber sabido que no podría ignorar el hambre que despiertas en mí —dijo.

Rosalie se levantó y le acarició la cara.

—Haces que se me corte la respiración —le confesó. Sabía bien que no debía decirle a un hombre tales cosas, pero se le había escapado de los labios antes de darse cuenta. Sabía que era cierto y eso la aterrorizaba, pero había algo en Emmett que tiraba de su corazón.

Él se inclinó y empezó a besarle el cuello y todo el pecho y luego entre el valle que dibujaban sus senos. Su cuerpo, grande y musculoso, se acomodó entre sus muslos y su erección palpitaba contra su anhelante sexo.

Ella se estremeció con la necesidad de tenerlo en su interior. Habían pasado décadas desde la última vez que había estado con un hombre. Aquella otra vez había sido un error, un error que había pagado muy caro. Desde entonces se había cuidado mucho de que no le volviera a suceder lo mismo. Pero de algún modo, eso era imposible con Emmett.

Una de sus grandes manos encallecidas le cubrió un seno mientras pasaba el pulgar por encima del pezón. Ella gimió y arqueó la espalda, deseosa de más, de mucho más. El placer que aquella simple acción le había provocado era indescriptible.

Sus senos se hincharon y sus pezones se endurecieron con el placer que la inundaba. Mientras jugueteaba con un pezón entre sus dedos, cubría el otro con su boca y lo chupaba.

Rosalie soltó un gemido y sumergió sus manos entre sus cabellos. El deseo y la pasión formaban remolinos en su interior, haciendo que se olvidara de respirar mientras pensaba en el hombre que tenía entre sus brazos.

La pasión se desbordó en su interior produciéndole punzadas de placer y haciendo que se estremeciera. La boca y la lengua de Emmett estaban haciendo que se volviera loca mientras alternaba entre chupar y sorber un pezón y sus dedos pellizcaban y acariciaban el otro.

La tortura era exquisita, el placer interminable. Rosalie gimió cuando él se metió un pezón en la boca y sorbió con fuerza. La fuerza de sus labios le produjo una oleada de deseo. Estaba a punto de llegar al clímax solo con lo que estaba haciendo con sus pechos. Parecía imposible, pero cuanto más la tocaba Emmett, más le ofrecía su cuerpo.

Empujó sus caderas contra él, buscando un poco de alivio al enloquecedor deseo que se arremolinaba en su interior. Él se hizo a un lado y deslizó la mano desde sus pechos, por su cuerpo, hasta los rizos que escondían su sexo.

Rosalie gimió cuando sus dedos le separaron los labios. Él hábilmente pasó sus diestros dedos por aquellos sensibles pliegues. El tacto de sus dedos hacía que se incrementara su conciencia sobre él y las punzadas en su interior. Entonces, por fin, introdujo un dedo en su interior y ahondó en su intimidad.

Sus dedos se cerraron agarrando fuertemente las sábanas mientras gemía y pedía más. Debería estar avergonzada de sí misma, pero con Emmett tocando todo su cuerpo, nada importaba.

Sus hábiles dedos se movían hacia dentro y hacia fuera al ritmo de su cuerpo, llevándola cada vez más cerca del orgasmo. Cuando posó los dedos sobre su clítoris, ella gritó su nombre, con todo su cuerpo estremeciéndose de placer.

Luego volvió a introducir los dedos en su interior, esta vez dos. Los movía lentamente y luego poco a poco cada vez más deprisa hasta que ella se estremeció ante la necesidad de liberar su orgasmo.

—Que los dioses me acompañen —dijo Emmett con un gemido—. Ha pasado tanto tiempo, Rosalie. No puedo esperar.

Ella no quería esperar. Ni un momento más.

—Pues no esperes más.

Él se puso sobre ella y guió su virilidad hacia sus resbaladizos pliegues. Ella soltó un grito cuando la punta de su miembro rozó su parte más sensible enviándole olas de placer por todo el cuerpo.

Y luego con un firme movimiento de caderas se introdujo en su interior.

Rosalie arqueó la espalda al sentir cómo la satisfacía, cómo la saciaba. Ella levantó las piernas y las entrelazó alrededor de su cintura y él empujó más adentro, hasta introducir toda su envergadura.

Por un momento ambos se quedaron quietos, sus fuertes respiraciones inundaban la habitación. Emmett bajó los ojos para mirarla y en el rostro se le dibujó una sonrisa.

—Echaba de menos todo esto —dijo.

Rosalie levantó las caderas y sonrió de oreja a oreja cuando Emmett suspiró profundamente.

—No pares, por favor. No pares ahora.

—Nunca —prometió él.

Salió de su interior solo para volver a arremeter con más fuerza. Rosalie gimió y se entregó a las deliciosas sensaciones que le recorrían el cuerpo. Le rodeó la cintura con las piernas de nuevo y entrelazó los tobillos. Él susurró su nombre y sus caderas empezaron a moverse a mayor velocidad.

Rosalie no podía creer lo que sentía teniendo a Emmett en su interior. Era hermoso y le gustaba tanto que hubiera deseado que aquel momento no terminara nunca. El clímax llegó rápidamente y la cegó con toda su intensidad mientras la consumía. Rosalie sucumbió a la necesidad de su cuerpo, la necesidad que se había estado negando durante tanto tiempo. Mientras se recuperaba del momento de éxtasis, abrió los ojos y se encontró a Emmett mirándola.

—Dios mío —susurró él.

Con su cuerpo todavía convulsionándose de tan poderoso orgasmo, levantó las caderas para encontrarse con las suyas. Emmett levantó la cabeza mientras volvía a arremeter en su interior, con su cuerpo tenso y sacudiéndose. Rosalie lo apretó contra sí mientras él llegaba al orgasmo. Cuando el último de sus temblores lo abandonó, se dejó caer sobre ella.

Rosalie lo rodeó con sus brazos, abrazándolo con fuerza, acariciándolo. Todavía podía sentirlo en lo más profundo de su interior. Deseaba que pudieran quedarse tal y como estaban por toda la eternidad, pero aquello era un sueño.

Después él salió de ella y se puso de lado. Rosalie se resistía a perder el contacto, así que se giró para mirarlo. Sus miradas se encontraron. Él levantó la mano y le acarició la mejilla con los nudillos.

—¿Por qué? —Preguntó él.

¿Cómo podría explicárselo?

—Dijiste que sentías el deseo en mí. Supe desde el primer momento en que te vi que eras especial.

—¿Especial? —Él frunció el ceño—. No.

—Sí —dijo ella, y le pasó la mano por la frente para alejar aquel gesto—. Sé que no debería haber venido a tu habitación, pero lo que tengo que decirte tiene que hacerse en privado.

Él le cogió una mano entre las suyas.

—Dime.

Ahora que ya tenía su atención, estaba aterrorizada. ¿Cómo reaccionaría? ¿La aceptaría? ¿La creería? ¿La despreciaría?

Ella no creía que pudiera soportar su desdén.

—Rosalie —le urgió amablemente—. Dime.

Ella se giró para tumbarse de espaldas y se quedó observando el dosel color burdeos de la cama, que colgaba sobre ella.

—Es difícil saber por dónde empezar.

—No me voy a ninguna parte, ¿por qué no empiezas por el principio?

El principio. Hacía tanto tiempo de aquello y había tantas cosas que quería olvidar... Pero Emmett tenía razón. Tenía que empezar a contárselo por donde todo comenzó.

 

 

—Mi clan, los Hale, no son un gran clan, pero son poderosos. Podemos remontarnos a los tiempos de los celtas y ya incluso entonces nuestro clan era fuerte. Hemos perdurado en el tiempo.

Rosalie no podía soportar la ansiedad que se apoderó de su cuerpo y se puso en pie para acercarse a la ventana. Aquella era la parte más complicada y necesitaba crear espacio entre los dos para dejarlo salir todo.

—Sé lo que eres, Emmett. Sé lo que hay en tu interior. Mi familia ha ido pasando de generación en generación historias sobre los antiguos celtas y los romanos. Historias que cuentan por qué los romanos abandonaron nuestras costas.

Ella se detuvo y esperó a ver si Emmett decía alguna cosa. Solo el silencio llegó hasta ella. Se giró a mirar por la ventana cómo los árboles se mecían con el viento.

—A esas historias se añadieron algunas de nuevas. Historias sobre los MacMasen y una malvada druida llamada Tanya.

Ella oyó un crujido en la cama y supo que él se había puesto en pie.

—El jefe, mi tío, sabía que nuestro tiempo estaba llegando a su fin. Pronto Tanya encontraría el modo de llegar hasta nuestro clan y capturar al hombre más fuerte para convertirlo en un guerrero.

—La sangre de los dioses —murmuró Emmett detrás de ella.

—Pero nosotros contábamos con una ventaja. —Rosalie se obligó a mirarlo—. Teníamos a una druida en nuestro clan. Ella y su familia habían estado cuidando de nosotros, manteniendo vivas todas aquellas historias. Ella conocía el conjuro para liberar al dios.

Emmett frunció el ceño y entrecerró los ojos.

—La familia se reunió en el gran salón. Mi tío y su hijo, Naill, el cual pensaban todos que se convertiría en el futuro guerrero, estaban en pie en el centro del salón. La druida Robena comenzó a pronunciar el conjuro. Solo que no fue a Naill a quién eligió el dios.

—¿A quién? —preguntó Emmett.

Ella intentó tragarse el pánico.

—Yo estaba junto a mi padre cuando empezó el dolor. Intenté silenciar mis gritos, pero pronto ese dolor fue demasiado grande para poder esconderlo. Caí de rodillas, la piel me ardía, los huesos se me estaban haciendo pedazos. Debí de desmayarme, porque cuando volví a recuperar la consciencia, Robena estaba en pie junto a mí con una gran sonrisa iluminando su arrugado rostro.

»Mi padre me ayudó a levantarme mientras Robena anunciaba que el dios ya había elegido. Me había elegido a mí y no a Naill. Mi tío y mi primo estaban tan furiosos conmigo que me desterraron del clan. Con solo tiempo para poder abrazar a mi padre, Robena y yo nos escondimos en el bosque.

Emmett la miraba conmocionado.

—¿El dios te eligió a ti?

—En realidad es una diosa.

Había esperado muchas cosas, pero no aquella palpable desconfianza. Él no la creería hasta que se lo mostrara.

—Mi diosa es Lelomai, diosa de la defensa.

Abrió los brazos y dejó que su diosa la transformara. Primero las garras, largas y afiladas, luego los colmillos y luego todo su cuerpo. Ella estaba en pie ante Emmett, esperando, rogando, que él fuera la salvación que ella buscaba.

 

Emmett solo podía observar atemorizado a Rosalie. Nunca en su vida había visto algo tan hermoso. Ya era una mujer increíblemente bella, pero cuando se transformó era... impresionante.

Se puso en pie y se dirigió hacia ella. Brillaba con todos los colores del arco iris aunque con un tono más apagado. Le tocó un rizo, sorprendido al ver el tornasolado color que también tenían sus cabellos. De todos los guerreros a los que él había visto, ninguno tenía un cabello que cambiara de color.

Su mirada se perdió en aquella escultural figura resplandeciente. Él le cogió una mano entre las suyas y observó sus largas garras del mismo color que su piel. Eran más pequeñas que las suyas, pero igual de mortíferas. Una mirada a sus labios entreabiertos le mostró los colmillos.

Definitivamente ella era una guerrera. Una guerrera mujer. ¿Quién se hubiera imaginado que existieran?

—Eres hermosa —susurró.

Su preocupada mirada se encontró con la de él mientras apartaba la mano de entre las suyas.

—Soy la única guerrera que yo sepa que existe, Emmett. Tanya no sabe nada de mí. Todavía. Pero solo es cuestión de tiempo.

Entonces él comprendió por qué había estado buscándole.

—Quieres mi protección.

—Sí.

¿Cómo podría volverle la espalda? Él estaba allí por sus hermanos, pero encontrar a Rosalie también podría ayudarles en su causa de luchar contra Tanya. Otro guerrero solo mejoraría su situación frente a ella.

—La tienes. ¿Cuánto tiempo hace que eres una guerrera?

—Un centenar de años.

Había estado sola demasiado tiempo. Él sintió pena por ella.

—¿Y por qué viniste al castillo del rey?

—Randall aceptó ayudarme a descubrir cualquier cosa que tuviera que ver con Tanya.

—¿Dónde has estado antes de llegar aquí?

Ella se encogió de hombros y le dio la espalda.

—Aunque fui desterrada de mi clan, siempre me mantuve cerca de ellos por mi padre. En el bosque Robena me ayudó a entrenarme en las cosas que necesitaría saber para convertirme en una auténtica guerrera.

—¿Y por qué viniste a Edimburgo?

La mirada de ella se encontró con la suya y pudo ver desafío y determinación en lo más profundo.

—Es mi deber mantenerme alejada de las garras de Tanya. En el bosque no estaba descubriendo nada ni de Tanya ni de los otros guerreros.

—Puede, pero allí estabas escondida.

—No exactamente. Llevo luchando contra los wyrran desde que se liberó a mi diosa. Como la mayoría de los guerreros son seres solitarios y viven escondidos, me imaginé que sería una buena oportunidad saber hasta dónde había llegado el poder de Tanya en el castillo del rey.

—¿Crees que Tanya tiene control sobre el rey?

—No —dijo negando con la cabeza—. Por lo menos todavía no. Pero fue estando aquí cuando descubrí que los MacMasen habían sido encontrados.

—Y por lo que me buscabas —terminó él.

—Puede que haya estado sola, pero sé defenderme a mí misma.

Él echó un vistazo a sus garras y sonrió.

—No tengo ninguna duda de ello.

—Que sea una mujer no significa que no pueda cuidar de mí misma. Ya he matado a un hombre. Le di mi cuerpo porque era ingenua y creía que él se preocupaba por mí. Me traicionó y mató a mi padre.

—Dios santo —murmuró Emmett incapaz de creer que nadie pudiera hacer algo así.

—Estaba muy furiosa. Una vez la ira se apoderó de mí, dejé de ser yo misma. Lo siguiente que recuerdo es que estaba mirando a su cuerpo sin vida.

Emmett asintió con la cabeza.

—Te traicionaron, Rosalie, y lo hizo alguien en quien tú habías confiado. Tu diosa se defendió y en el proceso mató a aquel hombre. No permitas que el asesinato de tu padre y aquella traición te sigan persiguiendo.

Ella le respondió con una tímida sonrisa. Cuanto más sabía de Rosalie, más impresionado estaba por su valentía y su coraje.

—¿Qué otros poderes tienes?

Justo delante de sus ojos, ella desapareció. Emmett se giró a un lado y a otro buscándola.

—¿Rosalie? ¿Dónde te has metido?

—Estoy aquí justo en el mismo sitio —respondió.

Él oyó su voz, pero no podía verla. El poder que tenía era enorme y podría ser de gran ayuda en la inminente batalla.

—Impresionante.

Ella se materializó frente a él y su diosa desapareció dejando delante de él a la belleza con la que acababa de acostarse.

—Como ya te he dicho, puedo protegerme y puedo ayudaros.

—Te llevaría al castillo de todos modos, Rosalie. Eres una guerrera, Tanya no se detendrá ante nada para que estés bajo su poder.

—He ido con cuidado, pero temo que no tarde en encontrarme.

—Nos aseguraremos de que eso no suceda.

Vio el alivio que se dibujaba en sus ojos y la cogió entre sus brazos. Por primera vez en mucho tiempo se sentía necesitado, como si él pudiera cambiar las cosas. No cometería los mismos errores que había cometido con sus hermanos. Protegería a Rosalie, con su vida si fuera necesario. Puede que hubiera decepcionado a sus hermanos durante todos estos siglos, pero no le fallaría a Rosalie.

—Gracias —dijo ella, con la voz temblorosa.

—Ya no volverás a estar sola, Rosalie. Me tienes a mí. Una vez lleguemos al castillo, conocerás a mis hermanos y a otros guerreros y druidas que hay allí. Estarás protegida.

Ella asintió.

—Pensaba que me rechazarías.

—¿Que te rechazaría? —La apartó de sus brazos y le levantó la cara para que lo mirara, la urgencia por besarla había aparecido de nuevo—. Tú no tenías elección ante la diosa. La diosa te eligió. Arrastras los mismos sufrimientos que todos nosotros, sin importar si eres un hombre o una mujer.

Había algo en sus ojos. Tenía más cosas que contarle, un secreto que no estaba segura de poder confiarle todavía. Él lo entendía. Si él fuera ella, tampoco se fiaría, pero conseguiría ganarse su confianza. Aquello no cambiaría todo el mal que les había hecho a sus hermanos, pero ayudaría. Se convertiría en el hombre que su padre había querido que fuera.

—¿Lo sabe Randall? —preguntó.

—Sí. Lo sabe todo. Intenté que no lo supiera y ahora temo que Tanya descubra que me ha estado ayudando.

Emmett maldijo para sus adentros.

—Randall se ha puesto a sí mismo en una situación muy peligrosa. Tanya irá tras él si descubre algo.

—Lo sé —dijo Rosalie—. Yo ya he utilizado ese argumento antes, pero Randall me dijo que quería reparar lo que nuestra familia me había hecho. Él será el próximo jefe y no quiero que le suceda nada. Ni siquiera debería estar aquí conmigo.

—Entonces debe volver de inmediato con tu clan.

Ella asintió.

—Estoy de acuerdo. Una vez le haya asegurado que me protegerás, le enviaré a casa.

Emmett tenía un sentimiento de intranquilidad. ¿Cómo había conseguido Rosalie mantenerse oculta de Tanya durante todo este tiempo?

—¿El wyrran?

—Lo maté —admitió—. Esperé hasta que salió del gran salón.

—¿Te vio alguien matarlo?

—No. Luego escondí el cuerpo en el bosque. Randall está allí ahora quemándolo.

Se pasó una mano por el rostro.

—¿Y regresaste al castillo igual que te marchaste?

—Sí, sin que me vieran.

Era un gran castillo, lleno de gente entrometida. ¿Tendrían tanta suerte de que Rosalie hubiera pasado desapercibida?

—Me pregunto si el wyrran estaba aquí por mí o por ti.

—Creo que por ti —respondió ella—. Al fin y al cabo, Tanya no sabe nada de mí. Llevo por aquí algo más de un año, Emmett, y nunca había aparecido ningún wyrran en el castillo. No hasta que tú viniste.

—Bien. Creo que deberíamos marcharnos mañana por la mañana, lo más temprano posible.

—Perfecto—dijo, y se dirigió a la cama. Se metió en ella, despreocupada por su desnudez y el efecto que eso ejercía sobre él—. Se lo diré a Randall tan pronto como le vea.

Emmett sintió cómo volvía a despertar su virilidad. No se sorprendió al ver que la deseaba de nuevo. Estar con Rosalie había sido... fascinante. Puede que hubiera pasado trescientos años sin haber estado con una mujer, pero sabía que ninguna había llegado hasta él del modo en que ella lo había hecho.

Ella sonrió y bajó la mirada.

—Llevo tanto tiempo buscando a los MacMasen que ahora me parece extraño haberte encontrado.

Él se acercó, se quedó en pie frente a ella y le cogió el rostro con las manos. Se sumergió en la profundidad de sus turbulentos ojos azules. Solo podía imaginarse lo que podía haber sido verse desterrado por su propio clan. Aquello le trajo a la memoria todas las veces que le había fallado a su familia.

—Te doy mi palabra, Rosalie. Nunca te abandonaré.

Incapaz de contenerse, se inclinó y posó sus labios sobre los suyos. Ella lo rodeó con sus brazos y lo besó con más pasión. La llama del deseo volvió a encenderse. Emmett no podía evitar sentir cómo la pasión le recorría las venas ni podía evitar que se le cortara la respiración.

Cuidadosamente empujó a Rosalie sobre la cama y cubrió su cuerpo con el suyo. Sus suaves curvas, tan femeninas y seductoras, daban vueltas en su cabeza. Se sorprendió al pensar en todo el tiempo que había pasado sin sentir el contacto de una mujer. Había echado mucho de menos el tacto de una mano femenina, las suaves miradas y las dulces caricias.

El simple hecho de saber que ella era una guerrera, que ella sabía lo que él era y lo que había en su interior, liberó algo primitivo en él. Quería reclamar a Rosalie como suya. El solo pensamiento de otro hombre, otro guerrero, tocándola lo volvía loco.

Emmett pasó la mano por su costado hasta llegar a su cintura y por encima de sus caderas a los rizos que albergaba entre sus piernas. Ya estaba sedienta de él. Quería sumergirse en su interior y penetrar una y otra vez su cuerpo.

Él gimió al ver lo húmeda que estaba.

—Ya estás lista para acogerme.

Ella asintió, con los ojos llenos de deseo.

—No sé lo que haces con mi cuerpo, Emmett, pero no pares de hacerlo. Por favor, no pares.

No lo haría. Ni ahora ni nunca. ¿Por qué era incapaz de controlar su cuerpo cuando estaba junto a ella? Era ver a Rosalie, oler su esencia y sentir la imperiosa necesidad de poseerla.

Emmett le levantó una pierna y la penetró. Ella gritó de placer, clavándole las uñas en la espalda. Su pasión solo consiguió encender más la de Emmett. Salió de ella hasta que solo la punta de su miembro estaba dentro y luego volvió a penetrarla profundamente hasta tocar su útero.

Ella gritó su nombre, moviendo su cuerpo al compás del suyo. Él sintió como se aproximaba su clímax, pero no quería llegar sin ella. Emmett metió la mano entre ambos y encontró su clítoris. Acarició la pequeña protuberancia en círculos hasta que se hinchó y Rosalie se estremeció de puro placer.

Le encantaba la manera en que ella respondía a su tacto. Hubo un tiempo en que creía que había olvidado cómo dar placer a una mujer, pero de pronto al tocar el delicioso cuerpo de Rosalie todo había vuelto a su cabeza.

—¡Emmett! —Gritó, levantando sus caderas para encontrarse con las suyas.

Él sabía que estaba a punto de llegar al orgasmo. Acercó la boca a uno de sus pezones y sorbió con fuerza. Su cuerpo se arqueó bajo el suyo mientras llegaba el orgasmo.

Emmett levantó la cabeza y observó su rostro de completo abandono al placer. Era hermoso. Se olvidó de todo cuando sintió cómo su sexo se contraía alrededor de su miembro. No podría retrasar más su orgasmo. Arremetió de nuevo con sus caderas una, dos veces y entonces llegó el clímax. Cerró los ojos y su cuerpo tembló mientras su semilla se esparcía en su interior.

El sudor cubría sus cuerpos y le temblaban los brazos por mantenerse sobre ellos. Abrió los ojos y la vio mirándolo.

—¿Qué es lo que has hecho conmigo, Emmett MacMasen? —Susurró.

Él no tenía la más remota idea, pero quería seguir haciéndolo.

 

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FUY, FUY FUY, ¿QUE LES DIJE? JAJAJJA QUE LO ULTIMO QUE HARIAN SERIA HABLAR, COMO DICE EL DICHO, EL HOMBRE ES FUEGO, LA MUJES ESTOPA LLEGA EL DIABLO Y SOPLA JAJAJA, AAAAAAAAAA QUE PASARA AHORA???????, UNA DIOSA MAS A LAS FILAS DE LOS MACMASEN, Y SOBRE TODO EL SECRETO QUE ELLA GUARDA SERA DE MUCHA UTILIDAD.

 

GRACIAS POR SEGUIR EN ESTA AVENTURA, BESITOS GUAPAS

Capítulo 27: CUATRO Capítulo 29: SEIS

 
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