LOS HERMANOS MACMASEN (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 27/08/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 390
Visitas: 103258
Capítulos: 57

"FANFIC TERMINADO"

 

Tres hermanos, tres guerreros, unidos no solo por sangre sino  por una fuerza más poderosa, por culpa de una malvada hechicera, Durante trescientos años, han permanecidos alejados del mundo, ocultando al vengativo dios que llevan prisionero en sus almas, pero muy pronto las cosas cambiaran, una épica guerra entre el bien y el mal se avecina, Edward, Emmett y Jasper deberán luchar no solo contra el mal que los ha asechado toda su vida, sino también contra el amor y la pasión que se encontraran en el camino

Todo el poder, la pasión y la magia de los legendarios guerreros de Escocia atados al juramento de luchar por la victoria en la batalla y en el amor.

 

 

adaptacion de los personajes de crepusculo con el libro "Serie Highlander la espada negra de Donna Grant"

 

 

 

 

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Capítulo 6: CINCO

Edward se sentó delante del fuego, con las piernas estiradas hacia delante y con los pies cruzados. Después de cambiarse de ropa y limpiarse la sangre, cogió una de las botellas de vino de Emmett, pero esta permaneció intacta en el suelo junto a él.

Se había contenido, sabía hacerlo bien, para no ir detrás de Isabella cuando subió corriendo las escaleras con las lágrimas cayendo por sus mejillas.

Había visto rabia en sus ojos, sabía que sentía atracción por él. Si la hubiese llevado a cualquier otro sitio excepto al gran salón, las cosas habrían acabado de otro modo. Pero no lo pensó. Quería sacarla de las mazmorras y llevarla a una zona iluminada para ver si estaba herida.

Al echar un vistazo al salón, supo que ella se horrorizaría. El dios que había en él rugió, pidiendo que Edward hiciese suya a Isabella. Había contenido a la bestia, pero por muy poco. Entonces fue cuando ella sintió, y vio, las garras de Edward. Fueran cuales fueran los sentimientos que tenía hacia él, se desvanecieron en cuanto ella se dio cuenta de que él no era humano.

Pero tampoco era un dios. ¿Cómo le explicaría lo que era cuando en realidad no lo sabía?

—La tormenta está cesando —dijo Emmett sentándose junto a Edward.

Edward se encogió de hombros.

Emmett dejó escapar un suspiro y miró su túnica hecha harapos.

—¿Cómo esperabas que reaccionara, Edward? Estaba aterrorizada. El guerrero la cogió y trató de marcharse con ella.

—Lo sé.

Lo sabía. No esperaba nada de Isabella, pero el ardiente deseo que le había invadido había sido intenso y el ansia devastadora.

Jasper se arrodilló delante de la chimenea y echó leña al fuego.

—¿De qué hablasteis tú y el guerrero de piel azul que tiraste de la torre?

Edward se incorporó y apoyó los brazos en la silla. Se había olvidado del guerrero al ver que Isabella estaba en peligro.

—Dijo que no éramos los únicos a los que Tanya estaba persiguiendo.

—Eso no suena nada bien —dijo Emmett con el ceño fruncido—. Daba por supuesto que Tanya había venido a por nosotros.

Edward negó lentamente con la cabeza.

—No vino a por nosotros porque creo que está esperando algo, pero no sé el qué. Lo dijo como si llevarnos a nosotros fuese una recompensa más.

—¿Qué te dijo tu guerrero? —le preguntó Jasper a Emmett.

Emmett se pasó la mano por la Isabella.

—Me dejó inconsciente; creo que perdí el conocimiento. Cuando me desperté, él había cogido a Isabella y le estaba diciendo que habían venido a por ella.

—Le oí decir algo sobre un Beso del Demonio —añadió Edward.

Emmett se recostó en la silla.

—Yo también lo oí.

—¿Y bien? ¿Qué es eso? —preguntó Jasper.

—Ojalá lo supiera —contestó Emmett.

Edward se levantó y empezó a dar vueltas. Estaban pasando muchas cosas para las que no tenían respuesta.

—Creo que Tanya envió los wyrran a por Isabella.

Jasper cruzó los brazos sobre el pecho.

—Es una posibilidad. Por lo que parece, atacaron primero la aldea.

—Buscando a Isabella, supongo. ¿Y luego vinieron aquí?

—Eso es —dijo Emmett—. Oí al guerrero decirle a Isabella que la había olido. A ella y a su magia.

—Mierda —murmuró Edward de nuevo. Magia, wyrran y guerreros. Definitivamente, Tanya quería a Isabella.

Emmett resopló.

—Si Tanya envió solo a los wyrran y a dos guerreros es que no esperaba encontrarla aquí.

—Entonces el guerrero con el que hablé no mentía —dijo Edward—. Buscaban algo más.

—A Isabella —dijo Jasper.

Durante un largo rato, los hermanos se quedaron sentados en silencio. Por mucho que Edward odiase admitirlo. Isabella estaba involucrada, tanto si quería como si no. Tanya quería a Isabella, pero ¿solo por su magia? Si fuese un hombre de apuestas, apostaría por el Beso del Demonio, fuese lo que fuese.

—Tendrás que hablar con ella —dijo Emmett en silencio.

Edward suspiró.

—Lo sé.

—Volverán —dijo Jasper—. No pararán hasta que tengan a Isabella.

Edward se frotó los ojos con el índice y el pulgar.

—Sí, ya lo sé. Y también tenemos que averiguar qué es el Beso del Demonio y qué tipo de magia posee ella.

Jasper se sentó en el sitio que había dejado Edward.

—La próxima vez, Emmett, nos serás de más utilidad si dejas salir al dios.

Emmett miró fijamente a Jasper unos instantes.

—Nunca —gruñó antes de ponerse en pie y marcharse.

Edward esperó hasta que Emmett se hubo marchado y miró a Jasper.

—Podrías haber sido más sutil.

—Es la verdad, tanto si os lo creéis como si no. El guerrero casi mata a Emmett. Si deja que salga el dios, tendrá más fuerza y podrá controlar su poder.

Edward sabía que era verdad, pero entendía por qué su hermano se había negado a ceder.

—Hablaré con él. Hasta entonces, déjale solo.

Jasper se encogió de hombros, pero Edward apretó los puños.

—Cuéntame qué pasó con la aldea —le pidió Edward. Necesitaba saber qué podía y qué no podía contarle a Isabella.

—No queda nada. Los wyrran lo han destruido todo. Empezaron por el convento, por lo que sé. Ni siquiera se salvaron los niños.

Edward sabía de sobra cómo mataban los wyrran. Fueron ellos los que masacraron el clan de los MacMasen.

—¿ No sobrevivió nadie?

—Solo una persona.

Por la expresión cautelosa de Jasper, Edward adivinó que se trataba del viejo que les había dado de comer.

—¿Angus?

—Así es. No le quedaba mucho de vida. Preguntó por Isabella y nos dijo que la mantuviésemos a salvo.

Edward deseó que el hombre lo hubiese conseguido. Tenía información que podía serles de utilidad. Edward miró hacia las escaleras, pensando en la mujer que había agitado sus deseos y despertado una sed que no sabía que tenía. Ya hacía un par de horas que Isabella había huido de su lado. ¿Le parecería suficiente como para darse cuenta de que él no le haría daño?

—Aplazarlo no servirá de nada —dijo Jasper—. Con María siempre era mejor tratar las cosas directamente. No tendría por qué ser distinto con otra mujer.

Edward miró fijamente a su hermano. Jasper no había hablado de María desde que ella y su hijo fueron asesinados.

Jasper sonrió con gesto irónico a Edward.

—Al contrario de lo que puedas pensar, no he olvidado lo que es ser humano, ser marido y padre.

—Nunca lo he dudado.

Edward apoyó una mano sobre le hombro de Jasper antes de subir las escaleras.

—Sé paciente con ella —dijo Jasper.

Edward esperaba que quisiera escucharlo. Al ver el miedo en el rostro de ella, había sentido como una daga en el pecho. Ella confiaba en él, y él la había asustado.

Subió silenciosamente dos pisos y avanzó por el pasillo hasta su dormitorio. El resplandor de una llama parpadeaba en la entrada, y dejó escapar un suspiro que no sabía que estaba conteniendo. No había muchos sitios en el castillo en los que Isabella podía esconderse, pero podía ser que lo hubiese hecho.

Edward dudó en la puerta antes de asomarse para echar un vistazo al dormitorio. La encontró hecha un ovillo con el brazo bajo la cabeza. Había velas encendidas por toda la habitación. Las velas, junto con el fuego, hacían que la habitación estuviese llena de luz.

Se apoyó en el marco de la puerta y miró a Isabella dormir. En la mano tenía algo agarrado contra ella, como si tuviese miedo de que se le cayese. Se estremeció cuando el viento aulló en la ventana.

Edward se acercó hasta la cama y la cubrió con otra manta. No estaba seguro de si era el miedo o el viento lo que la había hecho estremecerse. Podría ser un poco de todo, después de lo que había presenciado aquella noche.

Sin poder evitarlo, acarició con un dedo su mejilla hasta la mandíbula. Su piel suave como un pétalo le encendió. Aunque sabía que debía mantener las distancias, se encontró sentado en la cama, con el cuerpo de ella curvado en torno a él. Su sangre ardía, su corazón palpitaba. ¡Dios santo! ¡Cuánto deseaba probarla, recorrer con la lengua sus carnosos labios y encajar sus curvas a su alrededor!

Sus manos se trasladaron hasta el final de su trenza. Con un movi­miento rápido, la desató con los dedos. Se acercó un mechón a la Isabella e inhaló su fragancia a brezo.

Cerró los ojos, dejando que el aroma lo invadiera. Su cuerpo vibraba de necesidad, con un vivo deseo que solo crecía cuando Isabella estaba cerca.

Cuando abrió los ojos, vio que ella le estaba mirando. Sus ojos caoba tenían un aire precavido, pero también vio un coraje que entibió su corazón. Esperó a que ella hablase. Tenía preguntas que él contestaría.

—¿De verdad ha desaparecido la aldea?

Él asintió.

—Sí, el ataque empezó en la aldea.

—¿Hay algún superviviente? Podrían ser ellos los que necesiten ayuda.

Edward apartó la mirada de su rostro.

—No sobrevivió nadie.

—Oh, Dios mío.

Ella se tapó la boca con la mano y cerró con fuerza los ojos.

Él entendió su dolor. Había sentido algo muy parecido al ver desapa­recer a su clan. Ella se secó las lágrimas y abrió los ojos.

—¿Y los niños?

Él negó con la cabeza, incapaz de encontrar las palabras adecuadas.

Las lágrimas llegaron deprisa, con los labios temblorosos.

—¿Qué ha pasado aquí esta noche? ¿Qué eran esas cosas?

Edward aspiró profundamente.

—Ojalá fuese fácil de explicar, pero no lo es. Esos seres, esas criaturas que viste muertas en el gran salón, surgen del mal y de la magia druida. Se llaman wyrran.

Ella se incorporó y apoyó la espalda en el cabecero, con las rodillas contra el pecho.

—¿Magia? La magia no existe.

Edward no sabía si creerla o no. Sus ojos negros eran claros y honestos y era innegable que su instinto le decía que ella lo creía de verdad. ¿Cómo podía ser que tuviese magia y no lo supiera?

—La magia es real. Fíjate en lo que has visto esta noche. Esas cosas eran muy reales.

—Hay quien dice que los druidas son buenas personas.

—Como ocurre con todo, hay una parte buena y una parte mala.

Ella se humedeció los labios y se secó la última lágrima. Edward apretó la mandíbula para contener un gemido cuando se imaginó probando la boca de ella con la suya propia, deslizando su lengua entre aquellos labios y bebiendo de su embriagador sabor.

Edward se esforzó por mantener su respiración en calma, por recordar que Isabella estaba asustada y necesitaba protección, y no seducción. Sin embargo, sabía que ella encajaría con él perfectamente, que hacer el amor sería extraordinario.

Ninguna mujer le había inspirado esa necesidad, ese anhelo, esa sed. No podía rechazar a Isabella más de lo que acallaba al dios que había en él.

—Tengo que saber lo que está pasando, Edward.

Su voz era más fuerte, el brillo de determinación en sus ojos le decía que no se rendiría hasta que supiera la verdad.

Si Tanya iba en su búsqueda, Isabella se merecía saber la verdad. Toda la verdad. No importaba lo dolorosa que le resultase a él de contar.

—Hace mucho tiempo, en otra época, los romanos intentaron tomar el control de Gran Bretaña.

Ella asintió.

—De Gran Bretaña, pero no de las Highlands.

—Los romanos querían las Highlands, pero los celtas nunca dejaron de luchar. Muchas generaciones vieron a los romanos crecer en número y crecer en territorio a cada año que pasaba. Las tribus celtas lucharon contra los romanos lo mejor que pudieron.

—Pero no pudieron derrotarles porque no se aliaron.

Edward sonrió, impresionado por sus conocimientos.

—Los clanes recurrieron a los druidas en busca de ayuda. Recurrieron a los druidas buenos, los mie, en busca de consuelo y curación. Sabían que lo que necesitaban los celtas estaba más allá de sus habilidades. Los mie buscaban su magia en la naturaleza.

»Pero los celtas a quienes necesitaban era a los otros druidas. Esos druidas, los drough, recurrían a sacrificios humanos y a la magia negra y olvidaban sus auténticos métodos druidas. Los drough sabían que para derrotar a los romanos, los celtas necesitarían ayuda especial.

Isabella apoyó el rostro en sus rodillas.

—¿Qué tipo de ayuda?

Edward se encogió de hombros.

—En aquel momento, estoy seguro de que los celtas, desesperados por recuperar sus tierras, habrían hecho cualquier cosa por echar a los romanos de Gran Bretaña.

—Entonces —instó Isabella—, ¿qué pasó?

—Los drough usaron su magia negra y unos hechizos prohibidos para invocar a unos antiguos dioses que habían sido enterrados tiempo atrás en el infierno. Esos dioses eligieron al guerrero más fuerte de cada clan, y le poseyeron.

Isabella tragó saliva.

—¿Cuántos dioses fueron invocados?

—Nadie lo sabe.

—¿Y los dioses? ¿Cómo eran de antiguos?

Edward miró hacia el fuego.

—Tan antiguos que sus nombres se habían perdido en el tiempo.

—Vaya. Sigue.

—Ahora que los dioses estaban dentro de los guerreros, derrotaron fácilmente a los romanos, forzando su retirada una y otra vez, hasta que Roma dejó Gran Bretaña para no volver nunca.

—Entonces funcionó —dijo ella, con las comisuras de los labios apuntando hacia arriba.

—Funcionó, pero cuando los druidas intentaron devolver a los dioses al infierno, estos se negaron a abandonar a los guerreros. Al no tener a nadie contra quien luchar, los guerreros se volvieron los unos contra los otros.

Ella intentó colocarse más cerca de él. Tenía el ceño fruncido y estaba muy concentrada.

—Seguro que nadie pensó que pasaría algo así.

—No. Tuvieron que unirse ambos grupos de druidas para encontrar un hechizo que retuviese a los dioses dentro de los guerreros, ya que los dioses no pensaban abandonarlos. Mientras un dios está liberado en su guerrero, el hombre es inmortal, y tiene una fuerza inconmensurable y otras habilidades. Cuando los dioses se esconden, los guerreros vuelven a ser mortales.

»Los celtas continuaron con su vida como si nada hubiera pasado. Lo de los guerreros poseídos y lo que habían hecho, con el tiempo, quedó en una mera leyenda. Se olvidó, excepto por parte de las familias de aquellos guerreros. Otros decían que no era más que un cuento para asustar a la gente.

—Pero no lo era —suspiró Isabella.

—Muchos, muchos años después se dice que una sacerdotisa druida del lado antiguo y oscuro encontró un pergamino que narraba la historia. De alguna manera, descubrió cómo hacer aparecer a los dioses que estaban dentro de los guerreros.

Isabella frunció el ceño.

—¿Por qué haría algo así?

—Quería, y quiere, controlar a los guerreros para liderar un ejército como ningún otro en Gran Bretaña. Quiere controlar Gran Bretaña, y el mundo.

—Tú eres uno de esos guerreros, ¿verdad?

Edward exhaló un suspiro y se levantó para acercarse a la chimenea. Apoyó las manos en las piedras y dejó la mirada perdida en las llamas rojas y anaranjadas.

—Hace trescientos años, yo era el segundo hijo del terrateniente MacMasen. Jasper ya estaba casado y tenía un hijo pequeño. Emmett había elegido a su prometida y ésta venía hacia el castillo. Los tres, con veinte hombres MacMasen, nos disponíamos a recibirla, a ella y a sus guardias.

Edward tragó saliva. Nunca había hablado de ese día con nadie, ni siquiera con sus hermanos. Por un acuerdo tácito, habían guardado sus pensamientos para sí mismos.

—Todo iba según lo previsto —continuó—. Recibimos a la prometida de Emmett y empezamos a volver al castillo. Estábamos a kilómetros de distancia cuando vimos el humo. Dejamos a la muchacha con nuestros hombres y Emmett, Jasper y yo vinimos hacia el castillo a caballo.

Hizo una pausa al revivir la escena mentalmente. El olor fétido de la muerte, el inquietante silencio y los cuervos que se daban un banquete con los cadáveres. Sin embargo, nada podía compararse con ver en llamas lo que había sido un animado y bullicioso castillo, o ver a su clan muerto por el suelo. Tantos cuerpos, de hombres y de mujeres, de jóvenes y viejos. La bilis le subió por la garganta cuando recordó haber visto a un niño en brazos de su madre tendido en el suelo con ella.

—Edward, no tienes que hacerlo —dijo Isabella.

Él levantó la mano para silenciarla. Necesitaba hablar de ello. No se había dado cuenta hasta entonces, pero una vez había empezado, no podía parar.

—Cuando vimos el castillo en llamas, sabíamos que algo terrible había pasado. Sin embargo, no oímos gritos de nuestro padre ni de otros hombres, como debería haber ocurrido si hubiesen intentado apagar el fuego. No vimos lo que había pasado hasta que llegamos al castillo.

Se enderezó y se giró para mirar a Isabella. Sus ojos oscuros estaban serios y tan apenados que casi le destrozaban.

—Seguramente atacaron en cuanto nos fuimos, porque los cuervos ya estaban allí, dándose un festín. Mataron a todos los hombres, mujeres y niños. No quedó vivo ni un caballo, ni una oveja o una gallina. Todo estaba muerto. Y quemado.

Cerró los ojos y tragó saliva para evitar las náuseas que le provocaba pensar en el hedor de los fallecidos.

—La muerte flotaba en el aire y lo penetraba todo. No teníamos ni idea de quién había atacado ni por qué. Enseguida, la prometida de Emmett y los otros hombres llegaron al castillo.

»Apenas la mujer vio lo que había pasado, sus hombres la llevaron de vuelta con su familia. Era por su bien. Con la muerte de nuestro padre, Emmett se convertía en señor de un clan que no existía. No sabía qué hacer, no lo sabía nadie.

—¿Intentasteis descubrir quién lo había hecho? —preguntó Isabella.

Él asintió.

—Había mucha gente a la que enterrar, así que quemamos los cuerpos y centramos nuestra atención en la venganza. Los veinte hombres que teníamos con nosotros se dirigieron hacia direcciones distintas para difundir lo que había pasado y ver si podían reunir alguna información. Emmett quería que Jasper y yo estuviésemos en el castillo hasta que los demás volvieran. Dijo que un terrateniente debía quedarse en caso de que alguien del clan fuese liberado e intentase volver.

—Nadie volvió, ¿verdad?

Edward se acercó a la cama y se agachó junto a ella.

—No, no volvió nadie. Pasaron meses sin que supiéramos nada de nuestros hombres. Años después supimos que los habían matado los wyrran de Tanya.

Isabella ladeó la cabeza.

—¿Quién es Tanya?

—Una mujer malvada que espero que no conozcas jamás. Es el origen de todo esto, es la sacerdotisa druida que encontró el modo de liberar a los dioses.

—Dios santo —murmuró Isabella, y se santiguó.

Edward resopló.

—Si hubiésemos sabido lo que nos iba a pasar el día que recibimos su carta, jamás habríamos ido.

Los ojos de Isabella se abrieron de incredulidad.

—¿Fuisteis a ver a Tanya?

—No teníamos ni idea de quién era. Nos dijo que tenía información sobre la masacre de nuestro clan. Por eso, incluso Emmett renunció a quedarse. Nos adentramos en las montañas para encontrarnos con ella. Al llegar allí, nos contó su plan para dominar Gran Bretaña y por qué necesitaba nuestra ayuda.

»Nos dimos cuenta demasiado tarde de que había sido ella quien había asesinado a nuestro clan, pero nos maniató antes de que pudiésemos escapar. Su magia es fuerte, la magia negra suele serlo.

—Hablar de magia en serio me resulta difícil.

—Después de todo lo que has visto esta noche, ¿crees que estoy mintiendo?

Ella sacudió la cabeza y se miró las manos.

—No he dicho eso, solo digo que es difícil de creer.

Edward deseó tener ese problema.

—Vimos de primera mano lo que la magia de Tanya había sido capaz de hacer. Los seres pequeños y pálidos fueron los primeros que invocó, creados por la magia negra, la rabia y el poder. Después, se centró en encontrar a los clanes que tuviesen dioses en el interior de sus guerreros.

—¿Qué os hizo a vosotros?

—Desató a los dioses.

Isabella se encogió de hombros.

—No lo entiendo.

—Cuando los druidas escondieron a los dioses, pasaron de generación en generación, siempre poseyendo a los guerreros más fuertes. Algunas veces el dios pasaba solo a un guerrero, mientras que, en otras, como ocurre conmigo y con mis hermanos, el dios se separó. Solo, Jasper tiene una fuerza considerable, pero cuando los tres luchamos juntos, somos prácticamente invencibles.

—¿Qué pasó después? —preguntó Isabella cuando él se detuvo.

Edward se rascó la barbilla, preguntándose si debía continuar. Entonces se dio cuenta de que así era.

—Una vez liberado nuestro dios, este nos dio el poder de romper nuestras ataduras, aunque fuesen mágicas. Nos fuimos de la montaña pero nos enfurecimos por lo que había hecho. Cuanto más nos enfadá­bamos, más fuerte se hacía nuestro dios. No sabíamos cómo controlar los poderes que teníamos. Pasamos décadas escondidos en las montañas descubriendo en lo que nos habíamos convertido. Peleábamos constan­temente, culpándonos los unos a los otros por lo que había pasado.

—No era culpa de ninguno de vosotros —dijo Isabella.

—Tal vez. Emmett intentó una y otra vez contener a su dios, pero fue en vano. Lo primero que aprendió es que, al emborracharse, el vino apaciguaba al dios. Una vez descubierto eso, siempre llevaba una botella en las manos. El caso de Jasper fue mucho peor. Perdió a su mujer y a su hijo en la matanza. Se sentía responsable de sus muertes, ya que era su obligación protegerlos. A su modo de ver, les había fallado, porque él vivía y ellos no.

—¿Y tú?

—Siendo Jasper incapaz de controlar su ira y poco dispuesto a hacerlo, y estando Emmett siempre ebrio, alguien tenía que cuidar de ellos.

—Y te tocó a ti.

Se encogió de hombros.

—Esa obligación me llevó a aprender cómo controlar al dios que había en mí, a aprender cómo utilizar los poderes en mi beneficio sin liberarlo.

—¿Y te conviertes en lo que me ha atacado esta noche?

—No exactamente—contestó Edward—. Como te decía, cada clan tiene un dios diferente. Cada dios tiene ciertos poderes, o habilidades.

Ella alargó la mano y tocó la de él, moviendo los dedos sobre sus uñas.

—¿Y el dios que hay en ti?

—Apodatoo, el dios de la venganza. Aumenta mi capacidad auditiva y mi velocidad, además de mi fuerza. Y también puedo controlar la oscuridad y las sombras.

—¿Controlarlas?

—Sí, puedo mover las sombras a mi antojo, y usar la oscuridad en mi beneficio.

—¿Cuando quieras?

—No. Solo cuando libero al dios tengo pleno control sobre ese poder. Los demás los tengo siempre.

Ella se mordió el labio.

—El hombre que intentó llevarme era de color ceniza.

—Yo luché con uno de color azul cobalto. Cuando el dios es liberado y controlado, el hombre se transforma y se convierte en el color del que era el dios.

Ella le miró las manos de nuevo.

Edward cerró las manos y apretó los puños.

—Sí, Isabella. Yo también me transformo. Viste a Jasper parcialmente transformado, aunque no creo que te dieses cuenta.

—Sí, sus ojos se volvieron negros.

—Sí. Nuestra piel, nuestros ojos y nuestras garras se vuelven negros. Cada dios tiene un color en el que nos transformamos cuando le liberamos.

Edward se quedó paralizado cuando ella se le acercó y le tocó la Isabella.

—¿Te olvidas de quién eres cuando el dios te controla?

—No, aunque puedo oírle. Siempre puedo oírle aunque no esté liberado. Pero no olvido quién soy, ni a quién estoy protegiendo.

—Si no lo hubiese visto con mis propios ojos, diría que tu historia es imposible de creer. Eres el que me cogió cuando caí, ¿verdad?

—Sí —Edward se humedeció los labios. Era el momento de preguntarle a ella—. ¿Tú tienes magia?

Ella frunció el ceño y sus ojos se volvieron distantes por un momento.

—No... no lo creo.

—¿Sabes por qué los guerreros iban a por ti?

—No —contestó sacudiendo la cabeza.

Él ya se lo esperaba.

—¿Sabes lo que es un Beso del Demonio?

Tras un momento de duda, aflojó algo en su vestido y sostuvo un colgante con un frasco atado a él.

—Creo que esto es lo que quieren.

Edward miró el frasco plateado con un nudo celta a su alrededor. Estaba atado a su cuello por una tira de cuero. ¿Podía ser eso tan pequeño lo que buscaba Tanya?

—¿Qué es eso?

—Sangre de mi madre.

 

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OMG, POBRECITOS, DIOSSSSSSSSS, ODIO A TANYA CON TODAS MIS FUERZAS, COMO LES FUE HACER ESO, QUE HORROR, QUE CULPA TENIAN ESAS PERSONAS?, ¿QUE NECESIDAD DE HACER ESO?, A ESA MUJER NECESITAN QUEMARLA EN LEÑA VERDE........

 

GRACIAS GUAPAS POR ESTAR EN ESTA AVENTURA

Capítulo 5: CUATRO Capítulo 7: SEIS

 
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