LOS HERMANOS MACMASEN (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 27/08/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 390
Visitas: 103278
Capítulos: 57

"FANFIC TERMINADO"

 

Tres hermanos, tres guerreros, unidos no solo por sangre sino  por una fuerza más poderosa, por culpa de una malvada hechicera, Durante trescientos años, han permanecidos alejados del mundo, ocultando al vengativo dios que llevan prisionero en sus almas, pero muy pronto las cosas cambiaran, una épica guerra entre el bien y el mal se avecina, Edward, Emmett y Jasper deberán luchar no solo contra el mal que los ha asechado toda su vida, sino también contra el amor y la pasión que se encontraran en el camino

Todo el poder, la pasión y la magia de los legendarios guerreros de Escocia atados al juramento de luchar por la victoria en la batalla y en el amor.

 

 

adaptacion de los personajes de crepusculo con el libro "Serie Highlander la espada negra de Donna Grant"

 

 

 

 

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Capítulo 7: SEIS

Isabella esperó mientras Edward observaba el frasco. Él se acercaba mucho, pero nunca llegaba a tocarlo. Ella no estaba segura de que lo que el guerrero color ceniza había llamado el Beso del Demonio fuera el frasco que llevaba alrededor de su cuello, pero un débil recuerdo que no era capaz de aclarar en su mente le decía que sí que lo era.

Ella tragó saliva e intentó buscar una respuesta a su pregunta sobre si ella tenía magia. No sabía lo que era la magia así que, ¿cómo iba a saber si la tenía?

¿Y qué significa cuando el frasco se calienta?

Existía una posibilidad de que aquel frasco fuera mágico. Ella era muy joven cuando sus padres fueron asesinados, pero nunca oyó a sus padres hablar de magia. Lo recordaría.

Y, sin embargo... había algo en la pregunta de Edward que la hizo recordar el cosquilleo en sus dedos, los brotes en el suelo, que no estaban allí antes de que ella pusiera sus manos sobre la suciedad del suelo.

Aquello era suficiente como para hacer que se detuviera a pensar.

—¿Qué hay tan importante en la sangre de tu madre? —preguntó Edward.

Ella se encogió de hombros fijando toda su atención de nuevo en Edward.

—Ojalá lo supiera.

Su mirada se hizo más reflexiva mientras se recostaba con los brazos cruzados sobre su pecho.

—Cuéntame lo que sucedió con tus padres, Isabella. ¿Dónde están?

—Muertos.

Ella soltó el frasco, que acabó apoyándose sobre su pecho con un suave ruido sordo.

—¿Eran del clan MacBlack?

Ella dudó. Nunca le había dicho a nadie que recordaba su apellido, pero Edward había sido honesto con ella.

—No. Mis padres eran Sinclair. Las monjas me encontraron perdida en el bosque y me llevaron con ellas al convento, donde me criaron.

Edward suspiró y se giró hacia ella en la cama. Le colocó un mechón de pelo detrás de la oreja y luego posó las manos sobre sus hombros.

—Yo voy a cuidar de ti, Isabella. Te lo prometo. Pero necesito saber lo que pasó con tus padres y la historia de ese frasco. Cuanto más sepa, mejor podré protegerte.

—Lo entiendo.

Y lo entendía, pero solo la idea de abrir la caja de los recuerdos de la muerte de sus padres la hacía estremecerse de pavor. Se rodeó con sus propios brazos para intentar calmarse.

—Son solo recuerdos, Isabella. No pueden hacerte daño.

Ella tragó saliva y miró a los ojos verde mar de Edward. Había tanto cariño y compasión en ellos... Él había compartido su historia con ella. Lo mínimo que podía hacer ella era compartir la suya.

—Solo tenía cinco primaveras. Recuerdo que siempre estaba feliz, que mi madre siempre reía. Ya no puedo recordar su Isabella ni la de mi padre, pero sigo recordando su risa. Y sus sonrisas.

Edward le hizo a Isabella un suave gesto de asentimiento.

—Aquel día mi padre llegaba tarde para cenar. Mi madre andaba de arriba abajo, frotándose las manos y diciéndome que comiera. Yo sabía que algo no iba bien.

—¿Recuerdas a qué clan pertenecíais?

Las manos de Edward empezaron a frotarle los brazos de arriba abajo, dándole calor.

Ella negó con la cabeza.

—No importa. Continúa.

—Cuando mi padre por fin regresó, estaba sudoroso y le costaba respirar. Llevaba su espada en la mano, de la que caían gotas de sangre.

Ella recordaba haber visto una gota de sangre caer de la hoja de la espada e ir a parar a un charco que había en el suelo.

—Mi padre estaba asustado. Mi madre empezó a llorar en silencio y se volvió hacia mí.

Isabella no se apartó cuando Edward la cogió y la acercó contra su pecho. Ella inspiró su esencia y su calor, dejando que aquello la relajara. Ella lo rodeó con sus brazos, sus manos cogidas a su túnica como si él fuera su cuerda de salvamento.

—¿Qué sucedió?

Ella posó la frente sobre su hombro y soltó un tembloroso suspiro.

—Mi madre me puso en un agujero que habían cavado bajo el suelo de nuestra casa. Era lo suficientemente grande para los tres, pero ellos no entraron conmigo. Yo empecé a llorar pidiéndoles que no me dejaran sola.

»Mi madre me dio un beso y me puso su colgante alrededor del cuello. Me dijo que allí estaría segura, que me mantuviera quieta, oyera lo que oyera. Luego empezó a susurrarme unas palabras que no pude entender, pero me dijo que no importaba.

Isabella no podía dejar de temblar. Las manos de Edward la sujetaban firmes y tiernas, tranquilizadoras y alentadoras.

—Te estaban protegiendo —dijo—. ¿Oíste qué era lo que pensaban que iba a por ellos?

—No. Mi padre estaba de Isabella a la puerta con la espada preparada. Me hizo un guiño por encima del hombro y me dijo que todo iría bien. Nunca me había mentido, así que dejé que mi madre me metiera en el agujero. Ella puso la alfombra sobre la puertecilla y me susurró que me quería.

Las manos de Edward ahora habían pasado a su pelo, acariciando los largos y gruesos mechones y masajeándole el cuero cabelludo. Su tacto la ayudó a controlar el miedo que la inundaba ante los recuerdos a los que se estaba enfrentando. Escalofríos de placer le corrían por todo el cuerpo, desde la cabeza hasta los dedos de las manos y los pies. Le gustaba el tacto de Edward. Le gustaba demasiado.

—Estoy aquí—le susurró él—. No he dejado que el guerrero te cogiera antes, y no voy a dejar que los recuerdos te hagan ningún daño ahora.

Él la giró y la cogió en su regazo, con los brazos sujetándola con fuerza.

Con la cabeza apoyada en su pecho y el latido de su corazón bajo su oído, ella encontró las fuerzas para continuar.

—Oí los espeluznantes alaridos y gritos mucho antes de que ataIsabellan la casa. Intenté mirar por entre las tablas del suelo, pero la alfombra lo cubría todo.

»Oí a mis padres susurrar que se querían antes de que la puerta se abriera. Yo grité, pero nadie me oyó. Mis padres lucharon contra ellos, pero todo terminó muy pronto. Luego hubo silencio.

—Luego ¿saliste de allí?

Ella negó con la cabeza.

—Había silencio, pero yo sabía que fuera lo que fuese que hubiera matado a mis padres seguía allí. No pasó mucho rato hasta que empecé a oír que desgarraban la ropa y revolvían las camas. Me senté acurru­cada en el agujero con los gritos de mis padres resonando en mis oídos.

La mano de Edward mantenía su cabeza apoyada contra su pecho, con su dedo pulgar haciendo círculos detrás de su oreja. Su piel se estremecía bajo su tacto.

—¿Cuánto tiempo estuviste allí?

—No lo recuerdo. Estaba demasiado asustada como para salir, pero el hambre me obligó a hacerlo. Cuando salí del agujero y vi lo que habían hecho con mi casa y a mis padres, supe que tenía que irme tan lejos como pudiera.

Isabella tragó saliva y cerró los ojos con fuerza mientras recordaba la visión de su madre en el suelo, con la sangre chorreándole por la boca y sus ojos mirando al vacío.

—¿Entonces fue cuando te encontraron las monjas? —le preguntó Edward.

—Sí, no sé cuánto tiempo estuve andando —respondió ella, adivinando lo que iba a preguntar a continuación. Las lágrimas atascaban su garganta. Los ojos le pesaban cada vez más con cada caricia que le hacía en el pelo.

Nadie la había tocado nunca con tanta ternura. Las monjas habían sido amables, pero nunca pudieron reemplazar a sus padres. Y como ella tenía pensado tomar los hábitos, los hombres del clan MacBlack la eludían.

—Los gritos que he oído esta noche me han recordado a lo que mató a mis padres.

Edward se puso tenso. Su cálido aliento le acarició la mejilla.

—Gracias —le susurró.

Isabella trató de abrir los ojos. Había muchas cosas que necesitaba saber, muchas preguntas que quería hacer, pero sus ojos se negaban a obedecer. Su cuerpo estaba exhausto. Por primera vez en años, se dio cuenta de que no tenía miedo a la oscuridad. No cuando Edward la sujetaba entre sus brazos.

Justo cuando se estaba quedando dormida, le pareció sentir los labios de Edward en la frente.

 

 

Edward observaba la belleza que tenía entre los brazos. Isabella había tenido que enfrentarse a un duro golpe con la pérdida de sus padres. Le podían haber sucedido infinidad de cosas mientras deambulaba por las Highlands. Por suerte, las monjas la habían encontrado.

Fueron los wyrran los que habían matado a sus padres. Pero ¿por qué? Él estaba prácticamente convencido de que su madre había utilizado algún tipo de magia druida para esconder a Isabella, y puede que incluso para que los wyrran no encontrasen el colgante.

Edward no sabía mucho de druidas. De hecho, apenas sabía nada, aparte de que había druidas buenos y malos, lo cual no podía ayudar a Isabella. Por lo que él sabía, solo los druidas podían utilizar la magia como había explicado Isabella. Pero si sus padres eran druidas, ¿por qué quería matarlos Tanya?

Volvió a pasar los dedos por los castaños cabellos de Isabella, dejando que el fresco y suave pelo se deslizara entre sus manos. No podía recordar la última vez que había tocado el cabello de una mujer, o que se había preocupado por una.

Los últimos trescientos años le habían hecho pensar en muchas cosas que él había dado por supuestas. Como tocar a alguien. Edward no se fiaba de estar al lado de una mujer desde que Tanya había dejado libre al dios de su interior.

No importaba lo fuerte que hubiera sido su necesidad, siempre acababa arreglándoselas él solo. No se podía permitir el lujo de exponer a nadie a lo que él era realmente. Y, sin embargo, en sus brazos tenía a una mujer que no solo había visto en lo que se podía convertir, sino que además seguía permitiéndole reconfortarla mientras revivía dolorosos recuerdos.

Ella había escuchado su historia, sabía la verdad y seguía mirándolo con unos oscuros e inconmensurables ojos llenos de confianza. Nunca había visto a nadie tan hermoso, tan impresionante. Si la hubiera visto antes de aparecer Tanya, hubiera hecho de Isabella su esposa. Había algo especial en ella, algo innatamente puro que lo atraía a un nivel que no podía, ni quería, ignorar.

Durante aquellos trescientos y pico años extraños, nadie le había llegado tan adentro como Isabella. Él se movió y gimió al notar que su miembro rozaba las caderas de ella. El deseo, cálido y violento, atravesó su cuerpo, haciendo que su erección fuera dolorosa.

Isabella murmuró y se acurrucó contra él. Tenía los labios entreabiertos v respiraba con tranquilidad mientras dormía. Él sabía que tenía que acostarla y dejarla dormir, pero no podía dejarla. Sus curvas eran demasiado suaves, su perfume demasiado dulce.

Su sed de ella demasiado grande.

No. No dejaría a Isabella. No la dejaría ahora. Y puede que no la dejara nunca.

 

 

Emmett observaba a Edward desde las sombras del pasillo. El modo en que acariciaba el pelo de Isabella y la mantenía suavemente en su regazo hizo que Emmett se diera cuenta que la existencia de los hermanos ya nunca podría seguir como había sido hasta entonces, al menos para Edward.

Contemplaba el rostro de su hermano, el anhelo, el deseo y la necesidad entremezclados mientras miraba a Isabella. Emmett nunca había visto a Edward mirar así a una mujer y, lo quisiera Emmett o no, Isabella ya formaba parte de sus vidas.

Aunque solo el tiempo sabía cuánto duraría aquello.

De ningún modo Emmett se permitiría preocuparse por ninguna mujer, teniendo al dios en su interior no. Por una simple razón, él era inmortal y sobreviviría a todo el mundo. Por otra simple razón, él era un monstruo. Ninguna mujer podría soportar en lo que él se convertía cuando no estaba ebrio de vino.

Y ninguna mujer querría a un tipo en continuo estado de embriaguez.

Emmett se retiró de la escena que estaban protagonizando Edward e Isabella. Le dolía demasiado ver la desesperación con la que Edward quería a aquella mujer. Si estuviera en manos de Emmett ofrecérsela, se la ofrecería.

Hubo un tiempo en que Emmett se creía invencible. Él iba a ser el próximo jefe del temido y respetado clan MacMasen. Con qué rapidez había cambiado todo, en cuestión de horas.

Ahora era el jefe, pero un jefe sin clan ni tierras. No era nada.

No. Eres un monstruo, incapaz de controlar tus propios sentimientos.

La ira y la desesperación desgarraban a Emmett. Sentía que el dios luchaba por salir, deseando liberarse, para utilizar los poderes que tenía. Emmett se apresuró a bajar al salón y cogió una botella de vino medio vacía. Bebió sin parar hasta que ya fue incapaz de sentir al dios en su interior.

Solo entonces la ira en el interior de Emmett se calmó. Apoyó la cabeza sobre sus manos y se dio cuenta de que les había fallado a sus hermanos. Como el mayor que era, debería haber sido el que aprendiera a controlar el dios como había hecho Edward. Como el mayor que era, debería haber sido capaz de ayudar a Jasper con su ira y su dolor. Como el mayor que era, debería ser el que afrontara los problemas de su familia en lugar de perderse en el vino.

Pero no podía.

El tormento de saber en lo que se había convertido después de que Tanya liberara el dios había dejado una profunda cicatriz en el alma de Emmett. Ya no confiaba en su propio juicio. Era incapaz de utilizar el título de jefe o de intentar organizar a su familia.

Su padre estaría avergonzado de él, pero una vez más, su padre no había podido ver lo que Emmett había hecho cuando el dios crecía en su interior. Emmett había descuartizado animales, había destruido todo lo que se había encontrado en su camino. ¡Dios mío, había atacado a sus propios hermanos!

Gracias a Dios que ellos también eran inmortales, o hubiera tenido que arrastrar también sus muertes en su conciencia.

 

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OOOOOOOOOOOOOH EDWARD ES UN AMORRRRRRRRR, QUE LINDO ES EL, ¿QUIEN NO SE SENTIRIA ASI EN SUS BRAZON?, LO DE EMMETT ES PREOCUPANTE, ESPERMOS QUE NO QUIERAN INTERPONERSE EN ALGO QUE PUDA SURGIR ENTRE ISABELLA Y EDWARD,

 

GRACIAS CHICAS POR SU APOYO, TODOS SUS COMENTARIOS ME AYUDARON EN MI DEPRECION MOMENTANEA JAJAA, CONTINUARE CON LAS HISTORIAS, GRACIAS A TODAS, MAÑANA LES DIRE LOS PORMENORES DE LA SIGUIENTE HISTORIA, YA QUE "CALAMITOSA" TERMINA MAÑANA.

BESITOS GUAPAS

 

 

 

Capítulo 6: CINCO Capítulo 8: SIETE

 
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