LOS HERMANOS MACMASEN (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 27/08/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 390
Visitas: 103262
Capítulos: 57

"FANFIC TERMINADO"

 

Tres hermanos, tres guerreros, unidos no solo por sangre sino  por una fuerza más poderosa, por culpa de una malvada hechicera, Durante trescientos años, han permanecidos alejados del mundo, ocultando al vengativo dios que llevan prisionero en sus almas, pero muy pronto las cosas cambiaran, una épica guerra entre el bien y el mal se avecina, Edward, Emmett y Jasper deberán luchar no solo contra el mal que los ha asechado toda su vida, sino también contra el amor y la pasión que se encontraran en el camino

Todo el poder, la pasión y la magia de los legendarios guerreros de Escocia atados al juramento de luchar por la victoria en la batalla y en el amor.

 

 

adaptacion de los personajes de crepusculo con el libro "Serie Highlander la espada negra de Donna Grant"

 

 

 

 

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Capítulo 11: DIEZ

Isabella se levantó de la bañera de madera y cogió la toalla. Había sido una sorpresa encontrar la bañera en su dormitorio, llena de agua caliente y humeante. Estaba segura de que había sido Edward quien había subido la bañera y el agua por las escaleras.

No había pensado en lo cansada que estaría después del entrenamiento de la mañana, pero el baño había hecho milagros en sus doloridos músculos. Después del almuerzo, el resto del día había pasado volando, Edward le había enseñado lugares donde esconderse y varias maneras de salir del castillo. Ella creía que no las recordaría todas, pero él dijo que era importante que lo hiciera.

Estaba tan agotada que no recordaba haber cenado, pero sí recorda­ba que había sido otro rato silencioso. El único comentario de Emmett había sido que el pescado que había cogido Jasper estaba mejor que el ave. Ella había querido cocinar, pero Jasper ya lo había hecho todo. Como el cuerpo le dolía tanto, no se quejó. Por lo menos, durante la cena Jasper habló, aunque lo único que dijo fue que el castillo era seguro.

Isabella sacudió la cabeza. Era imposible que tres hermanos, por muy inmortales y poderosos que fueran, pudieran defender solos un castillo tan grande y en ruinas.

Se tocó el frasco de plata que colgaba entre sus pechos. Desde que su madre se lo diera solo se lo había quitado una vez del cuello. ¿Qué tenía la sangre de su madre para que Tanya la quisiera?

Intentaba recordar la noche en que mataron a sus padres; intentaba recordar si su madre le había dicho algo más. Isabella había llorado y no había querido meterse en el agujero de debajo de casa. Su madre le había hablado todo el tiempo, pero ella no recordaba ni una palabra de lo que le había dicho.

Se quitó la toalla y cogió el camisón que había cogido en la aldea. Se lo acababa de poner por la cabeza y lo había dejado caer hasta el suelo cuando oyó que Edward la llamaba.

Una parte de ella se preguntó qué habría hecho si él hubiera entrado cuando estaba desnuda. La otra parte se alegró de que no lo hubiera hecho, porque ella habría hecho el ridículo, estaba convencida.

—Sí —respondió ella—, estoy aquí.

Él salió de las sombras, sus hombros ocupaban toda la puerta.

—¿Te encuentras mejor? —Su voz era más baja de lo normal, áspera y llena de emoción. Y que Dios la ayudara, pero la excitaba.

—Sí.

Él se movió para esconder su rostro en la sombra, escondiendo sus ojos. Isabella dio un paso hacia él y al mismo tiempo se acercó a la chimenea.

—Vamos a hacer turnos para vigilar durante la noche —dijo.

—Aunque no creáis que vayan a atacar esta noche.

—Todo es posible, y es mejor estar atentos.

Ella se humedeció los labios y se plisó la falda con los dedos. Cuanto más se alargaba el silencio entre ellos, más consciente era ella de su presencia. Él estaba quieto como un árbol, e incluso en la oscuridad ella sabía que la miraba.

—Di algo —le rogó.

—¿Qué?

—Cualquier cosa.

En dos zancadas él estaba ante ella, con los ojos ardientes de deseo. Isabella dio un paso atrás, sobresaltada por su intensidad. Él la siguió. El corazón de ella empezó a latir con fuerza. Sintió excitación y un poco de miedo. Dio otro paso atrás, y como se imaginaba, él la siguió. Su respiración se aceleró, su pecho subía y bajaba con rapidez mientras esperaba. Un latido más tarde los brazos de Edward la envolvieron, acercándola contra su duro pecho.

—¿Eres una bruja, Isabella?

Él le acarició el pelo. Las vibraciones de su voz la hicieron estremecerse.

—N... no.

—Me has hechizado. No puedo dejar de pensar en ti.

Su mirada se encontró con la de ella, después él bajó la cabeza y entró en contacto con su boca. Le mordisqueó y le lamió los labios, acoplando el cuerpo de ella contra el suyo. Los brazos de ella envolvieron su cuello. Le encantaba la sensación de sus fuertes músculos moviéndose bajo sus manos.

Ella se puso de puntillas y separó los labios cuando él quiso entrar en su boca. Él gimió, un sonido masculino y primitivo, cuando sus lenguas se tocaron.

Isabella se derritió contra él. Todos sus miedos y preocupaciones habían desaparecido, habían sido sustituidos por la pasión y el placer. Él la empujó contra la pared, pero sus cuerpos no se separaron. El beso se intensificó, hasta que la piel de Isabella pareció estar ardiendo. Edward apretó a Isabella contra él, deleitándose con el tacto de sus suaves curvas. Durante todo el día había deseado volver a besarla, ver si podía volver a sentir otra sacudida como la del primer beso. No se había equivocado. La sacudida estaba allí, y todavía más fuerte.

Pero él no había ido con la intención de besarla de nuevo. Había ido a decirle que él haría la primera guardia, pero cuando llegó al dormitorio y la vio desnuda dentro de la bañera, había perdido todo el control.

En la oscuridad del pasillo había reunido las sombras a su alrededor y la había mirado mientras se secaba, y había estado a punto de gritar cuando cubrió sus espectaculares curvas con el sencillo camisón blanco. Hasta que ella se puso delante del fuego y él pudo ver a través del material. Su pene se había puesto tan duro que le dolía. Marcharse no era una opción. Poseerla, sin embargo, sí.

Edward gimió cuando sus grandes pechos se apretaron contra su cuerpo. Su hambre lo consumía, lo impulsaba a tenerla más, a saborearla más. Apretó su pene contra ella y oyó su suave gemido de placer.

Él le cogió los pechos, disfrutando de su delicioso peso y de cómo le llenaban las manos. Le pasó el pulgar por el pezón, dando vueltas a su alrededor hasta que la pequeña protuberancia estuvo dura y tiesa.

Isabella gimoteaba en su boca. Su beso se volvía desesperado a medida que su cuerpo se estremecía contra él. Él besó la esbelta columna de su garganta y siguió bajando para provocar al pezón. Ella metió las manos entre su pelo, cogiéndole la cabeza.

—Edward —murmuró.

El sonido de su nombre en sus labios lo encendió. Había pasado una eternidad desde la última vez que una mujer había dicho su nombre con pasión y deseo.

Sus manos llegaron hasta sus caderas, aguantándola mientras restre­gaba tu dolorido pene contra la blanda turgencia de su vientre. Le agarró las nalgas y la apretó contra sí, colocando su sexo contra el de ella. El grito ahogado de sobresalto de Isabella se convirtió en un suave gemido.

La necesidad de meterse dentro de su cálido y húmedo sexo lo consumía, lo gobernaba. Él le levantó una pierna, cogiéndosela por detrás de la rodilla, y siguió empujando contra ella. Sus suaves gemidos se habían convertido en una especie de maullidos, y cuando la levantó aún más, él notó su cálida respiración en su cuello.

Él se agachó y cerró la boca alrededor de un duro pezón, lamiéndolo a través de la tela de su camisón. Ella susurró su nombre; su cuerpo temblaba con una necesidad que ella no entendía. Pero Edward sí. Él conocía el seductor placer que les aguardaba, y no podía esperar a tenerla desnuda ante sí, con su cuerpo abierto a él con toda su gloria.

Su orgasmo estaba tan cerca, y hacía tanto que no tenía uno que derramaría su semilla si no entraba dentro de ella enseguida o se marchaba de allí. Isabella aún mantenía su virtud, de eso estaba seguro. Su primera vez no podía ser salvaje y dolorosa, y eso era exactamente lo que sería, ya que él no podía controlarse.

—No pares —susurró ella—. No pares.

Edward gimió y pasó la boca a su otro pezón y empezó a mordisqueárselo. Ella gritó, su cuerpo continuaba apretándose contra el de él.

Él estaba a punto de perder el control. El dios de su interior estaba cada vez más ansioso, pidiendo ser liberado del deseo que aporreaba a Edward. Él pudo notar como su piel cambiaba, como sus garras y sus dientes se alargaban. Por el rabillo del ojo pudo ver como las sombras se movían hacia él, como la oscuridad se cerraba a su alrededor a medida que aumentaban sus poderes.

Se apartó de Isabella de una sacudida y tropezó hacia atrás. Ella se cogió a la pared para mantener el equilibrio y lo miró con sus ojos caoba confundidos y llenos de pasión.

—¿Edward, he hecho algo mal?

¡Por el amor de Dios!

—No, Isabella. No.

—Entonces, ¿por qué has parado?

—Porque si no lo hubiera hecho, te habría poseído.

Ella se lamió los labios hinchados por los besos, haciendo que sus testículos se tensaran.

—Yo... yo quiero que me poseas.

Él cerró sus manos en un puño.

—Así no. Hace demasiado tiempo para mí. No puedo controlar el hambre que tengo por ti, y te haría daño.

—No, no me lo harías.

Su fe en él le conmovió. Pero él sabía que en su ansia por penetrarla le haría daño. Se alegró al ver que las sombras y la oscuridad se habían retirado. Emmett tenía razón, Isabella merecía un buen hombre, un hombre mortal. No uno con Apodatoo, un dios primigenio de la venganza, en su interior.

—Duerme un poco —le dijo Edward, y volvió a las sombras del pasillo—. Yo te protegeré.

Cuando estuvo oculto entre las sombras la observó como había hecho antes. La angustia de sus ojos lo hacía sentir como el monstruo que era. Cuando ella se abrazó a sí misma y se meció adelante y atrás, Edward estuvo a punto de caer de rodillas.

Él había sido quien le había despertado la pasión. La había dejado en un estado de agonía y su cuerpo no estaba acostumbrado a los sentimientos que bullían en su interior.

Edward sabía que debía volver y hacerla llegar al clímax, pero no confiaba en sí mismo. Estaba demasiado cerca del límite. En lugar de eso, la observó hasta que ella se calmó lo suficiente como para encender todas las velas del dormitorio y meterse en la cama.

Su cama.

Él echó la cabeza hacia atrás, apoyándola contra las piedras, y maldijo en silencio. Quería tenerla en su cama, sentir cómo sus piernas lo agarraban mientras él penetraba tan adentro de ella que le tocaba la matriz. Quería escucharla gritar su nombre cuando llegaba al orgasmo, sentir que su cuerpo se apretaba contra el de él y lo dejaba seco mientras derramaba su semilla en su interior.

Cuando tuvo el control para mirarla sin arrancarle el camisón abrió los ojos y descubrió que su respiración había pasado a ser sueño.

Solo entonces la dejó.

 

 

Jasper estaba de pie en el patio interior y apretaba los hombros. Su cuerpo se tensaba mientras se contenía. Había caído la noche, la luna solo era una fina silueta entre las brillantes estrellas. Necesitaba merodear, recorrer las Highlands como hacía normalmente por las noches cuando no podía enfrentarse a sí mismo.

Correría, con el viento haciendo que le escocieran los ojos, mientras cedía a sus impulsos primarios y olvidaba el hombre que era.

El hombre que solía ser.

Maldijo a Tanya y a sus wyrran, que le habían arrebatado su vida y a su familia. María había sido pura y dulce, tímida con todos excepto con él. Con él se había abierto y había dejado ver cuánto amor tenía para dar. Le había mostrado una vida sencilla de felicidad y armonía.

Ella lo había querido profundamente. A su manera. Cuántas noches se había escapado a dormir con ella en sus brazos solo para escucharla susurrar que le quería, que lo era todo para ella.

Jasper nunca le dijo que la quería. María parecía que no lo esperaba ni lo deseaba. Ahora él se preguntaba si ella habría esperado o querido que le dijera aquellas palabras o si él había pensado que ella no las necesitaba. La idea de que había sufrido, de que él no había llegado antes de que muriera, hacía que el dolor que sentía dentro de sí aún le quemara más. Después de todos aquellos años él aún sentía su pérdida, y la de su hijo, un hijo al que jamás podría enseñar a disparar un arco y una flecha, a montar a caballo o a blandir una espada.

El rencor brilló en sus ojos. Haría que Tanya pagara por aquello. Moriría lentamente en sus manos por todo el dolor que había causado con su sed de dominación. Él vería la vida desaparecer de su Isabella, vería su sangre derramarse por el suelo como lo había hecho la de María.

Edward hacía la primera guardia, y Emmett estaba dentro del castillo, con su vino. Jasper no podía quedarse en el castillo, como hacían Edward y Emmett. En cada esquina había demasiados recuerdos que cada día hacían aumentar su ira.

No faltaba mucho tiempo para que el dios del interior de Jasper tomara el control completamente. Él desaparecería. Y quizá aquello tampoco era tan malo. Había sufrido demasiado, soportado demasiado, para querer seguir adelante. Saber que era inmortal solo hacía que los días fueran más insoportables.

Era una de las razones por las que tomaba tantos riesgos. Ninguno de sus hermanos le decían nada porque lo entendían. Pero ellos no sentían tanto dolor como él. Ellos no habían perdido a una mujer y a un hijo. No habían perdido toda su vida.

La cabeza de Jasper se tensó cuando sus oídos escucharon un ruido. Ciervos. Fue a por el arco y la flecha que tenía cerca de la puerta del castillo y se escondió entre las sombras.

Los hermanos no cazaban con frecuencia por miedo a ser vistos, pero ahora que Angus no estaba para traerles comida, cazar era una necesidad.

Jasper sonrió. No iría a recorrer las Highlands, pero cazaría una valiosa pieza.

 

 

Edward estaba sentado en lo alto de la torre medio derrumbada de la fachada izquierda del castillo. No era la torre más alta, pero proporcio­naba una buena visión de la aldea MacBlack, y, además, le daba a Edward un punto de ventaja si decidían atacarles más guerreros.

No lo harían, esa noche no. Pero pronto sí.

Edward se movió sobre las piedras y divisó un ciervo cerca del acantila­do. Se puso tenso, preguntándose si debía ir a por su arco. Iban a necesitar comida, y matar un ciervo con sus garras era demasiado sucio. Hasta Jasper, cuando cazaba, lo hacía con el arco. Les permitía mantener sus cuerpos activos, que era por lo que seguían entrenando con las espadas.

Justo cuando iba a ir a por el arco, Edward vio movimiento en una sombra fuera del muro del castillo. Un instante después, Jasper tensó su arco e hizo volar una flecha, que se clavó en el cuello del ciervo. Jasper ya estaba al lado del ciervo antes de que cayera al suelo.

Edward observaba a su hermano pequeño. Echaba de menos los días de risas y bromas con sus hermanos. Si hubiera algún modo de ayudar a Jasper con el dolor que soportaba, Edward haría lo que fuera. Pero Jasper nunca hablaba de María. Nunca pronunciaba siquiera el nombre de su hijo.

Edward sufría por Jasper, igual que sufría por Emmett. Había muy pocas cosas que Edward podía hacer por sus hermanos, y no eran suficientes. Los estaba perdiendo, ya llevaba tiempo perdiéndolos, y no era capaz de hacer nada. Nada de lo que hacía, nada de lo que decía, los ayudaba.

Se frotó la barbilla y se puso tenso cuando vio el parpadeo de una llama en la aldea. Cuando miró a Jasper vio que su hermano también había visto algo. Jasper saltó por el lateral del acantilado hasta las rocas de abajo con el ciervo sobre los hombros.

Edward se puso en pie, dobló las rodillas y puso las manos sobre las piedras. Jasper volvería al castillo para avisar a Emmett.

Forzando los oídos por encima del rugido del mar, Edward intentó escuchar los sonidos de la aldea. Oyó la patada del casco de un caballo, la tos de un hombre, pero no sabía cuántos había.

Edward miró alrededor del castillo para asegurarse de que no había nada que hiciera que los hombres fueran hasta allí. Cuando vio la luz del dormitorio de Isabella se quedó paralizado. Estaba en la parte de atrás y era muy difícil que la vieran desde la aldea, pero no imposible. Era un riesgo que no podían correr.

Edward saltó desde el borde de la torre a las escaleras de abajo. Siempre había odiado aquellas escaleras estrechas y curvadas, y ahora que la mayor parte de la zona alta de la torre se había derrumbado sobre los escalones, aún era más complicado andar por ellas.

Mientras bajaba corriendo por las escaleras hasta el pasillo mantuvo la mano en la pared. Cuando se detuvo en la puerta del dormitorio rezó porque Isabella estuviera dormida. Su miedo a la oscuridad no dejaría que apagara las velas y el fuego.

Vela a vela fue apagando las llamas con los dedos pulgar e índice hasta que solo quedó una. Entonces no pudo evitar mirar a Isabella. Estaba de lado, de espaldas a él, sus curvas marcadas por la sábana que abrazaba su cuerpo. La trenza descansaba sobre la almohada, y tenía unos tirabuzo­nes enrollados alrededor de las orejas y el cuello.

Cuando apagó la última vela se volvió hacia la chimenea. Por suerte, toda la leña ya había ardido y solo quedaban las ascuas. Rápidamente, las tapó y corrió hacia la puerta.

Solo se detuvo cuando Isabella se dio la vuelta.

 

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AAAAAAA COMO LA FUE A DEJAR A MEDIASSSSS !POR DIOS! YO LO MATABA JAJAJA, ¿PORQUE LE HACEN TANTO DE EMOCION SI AMBOS SE DESEAN TANTO?.....POBRE JASPER ESTA MUY TRAUMATISADO, CON EL HECHO DE PERDER A SU MUJER Y A SU HIJO, CON JUSTA RAZON ESTA TAN ALTERADO Y FURIOSO.

 

BUENO CHICAS GRACIASS POR ESTAR EN ESTA AVENTURA BESITOS.

Capítulo 10: NUEVE. Capítulo 12: ONCE

 
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