LOS HERMANOS MACMASEN (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 27/08/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 390
Visitas: 103244
Capítulos: 57

"FANFIC TERMINADO"

 

Tres hermanos, tres guerreros, unidos no solo por sangre sino  por una fuerza más poderosa, por culpa de una malvada hechicera, Durante trescientos años, han permanecidos alejados del mundo, ocultando al vengativo dios que llevan prisionero en sus almas, pero muy pronto las cosas cambiaran, una épica guerra entre el bien y el mal se avecina, Edward, Emmett y Jasper deberán luchar no solo contra el mal que los ha asechado toda su vida, sino también contra el amor y la pasión que se encontraran en el camino

Todo el poder, la pasión y la magia de los legendarios guerreros de Escocia atados al juramento de luchar por la victoria en la batalla y en el amor.

 

 

adaptacion de los personajes de crepusculo con el libro "Serie Highlander la espada negra de Donna Grant"

 

 

 

 

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Capítulo 8: SIETE

HOLA GUAPAS, LAMENTO NO HABER ACUALIZADO AYER PERO SABEN QUE SIEMPRE LAS COMPENSO, MI INTERNET ESTABA SUPER LENTO, ASI QUE AQUI LES TENGO EL CAPITULO DEL MARTES QUE LO DISFRUTEN

 

Isabella se dio la vuelta y se estiró. Había dormido profundamente, sin despertarse, como solía pasarle a causa de las pesadillas en las que aparecían criaturas con inquietantes alaridos y los gritos de sus padres.

Abrió los ojos y vio los primeros rayos del amanecer entrando por la ventana e inundando el dormitorio. Le sorprendió encontrar todas las velas apagadas y las ascuas del fuego apenas visibles. Sin embargo, no tenía frío.

Edward.

En un abrir y cerrar de ojos, los acontecimientos del día anterior le pasaron por la mente, desde su mortífera caída, al ataque y los recuerdos compartidos entre ella y Edward. El la había cogido entre sus brazos, la había reconfortado cuando ella estaba a punto de desfallecer. Su lustroso y fuerte cuerpo la había mecido, despertando en ella un deseo, unas ansias de tocarlo y acariciarlo. De descubrir al hombre que había bajo la ropa. Ella agachó la cabeza, avergonzada por sus pensamientos, pero a pesar de la vergüenza, aquellos pensamientos no desaparecían, al contra­rio, su mente se había hecho más desIsabellada.

Su boca había estado muy cerca de la de ella. Si ella hubiese inclinado la cabeza, podría haber rozado sus labios con los suyos. Un sentimiento cálido se esparció por su cuerpo mientras imaginaba cómo habría sido besar a Edward MacMasen. Él era un guerrero, un hombre de las Highlands con una sexualidad salvaje, que hubiera hecho incluso que la hermana Abigail tuviera aquellos pensamientos.

Isabella se sentó y descubrió un hueco en la cama. Se inclinó y pasó las manos sobre las mantas. Todavía desprendían un poco de calor y se podía adivinar el aroma a sándalo, lo que significaba que Edward había estado con ella toda la noche.

Solo el hecho de saber lo que él era, lo que había en su interior, debería haberla aterrorizado. Pero él la había salvado, la había protegido de todas las cosas que habían intentado apartarla de él. No debería confiar en él, pero se dio cuenta de que lo hacía.

Apartó las mantas y vio sus zapatos y sus medias cerca del fuego. Con una sonrisa, se apresuró a vestirse. Hasta que no empezó a descender las escaleras hacia el salón no se preguntó si los cuerpos sin vida seguirían allí.

Con la mano posada sobre las piedras de la pared que tenía al lado, bajó lentamente y escrutó el gran salón. No había ningún cuerpo ni se podía adivinar el más mínimo rastro de sangre. Todo estaba justo como había estado antes del ataque. Incluso Emmett estaba sentado en el banco, recostado sobre la mesa, con un brazo tapándole los ojos. Después de la historia de Edward, pudo comprender por qué Emmett bebía de aquel modo.

Jasper entró en el salón a grandes zancadas y se dirigió a la mesa, su pelo castaño claro se movía al viento. Al ver a Jasper, a Isabella se le partió el corazón. Después de trescientos años, todavía no había podido superar la pérdida de su mujer y su hijo.

Isabella bajó los últimos escalones y miró hacia el fuego. De algún modo sabía que Edward estaría allí. Él estaba de pie de espaldas al fuego, mirándola.

Solo el hecho de mirarlo hizo que sintiera un pequeño escalofrío por todo el cuerpo, haciéndola consciente de su presencia. Ella se dirigió directamente al fuego y no se detuvo hasta ponerse justo delante de él.

—Buenos días —dijo Edward.

Su voz era profunda y rica, se deslizaba hacia ella del mismo modo que lo hacía su mirada.

—Buenos días. He encontrado mis zapatos —le dijo, y levantó sus faldas para mostrárselos.

En la comisura de su boca descubrió una sonrisa.

—Pensé que los necesitarías. Y las medias.

Isabella miró al fuego al sentir como su cuerpo ardía bajo la atenta mirada de Edward.

—Has pasado la noche conmigo.

Él asintió con la cabeza.

—Gracias. No había dormido tan bien en muchísimo tiempo.

—Un placer. —Él le hizo un gesto hacia la mesa—. ¿Tienes hambre? No tenemos mucho.

Ella lo siguió a la mesa. Emmett había levantado la cabeza. Tenía los ojos legañosos y se pasó las manos por el pelo. Jasper se deslizó en el banco al lado de Emmett a la vez que Edward se sentaba al lado de Isabella.

Aunque intentó ignorar las miradas de los hermanos, le resultó imposible. Finalmente, se puso las manos en el regazo y dijo:

—Gracias a todos por salvarme anoche.

Emmett bajó la mirada, apartándola de la suya.

—El guerrero casi te captura.

—Pero no lo hizo —añadió ella.

Bajo la mesa, Edward le había cogido la mano. Ella lo miró, sorprendida de cómo su corazón se había acelerado solo con aquel simple gesto.

—Edward nos ha contado tu historia —dijo Jasper entre dientes—. ¿No recuerdas a qué clan pertenecías?

Ella negó con la cabeza.

—Ojalá lo supiera, pero no sé si eso cambiaría algo.

—Lo cambiaría —dijo Edward—. ¿Recuerdas que te dije que había algunos clanes dominados por el bien? Tu clan podría ser uno de ellos.

—Me pareció entender que no sabíais que clanes estaban involucrados en todo esto, y no entiendo en qué sentido puede ayudar la sangre de mi madre.

Emmett tosió tapándose con la mano.

—El guerrero dijo que había venido a por ti y a por el Beso del Demonio.

—Creo que el Beso del Demonio es el colgante de mi madre —dijo ella, y se sacó el frasco de debajo del vestido. No quiso quitárselo, así que se inclinó para que Emmett y Jasper pudieran verlo.

Cuando ya lo habían visto, ella volvió a sentarse y recorrió con sus dedos el frío metal del frasco. El recuerdo que la había atormentado mientras le contaba la historia a Edward había vuelto a aparecer en sus sueños.

—Oí a mi madre llamarlo el Beso del Demonio solo una vez, una noche muy tarde cuando pensaba que estaba dormida. Mi padre le dijo que algo iba a venir a por ella. No lo había recordado hasta anoche.

El pulgar de Edward acariciaba sus nudillos.

—¿Dijo tu padre qué era lo que iba a venir?

—No.

—¿Y nunca los oíste hablar de magia o de druidas? —preguntó Emmett.

Isabella negó con la cabeza.

Jasper apartó el plato que tenía delante y se puso a tamborilear con los dedos contra la mesa.

—¿Por qué quiere Tanya a Isabella y el colgante?

—¿Tanya? —repitió Isabella—. No puede ser la misma Tanya que despertó a vuestro dios.

—Créeme, sí que lo es —dijo Emmett desprendiendo odio en cada palabra—. Puede que no lleve a ningún dios en su interior, pero es inmortal gracias al conocimiento que tiene de la magia negra.

Isabella se dio cuenta de que el poco apetito que tenía se había desvane­cido. Esperaba no tener que encontrarse nunca con aquella Tanya que había destruido el clan MacMasen, a los hermanos y ahora a la gente de Isabella. Demasiado tarde se había acordado de la aldea.

—Quiero ver la aldea.

Edward dejó de acariciarle la mano.

—No estoy seguro de que sea una buena idea. No hemos tenido oportunidad de enterrar a los muertos.

—Necesito verla. —Ella miró en sus ojos verdes y vio preocupa­ción—. Por favor, Edward.

Los hermanos intercambiaron una mirada. Edward soltó un suspiro e hizo un rápido movimiento con la cabeza.

—Solo si prometes no separarte de nosotros. Tenemos que ir todos juntos.

—¿Acaso esperas que esas... cosas... vuelvan a atacar tan pronto?

Jasper dio un resoplido.

—No hay lugar a dudas de que los wyrran atacarán de nuevo. Te quieren a ti y a ese frasco, sin mencionar que Tanya haría cualquier cosa por tenernos a nosotros de nuevo bajo su control. Estoy convencido de que volverá a enviar a sus criaturas para atacarnos.

—Esta vez con más wyrran —añadió Emmett.

Isabella giró la mirada hacia Edward. Tenía la mandíbula tensa y un músculo le temblaba en la mejilla.

Después de un momento de silencio, Jasper se levantó y puso un pie sobre el banco.

—Si Isabella va a quedarse, y al parecer va a hacerlo, necesitará aprender a defenderse por sí sola.

—No tiene nada que hacer frente a un wyrran.

Emmett le lanzó una mirada a Jasper con la que le decía que no estaba pensando con claridad.

Edward, que todavía le mantenía cogida la mano a Isabella, puso el otro codo sobre la mesa.

—Jasper tiene razón. No quiero ver a Isabella enfrentada a otra situación como la de anoche. Los wyrran de Tanya no son inmortales, y son lo suficientemente pequeños como para que Isabella pueda defenderse de ellos.

Emmett suspiró profundamente y se levantó de la mesa con dificultad.

—Creo que voy a ver si le encuentro un arma.

Isabella no sabía si estar contenta de que fueran a enseñarle a defenderse o preocupada de que fueran a enseñarle a defenderse.

Cuando Emmett y Jasper se alejaron de la mesa, Isabella cogió a Edward por el brazo.

—¿No puedo simplemente esconderme como anoche? —le susurró.

Él la miró fijamente con una tierna sonrisa.

—Si creyera que con eso estarías a salvo, lo haríamos así. Pero los guerreros pudieron encontrarte a pesar de que te había escondido en las profundidades de las mazmorras. Aquel guerrero dijo que te había olido, lo que quiere decir que puede oler tu magia. Esconderte no servirá de nada.

—Fantástico —dijo, y cerró los ojos con fuerza.

Edward se puso en pie y le tendió la mano.

—Todo irá bien, Isabella. Confía en mí.

—Ya lo hago —dijo antes incluso de darse cuenta de que las palabras habían cruzado sus labios. Posó su mano sobre la de Edward y dejó que él la levantara del banco.

Sus ojos se oscurecieron cuando el cuerpo de Isabella rozó el suyo. A ella le costaba respirar cuando lo tenía tan cerca, y aunque sabía que debía poner cierta distancia entre ellos, no podía.

A Isabella se le cortó la respiración cuando él posó su mano sobre su rostro, sus dedos acariciando su pelo y rozando la piel de su cuello. Escalofríos de placer, de expectativas, le recorrieron la piel.

Ella intentó recordarse a sí misma que iba a tomar los votos y a convertirse en monja, pero el hecho de no volver a sentir el tacto de Edward le parecía un pecado en sí mismo.

—Yo estoy aquí para protegerte —murmuró Edward.

Isabella posó sus manos sobre su musculoso pecho y asintió con la cabeza.

—Sí.

—¿Y quién te protegerá de mí?

Antes de poder entender lo que quería decir, él posó su boca sobre la suya. Sus labios eran firmes, insistentes, mientras se movían sobre los suyos buscando, devorando. Ella era incapaz de apartarse de él, sumida en su encanto. Su deseo llameante de vida era como la madera seca en una hoguera.

Ella se aferró a él, con los puños cerrados se agarraba a la túnica mientras él la apretaba más contra su cuerpo. Un gemido salió de su garganta al sentir su fuerte cuerpo y su erección contra su estómago.

Él inclinó su boca sobre la suya mientras le sostenía la cabeza con una mano y le cogía una cadera con la otra. Él gimió cuando su lengua se deslizó entre sus labios entreabiertos para encontrarse con la de ella. La besó con tal destreza que la dejó sin aliento. Y con ansias de más.

Un delicioso calor se le extendió a Isabella por entre las piernas y se situó en su estómago. Sentía los pechos pesados y tenía los pezones duros y doloridos.

Cuando él terminó el beso, Isabella abrió los ojos y vio que tenía los brazos alrededor de su cuello, los dedos enredados en sus rizos. Ni siquiera se había dado cuenta de que se había puesto de puntillas.

—Dios mío —murmuró Edward.

Isabella no podía estar más de acuerdo. Levantó la vista y descubrió que él tenía los ojos entrecerrados, el deseo palpable, visible. Ella intentó tragar saliva pero su cuerpo había dejado de responderle. Tenía la garganta cerrada, la piel tensa. Las emociones de su interior la tenían confundida... y querían más. Deseosa.

De algún modo, consiguió alejarse un poco de Edward, consiguió soltar su túnica. Con total desgana apartó las manos de su pecho. De inmediato, sintió la ausencia de su calor, la ausencia de su fuerte cuerpo contra el suyo.

¿Qué pensarían de ella las monjas si supieran que deseaba restregar su cuerpo contra el suyo, sentir la rigidez de su erección, tenerlo encima con la piel de ambos tocándose?

Isabella se giró hacia la puerta, cualquier cosa que consiguiera controlar sus apasionadas emociones. Para su sorpresa, Emmett estaba de pie junto a la puerta, observándolos.

—Quédate con nosotros —le dijo Edward guiándola hacia la puerta.

Edward, agarrándola por el codo, la ayudó a bajar los resbaladizos escalones hasta el patio del castillo, donde les esperaba Jasper.

—¿Emmett? —llamó Jasper.

Isabella se detuvo al lado de Edward y se giró para observar al mayor de los hermanos MacMasen, que estaba de pie junto a la puerta del castillo.

Edward frunció las cejas y dio un paso hacia su hermano.

—¿Qué pasa, Emmett?

—No he salido del castillo. En más de doscientos años no he salido del castillo.

Cuando levantó la mirada hacia sus ojos, Isabella pudo ver el pánico y la desesperación en ellos.

Edward volvió atrás e instó a Emmett a salir del castillo.

—No queda nadie. Todo irá bien.

—Necesito mi vino.

Emmett intentó volver al castillo, pero Edward lo detuvo.

—No, no lo necesitas.

Un momento después, Jasper estaba al otro lado de Emmett.

—Vamos, hermano. Yo he salido cientos de veces y nadie me ha visto. Bueno, nadie excepto Angus —dijo con una sonrisa.

Antes de que Isabella se diera cuenta de lo mucho que sabía Angus de los hermanos, la sonrisa de Jasper la detuvo. Aquella sonrisa lo había transformado. Había desaparecido todo rastro del dios, y en su lugar había un hombre guapo con unos burlones ojos verdes y un pelo castaño con reflejos dorados.

Ella observó a los tres hermanos, preguntándose cuántos corazones habrían roto antes de que su clan fuera masacrado y ellos se hubieran vuelto inmortales. Los tres eran tremendamente guapos, pero era Edward, con aquellos ojos verde mar y su secreta sonrisa, el que derretía su corazón.

Edward y Jasper ayudaron a Emmett a bajar los escalones y lo dirigieron hacia el patio. Se detuvo cuando pasaron bajo la puerta principal y se giró a mirar el castillo.

—Por Dios, me sorprende que aún siga en pie —dijo Emmett.

Edward se rió.

—Lo construyeron nuestros antepasados, claro que todavía sigue en pie. Ni siquiera el ejército de Tanya pudo derribarlo.

Su comentario hizo que asomara una sonrisa en los labios de Emmett. Asintiendo con la cabeza, el hermano mayor se dirigió hacia la aldea. Isabella no había pasado por alto el brillo de sus ojos. Ella no podía imaginarse estar confinada en un lugar durante días y mucho menos durante siglos.

Le gustaba ver interactuar a los hermanos. Incluso Jasper se había relajado, casi había olvidado su ira. Isabella sonrió al ver que Jasper le daba una palmada a Edward en el hombro a causa de algún comentario y ambos rompían en una carcajada que inundó la atmósfera mientras andaban hacia la aldea.

Edward la buscó con la mirada por encima del hombro, su sonrisa se había desvanecido. Ella frunció el ceño preguntándose si él se habría enojado por haberse quedado un poco rezagada. Todo lo que ella había querido era dejar a los hermanos a solas.

Entonces vio el humo.

Los tres hombres se detuvieron y la esperaron. Edward la cogió de la mano.

—¿Estás segura?

No.

—Sí.

—No hay mucho que ver —dijo Jasper.

Isabella no se resistió cuando Edward la acercó a su lado. Cuando vio el primer cuerpo supo que iba a necesitar su fuerza.

Emmett la observaba.

—¿Por qué necesitas ver tanta muerte?

—Quiero asegurarme de que no dejaron a nadie con vida, de que no hay nadie que necesite ayuda.

—No hay nadie vivo. —Emmett se alejó indignado.

Isabella miró a Edward.

—¿Cómo lo sabe?

—Jasper vino anoche para comprobarlo.

Isabella apenas pudo oír aquellas palabras mientras su mirada pasaba de un cuerpo a otro por el suelo. Era como una pesadilla de la que esperaba poder despertar. Gente con la que había hablado, con la que había reído, había desaparecido para siempre.

No pudo detener las lágrimas cuando se acercaron al convento y vio a las monjas muertas en el suelo sobre los niños. Las pobres hermanas habían hecho todo lo que habían podido para proteger a aquellos niños, pero ni siquiera los rezos las habían ayudado.

La mirada de Isabella se detuvo en unos brillantes cabellos rojizos. Se apresuró hacia ellos sin prestar atención a la llamada de Edward. La visión del pálido rostro de la pequeña Mary trajo a sus ojos otra oleada de lágrimas. Isabella no levantó la vista cuando Edward se arrodilló a su lado.

—Estaba recogiendo las setas para Mary. Tenía fiebre y la hermana Abigail estaba haciendo unas hierbas para ella.

Edward no dijo nada. Se quedó a su lado, dándole el tiempo que necesitaba para despedirse. Cuando ella empezó a ponerse en pie, él estaba allí para ayudarla.

—¿Los enterramos? —preguntó ella.

—No —dijo Jasper desde la puerta, ocultando sus sentimientos—. Hay demasiados.

Emmett entró en el convento y asintió con la cabeza.

—Si esto todavía no ha llegado a oídos de los MacBlack, pronto lo hará. Tenemos que dejarlo todo tal cual está.

—Estoy de acuerdo —dijo Edward—. Cuanta menos gente sepa de nosotros mejor.

Isabella no quería dejar a su gente a la intemperie para que se pudrieran, pero los hermanos tenían razón. Si alguien descubría lo que eran, irían tras ellos sin piedad.

—Cojamos todo lo que podamos —dijo Emmett—. Tenemos que llevar al castillo toda la comida y todas las armas que encontremos.

Edward la detuvo antes de que saliera detrás de Jasper y Emmett.

—¿Quieres coger algún vestido para ti?

Ella se echó un vistazo. Estaba segura de que Jasper no quería verla con la ropa de su esposa.

—No tengo ningún otro.

—Te encontraremos uno.

Isabella asintió con la cabeza y se puso a andar detrás de él, entumecida por el dolor y afligida, mientras él recogía armas y vestidos que colocaba entre sus brazos extendidos. Ella pestañeaba a causa de las lágrimas. La caminata de vuelta atravesando la aldea fue peor que la de ida. El agua había limpiado casi toda la sangre, pero se le revolvió el estómago cuando vio un charco de color rojo.

—No mires —dijo Edward.

—Primero mis padres. Ahora la aldea —dijo entre lágrimas. La ira y la culpabilidad la consumían y las sentía como una roca en el estómago. Ella le había hechq aquello a la aldea. Si los wyrran la hubiesen encontrado, puede que hubieran dejado la aldea en paz—. ¿Cuánta gente más tiene que morir por mí? ¿Tú? ¿Tus hermanos?

Edward se giró hacia ella, sus ojos eran cálidos y serenos.

—Somos inmortales. Isabella.

—Pero pueden haceros daño —respondió ella—. Puede que no mu­ráis, pero sí que sentís el dolor, ¿no?

—Sí —respondió con un leve asentimiento de cabeza—. Pero nuestras heridas se curan rápido.

—Demasiada muerte. Puede que sea mejor que me entregue a Tanya.

No quería sentir el peso de más muertes sobre sus hombros. Las muertes de sus padres ya le resultaban una carga demasiado pesada. Ahora Isabella tenía a toda la aldea en su conciencia.

Edward la cogió por los hombros y la zarandeó levemente.

—No digas eso. Nunca vuelvas a decir eso.

—No sabes los planes que tiene Tanya para mí.

Emmett lanzó un gruñido cuando pasó a su lado.

—No Isabella, pero no puede ser nada bueno, sea lo que sea. Tanya es todo maldad. Y si anda detrás de algo, al final lo va a querer muerto.

Edward miró a su hermano.

—Emmett tiene razón. Si Tanya consigue atraparte, todo habrá termi­nado, Isabella. Nuestra mejor opción es descubrir lo que significa para ella la sangre de tu madre y por qué la quiere con tanta desesperación.

—Y lo más importante: ¿¡por qué ha esperado hasta ahora para ir a por Isabella!? —gritó Emmett por encima del hombro mientras se alejaba de la aldea.

A Isabella le dio un salto el corazón al pensar en las veces que había sentido que alguien la estaba observando y no había podido ver a nadie; en como el Beso del Demonio se calentaba y vibraba en ciertas ocasiones. Todo aquello había empezado en el equinoccio. ¿Era simple coincidencia?

Apartó su mirada de los penetrantes ojos de Edward y soltó un grito cuando descubrió a Angus. Corrió hacia él. Estaba sentado en el suelo, apoyado contra la pared de su casa, con la cabeza caída hacia un lado como si estuviera durmiendo.

—Él me advirtió de que no me acerIsabella al castillo —le dijo a Edward mientras él se acercaba y se colocaba detrás de ella—. Sabía que estabais allí, ¿verdad?

—Lo sabía.

La emoción le hizo un nudo en la garganta. Angus se volvió borroso mientras las lágrimas llenaban sus ojos. Él la había advertido de que se mantuviera alejada, no porque temiera a los hermanos, sino porque había querido mantenerlos a salvo, mantenerlos lejos de aquellos descu­brimientos.

—Era un buen hombre —dijo Jasper a su lado.

Isabella giró su rostro hacia él, asustada. Hacía solo un momento, Jasper estaba en el castillo, pero entonces recordó que Edward le había explicado que uno de sus poderes era la velocidad.

Ella miró a Edward, que estaba a sus espaldas.

—Angus era un buen hombre. Siempre con una sonrisa en el rostro, siempre dispuesto a ayudar. Era uno de los pocos que no tuvieron miedo a hablar conmigo cuando me trajeron al convento.

Jasper asintió con la cabeza, su pelo castaño suelto ondeaba con el viento.

—La primera vez que vi a Angus, él era un chiquillo de unos cinco o seis años. Yo andaba merodeando por ahí, como de costumbre. Nunca gritó ni salió corriendo atemorizado, ni siquiera cuando vio lo que yo era en realidad. Al contrario, empezó a dejar comida en la puerta. Poco después se acercó a mí. Él nos ayudaba a conseguir todo lo que necesitá­bamos, y supo guardar bien el secreto de nuestra existencia.

Isabella miró a Angus, un mechón de pelo blanco le caía sobre los ojos. Edward posó la mano sobre su hombro, su fuerza y su sosiego llenaron su cuerpo con aquel simple gesto.

Con una última mirada a las personas a las que había llegado a llamar «su gente», se dio la vuelta y se encaminó hacia el castillo. Era hora de enfrentarse al futuro.

 

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AAAAA YO ME HUBIERA VUELTO LOCA, QUE VALOR DE ISABELLA HABER IDO AL PUEBLO, YO NO HABRIA PODIDO ESTAR AHI NI UN SEGUNDO, MALDITA BRUJA DE TANYA, NO RESPETA NADA NI A NADIE, QUE NECESIDAD DE SER TAN SANGRIENTOS........

 

 

Capítulo 7: SEIS Capítulo 9: OCHO.

 
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