LOS HERMANOS MACMASEN (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 27/08/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 390
Visitas: 103287
Capítulos: 57

"FANFIC TERMINADO"

 

Tres hermanos, tres guerreros, unidos no solo por sangre sino  por una fuerza más poderosa, por culpa de una malvada hechicera, Durante trescientos años, han permanecidos alejados del mundo, ocultando al vengativo dios que llevan prisionero en sus almas, pero muy pronto las cosas cambiaran, una épica guerra entre el bien y el mal se avecina, Edward, Emmett y Jasper deberán luchar no solo contra el mal que los ha asechado toda su vida, sino también contra el amor y la pasión que se encontraran en el camino

Todo el poder, la pasión y la magia de los legendarios guerreros de Escocia atados al juramento de luchar por la victoria en la batalla y en el amor.

 

 

adaptacion de los personajes de crepusculo con el libro "Serie Highlander la espada negra de Donna Grant"

 

 

 

 

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Capítulo 20: VEINTE

HOLA GUAPAS, UN AVISO, LES AGRADEZCO A TODAS SUS COMENTARIOS, Y LAMENTO MUCHO QUE ANTIER Y AYER NO PUDE DAR CONTASTACION ACADA UNO DE ELLOS, COMO SABEN EN MEXICO ES DIA FESTIVO Y POR MOTIVOS DE MI TRABAJO ANDO MUY LIADA, SOLO TENGO TIEMPO DE ENTRAR Y ACTUALIZAR, Y SOLO LEO SUS COMENTARIOS ATRAVEZ DE TELEFONO, PERO DE AHI NO PUEDO CONTESTAR, AUN ASI LES PIDO ME TENGAN PASIENCIA, MAÑANA YA SERE LIBRE JAJAJA, TENGO MIEDO QUE DEJEN DE COMENTARME, PORQUE CREAN QUE NO ESTOY AL PENDIENTE, SOLO SERA HASTA MAÑANA OK. GRACIAS POR COMPRENDERME

 

La cena había sido más tranquila de lo que Edward había imaginado después del arrebato de Vladimir. El mismo Vladimir no había levantado la mirada de su plato. Tampoco es que tuviera mucho que decir. Los demás, sin embargo, habían hablado con libertad.

Edward descubrió que el dios de Alistair fue liberado poco después que el suyo. Alistair había sido capturado por los wyrran mientras viajaba. Aunque sentía curiosidad, Edward no le preguntó cómo había escapado de la montaña de Tanya.

Randall aún les contó más.

—Conocí a Alistair en la montaña. Yo llevaba allí muchos años, y él ya estaba allí antes que yo.

—¿Cuánto tiempo te tuvo retenido Tanya? —le preguntó Jasper a Alistair.

Alistair dejó su copa.

—Demasiado.

Randall se rió.

—Alistair no es muy hablador.

—¿Cómo te encontró Tanya, Randall? —preguntó Edward.

Randall dejó de masticar.

—Volvía a casa después de estar con una muchacha que me tenía fascinado. Mi hermano vio que me capturaban los wyrran. Tuve miedo de que hicieran daño a mi familia, así que me fui con ellos voluntaria­mente.

—Bien hecho —dijo Emmett, y apartó su plato—. Los wyrran los habrían matado.

Edward miró a Vladimir, pero se dio cuenta de que el grandullón no respondería a ninguna pregunta. Pero aquel silencio todavía preocupaba más a Edward.

—Tendrías que haber hecho una mesa más grande —dijo Emmett—. Estamos todos apretados.

Edward tenía a Isabella sentada sobre su pierna mientras comían. Ella quería comer junto a la chimenea, ya que no había sitio en la mesa, pero Edward estaba en la punta y la había invitado a sentarse en su pierna.

—No creía que tendríamos invitados —dijo Edward—. La próxima vez haré una más grande.

Emmett sonrió, una sonrisa auténtica que se reflejó en sus ojos. Hacía tanto tiempo que no sonreía que a Edward le sorprendió.

Isabella se levantó de la pierna de Edward y fue a la cocina. Él la siguió rápidamente. Su pene estaba duro desde el beso del jardín, y ahora que ella dormiría en el gran salón, tendrían poco tiempo para estar solos.

La cogió por la cintura y la giró para apoyarla contra la pared. Sus rizos castaños lo encendieron cuando le cayeron sobre los hombros y por la espalda. Ella lo miró con una sonrisa de bienvenida.

—Esperaba que me siguieras.

Edward aspiró su perfume y le besó el punto de debajo de la oreja que siempre la hacía estremecerse.

—¿Ah sí?

—Oh, sí.

Ella se había quedado sin aliento, el pulso se le aceleraba.

—¿Por qué?

Ella le pasó los dedos por el pelo.

—Porque te quiero.

Sus testículos se endurecieron con el sonido de su voz ronca susurran­do en su oreja. Él inclinó la boca contra la de ella para besarla, intensifi­cando el beso cuando ella gimió. Su necesidad, su sed de Isabella ensombrecía todo lo demás. Todo lo que él quería era ella, de todas las maneras que pudiera tenerla.

Él le levantó las faldas hasta que estuvieron arrugadas contra su cintura. Entonces la levantó. Ella puso sus piernas alrededor de su cintura mientras notaba su pene duro contra ella.

—Edward, te necesito.

Él la movió para poder desabrocharse los pantalones, y en cuanto su pene quedó libre, él se deslizó dentro de Isabella. Ella echó la cabeza hacia atrás, contra la pared, y cerró los ojos. Edward enterró la cabeza en el cuello de ella y se quedó quieto, disfrutando de la sensación de su calor resbaladizo, que lo rodeaba.

Cuando fue demasiado, empezó a hacer movimientos cortos y lentos. A medida que su pasión crecía, él entraba más adentro de ella y el ritmo iba en aumento.

Las uñas de Isabella se clavaron en el cuello de Edward cuando su cuerpo se tensó. Él reclamó su boca, bebiéndose sus gemidos de placer a medida que llegaba al clímax. Él aguantó su propio orgasmo todo lo que pudo para conseguir el de ella, pero la sensación de ella apretada contra él era demasiado. Edward dio un empujón final que lo llevó a lo más profundo.

Ella siguió agarrada a él, acariciándole la espalda y los hombros mientras su cuerpo se sacudía con la fuerza de su orgasmo. Ella susurró su nombre, para mostrarle cuánto le gustaba aquello.

Él levantó la cabeza y la miró a sus ojos avellana. Quería demostrarle cuánto significaba para él, pero no estaba seguro de cómo hacerlo.

—¿Edward? ¿Qué pasa?

Él negó con la cabeza.

—Nada.

Ella le pasó los dedos por los cabellos de las sienes y sonrió.

—Sí que pasa, pero si no quieres decírmelo, no importa.

A regañadientes, él se separó de ella. Se dirigió hacia la puerta mientras se abrochaba los pantalones para que no entrara nadie en la cocina mientras ella se arreglaba la ropa.

—¿Estás seguro de que no podemos quedarnos en el dormitorio? —preguntó ella con una sonrisa—. Creo que no he acabado contigo.

Edward se acercó hasta ella y se llevó a la nariz un mechón de su pelo.

—Cuando esto termine, Isabella, te llevaré a algún sitio donde podamos estar solos. Solo nosotros dos.

—Suena bien, pero ¿y tus hermanos? Te necesitan.

—Y yo te necesito a ti. Podrán sobrevivir sin mí durante un par de meses.

Ella ladeó la cabeza.

—¿De verdad quieres llevarme a algún sitio?

—Sí. He vivido más de trescientos años y nunca he salido de Escocia. Quizá te lleve a Londres.

Su risa era bonita y pura.

—No sé si sabría qué hacer en Londres, pero no me importa dónde estar, siempre que sea contigo.

—Entonces, quizá nos encerremos en el dormitorio.

—Eso estaría bien.

Ella se abrazó a su cintura y apoyó la cabeza contra su pecho.

Edward le pasó las manos por la cabeza y bajó por todo su pelo. Quizá era un estúpido por preocuparse por una mortal, pues sabía que solo obtendría dolor, pero los sentimientos que llenaban su pecho eran suficientes para durar una eternidad.

Isabella se sentó en los escalones del castillo y echó la cabeza hacia atrás para observar como las grandes nubes pasaban lentamente por el cielo de la mañana. Había dormido profundamente, a pesar de estar en el gran salón con Edward y Emmett.

Después de que todos desayunaran, Edward la había hecho salir al patio para realizar más entrenamientos. Cada día el entrenamiento era más intenso, más difícil. Porque cada día, la amenaza de Tanya estaba más cerca.

Isabella había luchado contra Edward, Jacob y Jasper al mismo tiempo. Al principio, se había concentrado tanto en mantenerse alejada de ellos que Jasper la apresaba continuamente. Cuando escuchó el consejo de Edward de que utilizara todos sus sentidos, fue capaz de mantenerse alejada de todos ellos. Aquello limitó su número de golpes sobre ellos, pero la ayudó a ser más rápida.

Ahora, mientras ella y Jacob estaban sentados en los escalones del castillo, descubrió que miraba el castillo de una manera diferente a como lo había hecho la primera vez que había ido. Antes era un montón de ruinas, aterrador e inhabitable. Ahora... era su hogar.

Edward le tendió un odre y se sentó al otro lado.

Ella sonrió y bebió abundantemente. Estaba agotada, pero tenía ganas de ir al jardín y ayudar a crecer a las plantas.

—Jacob, tú sabías que podía usar mi magia para ayudar a crecer a las plantas. ¿Qué más puedo hacer?

—Isabella... —le advirtió Edward.

Ella sabía que a él le preocupaba que recibiera consejos de Jacob, sobre todo porque él no era un druida, pero ella necesitaba saberlo. Por más razones que Edward no podría entender.

Jacob apoyó un codo sobre el escalón de detrás de él, estiró las piernas y las cruzó por los tobillos.

—¿Sabes por qué necesitaban a los druidas en sus tribus?

Ella negó con la cabeza.

—Los utilizaban para algo más que sus conocimientos de la tierra y su magia para hacer crecer las plantas. El jefe de cada clan debía tener un druida por su sabiduría y su habilidad para diferenciar la verdad de la mentira.

—¿Cómo? —preguntó ella.

—La magia. Los druidas eran miembros respetados de cada tribu. Nadie se atrevería a ir contra un druida. Pero como con todas las cosas, algunos druidas se volvieron ávidos de poder. Investigaron en su magia y ahondaron en el mal. El poder que recibieron con la magia negra superaba todo lo que habían conocido. Pero nunca tenían suficiente.

—¿Habrían sido capaces de destruir a otros druidas? —preguntó Isabella.

Jacob se encogió de hombros.

—Se podría pensar que habrían podido hacerlo, y que lo habrían hecho, pero no lo hicieron. Creo que sabían que necesitaban a los mie. Los mie, aunque individualmente no eran tan poderosos como los drough, juntos podían conquistar fácilmente a un drough. Como cada drough buscaba poder para sí mismo, se mantenía separado de los demás.

—Entonces, ¿los mie podían unirse y destrozar a un drough? —preguntó Edward.

Jacob hizo un leve asentimiento.

—Me dijeron que se da muy pocas veces, pero que sí que sucede cuando un drough hurga demasiado en la magia negra.

—Pero los mie fueron a los drough para pedirles ayuda con la invasión romana —dijo Isabella—. ¿Por qué?

Jacob se rió.

—Era un enemigo común.

Isabella sonrió, Jacob había utilizado las mismas palabras que ella había utilizado con Vladimir.

—Entonces, ¿estás diciendo que tengo el poder de saber si alguien está diciendo la verdad o no?

—No veo por qué no podrías. Puede que no sea tan fácil de aprender como lo de ayudar a las plantas, pero creo que es algo que podrías hacer con el tiempo.

—Con la ayuda de un druida —dijo Edward.

Isabella se mordió el labio y sonrió.

—Sí. Me gustaría encontrar un druida que pudiera ayudarme con esto.

—Encontraremos uno —dijo Edward, y le cogió la mano.

Ella sonrió a sus ojos verde mar, pero las palabras de Vladimir sobre la sangre drough en su interior hicieron que desapareciera su sonrisa.

—¿Qué ocurre? —le preguntó Edward.

—Vladimir dijo que yo tenía sangre drough, que cambiaría. ¿Estaba diciendo la verdad? —Su mirada pasó de Edward a Jacob—. ¿Cambiaré?

Jacob se encogió de hombros.

—Sé algo de la historia de los druidas porque me vi obligado a aprenderla cuando Tanya me tuvo preso. Nos obligaba a buscar infor­mación sobre los druidas en libros y pergaminos. En cuanto a lo que afirma Vladimir, no tengo una respuesta para ti.

—No quiero ser una drough.

—Pues no lo seas —dijo Edward—. Isabella, recuerda que tienes elección.

Pero ¿la tenía? Por la mirada cansada y triste de los ojos azules de Jacob antes de que dejara de mirarla, él no creía que la tuviera. Quizá no la tenía. Quizá tenía que convertirse en una drough para enfren­tarse a Tanya.

Isabella le preguntaría a Jacob sobre eso más tarde, cuando Edward no pudiera oírla.

Con Edward a su lado en todo momento, era casi imposible estar a solas con Jacob, pero se le presentó la oportunidad cuando estaba preparando la comida de mediodía y lo vio en el jardín.

Isabella salió de la cocina y se colocó a su lado. Él estaba mirando el mar, con los brazos en los costados.

—Sabía que vendrías —dijo él.

—¿Por qué?

Él la miró.

—Quieres saber más sobre convertirte en una drough.

—Un día mencionaste algo sobre enfrentarme a Tanya, que necesi­taría ser una drough para hacerlo.

—Hablé con precipitación —dijo—. Estás descubriendo tu poder, Isabella. También has encontrado el amor con Edward. ¿De verdad quieres arruinarlo?

¿Amor? Sí, amaba a Edward. Desesperadamente.

—¿Quieres? —volvió a preguntarle Jacob. Esta vez se giró para mirarla a la Isabella—. Una vez te has convertido en un drough, no hay vuelta atrás. Siempre llevarás la marca.

—¿Marca? —preguntó ella—. ¿Como el frasco de sangre?

—Eso es una parte. Los drough también están marcados por los cortes de la hoja cuando hacen el ritual. Las heridas se curan, pero no natural­mente, a causa de la magia negra.

Ella se pasó la lengua por los labios y miró las plantas que crecían a su alrededor. Aquello lo había hecho ella, las había devuelto a la vida.

—¿Sabes cómo es ser un drough?

—Una vez que te toma el mal, Isabella, ya nunca te abandona.

—No me lo creo. Una buena persona podría luchar contra él.

Jacob suspiró.

—Igual que a los dioses de nuestro interior no les importa lo que éramos antes, al mal no le importará la vida que llevabas antes del ritual.

La mente de Isabella era un torbellino.

—Mis padres eran buenas personas, Jacob.

—Eras una niña, Isabella. Tu percepción de ellos está distorsionada. Mira lo que tienes aquí. Piensa en ello.

—Ya lo hago —dijo ella, y contuvo las lágrimas—. Pienso en todo. Haría lo que fuera para mantener a Edward y al resto de vosotros fuera del alcance de Tanya.

Él soltó un suspiro y se colocó a su lado.

—Tú y Edward sois felices. No destruyas eso.

Isabella se quedó en el jardín después de que Jacob se fuera y observó el mar. Pensó en sus palabras y comprendió que tenía razón. A pesar de la batalla inminente y el futuro incierto, Isabella había encontrado satisfac­ción con Edward.

El día de antes no le había mentido. No le importaba estar donde fuera siempre que él estuviera con ella.

—Porque le quiero —susurró al viento—. Quiero a Edward.

Si llegaba el momento en que tuviera que elegir entre convertirse en una drough o salvar a Edward, no lo dudaría un momento. Haría lo que fuera por Edward.

Unos fuertes brazos la envolvieron por detrás.

—¿Isabella?

Ella se echó hacia atrás, contra Edward, y cerró los ojos.

—Estoy aquí.

—¿Va todo bien?

—Sí —mintió ella. Se dio la vuelta y le bajó la cabeza para besarlo—. Estarán todos esperándome.

—Pueden seguir esperando —dijo él con una sonrisa.

Ella se rió.

—Jacob se comerá todo lo que hay en la cocina antes de que pueda sacarlo al gran salón.

—Es cierto —dijo Edward con un suspiro—. Vamos, te ayudaré.

 

 

Edward estaba sentado en el gran salón, delante de la chimenea, mirando las llamas mientras caía la noche. Había tenido una sensación incómoda que había aumentado a medida que iba pasando el día. Ahora que se acercaba la noche sabía que Tanya atacaría. Les había contado sus miedos a sus hermanos.

Ellos no le habían preguntado; simplemente se habían asegurado de que todos estuvieran en sus puestos en todo momento. No habían cenado en el gran salón. Emmett había llevado a cada hombre un plato de comida.

Isabella no había entendido por qué Edward no le había dejado llevar la comida. No quería que ella se preocupara, todavía no. Quería que se relajara y que disfrutara del tiempo que tenían antes de que Tanya ataIsabella.

—¿Qué ocurre, Edward? —preguntó Isabella.

Él giró la cabeza hacia la silla que había a su lado y la encontró mirándole.

—¿Qué quieres decir?

—¿Creías que no me daría cuenta de lo tensos que estáis todos? Emmett no ha tocado el vino desde la comida de mediodía.

Edward no pudo mantenerle la mirada. Ni siquiera el día que se despertó y descubrió que era un monstruo sintió tanto miedo como el que sentía en aquel momento, sabiendo que Tanya no se detendría ante nada para capturar a Isabella. A pesar de sus poderes, era posible que fuera incapaz de evitar que Tanya la capturara.

—Por favor, Edward.

Él cerró los ojos y se pellizcó el puente de la nariz con el pulgar y el dedo índice.

—Isabella, yo...

—Es Tanya, ¿verdad? Crees que atacará esta noche.

Edward abrió los ojos y la miró. No podía mentirle, ahora no.

—Creo que sí.

Isabella se levantó y se arrodilló delante de él. Él le cogió las manos.

—Has hecho todo lo que has podido para prepararme. Me encontraste una espada y me hiciste una daga. Dejaste que Jacob entrara en el castillo, a pesar de que no querías, y cuando llegaron los demás, también los dejaste entrar. Haremos lo que podamos.

—¿Y si Tanya te captura?

Los ojos oscuros con más fuerza y valor que había visto jamás se encontraron con los suyos.

—Entonces lucharé contra ella. Haré lo que haga falta para escapar.

—Y yo te encontraré.

—No —casi gritó ella—. No, Edward. Tú y los demás debéis huir y esconderos. Tanya os quiere a todos para declararle la guerra a Escocia. No podéis dejar que lo consiga.

Él se inclinó y cogió el rostro de Isabella entre sus manos.

—No puedo permitir que ella te tenga.

—¿Cuánto tiempo tenemos?

—No lo sé.

Ella se levantó y se subió a su regazo.

—Entonces disfrutemos del poco tiempo que tenemos.

Edward no la detuvo cuando ella se inclinó y lo besó. Ella se sentó a horcajadas encima de él, frotando su sexo contra su pene, que se iba endureciendo. Él le cogió las caderas, empujándolas hacia abajo para frotarlo aún más fuerte. El gemido de Isabella espoleó la pasión de Edward.

Ella se agarró a su túnica mientras él le quitaba el vestido y la camiseta por la cabeza. Él besó y lamió su deliciosa piel, deteniéndose solo un momento para que ella le quitara la túnica de un tirón.

Él le cogió los pechos y movió la boca sobe un pezón, chupándoselo hasta que se endureció. Rodeó el otro pezón con su pulgar, provocándolo hasta que estuvo igual de duro y tenso que el que tenía dentro de la boca.

Las caderas de Isabella se movían contra él mientras los gemidos de ella iban en aumento. Él quería entrar dentro de ella, necesitaba estar dentro de ella, estar lo más cerca que un hombre podía estar de una mujer.

Cuando él se levantó para desabrocharse los pantalones, ella se puso de rodillas para ayudarle. Ella le cogió el pene, cuando este quedó al aire, y le pasó sus manos arriba y abajo.

—Quiero tomarte en mi boca como tú me tomaste a mí.

Edward cerró los ojos y gimió. Podía imaginarse a Isabella acostada sobre él, sus cabellos castaños cayendo a ambos lados de sus piernas mientras se metía su pene en la boca y lo recorría con los labios.

—Tú también quieres —susurró ella.

—Sí.

Él apenas reconoció el graznido de su propia voz, pero Isabella tenía la habilidad de ponerlo duro y ansioso solo con tocarlo.

Ella le besó el pecho. Sus manos todavía se movían sobre su pene. Le cogió los testículos y, suavemente, los hizo rodar en su mano.

—Déjame —le pidió.

Él estaba listo para el orgasmo. Un solo roce de sus labios y habría acabado.

—No —dijo—. Esta vez no. Te necesito desesperadamente.

Él abrió los ojos y metió una mano entre las piernas de ella para acariciarle la carne hinchada. Ella suspiró y se frotó contra su mano. El pulgar de Edward rodeó su clítoris antes de meter un dedo en su calor. Estaba completamente húmeda.

Ella echó la cabeza hacia atrás, haciendo que su pelo cayera sobre las piernas de Edward.

—Edward —gimió ella.

Él empujó un segundo dedo que se unió al primero, entrando y saliendo de ella con golpes cortos y rápidos. La respiración de Isabella se aceleró y sus manos agarraron los hombros de Edward. Él retiró los dedos y movió su pulgar arriba y abajo sobre su clítoris mientras le pellizcaba el pezón. Ella dio un grito ahogado y le cogió el sexo para guiarlo al interior de su calor.

Él entró dentro de ella. Sus ojos se encontraron cuando empezaron a moverse. El sudor brillaba en el cuerpo de Edward mientras la agarraba por las caderas. Isabella tenía las manos sobre los hombros de Edward, y tenía los labios abiertos. Él estaba prácticamente en el clímax. No sería capaz de aguantarlo, y se negaba a llegar a él sin Isabella.

Edward bajó una mano hacia sus sexos y cogió el clítoris de Isabella entre los dedos pulgar e índice y le dio un suave tirón. Ella gritó y su cuerpo se tensó. La sensación de esa primera contracción de su cuerpo alrededor de su pene lo llevó hasta el límite.

Llegaron al orgasmo juntos, perdidos en los ojos del otro. Cuando al final pararon, ella colocó los labios sobre los de él y le dio un beso tierno.

—Te quiero.

El aliento de Edward estaba encerrado en sus pulmones.

Ella se apoyó hacia atrás y le acarició la mejilla.

—Sé que hay demasiadas cosas en nuestra contra, pero sé lo que siento.

Edward sabía que sentía algo por Isabella, pero ¿era amor?

—Isabella...

—Shh —dijo ella, y le puso un dedo sobre los labios—. Deja que te dé todo lo que tengo para dar.

Su amor había sido inesperado, pero quizá no debería haberlo sido. Cada vez que ella le miraba, el amor brillaba en sus ojos. Él ni siquiera estaba seguro de tener un corazón que entregar, pero había una cosa que podía hacer: protegerla.

Una lágrima cayó por la mejilla de Isabella. Él la detuvo con su pulgar y se la llevó a los labios.

—Saldremos de esta.

—Sí —susurró ella, y apoyó la cabeza contra su hombro.

 

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AAAAAAAAAAAA SI CHICAS YA DEBEN DE HABER ADIVINADO, QUE MAÑANA EL CAPITULO ESTA UUUUUUUY, LA GRAN BATALLA SE AVECINA, SERAN CIERTOS LOS PRESENTIMIENTOS DE EDWARD???????????, BUENO ESO LO SABRAN MAÑANAAAAAAAAAAA,

GRACIAS GUAPAS BESITOS

Capítulo 19: DIECINUEVE Capítulo 21: VEINTIUNO

 
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