LOS HERMANOS MACMASEN (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 27/08/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 390
Visitas: 103264
Capítulos: 57

"FANFIC TERMINADO"

 

Tres hermanos, tres guerreros, unidos no solo por sangre sino  por una fuerza más poderosa, por culpa de una malvada hechicera, Durante trescientos años, han permanecidos alejados del mundo, ocultando al vengativo dios que llevan prisionero en sus almas, pero muy pronto las cosas cambiaran, una épica guerra entre el bien y el mal se avecina, Edward, Emmett y Jasper deberán luchar no solo contra el mal que los ha asechado toda su vida, sino también contra el amor y la pasión que se encontraran en el camino

Todo el poder, la pasión y la magia de los legendarios guerreros de Escocia atados al juramento de luchar por la victoria en la batalla y en el amor.

 

 

adaptacion de los personajes de crepusculo con el libro "Serie Highlander la espada negra de Donna Grant"

 

 

 

 

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Capítulo 37: CATORCE

Tras la emocionante mañana con Broc, Garret y el wyrran, Rosalie tenía ganas de pasar una tarde tranquila. Habían presentado a Garret a Sonya y a Isabella y ahora él estaba echando una mano en las cabañas mientras las tres mujeres permanecían sentadas en el gran salón.

—No puedo creer que los wyrran atacaran. —Isabella clavó la aguja con fuerza en el vestido que estaba arreglando y la sacó por el otro lado de la tela. Negó con la cabeza y suspiró—. Debería haber estado allí.

Sonya sonrió y alisó la tela de la túnica que estaba cosiendo.

—Creo que me habría gustado ver luchar a los hombres. Y a ti también, Rosalie.

Con un resoplido, Rosalie se puso cómoda en su silla.

—No lo hice muy bien. No estoy acostumbrada a luchar con falda.

Isabella dejó de coser, tenía el ceño fruncido.

—¿Y qué sueles llevar?

—Normalmente uso mis poderes para volverme invisible y lucho desnuda.

—Seguro que a los hombres les gustaría ver eso —dijo Sonya con una risita. Sus ojos color ámbar brillaban de júbilo, y pronto Isabella se unió a sus risas.

Rosalie también se rió, aunque no quería.

—Emmett me advirtió de que no siempre tendré tiempo para usar mis poderes, y tiene razón. Sobre todo cuando luche contra otros guerreros. He dependido demasiado tiempo de mis poderes.

—¿Qué vas a hacer? —Preguntó Isabella—. Podrías aprender a luchar con falda, como hago yo.

—Podría, pero las guerreras también saltamos y brincamos mientras luchamos, la falda me dificultaría los movimientos.

Sonya enhebró su aguja.

—Bueno, no puedes llevar pantalones.

Rosalie se puso tiesa de repente, se le había ocurrido algo.

—¿Por qué no? Los celtas lo hicieron. Sus mujeres llevaban pantalones y luchaban al lado de los hombres.

—No estamos en los tiempos antiguos —recordó Isabella—. No sé si los hombres lo aprobarían.

—No me importa que no lo hagan —dijo Rosalie mientras se ponía en pie—. Necesito poder luchar, y no puedo hacerlo con ese vestido. —Tragó saliva y miró a cada una de las mujeres. Normalmente nunca pedía ayuda a nadie, pero necesitaba a Isabella y a Sonya—. ¿Me ayudaréis?

Isabella y Sonya intercambiaron una mirada antes de que unas leves sonrisas se dibujaran en sus caras.

—Sí —dijeron al unísono.

—Bien —dijo Rosalie mientras le recorría una sensación de alivio—. Empecemos. No sabemos cuándo será el próximo ataque.

Sonya lanzó su túnica a un lado mientras Isabella acababa el último punto y apartaba cuidadosamente su vestido.

—Qué ganas tengo de que Emmett te vea con pantalones —expresó Isabella con una risita—. Se quedará boquiabierto.

Rosalie esperaba que así fuera. Pero tampoco es que quisiera hacer nada para llamar su atención.

O al menos ella intentaba convencerse a sí misma de que no quería.

 

 

Tanya comprobó las heridas de Jasper como hacía varias veces al día. Se estaba curando bien. Su cuerpo necesitaba descansar y a ella le gustaba tenerlo en su cama. Por las noches, se acurrucaba contra él y se dormía.

Era la primera vez que dejaba que un hombre pasara toda la noche en su cama. Y además, Jasper también sería el último.

Sus largas uñas, limadas hasta acabar en punta, trazaban la pierna desnuda de Jasper hasta la cadera. Siempre que estaba en la habitación con él, Tanya apartaba la sábana para poder contemplar su cuerpo perfectamente esculpido.

Él había perdido peso en sus mazmorras, como hacían todos. Pero pronto vería cómo sobre sus huesos se recuperaba la musculatura. Por ahora le bastaba con estar con él.

Una de sus mascotas rascó la puerta antes de abrirla. El wyrran soltó un siseo, haciéndole saber que tenía visita. Tanya se levantó y frotó al wyrran en la parte de detrás de las orejas.

—Gracias —le dijo—. Vamos a ver qué nos ha traído Dunmore esta vez.

Tanya salió de sus habitaciones privadas y subió unas escaleras que conducían al largo pasillo hasta el salón del trono. Abrió la puerta y se encontró con la grande y alta figura de Dunmore. Cuando él llegó hasta ella, era un joven ansioso de poder y con el transcurso de los años ella le había ido dando cada vez más autoridad.

—Mi señora. —Se inclinó ante ella, y sus oscuros rizos se precipitaron por encima de su alta frente—. Cada día estáis más bella.

—Qué tontería. —Pero Tanya sonrió.

Siempre le había gustado Dunmore. Ahora tenía arrugas en los ojos, pero su cuerpo aún era firme y no tenía grasa visible. Sabía cuidarse y, como hombre que había compartido la cama con ella, sabía cómo darle placer a una mujer.

Tampoco le importaba que una mujer estuviera al mando, ni dudaba a la hora de acatar sus órdenes. Era justo la clase de hombre que necesitaba para hacerse con los druidas.

Dunmore se apartó la capa roja y puso las manos en sus caderas, con las piernas abiertas.

—Los encontré. Estaban viviendo en cuevas y se morían de hambre.

—¿Cuántos me has traído?

Él miró al suelo, con los ojos negros llenos de preocupación.

—Doce en total. Dos de las ancianas murieron por el camino.

—Eres duro con ellos —lo acusó Tanya.

—Como tú me dijiste.

Ella sonrió.

—Continúa.

—Uno de los jóvenes, un muchacho de unos siete veranos, escapó. Lo perseguimos, y cuando estábamos a punto de atraparlo, saltó por el acantilado de una montaña.

—Parece que mi reputación me precede. —Tanya se dirigió hacia un cofre plateado que había sobre una mesa cerca de su trono. El cofre no tenía adornos, excepto por el precioso diseño de intrincados nudos celtas que lo cubría por completo. Los nudos estaban dotados de unos hechizos que evitaban que nadie excepto ella, pudiera tocarlo ya que contenía monedas y joyas.

Tanya abrió la tapa y levantó una bolsita de terciopelo. Comprobó el peso de las monedas que había dentro antes de darse la vuelta y lanzársela a Dunmore.

—Una vez más, lo has hecho bien.

Él se metió la bolsa en el cinturón e hizo una reverencia.

—Es un placer serviros.

—Mi vidente me ha hablado de otro grupo de druidas que creen que pueden esconderse de mí. —Uno de sus grandes hallazgos había sido la vidente, y Tanya la utilizaba siempre que podía.

—Decidme dónde encontrarlos, mi señora, y os los traeré.

Tanya se acercó a Dunmore y le tocó la hendidura del mentón.

—Esos druidas no serán tan fáciles de encontrar. Utilizan magia para esconderse. Hay una de ellas a la que quiero sobre todos los demás. Es una joven de ojos color turquesa. Es inconfundible. Tiene... cierta información que necesito.

—No os he fallado antes y no lo haré ahora. —Sus ojos brillaban llenos de determinación y su mandíbula estaba fija.

Ella estudió al hombre que tenía ante sí. Ni Dunmore ni su familia tenían sangre druida ni dioses en su interior. Pero él había demostrado tener un talento magnífico. Ella había querido matarlo por atreverse a buscarla, pero había sentido en él un hilo de maldad que utilizaba a su favor.

—No, Dunmore, no me fallarás porque sabes cuánto quiero a esos druidas. Y porque te gusta el poder que te otorgo. Vuelve con la chica y te recompensaré con unas riquezas que no te puedes imaginar. Trae a más druidas con ella y haré que el esfuerzo realmente haya merecido la pena.

Cuando Tanya le hubo dicho donde se escondían los druidas, él le hizo otra reverencia y se marchó. Ella lo observó mientras se alejaba. Si Dunmore fracasaba, lo despellejaría vivo y utilizaría sus intestinos para asfixiarlo. Necesitaba a aquella druida llamada Alice.

 

 

Emmett se limpió el sudor de la cara con la manga de la túnica. Las nubes habían empezado a aparecer justo después del mediodía, tapando casi todo el sol. Estaba a punto de llover, y Emmett quería arreglar el tejado por el que había caído Rosalie antes de que empezara.

—¡Ya casi está! —Gritó Riley desde arriba.

Mientras trabajaba, Emmett había repasado la visita de Broc y todo lo que le había dicho. Esperaba que Broc no hubiera mentido cuando les había dicho que Jasper estaba bien. Pensar que su hermano pequeño podría estar sufriendo era como una soga que le apretaba el cuello.

Rogó por que Jasper se mantuviera fuerte mientras estaba en la montaña de Tanya. Jasper había estado peligrosamente cerca de darse por vencido antes de que Isabella llegara al castillo. Y ver el amor entre Edward e Isabella no había hecho más que empeorar las cosas para él.

Desde el fallecimiento de su mujer y su hijo, Jasper no había hablado de ellos ni en una sola ocasión. Emmett y Edward habían aceptado los deseos de Jasper y no le habían preguntado nada. Así que cuando Jasper confesó que nunca había amado a su esposa, Emmett se quedó completamente atónito.

Él creía que su unión había nacido del amor. Jasper había engañado a todo el mundo, incluido a él mismo. Emmett quería lo mejor para sus hermanos y cada uno de ellos merecía la clase de matrimonio que habían tenido sus padres. No quería que Jasper volviera a verse atrapado.

Emmett se frotó el cuello cuando sintió el dolor que lo azotaba en la base del cráneo cada vez que pensaba en Jasper. Jasper era fuerte. Sabría que irían a buscarle.

—Aguanta, hermanito —susurró Emmett.

—¡Ya está!

Emmett miró hacia arriba. Riley había arreglado tan bien el tejado que era difícil saber por dónde había caído Rosalie. Salió de la cabaña y le hizo un gesto con la cabeza a Riley mientras este saltaba al suelo.

—Bien hecho.

Riley se encogió de hombros y se sacudió el polvo de las manos.

—Ha sido fácil. Siempre me tocaba arreglar el techo de mi casa.

Emmett esperó a ver si Riley hablaba más sobre su pasado. Era muy poco frecuente que alguno de ellos hablara de cuando aún no se habían convertido en guerreros.

Como Riley no dijo nada más, Emmett lanzó más trozos de camas, sillas y mesas rotas al fuego. Ya lo habían quemado casi todo y al final del día siguiente no quedaría nada.

—La cosa va bien —dijo Edward mientras llegaba con Jacob y Garret—. La aldea ya tiene mejor aspecto.

Emmett le tendió un odre de agua a su hermano y levantó la mirada hacia las oscuras nubes que se acercaban.

—Tenemos que echar abajo y quemar seis cabañas más. La lluvia podría retrasar las cosas.

Edward bebió abundantemente antes de ofrecerle el agua a Garret.

—La lluvia no impedirá mi trabajo y, si hace falta, puedo trabajar contigo bajo la lluvia echando abajo el resto de las cabañas.

—No, tú trabaja en la construcción de los muebles —replicó Emmett—. Riley y yo podemos encargarnos de esto.

—Y yo puedo ayudaros —añadió Garret.

Emmett asintió hacia el recién llegado. Con una mirada a su hermano, Emmett supo que a Edward le gustaba Garret, lo que era bueno. Cuantos más guerreros tuvieran para luchar contra Tanya, mejor.

—Parece que Broc ha vuelto —dijo Jacob.

Emmett se volvió y vio a Broc volando hacia él con algo en los brazos. La manera en que volaba, como si estuviera herido, le dio que pensar a Emmett. Sin decir una palabra a los demás, Emmett empezó a correr hacia Broc.

El guerrero alado volaba bajo, tocando incluso las copas de los árboles. Aterrizó pesadamente al mismo tiempo que Emmett se detenía delante de él.

—Está malherido, pero no está muerto —dijo Broc, y dejó a Randall en el suelo, entre los dos.

Emmett vio los cortes y la sangre que tenía Broc mientras los otros se abrían en abanico detrás de él.

—¿Qué ha pasado?

—Vi cómo lo atacaban.

—¿Quiénes?

Broc se frotó los ojos con una mano mientras flexionaba el otro hombro.

—Eso no importa.

Pero sí que importaba. Emmett esperó mientras Edward se arrodillaba junto a Randall y luego asentía, indicando que el hombre aún vivía.

—¿Por qué lo ayudaste? —Preguntó Emmett.

La mirada de Broc se encontró con la suya.

—Randall es inocente. No es ni un druida ni un guerrero. No tenían por qué hacerle daño.

A Emmett le sorprendió el odio que había en la voz de Broc. Luego vio las heridas en su cuerpo. No toda la sangre que tenía encima era de Randall.

—Ayudó a Rosalie. En la mente de alguna gente, eso es suficiente para condenarle.

—No en la mía.

Emmett soltó un suspiro.

—Gracias.

Broc no dijo nada, saltó hacia el aire y volvió a marcharse volando.

—No sé muy bien qué pensar sobre él —dudó Edward sobre Broc.

Emmett negó con la cabeza.

—Yo tampoco. Llevemos a Randall al castillo. Rosalie querrá verle.

Pero cuando Emmett se agachó para levantar a Randall, se dio cuenta del alcance de sus heridas, incluido el hueso que sobresalía de su brazo. Emmett encontró la mirada de Edward y suspiró. El brazo de Randall colgaba en un ángulo imposible. Emmett tenía miedo de intentar usar sus poderes para trasladarlo al castillo por el daño que podría causarle al brazo.

—Riley, necesito que busques a Sonya y que la traigas aquí. Dile que tenemos a un hombre herido al que tiene que ver inmediatamente. Edward, ve a buscar a Rosalie.

Edward se puso en pie, con el rostro serio.

—¿Qué vas a hacer?

—Llevaré a Randall a una cabaña. No podemos tratarlo aquí fuera.

Garret se colocó a los pies de Randall.

—Te ayudaré a llevarlo. Cuantos más lo cojamos, mejor.

—Es verdad —dijo Jacob.

—Entonces, Riley que se quede —propuso Edward—. Yo iré a buscar a Sonya y a Rosalie.

—Date prisa —apremió Emmett a su hermano.

Edward se dio la vuelta y corrió hacia el castillo. Emmett se pasó una mano por la cara y miró a Randall. Apenas reconocía su cara.

—Está bien —dijo Emmett al cabo de un momento—. Quiero llevarlo a la cabaña que acabamos de arreglar, Riley. La cama estaba intacta, ¿verdad?

Riley asintió.

—Sí. Y también hay un par de sillas en buen estado.

—Bien. Quiero que lo levantemos y lo movamos con cuidado. Está inconsciente y me gustaría que, por el momento, siguiera así.

—¿Sonya podrá arreglarle el brazo? —Preguntó Garret—. Tiene muy mal aspecto.

Emmett se tragó la bilis que le subía por la garganta.

—La verdad es que no lo sé.

Los cuatro levantaron a Randall con el cuidado con el que habrían sostenido a un niño. Se movían con pasos lentos y medidos en dirección a la cabaña. Por suerte, era la más cercana.

Randall gruñó de dolor cuando Emmett tropezó con una piedra y se sacudió. Emmett quería dejarlo en la cama y limpiarle parte de la sangre antes de que lo viera Rosalie.

—La puerta es muy estrecha —advirtió Riley—. Garret, tú entrarás primero, pero ten cuidado con el umbral. Cuando él ya haya entrado, entrarás tú, Jacob.

Garret atravesó la puerta con los pies de Randall. Jacob tuvo problemas para pasar, pero después de inclinar el cuerpo de Randall, consiguió entrar en la cabaña. El siguiente fue Riley, que atravesó la puerta sin darle ningún golpe a Randall.

Emmett sostenía los hombros de Randall y atravesó la puerta con facilidad. Luego se dio la vuelta para dejarlo en la cama, pero vieron que encima de ella había trozos del techo, de cuando Rosalie había caído por él.

—Aguantadle. —Riley se movió a toda velocidad mientras limpiaba la cama y apartaba las mantas.

Entre todos dejaron a Randall en la cama sin ningún incidente. Emmett se puso tenso y giró la cabeza hacia la puerta cuando oyó un grito ahogado y vio a Rosalie agarrada al marco de la puerta con tanta fuerza que sus nudillos se habían quedado blancos.

La cara de Rosalie se arrugó, pero no lloró, aunque Emmett no la habría culpado si hubiera visto lágrimas en sus ojos.

—¿Qué ha pasado? —Preguntó con voz ahogada.

A Emmett le dolió el corazón por la angustia que parecía invadirla.

—Lo ha traído Broc. Dice que lo estaban atacando.

Los ojos de Rosalie se elevaron hacia los de él y Emmett vio la gran preocupación que había en las profundidades de sus ojos azul grisáceo.

—¿Quién podría haber querido hacerle algo así?

—Broc no lo dijo, pero creo que fueron guerreros.

—¿Pudo haberlo hecho Broc?

Emmett negó con la cabeza

—Fue lo primero que pensé. Hasta que vi las heridas que él también tenía en su cuerpo. No, Rosalie, él luchó para salvar a tu primo.

—Oh, dioses —gimoteó ella, y apoyó la frente en el marco de la puerta—. El brazo, Emmett.

—Lo sé. Sonya tiene mucha magia. Hará todo lo que pueda. —Rezó por que fuera suficiente.

Rosalie respiró hondo y se apoyó en la puerta. Entonces fue cuando Emmett se dio cuenta de que no llevaba un vestido, sino pantalones y una túnica. El suave cuero marrón recubría sus delgadas piernas como una segunda piel. A Emmett se le hacía la boca agua.

Habían remodelado una túnica azul para que le viniera bien, y le marcaba los pechos. Aunque la túnica le tapaba la cintura y las caderas casi por completo, Emmett pudo admirar la turgencia de sus nalgas.

Este se relamió los labios y contuvo un gemido. Nunca se había imaginado que se vería reducido a aquel estado por la imagen de una mujer. Pero, claro, nunca había imaginado a una mujer como Rosalie.

Esta lo desafió con la mirada a que desaprobara su nuevo atuendo. A él no le gustaba la idea de que fuera por ahí en pantalones, sobre todo al comprobar que Garret y Riley se mostraban tan estupefactos como él.

—Dijiste que no podía depender de mis poderes —recordó ella—. Dijiste que tenía que aprender a luchar sin ellos.

—Así es —murmuró Emmett. Había tomado su argumento y lo había usado contra él—. No estoy acostumbrado a ver a una mujer con pantalones.

Ella se miró a sí misma y clavó la punta de la bota en el suelo.

—Me siento rara, pero puedo moverme mucho mejor cuando estoy luchando.

Randall gimió y todos olvidaron el atuendo de Rosalie y se centraron en él.

—Yo sabía que esto le podía suceder —dijo Rosalie mientras caminaba hasta Randall y le ponía una mano en la frente—. Siempre decía que lucharía y moriría a mi lado, aunque no tuviera mis poderes.

—Es un buen hombre —admitió Emmett.

Rosalie asintió.

—Si muere, nunca me lo perdonaré.

—No morirá —prometió Riley—. Sonya está de camino y lo ayudará.

Emmett rezó porque Riley tuviera razón. Randall tenía un aspecto horrible, pero Emmett sabía por experiencia propia que la magia sanadora de Sonya era extraordinaria.

Al cabo de un momento, Sonya, Isabella y Edward entraron en la cabaña. Sonya no dijo una palabra cuando se acercó a Randall y empezó a inspeccionarle las heridas.

Emmett fue hasta la puerta, donde se habían congregado los demás hombres. Cruzó los brazos sobre el pecho y observó cómo las tres mujeres inclinaban sus cabezas sobre Randall.

Los minutos se convirtieron en horas mientras le limpiaban la sangre una y otra vez. Emmett y Edward hicieron turnos para traer más agua a las mujeres para que pudieran escurrir los paños empapados en sangre.

Una eternidad más tarde, Sonya se puso derecha, con una mano en la parte baja de la espalda.

—Tiene el brazo roto y dislocado. Si no se lo pongo en su sitio y le acoplo bien el hueso no podrá usar el brazo, por mucha magia que utilice. Cuando tenga el brazo arreglado miraré las otras heridas.

Un hombre de las Highlands necesitaba los dos brazos. Un clan buscaba en su jefe fuerza, valor y sabiduría. Sin esas tres cosas, no lo seguirían. Y aunque Randall tenía el suficiente coraje para superar la pérdida de un brazo, a su clan eso no le importaría.

Emmett se acercó a Sonya.

—¿Qué quieres que haga?

Tenía el pelo rojo pegado en un lado de la cara, y sus ojos color ámbar mostraban un gran sufrimiento.

—Sujétalo. Tendréis que sujetarlo entre todos.

Emmett hizo un gesto a los demás guerreros, y todos alargaron sus manos hacia Randall para sujetarlo.

—Primero le colocaré el hombro —anunció Sonya.

Se humedeció los labios con la lengua y con un giro y un tirón le puso el hombro en el sitio. Randall gritó y arqueó la espalda por el dolor.

Sonya miró a Emmett.

—Preparaos —avisó a todos—. El hueso ha atravesado la piel y Randall luchará.

—¿No puedes usar tu magia? —preguntó Riley.

Sonya lo miró y negó con la cabeza.

—Ojalá fuera tan fácil, Riley. La magia no es la respuesta a todo, menos aún con los mortales que no tienen magia en su interior.

En cuanto Rosalie le tocó el brazo cerca de la fractura, los ojos de Randall se abrieron de golpe. Empezó a moverse y a intentar soltarse y sus gritos de dolor inundaron la cabaña. Emmett y los demás usaron toda su fuerza para mantenerlo quieto y que Sonya pudiera colocarle el hueso en su lugar.

Isabella le cogió la mano herida a Randall. Rosalie le acarició la frente y le susurró cosas al oído que Emmett no pudo entender.

Randall tenía los ojos como enloquecidos y su respiración era entrecortada. Sus heridas habían empezado a sangrar de nuevo.

—Sujetadlo —gritó Sonya cuando Randall se sacudió con fuerza.

—Olvidad las otras heridas —dijo Emmett a los demás—. Sujetadlo. Sonya se encargará de todo cuando le haya arreglado el brazo.

Los demás guerreros sujetaron a Randall con fuerza hasta que apenas pudo moverse. Él gritó de agonía cuando Sonya le tiró del brazo para volver a ponerle el hueso bajo la piel.

El sudor cubrió la frente de Emmett al imaginarse el dolor que estaría sintiendo Randall. Nadie soltó a Randall hasta que Sonya acabó de arreglarle el brazo.

—Se ha desmayado —informó Rosalie.

Emmett bajó la mirada y vio que, efectivamente, Randall había vuelto a perder la consciencia. Lo soltó y se apartó. Los demás hicieron lo mismo, pero Garret salió de la cabaña.

Cuando vio lo pálida que estaba Rosalie, Emmett le trajo una silla y la hizo sentarse. Luego escurrió un paño húmedo y se lo dio para que pudiera limpiarle la frente a su primo.

Sonya le hizo un gesto de asentimiento a Emmett, haciéndole saber que lo tenía todo bajo control. Emmett abandonó la cabaña para tomar un poco de aire. El olor a sangre flotaba en el ambiente recordándole a la matanza de su clan.

—¿Se pondrá bien?

Emmett giró la cabeza y encontró a Garret apoyado contra la pared exterior de la cabaña. A Garret le temblaban las manos mientras se las llevaba a la cara para apartarse un mechón de pelo.

—Creo que sí —contestó Emmett—. No sabremos cómo quedará su brazo hasta que se le haya soldado la fractura. Sonya utilizará toda la magia que pueda para curarlo.

Garret cambió de postura.

—A un tío mío, un hombre enorme, como un oso, se le partió el brazo cuando le cayó un árbol encima. Hasta que sucedió aquel accidente, había sido un hombre respetado y reverenciado en el clan. Después, la gente no lo miraba a los ojos. Pero él no se rindió. Aprendió a usar la espada con la mano izquierda pero, a pesar de eso, cuando llegaba el momento de la batalla, no lo dejaban luchar.

—¿Qué hizo él?

—Se quedó atrás, como le habían dicho. Pero las acciones de su clan le hicieron más daño que la pérdida de su brazo. Mi tía era una buena mujer y lo quiso a pesar de que solo tenía un brazo.

Emmett miró hacia su castillo y frunció el ceño.

—Se supone que Randall tiene que ser el jefe de su clan.

—Entonces, que Dios lo ayude —masculló Garret.

Emmett se pellizcó el caballete de la nariz con el pulgar y el índice. Garret tenía razón. Si Randall no podía usar el brazo, su clan no lo querría. No tendría adonde ir.

Después de todo lo que Randall había hecho por Rosalie, Emmett no podía permitir que acabara deambulando por Escocia. Le harían un hueco en el castillo.

—Lo ayudaremos —dijo Emmett—. Se quedará aquí con nosotros.

La cabeza de Garret se volvió hacia él.

—Eres el hombre que todo el mundo dice que eres. Siento que no pudieras ser el jefe de tu clan, Emmett, pero me alegro de tenerte como líder.

Emmett no sabía cómo responder a Garret. Al final, asintió y se marchó. Había trabajo que hacer y quedándose allí quieto no le hacía ningún bien a nadie.

Cuando Rosalie salió de la cabaña, ya había caído la noche. Las mujeres habían acordado hacer turnos para cuidar a Randall. A Rosalie le había tocado el primer turno y Sonya había ido a relevarla. Randall dormía profundamente, su pecho subía y bajaba con regularidad, pero Rosalie aún estaba preocupada.

No estaba segura de lo que había hecho Sonya ni de la clase de magia que había usado, pero fuera lo que fuera, estaba curando a Randall.

Sonya le había prometido que la avisaría si Randall se despertaba, pero Rosalie esperaba que durmiera toda la noche. Y eso esperaba también Sonya mientras se preparaba para hacer la guardia.

Una sombra se movió cerca de la cabaña, y Rosalie sintió un perfume a naranjo.

Emmett.

Fue directa hacia él y cuando abrió los brazos, ella no dudó en aceptarlos. Rosalie descansó la cabeza en su hombro y cerró los ojos.

—Si Broc no lo hubiera encontrado...

—No digas eso —susurró Emmett—. Broc lo ha encontrado y Sonya lo ha curado lo mejor que ha podido.

Rosalie asintió.

—Le quedarán muchas cicatrices de las marcas de las garras.

—¿Le has visto las manos? Se defendió, Rosalie. Aunque eran guerreros, se defendió.

Ella pestañeó ante la repentina ráfaga de lágrimas.

—Yo creía que cuando me fuera de Edimburgo él estaría bien.

—No creo que estuviera en Edimburgo. Creo que venía hacia el castillo para verte. —Sus fuertes manos le agarraron los hombros y la separaron de él—. Hay algo más.

Ella no podía ver sus ojos porque la luna estaba detrás de él, pero oyó la preocupación en su voz y vio que tenía la frente arrugada.

—¿Qué es?

—Si por alguna razón Randall no es capaz de usar el brazo como debería, puede quedarse aquí. Sabes que su clan no lo aceptará como jefe si no está completamente bien.

—¿Le abrirías tu casa?

—Sí.

Ella estaba atónita ante aquel gesto. Emmett la asombraba constantemente.

—¿Porqué?

—Porque estuvo a tu lado cuando el resto de tu familia no lo hizo. Porque puso su vida en peligro para ayudarte. Porque era tu hermano y porque confió en mí para que te cuidara.

—Emmett —susurró ella, con la garganta hecha un nudo por la emoción.

La boca de Emmett bajó hasta la de ella, cortando cualquier cosa que ella hubiera querido decir. Cuando sus labios se movieron contra los de Rosalie expertamente, provocándola e incitándola, ella tocó su lengua con la suya. Él gimió y la apretó contra su duro pecho.

Rosalie no quería abandonar sus brazos. En su abrazo se sentía como si nada pudiera hacerle daño jamás, como si estuviera protegida y... fuera amada.

Amor.

Era una palabra que nunca decía y que nunca consideraba. A no ser que pensara en Emmett.

La última persona que la había querido había sido su padre, y se lo habían arrebatado. Robena se había preocupado por ella y había estado orgullosa de que la diosa la hubiera elegido, pero Robena no la había querido. No, Robena tenía un trabajo que hacer y eso era todo lo que le había importado a la vieja druida.

El amor no era una emoción que Rosalie pudiera permitirse sentir. La exponía a un dolor que no quería volver a experimentar jamás. Era mejor cerrarse y mantener las distancias.

¿Estás tan segura de eso ahora que has conocido a Emmett? Él podría ofrecerte mucho más.

Rosalie apartó aquellos pensamientos de su cabeza mientras Emmett intensificaba el beso. Sus manos bajaron hasta sus nalgas y la aguantaron mientras colocaba su erección contra ella.

Rosalie se quedó sin aire. Se aferró a los grandes hombros de Emmett y se rindió a la pasión que se desplegaba en la parte baja de su vientre.

—Dios mío, Rosalie —susurró Emmett. Le fue besando el cuello hacia abajo y la inclinó hacia atrás—. Te deseo. Te necesito.

Ella se estremeció ante sus palabras y luego gritó cuando sus dientes rozaron su pezón a través de la túnica. El placer la recorrió como un rayo. Levantó una pierna y la colocó alrededor de la cintura de él.

El aire de la noche, con el olor del mar, se arremolinaba alrededor de ellos. La luna y las estrellas centelleaban en el cielo mientras el agua chocaba contra los acantilados. A su alrededor predominaba la muerte y la destrucción, pero en los brazos el uno del otro podían encontrar serenidad.

—Yo también te necesito, Emmett —le confesó ella—. Te necesito desesperadamente.

Sin decir una palabra, él la levantó hasta que sus piernas se abrazaron a su cintura y entonces la llevó detrás de una de las cabañas. La apretó contra una de las paredes y frotó su pene contra ella.

Rosalie gimió y movió las caderas. Estaba encantada con aquella privacidad, pues sabía que los demás guerreros estaban montando guardia y no quería que vieran la pasión que solo tenían ella y Emmett.

—Sería mucho más fácil si llevaras un vestido —gruñó él.

Rosalie se rió.

—También sería más fácil si tú llevaras una falda escocesa.

—Lo tendré en cuenta la próxima vez —murmuró él contra su cuello mientras le acariciaba la piel—. No tienes ni idea de lo que siento cuando te veo con los pantalones.

Ella metió la mano entre ellos, le levantó la túnica hasta el pecho y luego se la quitó.

—Explícamelo.

—Hace que quiera marcarte como mía.

Ella tembló con sus palabras. Ella quería que la marcara y que la marcara como suya.

Sus manos estaban desesperadas por quitarse la ropa que separaba sus cuerpos. Antes de que la última prenda de ropa tocara el suelo, ya estaban abrazados de nuevo.

Rosalie metió los dedos entre los oscuros cabellos de Emmett mientras él la levantaba una vez más. Ella envolvió las piernas alrededor de su cintura y gimió cuando su miembro frotó su sensible sexo.

—Por favor, Emmett —le suplicó. Necesitaba tenerlo dentro de ella. Solo él podía hacerle olvidar el mundo que los rodeaba y hacerla sentir que eran las únicas dos personas que quedaban en el mundo.

Las manos de Emmett le agarraron las caderas, aguantándola por encima de su pene. Ella no apartó la vista cuando la mirada de él se encontró con la suya. Rosalie se perdió en el verde exquisito de sus ojos.

Él la bajó contra su miembro de un golpe. Ella intentó mover las caderas, pero él la mantuvo firme. Él la llenó por completo hasta que la punta de su pene tocó su útero. Solo entonces le permitió moverse.

Rosalie entrelazó los pies y hundió la cara en el cuello de Emmett mientras sus caderas empezaron a moverse. Con cada empuje él se acercaba más a ella, se hundía más en su interior... Él le tocaba el corazón.

Ella no sabía si era por ver a Randall muriéndose ante sus ojos, pero se sentía salvaje, expuesta, y necesitaba a Emmett de una manera que no sería capaz de explicar con palabras.

Él no le había hecho preguntas. Simplemente se había ofrecido, como si supiera que lo necesitaba.

Rosalie le besó el cuello a medida que su necesidad aumentaba con la aceleración de sus caderas.

—Oh, Dios, Rosalie —gimió él.

Ella lo volvió a besar, recorriéndole la piel con la lengua. Él gimió en las profundidades de su garganta mientras sus dedos se clavaban en las caderas de ella.

Las manos de Rosalie pasaron a los hombros de Emmett mientras luchaba por agarrarse a él mientras llegaba al orgasmo. Ella dio un grito ahogado y se enterró en su cuello cuando el orgasmo la envolvió.

Rosalie quedó atónita ante la intensidad del orgasmo. Su cuerpo se convulsionaba con aquellas deliciosas olas de placer. Emmett siguió sumergiéndose dentro de ella, alargando su clímax.

—Eres mía, Rosalie. Mía.

Ella se sacudió, abrió la boca en un grito de gozo silencioso mientras los colmillos de Emmett se hundían en su cuello y la llevaban a otro orgasmo.

Cuando pudo abrir los ojos, Emmett le estaba besando el lugar donde la había mordido. Ella supo sin mirarse que la había marcado. Debería de estar enfadada, pero no lo estaba. Estaba eufórica.

—Mía —susurró él justo antes de transportarlos de un salto a su habitación del castillo.

 

 

Emmett no podía creer que hubiera cedido a sus deseos de marcar a Rosalie. Sentir su cuerpo aferrado alrededor del suyo, saber la angustia que había sentido ella al encontrar a Randall, y la excitación que él había experimentado cuando ella había ido hasta él habían sido demasiado.

En la oscuridad de la noche, ella era suya. Si ella querría permanecer en su cama cuando saliera el sol era otra cosa. Él le había dicho que era suya, pero en su corazón sabía que no la tenía. Nunca la tendría a no ser que ella le diera su corazón.

Emmett llegó de un salto a su habitación y la dejó en la cama antes de acostarse a su lado. Ella se volvió hacia él y apoyó la cabeza en su hombro. La cabeza de Emmett estaba llena de ella. Incluso el latido de su corazón se lo debía a ella.

Edward le había preguntado si le importaba Rosalie. Emmett no sabía qué emoción había en su interior, pero sus sentimientos hacia Rosalie crecían cada día. Ella no tenía ni idea de que lo tenía en la palma de la mano y probablemente sería mejor que no lo supiera.

Ni siquiera el saber que ella le escondía la verdad sobre el anillo y su conocimiento del Pergamino podía apagar sus sentimientos. Ella tenía sus razones para mantener su secreto y, aunque le dolía que no confiara en él, intentaba entenderlo.

Bajó los dedos por su espalda, acariciándola. Quería agarrarla contra sí y no soltarla nunca, pero tendría que hacerlo. Encadenarla a él solo haría que ella quisiera marcharse.

Emmett sabía que al final tendría que hacer lo imposible. Tendría que dejar que Rosalie se marchara.

Cerró los ojos mientras una ola de dolor le atravesaba el cuerpo. La idea de no ver sus ojos azul grisáceo todos los días, de no ver cómo sus labios formaban aquella increíble sonrisa o de no sentir sus manos sobre él le provocaba un sudor frío.

—Dios, dame fuerza —susurró.

 

 

Broc voló hacia el suroeste cuando dejó a los MacMasen. Había tardado demasiado. Tanya estaría furiosa cuando volviera, pero tenía que hacer una parada más.

El viento lo empujó hacia su destino. Vio el gran grupo de árboles mucho antes de llegar hasta él. En aquel enorme bosque vivían muchas criaturas y también druidas.

Aterrizó cerca del lago y se volvió a transformar en el hombre que era. Era la única vez que dejaba de lado a su dios, la única vez en que se permitía recordar al hombre que solía ser. Le traía demasiados recuerdos, pero tenía que hacer que aquello se acabara.

Broc se pasó los dedos por el pelo, que llevaba demasiado largo, y utilizó el lago para lavarse la sangre del cuerpo. La sangre de Randall y la suya propia. Sus heridas se habían curado, pero probablemente, el primo de Rosalie no tendría tanta suerte. Se puso derecho y deseó haber cogido una túnica.

—¿Broc?

Su dulce voz llegó hasta él desde los árboles. Ella apareció con una cesta en una mano y la falda en la otra. Los pálidos mechones marrones de su pelo caían libres alrededor de su cara.

—Eres tú —susurró—. Creía que nunca volverías.

No había querido volver. Se había prometido a sí mismo, en su última visita hacía ya casi seis meses, que aquella sería la última. Era demasiado peligroso para los druidas. Pero no había sido capaz de mantenerse alejado.

—No puedo quedarme mucho tiempo, Anice. Hay gente malvada buscándote a ti y a los demás druidas. Debéis quedaros escondidos como os dije.

La sonrisa de Anice no titubeó mientras anduvo hacia él. Dejó la cesta y llevó sus manos a la cara de Broc.

—Cuánto te he echado de menos. Sufro por ti constantemente.

—Estaré bien —aseguró él, e intentó no apartarle las manos de un golpe. Era una chica dulce, pero no siempre escuchaba cuando era importante—. ¿Me has oído? Tú y los demás druidas tenéis que quedaros escondidos.

—Hemos usado la magia. Incluso mi hermana incorporó su magia antes de marcharse. Broc se quedó paralizado cuando la mencionó. Ella era la auténtica razón por la que él estaba allí, la razón por la que no podía mantenerse alejado de aquel lugar. Su corazón retumbaba en sus oídos como un tambor.

—¿Sonya se marchó?

Anice ladeó la cabeza y frunció el ceño mientras lo miraba.

—Dijo que era importante, que la necesitaban en otro lugar. Dijo que era para ayudar a los que luchaban contra Tanya.

Broc se dio la vuelta y se pasó la mano por la cara. Su corazón retumbaba en sus oídos mientras su cabeza pensaba en todas las posibilidades.

Recordaba el momento en que había traído a las dos niñas con los druidas. Había seguido cuidándolas durante años. Ninguna de ellas sabía el papel que había tenido Broc en su escapada de Tanya, y quería asegurarse de que nunca lo supieran. Tendría que responder a demasiadas preguntas sobre lo que les había sucedido a sus padres.

Sonya no sabía de su existencia. Y habría querido que Anice tampoco supiera nada, pero lo había sorprendido espiando a su hermana. Broc estaba desesperado por sentir el tacto de Sonya. Debería de haber apartado a Anice. Pero en lugar de eso, la había hecho su amante pese a que su mirada siempre estaba puesta sobre Sonya.

Volvió a mirar a Anice e intentó ignorar el dolor de sus ojos.

—¿Cuándo se marchó Sonya?

Anice se encogió de hombros.

—¿Qué importa eso? Estará bien, como siempre lo ha estado.

—¿Cuándo, Anice? —Volvió a preguntar.

Ella se apartó de él. Por primera vez había una mirada de recelo en sus ojos marrones. Ella no tenía ni idea de la clase de monstruo que él era en realidad o de la cantidad de gente que había matado. Si lo hubiera sabido, nunca le habría entregado su cuerpo.

—Hace casi tres meses.

Broc luchó por respirar. ¿Tres meses? Sonya podría estar en cualquier lugar. Podría necesitarlo. ¿Es que acaso no sabía que para los druidas no era seguro vagar por Escocia?

—¿Adónde?

—Dijo que iba con los MacMasen.

Broc apretó los puños. No estaba seguro de haber oído bien a Anice. ¿Sonya había estado con los MacMasen todo el tiempo y él no lo había sabido? Necesitaba ver con sus propios ojos que había llegado al castillo y que los guerreros la habían dejado entrar. Si había un lugar donde creía que Sonya podía estar segura, era con los MacMasen. Por el momento.

—Anice, escúchame. La magia de Tanya ha aumentado. Está encontrando a druidas que han estado escondidos durante años. La magia que tú y los demás habéis usado podría no ser suficiente. —Quería contárselo todo, lo de los guerreros, lo que perseguía Tanya, pero no tenía tiempo.

Ella tragó saliva y asintió con una sacudida.

—No volverás, ¿verdad?

—No puedo arriesgarme a hacerlo. Es demasiado peligroso. Para los dos.

—Creía que teníamos un futuro juntos.

Broc bajó la mirada hacia el suelo. Se arrepentía de haber utilizado a Anice, pero no podía dejar que pensara que compartían algo.

—No hay ningún futuro conmigo.

Las lágrimas resbalaron incontroladas por su cara y cayeron sobre su pecho.

—Que Dios te acompañe, Broc.

Él esperó hasta que el bosque se la hubo tragado de nuevo antes de dejar caer la cabeza en sus manos. Nunca había sido su intención hacer daño a Anice. Un momento de debilidad había hecho que él la recibiera en sus brazos y pagaría por ello durante el resto de su vida.

En cuanto a Sonya, también era su responsabilidad. Broc se había asegurado de que Anice nunca hablara de él, así que no le preocupaba que Sonya les hubiera contado algo a los MacMasen.

Broc se dio la vuelta y se alejó corriendo del bosque antes de liberar a su dios y echar a volar. Haría lo que hiciera falta para mantener a las dos hermanas druidas alejadas de Tanya. Lo que hiciera falta.

 

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AAAAAAAAAAAAA, POBRE RANDALL, QUE PENA ME DA CON EL YA QUE NO TIENE NI LA MENOR OPORTUNIDAD, AAAAAA POR OTRO LADO ROSALIE SIGUE RENUENTE, ¿QUE TE PASA A ESA MUJER? NECESITA UNOS ZAPES,
AAAAAAAAAAA, VIERON EL NOMBRE DE LA DRUIDA QUE TANYA QUIERE QUE CAPTUREN, !SIIIIIIIIIII! GUPAS, LEYERON VIEN, IMAGINENSE,

"JASPER" + "UN FOZO OSCURO LLENO DE GUERREROS DESCONTROLADOS Y SEDIENTOS DE SANGRE" + "UNA LINDA MUJER QUE CAE DEL CIELO"= ¿QUE CREEN QUE RESULTE.

LA HISTORIA DE JASPER Y ALICE, NO ES COMO LAS OTRAS QUE HAYAN LEIDO, NO HAY HERMOSOS PAISAJES, NO HAY COMODAS CAMAS, NO HAY LUZ, ESTAN RODEADOS ENEMIGOS, NO HAY COMIDA,Y A TODO ESO SUMENLE UNA BRUJA VIOLADORA, AAAAAAAAA NO SE LA PUEDEN PERDER, DE VERDAD, Y NO FALTA MUCHOOOO

 

IMPORTANTE: CHICAS LE CAMBIARE EL NOMBRE A LA HISTORIA, SE LLAMARA "LOS HERMANOS MACMASEN" Y EN CADA UNO DE LAS TRES PARTES PONDRE EL NOMBRE DE CADA UNA DE LAS HISTORIAS, SE ME HACE JUSTO YA QUE ESTAN LAS TRES HISTORIAS JUNTAS,

"EL BESO DEL DEMONIO" EDWARD

"EL PERGAMINO OCULTO" EMMETT

"EL HECHIZO OLVIDADO" JASPER.

 

BUENO LAS VEO MAÑANA BESITOS.

Capítulo 36: TRECE Capítulo 38: QUINCE

 
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