LOS HERMANOS MACMASEN (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 27/08/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 390
Visitas: 103253
Capítulos: 57

"FANFIC TERMINADO"

 

Tres hermanos, tres guerreros, unidos no solo por sangre sino  por una fuerza más poderosa, por culpa de una malvada hechicera, Durante trescientos años, han permanecidos alejados del mundo, ocultando al vengativo dios que llevan prisionero en sus almas, pero muy pronto las cosas cambiaran, una épica guerra entre el bien y el mal se avecina, Edward, Emmett y Jasper deberán luchar no solo contra el mal que los ha asechado toda su vida, sino también contra el amor y la pasión que se encontraran en el camino

Todo el poder, la pasión y la magia de los legendarios guerreros de Escocia atados al juramento de luchar por la victoria en la batalla y en el amor.

 

 

adaptacion de los personajes de crepusculo con el libro "Serie Highlander la espada negra de Donna Grant"

 

 

 

 

mis otras historias

 

“PRISIONERA DE GUERRA” http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3899

 

“UN AMOR DE LEYENDA” http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3945

 

“CALAMITOSA” http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3946

 

“EL DIABLO” http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3945

 

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 4: TRES

La mente de Isabella no paraba de dar vueltas. Tenía quebraderos de cabeza pensando en lo que había pasado, y en lo que la había traído hasta allí.

Recordaba haber estado observando las ruinas, haberse sentido atraída por ellas. Casi como si la estuvieran llamando, como si le estuvieran haciendo señas. Luego se había quitado el colgante porque le quemaba.

El viento se lo había arrancado de las manos, pero había conseguido cogerlo. Recordaba haber sentido la tierra ceder bajo su cuerpo y luego caer antes de poder ponerse a salvo.

Luego se había detenido y había levantado la vista para encontrar a... Edward. Él la había cogido de un brazo, luchando para evitar que cayera, mientras sus ojos verdes como el mar le rogaban que no se soltara. Ella se había resbalado, de eso estaba segura.

A pesar del terror de la caída, sabiendo que acabaría golpeándose contra las rocas y muriendo, y había conseguido oír cómo latía su corazón. Pero no recordaba nada más después de ver sus ojos abiertos por el miedo, mientras su mano se escurría de la suya.

¿Era posible que su hermano, se llamaba Emmett, hubiera podido estar abajo para cogerla al vuelo cuando cayó? Era la única explicación, pero una parte de su mente seguía sin fiarse.

Aquellos hombres le ocultaban algo. Era un presentimiento, el mismo tipo de sentimiento que la había invadido hacía unas semanas: como si alguien la estuviera observando.

Hubo un aullido que fue rápidamente absorbido por un trueno, pero el sonido era inconfundible.

Dio un salto y se acercó rápidamente al fuego.

La imagen del otro hombre que se había enfadado al verla con el vestido le pasó como un relámpago por la mente. ¿Se había tratado de una jugarreta de las velas o en realidad se le habían alargado los dientes?

Miró fijamente hacia la puerta, preguntándose si podría conseguirlo. Ellos le habían dicho que no era ninguna prisionera, pero no estaba muy segura de qué creer.

—No te detendremos.

Ella se giró y vio a Emmett con los codos sobre la mesa y cogiendo una botella de vino. Su pelo era del color de la tierra recién arada, oscuro y grueso. Era bastante guapo, con aquella mandíbula ancha y fuerte y sus firmes labios, pero sus oscuros ojos verdes estaban repletos de un profundo y silencioso dolor.

Él hizo un gesto hacia la puerta sin apartar la mirada de la botella.

—Vete.

—Entonces ¿no estoy segura aquí?

Soltó una carcajada y se llevó la botella a los labios. Bebió un largo trago y se encogió de hombros.

—Edward no permitirá que te pase nada. Él es el mejor de nosotros. De todos modos, no sé qué es peor, si la tormenta o quedarse aquí.

A pesar de que Emmett estaba borracho, ella vio la verdad de sus palabras en sus ojos. El miedo le recorrió toda la espalda. Su colgante, que había descubierto que tenía agarrado con una mano, vibraba bajo su vestido, entre sus pechos. No lo había hecho nunca antes y aquello la hizo ser todavía más consciente de lo que la rodeaba.

¿Quiénes eran aquellos hombres? ¿Era simple coincidencia que dos de ellos tuvieran los mismos nombres que los hermanos de la leyenda de los MacMasen? ¿Se llamaría el tercero Jasper?

¿Realmente quería saberlo?

Angus le había dicho que el castillo estaba habitado por monstruos. Podría ser que el viejo supiera mucho más de lo que estaba dispuesto a contar.

Isabella encogió los dedos de los pies. Tenía los pies como dos témpanos de hielo de estar sobre las desnudas piedras, pero no había sido capaz de encontrar sus zapatos ni sus medias al salir del dormitorio. La tormenta era intensa, pero no había razón para no conseguir llegar a la aldea.

¿En la oscuridad? ¿Sola?

Se encogió por dentro al sentir el miedo que la invadía siempre que caía la noche. Dio un paso hacia la puerta, la luz de las velas y de la chimenea la hizo dudar. Al ver que Emmett no hacía otra cosa que mirarla, dio otro paso. Su mano ya estaba sobre el pestillo de la puerta para abrirla, cuando Edward entró en el salón con un plato de comida en las manos.

Su mirada se encontró con la de Isabella y se quedó helado. Ella se pasó la lengua por los labios y se dio cuenta de que sus posibilidades de salir libre eran pocas. Fue la nostalgia y la soledad que vio en sus ojos verdes lo que la hizo detenerse.

Edward era alto y ancho de hombros, una muralla de sólido músculo que desprendía atractivo sexual. Era muy guapo y peligrosamente fuerte. Su túnica no lograba esconder sus musculados pectorales, que se estrecha­ban en una esbelta cintura que luego continuaba en unas piernas largas en las que se adivinaban unos fuertes músculos cubiertos por sus pantalones marrones. Sus rizos color ébano le caían en ondas por los hombros, y solo llevaba una pequeña trenza a cada lado de las sienes, como los antiguos guerreros.

En el cuello de su túnica de color verde oscuro descubrió una gruesa torques de oro que llevaba alrededor del cuello. No llevaba ningún kilt ni tartán que le dijera a qué clan pertenecía, lo cual le pareció muy extraño. Cualquier hombre de las Highlands, y aquellos hombres eran, sin lugar a dudas, de las Highlands, siempre llevaba su tartán.

Su corazón dio un salto cuando fijó su mirada en el rostro de Edward. Tenía unas cejas oscuras que enmarcaban unos ojos con unas largas pestañas. Tenía la nariz ligeramente torcida a un lado por una rotura, pero que palidecía en comparación con su boca. Unos labios carnosos y bien divididos, que tenía fruncidos. Un escalofrío le recorrió el cuerpo cuando se sorprendió preguntándose cómo sería besar aquellos labios.

Tan pronto como el pensamiento cruzó su mente, hizo una mueca. Ella iba a convertirse en monja. Una monja no debería tener ese tipo de pensamientos, aunque fueran reflejo de sus más profundos deseos.

—No te vayas —dijo Edward.

Isabella vio como Emmett la miraba por el rabillo del ojo, pero no se movió. No podía. La mirada de Edward no se lo permitía, y ella estaba atrapada en sus hipnóticos ojos, que la atraían hacia él.

Edward dejó el plato sobre la mesa.

—No deberías salir con este tiempo.

Y como si le hubiesen dado entrada, en aquel momento, un rayo cruzó el cielo y tocó el suelo, dejando una marca que hizo temblar toda la tierra. El estruendo resonó en sus pechos antes de que el trueno retumbara amenazante.

—No estás prisionera aquí. Tienes mi palabra —siguió diciendo Edward—. Aquí estarás segura hasta que pase la tormenta.

Isabella miró a Emmett y lo descubrió observándola, su rostro ilegible. ¿Qué debería hacer? Por la conversación que había oído mientras bajaba las escaleras, ellos querían que se marchara.

No todos, Edward quiere que te quedes.

Cada fibra de su cuerpo le decía que si se quedaba, su vida cambiaría para siempre. Pero ¿cómo iba a marcharse con aquel tiempo? ¿En la oscuridad?

Podía oír el viento, sabía que, si no iba con cuidado, aquellas ráfagas podían arrastrarla al acantilado. Ya había conseguido sobrevivir una vez aquel día. ¿Quería volver a intentarlo tan pronto?

Con un suspiro, Isabella dejó caer la mano del pestillo y se dirigió a la mesa.

—Hasta que amaine la tormenta.

Estaba hambrienta. Apenas había probado la comida del convento, pues había querido salir a por las setas.

Se sentó y se acercó el plato. La carne estaba fría pero deliciosa. Se la comió rápidamente, junto con unos pedazos de queso y pan. Cuando levantó la vista, Edward se había sentado frente a ella, al lado de Emmett.

Era desconcertante tener a aquellos dos hombres mirándola. Ahora que los tenía más cerca pudo ver que el pelo de Emmett era oscuro, pero no negro como el de Edward. Los ojos de Emmett eran de un verde oscuro, mientras que los de Edward eran de un verde vivo, que hacían que sus oscuras pestañas parecieran aún más largas.

Volvió a mirar los labios de Edward. Eran tan... sensuales. Pestañeó, sorprendida por sus pensamientos. Sintió mariposas en el estómago y el frasco que llevaba en el cuello volvió a calentarse sobre su piel. Ella movió rápidamente la mirada hacia sus ojos y los descubrió mirándola, con una intensa mirada, apasionada. Se le calentó la sangre. Ya no sentía el frío del que no había podido deshacerse desde que se había levantado en aquel extraño dormitorio.

—Todavía no os he dado las gracias —balbuceó intentando llenar aquel silencio.

Edward se encogió de hombros ante sus palabras.

Emmett tamborileaba con los dedos sobre la mesa.

—¿Podríamos conocer el nombre de la mujer que hemos salvado?

Isabella cerró los ojos avergonzada. Cuando volvió a abrirlos, centró su mirada en Emmett. Él no la hacía sentir... tan fuera de sí como su hermano.

—Lo siento. Soy Isabella.

—Isabella.

Ella se estremeció al oír su nombre en los labios de Edward. A pesar de las advertencias de su interior, no pudo evitar mirarlo a los ojos.

—Sí.

—¿Vives en la aldea, Isabella? —preguntó Emmett.

Sin apartar su mirada de Edward, respondió.

—Sí.

—¿Estás casada? —preguntó Edward.

Isabella apretó sus manos contra las rodillas bajo la mesa.

—No.

Emmett se puso la botella entre ambas manos.

—¿Padres?

Ella frunció el ceño, sin saber muy bien por qué ellos le preguntaban por sus padres. Comprendió que como el mayor que era, Emmett quería saber todo lo que pudiera sobre ella, pero ¿por qué? Ella no hablaba sobre sus padres. A nadie, ni siquiera a las monjas. ¿Entonces? No es que fuera a hacerles ningún daño a los hermanos.

Luego se dio cuenta de que sí que podía hacerles daño. Se suponía que no había nadie en el castillo.

—¿Eso importa? —preguntó.

Emmett lanzó un resoplido.

—A mí me importa.

—Ya basta —dijo Edward con una voz tan fría como el acero.

Isabella se pasó la lengua por los labios, no estaba acostumbrada a que nadie se preocupara por ella. Levantó la mirada de la mesa y la paseó por rodo el salón. Se habían hecho algunos arreglos que desde fuera no se veían. No era tan suntuoso como suponía que había sido antiguamente, pero bastaba para resguardarlos de los elementos.

—¿Vivís aquí los tres? —preguntó.

Emmett le lanzó una mirada a Edward.

—Cuando la necesidad apremia.

Justo detrás de ella sonó un chasquido. Dio un salto y miró hacia la puerta que había detrás. Algo extraño estaba sucediendo en el castillo MacMasen, pero ¿qué era? Su curiosidad siempre le había traído problemas. Y aunque una parte en su interior le decía que saliera corriendo y que no mirara atrás, otra parte, la más aventurera, le decía que se quedara a averiguarlo.

Un relámpago iluminó el salón, y, cuando se apagó, Isabella descubrió unos ojos mirándola desde detrás de Edward y Emmett. Abrió la boca para gritar, pues nunca había visto unos ojos completamente negros, sin el más mínimo rastro de color.

—Jasper —espetó Edward mientras se ponía de pie de un salto.

—Eras tú, ¿verdad? —preguntó Isabella mientras el miedo se apoderaba de ella. Se había equivocado al pensar que estaba a salvo. Se puso en pie y empezó a alejarse de la mesa.

»Tú eras el que me estaba mirando desde la ventana.

Los tres hombres volvieron su mirada hacia ella con las cejas fruncidas.

Jasper lanzó un resoplido.

—No te había visto nunca hasta hoy.

—Lo sé.

Ella dio otro paso atrás, aterrorizada.

—Fue cuando ya estaba aquí. Tú estabas en la ventana, tus ojos tenían un brillo amarillo cuando me miraste.

En lugar de una negativa o una explicación, como ella esperaba, el rostro de Emmett palideció y Edward puso las manos sobre la mesa, se inclinó hacia ella y escrutó su rostro.

—¿Qué sucedió? —preguntó Edward—. Necesito todos los detalles, Isabella.

Ella no podía calmar la ola de alarma que crecía en su interior y la ira que veía crecer en los tres hombres. Dio otro paso atrás y miró a Edward. Su mirada era firme, fuerte y nada amenazante. Eso calmó parte de su miedo.

—Yo... yo abrí los ojos y vi... —dijo encogiéndose de hombros— algo en la ventana. Los ojos eran amarillos en la oscuridad.

—¡Mierda! —gruñó Jasper, y se marchó.

Emmett se puso en pie y lanzó la botella de vino al fuego, haciendo crecer las llamas mientras el líquido se derramaba sobre ellas.

—¡Jasper!

—Yo me encargo —dijo Jasper mientras se apresuraba a subir las escaleras.

El corazón de Isabella se aceleró, le costaba respirar. ¿Qué estaban haciendo? Lo que había visto había sido cosa de su imaginación, ¿no?

¿Entonces por qué has dicho nada?

Porque en lo más profundo de su ser, sabía que lo que había visto era real.

Nadie tiene los ojos con destellos amarillos.

Ni tampoco pueden volverse negros los oíos de nadie.

Se giró hacia la puerta del castillo y vio a Edward de pie frente a ella. Sus manos se cerraron, cogiéndose el vestido, intentando controlar el pánico que se apoderaba de ella cada noche. La oscuridad. Los monstruos. Nunca desaparecían.

—Ven conmigo.

Él le ofreció la mano. Sus ojos verdes como el mar le prometían seguridad, pero no podían ocultar el deseo que ella también pudo ver.

—Yo te protegeré, Isabella. Te doy mi palabra.

Hubo otro estruendo. ¿Un trueno o alguna otra cosa? Ella no podía irse con aquella tormenta y en plena oscuridad. Solo quedaba una opción. Tragó saliva para deshacer el nudo de pavor que tenía en la garganta y puso su mano sobre la grande y tibia mano de Edward.

Él tiró de ella y salieron corriendo del salón, cruzaron una puerta y empezaron a bajar unas escaleras. Los pies de Isabella, entumecidos por el frío de las piedras, la hicieron dar un traspié. Él la rodeó con su brazo para evitar que cayera.

El corazón le dio un brinco en el pecho al sentir sus fuertes músculos tocando su cuerpo. Ella aspiró el olor a sándalo, deseo y fuerza. Una embriagadora mezcla que la dejó sin aliento y la hizo consciente del hombre que la mantenía sujeta contra su fuerte cuerpo.

Incluso cuando ya había recuperado el equilibrio, él no quitó el brazo, y que Dios la asistiera, Isabella descubrió que le gustaba sentir su calor, su fuerza.

Ella debería ser cautelosa con él, pues el ambiente que se respiraba en el castillo era ambiente de batalla. Una batalla contra algo que era maligno y... peligroso, y ella no quería entrar a formar parte de aquello.

—¿Adónde vamos? —preguntó a medida que se adentraban más y más en el castillo.

—A un lugar seguro.

No había luz y ella volvió a tropezar en la oscuridad. Esta vez, Edward la cogió en brazos. Ella se agarró a sus hombros y sintió como se movían sus músculos bajos sus manos mientras la llevaba en brazos.

—No puedo ver nada —susurró ella.

—No te preocupes, yo sí.

¿Cómo?, quiso preguntarle, pero en lugar de eso se cogió con más fuerza a su cuello mientras él aumentaba la velocidad. Las escaleras terminaron y él siguió corriendo por lo que sonaba como suciedad. Le pareció oír chillar una rata, pero puede que hubiera sido ella.

Nunca le había gustado estar asustada. Por las noches, cuando el viento mecía la tierra, ella se escondía bajo sus mantas, cerrando fuerte los ojos por miedo a lo que podría ver si los abría.

De pronto, Edward aminoró el ritmo y se detuvo. La dejó en el suelo, a su lado y oyó el ruido de una cadena. Él la cogió por la cintura mientras se abría una puerta.

—Quédate aquí —murmuró Edward.

Isabella se envolvió con sus propios brazos. Estaba acostumbrada al tiempo de las Highlands, pero la humedad que había allí abajo le penetraba los huesos. Tampoco ayudaba que no llevara puestos ni sus zapatos ni sus medias para ayudarla a calentarse las piernas.

Una luz empezó a llamear, ella observó la habitación y vio a Edward colgando una antorcha de un asidero de la pared. Él la instó a que entrara.

Su mirada se posó en la puerta y el cerrojo que acababa de abrir.

—¿Me vas a encerrar aquí?

Edward negó con la cabeza.

—No tengo tiempo para explicaciones, solo para ponerte a salvo.

—¿De qué, de la tormenta?

—De la criatura que viste.

Ella se quedó helada. Los pelos de los brazos erizados. El miedo le subió por la espalda.

—¿Criatura?

—No sé por qué está aquí, pero lo descubriremos.

Él la empujó dentro de la habitación y se dio la vuelta para marcharse. El solo pensamiento de quedarse allí sola hizo que se le helara la sangre y empezara a sentir un sudor frío.

—¿Adónde vas?

Ella intentó ocultar el pánico en su voz pero no lo consiguió.

Edward le cogió el rostro con una mano, su asombrosa mirada de color verde llena de intensidad. Era la mirada de un hombre de las Highlands, de un guerrero deseando luchar hasta el final.

—Voy a protegerte. Y a buscar respuestas.

Dijo las últimas palabras con la voz fría como el acero.

Isabella observó que cerraba la puerta tras de sí y luego se tocó la mejilla justo donde él había puesto su mano. Ningún hombre la había tocado voluntariamente antes de Edward. Su piel todavía estaba tibia por el roce y el olor a sándalo persistía en la pequeña habitación. Ella no conocía a

Edward, pero, por alguna razón inexplicable, confiaba en él. Su vida estaba en sus manos, él lucharía contra... las criaturas.

Cuando había visto aquellos ojos amarillos, había cerrado los suyos, por miedo a no estar soñando. Todo su cuerpo se había estremecido al descubrir que en realidad estaba despierta.

Sacó el colgante de su madre de debajo del vestido y pasó los dedos por el frasco. Estaba caliente y palpitaba de energía. Habitualmente, cuando necesitaba consuelo, cogía el frasco, pero, esta vez, el frasco no podía calmarla.

A Isabella le fallaron las piernas y se deslizó por la pared hasta el sucio suelo. Dobló las rodillas contra el pecho, cruzó los brazos alrededor de las piernas y bajó la frente hasta las rodillas.

Debería haber escuchado al viejo Angus y haberse mantenido alejada del castillo. Él sabía que allí había monstruos.

Al darse cuenta, Isabella levantó la cabeza de repente. Angus lo sabía

 

--------------------------------

OMG, DIOSSSSSSSSSSS POBRE DE ISABELLA, ESTA HISTORIA ESTA LLENA DE MAGIA Y DE MISTERIO, Y MUCHAS COSAS A LAS QUE ELLA JUNTO CON LOS TRES HERMANOS SE TIENE QUE ENFRENTAR, PORQUE DEJENME DECIRLES QUE ESTA HISTORIA, ENTRELAZARA LA VIDA DE LOS EDWARD, JASPER Y EMMETT, SERA MUY INTERESANTE YA LO VERAN,  AHORA EN LO REFERENTE A EDWARD !!!!OH DIOS!!!! TAN LINDO QUE ES ¿VERDAD?

 

GRACIAS POR ESTAR EN ESTA AVENTURA.

BESITOS GUAPASS

 

Capítulo 3: DOS. Capítulo 5: CUATRO

 
14443793 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10760 usuarios