LOS HERMANOS MACMASEN (+18)

Autor: lololitas
Género: Aventura
Fecha Creación: 27/08/2013
Fecha Actualización: 17/11/2013
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 390
Visitas: 103257
Capítulos: 57

"FANFIC TERMINADO"

 

Tres hermanos, tres guerreros, unidos no solo por sangre sino  por una fuerza más poderosa, por culpa de una malvada hechicera, Durante trescientos años, han permanecidos alejados del mundo, ocultando al vengativo dios que llevan prisionero en sus almas, pero muy pronto las cosas cambiaran, una épica guerra entre el bien y el mal se avecina, Edward, Emmett y Jasper deberán luchar no solo contra el mal que los ha asechado toda su vida, sino también contra el amor y la pasión que se encontraran en el camino

Todo el poder, la pasión y la magia de los legendarios guerreros de Escocia atados al juramento de luchar por la victoria en la batalla y en el amor.

 

 

adaptacion de los personajes de crepusculo con el libro "Serie Highlander la espada negra de Donna Grant"

 

 

 

 

mis otras historias

 

“PRISIONERA DE GUERRA” http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3899

 

“UN AMOR DE LEYENDA” http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3945

 

“CALAMITOSA” http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3946

 

“EL DIABLO” http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3945

 

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 16: QUINCE

—Mantén la espada levantada —le dijo Edward a Isabella. Ella tenía los brazos cansados y los labios apretados, pero él no podía postergar su instrucción. Tenía muchas cosas que aprender, y no disponía de mucho tiempo.

Emmett y Jasper hacían turnos con él para instruirla. Isabella no se había quejado ni una sola vez, aunque él sabía que ella no creía necesaria aquella instrucción.

—Mírame a los ojos —le recordó él. El atacó, y con la punta de la espada de madera la golpeó entre los pechos—. No estabas mirando.

Ella suspiró y dio un paso atrás mientras bajaba la espada.

—Tú entrenaste durante años, Edward. Yo tengo que aprender mucho en solo unos días.

—Pero hasta ahora lo has hecho bien —dijo Emmett.

Edward se dio cuenta de que Emmett se había dejado el vino en el castillo. Durante las últimas horas, solo había bebido agua. Edward no recordaba la última vez que Emmett había estado tanto tiempo sin su vino.

Jasper se sentó en los escalones al lado de Emmett.

—Son sus faldas. La dificultan.

Edward asintió.

—Pero no se puede hacer nada al respecto.

—Podría llevar pantalones, como vosotros —dijo ella.

Edward se atragantó con su propia saliva. Mientras tosía se imaginó qué aspecto tendría Isabella andando por el castillo con unos pantalones amol­dados a su cuerpo. Le encantaría poder ver aquello, pero no quería que lo viera nadie más.

—No —dijo cuando dejó de toser—. No te pondrás pantalones.

Ella puso los ojos en blanco.

—¿Alguna otra sugerencia?

—Estate siempre cerca de uno de nosotros —dijo Jasper.

—Eso es fácil de decir —replicó ella—. No es que no quiera aprender, es que no creo que pueda.

—Sí que puedes —dijo Edward—. Ya has recorrido un largo camino. Antes apenas podías sostener la espada. Con un ligero golpe de mi hoja contra la tuya, la espada se te caía de las manos. Ahora la coges con firmeza.

Emmett asintió.

—Y eres rápida, a pesar de las faldas.

—Los guerreros utilizarán su fuerza —dijo Edward—. Intentarán dominarte, pero con tu velocidad, puedes mantenerte alejada de ellos.

Ella ladeó la cabeza.

—Tienes tanta fe en mí...

—Estás aprendiendo de un MacMasen, claro que tengo fe en ti.

Ella rió, y aquel sonido fue música para los oídos de Edward. ¿Cuándo había sido la última vez que el patio había oído reír? Por las Isabellas de sus hermanos, ellos estaban pensando lo mismo.

—Está bien —dijo Isabella, y levantó la espada y la daga—. Continuemos.

—Esta vez no te acerques. Quédate lejos de mí. Utiliza las armas solo para desviar las mías si me acerco demasiado.

—Recuerda —dijo Emmett—: los guerreros y los wyrran atacarán con sus garras.

Edward asintió.

—Primero quiero que se acostumbre a eludir la espada.

La posición de Isabella se había ensanchado, tenía las rodillas ligeramente flexionadas mientras lo miraba a los ojos. Él estaba impresionado con lo mucho que había aprendido durante el poco tiempo que había entrenado. Al principio, él lo había hecho solo para inculcarle la idea de que podía defenderse sola. Todos sabían que contra un guerrero no tenía ni la más mínima posibilidad.

Pero cuanto Edward más la observaba, más se daba cuenta de que podría defenderse de un guerrero o de un wyrran hasta que él o uno de sus hermanos fueran a ayudarla.

Él empezó a caminar formando un círculo alrededor de Isabella, pero ella siguió sus pasos frente a él. Edward atacó y sonrió cuando ella se apartó y con la daga le tocó el brazo. Si hubiera tenido la daga bien cogida le habría hecho un corte.

—Muy bien —gritó Jasper, con aprobación en la voz—. Pero a partir de ahora él ya conoce ese movimiento.

Edward fintó a la derecha y luego se movió hacia ella por la izquierda. Ella no se dio cuenta de su táctica hasta que fue demasiado tarde, pero cuando Edward ya iba a cogerla, ella se agachó, rodó y se apartó de él. Cuando ella se puso en pie, su daga toco la parte de atrás de la rodilla de Edward.

Emmett aplaudió.

—Impresionante, Isabella. Habrías sido un gran guerrero MacMasen.

Edward estaba absolutamente de acuerdo. Isabella llevaba en su interior el espíritu de las Highlands. Eso sería una gran ventaja para ella. Él la miró y asintió levemente. Ella sonrió pero se preparó para que él no la cogiera desprevenida.

Él le dio poco tiempo para que se preparara y se agachó sobre una rodilla y lanzó su espada de costado hacia sus tobillos. Ella saltó a tiempo para evitar el golpe, y antes de que Edward pudiera ponerse en pie, Isabella le puso su espada en la garganta.

—O te mueves con lentitud para darme tiempo o... —Se calló.

Él vio la cautela de sus ojos caoba.

—¿O qué? ¿Te sale natural?

—Soy una mujer.

Él sonrió.

—Lo he notado.

Ella miró las armas de sus manos.

—Las mujeres no luchan, Edward.

—¿Por qué no? —dijo Jasper—. Quizá si le hubiera enseñado a María habría podido salvar a nuestro hijo.

—No me movía a mi velocidad normal —dijo Edward—. Pero tampoco me movía con lentitud.

Él le cogió la mano y la llevó a los escalones. Emmett le tendió a Isabella una jarra con agua. Ella bebió un largo trago y se la pasó a Edward.

—Anoche no atacaron —dijo Isabella.

Edward cruzó su mirada con la de sus hermanos.

—No.

Lo que significaba que Tanya se estaba tomando más tiempo para reunir sus fuerzas. Tanya era sumamente inteligente. No reaccionaría hasta que lo tuviera todo controlado. Y tampoco iba a olvidarse tan fácilmente de Isabella; y si Tanya podía capturar a los MacMasen al mismo tiempo, sería un beneficio extra.

—¿Qué significa? -preguntó Isabella.

—Problemas —respondió Jasper—. Significa problemas. Su oscura mirada se encontró con la de Edward.

—Ya sabes lo que tenemos que hacer.

Él sabía exactamente a lo que se refería.

—No sabemos si podemos confiar en Jacob.

—Y no lo sabrás hasta que no hables con él. ¿Cuánto tiempo tenemos antes de que Tanya ataque? Emmett se encogió de hombros.

—Podría atacar en cualquier momento.

Isabella levantó las cejas.

—Habla con Jacob.

—Quizá tenga razón —dijo Jasper—. Podemos defendernos contra el ejército de Tanya, pero cuantos más guerreros tengamos a nuestro lado, mejor.

—Dijiste que él conocía a más guerreros, ¿no es así? —preguntó Emmett.

Edward se encogió de hombros.

—Eso dijo.

—¿Qué opciones tenemos? Hay que averiguarlo. Edward todavía no estaba convencido. Si dejaban entrar a Jacob en el castillo, podría llevarse fácilmente a Isabella en el momento en que Edward le diera la espalda.

—Quieres mantener a salvo a Isabella, ¿verdad? —preguntó Jasper. Edward apretó los dientes.

—Ya sabes que sí.

—Entonces tenemos que hablar con Jacob. Edward soltó un suspiro.

—Bien. Iré a buscarlo a primera hora de la mañana. Cuando empezaron a discutir, él señaló el sol.

—Ahora no hay tiempo. El sol se pondrá dentro de pocas horas. Con su velocidad podía encontrar a Jacob y volver antes de que anocheciera, y sus hermanos lo sabían.

Isabella se puso en pie y se apartó unos mechones de pelo de la Isabella.

—Voy a lavarme y a preparar la cena.

Él la observó mientras entraba en el castillo. En cuanto la puerta se cerró detrás de ella, Emmett se puso en pie.

—No podemos esperar, Edward, y tú lo sabes.

Jasper lo observó.

—Tú eres el que siempre nos dice que debemos ver lo que somos y adaptarnos. Mira a tu alrededor, Edward. Tenemos que adaptarnos a lo que viene.

—Lo sé —admitió.

—No es fácil, ¿verdad? —preguntó Emmett.

Edward frunció el ceño.

—¿El qué?

—Tomar decisiones que afectan a alguien que te importa.

—He tomado decisiones por ti y por Jasper durante trescientos años.

—Sí. —Jasper asintió—. Pero no somos la mujer que quieres procla­mar como tuya, cosa que ya es una locura en sí misma.

Edward no quería oír por qué él e Isabella no podían estar juntos. Conocía los argumentos, ya que se los había explicado a sí mismo, pero sin éxito.

—Primero, lo más importante —dijo Emmett—. Buscar a Jacob. Ya.

Edward miró a su hermano mayor. Por un momento pareció el Emmett de antaño, el Emmett de antes de que su clan fuera masacrado.

—¿Me estás dando órdenes, hermano?

Emmett asintió.

—Soy el mayor.

Edward había querido que Emmett aceptara su rol como cabeza de la familia durante mucho tiempo. Había pensado que jamás sucedería, así que se había resignado a ponerse él al mando. Ahora que Emmett había dado un paso adelante, Edward descubrió que no le gustaba.

—Si quieres derrotar a Tanya, debemos arriesgarnos —dijo Jasper—. Todos vigilaremos de cerca a Jacob. Te lo prometo, Edward.

Él se pasó una mano por la Isabella. No tenía sentido discutir. Si no iba él, iría Jasper.

—Volveré lo antes que pueda.

—Que Dios te acompañe —dijo Emmett.

—No perdáis de vista a Isabella —les dijo Edward.

Con el asentimiento de sus hermanos, Edward se dio la vuelta y salió corriendo del patio. Cuando cruzó la torre de entrada lamentó el hecho de que no tuvieran una puerta. Los guerreros podrían entrar igual, pero por lo menos el resto de la gente no.

 

 

Jasper suspiró mientras las grandes zancadas de Edward lo sacaban del patio.

—Edward siempre ha recelado de la gente, pero con el paso de los años ha ido a peor.

—Todos hemos ido a peor con los años, hermanito.

—¿Has visto la manera en que mira a Isabella?

Emmett se rió.

—Es difícil no hacerlo.

—¿No te preocupa? —Jasper no podía creer que Emmett estuviera tan tranquilo al respecto.

—No hay nada que puedas decir que vaya a cambiar la opinión de Edward. Intentó mantenerse alejado de ella y no lo consiguió. Seguro que recuerdas cómo es desear a una mujer. Llevamos demasiados años aquí solos sin una. No me extraña que Isabella haya despertado algo dentro de él.

Jasper negó con la cabeza.

—Solo le producirá más dolor. Isabella es mortal y nosotros inmortales. No tienen ninguna esperanza.

—Ahora mismo Edward es feliz. No le quites eso.

—Le destruirá —replicó Jasper, notando que la rabia crecía en su interior—. Tú lo sabes. Ha sobrevivido a muchas cosas, pero si se enamora de Isabella y la pierde... nosotros perderemos a Edward.

Emmett cerró los ojos y asintió.

—Lo sé, pero ¿cómo puedo decirle que se mantenga alejado de ella? —Levantó los párpados y su mirada se fijó en Jasper—. A ti tampoco te apartaría de ninguna mujer. Vivimos en el infierno. ¿Por qué no tomar la poca alegría que nos encontramos, ya que es tan escasa?

—Tú sabes tan bien como yo que ha sido Edward quien nos ha mantenido con vida.

—Entonces, cuando llegue el momento, seremos nosotros quienes le mantengamos con vida a él.

Jasper observó a su hermano mayor y vio a su padre en la mirada verde oscura de Emmett.

—¿No crees que podamos? —preguntó Emmett.

Jasper se encogió de hombros.

—No lo sé.

—No pretendo hacerte sufrir, pero tú sabes lo que es perder a una mujer, Jasper. Si alguien puede estar ahí para ayudar a Edward, ese eres tú.

—Eso es discutible.

No quería hablar de María y de su matrimonio. No lo haría.

—Tanya podría venir esta noche y llevarse a Isabella. No creo que importe lo que hagamos, perderá a Isabella a manos de esa perra malvada.

Emmett cruzó los brazos sobre su pecho y se encogió de hombros.

—Puede ser.

Jasper subió los escalones de dos en dos.

—Ya que has sido tú quien ha enviado a Edward a buscar a Jacob, serás tú quien le diga a Isabella que se ha ido.

—Ella quería que Jacob viniera. Lo entenderá.

—Ajá. Y eso demuestra que no sabes nada de las mujeres —dijo Jasper mientras entraba en el castillo.

Isabella se echó agua sobre el rostro para quitarse el sudor y la suciedad. Cuando se secó miró por la cocina para reunir comida para la cena. Por el modo en que se habían estado mirando los hermanos, ella sabía que Emmett y Jasper intentaban convencer a Edward para que fuera a buscar a Jacob. Por eso había entrado ella en el castillo. Ellos podrían quedarse allí fuera hasta que se escondiera el sol, lo que le proporcionaba el tiempo que necesitaba para arrancar más malas hierbas del jardín. La luz se apagaba con rapidez, pero no necesitaba demasiada para arrancar las hierbas. Las puntas de los dedos empezaron a sentir un hormigueo mientras andaba hacia el jardín. En cuanto sus manos se sumergieron en la tierra, una enorme calma inundó su alma. Deseó haber ayudado a las monjas a cuidar de su jardín. Quizá hubiera encontrado aquella paz hacía años.

En realidad, las monjas solo la dejaban salir a recoger verduras o hierbas, nada más.

Arrancó una hierba muy fuerte y la lanzó a un lado mientras pensaba en lo fácil que le había resultado el entrenamiento de Edward. Bueno, fácil no era la palabra adecuada. Le gustó el tiempo que pasó con Edward y poder ver una parte de su mundo. Pero era como si su cuerpo supiera antes que su mente lo que tenía que hacer para evitar un ataque.

Durante la mitad del tiempo no supo cómo iba a evitar a Edward; simplemente acabó haciéndolo. Al principio pensó que él se movía con lentitud, pero cuanto más entrenaba más se daba cuenta de que era ella la que se movía con más rapidez.

Dio un grito ahogado cuando su mirada fue a parar a una planta de perejil. Era como encontrar un tesoro. Las pequeñas y verdes hojas apenas se veían entre las malas hierbas. Isabella arrancó con cuidado las malas hierbas y se maravilló con lo bien que estaba creciendo la pequeña planta.

Sus dedos recorrieron los bordes de las hojas, pidiéndole a la planta en silencio que creciera, que probara el sol, la tierra y el agua.

—Isabella.

Ella miró por encima del hombro y vio a Emmett y Jasper detrás de ella.

—Iré enseguida.

—He... mmm... hemos venido a decirte algo —murmuró Emmett.

—Dímelo.

Con Emmett ella nunca sabía si estaba borracho o si dudaba a la hora de hablar sobre algo que consideraba delicado. Además, ella tenía su nuevo y encantador descubrimiento entre los dedos. Sonrió y le quitó la tierra a las pequeñas hojas, deseosa de verlas desarrollarse, imaginándose el sabor que añadirían a su simple comida.

—Edward se ha marchado a buscar a Jacob —afirmó Jasper.

La sonrisa desapareció de los labios de Isabella.

—¿Se ha marchado? ¿Queréis decir que ha ido solo?

—Sí —respondió Emmett.

Isabella miró a los hermanos por encima del hombro.

—Cuando dije que había que traer a Jacob aquí, esperaba que fuéra­mos todos a buscarle. No es seguro para Edward estar fuera solo, y tampoco es seguro para los tres que estéis separados.

Emmett levantó las manos.

—Te mantendremos a salvo, Isabella.

—No estoy preocupada por mí. Estoy preocupada por Edward. ¿Habéis pensado qué sucedería si Tanya lo capturara?

Jasper tuvo la delicadeza de bajar la mirada y golpear la tierra con la punta de su bota.

—Pensamos que sería mejor tener a Jacob aquí esta noche que irnos todos.

La ira invadió el cuerpo de Isabella. Se dio la vuelta y cerró los ojos mientras respiraba profundamente para calmarse. Cuando abrió los ojos y vio los bordes de las hojas de perejil de color marrón y marchi­tándose dio un grito y se apartó de la planta. Al cabo de un segundo, Emmett y Jasper estaban a su lado.

—¿Qué ocurre? —preguntó Emmett.

Ella señaló la planta.

—Hace un momento estaba sana, las hojas estaban verdes y flore­cientes.

Jasper se pasó la mano por la Isabella.

—Santo cielo.

 

 

Edward mantuvo una carrera constante y regular en línea recta hasta el bosque. Quería estar de vuelta lo más pronto posible, así que esperó poder encontrar fácilmente a Jacob.

Estaba a mitad de camino del bosque cuando vio a alguien que andaba hacia él. Redujo la marcha, sus sentidos alerta. El hombre se detuvo cuando vio a Edward. Un momento después, levantó la mano a modo de saludo.

Edward vio el tartán de los Shaw y suspiró. Cruzó los brazos sobre su pecho y esperó mientras Jacob corría hacia él.

Cuando Jacob se acercó, una pequeña sonrisa se formó en una esquina de su boca.

—Sabía que vendrías.

Edward se giró hacia el castillo.

—No lo sabías. Has tenido suerte, eso es todo.

—Podría discutir ese punto contigo, Edward, pero no me molestaré en hacerlo. Los dos tenemos nuestros poderes.

—¿Adónde te dirigías? —preguntó Edward.

—Sabía que Isabella y tú habíais tomado esta dirección. Iba a buscaros. ¿Nos vamos? Siento que tienes prisa.

Edward dudó.

—Yo no quería venir.

—No confías en mí.

—No.

Jacob lo observó, sus miradas se enfrentaron.

—Haces bien siendo precavido. Sois tres hombres contra uno, podríais matarme fácilmente.

—Eso ya lo sé. Estoy más preocupado por Isabella.

—Ella debe ser protegida por encima de todo —dijo Jacob—. Tanya no puede ponerle las manos encima.

—Estoy de acuerdo. Aun así, Shaw, recelo de llevarte conmigo.

Jacob asintió.

—Podría contarte lo que me hizo Tanya y por qué huí, pero pensarías que es mentira. Lo que no puedes ignorar es que para mantener a salvo a Isabella necesitas a todos los guerreros que puedas conseguir.

Edward no quería admitir que Jacob tenía razón. Él era quien debía proteger a Isabella, pero Tanya no enviaría a unos cuantos guerreros. Ella quería a Isabella, y si había algo que sabía de Tanya era que no abandonaría su cacería fácilmente.

—Está bien —dijo al cabo de un momento—. Pero te aviso, Shaw, te estaremos vigilando.

—Tienes mi palabra, MacMasen, de que estoy contra Tanya en todos los aspectos. Siempre me opondré a ella, protegiendo a cualquiera que haya llamado su atención.

Era todo lo que Edward podía pedir. No quería que Jacob le cayera bien, pero la honestidad y la determinación de los ojos azules del guerrero eran inconfundibles. Edward corría un riesgo enorme llevando a Jacob consigo, pero se arriesgaría para salvar a Isabella.

—Ven.

Edward se dio la vuelta y alargó las zancadas hasta que volvió a estar corriendo. Jacob lo siguió fácilmente, pero Edward no esperaba menos, pues tenía a un dios en su interior.

—¿Cuántos más hay? —preguntó Edward.

Jacob se encogió de hombros.

—Estamos repartidos por todas las Highlands. Muchos hacen lo mismo que yo y encuentran a otros guerreros para intentar ponerlos de su lado.

—¿Para enfrentarte a Tanya? ¿Y por qué no esconderte?

—No hay manera de esconderse de Tanya. Además, hay muchas cosas que no sabes. Tus hermanos y tú creísteis hacer lo correcto al esconderos, pero solo os habéis hecho daño a vosotros mismos, creo yo.

Edward apretó los puños. Odiaba que estuvieran en desventaja por haberse quedado escondidos.

—¿Qué es lo que no sé?

—Preferiría contarlo solo una vez, si no te importa. Cuando nos reunamos con tus hermanos y con Isabella os lo contaré todo.

Edward se paró y miró a Jacob.

—¿Qué tiene que ver Isabella con esto?

Unas zancadas más tarde Jacob se detuvo y se puso de Isabella a él.

—Mucho. Ella no quiere reconocerlo, y tú quieres mantenerla alejada.

—Solo es una muchacha, nada más.

Jacob negó con la cabeza.

—Niégalo todo lo que quieras, Edward, pero lo verás por ti mismo.

Quería pegarle a Jacob. Fuerte. Y luego abandonarlo allí. Pero no podía. Había prometido a sus hermanos que llevaría a Jacob al castillo.

—Adelante, pégame —dijo Jacob. Tenía los brazos cruzados y esperaba.

Al momento, Edward fue prudente.

—¿Qué te hace pensar que quiero pegarte?

Jacob rompió a reír.

—Tus ojos, MacMasen. Están negros. Venga, pégame, te sentirás mejor.

—Sí, lo haría, pero no voy a hacerlo. Sígueme, si puedes.

Edward se puso a correr, moviendo las piernas cada vez más rápido y con el corazón latiendo con fuerza en su pecho. Hacía mucho tiempo que no sentía aquella libertad que lo llenaba de vida, el viento contra su Isabella y el suelo quemando bajo sus pies.

Había corrido igual de rápido cuando buscaba a Isabella, pero entonces estaba preocupado por ella. Ahora disfrutaba del momento, ya que no sabía cuándo podría disfrutar de otro igual.

El castillo no tardó en aparecer. La mirada de Edward recorrió las torres, pero no vio la sombra de Jasper. Con un vistazo a las almenas supo que Emmett no lo esperaba. No era normal que no estuvieran vigilando. ¿Dónde estaban sus hermanos?

—¿Volvisteis a vuestro castillo? —La voz de Jacob estaba llena de sorpresa—. No se nos ocurrió mirar aquí.

Edward no se molestó en responder. Solo había una razón por la que sus hermanos no estarían vigilando y esa razón era Isabella. Corrió más rápido. El sonido de Jacob gritando su nombre se perdió en el viento.

Cuando llegó al castillo no se paró en el patio, sino que fue directamen­te al gran salón. Se detuvo cuando vio a Isabella sentada a la mesa mirándose las manos mientras sus hermanos caminaban a su alrededor.

—Edward. Gracias a Dios —dijo Emmett mientras se acercaba hacia él.

Hubo un ruido detrás de Edward. Se dio la vuelta y vio a Jacob en la entrada. Edward le hizo un gesto a Jacob para que entrara. Justo cuando Edward abrió la boca para preguntar qué ocurría, la mirada oscura de Isabella se dirigió hacia él. Había tal desesperación y miedo en su interior que a Edward se le heló la sangre.

Él empezó a andar hacia ella, pero Emmett le puso una mano en el pecho y lo detuvo. Edward le apartó la mano, pero Emmett le cogió el brazo.

—Edward —gruñó Emmett.

Él giró la cabeza hacia Emmett.

—Me necesita.

—Y tú tienes que escuchar lo que ha pasado. 

Aquello detuvo a Edward.

—¿Está herida?

Emmett negó con la cabeza.

—No, no está herida exactamente.

—Si no me dices lo que le ha ocurrido, Emmett, te arrancaré un miembro tras otro.

Edward aguantaba su ira por muy poco. Algo le había ocurrido a Isabella, y por Dios que averiguaría qué había sido para poder ayudarla.

—Bueno, al menos sabemos cómo hacer que muestre sus emociones —dijo Jasper mientras se acercaba—. Soy Jasper —le dijo a Jacob—. El que mira a Edward es Emmett.

—Y yo soy Jacob Shaw. Me alegro de conoceros por fin.

Edward sabía que debía haber hecho las presentaciones, pero su mente estaba ocupada con Isabella.

—Emmett.

Emmett asintió.

—Estaba arrancando malas hierbas cuando fui a decirle que te habías ido.

—Estaba verde —murmuró Isabella.

Edward la miró. Tenía los codos sobre la mesa, y las palmas de las manos delante de la Isabella. No paraba de pasarse los pulgares por las yemas de los dedos, de los meñiques a los índices y al revés.

Jasper dio un paso para acercarse a Edward.

—Se enfadó por haber dejado que te marcharas solo. Dijo que tenía­mos que permanecer juntos, que ninguno de nosotros estaba a salvo solo.

—Tiene razón —dijo Jacob.

Edward le lanzó una mirada oscura a Jacob.

—¿Qué sucedió luego?

Emmett se encogió de hombros.

—Ella gritó. Cuando fuimos a ver qué ocurría, la planta que había estado limpiando de malas hierbas había empezado a marchitarse y a morir.

Edward estaba confuso.

—No lo entiendo.

—Yo sí—dijo Jacob—. Te dije que era una druida. Aún no sabe cómo controlar su magia.

Llegados a ese punto Edward estaba dispuesto a intentarlo todo.

—¿Puedes ayudarla?

—Puedo intentarlo.

Los cuatro se acercaron a la mesa. Jacob se sentó delante de Isabella, y Edward se deslizó en el banco al lado de la muchacha. Él le cogió la mano. Gracias a Dios, ella dejó que lo hiciera, pero siguió mirándose la otra.

—Hola, Isabella —dijo Jacob.

Ella le sonrió levemente.

—Me alegro de que Edward te haya encontrado.

—Sabes qué pasó en el jardín, ¿verdad?

Ella parpadeó rápidamente, pero eso no frenó la lágrima que le caía por la mejilla. Edward se la acercó hacia él y sintió su fragancia a brezo y tierra.

—Maté la planta.

Habló tan bajito que Edward apenas pudo oírla.

Jacob asintió.

—Eres una druida.

—Explícaselo —le pidió Edward.

—Los druidas nacieron de la tierra con la magia de todas las cosas naturales. Es inherente a los druidas amar la sensación de la tierra entre los dedos, el ver crecer las plantas, e incluso ayudarlas a hacerlo. Descubrirás que muchos mie andan descalzos para estar más cerca de la tierra.

Isabella descansó sobre la mesa la mano que tenía libre. El calor de Edward la había ayudado a detener el torbellino que tenía dentro de la cabeza.

—Los mie sacan la magia de la tierra —dijo.

Jacob asintió.

—Igual que los drough sacan su magia del infierno y de la sangre de otros druidas.

—¿Eso significa que tengo el poder para hacer que una planta crezca y para que muera?

—Estabas enfadada y estabas tocando la planta. La planta tomó tu ira para sí misma, lo que hizo que se marchitara.

Isabella cerró los ojos.

—¿Cómo es posible ? Druidas, guerreros, wyrran y drough. Hace unos días no existía nada de eso.

Edward le apretó la mano. Ella lo miró a sus ojos verde mar e intentó sonreír. Era extraño y un poco desconcertante encontrarse tan unida a un hombre después de un período de tiempo tan corto, pero no había duda de que Edward la reconfortaba del mismo modo que lo había hecho la tierra entre sus dedos.

—No vuelvas a irte sin decirme adiós.

Él asintió.

—Tienes mi palabra.

Ella giró la cabeza hacia Jacob.

—Y ahora ¿qué? No sé nada sobre ser una druida.

—Yo puedo decirte todo lo que sé —dijo Jacob.

Jasper apoyó las manos en la mesa, con una expresión de sorna en la boca.

—Y ¿cómo es que sabes tantas cosas sobre los druidas?

Jacob dirigió sus ojos hacia Jasper y le mantuvo la mirada.

—Sé tantas cosas porque estuve encerrado con uno en la montaña de Tanya. Lo torturó todos los días. Cuando lo volvían a traer a la celda, estaba loco de dolor. Para mantener la mente clara y reducir el dolor al mínimo, me contaba historias.

La historia de Jacob hizo que a Isabella se le revolviera el estómago.

—¿Qué quería hacer Tanya con el druida?

—¿Qué quiere de todos nosotros? —Jacob sacudió ligeramente la cabeza—. Como os dije, los mie conocen el hechizo para encerrar a los dioses de nuestro interior. Tanya quiere ese hechizo, y quiere asegurar­se de que ningún mie encierra lo que ella liberó.

—¿Por qué? —preguntó Emmett. Estaba de pie en el otro extremo de la mesa, con los brazos cruzados sobre el pecho—. Ella sabe cómo liberar a los dioses, ¿no es suficiente?

Jacob se encogió de hombros.

—No lo sé.

—A no ser que no lo hiciera ella —dijo Isabella.

Jasper resopló.

—Créeme, Isabella, Tanya desató al dios que llevamos dentro. Yo estaba allí, lo experimenté.

Ella se volvió hacia Edward.

—¿Y si no lo hizo ella, o por lo menos, no del todo? ¿Y si solo lo despertó? ¿No me contaste que los guerreros dejaron de ser hombres y se convirtieron en monstruos?

Edward asintió.

—Sí. No quedó nada de los hombres que eran. Cuando se fueron los romanos no distinguían a sus seres queridos de sus enemigos.

Isabella se mordió los labios mientras miraba a los hombres de su alrededor.

—Creo que sé por qué Tanya quiere el hechizo.

—Habla —dijo Emmett, con la voz llena de impaciencia.

—Cuando los dioses se metieron dentro de los hombres, los drough les dieron la orden de echar a Roma de nuestras tierras. Cuando Roma se hubo marchado, esos guerreros se volvieron hacia su propia gente.

—Sí—dijo Jacob—. Mataban a los demás y a ellos mismos. No podían dejar de luchar, aunque quisieran.

Ella estrechó su mano alrededor de la de Edward, que sujetaba la de ella.

—Tanya es una drough, lo que significa que sabe lanzar hechizos. Pero yo creo que tanto los drough como los mie se dieron cuenta, una vez que fueron capaces de encerrar a los dioses, que era mejor prohibir los hechizos para siempre.

Jasper ya estaba negando con la cabeza antes de que acabara de hablar.

—No lo creo. Los druidas se darían cuenta de que tenían el poder de desatar y encerrar un arma muy poderosa en cualquier momento.

—Entonces ¿por qué no lo hicieron? —alegó ella—. Cuando llegaron los sajones, ¿por qué no llamaron a los guerreros? Creo que los druidas temían lo que habían hecho, lo temían tanto que no querían tener nada que ver con aquello.

—¿Incluidos los drough? —preguntó Jacob—. Los drough temen muy pocas cosas.

Isabella miró a Edward y vio que tenía el ceño fruncido mientras la escuchaba. Emmett se golpeaba el dedo contra la barbilla, su mirada estaba puesta sobre la mesa. Ella no tenía hechos para corroborar lo que había dicho. Todo lo que tenía era su intuición.

—Creo —prosiguió— que Tanya, siendo una drough poderosa con su magia negra, encontró la manera de desatar a los dioses, pero no los liberó del todo. Si hubiera liberado a los dioses como hicieron los antiguos druidas, ninguno de vosotros estaría sentado aquí hoy.

Edward soltó un suspiro.

—Dios mío, creo que tiene razón. Todas las historias que he escuchado siempre sobre los guerreros decían que estaban fuera de control. Yo soy capaz de controlar a mi dios.

—No puedo creerlo —dijo Jacob. Sus ojos azules estaban muy abiertos, su expresión era de sorpresa—. Nunca pude entender por qué Tanya quería el hechizo para encerrarnos cuando sabía cómo liberar al dios.

Jasper se sentó en el banco al lado de Jacob.

—Cielo santo.

—Ahora entiendo por qué está tardando tanto en atacar —dijo Emmett mientras empezaba a andar—. Creía que era porque quería asegurarse de que esta vez nos capturaba.

—Quiere asegurarse de capturar a Isabella, por el Beso del Demonio, pero también porque Isabella podría saber cómo encerrar a los dioses —dijo Edward.

—Pero no sé —alegó ella. Aunque ninguno de ellos la oyó.

Jasper miró a Edward.

—Necesitaremos más guerreros.

Isabella no podía estar más de acuerdo.

—Jacob, ¿cuánto crees que podrías tardar en traer más guerreros?

—Un día o dos, o más —dijo—. Ya informé de que había encontrado a Edward. Como os dije en el bosque, llevábamos más de cien años buscando a los MacMasen.

—Siempre hablas en plural —dijo Emmett—. ¿Vivís todos en una aldea?

Jacob negó con la cabeza.

—Cuando escapamos de Tanya cada uno tomó su propio camino. Algunos salieron antes que yo, otros más tarde, pero dejamos marcas por toda Escocia, mensajes que transmitimos a los demás en la antigua lengua celta y que solo nosotros sabemos leer.

Edward se apoyó con un codo en la mesa.

—Lo que quiero saber es cuántos guerreros lograron escapar de Tanya. Creía que con su magia negra los habría detenido.

Isabella también se preguntaba lo mismo. No tenía sentido que escaparan tantos.

Jacob se rió.

—Las mazmorras de Cairn Toul recorren las profundidades de la montaña. Tanya excavó su ciudad en el interior de la montaña y ella se quedó en la cima, en su palacio. Muy pocas veces baja a las mazmorras, y si lo hace, nunca es una buena señal.

—¿Dices que las mazmorras están llenas? —preguntó Isabella—. ¿Toda la montaña? —Ella sabía que Cairn Toul era una montaña grande, que subía hasta las nubes, pero no podía imaginarse toda la montaña llena de gente encerrada.

—Sí—dijo Jacob—. Su palacio es enorme y ocupa una gran propor­ción de la montaña. Pero no solo tiene encerrados a druidas y a hombres que sospecha que llevan dioses en el interior, encierra a todo el que ella quiere. A muchos los convierte en sus esclavos, utilizando la magia para controlar sus mentes.

Emmett soltó un suspiro.

—¿Cómo elige a los hombres que cree que llevan un dios en su interior?

—Creo que la mayoría de las veces los elige al azar. Uno de los hombres que capturó dijo que existía un pergamino con nombres escrito por los drough cuando los hombres fueron convertidos en guerreros por prime­ra vez.

—¿Existe? —preguntó Jasper.

Jacob se sirvió agua del aguamanil que había sobre la mesa.

—Creo que sí, pero nadie sabe quién lo tiene.

Emmett se agachó y luego colocó una botella de vino encima de la mesa.

—¿El hombre le dio algún nombre?

Jacob se bebió el agua. Dejó la copa y frunció el ceño.

—Sí, le dio cinco apellidos.

El silencio reinó en el gran salón. Tras un momento, Isabella se levantó y fue a la cocina a preparar algo de comida. Las noticias que estaban recibiendo los MacMasen les estaban afectando mucho. En los próximos días necesitarían toda su fuerza.

Cuando volvió al salón, con los brazos cargados con una bandeja de carne, los hombres estaban muy pensativos. Ella dejó la bandeja sobre la mesa y señaló la comida.

—Comed. Tenemos muchas cosas que discutir.

Dejó escapar un suspiro cuando los hombres llenaron sus platos. Jasper y Emmett flanqueaban a Jacob, pero a él no parecía importarle. Ella quería saber más cosas sobre Tanya y los guerreros. Cualquier cosa que la hiciera no pensar en la magia que recorría su cuerpo, y en un futuro que parecía más incierto a cada momento que pasaba.

 

-----------------------------

UUUUUY, DECIDIDO ISABELLA ES UNA MIE, POBRECITA COMO LE AFECTO LO DE LA PLANTA, AUNQUE NO SABE MUCHO DE ESO POR LO MENOS JACOB ACLARO EL PANORA UN POCO, UUUUUUUUUUY JASPER ES UN POCO FRIO, YA ENTIENDO PORQUE LE PREOCUPA LA RELACION DE EDWARD CON ISABELLA Y TAL VEZ TENGA UN POCO DE RAZON, EDWARD SUFRIRA, NO SOPORTARIA PERDERLA, ES POR ESO QUE ESTA TRATANDO DE ENSEÑARLE A DEFENDERSE, PUEDE QUE AHI TENGA UNA OPORTUNIDAD, PERO CONTRA LO QUE SI NO PUEDEN LUCHAR ES QUE EL ES INMORTAL E ISABELLA NO, HE AHI EL PROBLEMA.

 

GRACIAS GUAPAS POR ESTAR EN ESTA AVENTURA, LAS VEO MAÑANA. BESITOS

Capítulo 15: CATORCE Capítulo 17: DIECISEIS

 
14443857 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10760 usuarios