Los pechos, el estómago y el lado izquierdo de la cara estaban aplastados contra el colchón de plástico, mientras que los brazos le quedaban extendidos por encima de la cabeza, atados por las muñecas a unas cadenas de sujeción.
En comparación con la vez en que había estado maniatada a la barra de la ducha, esta experiencia no tenía nada de excitante ni de estimulante. Sudaba por todo el cuerpo, así que la piel se le pegaba aún más a la superficie de plástico. Y aquel sudor olía a miedo.
Después de que Gordon y Turner la ataran a la camilla, Vulturi los había echado de la sala con la orden de que no lo molestaran. Él los llamaría cuando los necesitara, dijo.
Aunque Vulturi no quedaba dentro de su campo de visión, Bella lo escuchaba moverse a su espalda por la habitación. Ahora silbaba de nuevo la melodía de Gilligan's Island y a ella le resultaba imposible relacionar aquella estúpida canción con la terrible situación en que se encontraba. Las palabras de la letra le atravesaban la mente mientras él continuaba cantando:
«Now sit right back and you'll hear a tale...»
Vulturi golpeó el trasero desnudo de Bella, que se tensó sorprendida, y luego se echó a reír a carcajadas.
-Eres un poco saltarina, Isabella, ¿quieres más? -y se colocó para que lo viera-. Vas a ser un verdadero entretenimiento para mí. Nunca había tenido una sumisa gor da. Esas tetas enormes y ese culo blanco que tienes son una delicia. Esto va a ser divertido. ¿Te gustaría ser mi esclava doméstica? Podría dejarte encadenada aquí y venir a verte los fines de semana.
Bella se dio cuenta, horrorizada, de que Vulturi tenía una erección y cerró los ojos para tratar de no mirarla.
Él volvió a situarse tras ella. El sonido silbante de la vara atravesando el aire volvió a escucharse antes de que Bella sintiera el golpe en las nalgas. El dolor agudo que le infligió la hizo chillar, arquear la espalda y tensar los hombros.
-Abre los ojos -le ordenó él con un golpe-. No los cierres sin que yo te dé permiso. ¿Me has oído?
Bella resopló, presa del estupor y de la rabila, e incapaz de creer que Vulturi estuviera azotándola de verdad. El siguiente silbido la llevó a abrir los ojos y a quejarse.
-No, por favor -gritó.
Demasiado tarde. La vara le golpeó de nuevo la piel.Bella dio un grito ahogado y se aferró a las cadenas que la apresaban.
-Cuando hago una pregunta, quiero una respuesta inmediata. ¿Entiendes, Isabella?
-Sí -susurró.
-¿Cómo? ¿Has dicho algo?
-Sí, lo he entendido -repitió ella más alto.Vulturi volvió a situarse de modo que ella pudiera verlo.
-De ahora en adelante, vas a llamarme amo. ¿Entendido?
A Bella se le encogió el estómago y se rebeló mentalmente. No pensaba llamarlo amo. Tendría que matarla porque no iba a hacerlo.
Volturi sonrió, feliz.
-¡Ah! Ya veo que quieres ponerte tozuda. Me encantará hacerte cambiar de actitud.Volvió a retirarse. Sin embargo, antes de que el sonido silbante de la vara pusiera a Bella sobre aviso, alguien llamó a la puerta.
-Les he dicho que no me molestaran -gritó Vulturi.
-Lo llama por teléfono el señor Kingsley. Quiere repasar la lista que le ha enviado usted.
La mente de Bella empezó a funcionar a mil revoluciones, puede que ésta fuera su oportunidad.
-¡Mierda! -protestó Vulturi-, dile que ahora voy. Entonces acarició la nalga derecha de Bella con ternura. -Ahora vuelvo.
-Creo que me ha golpeado en el riñón -dijo ella-. Necesito hacer pis.
Vulturi dudó y por un momento Bella creyó que iba a decirle otra vez que se aguantara. Sin embargo, gritó:
-Turner, ven aquí y lleva a Isabella al baño.
-¿Puedo darme una ducha caliente para relajar los músculos? - se detuvo un instante -. Por favor, amo.
-Mira, por preguntarlo con tanta amabilidad, sí, sí puedes.
Turner entró en la habitación.
-Lleva a mi amazona al baño de invitados y enciérrala allí para que pueda orinar y darse una ducha -ordenó Vulturi.
-El mes pasado nos pidió usted que quitáramos la puerta de ese baño.
-Bueno, pues entonces enciérrala en el dormitorio de invitados. ¿Es que tengo que pensarlo yo todo? -preguntó.
Luego abandonó la sala y se dirigió a la entrada de la casa.
Turner se acercó a la camilla.
-¿Qué tal vas, zorra?
-¿Por? ¿Es que te importa? -preguntó Bella mientras él le liberaba la muñeca izquierda.
-Sólo por el golpe en las pelotas que me diste ayer. Me pasé la noche meando sangre. Y me gustaría darte yo mismo unos azotes -se inclinó hacia ella para soltarle el otro brazo-. Camina, vamos.
Bella estaba completamente rígida. Lo único que la hacía moverse era la esperanza de escaparse de la guarida de aquel monstruo. Así que colocó las palmas de las manos sobre el plástico húmedo y se irguió.
Inmediatamente el dolor le recorrió la espalda y los hombros y emitió un largo y agónico rugido.
-Ok, estupendo, sí te ha hecho daño. Ven. -Turner la tomó del brazo y empezó a arrastrarla hacia la puerta.
-Espera, mi ropa -protestó ella.
-El jefe no ha dicho nada de dejar que cogieras tu ropa -Turner desvió la mirada de Bella hacia la puerta y luego volvió a mirar a su víctima-, aunque, por supuesto, a lo mejor me haces cambiar de idea con una mamada.
-Antes prefiero morirme -respondió ella.
-Encanto, creo que no has entendido muy bien de qué va esto -Turner acercó la cara a la de ella-. ¿Qué crees que ha pensado Vulturi para ti para cuando haya acabado de jugar contigo? No será la primera vez que deja un cuerpo tirado en este bosque -se enderezó-. A lo mejor quieres volver a pensarte lo de ser amable conmigo. Puede que sea el último amigo que tengas. Y ahora, vamos.
Sus palabras hicieron que todo le diera vueltas a Bella. Aunque ya sabía lo que ocurriría, escucharlo así de claramente resultaba insoportable.
Tenía las plantas de los pies resbaladizas por el sudor y perdió el equilibrio. Turner la sujetó al instante. La segunda vez que resbaló, le soltó el brazo y Bella cayó sobre el duro suelo de pizarra.
-Un amigo te habría sostenido -le recordó.
Ella lo privó del placer de la respuesta, incluso cuando resbaló una tercera vez y él, de nuevo, dejó que se cayera. Sin hacerle caso, Bella se levantó y permitió que volviera a tomarla del brazo.
Turner la guió hasta una habitación situada en el extremo opuesto al salón. Estaba escasamente amueblada: una cama, una mesilla, un armario y una silla de respaldo recto. Habían retirado la puerta del baño.
-Hay toallas ahí dentro para que te duches -le informó Turner antes de lanzarla al interior del baño-. Tienes quince minutos.
-Gracias -respondió ella en un tono neutro.
El matón cerró la puerta con llave, y ella corrió entonces hacia la ventana y echó un vistazo.
Nada había cambiado desde la primera vez que se había planteado huir por una ventana. Nada, salvo el hecho de que ahora ella estaba desnuda, llena de moratones y dolorida. Escapar por esa ventana equivalía a protagonizar un suicidio virtual. La casa estaba ubicada a por lo menos ocho kilómetros de la carretera del desvío y ella estaba descalza.
Incluso aunque lograra esconderse de los hombres de Vulturi, no podría atravesar kilómetros y kilómetros de bosque corriendo desnuda.
«Si pudiera encontrar algún sitio en la casa en el que ocultarme. Podría dejar abierta la ventana para que creyeran que me he escapado.» Miró a su alrededor en la habitación, pero no vio ningún escondite, excepto el armario y debajo de la cama, los dos lugares donde la buscarían primero.
Volvió al baño y abrió el grifo de la ducha. Mientras dejaba correr el agua, rebuscó rápidamente en los armarios. Aparte de unas aspirinas que encontró y que se tragó con ganas, las estanterías estaban vacías. En otro armario sólo había seis toallas y rollos de papel higiénico. Ya iba a cerrar la puerta cuando vio algo. Se arrodilló y se fijó en el suelo del interior.
«¡Santo Dios! ¡Es una puerta!»
Gracias a todas las que leen el fic, espero les este gustando. Besos
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