-¿Estás enfadado conmigo?
Edward emitió un sonido a medio camino entre un suspiro y un gruñido. Bella esperó a que él pusiera fin a ese incómodo silencio.
-No, no estoy enfadado contigo. Estoy enfadado conmigo -apartó la mirada de la carretera y la miró un instante-. Anoche sabía que pasaba algo, pero no insistí en que me lo contaras; tendría que haberlo hecho. -Volvió a mirar la carretera.
-No es culpa tuya. Fui yo quien decidió no decírtelo -lo tranquilizó tocándole el brazo con la mano.
-Y te equivocaste. Deberías habérmelo contado -Edward se detuvo en un semáforo y la miró fijamente-. Mira, no es que tenga un repertorio maravilloso de relaciones. No sé si dentro de un año estaremos juntos -Edward se fijó en un indigente que caminaba empujando un carrito por la vía de servicio-, pero una de las cosas que primero me gustaron de ti fue tu sinceridad. Si dejas de ser sincera conmigo, lo nuestro no saldrá bien -afirmó mirándola a los ojos.
Bella retiró la mano que aún apoyaba sobre el brazo de Edward y le correspondió con la mirada.
-Tienes razón. Me equivoqué. Tomé sola una decisión que nos incumbía a los dos sin darte la oportunidad de opinar. No volveré a hacerlo.
El coche de detrás tocó el claxon. El semáforo ya estaba en verde. Edward se concentró de nuevo en la carretera y pisó el acelerador. El Buick salió disparado.
Ninguno de los dos habló durante el resto del trayecto hasta el restaurante, aunque el silencio que había era ya diferente al de antes. Se trataba de un silencio cómodo, de esos que hacen compañía. Por primera vez en las últimas horas, a Bella se le relajaron los hombros.
A pesar de que ya faltaba poco para las diez, el restaurante estaba abarrotado. El servicio de wi-fi gratuito atraía a la clientela a este lugar las veinticuatro horas del día. Si bien había unas cuantas mesas con parejas, la mayoría estaban ocupadas por una sola persona que se afanaba en teclear en su portátil entre sorbo y sorbo de un fuertísimo café brasileño.
Bella y Edward encontraron sitio y una encantadora camarera tomó nota de su pedido. Él pidió tacos de chorizo brasileño con huevos revueltos y tortillas mexicanas de harina cubiertas de queso feta derretido.
Bella prefirió unas crepés de espinacas con salsa de queso picante. Justo cuando acababan de servirles la comida, a Edward le sonó el teléfono. Se lo sacó del bolsillo de la chaqueta y contestó:
-Cullen.
Después de escuchar unos segundos, movió los labios para articular la palabra «Embry» a Bella , a quien no le hizo falta escuchar las dos partes de la conversación para deducir que Edward estaba disgustado. Después de hacer un montón de preguntas, se despidió con un gruñido. Ella esperó a que apagara el móvil y volviera a guardárselo en el bolsillo.
-¿Qué ha pasado?
-Embry se las ha arreglado para ir al ático de Vulturi con los chicos de la unidad. Dice que el tipo estaba esperándolos. Le han preguntado por ti y les ha contestado más o menos lo que imaginaban, que como tú habías avisado a la policía, quería hablar contigo. -Frunció el ceño y empezó a dar golpecitos en la mesa con el tenedor en un gesto que a Bella le resultó una manifestación de nerviosismo poco habitual.
-¿Y ha pedido un abogado? -quiso saber.
-No, no está nada preocupado. Sabe que no tenemos nada contra él. De hecho, según Embry, cuando llegaron, Vulturi estaba preparándose para ir a jugar al casino de Shreveport. Él y su prostituta salieron del domicilio junto a los tíos de latinidad. -Edward recogió un poco del revuelto de huevos con el tenedor.
-¿Vaz a seguirlo hasta Luisiana?
-No -respondió él cuando hubo terminado de masticar-. No podemos desarrollar actividades de vigilancia en otr as jurisdicciones. Además, la gasolina está por las nubes últimamente. Se nos sale del presupuesto. Nuestro equipo ha confirmado que ha abandonado la ciudad en dirección este. Vulturi le dijo al conserje que volvería el jueves por la noche.
-¿El jueves por la noche? Eso significa que no tengo que quedarme en las oficinas de Rose o en tu apartamento. Puedo volver a mi piso esta misma noche.
Edward se aproximó a ella.
-Bella , cielo, ¿es que no lo entiendes? Todavía no hemos detenido a los dos hijos de puta que trataron de secuestrarte.
-Bueno, pero ahora que Vulturi está fuera de la ciudad, no parece probable que vuelvan a intentarlo Además -le acarició la mejilla-, vas a quedarte conmigo, ¿no?
-Sí -Edward la miraba entre divertido y ofendido-, no pienso perderte de vista -seguía dando golpecitos con el tenedor-. Supongo que podemos ir a tu casa esta noche para que puedas coger algo de ropa. Tendrás que avisar a tu jefe mañana. Hasta que no tengamos a Vulturi entre rejas no puedes estar visitando a clientes y corriendo de un sitio para otro como has hecho hasta ahora.
Aunque Bella abrió la boca con la intención de protestar, al recordar la mirada del ex marine antes de meterse en el coche, asintió.
-Es verdad. Le pediré a Julie que me autorice para quedarme en el despacho y hacer allí las entrevistas.
-Estupendo -Edward parecía aliviado. Bella se dio cuenta de que había temido que ella pudiera llevarle la contraria.
-Aún no puedo creerme que ese típo sea tan caradura -dijo ella; era algo que no se sacaba de la cabeza desde el lunes-. Es como si creyera que es inmune a la autoridad.
-Es un psicópata. Está convencido de que las normas son para el resto de la gente, no para él.
-Me ha asustado. -Pronunciar aquellas palabras fue como quitarse un peso de encima después de haber estado tratando de evitar pensar en lo que Vulturi le haría si volvía a por ella.
-A mí también me da miedo. Es un asesino a sangre fría. Ahora bien, te prometo que no permitiré que te toque un pelo.
De pronto, a ella se le llenaron los ojos de lágrimas.
-Gracias.
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