-Bueno, la verdad es que lo tengo desde que iba al instituto. Lo guardaba en el armario - explicó con la mirada fija en el plato vacío-. Cuando venía en coche de vuelta a casa, escuché por la radio que aquella noche se verían tres planetas. Me sentía tan triste que al llegar saqué el telescopio con la intención de distraerme un poco. Mientras lo montaba me fijé en que el dominador, bueno, en que Vulturi, estaba follando con una de sus sumisas. Sin haberlo previsto,ése fue el momento en que comencé mi carrera de miron.
-Querrás decir de mirona, en femenino, que eres mujer -corrigió Edward.
Bella quiso explicarse; por alguna razón le importaba que él lo comprendiera.
-No me dedicaba a espiar sólo a la gente que estaba en la cama. También observaba a otras personas, como la señora del pelo azul, el señor Hudson y la esquelética. En realidad, al final mi intención era asegurarme de que estaban bien.
Edward se acercó a ella.
-Lo de la señora del pelo azul lo entiendo, debe de ser una anciana, pero cuéntame qué ocurre con el señor Hudson y con la esquelética.
Bella se puso de pie, recogió su plato y sus cubiertos.
-El señor Hudson es un señor mayor muy apuesto que me recuerda a Rock Hudson. Aunque ha invitado a unos chicos jóvenes a su casa un par de veces, pasa la mayor parte del día solo y parece tan falto de compañía... -se detuvo para recoger el plato de Edward.
Él se levantó y se ocupó de su propio cubierto.
-¿Y la esquelética? -preguntó de camino a la cocina.
-¡Ah! Esa chica es modelo -respondió mientras lo acompañaba hasta el fregadero-. Tiene todo el piso decorado con fotos suyas gigantes en blanco y negro. Es bulímica: la he visto zamparse litro y medio de helado de una sentada, meterse luego los dedos en la boca e ir corriendo al baño.
Edward abrió el grifo.
-Así que lo que has hecho es vigilarlos para asegurarte de que estaban bien.
Ella asintió al tiempo que le pasaba la sartén y la espumadera.
-Aunque puede que suene tonto, me he sentido como su ángel de la guarda, pendiente de que no les sucediera nada.
Él se quedó mirándola fijamente.
-No suena tonto, es precioso; pero tienes que dejar de hacerlo de todas formas.
-Ya lo sé. No volveré a hacerlo, lo prometo.
-Muy bien. ¿Por qué no vas preparándote para irnos a la cama mientras yo acabo de fregar los platos? -Edward esbozó una sonrisa burlona-. Nada de pijamas, ¿eh?
Bella notó un cálido cosquilleo en la entrepierna. Sin decir nada, se dio la vuelta y se marchó al dormitorio.
A pesar de que ya era la una y veinte de la madrugada, no se sentía cansada en absoluto.
Aunque Edward le había dicho que nada de pijamas, no tenía ninguna intención de recibirlo desnuda. Buscó en su armario y sacó el camisón negro, un poco sexy que Alice le había regalado en Navidad. Séquito el albornoz, se puso la nueva prenda y se observó satisfecha en el espejo. No estaba mal. Luego se cepilló los dientes y se lavó la cara. Cuando Edward entró en el dormitorio, _Bella ya estaba retirando el edredón y ahuecando las almohadas de la enorme cama.
Él dio un silbido tremendo al verla con el camisón.
-Es estupendo. ¿Lo compraste para Jacob?
Repentinamente avergonzada por la pregunta, ella se protegió con la almohada que sostenía en aquel momento.
-No, es un regalo.
Edward se acercó a ella y se deshizo de la almohada que los separaba.
-Desde luego, para mí lo es, de eso estoy seguro -le dijo antes de besarla con delicadeza.
Bella lo agarró para atraerlo hacia ella, pero entonces él retrocedió.
-¿Me dejas darme una ducha antes a mí también? Con lo guapa que te has puesto, tengo que estar a la altura.
-Hay un cepillo de dientes sin estrenar en el botiquín -lo informó Bella antes de liberarlo.
-Estupendo. Vuelvo enseguida.
Ella se metió en la cama y se permitió disfrutar soñando despierta mientras escuchaba el ruido del agua. Todavía no podía creerse todo lo que le había ocurrido en las últimas veinticuatro horas. Allí estaba ella, saliendo -bueno, follando era más preciso- con un poli de la Brigada de Crimen Organizado que podía haberla dejado hecha trizas y que, sin embargo, no lo había hecho.
Y que tampoco se había largado después del polvo, sino que se había quedado allí, había cenado con ella, se estaba duchando en su baño y se disponía a dormir en su cama.
Todo aquello parecía un regalo del cielo.
Oyó que se cortaba el chorro de agua. Edward aparecería en cualquier momento. El corazón empezó a latirle con tanta fuerza que hizo que le vibrara la caja torácica y se le secara la boca. Se incorporó y comprobó su aspecto en el espejo del vestidor. Estaba sonrojada y respiraba con rapidez. ¿Apagaba la luz de la mesilla o la dejaba encendida? ¡Madre mía! Se sentía como una virgen de 16 años.
Edward estaba cepillándose los dientes -podía oírlo en el lavabo-, de modo que retiró las sábanas y saltó de la cama par a darse los últimos retoques en el tocador. Empezó a ahuecarse el cabello para alisarse las ondas más marcadas, cogió el cepillo, se inclinó hacia delante y se lo pasó por el pelo, de la nuca a la frente. De repente se abrió la puerta del baño.
-Hola -saludó Edward.
Bella dio un salto y se irguió de inmediato.
-¡Ahh! -dijo, sorprendida, antes de soltar el cepillo.
-¿Estás bien?
-Sí, sí, estoy bien.
Se retiró el pelo de la cara y tardó un segundo antes de recuperar la visión. Lo primero que se encontró fue a un hombre desnudo plantado delante de ella. Sorprendida, primero dio un grito y luego casi pierde el equilibrio al intentar dar un paso atrás.
Edward sonrió.
-No me he traído la pijama, espero que no te importe.
Bella se quedó observando su cuerpo, incapaz de mirarlo de una sola vez. A pesar de su desnudez, Edward transmitía fortaleza y poder. Tenía el torso alargado y delgado, los hombros anchos y las caderas estrechas. Los brazos y piernas aparecían cubiertos de vello. Y su pene semierecto Dios!. Aquella visión le arrancó una sonrisa que la relajó un poco.
-¿Paso el examen? -preguntó él, tal y como lo había hecho en el bar un rato antes.
-Estás cañón y lo sabes -lo piropeó ella con la cabeza inclinada-; a tu lado me siento como un hipopótamo.
-De eso nada, cielo -Edward se acercó a ella, la tomó por los codos y le dio un beso en los labios-. Eres mi preciosa e insaciable amante y no pienso consentir que nadie se meta contigo, ni siquiera tú misma.
Bella apoyó la frente en la de Edward.
-Se te da bien lo de elevar mi autoestima. -Eso espero, porque a ti también se te da de maravilla lo de elevarme algo que tengo por ahí - respondió mientras deslizaba la mano derecha por el camisón y le acariciaba con los dedos la parte superior del pecho casi a la altura del pezón, aunque sin rozarlo-. De hecho, creo que ya no puedes elevarlo más.
|