-No..., no sé de qué me habla -tartamudeó Bella.
Aunque quería retirar el brazo, parecía tener el cuerpo paralizado, incapaz de reaccionar.
-Oh, vamos, no vayamos a empezar nuestra relación con una mentira. Los dos sabemos que has estado espiándome. Debería estar enfadado contigo, pero no lo estoy. -Vulturi le lanzó una mirada lasciva mostrando los dientes que contrastaban con su tez color aceituna-. Creo que me gusta la idea de que haya una mujer como tú mirándome mientras me follo a una de mis putas.
Aquellos comentarios obscenos rompieron por fin el estupor que la mantenía paralizada.
Trató de retirar la mano, pero él la tomó por la muñeca con fuerza.
-Todavía no, Bella . No te he dado permiso para que te vayas. Veo que tienes mucho que aprender -la recorrió con la mirada de arriba abajo-. Me juego lo que quieras a que ese enorme culo blanco que tienes se pone de un precioso tono rojo con unos azotes.
Las palabras de Vulturi le recordaron a Bella que ella no era la muñequita y que no se encontraban a solas en el ático de aquel hombre.
-Señor Vulturi, si no deja usted que me marche ahora mismo, voy a gritar. Pueden acusarlo de acoso por haberme puesto las manos encima. De modo que, ¿qué piensa usted hacer?
Vulturi parpadeó como si estuviera sorprendido. Le soltó la mano y se dirigió a los hombres que esperaban detrás de él:
-Uy, Felix, la gordita tiene genio.
-Ya le cortarás las garras, Marcus -sentenció el más alto de los dos torreones-. La tendrás comiendo de tu mano dentro de nada.
Bellagiró sobre sus tacones y volvió donde estaba su carro. Al llegar, cogió el dilatador y se lo lanzó a Vulturi, quien, rápido como una serpiente, se hizo con él al vuelo y se lo pasó a sus hombres como si nada. El más bajito lo recuperó y se lo metió en el bolsillo.
-Jefe, voy a guardármelo para que puedas usarlo con ella más adelante.
-Ya nos veremos, Bella -se despidió vulturi antes de indicar con un gesto a sus hombres que la siguieran.
Los tres se retiraron atravesando la sección de congelados en dirección a la entrada del supermercado.
Bella miró a su alrededor con la intención de comprobar si alguien había sido testigo del encuentro: los dependientes parecían ocupados en sus tareas. Así que empujó el carro hasta la zona de los cereales y luego se desvió para no ir por el pasillo que habían recorrido Vulturi y sus hombres.
Estaba temblando. El absurdo incongruente de toparse con tres mafiosos en medio de un supermercado resultaba mucho más aterrador que haberlos visto en la calle. Pensar en el descaro de aquel acto hizo que perdiera el aliento por un instante.
Ajena a la potente luz del supermercado y a las estanterías repletas de latas y de cajas, Bella decidió dirigirse rápidamente a la salida. Sólo pensaba en llegar a casa tan pronto como fuera posible. Allí podría cerrar la puerta a cal y canto, y esperar a que llegara Edward.
Si no hubiera habido cajas abiertas, Bella habría abandonado la compra allí mismo para poder salir escopetada. Sin embargo, uno de los cajeros le hizo una seña. Perpleja como estaba, Bella no se vio capaz de discutir, así que se limitó a sacar los productos del carro y colocarlos en la cinta transportadora. En unos pocos minutos ya se encontraba fuera, en el aparcamiento. Miró a su alrededor.
Si bien sabía que era probable que aquel miedo fuera irracional, temía que Vulturi o sus hombres pudieran estar esperándola al lado de su coche a la salida. Podría llamar a Edward. Seguro que vendría a recogerla inmediatamente. Sin embargo, cabía la posibilidad de que quisiera perseguir a Vulturi y acabara muerto.
-Disculpe, señora, ¿necesita que le eche una mano con las bolsas? -un adolescente interrumpió sus pensamientos para ofrecerle ayuda.
¿Se arriesgaría Vulturi a herir a aquel muchacho al tratar de ir a por ella? Sí, seguro que sí. Sin embargo, no era probable que lo hiciera con todos aquellos testigos a su alrededor.
-Pues, sí, por favor - le contestó al chico, mientras se decía a sí misma que le tendría que dar una buena propina, como si eso compensara lo de ponerlo en peligro.
Juntos, Bella y el chico caminaron hacia su coche.
**********
A las nueve, después de haberse tomado un par de copas de whisky para calmarse, Bella recobraba, si bien aún algo nerviosa, la capacidad de pensar. Saltaba atemorizada al menor ruido, por bajito que fuera.
Edward estaba a punto de llegar, pero todavía no había decidido si debía contarle lo de Vulturi. Aunque se moría por compartir con él el horroroso suceso del supermercado, su parte racional le aconsejaba que lo guardara en secreto.
Era cierto que se conocían desde hacía solamente cuatro días; sin embargo, estaba segura de que si se lo contaba, Edward querría tomar partido par a mantenerla a salvo, y aque llo acarrearía unas consecuencias desastrosas para ambos. Por un lado, si él le plantaba cara a Vulturi, los guarda espaldas del mafioso podrían hacerle daño. Por otro, si la animaba a presentar una denuncia por acoso contra Vulturi por haberla cogido y amenazado, seguro que éste alegaría que estaba defendiéndose de la persona que había estado espiándolo.
Aquello sería el fin para la carrera profesional de Bella . Y para la de Edward. El teniente ya estaba enfadado por el encuentro accidental en el Jerry's, así que si hacían cualquier cosa que pusiera en peligro la operación de vigilancia, su enojo aumentaría. O peor aún, si llegara a enterarse de que Edward había descubierto, sin haber informado de ello, que Bella espiaba a Vulturi, su trabajo podría peligrar de verdad. Y Bella no quería hacer nada que pudiera perjudicarlo profesionalmente.
Una voz interior le preguntaba: «¿Y si Vulturi iba en serio sobre lo de hacerme daño?»
Bella se dijo a sí misma que, si bien era cierto que ese tipo disfrutaba con aquellos juegos psicológicos y de dominación, también lo era que sería lo suficientemente listo como para restringirlos a sus encuentros con prostitutas. Ella era una profesional respetable y muy trabajadora. No creía que Vulturi fuera a arriesgarlo todo sólo para vengarse.
Unos toques en la puerta interrumpieron aquellos tristes pensamientos y la dejaron sorprendida, porque esperaba que el conserje la hubiera llamado para avisarla de que Edward había llegado. Sin embargo, claro, Edward ya se encontraba en el interior del edificio, en su puesto de vigilancia. En cualquier caso, Bella echó un vistazo por la mirilla de la puerta para cerciorarse de que se trataba de él. Al ver la sonrisa de su amante, todas las reflexiones en torno a Vulturi se desvanecieron. Abrió la puerta y se lanzó sobre él.
Edward la abrazó.
-¡Vaya! Si vas a recibirme así todos los días, no vuelvo a irme a tomar unos tragos con los colegas al salir del trabajo nunca más -bromeó.
-Me alegro tanto de verte -respondió Bella , apretándose contra su pecho. Era la primera vez en horas que se sentía protegida.
-¿Estás bien? -Edward la apartó ligeramente para liberarse del abrazo-. ¿Qué pasa, cariño? -preguntó mirándola a la cara con preocupación.
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