-No se me ocurre dónde más podemos buscar. -Edward sintió el corazón en un puño-. No creo que la haya llevado a un lugar público como su despacho, una habitación de hotel o un bar.
A Embry le sonó el teléfono y Edward tuvo que contenerse para no quitárselo de las manos.
Esperó con impaciencia dando golpecitos en el capó del vehículo hasta que su amigo terminó la llamada.
-Volvamos a la Central en el coche -dijo Embry nada más colgar.
-¿Cómo? -Edward se contuvo y se metió en el coche.
Cuando ambos se hubieron abrochado los cinturones de seguridad, Embry arrancó rumbo a la comisaría.
-Mierda, Embry, ¿qué es lo que ha dicho?
-Han encontrado el teléfono de Bella. Estaba encendido y la compañía ha logrado interceptar la señal. Nuestros hombres lo han localizado justo en el desvío de la nacional setenta y cinco que lleva a Woodall Rogers. Han debido de tirarlo por la ventana. Le habían pasado un pañuelo para borrar las huellas.
Edward sintió que un dedo helado le tocaba la espalda, justo entre los omóplatos.
-Dios mío, Embry. ¿Qué hacemos ahora?
-Tranquilo, bro. Tenemos varias pistas. Sabemos, por el teléfono, que se dirigían hacia el sur. Puede que Vulturi tenga otra casa aquí, en Oak Cliff -la voz de Edward sonaba segura.
-No tenemos ni idea de dónde está esa casa imaginaria. Y tampoco sabemos si vulturi tiró allí el teléfono para despistarnos. -Edward se golpeó la frente con el puño.
-Torres tiene un par de alternativas -continuó Embry-. Está haciéndose con todas las cintas de grabación del tráfico de la vía rápida y tiene a la fiscalía del distrito tratando de conseguir una orden para consultar los informes de localización por GPS de la limusina de Vulturi que tienen en la compañía donde la alquila.
Edward recuperó algo de esperanza.
-¿La limusina tiene GPS?
-Sí. Y eso nos va a llevar directos a ese listillo cabrón.
-Podríamos ir a la compañía de limusinas para convencer al dueño de que sea de más ayuda -sugirió.
-No, Edward-respondió Embry al tiempo que negaba con la cabeza-. Esto hay que hacerlo sin saltarse las normas. Por el bien de Bella -añadió dándole a su amigo unos golpes en la espalda-. Vamos a esperar a estar en la Central. Puede que ya tengan algo cuando lleguemos.
**********
La limusina avanzó muy lentamente dando tumbos por la carretera sin asfaltar. El enorme coche negro atravesó un paso de seguridad para ganado, de esos que consisten en unas barras de metal colocadas sobre un foso. A los lados aparecieron sendas hileras de pinos que, a pesar de ser ya pasadas las ocho y media de la mañana, cortaban los rayos de sol y formaban sombras sobre el barro del camino.
-Casi hemos llegado, Isabella -avisó Vulturi-. El claro está a la vuelta de esta curva.
La limusina dio un giro cerrado y la carretera se ensanchó.
Bella cerró los ojos cegada por la luz brillante que golpeó el coche al abandonar la protección de los pinos. Ante ellos apareció un lago y en la orilla de enfrente podía verse una casa de un piso construida con madera de cedro y cristal, rodeada por un porche amplio bajo el cual había unos bancos corridos.
En la corta distancia que separaba la casa del lago había una cuesta que bajaba hasta el agua, donde se distinguían dos embarcaderos: uno para pescar y otro para amarrar el barco.
-Es preciosa, ¿verdad? -presumió Vulturi-. Se la compré hace unos años por una miseria a un tipo dedicado al negocio de Internet que se había arruinado.
El vehículo se aproximó a la casa muy despacio por el camino que llevaba hasta ella. Bella se inclinó para ver mejor. Habían talado los pinos en un radio bastante amplio alrededor del lago y de la vivienda, de modo que la luz del sol lo bañaba todo. Las enormes ventanas daban al agua y prometían unas impresionantes vistas desde el interior.
Fuera, los patos nadaban plácidamente en las tranquilas aguas a la espera de que saltara algún pez.
-Huelga decir que el lago está repleto de peces -alardeó-. Yo he pescado un siluro de más de cinco kilos con un sedal que resistía los cuatro y medio.
Bella no era ajena a lo surrealista de aquella situación.vulturi estaba presumiendo de la casa a la que la había conducido para torturarla y violarla.
-Es muy bonito -dijo sin disimular su admiración-. Me encantará que me lleve a dar una vuelta para enseñarme la propiedad.
-A lo mejor... luego -respondió Vulturi-. Ahora tenemos otras cosas más importantes que hacer.
Augie, el chófer, aparcó la limusina junto a la casa.
-Pues ya hemos llegado, Isabella -anunció Vulturi-. Hogar, dulce hogar.
**********
-¿Qué Edward es eso de que están en el condado de Eldon? -exclamó Embry.
Peter Spenser, el dueño de la compañía de alquiler de vehículos de lujo, se encogió de hombros y señaló la pantalla del GPS.
-Mírelo usted mismo. Según el sistema, se encuentran en algún lugar entre Jersalem y Deerhide.
-Pero ¿y eso? -preguntó la capitana Torres-. ¿Qué sentido tiene irse hasta allí?
-Necesita un lugar tranquilo en el que imponerle a Bella disciplina -contestó Edward-. Tenemos que llegar allí lo antes posible.
El teniente Jenkins habló por primera vez desde que habían llegado a la oficina de la compañía.
-Esa área queda fuera de nuestra jurisdicción. Tenemos que ponernos en contacto con el sheriff del condado de Eldon o avisar al FBI.
-¡No, por Dios! -protestó Edward-. No metamos en esto a los malditos federales. Seguro que logran que la mate.
La capitana Torres tomó a Peter Spenser por el brazo y lo acompañó hasta la puerta.
-Muchas gracias por su ayuda, señor Spenser. Ahora necesitamos unos minutos para decidir qué medidas adoptamos.
Una vez que el civil se hubo marchado de la habitación, dio comienzo la conversación de verdad. Ninguno de los miembros de la policía quería meter a los federales, de modo que acordaron que el teniente Jenkins llamaría al agente especial del FBI encargado de Dallas y lo avisaría de que había una denuncia de desaparición, sin darle detalles. Así habría pruebas de que habían notificado al FBI un posible secuestro, aunque Jenkins trataría de no insistir en lo de «posible secuestro».
-Esperemos que podamos solucionar todo esto hoy mismo. Si no, tendremos que incluir al FBI mañana -advirtió Lucy Torres con rotundidad.
-¿Podemos ir con ellos? -rogó Edward-. Ya son más de las diez. Tenemos que ir al condado de Eldon volando.
Torres se dirigió a Jenkins:
-Avisaremos al sheriff cuando estemos de camino.
El teniente asintió.
-De acuerdo. Pero si creemos que puede producirse un enfrentamiento, deberíamos contar con el Equipo de Armas y Ataques Especiales. Ese condado no cuenta con los recursos suficientes para una operación de ese calibre.
-Sí, pero no podemos presentarnos ante la puerta del sheriff con un batallón de soldados -replicó Torres.
-Bueno, pues entonces tenemos que conseguir que él nos pida que los llevemos con nosotros -concluyó Edward-. No va a querer poner a sus hombres en peligro frente a un tío tan listo como Vulturi. ¿Podemos irnos ya, por favor?
-Cullen tiene razón -apoyó Jenkins-. Se tarda dos horas en llegar. Ya pensaremos los detalles por el camino. Larguémonos.
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