-Cullen tiene razón -apoyó Jenkins-. Se tarda dos horas en llegar. Ya pensaremos los detalles por el camino. Larguémonos.
En el baño del refugio de Vulturi, Bella permanecía inmóvil mirando por la ventana.
Podía abrirla y escapar, pero ¿adonde iría? Se vería en medio de un aterrador bosque de pinos y a decenas de kilómetros de distancia de cualquier sitio. «Voy a tener que aguantar hasta que Edward me encuentre.» Una voz en su interior susurró: «¿Y si Edward no te encuentra... nunca?»Bella no podía siquiera contemplar esa posibilidad. Las consecuencias podían ser demasiado horribles.
El del mareo, que, según parecía, se llamaba Turner, dio unos golpes en la puerta.
-Sal de ahí ahora mismo -ordenó.
Después de una última mirada por la ventana, Bella salió del baño. Turner la acompañó hasta el salón, donde vulturi la esperaba tumbado en un sofá. Gordon estaba de pie junto a la ventana y miraba el lago.
Había una interminable encimera que separaba aquella habitación de la cocina, donde Paris y Augie trabajaban.
-Pasa, Isabella, siéntate -invitó Vulturi con un gesto y la voz tranquila. En la mano sostenía un vaso con hielo y una bebida que tenía el color del whisky-. Es hora de que tú y yo charlemos.
Bella se sentó en el borde de un mullido sillón situado frente a él y esperó.
-Isabella, eres un verdadero misterio para mí -Vulturi se detuvo, como si disfrutara del sonido trisilábico de la palabra «misterio»-. Puede que no lo creas cuando me miras y ves a un exitoso empresario, pero he pasado años poniendo mi vida en peligro y confiando en mi instinto para salir del paso -agitó los cubitos de hielo del vaso mientras la observaba-. Y ese instinto es el que me dice que tú sabes algo que yo necesito saber -volvió a detenerse.
A Bella le parecía que Vulturi estaba actuando, aunque no tenía muy claro si lo hacía para ella o para el matón de Gordon. Permaneció mirándolo con la misma fascinación con que un ratón observa a una serpiente cuando nota su presencia.
-El sábado por la noche -continuó él-, cuando nos encontramos por casualidad en el Jerry's, tú ya me conocías.
Aunque Bella negó con la cabeza, él habló antes de que ella pudiera siquiera abrir la boca.
-No te molestes en tratar de negarlo. El encuentro que tuvimos en el supermercado, aunque muy agradable, no fue sólo para darte el dilatador anal, sino para comprobar si conocías mi nombre. Sabía que habías reconocido mi cara, de modo que firmé sólo con mis iniciales la tarjeta que acompañaba el ramo de flores y, aun así, cuando nos cruzamos en el pasillo del supermercado, me llamaste «señor Vulturi».
A Bella le latía el corazón con tanta fuerza que pensó que iba a salírsele del pecho.
«¿Cómo he podido ser tan idiota?», pensó. No se fiaba de lo que iba a decir, así que permaneció en silencio.
Vulturi la miraba pensativo.
-Hacía tiempo que me preguntaba quién me habría delatado a la policía hacía dos meses. Incluso mantuve una pequeña conversación con mis vecinos después del incidente. Ambos aseguraron que no estaban en casa aquella noche y era evidente que decían la verdad. También se lo pregunté al personal del edificio. Obviamente, todos ellos negaron haberme denunciado -se detuvo para beber un trago de whisky antes de seguir-. Cuando el sábado por la noche me reconociste con tanta facilidad en el Jerry's, sentí la curiosidad y mandé que te siguieran. Alguien atacó y golpeó a Farr, a quien yo había enviado detrás de ti, en mi propio garaje. Podrás imaginarte que eso aumentó todavía más mi curiosidad -miró a Bella por encima del vaso-. Entonces me empeñé en enterarme de quiénes eran tú y tu acompañante, que asumo que será ese Edward Cullen que te ha llamado antes.
«No puedes dejar que se entere de que Edward es poli o de que la policía lleva un mes vigilándolo. Te mataría aquí mismo.»
-Al día siguiente -siguió diciendo Vulturii-, hice venir de Houston a Gordon y a Turner para que interrogaran al personal de los edificios que hay justo enfrente de mi ático.Quería que fuera gente que nadie pudiera relacionar conmigo. Imagina lo contento que me puse al enterarme de que éramos vecinos. -vulturi esbozó, divertido, aquella sonrisa de lobo tan suya y dirigió luego la mirada a Gordon-: ¿Lo ves? Ya sabía yo que algo estaba ocurriendo. Llevaba semanas sintiéndome observado. -Vulturi se dio un palmetazo en el muslo y se echó a reír-. Yo pensando que la policía estaba espiándome y resulta que era una voyeuse que, además, era una chivata asquerosa -se acabó el whisky-. Tendré que pensar en un castigo especial para ti, Isabella. No me importa lo de que me espiaras, pero no tendrías que haber avisado a la policía -la frialdad de su mirada desmentía la jocosidad del tono de voz que empleaba.
A Bella le dio un subidón de adrenalina. Reconocía la sensación: la de la hiperactividad al estrés, esa que llamaban de combate o fuga. Su cuerpo se preparaba para luchar o salir corriendo.
Se obligó a mantenerse quieta y a mirar a Vulturi como si estuviera escuchando a un conferenciante que ofreciera una charla interesante en alguna universidad.
-Paris, ven aquí -llamó Vulturi.
La sumisa salió de la cocina y se acercó al salón, donde adoptó con gracia una postura genuflexa ante el sofá de su amo.
Él la miró animado por algo parecido al afecto.
-Levántate y desnúdate.
Paris obedeció de inmediato. En unos segundos, ya se había quitado el vestido-jersey que llevaba y bajo el cual se descubrió totalmente desnuda. Y allí se quedó, en medio de la habitación, sólo con un par de tacones altos y negros.
Desde donde se encontraba, detrás de la chica, Bella podía verle las marcas en los hombros, las nalgas y la parte trasera de los muslos. Se le llenó la boca de bilis al imaginar el dolor que aquella chica debía de haber soportado mientras Vulturi la golpeaba.
-Ahora siéntate aquí a mi lado -ordenó él, con un par de palmaditas en el sofá-. Esa es mi chica -alabó cuando Paris obedeció. Entonces él le colocó, como si nada, la mano que tenía libre entre los muslos.
Luego le tendió el vaso a Gordon.
-Prepárame otro -le ordenó.
Vulturi esperó mientras el matón iba hasta el mueble bar que se encontraba al otro lado de la estancia, le servía una segunda copa y volvía para dársela. Luego le dio un buen trago a la bebida fría.
-Estupendo, Gordon, gracias.
De nuevo dedicó su atención a Bella .
-En cuanto desarrollé la hipótesis -dijo, haciendo énfasis en la palabra «hipótesis»-de que eras una voyeuse, quise enterarme de hasta qué punto estabas interesada en mí y por qué tu acompañante atacó a Farr. Así que te envié las flores, firmé sólo con mis iniciales y luego te seguí hasta el supermercado. Cuando te pregunté si habías sido tú quien había avisado a la policía, tu cara me dijo la verdad aunque tú mentiste. Fue entonces cuando me llamaste por mi nombre y me sentí muy intrigado. Si conocías dónde vivía yo, podías, claro, haber hablado con mi conserje, como yo había hecho con el tuyo. Sin embargo, ¿por qué habrías de molestarte en hacer algo así? Más importante aún, ¿por qué el señor Cullen atacó a Farr? -Estiró las piernas-. Vas a tener que contestarme a estas preguntas, Isabella. ¿Por qué no empiezas ahora mismo?
Bella apretó los muslos entre sí en un movimiento inconsciente de protección. Temblaba. Entrelazó las manos sobre el regazo para que Vulturi no lo notara. «No puedo contarle que Edward es policía y tampoco lo de la operación de vigilancia, pero tengo que contarle algo. La cuestión es ¿qué? -pensó-. ¿Y si me quedo calladita? Si lo hago, empezará a pegarme y a violarme. No, tengo que decir le algo.»
Bella se humedeció los labios con la lengua.
-Tiene razón, señor Vulturi. Una noche en la que yo estaba en mi balcón, lo vi a usted en el ático -dejó que los recuerdos de aquella noche tiñeran su voz de sinceridad-. Soy trabajadora social. No sabía qué era lo que estaba ocurriendo. Nunca antes había visto escenas de dominación sadomasoquismo. Pensé que estaba usted matando a la chica. Por eso llamé a la policía. Mi primera reacción fue la de tratar de salvarle la vida a aquella criatura.
-Bien -asintió él con un gesto de aprobación-. ¿Y cómo es que sabes mi nombre?
-Seguí mirando cuando llegó la policía. La chica que estaba con usted les aseguró, claro, que, fuera lo que fuera lo que estaban haciendo, se trataba de algo consensuado. Fue entonces cuando caí en la cuenta de que se trataba de un juego sexual -Bella bajó la mirada sin esconder su vergüenza-. Sentí curiosidad y quise saber más. Por eso fui a su edificio para conseguir su nombre.
-¿Y quién te dio información sobre mí en mi edificio? -aunque su voz sonaba fluida, se trabó en la palabra «información». Sin duda el whisky estaba dificultándole el habla.
-No me acuerdo y tampoco importa -respondió ella mientras se encogía de hombros.
-Puede que a ti no pero a mí sí me importa, y mucho, ¿sabes? Doy unas propinas estupendas al personal del edificio. Si alguno de los empleados me traiciona, tengo que saber de quién se trata -eran palabras de acero-. Puedes optar por contárme lo sin más o por explicármelo todo mientras te azoto. Estoy bastante ansioso por ver cómo reaccionas a los latigazos.
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