«Lamento mucho que no tuviéramos la oportunidad de charlar el sábado por la noche. ¿Por qué no quedamos? Mi número es... M. V.»
«¡Dios mío! Me ha encontrado», pensó. La garganta se le quedó seca y por un instante se le cortó la respiración. «¿Qué hago ahora?»
Enseguida dirigió la mirada hacia la puerta de cristal del balcón. Las cortinas estaban cerradas de modo que era imposible que la vieran desde el ático de Vulturi. «Ok. No puede verme. Menos mal.»
«¿Llamo a Edward ?» Él le había dado su número de celular aquella misma mañana. «No, ¿para qué voy a preocuparlo cuando aún está en el trabajo?»
El olor de las flores llenaba la habitación. De repente Bella ya no podía soportar ni verlas ni respirar el olor que desprendían, así que cogió el jarrón y se dirigió a la entrada. A cada flor le llegaba inevitablemente su fin y ella tenía la intención de acelerar el proceso de aquéllas, con jarrón y todo.
Nada más doblar la esquina, de camino al contenedor del pasillo, se cruzó con Lois Guzman que, cargada con una bolsa blanca de plástico, atravesaba la puerta giratoria en esos momentos.
La anciana la miró y le dedicó una sonrisa.
-¡Qué flores tan bonitas! -exclamó-. Esos crisantemos naranja oscuro son preciosos.
Sin pensarlo dos veces, Bella le ofreció el jarrón con el ramo.
-¿Las quiere?
-Uy, no, cielo. Son tuyas.
-Ya, pero es que yo tengo alergia y justamente los crisantemos me van fatal -improvisó-. Iba a tirarlas, así que me encantaría que se las quedara usted.
Aunque la señora Guzman lo dudó por un momento, en cuanto Bella le entregó las flores hundió el rostro entre los pétalos.
-¡Son una maravilla! Te lo agradezco mucho.
-De nada, y soy yo quien se lo agradece a usted.
Conversó con ella un poco más. Como era de esperar, su vecina, que ya tenía tres hijas y un hijo casados, quería saber si Edward tenía intenciones serias. Después de apañárselas para no contestar a la correspondiente retahíla de preguntas, Bella logró escapar con la excusa de que tenía que ir al supermercado.
Ya de vuelta en su piso, se felicitó por la serenidad con que había sobrellevado lo de las flores. No tenía sentido llamar a Edward al trabajo: no había nada que él pudiera hacer. Le contaría lo del ramo y lo de la tarjeta después de cenar.
Acababa de prepararse para salir cuando sonó el teléfono. Convencida de que se trataría de Edward, dejó el bolso en la cocina y descolgó el auricular.
-¿Sí?
-¿Te han gustado las flores que te he enviado? -preguntó una voz segura y fluida.
Bella se quedó tan sorprendida que perdió el habla.
-Pensé que te gustarían, como tu padre formaba parte del consejo de administración del Jardín Botánico... -continuó Vulturi.
«¡Dios mío! ¡Ha estado investigando sobre mí! ¿Y ahora qué digo?»
-¿Te ha comido la lengua el gato?
-¿Cómo ha conseguido mi número? -Bella no había permitido que lo incluyeran en los listines telefónicos públicos.
-¡Uy! Te sorprenderías de lo que algunos dólares pueden comprar hoy en día en un barrio -respondió él con petulancia.
-¿Qué es lo que quiere? -Bella sonó algo nerviosa y, consciente de ello, se mordió el labio inferior. «Va a pensar que me da miedo. -Algo en su interior corroboró-: Bueno, es que sí té da miedo, ¿no?»
-Quiero que hablemos. He pensado que podríamos ir a cenar por ahí. En algún sitio bonito y discreto.
«¿Está loco?»
-No tenemos nada de qué hablar. No vuelva a llamarme.
Bella colgó el teléfono con más fuerza de la necesaria e hizo un gesto de dolor al oír el ruido del golpe.
Media hora después, ya estaba en el supermercado con el carrito. Después de haberle colgado a Cabrini, había permanecido en su apartamento dando vueltas durante un cuarto de hora. Aunque había sentido la enorme tentación de llamar a Edward, se había repetido a sí misma los mismos argumentos que la habían retenido un rato antes. No había nada que él pudiera hacer, de modo que lo mejor era esperar y contárselo por la noche.
Se alegraba de haber hecho la lista de la compra a la hora de la comida. Ahora se encontraba tan nerviosa que no era capaz de concentrarse en nada. Caminó por los pasillos como una autómata mientras llenaba el carrito con lo que aparecía indicado en la lista.
Al llegar al puesto de la carne, el dependiente y su ayudante estaban atendiendo a otros clientes. Había por lo menos otras dos personas antes que ella, así que aparcó el carro en un lado para que no estorbara al resto de compradores que se apresuraban a encontrar rápidamente algo para cenar aquel día. Cogió un número y trató de distraerse mirando los precios de otros productos. Las gambas estaban de oferta... Podía llevarse unas pocas además de los filetes que había pensado comprar.
Al cabo de quince minutos ya tenía los dos paquetes. Al ir a meterlos en el carro, descubrió en él, un producto que no le pertenecía a ella. Lo primero que pensó fue que se había confundido de carro y comprobó el resto del contenido. «No, pues sí es mi carro. ¿Qué será esto?»
El extraño objeto era negro, medía unos doce centímetros de largo y diez de ancho, era de látex y tenía forma cónica. Intrigada, Bella lo cogió y entonces cayó en la cuenta de lo que era.
«¡Dios mío! ¡Es un dilatador anal!»
De inmediato dejó caer el juguete sexual como si le quemara en las manos y miró a su alrededor avergonzada.
A un metro de ella, Marcus Vulturi sonreía jactanciosamente. Llevaba un carísimo traje negro y un abrigo a juego. Dos de sus hombres, situados a su izquierda y aparentemente ajenos al resto de clientes que se veían obligados a pasar junto a ellos, se mantenían a una cierta distancia.
La rabia no tardó en sustituir al miedo. Bella se dirigió enfurecida hacia donde se encontraba.
-¿Cómo se atreve? -preguntó entre dientes.
-Quería conocerte, y como me has colgado el teléfono sin haberme dado siquiera las gracias por las flores, he pensado que a lo mejor preferías algo más práctico.
-Si vuelve a acercarse a mí, llamaré a la policía -al escucharse hablar con voz temblorosa, Bella se enfureció aún más-. Es usted un cerdo.
-¿Por eso llamaste a la policía aquella vez? -respondió él con una ceja arqueada.
A pesar de los esfuerzos que Bella realizó por no reaccionar, supo que la expresión de su cara la había delatado. No había esperado que él relacionara los hechos con tanta rapidez.
Vulturi asintió como si ella hubiera contestado a la pregunta.
-Eso me parecía. La verdad es que me molestó bastante no saber quién me había mandado a aquellos tipos de uniforme -explicó antes de acariciarle el brazo a Bella con los dedos-. Has estado mirándome desde el balcón, ¿verdad,Bella?
|