La primera vez se había quedado aterrorizada. Las marcas rojas que el dominador había dejado en la espalda de la mujer sometida la habían horrorizado hasta tal punto que había salido de su propio piso y había corrido escaleras abajo hasta una cabina desde la que había llamado a la policía. Se había hecho pasar por una vecina que telefoneaba para alertar de unos chillidos que se oían desde su apartamento y había colgado sin dar su nombre.
Para cuando había llegado la policía, Bella ya estaba de vuelta en su balcón. Desde allí había visto a Vulturi abrir la puerta e invitar a pasar a dos policías mientras la sometida, una rubia alta y delgada, se apresuraba a recoger la ropa esparcida por el suelo. Los agentes habían insistido en interrogar a la chica que, aunque parecía algo avergonzada, admitió, claro, haber participado en aquel juego sexual por voluntad propia. Los policías habían señalado las paredes, les habían advertido que no molestaran a los vecinos y habían abandonado el lugar.
Desde entonces, el dominador había probado varios sistemas para que las mujeres no gritaran mientras las azotaba. A Bella siempre le había asustado el instrumento con que finalmente había dado: una especie de capucha de tela y una bola de goma de color rojo.
El dominador guardaba el artilugio en un cajón. Antes de empezar a azotar a su compañerade juegos, le metía la pelota de goma en la boca y le colocaba la capucha de modo que la cabeza quedaba cubierta hasta el cuello, donde acababa haciendo un nudo. De verlo tantas veces, Bella había deducido que aquello volvía muda y ciega a la sometida, pero no sorda, de modo que aún podía escuchar las órdenes que Vulturi le daba. Así, éste podía emplear su vara sin miedo a molestar a los vecinos.
Después de que Bella acabara de relatarle la historia a Edward, él la abrazó con más fuerza.
-¿Te excita verlo con sus mujeres?
-No lo sé -respondió ella, pensativa-. Quiero decir, los picantones que viven dos pisos más abajo también se dan cachetes de vez en cuando y eso sí me excita, pero ellos comparten algo, se lo pasan bien juntos. Lo que el dominador, bueno, lo que Vulturi hace... no tiene nada que ver con una pareja o con compartir. A esas chicas debe de ocurrirles algo tremendo para que le permitan hacer lo que hace.
Como su copa ya no contenía más que hielo, Bella no protestó cuando Edward se la retiró y la depositó, junto a la suya, en la cornisa. Luego la abrazó con ambos brazos y ella se acurrucó contra él apoyando la cabeza sobre su hombro.
-Sospecho que la mayoría de esas pobres son profesionales del sexo.
-¿Tú crees? Parecen tan jóvenes -dijo ella mirándolo.
Edward se rió sin que aquello le hiciera gracia.
-Las prostitutas viejas no tienen demasiados clientes, ¿sabes? Bella dudo un momento antes de decidirse a preguntarle lo que estaba pensando:
-¿Has estado alguna vez con una prostituta?
Él negó con la cabeza.
-No, no me excita pagar por sexo. Y he visto lo que ese negocio hace con las niñas.
-Como poli, quieres decir... -dijo ella tratando de mostrarse tranquila.
Edward asintió. En un susurro continuó:
-Siempre he trabajado en la Brigada Anticorrupción. Seis meses contemplando todo eso bastan para acabar con la ilusión de cualquiera -entonces la miró-. Me han pasado temporalmente a la Brigada de Crimen Organizado, a un equipo que vigila a Vulturi, así es como te encontré.
-¿Ah, sí? -lo invitó a continuar.
-Estaba comprobando que nuestro puesto de vigilancia no podía verse desde el ático de Vulturi. Miré hacia abajo y te vi en el balcón... con el telescopio.
A Bella le entró miedo.
-¿Se lo dijiste a alguien?
-No, a nadie.
-¡Menos mal! -replicó ella, aliviada, a la vez que bajaba los hombros.
-De todas formas, ya sabes que no puedes volver a espiar a tus vecinos, ¿verdad?
-Claro, Ed. No volveré a hacerlo nunca más, te lo prometo.
Él le acarició el cabello.
-Bien, entonces ya está. Ya no hace falta que volvamos a hablar de ello -sentenció.
Luego bajó la mano acariciándole los hombros hasta que se topó con la toalla y empezó a tirar del borde que la sujetaba. Bella le dio un manotazo.
-¿Qué haces?
-Oye, que sólo quiero ver lo que hay debajo -respondió él con la voz nítida y guasona.
Bella se alejó, pero de repente se le ocurrió algo que la hizo detenerse. Con los ojos fijos en los de Edward, se arrodilló delante de él.
-¿Y ahora qué haces tú?
Por debajo del murete, fuera de la vista de los pisos cercanos,Bella se descubrió despojándose lentamente de la toalla.
-Pero, ¿qué ha...? -Edward se quedó mirándola boquiabierto.
Ella le dedicó una sonrisa.
-Sólo estoy devolviéndote el favor. Te debo un orgasmo.
Entonces Bella enrolló la toalla de felpa a modo de cojín y se la colocó bajo las rodillas. Libre de su envoltorio, había quedado totalmente desnuda y a los pies de Edward.
-¡Dios, nena...! -dijo él con la respiración marcada mientras se inclinaba hacia ella.
Bella lo detuvo con un gesto.
-No. Ahora me toca a mí hacerte disfrutar -dijo, y empezó a acariciarle el bulto que se había formado en sus vaqueros y que, de inmediato, empezó a crecer. La mirada perpleja de Edward la hizo reír.
-Te gusta, ¿eh? -bromeó antes de bajarle la cremallera de los pantalones.
El pene apareció como una roca, dispuesto en el agresivo ángulo agudo que formaba con su cuerpo y brillante como una pieza de mármol de Carrara a la tenue luz que iluminaba el balcón.
Blanquecina, recubierta de venas de tono más oscuro que la recorrían desde la base hasta la punta, la polla parecía enorme. La erección había retirado el prepucio, de modo que el miembro aparecía desnudo. Bella descubrió una gota de líquido seminal a punto de caer de la punta en forma de seta, y la recogió con la lengua. Sabía salada y ofrecía una textura viscosa.
-¡Dios...! -dejó escapar Edward.
Bella rió y se inclinó hacia delante. Abrió la boca y se introdujo la punta del pene en la boca.
Lamió la raja hasta que vio brotar una nueva gotita, lubricó la cabeza del miembro con la lengua antes de sacársela de la boca y chupó de nuevo la abertura, aunque esta vez por la parte inferior.
Edward temblaba y se balanceaba sobre Bella , que, al acordarse del placer que él le había proporcionado media hora antes, se sentía encantada de poder corresponderle. Aunque ya les había hecho mamadas a otros chicos antes, nunca lo había disfrutado. Pero en esta ocasión parecía diferente. Edward resultaba tan excitante y tan generoso en la cama que le apetecía ofrecerle lo mismo. Alternó los lametazos con los movimientos de succión y se concentró en la cabeza hinchada del pene.
Edward la agarró del pelo con las dos manos para tirar de ella hacia sí y clavársela más. Ella se resistió y alejó la cara para extraerse el miembro.
-Todavía no, encanto. Aún no estás listo.
Convencida de que iba a regalarle la mejor mamada de su vida, Bella le levantó la polla y la lamió por debajo desde la punta hasta la base. A Edward se le tensó el cuerpo hasta tal punto que ella pudo notar la contracción de los músculos.
-Nena, me estás matando -murmuró él.
Encantada de pillarlo desprevenido por una vez, continuó aplicándole aquel dulce tormento.
El miembro permanecía erecto y en dirección hacia el cielo, de modo que Bella tenía acceso a los testículos. Inclinó la cabeza y se acercó para empujar suavemente con la nariz los sacos recubiertos de vello mientras aspiraba su aroma almizclado y ligeramente amargo. Se introdujo una de las bolas en la boca y jugueteó con ella antes de atraparla con los dientes.
-Ten cuidado... -la voz de Edward sonó ronca.
Bella separó los labios y movió la lengua alrededor del testículo para aliviarlo. Luego, mientras le rascaba delicadamente el interior de los muslos con la mano izquierda, trató de registrar todos aquellos datos en la memoria: la sensación era de extrañeza, al tacto resultaba áspero y blando, y el sabor era inconfundible.
La respiración de Edward iba aumentando los intervalos y era entrecortada.
-Mámamela, por favor -rogó.
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