Bella se mordió el labio superior, en un claro signo de preocupación. Edward le pasó un brazo por la cintura para atraerla hacia él y presionarle el pecho izquierdo con el cubito de hielo.
Bella suspiró antes de que un escalofrío la atravesara de la cabeza a los pies. Él no quiso creer que aquella reacción proviniera exclusivamente de la temperatura del cubito, el cual continuó girando en círculos cada vez más cerrados a medida que se aproximaba al centro.
El pezón aumentó de tamaño y se oscureció hasta adquirir un suave tono violeta. Edward escuchaba la fuerte respiración de Bella , consciente de la tensión en que estaba sumida. Luego tiró el cubito y, con los dedos índice y pulgar, empezó a retorcerle el pezón.
-Mmmm -suspiró e lla.
Edward bajó la cabeza y se introdujo el otro pezón en la boca. Lo mordisqueó, primero con suavidad y luego con algo más de energía. La respiración de Bella cada vez era más entrecortada mientras él combinaba aquel jugueteo con el balanceo de sus piernas, de modo que apretaba su erección contra el vientre y las caderas de su prisionera.
-Edward, por favor... -rogó Bella con los ojos cerrados.
Él liberó el pezón y la miró.
-Por favor, ¿qué?
-Más -pidió ella.
Edward atravesó la habitación para coger la venda.
Aunque a Bella empezaron a dolerle los brazos de tenerlos por encima de la cabeza tanto tiempo, la molestia quedaba compensada por el placer que Edward le proporcionaba con las manos y la boca. A pesar del frío del cubito, el pecho le ardía tanto como la entrepierna, ya incandescente.
Bella le había rogado que continuara cuando él se había retirado y se había alejado de ella.
En cuanto abrió los ojos, él le colocó la venda sobre los ojos.
-¿Qué estás haciendo?
-Relájate, cielo. Ya verás qué bien.
La venda no era más que un par de parches de nailon unidos por medio de unas tiras elásticas que se ajustaban alrededor de la cabeza.
-¿Qué vas a hacer?
-Confía en mí.
Sin pararse siquiera a pensarlo, Bella replicó:
-Ya confío en ti; más de lo que confío en ningún otro hombre.
Notó enseguida que se quedaba paralizado y sintió que se le encogía el corazón. «No tendría que haber dicho eso. Qué tonta soy.»
Edward le acarició la mejilla con la mano.
-Gracias.
Bella apartó la cara.
-Lo siento. No tendría que haber dicho nada.
Él le tomó el rostro con ambas manos.
-Eso no es cierto. Sé exactamente cómo te sientes porque yo me siento igual. -La besó en los labios con extrema delicadeza-. Es como sí te conociera de toda la vida. Pondría la mano en el fuego por ti -dudó un segundo y añadió-: y el corazón.
A Bella se le engrandeció el alma.
-Me encantaría poder verte la cara.
Edward la besó de nuevo.
-Pues está muy bien que no puedas, porque yo creo que no me habría atrevido a decirte lo que acabo de decir si hubiera estado mirándote a los ojos -de inmediato cambió su tono de voz-. Bien, y deja de distraerme que tengo cosas que hacer por aquí.
Bella esperó, nerviosa, y se recordó a sí misma que había sido ella la que había sacado a colación lo de los juegos de dominación. Escuchó un ruido extraño, como de cadenas. Sintió que algo le rozaba el pecho y se dio cuenta de que Edward estaba colocándole una de las pinzas para los pezones. Y lo hizo de modo que aunque notó el pequeño pellizco, no fue como si se cerrara de golpe.Bella se retorció por la presión que ejercía aquel aparato sobre el pezón.
-¿Tan estupendo es? -quiso saber él al tiempo que le pinzaba la otra en el otro pecho.
-Sí -suspiró ella.
-Muy bien. Quiero que abras las piernas tanto como puedas -aunque Bella trató de seguir las instrucciones, las esposas limitaban su capacidad de movimiento. -Así está bien -dijo satisfecho mientras le acariciaba las caderas-. Eso es.
«¿Así está bien? ¿Para qué? ¿Qué es lo que pretende hacer?»
Aunque el primer contacto con el frío del hielo en el seno derecho la sobresaltó, pronto se relajó en cuanto reconoció el cubito, que Edward arrastró hasta conseguir que también hiciera contacto con la pinza, de modo que el metal bajó enseguida de temperatura hasta resultar casidoloroso. Bella serpenteo ligeramente con la intención de escapar de aquel clip congelado.
-Ed... -gimió.
Él no respondió, pero retiró el hielo. Acto seguido Bella notó el tacto ligero de una pluma.
La suavidad de la caricia eliminó de inmediato el dolor provocado por el frío del hielo. La combinación de sensaciones físicas en la piel era impresionante: la presión de la pinza, el frío del metal y ahora la delicadeza de la pluma, que Edward paseó por sus axilas, su vientre, por detrás de las rodillas...
-Pareces una diosa pagana, con la piel tan blanca y tan suave... No deberías taparte nunca, todo el mundo debería tener derecho a verte tal y como te estoy viendo yo ahora mismo.
A pesar del frío del hielo, Bella se sintió invadida por una oleada de calor que se extendió hasta el ombligo y los senos. Las extremidades perdieron su fuerza y se le hicieron extrañas, como si ya no pudiera dominarlas. Aunque se fiaba de Edward, sentirse tan indefensa le resultaba un poco aterrador. Si él se marchaba en ese momento del piso, ella se quedaría allí hasta que... hasta que mandaran a alguien del trabajo a ver si pasaba algo cuando no apareciera por la oficina el lunes por la mañana. O hasta que se pusieran en contacto con la persona cuyos datos había facilitado al rellenar el formulario de solicitud de empleo para los casos de urgencia... «¡Dios mío: mamá!»
La idea de que fuera su madre quien la encontrara de esa forma, desnuda y atada, le resultaba demasiado horrible como para planteársela. Apartó aquel pensamiento de su mente y se centró en escuchar. ¿Qué hacía ahora?
Un cambio en las corrientes de aire hizo que cayera en la cuenta de que se había arrodillado delante de ella. Primero le colocó las manos en la parte interna de los muslos y le separó aún más las piernas, y luego hizo lo mismo con los labios de su sexo. Bella se quedó esperando, convencida de que iba a empezar a acariciar le el clítoris. Enseguida notó la calidez de sus labios sobre su sexo.
-¡Oh...! -gimió antes de gritar-: ¡Ay! -el tacto inesperado de un cubito de hielo en el clítoris la llevó a separarse de Edwardde un salto.
Él sabía que reaccionaría así. Le recogió las nalgas con una mano y la acercó de nuevo mientras, con la otra, volvía a localizar el punto de placer. Bella experimentó de nuevo la calidez de su lengua.
Alerta ahora, permaneció tensa a la espera de que abriera la boca para rozar el maldito hielo. No tuvo que esperar mucho. Los labios de Edward se retiraron y a continuación notó el frío del cubito medio derretido entre los labios de su sexo.
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