Renne era una mujer imponente. Nada le parecía suficiente, ni siquiera sus propias hijas. Bella se había pasado toda la infancia escuchando que era demasiado gorda, demasiado vaga y demasiado tonta. Era su padre quien había hecho siempre de parapeto entre su esposa y las niñas, por eso desde que Charlie Swam había fallecido, las cosas habían empeorado.
La madre de Bella se había enfadado al descubrir que su marido les había legado en su testamento algo de dinero a sus dos hijas. Charlie sabía bien que Renne habría usado sus ahorros como un arma de control y aquel gesto había sido un ataque preventivo. La generosa donación había servido para que Bella abandonara su apartamento y adquiriera un piso con vigilante, y para que Tricia invirtiera en un nuevo negocio de encuadernación y reparación de libros. Bella sonrió bajo la cascada de agua. Su padre habría estado encantado con todo aquello.
«Te echo de menos, papá. Edward te gustaría.»
Mientras se enjabonaba las piernas, Bella trató de imaginarse la reacción de Renne al conocerlo. Sabía cómo era su madre: la presentación iría seguida de un interrogatorio, y aunque las primeras preguntas no pasarían de ser agradables e inocuas, no tardarían en volverse duras condescendientes. Edward no tenía pinta de ser el típico hombre que se siente intimidado y aquello sacaría lo peor de su madre. Bella decidió mantenerlos lo más alejados que fuera posible.
Tras aclararse el cabello, se agachó para cerrar los grifos. «No hay familias perfectas.»
Cuando estuvo lista para salir de la bañera, retiró la cortina y casi le dio un ataque al corazón:
Edward estaba de pie justo delante de ella. Antes de que se hubiera podido recuperar para preguntarle qué hacía allí, él ya le había tomado la muñeca y se la había pasado por encima de la cabeza. Bella protestó, pero él la ignoró, le puso una esposa en la muñeca y enganchó la otra en la barra de la cortina. Mientras Bella miraba aún sorprendida su mano apresada y tiraba sin éxito para liberarse, Edward le tomó la otra muñeca. Con enorme rapidez se la esposó también a la barra.
Luego retrocedió dos pasos para distanciarse de la bañera y le sonrió. Absolutamente desconcertada, Bella observó su propio reflejo en el espejo. Se vio enganchada a la varilla, totalmente empapada y atrapada por las muñecas.
Tenía los pies descalzos aún en la bañera, adonde iban a parar todas las gotas que le resbalaban por el cuerpo.
-¿Qué estás haciendo? -protestó.
-Estoy ayudándote a hacer realidad una de tus fantasías.
Bella se dio cuenta en ese momento de que Edward estaba desnudo. La erección de su miembro apuntaba, agresivo, hacia su cuerpo desprotegido.
Edward alargó el brazo para retirarle de la cara los mechones de pelo mojado. En cuanto Bella digirió el contenido de aquellas palabras, una oleada de excitación la recorrió de arriba abajo. Se encontraba desnuda e indefensa en su propio cuarto de baño.
-Yo me refería a que me ataran a la cama -corrigió.
-Lo siento. No has especificado y he tenido que improvisar. -Con un tono petulante añadió-: Nena, tengo que confesar que estás impresionante así colgada.
Bella se miró al espejo. Edward tenía razón. Con los brazos estirados sobre la cabeza, los pechos se expandían y quedaban tirantes. El contraste entre el pelo negro y la palidez de la piel resultaba increíblemente erótico. Parecía una diosa pagana ofrecida en sacrificio para calmar las iras de algún dios irritado. Al mirarse, los pezones se le endurecieron y quedaron como lanzas.
Inmediatamente notó un fogonazo de calor en la entrepierna.
-¿Y ahora qué?
-Ahora vamos a jugar.
Edward se quedó mirándola, cautivado al verla allí colgada, indefensa. Tuvo que contenerse para no agarrarle las piernas, enganchárselas alrededor de la cintura y penetrarla directamente.
Resultaba de lo más excitante; era como si Bella se exhibiera en un mercado de esclavos y él pudiera hacer con ella todo lo que le apeteciera.
Cuando ella había mencionado lo del juego de dominación, a él no le había parecido excitante. Como poli, había conocido a tantas mujeres violadas que lo de obligar a una mujer a follar con él no le resultaba agradable, ni siquiera aunque fuera algo fingido en un juego erótico.
Había presenciado muchas escenas en las que las prostitutas, o sus chulos, aparecían encadenados a una cama o a una mesa en habitaciones de motel, de modo que lo de atar a una mujer a un somier no le llamaba demasiado la atención. Esto, en cambio...
-Ahora mismo vuelvo -dijo.
-¡Edward, espera! ¡No me dejes así!
-No, tranquila, vuelvo en un segundo. -Edward quería que se quedara un rato pensando en la idea de estar encadenada y absolutamente a su merced.
Fue al cuarto de estar y recogió los juguetes que había seleccionado de la caja, de donde también provenían las viejas esposas niqueladas que la Unidad Policial de Dallas había desechado para pasar a emplear, en su lugar, tiras de plástico, más modernas, en la detención de sospechosos. Al preparar la caja, había metido sus dos pares de viejas esposas.
Cogió también las pinzas de los pezones, una venda y una larguísima pluma de color morado. También había un instrumento con forma de mariposa azul, pero aquello prefería reservarlo para más adelante.
Se dirigió a la cocina y llenó un cuenco con hielos.
-¡Edward! -gritó Bella .
«Estupendo, se está impacientando.»
-Ya voy -respondió.
Cuando regresó, notó que Bella estaba nerviosa. Había salido de la bañera y estaba de pie sobre la alfombrilla del baño.
-¿Dónde estabas? -se quejó.
-Buscando los accesorios que vamos a emplear -contestó él mientras colocaba todo en la encimera del lavabo.
Deseosa de enterarse de lo que preparaba, Bella deslizó las esposas a lo largo de la barra de la ducha para poder verlo mejor. Él se hizo con uno de los cubitos de hielo y se dio la vuelta hacia ella.
-¿Qué vas a hacer?
-Lo que me dé la gana.
Bella abrió los ojos y se alejó de él hasta toparse con la bañera.
-Edward, ¡no! -Bela , ¡sí! Voy a repetir tus palabras: «Alguna vez me he preguntado cómo sería someterme a los deseos de un hombre, dejar que él tomara el control de mi cuerpo.» Bien, encanto, pues aquí estoy. A veces se obtiene lo que se desea.
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