-¿Y qué le has contado? -la voz de Bella se convirtió en un susurro y el miedo le contrajo la garganta. Edward se acercó a ella con el ceño fruncido.
-Yo no le conté nada, claro, fue el imbécil de Mike el que no supo mantener el pico cerrado. -Bella cerró los ojos y se quedó esperando. Sabía que Angela no había acabado de hablar aún-. Le dijo cómo te llamabas, el nombre sólo, y le explicó que vivías por la zona. Entonces Ben intervino para que se callara.
-Menos mal. ¿Y Vulturi os comentó por qué quería saberlo?
-¿Se llama así? Ben dijo que ese tipo no le daba buena espina y que... Bella la interrumpió.
-Anglea, ¿dijo algo Vulturi? -el tono se volvió más brusco, pero tenía que enterarse.
-Bueno, dijo que estabas como un queso y que le apetecía llamarte.
«Sí, ya; y voy yo y me lo creo.»
Angelacontinuó explicándose.
-De todas formas, como a Ben no le gustó ese tipo, me dijo que te llamara. Te parece bien, ¿no?
-Sí, sí, Angela. Muchas gracias, y dáselas también a Ben de mi parte, ¿de acuerdo?
-Claro, hasta pronto -y colgó.
Bella le pasó a Edward el auricular para que lo colgara.
-¿De qué iba todo eso? -preguntó.
-Vulturi ha estado preguntando por mí en el bar. Mike , el tipo que estaba hablando conmigo cuando llegaste, le ha dicho mi nombre y le ha contado que vivo por aquí.
Por la expresión del rostro de Edward, Bella sabía lo disgustado que estaba.
-¡Mierda! -explotó dando un manotazo sobre la me sa. El ruido la sobresaltó-. A lo mejor convendría que te vinieras un tiempo a mi apartamento.
Las palabras de Edward la tranquilizaron, pero...
-No puedo -dijo-. Me has dicho que vives al otro lado del lago White Rock. Tar daría una hora más en llegar al trabajo todos los días -negó con la cabeza-. De todos modos, no va a venir a buscarme. Y si lo hace, le explicaré que lo confundí con mi ex suegro o con mi psiquiatra, o algo así de raro -le dio unas palmaditas en la mano-. No va a pasar nada.
«¿Estoy tratando de convencerlo a él o a mí?», se preguntó Bella .
Edward volvió a fruncir el ceño.
-Está bien. Entonces me mudaré yo aquí. No pienso dejarte sola en este piso con Vulturi en el edificio de enfrente.
Bella le dedicó una sonrisa.
-Y eso significa que tardarás en llegar al trabajo lo que le cueste al ascensor subirte hasta el puesto de vigilancia.
-Sí. Ya ves, voy a ahorrar un montón en gasolina -bromeó él algo más relajado.
El teléfono volvió a sonar. De nuevo, Bella esperó a ver de quién se trataba.
«Isabella, soy tu madre. Coge el teléfono. Sé que estás ahí. No creo que vayas a misa los domingos por la mañana. -Edward arqueó las cejas y Bella hizo un gesto de desesperación con la cabeza. Aún no estaba preparada para contarle cómo era Renne-. Anoche me colgaste el teléfono y aún estoy esperando una disculpa y una explicación. Haz el favor de llamarme», dijo finalmente y luego colgó con energía.
-Vaya -Edward se alejó del contestador-, me habías dicho que tu madre era complicada, no que fuera una bruja.
Bella suspiró.
-Pues tendrías que oírla cuando está enfadada de verdad...
A ambos se les habían quitado las ganas de sentarse a la mesa para comer, así que Bella llevó los platos al cuarto de estar y se acomodaron en los sofás para ver las noticias de la mañana.
Durante la hora siguiente fueron relajándose. Edward, típico poli conservador , se quedó muy sorprendido al enterarse de que Bella era demócrata. Charlaron tranquilamente sobre política y el espectro de M. Vulturi fue desvaneciéndose poco a poco. Hacia las once, cuando aparecieron los títulos de crédito de MacLaughlin Group, el programa de debates sobre política que habían estado viendo, Edward empezó a acariciarle a Bella el lóbulo de la oreja.
-¿Tienes hambre, encanto? -le preguntó al tiempo que le tomaba la mano para colocársela en la bragueta de sus pantalones.
Ella volvió la cabeza para mirarlo.
-Yo creía que ibas a llevarme a comer por ahí.
-Claro que sí, pero luego. Ahora estaba pensando en satisfacer otro tipo de apetito - respondió al tiempo que le apretaba la mano contra la polla, ya endurecida.
A Bella le entró la risa.
-No tienes remedio -y permitió que la empujara suavemente contra los almohadones del sofá.
Edward se puso de pie y se quitó los pantalones antes de arrodillarse en el suelo a su lado. Se inclinó hacia ella, le abrió el albornoz, le besó el ombligo y acabó lamiéndole el pecho.
-Mmmm... -gimió Bella -, más...
Él levantó la cabeza para poder verle la cara.
-Cuéntame tus fantasías.
-¿Qué? -a Bella no le apetecía pensar, sino sentir. Edward dedicó unos segundos a mordisquearle un pezón, que luego liberó.
-Quiero saber cuáles son tus fantasías.
-Esta es una de ellas... -Bella se retorció en un intento de volver a introducirle el seno en la boca-. Vamos, Edward , eres tú el que ha empezado.
-Y pienso terminar, en cuanto me cuentes tus fantasías -respondió él al tiempo que le toqueteaba el pezón con los dedos.
-¿Qué fantasías?
-Esas en las que piensas al masturbarte cuando estás sola en la cama por la noche. -Edward situó la otra mano entre sus piernas y empezó a masajearle los labios de su sexo-. Vamos, nena, dime con qué sueñas.
-Me imagino... cosas que no he hecho nunca.
-Como por ejemplo... -su voz era ahora más grave y áspera.
-Como el sentirme dominada, a merced de otro. Nunca me han atado y me gustaría saber qué se siente...
-¿Y qué más? -Edward le separó los labios y le introdujo un dedo en la hendidura.
Bella arqueó la espalda y trató de apretarse contra aquella mano que la penetraba.
-Te estás mojando, cielo. ¿Te gusta hablar de esto? -entonces le metió un dedo más.
-Me gusta lo que estás haciendo ahora -gimió ella-. ¡Dios! ¡Más, más!
-Respóndeme a una cosa -ya había tres dedos dentro y Edward empezó a frotarle el clítoris con el pulgar. Bella empezó a mecerse para contrarrestar el ritmo de los dedos al entrar y salir de su sexo-. ¿Qué más cosas te gustaría que te hiciera tu amante? -la respiración de Edward se había vuelto sonora. Bella subió los brazos por encima de la cabeza y levantó las caderas para acercárse las a Edward, que dejó de mover las manos. Ella protestó en un grito ahogado. -Respóndeme -insistió él.
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