Por alguna razón, incluso en aquella ridícula postura, arremolinados sobre el respaldo del sofá,Edward no quería separarse de ella. Apoyó la cabeza sobre su hombro derecho y pudo verle mechones de cabello húmedo pegados sobre la sien. De inmediato, le retiró de la cara aquellos rizos mojados.
Se había acostado con muchas mujeres a lo largo de los años, pero no era capaz de recordar un polvo mejor que el que acababa de disfrutar. «Espero que ella también lo haya pasado bien.»
Aquel pensamiento lo sorprendió. Él no era el tipo de hombre que necesitaba que le dijeran que era bueno en la cama. Las mujeres siempre lo felicitaban por ser un amante sensible y atento a sus necesidades. «¿Por qué me importa tanto que a Bella le haya gustado?» Había algo especial en ella... No sabía si eran sus agallas o esa innata tendencia a la honestidad. Lo único que sabía era que quería más de aquella mujer.
Cuando se hubo recuperado, Bella se descubrió acurrucada contra el respaldo del sofá y sumergida bajo el cuerpo de Edward. La habitación estaba impregnada de olor a sexo. Estaba sin aliento y no sabía si se debía a la intensidad del orgasmo o al peso de su compañero, que estaba aplastándola, así que empujó un poco hacia arriba y Edwardse levantó de inmediato.
-¿Estás bien? -le preguntó.
-Creo que sí -una serie de temblores le recorrieron el vientre-Ayúdame a levantarme.
Él la tomó por los brazos y la atrajo hacia sí.
-Tengo que ir al baño -se excusó sin mirarlo.
-Espera -le pidió mientras la retenía cogiéndola de la mano.
Bella logró escabullirse y, una vez en el lavabo, cerró la puerta y se sentó en la taza del váter.
Se desabrochó el cinturón, que dejó tirado en la encimera más próxima, y se quitó el vestido.
¿Qué acababa de hacer? ¡Acababa de acostarse con un desconocido! ¡Madre mía! Un toc toc en la puerta interrumpió sus pensamientos.
-¿Estás bien?
-Sí, sí..., estoy bien. Ahora... ahora salgo -y tiró de la cadena para que su promesa pareciera verosímil.
De repente se abrió la puerta del baño y Edward se plantó delante de ella.
-¿Qué haces? -gritó Bella al tiempo que se esforzaba por cubrirse el pecho y su sexo-. ¡Sal de aquí!
-De eso nada -respondió él.
Dio un par de pasos más, ya dentro del alargado cuarto de baño, con el pene aún fuera de los pantalones. Sin hacer caso a Bella , se dirigió al lavabo, cogió una toalla y la humedeció en el grifo para lavarse el miembro.
-¡Que te largues! -le repitió ella, con la mirada fija en el albornoz que había colgado de la puerta.
Tendría que pasar al lado de Edward si quería ponérselo. Él levantó la vista y se quedó mirándola en el espejo.
-No pienso irme de aquí. No vamos a repetir lo de la primera vez.
-Pero ¿qué dices?
-¡Qué mala memoria tienes, encanto! ¿Te acuerdas de la noche en que tuvimos sexo por teléfono? Pues aquello no va a repetirse -alargó el brazo para alcanzar el albornoz-. Toma, cógelo.
Aliviada, se puso de pie y le dio la espalda mientras se cubría con la prenda y se anudaba el cinturón con energía. Edward se secó con otra toalla.
-¿Ya estás contenta?
-Gracias -respondió Bella con sequedad.
-¿De quién es esa voz que oyes? -le preguntó sin mirarla, concentrado en volver a meterse el pene en los pantalones.
-¿Qué? -contestó Bella sin comprender a qué se refería.
-Sí, cuando todo empieza a darte vergüenza. ¿De quién es la voz que te habla?
-De nadie... -se interrumpió un segundo para repensarlo y reconoció-: la de mi madre.
-¿Es ella la que hace que te avergüences de tu cuerpo?
Bella ni siquiera trató de fingir que no sabía de qué hablaba.
-Sí. Se queja todo el rato de lo gorda que estoy. Y tiene razón.
Edward dejó la toalla en la encimera y se acercó a ella, que reaccionó mirándose los pies, avergonzada. Él le colocó un dedo bajo la barbilla y le levantó la cara.
-Tu madre no tiene ni idea de lo que dice. Tienes un cuerpo precioso, con unas curvas de lujuria maravillosas. Podría pasarme semanas explorando tu preciosa piel blanca y me encanta cómo reaccionas cuando te toco.
-Lo dices para ser amable.
Él sonrió.
-No soy una persona amable precisamente, nena; digo lo que pienso -y posó las manos sobre el cinturón del albornoz-. Llevo tiempo soñando con tus pechos y quiero verlos al natural.
A Bella se le encogió el estómago al tiempo que se acaloraba. ¡Seguía sintiéndose atraído por ella! Temblorosa por los nervios y la excitación, lo observó mientras le desanudaba el cinturón.
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