Demon Prince (+18)

Autor: sistercullen
Género: Espiritual
Fecha Creación: 15/03/2011
Fecha Actualización: 12/12/2012
Finalizado: SI
Votos: 53
Comentarios: 148
Visitas: 183788
Capítulos: 47

Summary: Bella descubre, que la sesion espiritista hecha en su adolescencia,le marca la vida hasta lo altamente imporbable : la aparicion del principe de los demonios: Edward I.

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 47: Epilogo

DEMON PRINCE

Epílogo

¿Quieres morir por ella?

.

.

.

El equilibrio entre el bien y el mal ha sido recuperado.

Los años han sido embutidos en un bucle que se ha retraído en el tiempo...

...todo como debió de ocurrir, sin ningún error.

Redimirse y perdón.

Todo ha sido tan fácil, como hincarse de rodillas frente a El Creador. Y ellos lo hicieron antes de caer, tal y como lo habían planeado.

Aro y Sulpícia sabían que nada estaría perdido para su Reino si llegaban a un acuerdo con El Creador, pero para eso tendrían que aceptar todo aquello que él les enviara. Y así fue, pero con la particularidad que tanto Baal como Esme (Uriel) supieran y accediesen gustosos a que sus hijas mellizas fueran entregadas al Rey de Los Demonios, para que un día fuesen ellas las que compartieran el trono con los dos varones de la familia Vulturi.

La profecía había sido desechada porque la balanza había sido equilibrada por parte de ambas fuerzas, tanto Angelicales como Demoniacas.

.

.

.

—Tío Aro... ¿Por qué Edward no me deja en paz? Me persigue, decide quien debe ser mi amiga y mira con gesto horrible a los chicos que deciden acompañarme a casa.

Aro miró a su esposa, que se hallaba en el Altar de Ofrendas, organizando un Ritual de protección, para la ya no tan pequeña Isabella.

Ella se giró al terminar de escuchar a la muchacha y sofocó una risa, tapándose la boca. Caminó hacia ella y le sonrió antes de agarrarla de las manos con ternura.

—Edward es protector contigo, pequeña. No quiere que te ocurra nada... —Sulpícia miró a su esposo con los ojos entornados y ladeó la boca en un gesto pícaro—. Aunque no entiendo muy bien eso de organizarte tanto la vida. Tienes 15 años, puedes hacer lo que desees, aunque como bien te hemos dicho tu destino no es ningún demonio vulgar con los que sueles ir a pasear. — finalizó viendo como Bella agriaba el gesto y hacia un mohín con la boca.

— ¿Y por qué Alice puede andar con Jasper como si nada? Él es un demonio común.

Aro se paso la mano por la frondosa mata de cabello moreno y suspiró fuertemente.

—Ellos son el uno para el otro princesa. No hay nada que discutir en referencia a eso... y con respecto a Edward, no podemos hacer nada... salvo hablar con él.

Bella pataleó como una niña en el duro suelo de mármol blanco.

— ¡Pero no es justo! Él anda con esas chicas de un lado a otro y yo...

Aro miró rápidamente a Sulpicía y agarró a Bella de los hombros.

— ¿Y tú qué, princesa?

—Yo no puedo andar con quien quiera...

—Eso no es cierto, yo no ando con nadie—. La voz de Edward colapsó en los oídos de Isabella haciéndola ruborizar. Apretando la mandíbula y reteniendo la respiración para no inhalar aquella fragancia suya que la narcotizaba.

Ella sabía que entre sus semejantes, un macho y una hembra se reconocían sexualmente por el olor, la esencia predominante, vasta y afrodisiaca era un frenesí sin parangón, pero ella tenia la firme convicción que sus instintos estaban equivocados. Edward no era para ella, ni lo seria nunca. Él era el príncipe y además era inalcanzable para un ser tan común y ordinario como ella...

Edward caminó hacia ellos y se paró delante de la muchacha que le daba la espalda y se veía increíblemente rígida.

—En cambio tú si lo haces—. Edward respiró fuertemente y cerró los ojos conteniéndose.

La esencia de Bella lo estaba matando. Llevaba años en aquella situación que ya le resultaba insostenible, sin poder acercarse a ella como lo deseaba... solo debía esperar a que ella tuviese la edad adecuada, pero aquella espera, estaba siendo una cruz demasiado pesada para él.

Y eso sin hablar de todos aquellos muchachitos que babeaban por ella, sin que la muy tonta se diese cuenta de ello. Con el paso de los años la Bella niña, la Bella que Aro recogió, se había ido convirtiendo en aquella Bella que él conoció, que amó y que amaba hasta el tuétano.

Aquello se estaba haciendo demasiado cuesta arriba para él, pues en su mente aún yacían los recuerdos del pasado. La Bella que lo tomaba, mientras que él fue victima de el ataque de celo... o a la inversa cuando ella lo buscó con su cuerpo ardiente y listo para el poderoso falo de él.

Con estos recuerdos en su mente, abrió de nuevo los ojos y observó detenidamente a la Bella adolescente, que sonrojada lo miraba intimidada.

—No has de temerme Isabella. A mí, menos que a nadie.

Ella miró hacia un lado, buscando la ayuda de alguno de los dos Reyes y se apresó el labio inferior en un gesto que a Edward lo volvía loco desde tiempos inmemoriales.

—No haces otra cosa que vigilarme. ¿No te cansas de hacerme la vida tan insoportable? A veces me pregunto por qué Rosalie no es el blanco de tus pesquisas y no precisamente yo... Emmet la ha hace reír y la consiente, mientras que tú no haces otra cosa que joderme la vida.

— ¡Isabella! —. Edward gruñó, adelantándose a ella y mirando a sus padres para que abandonaran la sala.

Sulpicía y Aro le concedieron el momento que su hijo les estaba rogando y se marcharon con la cabeza baja y de la mano como auténticos amantes.

Edward caminó hacia la gran puerta del material de Oscilla, un metal muy preciado en las minas de Almas y la cerró con infinita fuerza que albergaba, pese a su cuerpo algo atlético.

—Bella... —La voz de Edward sonó suave y dulce para los oídos de Bella, relajándose automáticamente y girando su cabeza para mirarlo—. Yo.. .me siento terriblemente protector contigo...

—Ya no soy una niña pequeña, Edward... además ya tengo a los demás hermanos para protegerme... tu manera de protegerme es como un poco... psicótica.

Edward lanzó una breve carcajada, llevándose una mano al cabello y revolviéndolo.

— ¿Psicótica? —. Él elevó una ceja y ladeó la boca al preguntar, haciendo que el corazón de Bella latiera desbocado. Él era tan guapo, tan irreal... demasiado bello para sus ojos, demasiado hipnótico para que sus sentidos pudiesen soportarlo y aquella esencia que él emanaba, la excitaba en aquel cuerpo nuevo de mujer que se estaba completando de formar.

—S...si.

Él acercándose como un depredador hacia ella, se relamió gustoso al verla temblar... ¿seria de miedo, quizás? ¿O comenzaba a sentir como lo reconocía como macho?

Aquello lo hizo ensanchar las aletas de la nariz e inhalar de nuevo aquel calor demencial que ella emanaba para él, sólo y exclusivamente para él.

—Algún día —Susurró muy cerca de su rostro— Sabrás porque soy así contigo... porque soy así de psicotico… —continuó diciendo haciendo mueca de una sonrisa ladina— y por todos los Demonios que estoy tentado a gritártelo desde hace ya algún tiempo, pero no puedo... no puedo... cuando pasen un par de años Isabella, solo eso... sabrás lo que todo este tiempo he estado callando.

El hálito de Edward la hizo hiperventilar y se tambaleó débilmente ante su cercanía.

Él emitió una débil carcajada y se marchó dejándola allí parada.

.

.

.

Dos años después...

Fire and Ice.

—Yo sé lo que ocurrirá esta noche, Bella—. Rosalie, había saltado hacia la cama, sobre su estomago. Estaba pulcramente peinada, como su hermana, pero en ropa interior.

Isabella la miraba desde la silla del tocador, mientras reposaba el grueso collar de piedras preciosas que le había regalado su padre el antiguo Rey Baal, sobre su cuello, haciendo un gesto de asombro.

— ¿Y que ocurrirá? —Preguntó cerrando y abriendo los ojos un par de veces anonadada por el brillo de las piedras—. Nunca me dices nada sobre tus videncias con respecto a mi futuro, si no hablas de Emmet hablas de ti y si no de Emmet y así infinitamente…

Ambas hermanas estallaron en carcajadas y Rosalie suspiró.

—Emmet me ama. Yo lo amo. ¿Puede haber algo mejor? Siempre he sabido que él seria para mí y yo seria para él...

—Esta bien Rosalie. Si no me cuentas nada nuevo. No quiero escuchar.

La hermana rubia se levantó y caminó hacia el vestido que pendía de una percha colgada tras la puerta, lo tocó con ternura y sonrió más ampliamente.

—Me encanta el vestido que me ha regalado papá. ¿Pero no te preguntas por qué a mi me ha regalado un simple vestido y a ti un collar de perlas?

Bella se giró para buscar la mirada de su hermana y negó con la cabeza lentamente.

—Hoy sabrás quien es él.

Bella se elevó de la silla y corrió hacia su hermana, con un ruego claro en los ojos.

— ¿Tú sabes quien es? ¿Lo conozco, me agradará? Tú conoces a Emmet desde pequeña, pero yo...

—Lo conoces y serás feliz con él. —Terminó Rosalie acariciándole la nariz con la punta de sus dedos—. No temas.

Bella se giró lentamente y volvió al tocador para mirarse en el espejo.

Aquel era el día más horrible de toda su existencia.

Salvo por el hecho que era su cumpleaños, claro está.

Su madre y su padre habían ido a visitarlos al castillo y en esos momentos charlaban con Aro y Sulpícia.

Emmet se había comprometido con Rosalie hacia un par de días.

Y Alice y Jasper habían sido padres de tres súcubos preciosas.

Pero ella...

...quería salir de allí y olvidarse de aquella noche y de lo que precedería.

Porque ella había comprendido hacia ya algún tiempo que su corazón era del malhumorado de Edward. Siempre había pertenecido a él... y él no se encontraba en el castillo por mas de un año y medio ya, huyendo como un ladrón sin despedirse de ella.

¿Dónde quedaba aquella protección que juraba albergarle?

Suspiró emocionada mientras acariciaba un bucle de su suave cabello color caoba y carraspeó al mirar de nuevo a su hermana.

—Vístete —enunció de manera lacónica—. Tú al menos tienes la suerte de encontrarte allá abajo con la persona que amas.

La risa musical de Rosalie la puso algo irascible e hizo un mohín de disgusto. Parecía burlarse de ella.

.

.

.

Aquella noche se había engalanado toda la sala de los Reyes. Isabella no comprendía la verdadera razón para ello. Era su cumpleaños, si. Pero ella, al fin y al cabo no pertenecía a la familia real de los Reyes. Aquel pensamiento la hizo fruncir el ceño y caminó con paso lento hacia sus padres y tíos que la miraban con los ojos muy abiertos y una sonrisa de complicidad. Ella imitó el gesto y los saludó como una verdadera anfitriona.

—Felicidades mi bella hija —Se jactó Baal—. Estoy orgulloso de ti, Isabella... al fin este día ha llegado —La mirada de Baal se cruzó con la de Aro y ambos sonrieron y brindaron como auténticos camaradas.

—Sí —Esme, agarró a su hija por el cuello y la llevó hacia su pecho—. Por fin...

Isabella sonrió a duras penas y logró articular un "¿Por qué?", algo sordo, pero la voz de Alice la sorprendió. No hubiera imaginado que ella podría estar allí dado el poco tiempo que hacia de haber parido a sus trillizas. La acompañaba Jasper, sonriente, sosteniéndola de la cintura.

—Felicidades, hermanita. —susurró la duende con un guiño, acercando su cabeza a la de ella—. Cruza los dedos, esta noche no la olvidaras.

—Alice...

La voz de Jasper fue como una advertencia que Bella asimiló inmediatamente, girando alrededor de ella misma y observando toda aquella concurrencia que nunca había sido invitada. Sin duda aquel día, no era solamente el día de su cumpleaños, si no el día que conocería al ser con el que compartiría su larga existencia como demonio…

...y al yacer con él, surgirían de su espalda, aquellas alas grises de las que su tío Aro había hablado hasta la saciedad...

Pero no podía reír, ni tan siquiera sonreír. Estaba triste. Edward no estaba allí. Su amor no estaba allí y ella no quería otro que no fuera él aunque le costara el repudio de por vida, fuera del infierno.

— ¿Que ocurre Bella? Pareces... triste. —La voz de Alice, tenue y clara la hizo sorber y ser consciente que estaba llorando. Levantó la mirada y los ojos de Alice se abrieron inmensamente por la sorpresa—. ¿Lloras? ¿No estás feliz?

—No —gimió ella, caminando rápidamente hacia un rincón y escondiéndose de todo el mundo.

No oyó los gritos tras de ella ni tampoco el ruego de sus padres, tan solo quería huir de aquella situación que ella no admitía.

Sin darse si quiera cuenta llegó a la habitación oscura de Edward e intentó girar la manilla para entrar dentro de ella. Asombrada, ésta cedió y se coló en la oscuridad, estallando en lágrimas al sentir la esencia poderosa de él todavía allí.

Tanteó a ciegas, buscando el dorsal de la cama y se sentó a un lado, girándose para estampar la nariz en la almohada y engullir aquella esencia que la poseía y la devoraba de manera ardiente.

—Isabella...

Debía de estar perdiendo el juicio. Seguro, porque aquella voz era la de Edward. Su matiz, su cadencia, sin lugar a dudas era la de él. La reconocería en cualquier lugar.

Se irguió lentamente quedando sentada en la cama y miró en la oscuridad asustada por su propia demencia.

— ¿Qué haces aquí?

Ahora no había dudas.

Era él…

Se levantó de un salto y corrió hacia el interruptor para prenderlo. Cuando la luz hubo cargado el ambiente, lo vio, allí parado, junto a su escritorio, con las manos metidas en los bolsillos, con un suéter negro de pico y aquel cabello revuelto que la extasiaba.

Su boca se ensanchó en una poderosa sonrisa y corrió a lanzarse entre sus brazos atléticos.

—Edward...

La suave risa de él rebotó en su cabello y su rostro inmediatamente se puso del color del carmín al notar sus firmes músculos pectorales en su cara.

—Vaya... veo que me has echado de menos. No las tenía todas conmigo...

Ella gimió, en su pecho y lo besó dejándolo con los ojos cerrados y una sonrisa de debilidad en su rostro.

—Ni lo imaginas...

—Apuesto a que si —contentó con voz ronca, poseída por aquel deseo contenido—. Además, tenia que venir a felicitar a mi peor dolor de cabeza. ¿No?

Ella alzó la cabeza y miró sus labios, perdiéndose en aquella ardiente necesidad que le gritaba que los mojara con su lengua. Suspiró fuertemente antes de contestar.

—Gracias... pero no estoy feliz.

— ¿Por qué pequeña? Yo estoy más que feliz que haya llegado este día...

Ella lo miró con el ceño fruncido y se separó de él abruptamente. Castigándolo con una mirada abrasadora.

—No quiero conocerlo. Sé que no voy a amarlo. ¡No quiero!

Edward tragó en seco y un sudor perlado comenzó a brotar casi invisible por su frente.

— ¿Lo sabes? ¿Sabes que será esta noche?

—Sí —Reconoció ella—. Rosalie me lo dijo.

Edward carraspeó y miró la puerta, caminando hacia ella. La cerró con el cerrojo y ante una muy asombrada Isabella, se quitó el suéter dejando su bello torso al descubierto, paseó una de sus manos por su hermoso cabello y la miró elevando una ceja tentativo; demasiado.

—Me gusta ese collar. Te lo ha regalado tu padre. ¿No es así? —preguntó sin parpadear, si quiera, sondeándola.

—Sí —susurró ella.

—Vosotras, las dos. Rosalie y tú estabais predestinadas para los hombres de la casa Vulturi, Isabella. Emmet para ella y tú...

Bella tragó en seco. La cabeza le daba vueltas y no tenia ni una sola neurona que le funcionara dignamente, aquello era demasiado para ser real...

— ¿Y tú, qué, Edward?

—Y tú has estado destinada para mí —Él comenzó a caminar hacia ella y reconoció como su esencia comenzaba a fluir de ella como leche caliente—. En el fondo tu también lo sabes, siempre lo supiste.

—Pensaba que tenia que ser algo que estaba mal conmigo... no era posible que un ser como tú se fijara en uno como yo...

Edward acabó con la distancia que los separaba y elevó sus manos para acariciar su rostro.

— ¿En uno como tú? Eres lo mas perfecto que he visto en toda mi jodida existencia Isabella... te he amado mucho antes de lo que recuerdas y te amaré siempre. Formas parte de mi vida, de mis recuerdos y de mi negro corazón.

Bella hiperventilaba y él se acercó a ella para acallar aquella presión que la embargaba, posando sus labios en los de ella.

No pudo ser mejor.

No pudo ser más perfecto.

Desplegando en él aquellas alas negras que lo exponían vulnerable delante de ella.

—Tus alas...

—Y ahora, me voy a encargar de que salgan las tuyas, princesa... Eres mía y he esperado tanto para esto que no se si seré capaz de tratarte con delicadeza, mi princesa.

—Tú… ¿me amas? —Vocalizó ella a duras penas mientras que notaba como él comenzaba a bajar la cremallera de su vestido color carmín.

—Me voy a encargar de demostrarte ahora mismo... lo que te amo y lo que te deseo.

Ella no estaba preparada para aquel beso ni para la reacción de su cuerpo cuando la lengua de él tomó posesión de la suya, convirtiéndola en algo parecido a una hembra salvaje en celo.

Apretándose contra él en una necesidad que aunque desconocida, presentía y necesitaba. Por instinto sabía donde debía tocar, reconocía aquel cuerpo como si antes hubiera sido suyo... no, mas bien como si siempre le hubiera pertenecido.

— ¿Me harás daño? —susurró ella desnuda y debajo de él.

—Nunca.

Al hundirse en ella, los ojos se le empañaron de lágrimas al reconocerla. Aquel era su hogar, aquel que había estado prohibido para él durante 17 años. Privado del reconocimiento de una hija que había desaparecido, pero que tenia la certeza que después de aquella noche, volvería a formarse dentro del vientre de su mujer, porque El Creador había sido benevolente con él, no él así con su hijo... Jesús.

Redimirse y perdón...

Fuego y Hielo…

Cielo e infierno…

Todo debe de existir para un completo equilibrio.

El bien y el mal.

El blanco y el negro.

Nunca jamás se involucraría en la vida de los hombres, no los corrompería ni él ni lo suyos. Tan solo habría un castigador a las malas andanzas de los hombres de barro... ellos mismos.

Pero aquello no era problema de él, ahora estaba allí, llenando a su esposa. A su Reina, y pronto, muy pronto volvería a ver a Cruz María.

FIN.

Gracias infinitas chicas.

A Ginette, mi Beta.

Y a todas vosotras que me habeis dejado entrar en vuestros sueños sin conocerme.

Siempre os recordaré.

Capítulo 46: Capitulo 46

 
14444274 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10761 usuarios