SAGA DINASTIA CULLEN II: EMBAUCANDO AL AMOR (+18)

Autor: Danisabel
Género: + 18
Fecha Creación: 13/12/2010
Fecha Actualización: 24/01/2011
Finalizado: SI
Votos: 17
Comentarios: 87
Visitas: 85430
Capítulos: 32

En una carrera desesperada por conseguir marido, la adinerada y hermosa Isabella Swan busca a cualquier tipo de hombre dispuesto para contraer matrimonio, salvo uno… un libertino. ¿Qué sucederá cuando el mayor libertino y cabezota de Londres la ponga entre ceja y ceja? ¿Sucumbirá a sus encantos o buscara a ese marido aceptable que la salvara de las peligrosas maquinaciones de su primo?.

Esta historia es una adaptación del libro Tierna y Rebelde de Johanna Lindsey

LINK EN FANFICTION PARA LAS QUE NO LO PUEDEN VER PASEN POR AQUÍII DISCULPEN LAS MOLESTIAS :(

Link de la primera historia ... Saga dinastia Cullen I: El estigma del Amor


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Capítulo 5: LAS PALABRAS QUE SELLARON MI DESTINO

-Y bien, querida, ¿me crees ahora? -murmuró Kate, acercándose a Bella por detrás.

 Bella estaba rodeada por un círculo de admiradores que no la habían dejado ni un instante a solas desde que llegara al baile, el tercero en tres días.

Si alguien hubiera oído la pregunta la hubiera considerado perfectamente inocente. Si bien la mirada de los caballeros presentes retornaba una y otra vez a Bella, que llevaba un vestido de raso color verde azulado, en ese momento estaban discutiendo amistosamente una carrera que tendría lugar al día siguiente. Ella había comenzado el tema para interrumpir la discusión previa, sobre quién bailaría con ella a continuación. Estaba fatigada de bailar, sobre todo con Lord Newton, que en apariencia tenía los pies más grandes que existían de ese lado de la frontera escocesa.

Afortunada o lamentablemente, Bella no necesitó que Kate le explicara la pregunta. Kate la había formulado con mucha frecuencia en el transcurso de los últimos días, encantada de haber estado en lo cierto respecto a la acogida que tendría y de que Bella hubiera estado equivocada. Disfrutaba del éxito de Bella como si fuera propio.

-Te creo -suspiró Bella, con la esperanza de que fuera la última vez que lo dijera-. Te aseguro que sí. Pero ¿cómo habré de escoger entre tantos?

Kate le dijo en un aparte.

 -No necesitas escoger a ninguno de ellos. Acabas de comenzar la cacería. Hay otros a los que aún no conoces. No tomarás una decisión a ciegas, ¿verdad?

-No, naturalmente; no tengo la intención de casarme con un perfecto extraño. Bueno, lo será en cierto modo, pero trataré de averiguar todo lo que pueda acerca de él. Deseo conocer a mi presa lo mejor posible para evitar errores.

-Tu presa, por Dios -dijo Kate poniendo los ojos en blanco con gesto dramático-. ¿Es así como lo consideras?

Bella volvió a suspirar.

-Oh, no sé, Kate. No importa cómo lo mires, parece algo tan calculado y frío, especialmente cuando ninguno de los que he conocido me ha atraído ni siquiera un poco. He de comprarme un marido. Esa es la verdad. Y si esto es todo cuanto hay para escoger, tengo la impresión de que no me agradará mucho el individuo. Pero en tanto cumpla los otros requisitos...

-Bah -dijo Kate con severidad-. Te estás dando por vencida cuando la búsqueda apenas comienza. ¿Por qué estás tan deprimida?

Bella hizo una mueca.

 -Son tan jóvenes, Kate. Gilbert Tyrwhitt no tiene más de veinte años y Neville Baldwin no es mucho mayor. El conde es de mi edad y Lord Newton tiene muy pocos años más que yo, aunque actúa como si aún fuera un colegial. Esos otros dos no son mejores. Maldición, me hacen sentir tan anciana. Pero el abuelo me previno. Dijo que debía buscar un hombre mayor, pero ¿dónde están? Y si me dices que todos están ya casados me pondré a gritar.

Kate rió.

-Bells, te estás apresurando. Existe una buena cantidad de caballeros distinguidos; algunos son viudos, otros solteros que seguramente desearán dejar de serlo cuando te conozcan. Pero bien seguro deberé señalártelos, porque estos jovenzuelos probablemente los intimidan. Después de todo, eres un gran éxito. Si deseas un hombre mayor, deberás alentarlo un poco; hacerle saber que estás interesada en él... bueno, tú sabes qué quiero decir.

-Por Dios, Kate, no tienes por qué ruborizarte. No me importa tomar iniciativas cuando es necesario. Incluso estoy dispuesta a exponer mi caso y proponerle matrimonio. No arquees las cejas. Sabes que lo digo seriamente y que lo haré si es preciso.

-Sabes muy bien que te será incómodo ser tan audaz.

-Quizás lo sería en circunstancias normales. Pero en éstas, no tengo muchas alternativas. No tengo tiempo para perderlo en un noviazgo formal, ni para aguardar a que se presente el hombre indicado. De modo que indícame cuáles son los candidatos más experimentados y te diré a cuáles deseo que me presentes. Ya he tenido suficiente con estos jovenzuelos.

-Bien -dijo Kate, mirando a su alrededor-. Allá, junto a los músicos, el más alto. No recuerdo su nombre, pero tengo entendido que es viudo y tiene dos niños; no, tres. Debe de tener unos cuarenta y uno o cuarenta y dos años y me han dicho que es muy agradable. Tiene una gran propiedad en Kent, donde viven sus hijos, pero prefiere la vida de la ciudad. ¿Se acerca más a lo que deseabas?

Bella sonrió ante el sarcasmo de Kate.

-Oh, no está mal. Me agradan sus sienes canosas. Ya que no puedo tener amor, exijo al menos buena presencia y es apuesto ¿verdad? Sí, puede ser. ¿Quién más?

Kate la miró, disgustada, pues tuvo la sensación de estar en un mercado escogiendo mercadería selecta, aunque Bella no opinara lo mismo. Era desagradable la manera práctica y desaprensiva con que Bella encaraba el asunto. Pero en realidad no era así. La mayoría de las mujeres tenían un padre o un tutor que se ocupaban de esas cuestiones, en tanto ellas se preocupaban tan sólo de las felices fantasías del amor eterno o, en los casos desdichados, de la ausencia del amor. Bells no tenía a nadie que se ocupara de las realidades del matrimonio, de modo que debía afrontarlas por sí misma, incluyendo los acuerdos financieros.

 

Más consustanciada con la situación, ya que luchar contra ella era inútil, Kate señaló otro caballero y luego otro más. Después de una hora Bella ya los conocía a todos y había confeccionado una lista más restringida, más aceptable desde el punto de vista de la edad. Pero los jovenzuelos insistían en rodearla y en bailar con ella una y otra vez. Si bien su popularidad contribuyó en gran parte a disminuir su ansiedad, también se estaba convirtiendo en una molestia.

 

Habiendo vivido largo tiempo recluida con su abuelo y los criados a quienes conocía desde toda la vida, Bella había tenido muy poco contacto con caballeros. Los que conocía estaban habituados a ella y a los que no conocía, no los trataba. A diferencia de Angela, que percibía cuanto ocurría a su alrededor con rapidez y notaba el efecto causado por Bella sobre el sexo opuesto, Bella era demasiado discreta socialmente y no prestaba atención a lo que sucedía en torno a ella. No era sorprendente que asignara tan poca importancia a su belleza, que a ella nunca le pareció fuera de lo común, y tanta a su edad, que consideraba inadecuada para sus propósitos y que influía solamente sobre su condición de heredera que debía encontrar marido con rapidez.

 

Había llegado a la conclusión de que, dada su edad avanzada, comparada con las otras jóvenes casaderas, debía conformarse con individuos sin perspectivas, e incluso con algún aventurero jugador o algún lord arruinado económicamente. Y, aunque se firmara un contrato matrimonial que le permitiera controlar la mayor parte de su fortuna, sería generosa. Podía serlo. Era tan rica que le producía incomodidad.

 

Pero, después de la primera fiesta a la que asistió con Kate, se vio obligada a reconsiderar su situación. Había descubierto que toda clase de caballeros mostraba interés por ella, aunque no conocían el monto de su fortuna. Naturalmente, sus vestidos y joyas hablaban por sí mismos pero el conde acaudalado ya la había visitado en la casa de la calle South

Audley, al igual que el desagradable Lord Newton. Los hombres mayores que figuraban en su lista tampoco eran pobres y todos parecían muy halagados por el interés que ella les demostraba. Pero, ¿estarían dispuestos a casarse con ella? Eso aún no se sabía. La primera preocupación de Bella era averiguar algo más acerca de ellos. No deseaba recibir sorpresas desagradables después de casarse.

 

En ese momento necesitaba un confidente y consejero; alguien que hubiera conocido a esos hombres durante varios años y la ayudara a reducir su lista. Kate había vivido muy recluida y protegida desde que enviudara y no podía serle útil en ese sentido. Personalmente, sólo conocía a los amigos de su marido y no podía recomendar a ninguno. Los hombres que había presentado a Bella esa noche eran simples conocidos, sobre los que tenía una información muy vaga.

 

Las habladurías podrían ayudar, pero no eran de confianza, pues los antiguos chismes eran reemplazados por otros más recientes y no serían útiles en ese caso. Si Bella tuviera otras amigas en Londres, pero Kate era la única.

 

Desde el comienzo, Bella había supuesto que la búsqueda de un marido sería un asunto difícil. Suponía que le provocaría grandes angustias, porque no contaba con el tiempo necesario para tomar una decisión muy meditada. Por lo menos, esa noche estaba haciendo progresos, lentos pero efectivos. Sir Artemus Shadwell, el viudo de las sienes canosas, había afrontado a los petimetres y la había invitado a bailar. Por desgracia, no fue una danza propicia para la conversación y sólo pudo averiguar que tenía cinco niños de su primer matrimonio, y no tres, como había dicho Kate; y que no tenía interés en formar una nueva familia si alguna vez se volviera a casar. Ella hubiera deseado saber cómo haría para evitarlo, pero él lo había afirmado rotundamente.

 

Era lamentable, ya que Bella deseaba tener niños cuando se casara. Era lo único que la entusiasmaba del matrimonio. Deseaba tener hijos; no muchos pero dos o tres, o cuatro y eso estaba decidido. Tampoco podía aguardar mucho tiempo para tenerlos, dada su edad. Si pensaba formar una familia, debía comenzar de inmediato. Eso debía quedar claro. No podía aceptar que le dijeran “quizá” o “ya veremos”.

Pero no tenía por qué eliminar a Sir Artemus de su lista aún. Después de todo, él no sabía que era uno de sus posibles, de modo que seguramente no había considerado su pregunta sobre los niños como algo importante. Además, un hombre podía cambiar de idea.

 

Después de bailar con ella, la llevó de nuevo junto a Kate que estaba junto a la mesa con una joven que Bella no conocía. Pero de inmediato comenzó a sonar la melodía de un vals y el persistente Lord Newton se acercó a ella. Bella gruñó audiblemente. Era demasiado. No pensaba dejarse pisar otra vez por ese torpe individuo.

 

-¿Qué ocurre, Bella? -preguntó Kate.

-Nada... todo -respondió ella, exasperada. Luego, sin tener en cuenta a la extraña que aún no le habían presentado, dijo: -No bailaré más con ese tonto de Newton. Juro que no lo haré. Fingiré desmayarme, pero eso podría causarte problemas, de modo que me ocultaré.

 

Riendo, miró a las damas con gesto de conspiración y desapareció entre la multitud, dejando que ellas dieran las explicaciones del caso al persistente Newton. Bella se dirigió a una de las puertas que daban a la terraza y salió. Arrimada al muro junto a la puerta, se cercioró de que nadie pudiera observarla mientras contemplaba el amplio jardín que se extendía más allá de la terraza. Luego se inclinó para mirar hacia el interior y asegurarse de que no la siguiesen. Vio a Lord Newton que se alejaba de Kate, decepcionado.

No experimentó ni el más leve remordimiento. Continuó observando a Lord Newton para estar segura de que, al no hallarla en el salón, no iría a buscarla al jardín. En ese caso, tendría que hallar otro escondite y podía imaginarse ridículamente agachada detrás de los canteros del jardín. Pero también pensó que daba una imagen ridícula en ese momento y volvió a mirar nerviosamente hacia atrás para asegurarse de que el jardín estuviera desierto.

En apariencia, lo estaba. Después de mirar a Lord Newton durante unos instantes más, vio que él invitaba a bailar a otra mujer. Suspirando, Bella se enderezó, alegrándose de poner sus pies a salvo por el momento. Huyó antes en dirección al jardín. El aire fresco fue un bálsamo para sus pensamientos, confundidos por las complejidades de su vida actual. Necesitaba estar a solas para tranquilizarse, al son de la melodía que salía por las puertas abiertas.

Cada puerta y cada ventana que daba al jardín dibujaba sobre la terraza de piedra rectángulos de luz dorada. Había algunas mesas y sillas, pero eran muy visibles desde el interior, de modo que Bella las eludió.

Divisó un banco debajo de un árbol, en el extremo de la terraza que se unía al césped.

Por lo menos, parecían las patas de un banco. La luz sólo iluminaba esa parte, pues una rama baja no permitía ver el resto. El resto de esa zona estaba en sombras a causa de tres gruesos árboles, a través de los cuales la luz de la luna no podía penetrar. Era perfecto. Podría apoyar los pies sobre el asiento y tornarse invisible para todo aquel que saliera. Sería agradable ser invisible durante un rato.

 

Estaba a varios metros de distancia y Bella corrió hacia su refugio inesperado, con la esperanza de que nadie la viera en ese momento a través de alguna de las ventanas.

Experimentó la ansiedad de no llegar a tiempo. Sólo deseaba unos pocos minutos de soledad.

Pero su ansiedad era absurda, ya que nada ocurriría si su deseo se viese frustrado. De todos modos, no podría permanecer allí mucho tiempo. De lo contrario, Kate se preocuparía. Pero nada de eso parecía importarle. El banco se había convertido en una necesidad esencial por motivos puramente emocionales. Entonces, de golpe, comprendió que no había hallado refugio alguno. El banco, su banco, ya estaba ocupado.

Permaneció de pie, inmóvil, mirando inexpresivamente lo que había parecido sólo una sombra en la distancia, pero que ahora resultaba ser la pierna de un hombre. El pie estaba apoyado en el asiento en el que ella había pensado tornarse invisible. Su mirada recorrió la pierna y comprobó que el hombre estaba en parte de pie y en parte sentado. Los antebrazos estaban apoyados sobre la rodilla flexionada; las manos laxas, con las palmas hacia abajo.

Sus dedos eran largos y elegantes; detalles que se hacían evidentes por el contraste de su color claro contra el negro de los pantalones. La mirada de Bella siguió ascendiendo y vio un par de anchos hombros, inclinados hacia delante, y la corbata blanca con el nudo flojo.

Finalmente miró su rostro, pero, en la oscuridad, sólo vio una mancha gris de cabellos oscuros.

Estaba completamente oculto entre las sombras, donde ella había planeado estar. Era sólo un conjunto de sombras negras y grises, pero estaba allí y era real y guardaba silencio. Se enfureció y deseó vengarse. Sabía que él podía verla claramente, iluminada por la luz que provenía de la casa y por la luna. Probablemente, la había visto en la ridícula pose de espiar hacia el salón, como una niña jugando al escondite. Y no decía nada. No se movía.

Simplemente, la miraba.

Ella se sonrojó. Su furia aumentó ante el silencio de él. Si hubiera sido un caballero hubiera dicho algo para que ella se sintiera menos incómoda; para hacerle creer que acababa de verla, aunque no fuese así.

El prolongado silencio le hizo desear huir, pero hubiera sido demasiado. Ella no sabría quién era él, en tanto que él la reconocería fácilmente. Cuando conociera otros hombres siempre se preguntaría si uno de ellos no era ése, que se reiría de ella en silencio. Una preocupación más. No podía ser.

Ella se dispuso a preguntarle quién era; estaba decidida a insistir, incluso a arrastrarlo por la fuerza hacia la luz si fuera necesario. Tal era su furia. Las palabras no fueron necesarias; de hecho, se olvidó de ellas. En una de las habitaciones de la planta alta de la casa se encendió una luz y ésta se filtró a través de la copa de los árboles. Iluminó entonces la parte superior del cuerpo del hombre: sus manos, uno de sus hombros, su rostro.

Bella no estaba preparada. Contuvo el aliento. Durante unos instantes su aturdimiento fue tan grande que no hubiera podido recordar ni su propio nombre. Vio una boca que esbozaba una sonrisa; una mandíbula fuerte y arrogante. La nariz era aguileña. La piel estaba bronceada por el sol, pero contrastaba con el cabello negro y ondulado. Los ojos que Dios protegiera de ellos a los inocentes eran de un profundo color azul y levemente rasgados. Eran exóticos, hipnotizadores; enmarcados por pestañas negras y cejas finas. Eran imponentes, inquisidores, atrevidamente sensuales; cálidos, muy cálidos.

La falta de aire hizo reaccionar a Bella, que volvió a la realidad. Inspiró lenta y profundamente y exhaló un suspiro. No era justo. Su abuelo se lo había advertido. No hacía falta que nadie le dijera nada. Lo sabía. Sabía que era uno de ellos, uno de los que no había que tener en cuenta. Era demasiado apuesto para no serlo.

Su enfado se disipó, reemplazado por la irritación. Bella sintió la imperiosa necesidad de golpearlo por ser lo que era. ¿Por qué debía ser él? ¿Por qué el único hombre que la atraía poderosamente debía ser el único tipo de hombre inaceptable para ella?

 

-Me está mirando con descaro, señor. -¿De dónde había sacado eso, cuando el resto de sus pensamientos era tan caóticos?

-Lo sé -dijo él sencillamente, sonriendo.

Él se abstuvo de señalarle que ella estaba haciendo lo mismo. Se divertía muchísimo tan sólo con mirarla. Las palabras eran innecesarias, a pesar de que la voz ronca de ella rozaba la piel de él como una caricia.

Edward Cullen estaba fascinado. La había visto antes de que ella saliera al jardín. Había estado vigilando a Nessie a través de una ventana y entonces ella entró en su campo visual. No había visto su rostro en ese momento; sólo su delgada espalda cubierta por la tela de raso... y sus cabellos. Cuando dejó de verla se puso de pie, preparándose para afrontar a las masas sólo para ver el rostro que correspondía a esa mujer tan hipnotizante.

Pero ella salió al jardín. Y entonces él aguardó con paciencia sobre el banco. Como ella se hallaba de espaldas a la luz no distinguía sus rasgos con claridad, pero era una cuestión de tiempo. Ella no iría a ninguna parte hasta que lo hiciera él.

Y luego se dedicó a contemplar sus acrobacias cuando se ocultó junto a la puerta y se agachó para mirar hacia adentro. Sus nalgas bien formadas le hicieron sonreír. Querida mía, no sabes cuán provocativa estás, pensó.

Estuvo a punto de reír en voz alta, pero ella pareció leer su pensamiento porque se enderezó y miró hacia la terraza. Cuando dirigió la mirada hacia donde él se hallaba, pensó que le había descubierto. Y luego le sorprendió al correr hacia él. Y finalmente pudo ver su rostro hermosísimo. Ella se detuvo frente al banco, y pareció tan sorprendida como él, sólo que la sorpresa de él se desvaneció cuando comprendió que ella no había corrido hacia él porque ni siquiera sabía que él estaba allí. Pero ahora lo sabía.

Era divertido contemplar las emociones cambiantes de su rostro. Sorpresa, curiosidad, incomodidad, pero en ningún momento temor. Ella había contemplado con sus intensos ojos marrones achocolatados, primero su pierna y luego el resto. Se preguntó cuánto había podido ver. Probablemente muy poco, pues ella estaba de pie en la luz. Pero él no tenía la intención de hacerse ver todavía.

Por una parte, estaba asombrado de que ella no hubiese huido o se hubiese desmayado o cualquier otra tontería que las jóvenes tendían a hacer cuando se encontraban con un hombre oculto entre las sombras. Sin proponérselo, buscó una razón que justificara esa reacción, diferente de la de otras inocentes que él solía eludir. Pero luego se sorprendió. Ella no era tan joven y no demasiado joven para él, al menos. De modo que no era inaccesible.

 

La idea hizo reaccionar a Edward de inmediato. Hasta ese momento había apreciado su belleza como un experto, pero ahora pensó que no sólo podía mirar, sino también tocar. Entonces se encendió la luz de la planta alta y ella lo miró con otra expresión, obviamente fascinada y nunca se alegró tanto de que las mujeres lo considerasen atractivo. De pronto, estimó que era imperativo preguntar

-¿Quién es su tutor?

Bella se sobresaltó al oír de nuevo su voz, después del prolongado silencio; sabía que debía haberse alejado después del breve diálogo inicial. Pero había permanecido allí, sin dejar de mirarlo, sin importarle hacerlo y que él lo hiciera a su vez.

-¿Mi tutor?

-Sí. ¿A quién pertenece usted?

-Oh, a nadie.

Edward sonrió, divertido

-Quizás debería formular la pregunta de otra manera.

-No, la comprendí. Usted también. Mi abuelo murió hace poco tiempo. Vivía con él.

Ahora no tengo a nadie.

-Entonces, téngame a mí.

Las tiernas palabras aceleraron su corazón. Haría cualquier cosa para poseerlo. Pero estaba segura de que él no había querido decir lo que ella deseaba que dijera, sino que debería avergonzarse por lo que en realidad había dicho. Pero no se avergonzaba. Era de esperar que un hombre como él lo dijese. Nunca eran sinceros, según Kate. Y les encantaba decir cosas que escandalizaran para realzar su propia imagen de disipados e inescrupulosos.

Con todo, ella preguntó

-¿Se casaría conmigo entonces?

-¿Casarme?

Ella había logrado desconcertarlo. Casi se echó a reír al ver su expresión de horror.

-Hablo sin sutilezas, señor, aunque generalmente no soy tan emprendedora. Pero, considerando lo que me dijo, mi pregunta es coherente. ¿De modo que no es de los que se casan?

-No, por Dios.

-No necesita ser tan enfático -dijo ella, con voz apenas decepcionada-. No creí que lo fuera.

Él ya no estaba tan complacido y sacó sus propias conclusiones.

-No va usted a destrozar mis ilusiones tan rápidamente ¿verdad, querida? No me diga que está buscando marido como todo el mundo.

-Oh, pero lo estoy. Decididamente. He venido a Londres para eso.

-¿Acaso no lo hacen todas?

-¿Cómo dijo?

-Discúlpeme.

Él volvió a sonreír y esa sonrisa tuvo sobre ella un efecto muy extraño.

-No está casada aún. -No era una pregunta sino una aclaración. Se inclinó hacia delante y tomó su mano, acercándola a él.

-¿Cuál es el nombre que acompaña tanta hermosura?

¿Qué nombre? ¿Qué nombre? Su mente parecía invadida por dedos que tomaban los suyos. Cálidos, fuertes. Sintió un escalofrío. Sus pantorrillas golpearon contra el borde del banco, cerca del pie de él, pero no lo percibió. Él la había llevado hacia las sombras.

-Tiene un nombre, ¿verdad? -insistió él.

Bella aspiró su fragancia fresca y masculina.

-¿Qué?

Él rió, encantado ante la confusión de ella.

-Mi querida niña, un nombre. Todos llevamos uno, bueno o malo. El mío es Edward Cullen; Eddie para los íntimos. Ahora, confiese el suyo.

Ella cerró los ojos. Sólo así podía pensar.

-Is... Bella.

Él chasqueó la lengua.

-No me extraña que desee casarse, Is Bella. Simplemente desea cambiar de nombre.

Ella abrió los ojos y se encontró con una adorable sonrisa.

Estaba bromeando. Era agradable que lo hiciera. Los otros hombres que había conocido recientemente estaban demasiado ocupados tratando de impresionarla como para sentirse cómodos frente a ella.

Ella devolvió la sonrisa.

-Bella Swan para ser exacta.

-Un nombre que debería conservar, querida... al menos hasta que nos conozcamos mejor. Y lo haremos. ¿Quiere que le diga de qué manera?

Ella rió y el sonido dulce de su voz lo estremeció nuevamente.

-Ah, está tratando de escandalizarme otra vez, pero será en vano. Soy demasiado vieja para ruborizarme y me han advertido acerca de los hombres como usted.

-¿Cómo yo?

-Un libertino.

-Culpable. -Suspiró con fingida desolación.

-Un maestro de la seducción.

-Espero que así sea.

Ella rió y la suya no fue una risita tonta ni una risa afectada, destinada a irritar sus sentidos, sino un sonido cálido y profundo que le hizo desear... pero no se atrevió. No deseaba arriesgarse a atemorizar a esa mujer. Quizá no fuera inocente por su edad, pero aún no sabía si era experimentada en otros sentidos.

La luz que había confundido a Bella se apagó. El pánico fue instantáneo. No importaba que ella hubiese disfrutado de su compañía. No importaba que se hubiese sentido cómoda junto a él. Ahora estaban envueltos en la sombra y él era un libertino y ella no podía arriesgarse a ser seducida.

-Debo marcharme.

-Aún no.

-Sí, debo hacerlo.

Ella trató de retirar su mano, pero él la oprimió con más fuerza. La otra tocó su mejilla con dedos acariciantes. Ella experimentó una rara sensación en el estómago. Debía hacerle comprender.

-Yo... yo debo agradecerle, señor Cullen. -Impensadamente, habló con acento escocés. Pensaba en la caricia de él y en su propio pánico. -Durante unos instantes, ha logrado distraerme de mis ocupaciones, pero ahora no las aumente. Necesito un marido, no un amante y usted no reúne las condiciones... lo lamento.

Se soltó, simplemente porque logró sorprenderlo una vez más. Edward la contempló mientras ella desaparecía en el interior de la casa y nuevamente experimentó ese impulso irrefrenable de ir tras ella. No lo hizo. Sonrió despacio.

 

-Lo lamento -Lo había dicho con auténtica pena. La joven no lo sabía, pero con esas palabras había sellado su propio destino.

 

OHHHHHH….. HAN PASADO TANTAS COSAS A LA VEZ QUE VOY A TENER QUE HACER UNA LISTA…

1.- EDWARD ES UN MUJERIEGO SEDUCTOR… y me encanntaaaaa chicas sean sinceras si se encuentran con un hombre en esas condiciones y que él les diga esas cosas… no entiendo como Bella puede tener tanta fuerza de voluntad yo si me hubiese desmayado

2.- PORRR FIIINNN SE CONOCIEROON….. y fue hermoso y divertido, pobre Bella huyendo del león como una oveja asustada y sin darse cuenta llegó a la boca de un muy muy muy grande

3.- TENGAME A MI…… creo que es la frase más perfecta que a dicho Edward a Bella en todo lo que le dirá…. Esa frase me mato (les escribo desde el mas allá)…

4.- COMO MORÍ Y SI NO DEJAN UN REWIEV ESTA NOCHE IRÉ HASTA SUS CAMAS Y LES DARÉ UN SUSTO DE MUERTE… Jajajaajajaja……

Diosapagana: no tengo nada que decir la Srta. Lebasi, me las ha robado todas las palabras, jajjajaa, buena nota de autor, linda. Besos Priscila.

Capítulo 4: Un HEROE ENTRE LOS ARBUSTOS Capítulo 6: DANDOLE UN SENDERO AL DESTINO

 


 


 
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