SAGA DINASTIA CULLEN II: EMBAUCANDO AL AMOR (+18)

Autor: Danisabel
Género: + 18
Fecha Creación: 13/12/2010
Fecha Actualización: 24/01/2011
Finalizado: SI
Votos: 17
Comentarios: 87
Visitas: 85425
Capítulos: 32

En una carrera desesperada por conseguir marido, la adinerada y hermosa Isabella Swan busca a cualquier tipo de hombre dispuesto para contraer matrimonio, salvo uno… un libertino. ¿Qué sucederá cuando el mayor libertino y cabezota de Londres la ponga entre ceja y ceja? ¿Sucumbirá a sus encantos o buscara a ese marido aceptable que la salvara de las peligrosas maquinaciones de su primo?.

Esta historia es una adaptación del libro Tierna y Rebelde de Johanna Lindsey

LINK EN FANFICTION PARA LAS QUE NO LO PUEDEN VER PASEN POR AQUÍII DISCULPEN LAS MOLESTIAS :(

Link de la primera historia ... Saga dinastia Cullen I: El estigma del Amor


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Capítulo 17: Sr y Sra Cullen!!

El coche de los Black tenía buena suspensión, era cómodo y contaba con almohadones y mantas, copas y champaña. Bella no necesitó los almohadones, pues el hombro de su marido le resultó muy agradable. También rechazó el champaña, pues ya había bebido varias copas después de la ceremonia.

Lo habían hecho; se habían casado. Una noche hicieron el amor y la noche siguiente se casaron. Era tan increíble que Bella se preguntó si no lo había deseado desde un comienzo; si no fue para eso que se dirigió a la casa de Edward la noche anterior, en lugar de marcharse directamente a Silverley, tal como lo había planeado. Pero no sería un matrimonio ideal. Ella, con su propia terquedad, había tratado de que no lo fuera y no debía olvidar que era así. Pero lo tenía; eso era indudable. Era su marido, aunque no lo fuera con exclusividad.

Ella sonrió y se acurrucó junto a él, feliz de estar tan complacida como para actuar naturalmente. Edward bebía champaña a pequeños sorbos y miraba pensativamente por la ventanilla. El silencio era agradable; el champaña que ella había bebido la adormilaba.

No estaba segura de por qué no pasarían la noche en Silverley, tal como ella lo había supuesto. Edward había dicho algo acerca de los ruidos y de su propia cama y de su deseo de comenzar bien las cosas. En ese momento le había parecido un tanto ominoso, sobre todo en lo referente a los ruidos, pero ya no recordaba por qué. Probablemente a causa del nerviosismo propio de una recién casada. Después de todo, acababa de renunciar a su independencia y se había entregado a un hombre al que apenas conocía y que estaba lleno de sorpresas, como la de haber decidido casarse con ella.

 

Tenía sobrados motivos para estar nerviosa. ¿Acaso no la había sorprendido él en dos ocasiones ese día, primero al discutir sus condiciones y luego al firmar el contrato matrimonial sin haberlo leído? Jacob, que había oficiado como testigo, protestó. Ella también lo había hecho. Pero aun después de haber firmado ese maldito papel, Edward se había negado a leerlo. Y ahora la llevaba de regreso a Londres, que era lo que ella menos esperaba.

En realidad, se hubiera sentido más segura si pasaba su noche de bodas en la casa de los Black. Pero ese día ya había planteado demasiadas exigencias y no protestó cuando

Edward decidió marcharse con ella después de la breve celebración. Habían cenado temprano y la ceremonia matrimonial había sido muy breve. No era tan tarde, pero probablemente sería medianoche cuando llegaran a la casa de Edward, en la ciudad.

Ella decidió aprovechar el viaje para descansar y dormir un poco. Volvió a sonreír, pues cuando vio los almohadones y mantas apilados en los asientos no había pensado en dormir. La había espantado la idea de pasar su noche de bodas en el coche. Angela viajaba en un carruaje más pequeño detrás de ellos, a una velocidad menor. Estaban a solas en un coche que era lo suficientemente amplio como para hacer cuanto se les ocurriera. El resplandor amarillo de la lámpara del coche lo inundaba con una luz suave y romántica. Pero no, Edward sólo había sugerido que ella durmiera durante el viaje de regreso a Londres. Ni siquiera la había besado; sólo la había acercado a él.

Bella podía culpar al champaña por hacerle pensar que su noche de bodas comenzaría temprano. Ni siquiera estaba segura de tener una noche de bodas. Después del alboroto que había provocado Edward a causa de las condiciones que ella le impusiera y aunque las hubiera aceptado, no se sorprendería si la dejara en la casa y se marchara para visitar a una de sus numerosas mujeres. ¿Y qué podría decir ella al respecto? Él mismo le había dicho que lo había arrojado lejos de ella.

Edward oyó el suspiro de su mujer y se preguntó cuáles serían sus pensamientos. Con seguridad estaba tramando más embustes para desligarse de él todo lo posible. Tenía gracia, pero no había pensado así unas horas antes. Por primera vez en su vida había decidido casarse y ella sólo deseaba ser una amante; y ni siquiera una amante posesiva. ¿Acaso no sentía nada por él y por eso le permitía alegremente que él saliera de sus brazos para arrojarse en los de otra mujer? Si él hubiera deseado continuar con su vida disipada hubiera permanecido soltero.

Había transcurrido más o menos media hora cuando el disparo quebró el silencio de la noche y obligó al coche a detenerse de golpe. Bella se incorporó parpadeando y oyó que

Edward maldecía en voz baja.

-¿Hemos llegado? -preguntó ella, confundida, mirando por la ventanilla.

-Aún no, querida.

-Entonces...

-Creo que seremos asaltados.

Ella lo miró a los ojos.

-¿Bandoleros? Entonces, ¿qué haces ahí sentado? ¿No harás nada?

-Querida mía, estamos en Inglaterra y los asaltos son tan comunes que uno llega a pensar en ellos como donativos a los pobres. Nadie que esté en su sano juicio viaja a estas horas de la noche con objetos de valor. Vaciaremos nuestros bolsillos y continuaremos viajando sin problemas. En pocos minutos, todo habrá pasado.

Ella lo miró, horrorizada. -¿Así como así? ¿Y si no deseo ser asaltada?

Él suspiró. -Supongo que ésta es la primera vez que te ocurre.

-Claro que sí. Y me asombra que permanezcas tranquilamente sentado y no hagas nada al respecto.

-¿Y qué sugieres que haga, considerando que no llevo un arma conmigo?

-Yo poseo una.

Cuando ella se inclinó para tomar el arma que tenía oculta en la bota, él tomó su muñeca. -Ni lo intentes- le advirtió.

-Pero...

-No.

Ella se echó hacia atrás y lo miró, enfadada. -Es una vergüenza que un marido no defienda a su mujer de los asaltantes.

-Cede, Bella -dijo él con impaciencia-. Son tan sólo unas pocas libras y algunas baratijas.

-Y una fortuna en alhajas.

Él la miró, luego miró la maleta que estaba sobre el asiento frente ellos; la misma que ella había dejado negligentemente en el interior del coche que alquilara la noche anterior; y gruñó: -Maldición. ¿Cómo se te ocurre viajar en coche con una fortuna? Muy bien. –Examinó el interior pero nada se le ocurrió. Luego miró a Bella. -Ponte la capa sobre los hombros... sí.

El profundo escote de su vestido permitía ver el nacimiento de sus senos, pero era recatado si se lo comparaba con otros que se usaban en la época. -Ahora, baja un poco tu vestido...

-Edward...

-No es momento para mojigaterías- dijo él, sentándose en el asiento opuesto al de ella-  Los distraerás.

-Bien, en ese caso.

-Es suficiente, querida. -Él frunció el ceño. -Quizás a ti no te importe que otras mujeres me vean desnudo, pero yo no soy tan generoso respecto a tus encantos y los demás hombres.

-Sólo trataba de ayudar -replicó Bella, fastidiada porque él le recordaba el convenio impuesto por ella.

-Muy favorable, pero queremos que el individuo te mire con avidez, no que reviente sus pantalones.

-¿Que reviente sus pantalones? ¿Qué dices?

Él sonrió. -Te lo demostraré con gusto en otro momento.

 

Justo en ese momento apareció el asaltante; abrió la puerta del coche e introdujo la cabeza en el interior. Bella se sobresaltó. Una cosa era hablar de un asalto, aun cuando éste fuera inminente, y otra ver al ladrón cara a cara.

El coche era elevado y sólo se vio la parte superior del torso del hombre, pero era un torso grande, de hombros anchos y musculosos, enfundado en una chaqueta demasiado ceñida. Sus dedos gruesos sostenían una vieja y oxidada pistola, apuntada en dirección a Edward.

Bella no podía dejar de mirar el arma, mientras su corazón latía alocadamente. No lo había imaginado así... en realidad, no había imaginado nada. Como no conocía personalmente a ningún bandolero ¿cómo podría saber cuán peligrosos eran? Pero había instado a Edward a hacer algo y si lo mataban, ella sería la culpable. ¿Y para qué? ¿Para salvar unas estúpidas joyas que podían ser reemplazadas?

Miró a Edward, preguntándose cómo podría hacerlo saber que olvidara sus palabras.

El asaltante dijo:

-Buenas noches, señor. -Su voz sonaba amortiguada por la pañoleta.- Ha sido muy amable al quedarse quieto y sentado hasta que yo llegara. Tuve un problema con mi caballo después de aclarar la situación con el cochero. Pero quiero aligerar su carga...

En ese momento el individuo miró a Bella. Edward tomó la muñeca del hombre y lo atrajo violentamente hacia él, para darle una trompada.

Fue tan rápido que Bella no tuvo tiempo de alarmarse viendo que la mano que había tomado Edward era la que empuñaba la pistola. El bandolero cayó al suelo, boca abajo.

Con toda calma, Edward apoyó un pie sobre su espalda para evitar que se deslizara por la puerta y le quitó el arma.

-Sé una niña buena y permanece aquí mientras compruebo si estaba solo o tiene compañeros en las cercanías.

Antes de que Bella pudiera responder, Edward descendió del coche. El asaltante cayó por la otra puerta y ella se halló en el coche vacío, sin poder pronunciar palabra. Nunca había estado tan atemorizada en su vida, ni siquiera por sí misma. El hecho de que Edward corriera peligro fue una revelación para ella. Descubrió que no podía tolerar la espera y temió escuchar más disparos.

Afortunadamente, él regresó a los pocos instantes, sonriendo.

-Según nuestro asustado conductor (en apariencia, éste es su primer asalto), el individuo estaba solo.

El inmenso alivio de Bella fue expresado explosivamente. -¿Cómo has podido atemorizarme así? Pudiste haber muerto.

Edward arqueó las cejas ante la vehemencia de ella. -Mi querida niña, ¿qué esperabas que hiciera? Tú me exigiste que actuara.

-No me referí a que te dejaras matar.

-Me alegra oírlo -dijo él secamente- Pero ya está hecho.

-No me digas que...

Él la arrojó sobre su regazo y la besó con pasión. Luego sus besos se tornaron más suaves y finalmente sonrió.

-Así está mejor. Ahora podrás pensar en otra cosa y puedo asegurarte que continuaremos con esto más tarde. -La ubicó con suavidad de nuevo a su lado y tomó la botella de champaña. -Pero ahora me agradaría beber otra copa y tú puedes seguir durmiendo.

-Como si pudiera -dijo Bella, pero ya no estaba enfadada.

-Será mejor que lo intentes, cariño, porque te aseguro que no tendrás oportunidad de hacerlo más tarde.

Ella no respondió. Aguardó a que él se instalara en el asiento con la copa en la mano y volvió a recostarse contra su hombro. Su corazón latía ya a un ritmo normal, pero la experiencia había sido muy desagradable. Precisamente en su noche de bodas. Esas cosas no sucedían en la noche de bodas de una.

 

Malhumorada por haberse asustado sin motivo, dijo

-La próxima vez no me hagas caso y no seas tan heroico. Las joyas no eran tan importantes.

-Quizás, pero como soy tu marido hubiera debido reponerlas y no desearía incurrir en un gasto tan grande.

-¿De modo que te casaste conmigo por mi dinero?

-¿Por qué otro motivo habría de hacerlo?

La ironía de su voz hizo que Bella lo mirara; vio que él contemplaba fijamente su escote. Estuvo a punto de reír. Realmente, ¿por qué otro motivo? El hombre era un libertino cabal, pero ella no lo ignoraba y sabía que no existía la menor esperanza de cambiarlo. Ella suspiró, preguntándose si no debería decirle que, si se había casado con ella por su dinero, recibiría una agradable sorpresa. Su contrato matrimonial era muy generoso respecto de él. Y aunque evidentemente Edward tenía una fortuna que le permitía vivir sin trabajar, era el cuarto hijo y nunca sería tan rico como para despreciar lo que ella había aportado al matrimonio. Tendría que decírselo, pero no ahora. El susto que le había provocado el asalto frustrado la había conmocionado demasiado. Después de unos instantes, se durmió profundamente.

 

Diosapagana: Arriba las manos que esto es un salto!! Si no ponen todos sus review antes de cerrar la pantalla, les enviare a la chica de la llamada que duerma con ustedes, ajjajajajaja.

Saludos y Besos Priscila

Capítulo 16: Tratando de tomar una decisión ya tomada Capítulo 18: NUESTRA SEGUNDA PRIMER NOCHE DE BODAS

 


 


 
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