SAGA DINASTIA CULLEN II: EMBAUCANDO AL AMOR (+18)

Autor: Danisabel
Género: + 18
Fecha Creación: 13/12/2010
Fecha Actualización: 24/01/2011
Finalizado: SI
Votos: 17
Comentarios: 87
Visitas: 85415
Capítulos: 32

En una carrera desesperada por conseguir marido, la adinerada y hermosa Isabella Swan busca a cualquier tipo de hombre dispuesto para contraer matrimonio, salvo uno… un libertino. ¿Qué sucederá cuando el mayor libertino y cabezota de Londres la ponga entre ceja y ceja? ¿Sucumbirá a sus encantos o buscara a ese marido aceptable que la salvara de las peligrosas maquinaciones de su primo?.

Esta historia es una adaptación del libro Tierna y Rebelde de Johanna Lindsey

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Link de la primera historia ... Saga dinastia Cullen I: El estigma del Amor


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Capítulo 23: DEMASIADO CERCA, DEMASIADO LEJOS

Edward despertó con un agudo dolor de cabeza y una maldición en los labios. Se sentó en la cama para encender la lámpara y volvió a maldecir. El reloj marcaba las dos menos cinco. Maldijo de nuevo al ver que estaba del todo despierto en medio de la noche, con un fuerte dolor de cabeza y demasiadas horas por delante antes de que amaneciera.

Lo mejor era tratar de sobrellevar su malestar hasta que desapareciera. Le agradaría tomar un baño, pero debería aguardar hasta la mañana para despertar a los criados. Quizás podría comer algo.

 Despacio, porque cada paso que daba retumbaba en su cabeza, Edward salió de la habitación. Vio luz por debajo de la puerta del dormitorio de su hermano. Llamó pero no aguardó la respuesta y entró. Emmett estaba desnudo, sentado en el borde de su cama, sosteniendo su cabeza entre las manos. Edward casi se echó a reír pero se contuvo. Su propio dolor era muy intenso.

Emmett no levantó la mirada para ver quién había entrado. En voz baja y ominosa dijo:

 -Habla en voz muy baja o arriesgarás la vida.

-¿Tú también tienes un hombrecito martilleando en tu cabeza?

Emmett levantó lentamente la cabeza. Lo miró con ojos asesinos.

-Por lo menos una docena. Y todos te los debo a ti, canalla...

-Estás loco. Tú me invitaste a beber una copa, de modo que el único que puede quejarse...

-Una copa, no varias botellas, imbécil.

Ambos dieron un respingo cuando Emmett levantó la voz.

-Bueno, en ese sentido tienes razón.

-Me alegra que lo reconozcas -dijo Emmett, masajeando sus sienes.

Edward frunció los labios. Era ridícula la forma en que habían castigado sus cuerpos.

Cuando Edward entró en la habitación se había sorprendido al ver desnudo a su hermano; no lo había visto así desde aquella vez en la cual había entrado intempestivamente en la habitación de esa condesa, cuyo nombre no recordaba, para advertir a Emmett que el marido de ella estaba subiendo las escaleras. Desde esa noche, más de diez años atrás, Emmett había cambiado. Era más corpulento, más sólido. Se habían desarrollado los músculos de sus brazos y su torso y también los de sus piernas. Seguramente debido al ejercicio que había hecho en los barcos, en sus diez años de piratería.

-Sabes, Emmett, eres un espécimen increíblemente bruto.

 

Emmett meneó la cabeza ante el comentario insólito y miró su cuerpo. Luego miró a

Edward. A continuación sonrió.

-A las damas no parece molestarles.

-No, imagino que no. -Edward rio. -¿Deseas jugar a los naipes? No puedo dormir.

-Siempre que no comiences a beber coñac.

-Dios, no. Pensé beber café y creo que no cenamos.

-Dentro de unos minutos me reuniré contigo en la cocina.

 

Cuando Bella se dispuso a desayunar, aún tenía la mirada turbia, pues había pasado otra mala noche. En esta ocasión la culpa era suya. Experimentó cierta culpabilidad por la forma en que había tratado a Edward la tarde anterior. Debió desvestirlo y tratar de que estuviera más cómodo, en lugar de dejarlo tal como estaba y sin cubrirlo con las mantas. Después de todo, era su marido. Conocía su cuerpo. No tenía por qué avergonzarse.

Había estado a punto de ir a la habitación de Edward media docena de veces para rectificar su error, pero había cambiado de idea, temiendo que él despertara o interpretara mal su preocupación. Y cuando se acostó, no quiso entrar en el dormitorio de él en bata de dormir.

Seguramente eso lo hubiera interpretado mal.

Le molestaba sentirse culpable. No lo compadecía. Si él deseaba embriagarse y echarle la culpa a ella, era problema de él. Y si esa mañana sufría las consecuencias de su borrachera, también era su problema. Los excesos había que pagarlos. Entonces, ¿por qué había pasado la mitad de la noche despierta pensando en él?

-Si la comida es tan mala como para que la mires enfurruñada será mejor que esta mañana coma en el club.

Bella lo miró. La aparición súbita de Edward la sorprendió y sólo respondió:

- Nada hay de mal en la comida.

-Espléndido -dijo él alegremente-. Entonces no tendrás inconveniente en que me siente a la mesa contigo, ¿verdad?

Sin aguardar respuesta, fue hacia la barra y comenzó a servirse grandes cantidades de comida. Bella miró su alta figura, impecablemente enfundada en una chaqueta de color castaño, pantalones de ante y botas brillantes. No tenía derecho a lucir tan magnífico, de estar tan alegre esa mañana. Debería estar gimiendo y gruñendo y maldiciendo su destino.

-Dormiste mucho -dijo Bella, pinchando una salchicha que tenía en su plato.

-Acabo de regresar de mi cabalgata matutina. -Se sentó frente a ella y arqueó un poco las cejas con gesto interrogante. -¿Acabas de levantarte, querida?

Por suerte aún no había ingerido la salchicha, pues de haberlo hecho, se hubiera atragantado ante esa pregunta, en apariencia inocente. ¿Cómo se atrevía a privarla de la satisfacción de acusarlo, después de su comportamiento vergonzoso del día anterior? Y eso era exactamente lo que él estaba haciendo, al sentarse frente a ella con todo el aspecto de haber pasado una noche perfectamente descansada.

Edward no esperaba una respuesta a su pregunta; tampoco la obtuvo. Con gesto divertido, contempló a Bella mientras ella comía, decidida a ignorarlo. Pero él no se lo permitió.

-Vi una alfombra nueva en el vestíbulo.

Ella no lo miró, a pesar de que era ofensivo llamar simplemente alfombra a la costosa Aubusson.

-Me extraña que no la hubieras visto ayer.

Bravo, cariño, pensó Edward, sonriendo para sí mismo. Pero ella recibiría sus ataques de todos modos.

-También un nuevo Gainsborough -prosiguió él, mirando fugazmente el magnífico cuadro que ahora colgaba en un muro a su izquierda.

-El nuevo armario de palisandro para la porcelana y la mesa del comedor llegarán hoy.

Ella continuaba mirando su plato sin levantar la vista, pero Edward percibió el repentino cambio en ella. Ya no estaba allí sentada, reprimiendo la ira. Ahora estaba muy satisfecha.

Edward estuvo a punto de echarse a reír en voz alta. Su dulce esposa era muy transparente. Teniendo en cuenta la animadversión que ella experimentaba en ese momento hacia él y el tema que estaban tratando, no resultaba difícil percibir qué tramaba. Era un antiguo truco; el de la mujer que hacía pagar a su marido los disgustos que él le provocaba, gastando su dinero. Y de acuerdo con los comentarios que ella hiciera antes, no pensaba que él poseyera dinero suficiente como para afrontar los grandes gastos.

-¿Así que estás dedicada a redecorar la casa?

Ella se encogió levemente de hombros y respondió con un tono demasiado dulce:

-Sabía que no te molestaría.

-En absoluto, querida. Yo mismo pensaba sugerírtelo.

Ella levantó rápidamente la cabeza, y respondió con rapidez: -Bien, porque esto es tan sólo el comienzo. Y te alegrará saber que no será tan costoso como pensé cuando recorrí la casa por primera vez. Sólo he gastado cuatro mil libras.

-Perfecto.

Bella lo miró con incredulidad. Jamás había esperado esa respuesta. Quizás imaginaba que ella estaba gastando su propio dinero. El canalla se enteraría de la realidad cuando recibiera las facturas.

Ella se puso de pie y arrojó su servilleta sobre la mesa. Estaba mortificada por la reacción de él, o mejor dicho, por su falta de reacción, y no deseaba permanecer en su compañía. Pero no pudo efectuar la salida teatral que hubiera deseado. Después de lo ocurrido el día anterior, debía insistir en que no se repitiera la misma escena ese día, en que esperaba visitas.

-Kate vendrá a cenar esta noche. Si modificas tu costumbre de llegar tarde y decides acompañarnos, por favor trata de estar sobrio.

Edward debió hacer un esfuerzo para no fruncir los labios.

-¿Ya vuelves a recurrir a los refuerzos… amor?

-No me agrada eso -dijo ella fríamente antes de marcharse. Al llegar a la puerta se volvió y lo miró, furiosa-. Y, para tu información, señor mío, debo decirte que no desconfío de todos los hombres, como tan groseramente señalaste ayer cuando me presentaste a tu amigo: sólo de los libertinos y los presuntuosos.

 

 

 

&&&&&&&&

 

 

-Ése debe de ser él, señor.

James se volvió hacia el hombre bajo y con bigote que estaba junto a él.

-¿Cuál de ellos, idiota? Son dos.

Wilbert Stow ni siquiera parpadeó ante el tono agresivo del escocés. Ya estaba habituado a él, a su impaciencia, su irascibilidad, su arrogancia. Si James no le pagara tan bien lo mandaría al diablo. Y quizás también le cortara el cuello para completar su obra.

-El moreno -dijo Wilbert con voz servil-. Es el dueño de la casa. Se llama Edward Cullen.

 

James dirigió el binóculo hacia la calle y vio claramente los rasgos de Cullen ¿De modo que ése era el inglés que lo había estado buscando por los barrios bajos en los últimos días y que estaba ocultando a Bella? James sabía que ella estaba en su casa, aunque no se hubiera asomado a la calle desde que él había ordenado a Wilbert y a su hermano Thomas que vigilaran sin interrupción la casa. Allí había sido enviada su ropa. Y allí había ido esa mujer llamada Kate en dos ocasiones para visitarla. Bella se creía muy lista al ocultarse en el interior de la casa y no salir. Pero era fácil vigilarla allí, pues Green Park estaba frente a la casa. Había muchos árboles para ocultarse: no era lo mismo que aguardar en un carruaje que podía despertar sospechas, como había ocurrido en la calle South Audley. Ella no podía desplazarse sin que Wilbert o Thomas lo supieran, y tenían un coche en el extremo de la calle, aguardando que saliera de la casa. Era tan sólo cuestión de tiempo.

Pero entretanto, James se ocuparía del estúpido inglés que la ocultaba y que lo había obligado a cambiar de alojamiento en dos oportunidades en los últimos cinco días, a causa de su infernal persecución. Ahora que sabía qué aspecto tenía, sería muy sencillo deshacerse de él. James bajó el binóculo y sonrió. Pronto, muchacha. Pronto te haré pagar por todo este trastorno. Desearás no haberte vuelto en contra de mí como tu estúpida madre y el viejo, que ojalá estén pudriéndose en el infierno.

 

 

 

-¿Deseas otra copa de jerez, Kate?

Kate miró su copa, casi llena, y luego miró a Bella, que volvía a llenar la suya con el líquido ambarino.

-Cálmate, Bella. Si no ha regresado ya, es difícil que lo haga, ¿no lo crees?

Bella miró a su amiga por encima del hombro, pero, aunque se esforzó por sonreír, no pudo hacerlo.

-He llegado a la conclusión de que Edward aparece cuando menos se le espera, sólo para ponerme nerviosa.

-¿Estás nerviosa?

Bella dejó escapar una risita que era casi un gruñido y bebió un sorbo de su segundo jerez antes de volver a sentarse junto a Kate en el nuevo sofá Adams.

-No debería estarlo, ¿no? Después de todo, estando tú aquí, no haría nada inconveniente y además le advertí que vendrías.

-¿Pero?

Bella sonrió, aunque más que una sonrisa fue una mueca.

-Me deja atónita, con sus cambios de humor. Nunca sé qué esperar.

-No hay nada inusual en eso, querida. También nosotras tenemos cambios de humor, ¿verdad? Deja de inquietarte.

Bella rió.

-Aún no lo ha visto.

Kate la miró, asombrada.

-¿Quieres decir que no sometiste tu elección a su aprobación previa? Pero estas cosas son tan... tan...

-¿Delicadas y femeninas?

Kate contuvo el aliento al ver el brillo travieso de los ojos de Bella.

–Dios mío; lo has hecho adrede. Esperas que él los deteste, ¿no?

Bella miró en torno suyo, contemplando la habitación que antes tuviera un aspecto masculino y que había sido transformada con hermosos muebles de madera satinada de las

Indias. Ahora tenía el aspecto que debía tener un recibidor, pues esa sala era en realidad territorio femenino. Adams era famoso por su estilo excesivamente refinado, de estructura y decoración delicadas, pero a ella le agradaba el tallado y el dorado de los dos sofás y los sillones; y sobre todo el tapizado de brocato arrasado, de fondo verde oliva y flores plateadas.

Los colores no eran femeninos. En ese aspecto, había hecho una concesión. Pero sí lo era la decoración. Además todavía debía decidir cómo sería el nuevo empapelado de los muros...

-No creo que Edward lo deteste, Kate, y aunque así sea, es muy probable que no lo diga. Él es así. -Se encogió de hombros. -Pero, si lo hace, me desharé de estos muebles y compraré otros.

Kate frunció el ceño.

-Creo que estás habituada a gastar dinero sin pensar en los precios. Olvidas que tu marido no es tan rico como tú.

-Por supuesto, no lo olvido.

Ante semejante afirmación, Kate suspiró.

-De modo que es eso. Bien, espero que sepas qué haces. En cuestiones de dinero, los hombres suelen reaccionar de manera inesperada, ¿sabes? Algunos pueden perder veinte mil libras sin que ello los afecte. Otros se suicidarían.

-No te preocupes, Kate. Edward seguramente pertenece a la categoría de los indiferentes. ¿Desea beber algo más antes de cenar?

Kate miró su copa, medio llena, y luego la de Bella, otra vez vacía. Meneó la cabeza, pero no para responder a la pregunta.

-Continúa actuando como si nada te importara, Bella, pero no me convencerás de que no estás ansiosa aguardando su reacción. ¿Se comportó él de una manera muy... desagradable cuando discutisteis sobre ese tema del que no quieres hablar?

-No fue una discusión -respondió Bella, seca-. Y se ha comportado de una manera desagradable desde que me casé con él.

-Tú tampoco estuviste adorable la última vez que los vi juntos. Diría que sus estados de ánimo están directamente relacionados con los tuyos, querida.

Ante la sabia observación, Bella hizo una mueca.

-Dado que obviamente no cenará con nosotras y que su hermano y su sobrino han salido, seremos sólo tú y yo. Estoy segura de que podremos hallar un tema de conversación más agradable.

Kate sonrió, cediendo.

-Claro, si nos esforzamos lo suficiente.

Bella dejó su copa sobre una mesa y se puso de pie.

-Ven. Otra copa estropearía la excelente comida que ha preparado el cocinero, y Dobson nos aguarda en el comedor para comenzar a servir la cena. Ya verás la nueva mesa que me entregaron esta tarde. Es muy elegante y apta para todos los gustos.

-Y sin duda bastante costosa para su extravagancia.

Bella rió.

-Sí.

 

Salieron del recibidor tomadas del brazo y fueron hacia el pequeño comedor, que antes fuera una habitación para desayunar, ya que Edward rara vez cenaba en su casa antes de casarse, y tampoco lo había ahora. Pero Bella se detuvo en seco al ver que Dobson abría la puerta de entrada. Al ver entrar a Edward, se puso rígida. Pero su tensión dio paso al asombro cuando vio quién estaba con él. ¿Cómo se atrevía? Pero se había atrevido. Por su cuenta, había traído consigo a Garrett Amherst, sabiendo que Kate estaría allí. Y, a juzgar por el gesto sorprendido de Garrett, que quedó inmóvil al ver a Kate, tampoco se lo había advertido a él.

 

-Espléndido -dijo Edward jocosamente, entregando su sombrero y sus guantes al impávido mayordomo-. Veo que hemos llegado a tiempo para cenar. Garrett.

Bella apretó los puños. La reacción de Kate fue un poco más dramática. Palideció y, emitiendo un chillido de horror, se apartó de Bella y regresó corriendo al recibidor.

Edward dio a su amigo una palmada en la espalda, sacándolo de su estupor.

-Y bien, ¿qué haces ahí de pie como un tonto, Garrett? Ve por ella.

-No -dijo Bella antes de que Garrett pudiera dar un paso-. ¿No has hecho suficiente?

Su tono despectivo amilanó al pobre hombre, pero luego se dirigió hacia el recibidor.

Estupefacta, Bella corrió para cerrarle el paso. Pero no había contado con la intervención de Edward. Antes de que ella llegara a la puesta del recibidor, atravesó el vestíbulo, la tomó firmemente por la cintura y la condujo hacia las escaleras.

Ella estaba indignada.

-Suéltame...

-Vamos, vamos, querida; ten cuidado, por favor -dijo él con soltura-. Creo que ya hemos tenido suficientes escenas desagradables en ese vestíbulo, para deleite de los criados. No hace fasta otra.

Él estaba en lo cierto, de modo que ella bajó la voz, pero su furia no había disminuido.

-Si no...

Él apoyó un dedo sobre los labios de Bella.

-Presta atención, cariño. Ella se niega a escucharlo. Ya es hora de que él la obligue a hacerlo, y Garrett puede hacerlo allí, sin interrupciones. -Luego hizo una pausa y le sonrió. -Suena conocido, ¿verdad?

-En absoluto -murmuró ella, encolerizada-. Yo te escuché. Pero no te creí.

-Chiquilla testaruda -dijo él con cariño-. Pero no importa. Vendrás conmigo mientras me cambió para cenar.

Ella se vio forzada a seguirlo, ya que él la llevó prácticamente en brazos hasta la planta alta. Pero cuando llegaron a la habitación de Edward, ella se apartó violentamente de él, sin percibir que Willis estaba de pie junto a la cama.

-Es lo más aborrecible que jamás has hecho -estalló ella.

-Me alegra saberlo -respondió él, alegre-. Creía que lo más aborrecible que había hecho era...

-Calla. Por favor, calla.

Pasó junto a él para dirigirse hacia la puerta. Él la tomó por la cintura y la depositó en el diván que estaba junto al hogar. Luego apoyó una mano a cada lado de ella, hasta que Bella se vio obligada a apoyarse para mantener la distancia entre ambos. La expresión de él ya no era graciosa, sino bastante seria.

-Te quedarás aquí, querida esposa, o te ataré a una silla. -Arqueando un poco una ceja, añadió: -¿Está claro?

-No lo harías.

-Puedes tener la seguridad de que lo haría.

Ella apretó los labios y se miraron belicosamente a los ojos. Pero cuando vio que

Edward no se movía y permanecía inclinado sobre ella, consideró prudente ceder.

Expresó su conformidad bajando la mirada y levantando las piernas sobre el diván para estar más cómoda. Edward aceptó esas señales de rendición y se incorporó, pero continuó de mal humor. Percibió que, al ayudar a Garrett, había perjudicado mucho su propia causa. Cualquier avance que hubiera podido lograr en su intento de disminuir el enojo de Bella se había estropeado. Debía aceptarlo. Después de tantos años, Garrett se merecía esa oportunidad. ¿Qué podían significar unas pocas semanas más de animosidad por parte de Bella? Una tortura.

 

Edward se volvió; su expresión era tan ceñuda que su criado retrocedió sin quererlo.

Después de eso, Edward reparó en él.

-Gracias, Willis. -Su voz era deliberadamente inexpresiva, para disimular su agitación interior. -Como siempre, ha escogido a la perfección.

Al oír sus palabras, Bella volvió la cabeza. Primero miró a Willis y luego la ropa que estaba muy extendida sobre la cama.

-¿Quiere decir que él sabía que vendrías a casa a cenar?

-Claro que sí, querida -respondió Edward, quitándose la chaqueta-. Siempre aviso a Willis cuándo debe esperarme, siempre que esté razonablemente seguro de mis honorarios.

Ella miró a Willis con expresión acusadora y Willis enrojeció.

-Pudo habérmelo dicho -dijo ella a Edward.

-No es su obligación.

-Pudiste habérmelo dicho tú.

Edward la miró por encima del hombro, preguntándose si sería positivo desviar su enojo hacia ese tema menor.

-Es verdad, cariño. Y si no hubieras salido tan rápido de la habitación esta mañana, lo hubiera hecho.

Los ojos de Bella brillaban de ira. Bajó los pies al suelo. Se puso de pie sin recordar la amenaza de Edward, pero luego volvió a sentarse.

Pero no dejó de hablar.

-No hice tal cosa. ¿Cómo te atreves a decir eso?

-¿Oh? -Edward la miró, esbozando una sonrisa. -¿Y cómo dirías que fue?

 

Dejó caer su camisa en la mano de Willis antes de que ella pudiese responder. Bella se volvió con tal velocidad que Edward casi se echó a reír. Por lo menos, el nuevo tema había mejorado su humor. Era muy interesante que ella no deseara verlo cuando se desvestía. Edward se sentó sobre la cama para que Willis le quitara las botas, pero no dejó de mirar a su mujer. Ella se había peinado de una manera diferente esa noche; su peinado era más frívolo. Sus cabellos estaban recogidos sobre la cabeza y unos rizos colgaban sobre su frente. Hacía demasiado tiempo que sus manos no tocaban esos gloriosos cabellos; demasiado tiempo que sus labios no rozaban la suave piel de su cuello. Ella había vuelto la cabeza, pero su cuerpo estaba de perfil y sus senos atrajeron la mirada de Edward.

Edward se vio obligado a mirar hacia otro lado antes de que fuera embarazoso para él, y para Willis, continuar desvistiéndose.

–Sabes, querida, no acierto a descifrar la causa de tu malhumor de esta mañana.

-Me provocaste.

Como ella no lo miraba, él debió hacer un esfuerzo para oír sus palabras.

-¿Cómo pude hacerlo si me comporté correctísimamente?

-Te referiste a Kate como a mis refuerzos.

Eso lo oyó.

-Supongo que considerarás grosero que te señale que estabas de pésimo humor antes de que mencionáramos a tu amiga.

-Así es -dijo ella-. Es muy grosero de tu parte.

Él volvió a mirarla y vio que ella tamborileaba los dedos sobre los brazos del sillón. Él la había arrinconado. No había sido su intención.

Muy sereno, dijo: -A propósito, Bella, hasta que localice a tu primo, te agradecería que no salieras de la casa sin mí.

El brusco cambio de tema la confundió. En otro momento hubiera respondido que ya había llegado a la conclusión de que era más prudente permanecer en la casa durante un tiempo. Pero ahora estaba demasiado agradecida de que él hubiera dejado de presionarla sobre la conversación de la mañana.

-Naturalmente -dijo ella.

-¿Desearías ir a algún lugar en especial en los próximos días?

¿Y verse obligada a soportar su compañía durante todo ese tiempo?

-No -dijo ella.

-Muy bien. -Ella percibió que él se encogía de hombros. -Pero si cambias de parecer, no vaciles en decírmelo.

¿Por qué tenía que ser tan endiabladamente razonable y complaciente?

-¿No has concluido aún?

-En realidad...

-Cullen -se oyó gritar del otro lado de la puerta. Entonces, Garrett Amherst irrumpió en la habitación -Edward, tú...

Bella se puso en un instante de pie. La presencia de Amherst le hizo olvidar la amenaza de Edward. No permaneció para escuchar lo que Garrett tenía tanta urgencia de decir a su marido; pasó con rapidez junto a él y salió de la habitación, rogando que Edward no hiciera otra escena para detenerla.

Tampoco volvió la vista atrás; corrió escaleras abajo y fue al recibidor. Se detuvo de golpe al ver que Kate aún estaba allí, de pie frente al hogar de mármol blanco, dando la espalda a la habitación. Se volvió y Bella se angustió al ver el rostro de su amiga bañado en lágrimas.

-Oh, Kate, lo lamento tanto -dijo Bella abrazando a Kate-. Nunca perdonaré a Edward por haber interferido. No tenía derecho...

Kate retrocedió, interrumpiéndola: -Me voy a casar.

Bella enmudeció. Ni siquiera la sonrisa feliz de Kate, una sonrisa que no había visto en muchos años, la pudo convencer. Las lágrimas contradecían sus palabras. Las lágrimas...

-Entonces, ¿por qué lloras?

Kate rió, temblorosa.

-No puedo evitarlo. He sido una tonta. Garrett dice que me ama; que siempre me ha amado.

-¿Le crees?

-Sí. -Luego repitió con más fuerza: -Sí.

-Pero, Kate...

-No está tratando de hacerle cambiar de idea, ¿verdad, Lady Cullen?

Bella se sobresaltó y se volvió. Garrett Amherst la miraba con la expresión más hostil que jamás hubiera visto en el rostro de un hombre. Y su voz estaba además cargada de amenaza. Sus ojos grises la miraban con frialdad.

-No -dijo ella, incómoda. -Jamás se me ocurriría...

-Bien. -La transformación fue inmediata, Garrett sonrió, seductor. -Porque ahora que sé que aún me ama, no permitiría que nadie se interpusiera entre nosotros.

Sus palabras indicaban, tan claramente como la calidez de su mirada, que nadie incluía a Bella. Y también era evidente que Kate estaba encantada con la sutil advertencia.

Kate abrazó a la consternada Bella, murmurando en su oído:

-¿Comprendes ahora por qué no dudo de su sinceridad? ¿No te parece maravilloso?

 

¿Maravilloso? Bella estaba anonadada. Era un libertino. Y había sido Kate quien le advirtiera que no debía confiar en esos hombres; Kate, que ahora deseaba casarse con el que había destrozado su corazón.

-Espero que nos perdonéis si nos marchamos, querida -dijo Kate, retrocediendo y sonrojándose- Pero Garrett y yo tenemos mucho de qué hablar.

-Estoy seguro de que comprende que en este momento deseamos estar a solas, Katie

-añadió Garrett, tomando a Kate por la cintura y acercándola indecorosamente a él. - Después de todo, ella es una recién casada.

Bella se atragantó, pero por fortuna, ninguno de los dos se dio cuenta; estaban ensimismados mirándose a los ojos y no prestaban atención a cuanto les rodeaba. Y en apariencia ella respondió adecuadamente, pues, cuando aún no había transcurrido un minuto, se halló a solas en el recibidor, mirando fijamente el suelo, presa de las más encontradas emociones y sumida en la más absoluta perplejidad.

 

-Veo que te han dado la buena noticia.

Bella se volvió despacio y, durante un instante, al ver a su marido, todos sus pensamientos se desvanecieron. Era magnífico; no había otra palabra para calificarlo; tan apuesto que el corazón de Bella se aceleró.

Pero entonces observó su postura, ya familiar; el hombro apoyado contra el marco de la puerta, los brazos cruzados sobre el pecho... y la expresión pagada de sí misma. Diablos, parecía saturado de presunción, con esa sonrisa satisfecha, la risa bailarina en sus ojos, que parecían más azules todavía por el contraste del verde oscuro de su chaqueta. Era un pavo real, el muy canalla, y no disimulaba su arrogancia.

-¿No tienes nada que decir, cariño, después de haber alborotado tanto sin motivo?. Debe de ser desconcertante comprobar que la misma mujer que fomentó tu desconfianza hacia los hombres, te traicione y confía en uno. Te hace ver las cosas de otra manera, ¿verdad?

 -Eres... -No, no lo haría. Se negaba a gritar otra vez como una campesina, para deleite de los criados. -En realidad -dijo con los dientes apretados -no existe comparación posible entre mi caso y el de ella-. Luego añadió: -Por la mañana recuperará la sensatez.

-Conozco a Garrett y lo dudo. Por la mañana tu amiga sólo pensará en cómo pasó la noche. ¿No te suena familiar?

Ella trató de reprimirse, pero sus mejillas se encendieron.

-Eres repugnante, Edward. Se marcharon para conversar.

-Si tú lo dices, cariño.

El tono condescendiente la enfureció. Por supuesto, él estaba en lo cierto. Ella lo sabía.

Él lo sabía. Había sido muy embarazosamente obvio por qué Garrett y Kate se marcharon tan rápido. Pero ella jamás lo admitiría frente a él. Tensa, dijo:

-Creo que me ha dado dolor de cabeza. Si me disculpas... -Pero debió detenerse al llegar a la puerta, pues él la bloqueaba. -¿Me permites? -preguntó ella, mordaz.

Edward se enderezó poco a poco, divertido al ver que ella le daba la espalda para pasar junto a él sin tocarlo.

-Cobarde -dijo él en voz baja y sonrió cuando ella se detuvo en medio del vestíbulo elevando rígidamente los hombros-. Y creo que te debo una lección en una silla, ¿no es así? -Oyó su bufido antes de correr hacia la escalera. Él rió. -Otra vez será, cariño.

 

EDWARD CUPIDO CULLEN…. ESE SERÁ EL NUEVO NOMBRE DE NUESTRO HERMOSO LIBERTINO REDIMIDO QUE ESTA PERDIDAMENTE ENAMORADO DE SU LOCA Y TERCA ESPOSA…. ESTE CAPITULO SALIÓ BASTANTE LARGO, ES ES MAS LARGO HASTA AHORA ASÍ QUE CREO QUE NOS MERECEMOS EL DOBLE DE COMENTARIOS QUERIDAS LECTORAS… ¿Qué PIENSAN DE LA HISTORIA?..

 

Diosapagana: ¿Qué magia obraran los queridos libertinos para poder doblegar a una mujer? No lo sé,  pero que creo que a nuestro querido Eddie se le está acabando la magia,  jajajjja.

Besotes Priscila

Capítulo 22: Siempre existe una razón para beber, el enojo o la abstinencia Capítulo 24: LA MANO QUE MECE LA CUNA

 


 


 
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