SAGA DINASTIA CULLEN II: EMBAUCANDO AL AMOR (+18)

Autor: Danisabel
Género: + 18
Fecha Creación: 13/12/2010
Fecha Actualización: 24/01/2011
Finalizado: SI
Votos: 17
Comentarios: 87
Visitas: 85438
Capítulos: 32

En una carrera desesperada por conseguir marido, la adinerada y hermosa Isabella Swan busca a cualquier tipo de hombre dispuesto para contraer matrimonio, salvo uno… un libertino. ¿Qué sucederá cuando el mayor libertino y cabezota de Londres la ponga entre ceja y ceja? ¿Sucumbirá a sus encantos o buscara a ese marido aceptable que la salvara de las peligrosas maquinaciones de su primo?.

Esta historia es una adaptación del libro Tierna y Rebelde de Johanna Lindsey

LINK EN FANFICTION PARA LAS QUE NO LO PUEDEN VER PASEN POR AQUÍII DISCULPEN LAS MOLESTIAS :(

Link de la primera historia ... Saga dinastia Cullen I: El estigma del Amor


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Capítulo 26: Creando un pacto? o mejor dicho arruinándome la vida

HOLAAA QUERIDAS LECTOR@S.... DECIDÍ COMENTAR ANTES DEL CAPÍTULO DEBIDO A QUE PRISCII Y YOO ESTAMOS MUY FELICES PORQUE LES GUSTE NUESTRA HISTORIA, Y QUERÍAMOS HACER UN AGRADECIMIENTO ESPECIAL A TODAS LAS QUE HAN COMENTADO Y DADO SU OPINION :D.... NELDAAA QUERIDA AMIGA QUE BIEN QUE YA PUEDES LEER LOS CAPITULOS... Crazy_Jacob_Edwuard ESPEROO QUE HAYAS LEÍDO LA PRIMERA PARTE Y QUE TE HAYA GUSTADO :D GRACIAS POR TUS COMENTARIOS... YOHIISSS QUE BIIEN QUE YA PUEDES VER LOS CAPÍTULOS ME IBA VOLVIENDO LOCA CON TANTO DESORDEN DE QUE ALGUNAS LA PODIAN VER  Y OTAS NO GRACIAS POR TU COMENTARIO .... TEFFICULLENN DISCULPA LA TARDANZA CON LAS ACTUALIZACIONES YAA LO HIC AMIGA ESPERO QUE TE HAYA GUSTADO LA HISTORIA GRACIAS POR COMENTAR :D....  YYY PORRR ULTIMO PERO NO MENOS IMPORTANTEEE MIIII QUERIDAAA ANDREA_BLACKK HAY ANDREE COMO TE EXTRAÑO JEJE CHICAS VA A TENER UN BEBESITO HERMOSOOO ASI QUE HAY Q FELICITARLA ... FELICIDADES ANDREE A TI Y A TU VIC JEJEJEJE...... MUCHISIMAS GRACIAS A TODAS POR DEJAR SU COMENTARIO LES CUENTO QUE LA HISTORIA YA SE VA A TERMINAR QUEDAN MUY MUY POCOS CAPITULOS, PERO CHICAS VIENE SAGA DINASTIA CULLEN III.... A QUE NO ADIVINAN QUIEN VA A SER EL LIBERTINO REFORMADO AHORA!!!!

Por fortuna, Bella no vio a Edward cuando éste regresó a su casa. Después de bañarse y mudarse de ropa no presentaba señales de la riña. Sus nudillos estaban doloridos, pero como había usado guantes, no había en ellos heridas ni marcas de los dientes de James. No obstante, estaba fastidiado. El hombre no había opuesto resistencia alguna y eso lo ponía de mal humor, estaba de ánimo inapropiado para afrontar su próximo desafía: Bella.

En ese momento ni siquiera deseaba verla, pero por desgracia ella salió del recibidor en el momento en que él se disponía a volver a salir.

-¿Edward?

Él frunció el ceño ante su tono vacilante, tan inusual en ella. -¿Qué ocurre?

-¿Desafiaste a James?

Él gruñó: -No quiso aceptar.

-¿Lo viste?

-Lo vi. Y puedes tranquilizarte, querida. Ya no volverá a molestarte.

-¿Acaso...?

-Sólo lo persuadí para que se marchara de Londres. Quizás deba ser llevado por terceros, pero se marchará. Y no me esperes a cenar. Iré al club.

 

Bella permaneció mirando la puerta después de que él se marchó, preguntándose por qué la perturbaba tanto su concisión. Debía estar aliviada, contenta de que James hubiera recibido una zurra, pues estaba segura de que ése era el método de persuasión que había empleado Edward. Pero en cambio estaba desanimada, deprimida, a causa de su brusquedad y fría indiferencia. Él había atravesado distintos estados de ánimo en la última semana, pero éste era nuevo y a ella no le agradaba en absoluto. Pensó que había postergado su decisión durante demasiado tiempo. Había llegado el momento de resolver su relación matrimonial, antes de que ya no pudiera decidir nada. Debía hacerlo ahora, hoy, antes de que él regresara.

-¿Y bien, Angela?

Angela, que estaba cepillando los cabellos de Bella, hizo una pausa para mirarla en el espejo. -¿Es eso lo que en realidad has decidido, niña?

Bella hizo un gesto afirmativo con la cabeza. Le había contado todo a Angela; le había hablado de cómo Edward la había seducido en esa misma casa, de las condiciones que ella había puesto para casarse con él y de las mentiras que él había dicho acerca de su fidelidad. Angela se había enfurecido y asombrado. Bella no le ahorró detalles y finalizó comunicando a Angela su decisión. Quería la opinión y el apoyo de su doncella.

-Creo que estás cometiendo un grave error, niña.

No era esa la opinión que esperaba. -¿Por qué?

-Lo usarás y eso no le agradará.

-Compartiré su lecho -dijo Bella-. ¿Es eso usarlo?

-Compartirás su lecho sólo durante un tiempo.

-Él aceptó tener un hijo conmigo.

-Sí. Pero no aceptó dejar de tener relaciones contigo después de que el hijo fuera concebido, ¿verdad?

Bella frunció el entrecejo. -Sólo trato de protegerme, Angela. Si continúo manteniendo relaciones íntimas con él... No quiero amarlo.

-Ya lo amas.

-No es así -dijo Bella, girando sobre sí misma para mirar a Angela con furia-. Y no lo amaré. Me niego. Y dejaría que él decidiera. Oh, no sé para qué te dije nada.

Angela resopló, impertérrita ante el estallido de Bella. -Entonces, ve y díselo. Lo vi entrar en su habitación antes de venir hacia aquí.

Bella desvió la mirada, con un nudo de nervios en el estómago.

-Tal vez debería aguardar hasta mañana. No estaba precisamente cordial cuando se marchó.

-No lo ha estado desde que cambiaste de habitación -le recordó Angela-. Pero tal vez comprendas que tu idea es una tontería...

-No -dijo Bella con voz decidida-. No es una tontería. Es propia conservación.

-Si tú lo dices, chiquita. -Angela suspiró. -Pero recuerda que te lo advertí...

-Buenas noches, Angela.

 

Bella permaneció sentada frente a su nuevo tocador durante diez minutos más, después de que Angela se marchó, mirándose en el espejo. Su decisión era la correcta. No perdonaría a Edward. De ninguna manera. Pero había llegado a la conclusión de que la actitud que había adoptado era un impedimento para lograr sus fines. Podía seguir alimentando su furia y manteniendo a Edward a distancia, o podía tener un hijo. Lo deseaba. Era así de sencillo.

Pero implicaba tragarse su orgullo e ir en busca de Edward. Dada la frialdad que él había demostrado hoy, era indudable que ella debería dar el primer paso. Pero se recordó a sí misma que era sólo pasajero. Él debía aceptar esa condición. Aún no podía aceptarlo tal como era, aunque lo hubiese hecho cuando se casaron. La verdad era que ya no deseaba que fuera como antes. Comprendió que era muy egoísta al desear poseerlo sólo para ella. Pero, como eso no podía ser, debía mantenerse indiferente, para no olvidar en ningún momento que ella nunca sería la única mujer de su vida.

Antes de que el coraje la abandonara, Bella salió abruptamente de la habitación. Cruzó el vestíbulo y llamó a la puerta de Edward. Cuando lo hubo hecho, la aprensión volvió a apoderarse de ella. Cuando llamó por segunda vez lo hizo con tanta suavidad que sólo ella escuchó el sonido de su mano contra la puerta. Pero Edward había oído la primera llamada.

Willis abrió la puerta, la miró y salió en silencio de la habitación, dejando la puerta abierta para que ella entrara. Ella lo hizo con vacilación y cerró la puerta. Temía encontrarse con Edward. Miró la cama, vacía pero preparada. Se sonrojó y las palmas de sus manos se humedecieron de transpiración. De pronto comprendió que estaba allí para hacer el amor con Edward. Su corazón comenzó a latir con fuerza, aunque todavía no lo había mirado.

 

Él la contemplaba. Había contenido el aliento al verla entrar con su bata de dormir de seda blanca, que se adhería provocativamente a las suaves curvas de su cuerpo. Sobre ella llevaba otra bata, también de seda, pero de mantas largas y transparentes que dejaban ver sus brazos desnudos. Llevaba los cabellos sueltos, que caían en suaves ondas sobre su espalda. Edward anhelaba hundir sus dedos en ellos. Y estaba descalza.

Fueron sus pies desnudos los que indicaron a Edward por qué estaba ella allí. Sólo había dos motivos que los justificaran. O Bella era una tonta al creer que podía torturarlo con su provacativo atuendo y luego huir a su habitación sin que él la tocara, o estaba allí para poner fin a su tortura.

Cualquiera que fuese la razón por la que ella se había introducido en su dormitorio, mostrándose como no lo había hecho durante toda la semana, él no tenía la menor intención de permitir que se marchara. Fuera cual fuese la razón, sus días de celibato habían llegado a su fin.

-¿Bella?

Su tono era interrogante. Deseaba saber por qué estaba ella allí. Demonios, ¿acaso debía ella decírselo más claro? ¿Acaso no era obvio? Willis lo había comprendido al verla, lo que era bastante embarazoso. Pero Edward iba a obligarla a decirlo. Debió saber que no sería sencillo.

Al oír su voz, ella se volvió. Él estaba sentado en el diván al que en cierto momento había amenazado con atarla. Al recordarlo, experimentó más vergüenza todavía y recordó que él la había obligado a sentarse allí mientras él se mudaba de ropa. Al verlo, y al ver cómo la contemplaba, no pudo emitir palabra.

Pero su corazón continuaba latiendo con violencia; con más fuerza aún, ahora que lo había visto. Llevaba una bata de color azul plateado sobre los pantalones. Era la misma que usara la noche en que hicieron el amor por primera vez. Los recuerdos la hicieron sonrojar y los nervios anudados en su estómago se convirtieron en algo completamente diferente.

-¿Y bien, querida?

Bella carraspeó, pero no le fue de mucha utilidad. -Pensé... pensé que podríamos...

No pudo concluir; él la miraba a los ojos. Su mirada ya no era inescrutable sino intensa, aunque ella no sabía cuál era el sentimiento que la provocaba. Edward perdió la paciencia, aguardando que ella dijera lo que él deseaba oír.

- ¿Podríamos qué? Tú y yo podríamos hacer muchas cosas. ¿En qué piensas exactamente?

-Me prometiste un hijo -dijo ella. Luego suspiró, aliviada por haberlo dicho.

-¿Te instalarás otra vez aquí?

Demonios, ella había olvidado el resto. -No... cuando lo conciba no habrá motivos para...

-¿Para que compartas mi lecho?

La expresión súbitamente furiosa de él la hizo vacilar, pero su decisión ya estaba tomada. Debía mantenerse firme.

-Exacto.

-Comprendo.

La palabra sonaba ominosa. Bella se estremeció. Angela le había advertido que a él no le agradaría, pero al ver su mandíbula tensa y la fría mirada de sus ojos azules, comprendió que él estaba muy enfadado. Pero no se movió. Quizás oprimió un poco la copa de coñac que tenía en la mano, pero su voz se mantuvo suave cuando prosiguió hablando... suave y amenazadora.

-Esto no fue lo que convinimos al principio.

-Todo ha cambiado desde entonces -le recordó ella.

-Nada ha cambiado, excepto lo que tu mente imagina.

Ella retrocedió. -Si no aceptas...

-Permanece donde estás, Bella -dijo él ásperamente-. Aún no he terminado de analizar esta nueva condición tuya. -Dejó la copa sobre la mesa que estaba junto a él y apoyó

Las manos sobre la cintura. En ningún momento dejó de mirarla. Y luego, con calma, o al menos con autodominio, dijo: -¿De modo que deseas usar mi cuerpo durante cierto tiempo con fines de gestación?

-No necesitas ser vulgar al respecto.

-Trataremos el tema tal como lo merece, querida. Tú deseas un semental, eso es todo.

El problema es que no sé si puedo ser tan indiferente como para darte sólo lo que deseas.

Sería una experiencia nueva para mí. No sé si soy capaz de funcionar de una manera puramente formal.

 

En ese momento lo hubiera sido. Estaba tan enfadado con ella que sólo deseaba ponerla sobre sus rodillas y darle una zurra, para tratar de que fuera un poco más sensata. Pero le daría justo lo que ella pedía y aguardaría hasta ver cuánto tiempo le llevaba admitir que no era eso lo que en realidad deseaba.

Bella ya tenía sus dudas. Él lo hacía sonar tan... tan animal. ¿Formal? ¿Qué diablos había querido decir con eso? Si pensaba actuar de una manera indiferente, ¿cómo podría hacerle el amor? Él mismo le había dicho que no podía hacerse, a menos que existiese el deseo. Claro que ese lo había dicho cuando le afirmó que no quería a ninguna otra mujer, excepto a ella. Y había sido mentira. Pero ahora decía que no estaba seguro de poder hacerlo. Demonios. La había perseguido desde el comienzo. ¿Cómo no podía hacerlo?

Él interrumpió sus pensamientos con una orden. -Ven, Bella.

-Edward; quizás...

-¿Deseas un hijo?

-Sí -respondió ella con un hilo de voz.

-Entonces, ven acá.

 

Ella se acercó a él, pero despacio y con cierto temor. No le agradaba verlo así, tan controlado, tan frío. Y sabía que su enojo aún subsistía. Pero su corazón se aceleró con cada paso que daba. Harían el amor. No importaba cómo. No importaba dónde, si bien miró fugazmente la cama vacía antes de mirar de nuevo hacia el diván. Y de pronto recordó la amenaza que le hiciera Edward la noche en que Garrett y Kate habían estado en la casa; le había dicho que le debía el castigo de atarla al diván. Bella se detuvo en seco.

Por desgracia, ya era tarde. Estaba lo suficientemente cerca de Edward como para que él pudiera tomarla y hacerla sentar sobre su regazo. Ella trató de girar para mirarlo de frente, pero él se lo impidió y la colocó como él deseaba, es decir de espaldas a él. La posición la puso más nerviosa aún, pues no podía ver el rostro de Edward. Pero quizás ésa era su intención. Bella ya no sabía que pensar.

-Estás rígida como una tabla, querida. Recuerda que esto fue idea tuya.

-No en un diván.

-No dije que lo hiciéramos aquí... pero tampoco dije que no. ¿Qué importa dónde lo hagamos? Lo principal es descubrir si estoy en condiciones de llevar a cabo el intento.

 

Dada la posición en que él la había colocado,  ella no podía saber que él ya lo estaba intentando y que había pensado en ello desde el momento en que ella entró en la habitación. Bella percibió que él tomaba sus cabellos con las manos, pero no supo que llevaba las sedosas guedejas hasta sus labios, ni que las oprimía contra sus mejillas; no pudo ver cómo cerraba los ojos al sentir los cabellos de ella sobre su piel.

-Edward, no creo que...

-Shh. -Él tiró hacia atrás la cabeza de Bella tomándola de los cabellos y le murmuró al oído: -Piensas demasiado, querida. Trata de ser espontánea alguna vez. Quizás te agrade.

Ella se contuvo y no respondió. Él bajó los hombros de la bata de Bella, deslizando sus manos por los brazos de ella; luego le quitó las mangas y volvió a deslizar las manos hasta sus hombros. Continuó tocando sus hombros, su cuello, pero ella percibió la diferencia entre esta vez y la anterior. Incluso la noche anterior, cuando había acariciado su brazo desnudo en el carruaje, lo había hecho de una manera diferente. Ella había sentido su ardor como una marca de fuego. Ahora no sintió nada; sólo indiferencia, como si tocara un objeto. Formal... oh, Dios.

No podía tolerarlo. Trató de incorporarse, pero él tomó firmemente sus senos y la atrajo hacia sí.

-No irás a ninguna parte, querida. Viniste con tus malditas condiciones y las acepté. No puedes cambiar de idea... otra vez.

La cabeza de Bella cayó hacia atrás sobre el pecho de él. Mientras hablaba, él mantuvo las manos quietas. Habían comenzado a acariciar sus senos. Quizás él no sentía nada, pero ella estaba encendida de deseo. Y en apariencia no podía evitarlo; sus piernas y brazos se tornaron lánguidos y tensos alternativamente.

A Bella ya no le importaba la falta de pasión de Edward. Sus propios sentidos la dominaban. Era demasiado tarde para cambiar de idea. Además, todo era sólo un medio para alcanzar un fin. No debía olvidarlo. Instantes después ya no podía pensar. Las manos de Edward recorrían el frente de su cuerpo, con caricias  suaves pero  violentas, pero ya no indiferentes, si bien ya no percibía la diferencia. Incluso la seda de su bata que se deslizaba hacia arriba sobre sus piernas era una caricia. Entonces, la mano de él tocó el triángulo de vello y se detuvo.

-Abre las piernas -ordenó él. Su aliento caliente rozó la oreja de Bella.

Ella se puso tensa durante un instante, pero las palabras la habían estremecido de arriba abajo. Jadeando, con el corazón acelerado, separó apenas las rodillas. La mano de él se mantuvo inmóvil sobre los rizos , pero la otra se deslizó debajo de su bata y tocó sus senos. La seda ya no se interponía entre la mano y la piel.

Volvió a ordenar: -Más, Bella.

Ella contuvo el aliento pero obedeció y movió sus rodillas sobre las de él, hasta que sus piernas colgaron a ambos lados de las nalgas de Edward. Pero no era suficiente para él.

Separó sus propias rodillas, obligándola a abrir más las piernas; sólo entonces su mano se deslizó hacia abajo e introdujo un dedo en ella.

Bella gimió y arqueó la espalda. Sus dedos se hundieron en la bata de él. No sabía qué estaba haciendo, pero él sí. Cada gemido de placer que ella emitía era una llama que encendía el alma de Edward. Él mismo no podía comprender cómo podía aún controlar su pasión avasalladora. Pero no podría continuar haciéndolo.

-¿No importa, verdad? -Su pregunta fue calculadoramente cruel, para mantener viva su

ira. -¿Aquí? ¿En la cama? ¿En el suelo?

Ella oyó la pregunta. Sólo pudo menear la cabeza, respondiendo que no.

-En este momento, podría obligarte a renunciar a todas tus malditas condiciones. Lo sabes, ¿no, cariño? -Ella no pudo responder; sólo lanzó un gemido. -Pero no lo haré. Quiero que recuerdes que tú escogiste esto.

A Bella ya nada le importaba; sólo el fuego que la consumía. Tampoco a Edward. Ella lo había empujado más allá de sus límites.

Sin advertencia previa, la deslizó hacia delante sobre sus rodillas para prepararse; luego la levantó y la penetró. Ella levantó las manos para tomar la cabeza de él, que era lo único que estaba a su alcance. Él acarició todo el torso de ella, mientras ella se acostó contra él, gozando. Fue un breve instante, antes de que él le recordara que no se trataba de un acto de amor, sino de algo que se hacía con una finalidad específica. Al diablo con ella y sus condenadas condiciones. Edward deseaba besarla; hacerla girar y poseerla con toda la pasión y la ternura que sentía hacia ella. Pero no lo haría. Quería que ella recordara ese momento con aversión, para que admitiera que deseaba algo más de él que un hijo. Teniendo presente esa idea, tomó las manos de ella y las puso sobre los brazos del sillón, obligándola a erguirse; luego se echó hacia atrás y ella quedó a horcajadas sobre él, con sus cabellos que caían sobre el vientre de él. Ella miró hacia atrás, expectante. Él sabía que ella aguardaba que él comenzara, que la guiara, pues ella desconocía por completo las numerosas posiciones que existen para hacer el amor. Tampoco sabía que, en esa posición, era ella quien debía tomar la iniciativa.

Con premeditación, Edward dijo: -Quisiste usar mi cuerpo. Lo tienes. Ahora, cabalga.

-Ella lo miró, sorprendida, pero él no le permitió protestar. -Hazlo.

Ella se volvió para enfrentarlo; sus mejillas ardían. Pero eso que tenía en su interior debía ser satisfecho. Y si no lo hacía...

Una vez halló el ritmo, fue sencillo. Fue sencillo porque era maravilloso y ella controlaba la situación y podía imponer su propio tiempo. Podía mecerse suavemente hacia delante y hace atrás, o podía elevarse y luego caer con fuerza si lo deseaba, o deslizarse hacia abajo con exquisita lentitud. Pudo satisfacer sus caprichos y controlar la situación... hasta que

Edward se hizo cargo de ella.

No tuvo alternativa. Ella se había adaptado con mucha rapidez y estaba excitándolo demasiado; sabía que no podría aguardar a que ella llegara a la culminación. No debía aguardar. Debería frustrarla. No necesitaba experimentar placer para concebir un hijo. Pero no podía hacerle eso, lo mereciera o no.

Edward se incorporó y la tomó por la cintura para mantenerla quieta. Con la otra mano acarició su pubis. Le hizo llegar a la cima y luego la soltó, para que ella concluyera por su cuenta. Ella lo hizo; cabalgó sobre él con tal fuerza y velocidad que los espasmos de placer los envolvieron a ambos, con intervalos de pocos segundos.

Ella cayó sobre él, exhausta, feliz y él le permitió quedarse allí durante unos pocos instantes; y se permitió el placer de abrazarla durante esos pocos instantes. Pero luego s incorporó y la ayudó a ponerse de pie.

-Ve a la cama... a mi cama. Hasta que concibas dormirás aquí.

La frialdad de su voz hizo cesar la euforia de Bella, conmocionándola. Se volvió y vio su expresión suave, su mirada turbia y pensó que sus oídos la habían traicionado. Luego él desvió la mirada, como si ella le fuera indiferente y abrochó sus pantalones. Entonces ella comprendió que no se los había quitado. Ni siquiera se había abierto la bata. Ella también llevaba su bata de dormir.

Sus ojos se llenaron de lágrimas. Edward los vio y su expresión se tornó colérica.

-No -gruñó-; no lo hagas o te daré una zurra. Obtuviste exactamente aquello que viniste a buscar.

-No es verdad -exclamó ella.

-¿No lo es? ¿Acaso esperabas otra cosa al planificar el amor?

Ella le dio la espalda para que no le viese llorar y se refugió en la cama. En ese momento hubiera deseado regresar a su dormitorio, pero no se atrevió a hacerlo al ver el humor en que estaba Edward. Pero la vergüenza la invadió y continuó llorando. Él tenía razón. Ella había llegado hasta allí pensando que él le haría el amor como en otras ocasiones. Pero se merecía el trato que le había dado. Y le avergonzaba más aún el hecho de haberlo disfrutado.

Había estado tan segura de su decisión. Oh, Dios, ¿por qué no había escuchado a Angela? ¿Por qué era siempre tan egocéntrica y sólo pensaba en sus propios sentimientos, sin tomar en cuenta los ajenos? Si Edward le hubiera hecho esa misma proposición, sugiriéndole que compartiera su lecho hasta que concibiera un hijo, para luego no tener nada que ver con ella, ella se hubiera sentido destrozada y hubiera pensado que él era cruel e insensible... oh,

Dios ¿qué pensaría él de ella? Ella no hubiera aceptado una proposición tan ultrajante. Se hubiera sentido ofendida y furiosa, tal como lo estaba él.

 

Por lo menos, no la amaba. No quería ni pensar qué sentiría él ahora si la amara. Pero sentía otras cosas respecto a ella: deseo, celos, posesividad...

Bella comprendió de pronto que todos esos sentimientos estaban relacionados con el amor. Pero él le había dicho que no la amaba. No; había dicho que era muy pronto para hablar de amor. Pero nunca la había contradicho cuando ella le dijo que él no la amaba. No podía amarla. ¿Y si la amara? Tal vez le hubiera dicho la verdad cuando afirmó no haberle sido infiel. Si así fuera, el comportamiento de ella desde que se casaron había sido imperdonable. No... no. No podía estar tan equivocada.

Se sentó en la cama y vio que él aún estaba en el sillón y que tenía otra vez la copa de coñac en la mano. -¿Edward?

Él no la miró, pero su voz fue cortante y amarga. -Ve a dormir, Bella. Nos aparearemos nuevamente cuando yo lo crea conveniente.

Ella dio un respingo y volvió a acostarse. ¿En realidad pensaba que lo había llamado para invitarlo a aparearse? No, estaba tratando de ser desagradable y no podía cuparlo por ello. Era indudable que debería soportar muchas otras cosas desagradables, porque no sabía cómo desligarse de ese nuevo convenio que había concertado con él. Pero no se durmió. Y Edward no se fue a la cama.

Diosapagana: esta es una de una de las escenas preferidas de todo el libro, ¿Por qué será? ^^

Es realmente candente, sin llegar a ser burda, es sin otras palabras deliciosa.

Mí querida lectora, si tú como yo estas tan caliente que necesites darte un baño de agua fría, primero regálanos un review y después tendrás mi completa bendición para cerrar la pantalla… solo espero que te hayamos pervertido para que genere ganas y fantasías para usar nuevamente los sillones con otras intenciones. jajajajaj

Besos en el cuello.

Priscila

Capítulo 25: Tiro al pichón Capítulo 27: EL REMORDIMIENTO QUE CARCOME MI CONCIENCIA

 


 


 
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