SAGA DINASTIA CULLEN II: EMBAUCANDO AL AMOR (+18)

Autor: Danisabel
Género: + 18
Fecha Creación: 13/12/2010
Fecha Actualización: 24/01/2011
Finalizado: SI
Votos: 17
Comentarios: 87
Visitas: 85416
Capítulos: 32

En una carrera desesperada por conseguir marido, la adinerada y hermosa Isabella Swan busca a cualquier tipo de hombre dispuesto para contraer matrimonio, salvo uno… un libertino. ¿Qué sucederá cuando el mayor libertino y cabezota de Londres la ponga entre ceja y ceja? ¿Sucumbirá a sus encantos o buscara a ese marido aceptable que la salvara de las peligrosas maquinaciones de su primo?.

Esta historia es una adaptación del libro Tierna y Rebelde de Johanna Lindsey

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Link de la primera historia ... Saga dinastia Cullen I: El estigma del Amor


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Capítulo 14: UN ENCUENTRO CASUAL CON EL DESTINO

A Bella le pareció que había transcurrido una eternidad cuando, después de llamar repetidas veces, la puerta finalmente se abrió. Estaba tan nerviosa por el temor de ser capturada en cualquier momento, que su propia sombra la atemorizó cuando miró hacia atrás para asegurarse de que el viejo coche la estaba aguardando y el conductor todavía la miraba vigilante, aunque no sería una gran ayuda si James y sus secuaces la descubrieran.

 

Era el riesgo lo que la sobresaltaba. No debió detenerse allí. Había prometido a Angela que saldría a toda prisa de Londres, pero en cambio había ido directamente hasta allí. Por eso su corazón latía con tanta violencia. Era seguro que James la estaba persiguiendo y que se acercaba a ella cada vez más, mientras ella permanecía junto a la condenada puerta, aguardando que se abriera.

Cuando se abrió, entró atropelladamente y casi hizo caer al mayordomo. Ella mismo cerró la puerta y se apoyó contra ella. Luego miró al hombre, despavorida. Él también la miró horrorizado.

El mayordomo enderezó su chaqueta y se envolvió en su dignidad como si fuera una capa.

 

-Realmente, señorita...

Ella trató de impedir que continuara, lo que produjo una impresión más desfavorable aún.

 

-No me regañe, hombre. Lamento entrar de esta manera, pero se trata de una emergencia. Debo hablar con Sir Edward.

-Imposible -dijo él desdeñosamente- Sir Edward no recibe a nadie esta noche.

-Ah, ¿entonces no se encuentra aquí?

-No recibe visitas -dijo el mayordomo secamente- Tengo mis órdenes, señorita. Ahora, si es tan amable...

-No -dijo ella cuando él apoyó la mano sobre la falleba de la puerta-. ¿No me oyó? Debo verlo.

Él abrió la puerta y Bella se alejó de ella -No se hacen excepciones. -Pero cuando trató de tomarla del brazo para llevarla hacia fuera, Bella lo golpeó con su bolso. –Un momentito -dijo el hombre, indignado.

-Es usted un tonto -dijo ella en tono sereno pero mirada furibunda-. No me marcharé hasta ver a Sir Edward. No me arriesgué a venir para que me arrojen a la calle. Dígale... sólo dígale que una dama desea verlo. Hágalo o le juro que...

 

Dobson se volvió antes de que ella cumpliera su amenaza. Subió muy tieso las escaleras, demorándose deliberadamente. En todos los años que trabajara para Sir Edward, jamás había visto una dama semejante. Las damas no maltrataban a un hombre porque éste cumpliera con su deber. Qué ocurrencia. ¿Cómo se había rebajado Sir Edward a tratar con semejante mujer?

Al desaparecer del vestíbulo, Dobson consideró la posibilidad de aguardar unos instantes y luego regresar para tratar nuevamente de deshacerse de la mujer. Sir Edward había llegado de muy mal humor porque se había demorado y llegaría tarde a una reunión de familia en la casa de su hermano Carlisle que estaba con su familia en la ciudad. Lord Emmett y el joven Seth ya habían partido hacia allá. Aunque Sir Edward deseara ver a esa mujer, no tenía tiempo para ello. En ese momento se estaba vistiendo y bajaría dentro de unos instantes. Seguramente no querría demorarse más a causa de una mujer de dudosa condición. Si se tratara de otro compromiso no sería tan importante. Pero la familia era una prioridad para Sir Edward. Siempre lo había sido y siempre lo sería.

 

Y sin embargo... Dobson no podía dejar de pensar en la amenaza que había recibido.

Nunca se había enfrentado a un visitante tan insistentemente, a excepción de la propia familia de Sir Edward, naturalmente. ¿Sería ella capaz de gritar o de apelar a la violencia?

 

Cuando llamó a la puerta de la habitación, recibió una respuesta cortante. Dobson entró cautelosamente. Le bastó mirar a Willis, el criado de Sir Edward, para percibir que el estado de ánimo de su amo era el mismo. El hombre tenía una expresión mortificada, como si ya hubiera recibido muchos ultrajes de parte de Sir Edward.

En ese momento, Sir Edward se volvió. Casi nunca lo había visto en ropa interior.

Llevaba sólo los pantalones y se estaba secando los negros cabellos con una gruesa toalla.

Volvió a emplear un tono impaciente. -¿Qué sucede, Dobson?

-Una mujer, señor. Entró atropelladamente y exigió hablar con usted.

Edward giró sobre sí mismo, dándole la espalda. -Deshágase de ella.

-Lo intenté, señor. Se niega a marcharse.

-¿Quién es?

Dobson no pudo disimular su disgusto. -No quiso dar su nombre, pero dice ser una dama.

-¿Lo es?

-Tengo mis dudas, señor.

Edward arrojó la toalla lejos de sí, obviamente fastidiado. -Mierda; probablemente ha venido en busca de Emmett. Debí suponer que las mujerzuelas que conoce en las tabernas vendrían a mi casa si él permanecía aquí mucho tiempo.

Dobson aclaró con renuencia: -Disculpe, señor, pero ella mencionó su nombre, no el de Lord Cullen.

Edward frunció el ceño. -Entonces use su inteligencia, hombre. Las únicas mujeres que vienen aquí lo hacen por invitación. ¿No es así?

-Sí, señor.

-¿Y acaso hubiera yo formulado una invitación, teniendo un compromiso previo?

-No señor.

-Entonces, ¿por qué me molesta?

Dobson experimentó un intenso calor. -Para obtener su permiso para arrojarla a la calle, señor. Se niega a marcharse por las buenas.

-Lo tiene -respondió Edward secamente- Acuda a uno de los cocheros si no puede hacerlo por usted mismo, pero deshágase de ella antes de que yo baje.

Dobson enrojeció. -Gracias, señor. Creo que pediré ayuda. No me atrevo a enfrentarme sólo a esa escocesa.

-¿Cómo dijo? -preguntó Edward con tanta energía que Dobson palideció.

-Yo... yo...

-¿Dijo que era escocesa?

-No, pero su acento...

-Demonios, hombre, ¿porqué no me lo dijo? Hágala pasar; de prisa, antes de que decida marcharse.

-Antes de que... -Dobson abrió la boca desmesuradamente y mirando a su alrededor, dijo

-¿Aquí, señor?

-Ahora, Dobson.

 

Edward no podía creerlo. Aun cuando la vio entrar, mirar a Dobson con furia y luego lanzar la misma mirada iracunda a Edward, no podía creerlo.

-Ese mayordomo tuyo es muy grosero, Sir Edward.

Él sonrió. Ella estaba frente a él golpeando el suelo con el pie, los brazos cruzados sobre el pecho.

-Cuando te di mi dirección, cariño, fue para que me enviaras un mensaje en caso de necesidad, no para que aparecieras en mi casa de improviso. ¿Te das cuenta de que tu actitud es poco decorosa? Esta es la residencia de un hombre soltero. Y mi hermano y mi sobrino están viviendo aquí...

-Bien, si están aquí quiere decir que no estoy a solas contigo.

-Lamento decepcionarte, querida, pero han salido y estás a solas conmigo. Como ves, me estaba preparando para salir. Por eso Dobson se negaba a hacerte pasar.

 

Pero cuando ella lo observó, con ojos ofuscados por la ira, tuvo la sensación de que se preparaba para ir a la cama. Llevaba una bata corta y acolchada de raso azul plateado, los pantalones y nada más. Antes de que él atara el cinto de su bata ella atisbó el vello negro y ensortijado de su pecho. Tenía los cabellos húmedos, peinados hacia atrás con la mano y algunos mechones comenzaban a rizarse sobre sus sienes. Su aspecto era muy sensual. Tuvo que hacer un esfuerzo para dejar de mirarlo y recordar el motivo de su visita.

Pero de pronto vio la cama y súbitamente comprendió que la había recibido en su dormitorio. Demonios.

-¿Sabías que era yo...? no, era imposible -se respondió a sí misma, mirándolo a los ojos -¿Recibes aquí a todas tus visitas?

Edward rió.

-Sólo cuando llevo prisa, querida mía.

Ella frunció el ceño, pero trató de sobreponerse. Para ello, debió desviar la mirada.

-No te quitaré mucho tiempo. Tampoco yo puedo perderlo. Ocurrió algo... bueno, no te concierne. Baste decir que ya no tengo tiempo. Necesito un apellido, y lo necesito ahora.

 

El humor de él cambió súbitamente. Creyó saber exactamente qué quería decir ella y esa certeza le produjo una incómoda sensación en el estómago. Cuando él se ofreció ser su confidente, sólo lo había hecho para acercarse a ella. Pero no traicionaría sus propios planes ayudándola a casarse. Había tenido la intención de dilatar indefinidamente la situación y seducirla antes de que ella se casara. Y ahora ella le pedía que le consiguiera un apellido, que en realidad tendría si hubiera hecho lo que había prometido hacer. Era obvio que ella ya no necesitaba un confidente. Si él no la ayudaba, ella haría su propia elección, buena o mala. No le cabía duda alguna al respecto.

 

-¿Qué diablos ocurrió?

Ella parpadeó ante el tono áspero de él, tan repentino.

-Dije que no te concernía.

-Pues deberás explicarme por qué encaras este matrimonio con tanta desaprensión y tanta prisa.

-No es asunto tuyo -insistió ella.

-Si deseas que escoja un nombre para ti, deberás permitir que lo sea.

-Eso... eso...

-No es muy deportivo de mi parte, lo sé.

-Bruto. (¬¬ jajajajajajajaja)

Al verla enfadada, él recobró el buen humor. Era hermosa cuando sus ojos brillaban de esa manera. De pronto comprendió que ella estaba en su casa, en su dormitorio, donde tantas veces la imaginara, sin poder hallar la manera de concretar sus deseos. La sonrisa que esbozó la enfureció aún más.

“Has venido a mi guarida, cariño”, pensó él. “Ahora te tengo”

Edward dijo: -¿Deseas beber algo?

-Harías pecar a un santo -dijo ella, pero aceptó con un gesto de la cabeza y bebió un generoso sorbo del coñac que él le ofreció.

-¿Y bien? -dijo él, cuando ella continuó mirándolo enfurecida sin decir nada.

-Está relacionado con mi abuelo y la promesa que le hice de casarme tan pronto él muriera.

-Lo sé -dijo Edward serenamente.- Ahora dime por qué te hizo prometer eso.

-Muy bien -dijo ella-. Tengo un primo lejano que tiene la intención de casarse conmigo a toda costa.

-¿Y?

-No dije que lo deseara sino que ésa es su intención, con mi consentimiento o sin él. ¿Lo comprendes, ahora? Si James me atrapa, me obligará a hacerlo.

-Y tú no deseas casarte con él.

-No seas tonto -dijo ella con impaciencia, comenzando a pasearse por la habitación-. ¿Acaso crees que estaría dispuesta a casarme con un extraño por alguna otra razón?

-No, imagino que no.

Bella contuvo el aliento al ver la sonrisa de Edward. -¿Crees que es gracioso?

-Creo que has exagerado un tanto. Sólo necesitas que alguien persuada a ese primo tuyo de que sería mejor para él buscar una esposa en otra parte.

-¿Tú?

Él se encogió de hombros. -¿Por qué no? No rehusaría hacerte ese favor.

Ella estuvo a punto de golpearlo. Pero en cambio bebió el resto de coñac que había en su copa y se tranquilizó.

-Déjame decirte algo, Edward Cullen. Estás sugiriendo que arriesgue mi vida, no la tuya. No conoces a James. No sabes cuán obsesionado está ni cuánto ansía apoderarse de la fortuna de mi abuelo. Haría cualquier cosa para obtenerla y, una vez que la obtenga, nada le impide planear un accidente, o encerrarme en alguna parte, aduciendo que me he vuelto loca o algo semejante. Una advertencia tuya no lo amedrentaría, incluso en el caso de que pudieras hallarlo. Nada lo atemoriza. La única manera de protegerme de él es casándome con otra persona.

 Edward había tomado su copa, la había llenado nuevamente y se la había entregado mientras ella le relataba todo. Ella no pareció notarlo.

-Muy bien, ahora sé por qué has decidido casarte tan rápidamente. Peor, ¿por qué ahora deseas hacerlo de inmediato? ¿Qué te indujo a arriesgar tu reputación al venir aquí esta noche?

Ella dio un respingo al recordar ese peligro, que en otro momento le pareciera un mal menor.

-James sabe dónde estoy. Anoche me hizo drogar y logró que me sacaran de la casa de Kate.

-Demonios.

Ella prosiguió hablando como si no lo hubiera oído. -Esta mañana, cuando desperté, estaba encerrada en una habitación desconocida, cerca del muelle, aguardando la llegada del cura falso que nos casaría. Si no hubiera saltado por la ventana...

-Dios mío. Mujer, no hablas en serio.

 

Ella detuvo su impaciente deambular por la habitación para mirarlo desdeñosamente.

- No cabe ninguna duda. Todavía tengo en los cabellos el heno que se introdujo entre ellos y que estaba en el carro sobre el que caí. Tardé tanto en hallar el camino a casa que no he tenido tiempo de cepillarme prolijamente. Podría mostrártelo, pero Angela no está aquí para rehacer mi peinado y no creo que Dobson fuera capaz de hacerlo. Y no me iré de tu casa como si... como si...

Edward rió, echando la cabeza hacia atrás, al ver que ella no se atrevía a completar la frase provocativa. Bella le dio la espalda y fue hacia la puerta. Él se adelantó y le impidió salir.

 

-¿Dije algo indebido? -preguntó él inocentemente al oído de ella.

Bella no vaciló en propinarle un codazo. Satisfecha al oír su quejido, se deslizó junto a él para apartarse de la puerta.

-Creo que ya te has divertido bastante a mis expensas. Sólo pensaba estar aquí unos minutos y he estado perdiendo el tiempo con explicaciones innecesarias. Un cochero me aguarda y debo hacer un largo viaje. Dijiste que tú también llevabas prisa. Por favor, dime un nombre.

Él se apoyó contra la puerta ese “largo viaje” le producía pánico. -¿Te irás de Londres?

-Por supuesto. ¿No pensarás que pueda permanecer aquí, después de que James me ha descubierto, no?

-¿Y cómo te las ingeniarás para cortejar a uno de tus admiradores para que te proponga matrimonio si no te hallas aquí?

-Demonios. Carezco de tiempo para cortejar a nadie -dijo ella exasperada por sus continuas preguntas-. Yo haré la proposición, siempre que me indiques el nombre de alguien.

 

Su énfasis furioso lo decidió a cambiar de táctica. Pero en el momento no supo qué hacer. No le nombraría a nadie, ni aunque tuviera alguno para recomendar, pero si se lo decía, ella se marcharía de inmediato e iría quién sabe adónde. No sabía si atreverse a preguntarle qué rumbo llevaba. No, estaba harta de las evasivas deliberadas de él.

Fue hacia ella y le enseñó el sillón que estaba frente al hogar. -Siéntate, Bella.

-Edward... -comenzó a decir ella con tono admonitorio.

-No es tan sencillo.

Ella entrecerró los ojos con desconfianza. -Has tenido tiempo suficiente para hacer las averiguaciones necesarias, tal como lo prometiste.

-Recuerda que te pedí una semana.

Ella lo miró, alarmada. -Entonces no has...

-Todo lo contrario -la interrumpió él rápidamente- Pero no te agradará lo que averigüé.

Ella gruñó, ignoró el sillón que él le ofrecía y comenzó a caminar otra vez por la habitación. -Dímelo.

Edward hizo trabajar su imaginación a toda velocidad, tratando de acumular defectos y vicios para atribuirlos a sus candidatos. Comenzó con lo único que era verdadero, esperando inspirarse a medida que hablaba.

-Ese duelo que te mencioné y en el que David Fleming se negó a participar. No sólo lo convirtió en un cobarde sino también... bueno...

-Dilo. Supongo que involucraba a alguna mujer. No me sorprendería.

-No se produjo por una mujer, querida mía, sino por otro hombre y fue una discusión sentimental. -Aprovechando la conmoción momentánea de Bella, él volvió a llenar su copa de coñac.

-Quieres decir...

-Temo que es así.

-Pero parecía tan... tan, oh, no importa. Él está descartado.

-También deberás tachar a Dunstanton -dijo Edward. Como ella se marcharía de

Londres no podría constatar la veracidad de lo que él dijo a continuación-. Acaba de anunciar su casamiento.

-No lo creo -dijo ella-. El fin de semana pasado me invitó al teatro. Claro que luego canceló la invitación pero... oh, está bien. Yo deseaba acortar la lista. ¿Y Savage?

 

Edward se inspiró al escuchar el nombre. -No es el indicado, querida mía. En algún momento de su juventud disipada debe haber tomado su nombre muy en serio. El hombre es un sádico.

-Oh, vamos...

-Es verdad. Se complace en herir a cualquier ser que sea más débil que él: animales, mujeres. Sus criados están horrorizados...

-Está bien. No es necesario que entres en detalles. Resta Lord Warton; tu sobrina me lo recomendó; y Sir Artemus.

 

Fue Edward quien comenzó a pasearse por la habitación. No sabía qué decir de

Warton. Podía acusar a Shadwell de jugador empedernido pero no había ningún motivo para acusar a Warton. En realidad, podría ser un marido ideal para Bella. Pero esa idea lo enfadó de tal manera que pudo imaginar la peor bajeza.

Se volvió hacia Bella, fingiendo una expresión renuente. -Será mejor que descartes a Warton también. Su interés hacia ti era sólo una maniobra para despistar a su madre.

-¿Qué quiere decir eso?

-Está enamorado de su hermana. (What a Hell!! ajajjaja)

-¿Qué?

-Oh, es un secreto muy bien guardado -le aseguró Edward- Nessie lo ignora, porque Black no desea desilusionarla con una causa semejante. Ella es amiga de los tres Warton. Y él no me lo hubiera dicho si yo no le hubiera hablado de tu súbito interés por el individuo. Pero en una ocasión se reunió conmigo en el bosque y fue muy embarazoso, te imaginas...

-Basta. -Bella bebió su tercer coñac y le entregó la copa. -Has hecho cuanto te he pedido y te lo agradezco. Sir Artemus fue el primero que figuró en mi lista, de modo que parece lógico que sea él el elegido.

-Está descalificado, querida mía.

-No habrá problemas. -Ella sonrió.- Poseo suficiente dinero como para restituir el que pierda a causa del juego.

-Creo que no comprendes, Bella. En los últimos años, su pasión por el juego se ha convertido en una enfermedad. Era uno de los hombres más adinerados de Inglaterra y ahora prácticamente no posee nada. Ha debido vender todas sus propiedades, excepto la que posee en Kent y ésa está hipotecada.

-¿Cómo lo sabes?

-Mi hermano Carlisle se encargó de las ventas.

Ella frunció el ceño, pero insistió empecinadamente -No me importa. En realidad, me da la seguridad de que no rechazará mi propuesta.

-Oh, la aceptará, sin duda. Y dentro de un año estarás tan pobre como él.

-Olvidas que yo seré quien controle mi fortuna, Edward.

-Es cierto, pero no tomas en cuenta el hecho de que un hombre puede obtener crédito en el juego, y eso es imposible de controlar. Sus acreedores acudirán a ti, porque serás legalmente su esposa; incluso podrán entablarte un juicio. Y los tribunales, querida mía, no respetarán tu contrato cuando prueben que te casaste con Shadwell sabiendo que era jugador. Deberás afrontar sus deudas, lo quieras o no.

 

Bella palideció. Lo miró con asombro e incredulidad. Como no conocía las leyes, no tenía por qué dudar de la palabra de Edward. Se vio obligada a creerle. Y pensar que en un momento pensó que un jugador contumaz sería el candidato perfecto, sin tener en cuenta que podría conducirla a la ruina. Era como entregar su fortuna a James.

-Eran todos tan aptos -dijo ella distraídamente y apenada; luego miró a Edward con sus grandes ojos chocolate-. ¿Te das cuenta de que me has dejado sin nadie?

 

Su expresión lo conmovió. Él era el responsable, con sus verdades a medias y sus invenciones. Había interferido en la vida de ella por motivos puramente egoístas. Pero no podía empujarla en brazos de otro hombre. No podía hacerlo. Y no sólo porque la deseara. La idea de que otro hombre la tocara le producía una sensación angustiosa. No, no podía lamentar lo que había hecho; su alivio era enorme. Pero tampoco podía evitar la pena.

 

Hizo un esfuerzo para animarla. -Fleming te aceptaría, aunque sólo fuese para salvar las apariencias. -Si él pensara que ella podría aceptarlo, se vería obligado a matar al individuo.

-Sería ideal para tus fines y yo podría estar seguro de tenerte sólo para mí.

Con ese comentario solamente logró provocar la ira de ella. -No tomaría a un hombre que odiase tocarme. Si debo casarme, querré tener hijos.

-Eso puede solucionarse, querida mía. Yo estoy dispuesto a hacerlo -respondió él.

Pero ella no lo escuchaba. -Supongo que podría regresar a casa y casarme con un granjero. ¿Qué importa con quién me case? Lo que importa es hacerlo.

 

Él comprendió que todos sus esfuerzos habían sido vanos. -Por Dios, no puedes...

Ella todavía cavilaba sobre sus oportunidades perdidas. -Debí hacerlo desde un comienzo. Por lo menos sabré con quién me caso.

Él la tomó de los hombros, obligándola a escucharlo. -Maldito sea, mujer; no estoy dispuesto a permitir que desperdicies tu vida con un granjero. -Y, antes de darse cuenta de lo que iba a decir, Edward balbuceó: -Te casarás conmigo.

 

:O :O :O :O :O :O…… no puedo cerrar mi mandíbula, Edward le ha dicho que se case con él, ese egoísta no se da cuenta de lo obvio y cree que es solo porque la quiere tener en su cama, ¿Por qué los hombres son tan ciegos?, ahora resta saber que opinará una Bella pasada de tragos de todo esto, ¿Creen que acepte?, yo que e ella si lo haría ustedes que opinan???...

 

Diosapagana: No hay nada más hermoso que un hombre que se pone la soga de la horca él solo, Muajajajajaja, bello idiota, sus propias mentiras lo han hecho saltar al vacío, solo esperemos que abajo lo encuentra un carro con heno o se romperá su dura crisma, jajajaja.

Mi seductora lectora, adicta a los Fics que abandona la tediosa realidad para hundirse en un mundo de fantasía, si estas allí y quieres saber que le contestara nuestra Bella a Nuestro Ed, déjanos un Review, o veras las consecuencias, Muajajajajajja, (si estoy malvada ¿y qué?)

Besos o nalgadas.

Priscila

Capítulo 13: ATRAPADA POR EL VERDADERO DEMONIO Capítulo 15: UN ADIOS PLACENTERO A MI SENTIDO COMÚN!!!

 


 


 
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