SAGA DINASTIA CULLEN II: EMBAUCANDO AL AMOR (+18)

Autor: Danisabel
Género: + 18
Fecha Creación: 13/12/2010
Fecha Actualización: 24/01/2011
Finalizado: SI
Votos: 17
Comentarios: 87
Visitas: 85442
Capítulos: 32

En una carrera desesperada por conseguir marido, la adinerada y hermosa Isabella Swan busca a cualquier tipo de hombre dispuesto para contraer matrimonio, salvo uno… un libertino. ¿Qué sucederá cuando el mayor libertino y cabezota de Londres la ponga entre ceja y ceja? ¿Sucumbirá a sus encantos o buscara a ese marido aceptable que la salvara de las peligrosas maquinaciones de su primo?.

Esta historia es una adaptación del libro Tierna y Rebelde de Johanna Lindsey

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Link de la primera historia ... Saga dinastia Cullen I: El estigma del Amor


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Capítulo 19: COMENZANDO LA CACERIA DEL ZORRO

-¿Y ahora, qué sucede? ¿Qué haces ahí sentada, sonriendo?

Bella inclinó levemente el espejo de mano y vio la imagen de Angela reflejada detrás de ella. Su sonrisa se hizo más ancha y sus ojos, brillantes, trataron de parecer inocentes. Se volvió, aún sentada sobre la banqueta.

-¿Sonreía? No puedo imaginar por qué.

Angela lanzó un bufido, pero también esbozó una sonrisa. -Estás contenta contigo misma, ¿verdad?

Bella dejó de fingir. -Sí. Oh, Angela, nunca creí que pudiera ser tan feliz.

-No me sorprende. Has conquistado a un hombre muy apuesto. Pero, ¿por qué lo mantenías en secreto?

-No hubo ningún secreto. No figuraba en mi lista, Angela. Cuando me pidió que me casara con él, me sorprendí tanto como los demás.

-Bien, todo cuanto pido es que seas feliz con él. Es mucho más de lo que esperaba, dada la prisa que llevabas. Ni siquiera importa que esta casa sea tan espartana y que los criados sean groseros y esnobs.

Bella rió. -Imagino que has conocido a Dobson.

-Sí; es un patán. Y un estirado. Pero no me sorprende, ya que es el que tiene a sus órdenes a los demás criados. No hay un ama de llaves ni criadas; sólo dos que vienen varias veces por semana para realizar la limpieza. Hasta el cocinero es un hombre y también es muy vanidoso.

-Por lo visto, tienes muchas quejas, Angela. Pero no te preocupes tanto. Olvidas que ésta era una residencia de hombres solteros. Estoy segura de que Edward no pondrá objeciones si hacemos algunos cambios. Hay que comprar muebles nuevos. -Miró a su alrededor y pensó en el toque femenino que necesitaba su nuevo dormitorio. -Habrá que contratar nuevos criados. Puedo asegurarte que estaremos muy ocupadas en las próximas semanas.

-No incurras en gastos excesivos por mi causa. Y recuerda que antes de gastar, debes consultar a tu marido. Los maridos suelen ser quisquillosos respecto a esas cosas.

-No te preocupes, Angela. No usaré su dinero pues tengo fortuna propia.

-Deberías hablar primero con él, niña. A los hombres les gusta pagar las cuentas de sus mujeres, ¿no lo sabías? El problema es que has estado ocupándote de ti misma durante demasiado tiempo, incluso antes de que tu abuelo muriera. Pero ahora estás casada. Debes hacer concesiones y hacer las cosas de otra manera si deseas mantener la armonía conyugal.

En ese momento, llamaron a la puerta y Angela dijo:

-Ya debe estar preparada el agua para tu baño. -¿Tienes prisa para reunirte con tu marido a la hora de almorzar? O tienes tiempo para...

-Hay mucho tiempo, Angela. Creo que Edward salió. -Bella se ruborizó. –Cuando me lo dijo estaba medio dormida. Pero dijo algo acerca de su cabalgata matutina y algunas cosas que debía hacer. No creo que regrese antes de la hora de comer, de modo que puedo dedicar el día a conocer la casa y los criados. Y además, debo enviar una carta a Kate para explicarle lo ocurrido. -Bella había dormido muy poco la noche anterior, de manera que pensó que todo eso era suficiente para un día.

 

Una hora después se había puesto un vestido de fresca muselina de color beige, estampado con flores primaverales en colores rosados y amarillo. Bella salió de la habitación de Edward, que ahora era también la de ella, y comenzó a caminar por el vestíbulo. Prácticamente no había visto la casa la última vez que estuvo en ella, ni tampoco la noche anterior, pero pronto solucionaría el problema. Iba a necesitar la ayuda de Dobson. Dado que había otros Cullen en la residencia, no podía abrir puertas indiscriminadamente.

 

Dedicó un instante a pensar en los otros dos habitantes de la casa, el hermano de Edward y su hijo. Se preguntó si Edward admitiría ahora que Seth Cullen era su hijo. No había motivo alguno para que lo negara, al menos no ante ella. Era un joven apuesto, del cual se podía estar orgulloso, y era el vivo retrato de su padre. Era ridículo que Edward negara su paternidad; bastaba mirar al muchacho para saber quién lo había engendrado.

Ella debía hacerse amiga del joven, cosa que no le parecía difícil. Emmett Cullen, en cambio, era otra cosa. No había motivos para ser muy amistosa con él, sino todo lo contrario. ¿Debería decir a Edward que Emmett la había besado en una ocasión? Tal vez ya lo sabía. Le había dicho que había estado celoso de su hermano.

Sonrió al recordar la disparatada conversación que habían mantenido la noche anterior.

No sabía cómo lo había logrado, pero la había convencido de que sería un marido maravilloso. Todos sus preconceptos acerca de los libertinos se habían desvanecido. Él le sería fiel. Ella lo sabía y lo creía firmemente y eso la hacía muy feliz. ¿Qué más podía pedir que tener a Edward Cullen sólo para ella? Su amor, pensó. Pero lo tendría. Debía tenerlo.

-Diablos, ¿qué estás haciendo tú aquí?

Bella se detuvo en lo alto de las escaleras. Seth Cullen, que se dirigía a la planta alta, se detuvo en seco, boquiabierto. Bella decidió responderle traviesamente, pues era obvio que él aún no se había enterado de su matrimonio.

-Pasé la noche aquí, ¿no lo sabías?

-¿Pasaste la noche? -repitió él.

-Sí, y he estado pensando en instalarme en esta casa.

-Pero aquí somos todos solteros.

-Pero hay mucho sitio, ¿no crees? Y en esta casa hace falta una mujer.

-¿Ah, sí? -dijo él, confundido; luego meneó la cabeza-. Pero no sería decoroso. Tú eres una dama... bueno, quiero decir... tú sabes. No sería correcto.

-¿No? -Bella sonrió. -Entonces deberé hablar con tu padre. Él insiste en que me quede.

-¿Él? -Seth estuvo a punto de ahogarse. -Diablos, sí que la ha hecho buena. El tío

Edward se pondrá furioso. Te había echado el ojo. Demonios, es probable que ahora nos arroje a la calle.

-Seth -comenzó a decir ella, dejando la broma de lado. No pensó que le afectaría tanto. -No necesitas fingir. Sé que Edward es tu padre. Y lamento haberte hecho una broma. Me quedo porque ayer me casé con tu padre. Debió decírtelo.

 

Seth volvió a abrir la boca, estupefacto, pero se recuperó pronto.

-Cuando hablas de mi padre, ¿te refieres a Edward? ¿Te casaste con Edward Cullen?

-No tienes por qué sorprenderte tanto.

-Pero... no lo creo. ¿Edward casado? No lo haría, estoy seguro.

-¿Por qué no?

-Porque no. Es un soltero terco. Muchas mujeres lo rodean. ¿Para qué desearía una esposa?

-Ten cuidado, jovencito -le advirtió Bella ásperamente-. Estás a punto de ofenderme.

Seth se ruborizó. -Dis... disculpa, Lady Swan No quise ofenderte.

-Ahora soy Lady Cullen, Seth -dijo ella, mostrando su anillo de bodas-. Nos casamos anoche en Silverley y tu prima Renesme  y su esposo fueron testigo de la boda. De modo que debes creerlo. No tengo por qué mentir y puedes preguntárselo a tu padre cuando regrese.

-¿Mi padre estuvo allí?

Bella suspiró -¿No crees que debió estarlo tratándose de su propia boda?

-No, me refería a Emmett. Él es mi padre. Realmente lo es.

Ahora, la sorprendida fue Bella, pues era obvio que Seth hablaba en serio. -Pero, te pareces tanto a Edward.

 

-Lo sé. -Él sonrió. -Pero también Nessie se parece a él y Alice, la hija del tío Carlisle. Y mi tía Marie, la madre de Nessie, también se le parecía, aunque no la conocí. Murió cuando Nessie era un bebé. Los otros Cullen son rubios. Sólo nosotros cinco nos parecemos a la bisabuela Cullen.

-Aún debo aprender muchas cosas acerca de esta familia; es tan numerosa.

-¿Es cierto que se casó contigo? ¿Lo hizo de verdad?

-Sí, Seth, lo hizo. -Ella sonrió y descendió unos escalones para tomar su brazo. - Ven y te lo contaré todo. Emmett, tu padre, estaba aquí anoche cuando Edward me hizo cruzar el umbral en sus brazos. Si crees que has recibido una sorpresa, debiste ver su rostro

-No lo dudo. -Su risa era muy profunda para un hombre tan joven, pero contagiosa.

 

Cuando Edward y Emmett entraron en la taberna y miraron el salón atestado de gente, se produjo el mismo fenómeno que había tenido lugar varias veces a lo largo de la tarde. Los ocupantes los contemplaron, se dieron codazos entre sí y luego se hizo el silencio; un silencio tan denso como el humo que flotaba sobre las mesas gastadas.

El silencio había durado unos veinte segundos. Edward ni siquiera lo notó. Estaba fatigado, frustrado y un tanto ebrio, ya que habían bebido en las nueve tabernas en las que habían entrado para interrogar a los cantineros. Emmett lo percibió y, una vez más, se regañaba a sí mismo por no vestirse adecuadamente para esa clase de salidas. Pero ninguno de los dos pensó que la excursión se prolongase todo el día.

Edward decidió que ya era suficiente para un día, pero en ese momento vislumbró una mata de cabellos rojizos. Miró a su hermano y le señaló el bar con la mirada. Emmett miró hacia allí y también vio al individuo. Los cabellos rojizos no bastaban para convertirlo en

James el primo de Bella, pero era probable que fuera un escocés. Emmett suspiró, son la esperanza de que la búsqueda hubiera concluido. Las persecuciones infructuosas no eran su manera favorita de emplear el tiempo.

-¿Por qué no nos sentamos en esa mesa cerca del bar y tratamos de escuchar lo que se conversa? -sugirió Emmett.

-¿Por qué no ir directamente y preguntarle? -dijo Edward.

-A estos hombres no les agrada que les hagan preguntas, querido hermano. Por lo general tienen algo que ocultar. ¿Aún no se te había ocurrido?

Edward frunció el ceño pero asintió. Emmett estaba en lo cierto. Las personas a las que habían formulado preguntas no habían colaborado con ellos. Pero deseaba concluir ese asunto y regresar a su casa. Su mujer lo aguardaba y no era ésta la manera en que imaginó pasar su segundo día de matrimonio.

Lo que debió llevar tan sólo unas pocas horas se había convertido en una comedia exasperante. Edward se había dispuesto a explicar a Emmett el asunto de James y el motivo por el que se había casado tan apresuradamente, cuando John, el investigador, interrumpió su desayuno para entregarle la dirección de James. Fue con certeza la expresión de ave de presa satisfecha que apareció en el rostro de Edward lo que instó a Emmett a ofrecerle su compañía. No porque Edward tuviera intenciones de herir al canalla. Sólo deseaba impresionarlo con una contundente zurra, informarle que Bella estaba ya fuera de su alcance, pues no sabía si James estaría enterado del casamiento a través de los periódicos, y advertirle que no la molestase más. Muy sencillo. No necesitaba la ayuda de Emmett, pero a medida que transcurrió el día, se alegró de tenerlo a su lado.

La primera frustración la sufrieron cuando descubrieron que James ya había abandonado el apartamento que había alquilado. Por esa razón pasó el resto del día haciendo averiguaciones en cualquier alojamiento y taberna que hubiera en la vecindad, aunque infructuosamente.

Sólo conocía James a través de la descripción que le había hecho la dueña del apartamento, pero coincidía con el aspecto del individuo que estaba en el bar. Alto, de cabellos rojizos, ojos de color azul claro, muy apuesto, según la señora Pym. Edward aún no había podido ver sus ojos y no sabía si era apuesto, ya que eso era una apreciación subjetiva, pero el resto coincidía, incluyendo la ropa que llevaba. Estaba acompañado; probablemente se tratara de uno de sus secuaces. Era un hombre bajo que llevaba una gorra encasquetada hasta las orejas, que impedía distinguir con claridad sus rasgos.

Estaban conversando y la sugerencia de Emmett respecto a que escucharan la conversación parecía razonable, a pesar de que Edward estaba perdiendo la paciencia.

Después de todo el trabajo que se había tomado ese día, ya no sólo deseaba golpear al individuo sino que contemplaba con placer la perspectiva de inferirle un daño más permanente. Había dejado de almorzar, de cenar, de hacer el amor con su mujer. Esperaba que ella apreciara los esfuerzos que estaba haciendo por su causa.

 

Fue detrás de su hermano hasta la mesa ocupada por dos hombres de aspecto rudo y su malhumor se disipó un tanto cuando vio que su hermano los miraba fijamente para que desocuparan los asientos. -Es asombroso cómo lo logras, viejo.

Emmett sonrió inocentemente. -¿Qué cosa?

-Expresar crimen y destrucción con esos ojitos verdes y esos lindos hoyuelos de niño pequeño.

-No puedo evitar que los individuos crean que pueda dañarlos físicamente. No es mi intención y lo sabes. Soy el hombre más pacífico de este lado del...

-¿Infierno? -sugirió Edward con una sonrisa torcida-. Menos mal que Embry no está aquí; de lo contrario moriría de risa.

-Basta, cachorro. Debemos beber algo para no seguir llamando la atención.

Edward se volvió para llamar a una camarera. Una prostituta sorprendentementebonita para   sitio como ése se sentó en su regazo y le rodeó el cuello con los brazos. Lo hizo con tanta rapidez que él no tuvo tiempo de reaccionar.

Emmett se apiadó de él, divertido ante la situación en que se veía envuelto su hermano.

-Te has equivocado de regazo, muchacha. -La camarera lo miró, confundida, y Emmett sonrió.

 -Tienes frente a ti una de las criaturas más dignas de compasión de este mundo: un hombre casado y que, además, esta noche está muy preocupado. Si depositas tu bonito trasero sobre este otro lado de la mesa, quizás descubras que es más rentable.

 

La camarera rió al escuchar las palabras de Emmett, a las que estaba habituada, pero que no esperaba de un caballero tan elegante. Miró ansiosamente a Edward, que era el que había llamado su atención cuando ambos entraron en el lugar. Valía la pena volver a intentarlo, si bien el otro era tan apuesto como él.

Ignoró el ceño fruncido de Edward, provocado por le comentario de Emmett, y enroscó sus largos cabellos rojizos en torno de su cuello para acercarlo a ella y, debajo de la mesa, sus nalgas se movieron, provocando, sobre su regazo. -¿Estás seguro de que no me quieres amorcito? Sería muy feliz si...

Reaccionando con suma rapidez, Edward la levantó, obligándola a ponerse en pie y empujándola hacia Emmett. -En otro momento, amorcito -dijo adustamente, pero entrecerró los ojos al ver la mirada divertida de Emmett.

Emmett no estaba perturbado en lo más mínimo. Tomó a la joven por la cintura, acarició sus nalgas, murmuró algunas palabras en su oído y le encargó dos cervezas.

-¿Te agradó? -dijo Edward burlándose.

-Sea éste tu hombre o no, ya he tenido suficiente por hoy. No me desagradaría obtener alguna compensación por el trabajo que me tomé y ella parece ser la indicada para proporcionármela.

Edward sonrió. -Sí, imagino que así será. Pero no olvides que me prefirió.

-Tu victoria reciente te ha envanecido, muchacho. Odio hacerte volver a la realidad, pero obviamente es necesario recordarte que, de ahora en adelante, sólo podrás limitarte a mirar, mientras que yo puedo hacer cuanto se me antoje.

-¿Acaso me he quejado de mi condición de hombre casado?

-Recuerda esas palabras cuando lo hagas. Las mujeres deben ser disfrutadas en el momento. Si la situación se prolonga, la cordura del hombre corre peligro.

 

 

Emmett se fijó sobre todo en el hombre más bajo y frunció el ceño; tenía las nalgas más bonitas que jamás viera en un individuo del sexo masculino. Edward también les prestó atención cuando el pelirrojo, que estaba a menos de dos metros de distancia, levantó un tanto la voz. Su acento escocés era inconfundible y nuevamente recordó por qué se hallaban allí.

-Ya he oído suficiente -dijo Edward y se puso de pie.

Emmett lo tomó del brazo y dijo en voz baja:

-No has oído nada. Sé razonable. No sabemos cuántos de los individuos que se hallan aquí puedan ser hombres que trabajan para él. Podemos aguardar hasta que se marche.

-Tú podrás aguardar. Yo tengo una esposa en casa y ya la he hecho esperar demasiado.

 

Pero antes de que diera un paso más, Emmett dijo en voz alta: - James Cameron -con la esperanza de que no hubiera respuesta, pues Edward se encontraba muy alterado. Lamentablemente, la hubo; ambos individuos se volvieron aun tiempo y recorrieron el salón con la mirada, uno con temor, el otro agresivamente. Los dos pares de ojos se fijaron sobre Edward cuando éste se quitó de encima la mano de Emmett y avanzó hacia ellos. Pero Edward sólo miraba al escocés.

-¿James? -preguntó en voz baja.

-Mi nombre es MacDonell, hombre, Ian MacDonell.

-Miente -gruñó Edward, tomando al hombre por las solapas y levantándolo hasta que los ojos de ambos estuvieron al mismo nivel y a pocos centímetros de distancia. Edward comprendió su error cuando era demasiado tarde. Los ojos entrecerrados que lo miraban con furia eran grises, no azules. En ese mismo instante, el pequeño hombrecito que estaba junto a ellos sacó un cuchillo de la manga. Emmett intervino, pues Edward estaba tan concentrado en el pelirrojo que no había notado la maniobra de su compañero. Arrojó el cuchillo hacia un costado, pero fue atacado con golpes de puño y puntapiés. No le hizo mucho daño, pues el hombrecito tenía poca fuerza. Pero Emmett no estaba dispuesto a tolerar el ataque. Sin esfuerzo alguno, levantó en vilo a su contrincante. No se sorprendió al tocar un seno con la mano.

 

Edward los miró y contempló desorientado el delicado mentón, los labios tersos y la pequeña nariz. La gorra le cubría los ojos, pero los pómulos eran innegablemente femeninos. Sorprendido, exclamó en voz alta

-Dios mío, es una mujer.

Emmett sonrió. -Lo sé.

-Se han lucido, miserables -dijo la joven y varios hombres la miraron-. Mac, haz algo.

 

MacDonell lo hizo. Llevó el brazo hacia atrás para golpear a Edward. Fue un movimiento rápido; era imposible no pelear. Además, Edward necesitaba desahogar su frustración. Tomó el puño del hombre y lo aplastó contra la barra del bar.

-No haga eso, MacDonell -dijo Edward-. Cometí un error; le pido disculpas.

MacDonell quedó desconcertado ante la facilidad con que Edward lo había dominado. No era mucho más pequeño que el inglés, pero le era imposible levantar el puño. Y tuvo la sensación de que, aunque pudiera hacerlo, no le serviría de mucho.

 

Juicioso, el escocés asintió con un gesto de la cabeza y Edward soltó su mano. Pero

Emmett aún sostenía a su compañera y el escocés dirigió su ira hacia él.

-Suéltela o le golpearé. No puedo permitir que la maltrate...

-Cálmese, MacDonell -dijo Edward en voz baja-. No le hará daño. ¿Nos permite que los acompañemos hasta la salida?

-No es necesario...

-Mire a su alrededor -dijo Emmett-. Aparentemente es necesario, a causa del error que cometió mi hermano.

Tomó a la joven y se encaminó hacia la puerta, llevándola debajo del brazo. Ella trató de protestar pero se reprimió cuando él oprimió sus costillas. Como MacDonell no la oyó quejarse, los siguió. Edward hizo lo mismo, después de dejar unas monedas sobre la barra, en pago de las cervezas que nunca bebieron. Miró hacia el salón y vio que la mayoría de los clientes aún miraban a Emmett y a la joven; en realidad, más a la joven que a Emmett. Él se preguntó durante cuánto tiempo habría estado en la taberna hasta que su disfraz fue descubierto. No importaba. Aunque llevaba pantalones y suéter muy grande, cualquiera de esos hombres hubiera intentado aprovecharse de ella si Emmett no la sostuviera con tanta firmeza.

Edward imaginó que era esperar demasiado suponer que podrían salir de allí sin que se produjera otro incidente. Se apresuró a unirse a los otros cuando la camarera apareció y tomó el brazo de Emmett con gesto posesivo, deteniéndolo. Edward llegó a tiempo para escuchar su protesta.

-Oye, ¿no pensarás marcharte, verdad?

Emmett, en lugar de hacerla a un lado, le sonrió. -Regresaré más tarde, cariño.

Ella cambió su expresión y ni siquiera miró el bulto que él llevaba debajo del brazo. -Mi trabajo concluye a las dos.

-Entonces, vendré a las dos.

-Es demasiado tarde -dijo un marinero musculoso que se había puesto de pie, impidiendo que Emmett avanzara. Edward suspiró y se acercó a su hermano.

-Supongo que no tendrás inconveniente de dejarla en el suelo y ocuparte de esto, Emmett.

-No.

-Eso pensé.

-No intervengas -dijo el marinero-. No tiene derecho a entrar aquí y llevarse a dos de nuestras mujeres.

-¿Dos? ¿Esta pequeña golfa es vuestra? -Edward miró a la joven que se había levantado la gorra para ver mejor y los miraba con expresión asesina. -¿Perteneces a este hombre, cariño?

Ella hizo un gesto negativo con la cabeza. Por fortuna, el marinero era un bruto mal parecido; de lo contrario, quizás la respuesta hubiera sido diferente, pues estaba furiosa a causa de la manera en que la estaban tratando. Edward no la culpaba. Emmett la sostenía con más fuerza de la necesaria y le había hecho adoptar una postura muy poco digna.

 

 Edward. Luego dio una trompada al individuo. El marinero aterrizó, inconsciente, a varios metros de distancia. El hombre que había estado sentado a su lado se levantó gruñendo, pero no fue lo suficientemente veloz. Un golpe lo envió otra vez a su silla; su nariz sangraba. Edward se volvió despacio y arqueó una ceja con gesto interrogante. -¿Hay alguien más que desee intervenir?

De espaldas a él, MacDonell sonreía, alegrándose de no haberse enfrentado al inglés.

Nadie se movió; aparentemente coincidían con MacDonell. Todo había sucedido muy rápidamente. Sabían distinguir a un buen pugilista cuando lo veían.

-Muy bien, muchacho -dijo Emmett, felicitándolo-. ¿Podemos marcharnos?

Edward asintió y sonrió. -Después de ti, viejo.

Cuando estuvieron afuera, Emmett dejó a la joven de pie frente a él. Ella lo miró a la luz tenue de la lámpara que pendía sobre la puerta de la taberna, vaciló un instante y luego le propinó un puntapié en la canilla y huyó calle abajo. Él maldijo violentamente y se dispuso a correr tras ella, pero poco después se detuvo al ver que era inútil. Ella ya había desaparecido en la oscuridad de la calle.

Se volvió, maldiciendo una vez más y comprobó que también MacDonell se había esfumado. -¿A dónde mierda se fue el escocés?

Edward, que reía a carcajadas, no le oyó. -¿Qué dices?

Emmett sonrió tensamente. -El escocés. Ha desaparecido.

Edward se volvió. -Qué ingrato. Deseaba preguntarle por qué ambos volvieron la cabeza cuando nombré a Cameron.

-Al diablo con eso -dijo Emmett-. ¿Cómo podré hallarla si no sé quién es?

-¿Hallarla? -dijo Edward, riendo-. Te regocijas con el castigo, hermano. ¿Para que deseas una ramera que insiste en lastimarte, cuando tienes otra que está contando los minutos aguardando tu regreso?

-Me intrigó -dijo Emmett. Luego se encogió de hombros. -Supongo que estás en lo cierto. La pequeña camarera podrá tomar su lugar. -Pero volvió a mirar calle abajo antes de que ambos se encaminaran hacia el coche que los aguardaba.

 

Diosapagana: Oh, si la búsqueda de Cameron, hizo que encontraran algo diferente que no esperaban, ¿Quién será esa mujer oculta en ropas de hombre que desconcertó tanto a nuestro querido Emmet? ¿Y por ella y el otro escoses huyeron de esa manera? Solo Dios, Johanna Lindsey, Lebasi y yo sabemos la respuestas, (además de las miles de lectoras que leyeron la Saga Malory) pero esta respuesta deberá esperar bastante para ser aclarada.

Y mi querida lectora espero tu review con ansias para ver qué opinas de todo lo que está sucediendo ahora en esta maravillosa historia que estamos adaptando.

Besos muy somnolientos. Priscila.


lLOOO SEEE LO SEEE HEMOS TARDADO MUCHO EN SUBIR CAP ESTA VEEZZZ PERO CHICAASSS NO ERA NUESTRA INTENCIÓN LA VIDA AVECES ES MUY COMPLICADA JEJE Y LOS PROFESORESSS SON SON MUY MALOSS DE TODAS FORMAS AQUÍ ESTA EL CAPITULOOO ESPERO QUE LES GUSTE NO OLVIDEN DEJAR SUS COMENTARIOS Y VOTOSSSSS!!!!

 

Capítulo 18: NUESTRA SEGUNDA PRIMER NOCHE DE BODAS Capítulo 20: JUGANDO CON FUEGO!!!

 


 


 
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