SAGA DINASTIA CULLEN II: EMBAUCANDO AL AMOR (+18)

Autor: Danisabel
Género: + 18
Fecha Creación: 13/12/2010
Fecha Actualización: 24/01/2011
Finalizado: SI
Votos: 17
Comentarios: 87
Visitas: 85420
Capítulos: 32

En una carrera desesperada por conseguir marido, la adinerada y hermosa Isabella Swan busca a cualquier tipo de hombre dispuesto para contraer matrimonio, salvo uno… un libertino. ¿Qué sucederá cuando el mayor libertino y cabezota de Londres la ponga entre ceja y ceja? ¿Sucumbirá a sus encantos o buscara a ese marido aceptable que la salvara de las peligrosas maquinaciones de su primo?.

Esta historia es una adaptación del libro Tierna y Rebelde de Johanna Lindsey

LINK EN FANFICTION PARA LAS QUE NO LO PUEDEN VER PASEN POR AQUÍII DISCULPEN LAS MOLESTIAS :(

Link de la primera historia ... Saga dinastia Cullen I: El estigma del Amor


+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 12: EL DIABLO CON CARA DE ANGEL

Bella se volvió en la cama, frotó sus ojos y parpadeó al mirar el reloj que estaba sobre la repisa. Maldición!!!, había tenido verdaderos deseos de intervenir en la cacería de esa mañana. Incluso había prometido a Justin que cabalgaría con él y había pensado deslumbrarlo con sus talentos ecuestres. Pero la cacería seguramente había llegado a su fin.

 

Habían mencionado la posibilidad de un almuerzo campestre a orillas del lago y era mediodía. Maldición, maldición.

Se sentó en la cama, mirándola con encono, pues no le había brindado descanso durante la noche. Angela había tratado de despertarla. Lo recordaba. Pero nada la hubiera podido sacar de la cama temprano, porque se había dormido al amanecer. Algo más que podía rendir en calidad de tributo al endiablado Edward Cullen.

Y no había excusas posibles. Cuando se acostó era poco más de medianoche. Como el día anterior se había levantado temprano para viajar hasta Silverley y no había dormido por la tarde, a la noche había estado exhausta. Y había tenido que esperar varias horas para superar el fastidio que le provocara el hermano de Edward cuando le habló de sus preferencias masculinas. Incluso había conversado con Renesme y ahora sabía mucho más acerca de sus Posibles que antes, aunque lamentablemente, no se había producido ninguna revelación de importancia que le hiciera reducir la lista, tal como esperaba.

 

Sir Artemus Shadwell era un jugador empedernido, pero Bella ya había llegado a esa conclusión por sí misma, y era lo suficientemente rico como para disfrutar de ese pasatiempo. Lord Grahame, el distinguido conde Dunstanton, había enviudado tres veces. Al menos, lo seguía intentando. Lord David Fleming, el vizconde que era también heredero de un título de duque, era un soltero contumaz y tan discreto respecto de sus aventuras amorosas que su nombre nunca había sido vinculado al de ninguna mujer. Recomendable. Pero el honorable Christopher Savage era todavía un enigma para ella. Los Black simplemente no lo conocían.

Pero sus caballeros no eran los que habían ocupado sus pensamientos durante toda la noche. También había olvidado la desvergüenza de Emmett Cullen. Era ese villano con aspecto de Dios Griego el que causaba su insomnio. Hora tras hora había revivido los desastrosos momentos que pasara con él en el invernadero.

Y bien, ya no volvería a suceder; no continuaría malgastando su tiempo pensando en sinvergüenzas de malas intenciones y no habría más dilaciones. Se abocaría a su tarea y esperaba, o mejor, rogaba, que el resto de sus caballeros aceptables y respetables apareciera ese día.

 

Impaciente por dejar su habitación, llamó a Angela, pero antes de que ésta se hiciera presente, Bella se había puesto un hermoso vestido de percal de color durazno con mangas cortas y abultadas y amplia falda. Hizo apresurar a Angela para que la peinara y Angela aprovechó para regañarla por quedarse dormida. Pero el rodete y los rizos que enmarcaban su rostro quedaron impecables.

Bella no perdió ni un minuto contemplándose en el espejo. Tomó su sombrero de raso blanco, adornado con plumas de avestruz que combinaba con el color de sus zapatos y una sombrilla de encaje y salió velozmente de la habitación, mientras Angela se dedicaba a ordenar todas las prendas que habían quedado diseminadas antes de su llegada. Y entonces, repentinamente, se detuvo, pues en el extremo del corredor que llevaba a las habitaciones de huéspedes, estaba Edward Cullen, indiferentemente apostado contra la baranda que daba al vestíbulo central de la casa.

 

Era intolerable, pues era obvio que la estaba aguardando. Las caderas apoyadas contra la baranda, los brazos cruzados sobre el pecho, los tobillos cruzados también, veía desde allí la puerta del dormitorio de Bella sin impedimento alguno y, como la estaba aguardando en ese sitio, ella no podía eludirlo de ninguna manera.

 

Estaba informalmente vestido; no llevaba corbata y tenía desabrochados algunos botones de su camisa de batista bordada, dejando ver una V bronceada de tu torso y parte del vello que cubría su pecho. Llevaba una chaqueta de color azul marino, con importantes hombreras. Sus piernas largas y musculosas estaban enfundadas en pantalones de ante. Todo en él demostraba que era un amante del aire libre; atlético, un maldito corintio, tan opuesto a la  imagen de libertino, amante de la vida nocturna, inclinado a los placeres sensuales y a la disipación. Fuera lo que fuese, a ella le resultaba muy atractivo.

 

Cuando parecía que ella había decidido no dar un paso más que la acercara a él, Edward dijo: -Será mejor que salgas ahora, cariño. Estaba comenzando a fantasear sobre la posibilidad de entrar en tu dormitorio y hallarte en la cama...

-Sir Edward.

-¿La puerta estaba sin llave? -bromeó él, pero cuando ella lo miró, indignada, él rió-. No me intimides con esos hermosos ojos, querida. No lo dije en serio. Puedes avanzar sin temores. Hoy he decidido comportarme muy bien, ser muy formal y enterrar esos instintos perversos que puedan alarmarte.

-¿Lo promete?

Él sonrió. -¿Debo hacerlo?

-Sí.

-Muy bien. Lo prometo sincera y solemnemente, hasta que te apiades de mí y me liberes de mi promesa.

El sonido ronco de la risa de ella fue una música para sus oídos. -Será liberado de ella,

Sir Edward, cuando sea demasiado viejo para desearlo. Ni un día antes.

 

Entonces ella se encaminó hacia donde estaba y se detuvo frente a él, con su sombrilla debajo del brazo y su sombrero colgando de la mano. Era una verdadera visión, con sus labios sonrientes, su pequeño y firme mentón y esos hermosos ojos color chocolate, que ahora brillaban, divertidos.

Él pensó que había estado acertado al alejarse de Silverley la noche anterior. Si hubiera permanecido allí, hubiera sucumbido a la tentación de verla otra vez, cuando ella en realidad necesitaba tiempo para tranquilizarse. De modo que se había marchado al pueblo para festejar su triunfo. Ella lo había abofeteado, pero él había logrado excitarla y eso era motivo suficiente para estar de buen humor y para buscar una prostituta, ya que ella también lo había excitado a él.

 

Edward hubiera podido reír ante el fracaso de sus planes. Pero el problema era que, cuando halló una joven bien predispuesta y además, bonita, ya no la necesitaba ni la deseaba. Sólo anhelaba la compañía de la que había dejado en Silverley. Por lo tanto, cuando inesperadamente apareció Emmett en la misma taberna en que él se hallaba, le cedió a la joven y se dedicó a embriagarse, mientras planeaba su próxima estratagema.

 

Astutamente, a juzgar por la sonrisa de ella, decidió cambiar temporariamente su estrategia. Después de una larga conversación con su sobrina favorita, tramó el plan perfecto.

Ofrecería a la dama algo que ella no podría rehusar: ayuda para llevar a cabo sus planes. Claro que si sus consejos daban como resultado más impedimentos que ayuda, no dejaría de dormir a causa de ello. Las metas de ella simplemente no coincidían con las de él.

Ella aguardaba con tranquilidad a que él le explicara por qué le interceptaba el paso. Ah, el poder de unas pocas palabras. Ella estaba tranquila, la guardia baja, confiando en su promesa. No podía saber que las pasiones de él superaban su sentido del honor, al menos cuando trataba con mujeres.

 

Se apartó de la baranda y con suaves modales y voz impersonal dijo: -Lady Bella, le convendría acompañarme para que hablemos en privado.

Ella adoptó una vez más una actitud cautelosa. -No veo por qué...

La sonrisa de él la desarmó. -Mi querida, dije hablar, nada más. Si no confías en mí, ¿cómo podré ayudarte?

Perpleja, ella preguntó: -¿Ayudarme?

-Naturalmente -respondió él-. Esa era mi intención. Vamos.

 

La curiosidad impulsó a Bella a reprimir sus deseos de formular preguntas y permitir que él la condujera a la planta baja y luego a la biblioteca. Ella no podía ni siquiera imaginar qué clase de ayuda le estaba ofreciendo. La única dificultad que tenía en ese momento era la atracción que sentía hacia él y su incapacidad para vislumbrar qué había detrás de la fachada que sus caballeros presentaban a la opinión pública. ¿Sus caballeros? No, él no podía saber nada acerca de ellos, ¿verdad?

Lo supiera o no, Bella se ruborizó ante la posibilidad de que así fuera. Afortunadamente, Edward no lo percibió y la condujo hasta un sofá. Luego se dirigió al otro extremo de la larga habitación, donde se hallaban los licores.

-¿Coñac? -preguntó él por encima del hombro.

-¿A esta hora?

El tono de incredulidad lo hizo sonreír para sí mismo.

-No, naturalmente. Qué tonto he sido.

Pero él lo necesitaba, pues pensó que por fin estaba a solas con ella y que sólo bastaba con cerrar las puertas con llave. Pero no la había llevado hasta allí para eso y debía tenerlo muy presente. Bebió su coñac y caminó hasta el sofá. Ella estaba muy decorosamente sentada con las piernas juntas; la sombrilla y el sombrero sobre su regazo. Estaba acurrucada en un rincón del sofá, dejando un amplio espacio para que él se instalara. Hubiera sido impropio que se sentara junto a ella, ya que era evidente que ella no lo deseaba. Pero lo hizo, dejando un espacio mínimo entre ambos para que ella no fuera presa del pánico.

Pero lo fue. -Sir Edward...

-¿No crees que podrías comenzar a llamarme Edward? Después de todo, si he de ser tu confidente...

-¿Mi qué?

Él arqueó una ceja -¿La palabra es demasiado fuerte? ¿Será mejor decir amigo o consejero? Después de una larga conversación que tuve esta mañana con mi sobrina, comprendí que lo necesitabas mucho.

-Ella te lo dijo -exclamó Bella con tono acusador- Maldición. No tenía derecho.

-Oh, pero lo hizo con la mejor de las intenciones, querida mía. Deseaba hacerme comprender cuán seriamente deseas casarte. Aparentemente cree que tengo malas intenciones hacia ti. No sí por qué.

 

Ella lo miró, furibunda, pero era imposible seguir enfadada después de la tontería que acababa de decir. Se echó a reír.

-Eres un rufián. ¿Es que jamás hablas en serio?

-No, si puedo evitarlo. -Él sonrió.

-Y bien, trata de explicarme por qué todos ustedes están dispuestos a ayudarme en mis propósitos matrimoniales.

-Simplemente pensé que cuanto antes te cases y te aburras del matrimonio, más pronto te tendré en mi cama -dijo él groseramente.

Bella no hubiera creído cualquier otra cosa. Pero creyó eso.

-¿No dirías que es una maniobra de muy largo alcance? -bromeó ella. –Podría enamorarme con pasión de mi marido, ¿no crees?

-Dios no lo permita -exclamó él con fingido horror- Nadie se enamora apasionadamente en estos tiempos, excepto los jóvenes románticos y los viejos chochos. Y tú encaras esto con demasiada sensatez para que eso ocurra.

-Lo admitiré por ahora, ¿y qué es exactamente lo que me ofreces?

 

La odiosa pregunta hizo brillar los ojos de Edward. -Tu situación es muy similar a la de Nessie cuando buscaba marido. Comenzó a plantearse urgencias cuando transcurrió una temporada y además hizo un viaje al continente, sin resultado alguno. Naturalmente, no era su culpa. Debía hallar un hombre que fuera aprobado por mis hermanos y por mí.

 

-Sí, recuerdo que lo mencionó.

-¿Te dijo cómo resolvió el problema?

-Hizo una transacción.

Bella se sorprendió al ver que él fruncía el ceño ante la respuesta. -Ella nada tuvo que ver con eso. Se trató de una broma tonta de Black que resultó fallida. Y no volveremos a mencionarlo, por favor. Pero, antes de eso, Nessie contrató a un viejo lord que conocía a todo el mundo y lo arrastró con ella a todas partes, incluso durante su viaje, para que, con una señal que ambos habían convenido, le indicara cuáles eran los hombres dignos de ser tenidos en cuenta.

Bella lo miró, indignada. -Espero que no sugieras que te lleve conmigo a todas partes, Sir Edward, porque...

Él no le permitió continuar. -De ninguna manera; además, sería innecesario. Según Nessie, ya posees una lista de individuos. Y da la casualidad de que yo los conozco mucho mejor que Black, ya que la edad de ellos coincide más con la mía que con la de él. Tres de ellos son miembros de mi club; el cuarto frecuenta el mismo gimnasio que yo. Sólo debo hacerte una pregunta, querida. ¿Por qué no tomas en cuenta a alguien que tenga una edad aproximada a la tuya?

Bella desvió la mirada antes de responder: -Es más probable que un hombre mayor tenga más paciencia respecto de mis defectos que un hombre joven.

-¿Tienes defectos? Nunca los digas.

-Todos tienen defectos -dijo ella.

-Un carácter irascible no sería uno de los tuyos, ¿no?

Ella entrecerró los ojos y él rió, pero ella prosiguió. -Un hombre mayor sería más estable, ya que habría tenido sus aventuras amorosas en la juventud. Si he de ser fiel a mi marido, exijo que él también lo sea.

-Pero no lo serás, cariño -le recordó él.

-Si no lo soy, tampoco exigiré que él lo sea. Pero si lo soy, sí. Dejémoslo así. El hecho es que fue mi abuelo quien sugirió que hallara un hombre con mucha experiencia y la verdad es que los hombres jóvenes que he conocido hasta ahora no me han impresionado mucho, excepto uno, que he incluido en mi lista.

-¿Quién?

-Justin Warton.

-¡Warton! -Edward se incorporó bruscamente y exclamó: -Pero si es un niño de mamá.

-No es necesario ser desdeñoso -respondió ella secamente.

-Si sólo deseas informes primitivos acerca de tus afortunados candidatos, no creo que pueda serte muy útil. Todos ellos son exteriormente irreprochables, lo que es de esperar tratándose de caballeros de su condición. Pensé que te interesaba conocer sus defectos ocultos.

Ella se conmovió con el comentario. -Naturalmente. Estás en lo cierto. Lo lamento. Y bien, en tu opinión, ¿cuál de ellos sería mejor marido?

 

-¿No tienes preferencias por ninguno de ellos?

-En realidad, no. Todos son atractivos, apuestos y, de acuerdo con lo que he averiguado acerca de ellos, bastante aptos. Esa ha sido mi dificultad. No sé cuál escoger.

Edward se tranquilizó; se echó hacia atrás y apoyó el brazo sobre el respaldo del sofá, detrás de la cabeza de ella. Ella no pareció notarlo. Estaba aguardando su respuesta con impaciencia, pero él la eludía deliberadamente.

-Tal vez me sería útil saber qué atributos prefieres -sugirió él.

-Un temperamento afable, buenos modales, sensibilidad, inteligencia, paciencia y, como dije antes...

-Encantador. -Su sonrisa era maliciosa y enloquecedora. -Morirás de tedio, querida mía, y llegaremos a intimar mucho antes de lo que suponía. -Ella frunció los labios y le lanzó una mirada furiosa, que le hizo reír. -¿Decías?

-Además, será necesario firmar un contrato matrimonial -dijo ella, tensa-. Mi marido no podrá tener el control absoluto de mi persona ni de mis bienes.

-¿Fue idea tuya?

-De mi abuelo. Era un anciano tozudo, de ideas obstinadas. Como me legó su fortuna, quiso cerciorarse de que la conservase y no fuese a parar a manos de un extraño que él quizás no aprobaría. Hizo redactar el contrato antes de morir.

-Si era tan quisquilloso, ¿por qué no arregló tu matrimonio?

Ella lo miró pensativamente. -Teníamos una unión muy especial, Edward. No  deseaba dejarlo solo mientras viviera, y él nunca me hubiera obligado a hacerlo.

 

Él sonrió al oír que ella pronunciaba su nombre impensadamente. Demostraba que ella se sentía cómoda con él. Incluso había flexionado una rodilla mientras le hablaba, para mirarlo de frente. Le resultaría sencillo dejar caer el brazo sobre los hombros de ella y atraerla hacia él...

Edward trató de reaccionar mentalmente. -En realidad, es un punto discutible. Creo que el único que podría oponerse a ese contrato sería Savage. No porque codicie tu fortuna. Creo que tiene mucho dinero, y no creo que le asigne importancia cuando se case. Pero es un hombre al que no le agrada someterse a limitaciones. Pero supongo que si desea casarse contigo, no pondrá objeciones.

-¿Entonces lo recomiendas?

-Querida mía, sólo puede asegurar que, de las condiciones que exiges, posee únicamente la inteligencia. En realidad, ninguno de estos individuos posee todas las cualidades que buscas. El que más se acerca a tu ideal es Warton, pero si te casas con él, también te casarás con su madre, siempre que ella le permita casarse. Nunca he visto a una mujer tan aferrada a su hijo como esa dama.

 

Bella había fruncido el ceño antes de que él concluyera de hablar. -Muy bien; no me recomiendes ninguno. Simplemente, dime qué sabes de los otros.

-Es sencillo. Comencemos por Fleming. Cariñosamente, lo apodan el vizconde chapucero. Algo incorrecto debe hacer, pues no se le ha visto dos veces con la misma mujer, pero quizá tú seas la excepción. Es blando. Algunos dicen que es cobarde. Aparentemente, en una ocasión fue retado a duelo por un joven y no aceptó. Nunca supe por qué. ¿Ha demostrado interés por ti?

 

En realidad, no lo había demostrado, pero no era ésa la cuestión. -¿El próximo?

Edward rió al ver que ella eludía la respuesta a su pregunta. Todavía no era necesario decirle que el joven Fleming demostraba más interés por los hombres que por las mujeres. Si ella lograba casarse con él, cosa que dudaba, ella muy pronto buscaría un amante.

-El conde de Dunstanton es un hombre simpático; además es muy mordaz, puede destruir a alguien con sus palabras. Pero parece perseguido por la tragedia, pues en los últimos cinco años ha enviudado tres veces. Pocos lo saben, pero la muerte de cada una de sus esposas duplicó su fortuna.

-No estás sugiriendo que...

-En absoluto -dijo él, aprovechando la distracción de ella para acercar su rodilla a la de

Bella-. Es tan sólo una especulación de algunos envidiosos que no tienen tanta fortuna como él.

Había plantado la semilla, aunque no fuese certera. Dos de las esposas habían muerto al dar a luz, lo que realmente fue una tragedia. La tercera cayó de un acantilado. Fue un caso engorroso, pero el conde no pudo ser el culpable, a menos que tuviera el poder de desencadenar la tormenta que atemorizó al caballo de la dama y provocó su caída.

-¿Y Sir Artemus?

-Es muy aficionado al juego, pero todos lo somos. -Lo dijo guiñando un ojo. –Y tendrías una familia ya formada. Tiene docenas de niños...

-Me dijeron que eran solamente cinco.

-Cinco son legítimos. Sí, estarías muy ocupada y Shadwell no te ayudaría mucho, ya que tiende a olvidar que es padre. ¿Planeas tener hijos propios?

 

Ella se ruborizó y las buenas intenciones de Edward se diluyeron. Tomó el cuello de Bella con sus manos y, sin moverse, la atrajo hacia su pecho, dejando deslizar sus dedos hacia los cabellos de ella para besarla.

Pero no lo logró. Ella lo empujó con tal fuerza y rapidez que él, sorprendido, la soltó.

-Lo prometiste.

Él se irguió, mesándose los cabellos con una mezcla de impaciencia y mortificación, pero su voz se mantuvo serena. -Por favor recuerda,, que este rol de confidente es nuevo para mí y me llevará tiempo habituarme a él. -Mirándola de soslayo añadió: -Oh, por

Dios, no me condenes por mis actos reflejos. Puedo asegurarte que no volverá a suceder.

 

Ella se puso de pie, tomó su sombrilla como si fuese un arma y dijo: -Si no tienes nada que agregar...

Oh, mi amor, si supieras que sólo mi fuerza de voluntad te mantiene a salvo, pensó Edward- Será necesario deslindar los hechos de los rumores. Necesito una o dos semanas...

-Una semana.

Él se echó nuevamente hacia atrás contra el sofá, apoyándose sobre los brazos que extendió sobre el respaldo y la miró lánguidamente. Era positivo que ella aún le dirigiera la palabra y estuviera dispuesta a seguir sus consejos. Ello indicaba que no estaba tan enfadada con él.

 

-Ordena tus cabellos, querida, y te acompañaré hasta el lago.

Él reprimió la risa al escuchar su murmullo de exasperación al comprobar que él la había despeinado una vez más. Con dedos impacientes los alisó y luego se colocó el sombrero. Entonces él rió abiertamente, provocando una mirada furibunda de ella.

Pero, pocos minutos más tarde, mientras caminaban rumbo al lago, él desplegó toda su seducción y logró que ella volviera a sonreír, dispuesta a perdonar su desliz. Pero el buen humor de Bella duró poco. De pronto pensó que seguramente había causado muy mala impresión que él hubiera permanecido en la casa cuando todos salieron para participar en la cacería. El ceño fruncido y la expresión perpleja de Justin la hizo reaccionar.

-Creo que no deberían vernos juntos -dijo ella a Edward cuando divisaron a otros de los caballeros de su lista.

-Estaría de acuerdo contigo se estuviéramos en otra parte -dijo él-. Aquí soy un pariente de la anfitriona y es natural que converse con los invitados.

Súbitamente, la despreocupación de él la irritó, pues tanto Lord Grahame como Lord Fleming la habían visto. No podía saber se consideraban impropio que ella llegar tarde y del brazo de Sir Edward. Tampoco olvidaba la advertencia de Renesme cuando le dijo que toda dama que suscitara el interés de ese libertino estaba expuesta a toda clase de habladurías.

 

De todas maneras, el hecho de que él la acompañara hasta el lago después de que ambos habían dejado de participar de la cacería no la favorecía en absoluto, sobre todo porque los hombres a quienes ella cortejaba seguramente estarían intrigados ante la situación.

Edward debió saberlo. Tenía mucha más experiencia que ella en esas cuestiones. Su irritación estaba dirigida exclusivamente hacia él.

-Deseo aclararte, Edward, que aunque me aburra con mi marido, eso no significa que habrás de beneficiarte.

 

Él pareció comprender su comentario y sonrió. Su respuesta provocó la aprensión de

Bella. -Por el contrario. Serás mi amante, querida. Si no estuviera absolutamente seguro de ello, no hubiera aceptado ayudarte.

 

Edward es un egoísta divinamente hermoso, no pueden culpar a Bella de no poder sacárselo de la cabeza, ni de caer en sus trampas tan tontamente, cualquiera lo haría, ¿Qué piensan del nuevo plan de Ed?, si creen que le encontrará el esposo perfecto a Bella y pasará de ser su confidente a su amante?...

Diosapagana: Dios, estoy confundida, Edward es el amigo Gay, que no es gay, Maldita sea su caliente estampa, jajjajajaja, ¿podrá ver nuestra querida Bella la bella tela de araña que está tejiendo Eddie a su alrededor a tiempo? ¿O terminara con su reputación tan arruinada que ni su inmensa fortuna la salvara?

Mi deliciosa niña, lectora hermosa que ansias más y más de esta genial historia de Lindsey, lamento informarte que deberás esperar a la próxima actualización, pero mientras esperas, déjanos un lindo review, esa palabra que nos alientan a seguir trabajando gratis por ti.

Besos húmedos donde los deseen.

Priscila

Capítulo 11: UN LABERINTO SIN SALIDA!!!! Capítulo 13: ATRAPADA POR EL VERDADERO DEMONIO

 


 


 
14443311 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10760 usuarios