Tú, Mi Obsesión (+18)

Autor: AmyWelch
Género: + 18
Fecha Creación: 03/08/2012
Fecha Actualización: 27/11/2014
Finalizado: SI
Votos: 19
Comentarios: 72
Visitas: 104658
Capítulos: 29

Edward es un millonario obsesionado con Isabella Swan. Cuando ambos mantienen una relación Isabella se ve sumida por la vigilancia extrema, celos enfermos, el dinero infinito y la megalomanía de Edward Cullen, está dispuesta a soportarlo todo, hasta que se da cuenta de que Edward es el culpable de la muerte de su novio. Pero ella no sabe, que el último plan de Edward es dejarla ir.

Las y los invito a leer mi otra historia:

De Los Bosques De Noruega:

http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3402

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Capítulo 20: Ella No Soy Yo

Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, la historia es mía.

Un beso a mi Beta Beakis por corregir este cap. Te amo chica.

Que lo disfruten. A leer.

¿Es ella una perra de andar o morir?
¿Ella sabe que estoy tatuada en tu corazón?
Tú puedes intentar luchar contra ello.
He dejado mi huella en ti
No hay nada que puedas hacer...

Cuando tú piensas que me has superado
Y tu mala bebé está muerta y se ha ido
Recuerda que soy el fantasma en tu máquina
Yo soy tu rubia suicida de la vida real.

Tú estás enamorado, tú estás enamorado,
Tú estás enamorado
Bueno, ella podrá estar aquí, podrá ser caliente
Pero bebé, ella no soy yo
¡Ella no soy yo!

¿Es ella una perra de andar o morir?
¿Ella te hace temblar bajo la piel
De la misma manera en que yo lo hago?
No será lo mismo otra vez,
He dejado mi huella en ti
¡No se compara con quién soy yo!

 

Capítulo 20: Ella No Soy Yo.

Jacob me mira con una sonrisa tranquilizante.

−A penas has tocado tu comida, linda  ¿No están buenos los huevos?− pregunta.

−No es eso. Los huevos están geniales− contesto. Miro mi plato de huevos fritos y tocino –Pero es que…

Él pone una mano sobre la mía –Oye, sé que no debo meterme en tu vida, pero yo pienso que no deberías dejar que Él influya de esta manera en ella.

En otro momento le hubiera dado la razón, pero es que Jacob no entiende que cuando se ama a alguien, de la forma en la que yo amo a Edward, esa persona se convierte en el centro de tú universo. De universo.

−No lo entiendes, Jacob− digo.

Él frunce el ceño − ¿Y por qué no?

−Porque tú no has amado a una persona al grado de dar todo por ella. Yo así amo a Edward. Él es todo mi mundo.

Aprieta los labios − ¿Y qué te dice a ti, que yo no he amado de esa forma? Tal vez te entienda más de lo que crees.

Alzo las cejas –Jacob ¿estás enamorado?

Él baja la mirada –Si… y creo que demasiado. Pero es que ella no lo nota, ni me hace caso. Para ella a penas estoy en la Friend Zone.

−Ella no sabe lo que tiene en frente− contesto, guiñándole un ojo.

Él me sonríe con sus dientes blancos.

A regañadientes acabo con mi plato. No tengo hambre pero Jacob no tiene porque sufrir conmigo las consecuencias de mis peleas con Edward.

Edward… ¿qué estará haciendo ahora? ¿Seguirá con ella?

..

..

..

Jacob me deja en la universidad y me abre la puerta del auto.

Gracias, Jacob.

−No hay de qué. Y, si no te molesta, por favor llámame Jake.

Asiento –Está bien. Adiós, Jake− digo.

Me sonríe –Adiós Bella.

Y cuando menos lo espero me da un beso fugaz en la mejilla.

Entro y llego justo a tiempo para la segunda clase.

Tengo matemáticas con el atractivo profesor Williams. Entro al aula y tomo asiento. Adam no está por ningún lado.

El maestro continúa con la clase tranquilamente. La hora pasa lenta y monótona. Pero me gusta. Me doy cuenta de que aquí en la universidad es donde hago las actividades que debería hacer a mi edad. Estudiar, socializar, estudiar y socializar de nuevo.

Pero en vez de todo eso he escogido una vida llena de altibajos a lado de un hombre que amo con todo mi corazón y que a veces es tierno, cruel, romántico y otras es simplemente… un hombre que tiene mucho dinero.

El timbre suena. Adam sigue sin aparecer. Qué raro. Él nunca ha faltado.

Me levanto de mi asiento como todo el mundo y me voy. Lamentablemente, tengo clase de español con el implacable maestro Novotny y tengo que cambiarme de salón, eso significa que tengo por delante un descanso de quince minutos. Aprovecho para ir a la cafetería y comprar un jugo de naranja, esperando que aplaque mi sed y calme mi angustia.

Han pasado diez minutos y Adam aparece. Tiene su rubio cabello alborotado y los ojos algo rojos.

−Hola, Adam. ¿Por qué no habías llegado?− pregunto.

Él se toca la cabeza y niega rotundamente –Ayer se me ocurrió la genial idea de irme de borrachera con unos amigos… hoy estoy que no aguanto ni el más mínimo susurro. Lo peor de todo es que amanecí desnudo con una chica que no conozco compartiendo mi cama− se sonroja –Bueno… la cama de un amigo.

Me carcajeo un poco y sonrío, sonrío de verdad por primera vez en lo que va del día. La frescura de Adam alivia por unos preciosos segundos mi estado de ánimo. Él tiene los problemas que yo debería tener… una noche de borrachera, amanecer con cruda y sin la más mínima idea de lo que has hecho el día anterior.

− ¿Y qué tal te sientes?− pregunto tocando su hombro, preocupada.

−Voy a tomar algo de agua mineral, ¿quieres algo?− dice.

Niego y le señalo mi jugo.

Adam se va conmigo al salón de español, cada vez que lo veo muestra una cara de disgusto para sí mismo. Sonrío.

Cuando pongo un pie dentro del salón me acuerdo…

¡Mierda!

−Bella, ¿Qué pasa?−pregunta Adam.

Me muerdo el labio –No hice el ensayo− confieso.

Adam se lleva una mano a la cara.

− ¡Pero cómo se te ha olvidado! ¿Tienes idea de lo que Novotny va a hacerte cuando se entere que no has traído el ensayo?

Ruedo los ojos –Sí, sí, lo sé. Pero es que… digo… ¿por qué demonios ha dejado un ensayo acerca de Tess la de los d’Urbervilles? ¡Por Dios! Si estamos estudiando publicidad, no literatura− me quejo.

Adam encoge los hombros –Aunque tengas razón, el profesor va a destrozarte. Yo te aconsejo que no entres a la clase, así para el siguiente sábado podrás justificar y entregar el trabajo.

Asiento. Sí. Aunque en estos momentos me importa una reverenda mierda si Novotny me saca de su clase, prefiero evitar la vergüenza.

Doy media vuelta.

−Te veo más tarde, Adam.

Él asiente, y yo me voy del aula.

No hay nada que hacer, así que decido ir a la biblioteca.

Entro y todo está en silencio, el aroma a papel y muebles invade mis fosas nasales. Me relajo profundamente y decido ir al pasillo de literatura inglesa. Retomo el ejemplar de Cumbres Borrascosas.

Estoy a punto de irme, cuando escucho ruidos provenientes del pasillo siguiente.  Ruidos extraños. Encojo los hombros. Los ruidos se hacen más constantes. Me ruborizo violentamente cuando me doy cuenta de que lo que estoy oyendo son gemidos. Gemidos de placer.

Quiero correr, pero la curiosidad me mata, así que asomo la cabeza a través del estante.

Oh, por Dios. ¡Es el profesor Williams! ¡El cuarentón y guapo profesor Williams! No puedo distinguir muy bien el rostro de la chica, pero creo que la conozco. Ella tiene sus piernas enredadas en la cadera de él, el profesor Williams empuja dentro de ella con violencia. Aparto la vista y camino lo más rápido que puedo hasta los puffs que hay en la sala de lectura.

Hay otras quince personas ahí, pero ninguna se percata de mi presencia, lo que agradezco, porque las mejillas me arden y, aunque me dé suma vergüenza aceptarlo, estoy mojada.

¿Así de erótica sería la escena cuando Edward y yo hacemos el amor?

Cierro los ojos y niego con la cabeza. No quiero pensar en Edward ahora.

Abro el libro, en la página en la que el padre de Catherine Earnshaw llega con el pequeño y huérfano Heathcliff.

Me concentro lo más que puedo en la lectura… pero imágenes de Edward y Rachel invaden mi cabeza una y otra vez. ¿Qué estarán haciendo ahora? ¿Ellos habrán…? ¡No! ¡Eso no!

Me sumerjo de nuevo en el libro y en la Inglaterra del siglo XVIII.

Diez minutos después observo de reojo que el profesor Williams se acerca a mí.

Oh Dios. Por favor que no me haya visto… que no me haya visto… que no me haya visto… que no me haya visto… me repito como un mantra.

Él pasa frente a mí y me dedica una sonrisa educada, pero con un claro trasfondo de complicidad. Oh no. Me vio. ¿Tomará represalias?

Suena la campana a lo lejos. La hora acabó.

Siguiente clase… Economía.

..

..

..

La clase pasa lenta y fácil. El maestro John Singht tiene un ritmo fácil de seguir.

Hago todos mis apuntes en el Mac que Edward me ha dado.

Todo así es más llevadero, y Adam está a mi lado admirando el tremendo pedazo de alta tecnología que tiene enfrente.

Suelta un chiflido por lo bajo,

−Vaya, Bella, tú sí que sabes elegir.

Sonrío levemente y me hago la pregunta interna de si lo dirá por el Mac o por Edward.

Luego, la campana vuelve a sonar. Oh no. La hora de la comida. Oh no. Es la una ya y voy a verlo.

Meto todas mis cosas en la mochila y me la cuelgo al hombro. Voy a ver a Edward y eso hace que mi humor decaiga todavía más, como si fuera posible.

Adam se da cuenta.

−Bella, ¿estás bien? Estás súper pálida.

Niego.

−No, está bien. Creo que es porque no he comido muy bien. Me tengo que ir Adam.

Él asiente, aparentemente creyéndose mi respuesta.

−Vale, te veo la próxima semana. Cuídate− deja un beso en mi mejilla y se va.

Agradezco que aún tenga un largo camino por recorrer antes de llegar a la salida. Afortunadamente no he escuchado nada sobre el suceso de ayer por la tarde sobre que “Edward Cullen ha venido a recogerme”

Una lágrima se derrama por mi mejilla, me la quito con el dorso de la mano de manera poco delicada.

¿Me dejará Edward? ¿Lo hará? Me entristezco ante el pensamiento de que si Edward me dejara yo… no haría nada. Lo amo con todo mi corazón pero ¿cómo podría YO detenerlo? Sería como luchar contra un demonio.

Llego a la salida con la cabeza gacha y sin saber si en realidad ver a Edward es lo mejor para mí en estos momentos.

Alzo la vista, el Aston está ahí y Edward me abre la puerta para que pueda entrar. Lleva puestos unos jeans negros, camisa blanca y las Ray-Ban. Suspiro. Luce como el Sol que en realidad nunca he podido alcanzar del todo.

Paso a su lado y subo al auto.

Él camina rápido, rodea el auto y se sube al asiento del conductor. Todos allá afuera nos miran.

Él arranca el auto y conduce a través de las calles. No tengo idea de a dónde me lleva. Me da igual tanto si vamos a un restaurante o al desierto.

Mi vista fija en la ventana, dejándome llevar por todo y nada, sin ver en realidad.

− ¿Qué tal te ha ido?− pregunta con voz suave y cálida.

− Bien− murmuro.

− ¿Has desayunado algo?− ahora parece preocupado.

Me encojo de hombros. Entonces él se quita los lentes y me mira.

Suspira –Mírame, Isabella

No hago caso.

Dos cuadras después él dobla a la izquierda, en una calle desierta y con un edificio en obra negra. Frena y se estaciona sobre la acera. Pone sus manos en el volante.

− Mírame, Isabella− dice otra vez.

No. No. Y no. No quiero hacerlo. Mirarlo sería mi perdición, lo único que yo quiero es saber si va a dejarme. Eso es todo.

Sus dedos pasan acariciando mi mentón y vuelve mi cara hacia él, para que lo mire.

Cierro los ojos automáticamente. Estoy temblando, y quiero llorar.

− Te ordeno que me mires, Isabella− su voz se ha transformado. Ahora es Edward, el Dominante.

Un frío me recorre la espalda, pero aúna sí no hago caso.

Él se acerca a mí. Lo siento. Mi respiración se acelera tanto como mi corazón. Dios no. Va a besarme. Lo sé. No quiero. Si va a dejarme… ¿para qué me besa? ¿Como despedida? ¿Cómo premio de consolación?

Posa sus labios sobre los míos, y presiona. Respiro.

−Oh, Isabella− susurra.

Mis ojos no se abren.

Lo siguiente que siento son sus manos en mis caderas alzándome en el aire.

Siento el cómodo asiento de piel a mis espaldas. Edward me ha tumbado en los asientos traseros del Aston, y él está encima de mí.

−Mírame, Isabella. Abre los ojos− reclama.

Pega su boca a la mía y me da un beso furioso, lleno de ansiedad.

Sus manos suben por mis muslos y arrastran la tela de la falda del vestido a su paso. Su boca no se despega de la mía. Yo cierro con fuerza los labios para que no pueda profundizar el beso. Quiero decirle que no me toque. Que sólo me diga lo que va a pasar con lo nuestro. Aléjate, aléjate Edward. Pero sus manos me embeben, sus caricias me enloquecen.

Aparta la tela de mis bragas y sumerge de golpe un dedo en mi interior. Exhalo el aire por la sorpresa y el placer, lo que le da acceso a mi boca. Su lengua explora todos y cada uno de los lugares, llevándose todo, arrasando con todo, como un huracán inminente.

Me preocupo. No se siente como el Edward de siempre. Su beso no es el mismo.

¿León, qué pasa?

Introduce otro dedo en mi interior y bombea con ritmo.

Me humedezco inmediatamente.

−Mi dulce, dulce Bella− susurra en mí oído –Nadie como tú, nadie como tú.

Escucho el inconfundible sonido del cierre de sus jeans bajar. Entra en mí, empujando hacia arriba.

Me arqueo y me agarro de su camisa con mis dos puños. Gimo.

−Eso es nena. Siénteme. Sólo a mí− dice. Pasa una mano por debajo de mi espalda y con la otra rodea mi nuca.

Me llena de nuevo. Me embiste con furia. Oigo su respiración errática en mi oído. Mis piernas están a su alrededor, mientras que un tacón mío se clava en su espalda.

Jadeo. El placer es inaguantable. Pero Edward parece desesperado, como nunca lo había visto.

Edward ¿qué ocurre?

Me besa de nuevo, pero no me deja moverme, me mantiene en mi lugar.

−Tan dulce…− lame mi labio inferior y luego lo muerde.

Él está dentro de mí, lo siento por todas partes. Su boca ahoga mis gritos. Y me siento cada vez más y más cerca.

Mi centro lo envuelve y se cierra alrededor de él.

−Sí Isabella. Así− gruñe –Vente para mí Isabella.

Empuja de nuevo y convulsiono a su alrededor gritando su nombre.

Él no tiene piedad y no se detiene, sigue. Alarga mi orgasmo y no puedo soportarlo.

Cierra los ojos con fuerza y se separa de mi boca para poder gritar.

Me besa de nuevo. Trato de recuperar el aire que se ha ido.

Cuando me doy cuenta, Edward en un fluido movimiento me toma de la cintura y se sienta sobre la tapicería de piel, por lo que ahora estoy a horcajadas sobre él. Edward sigue dentro de mí, y siento a su miembro crecer de nuevo en mi interior.

¿Pero qué…?

Sus manos viajan por mi espalda y encuentran el cierre de mi vestido. Lo baja y entonces tira de la parte de arriba hacia abajo. No llevo sostén, por lo que mis pechos se liberan.

Sus manos los abarcan totalmente. Mis pezones se endurecen hasta el dolor. Juega con ellos con sus dedos y luego pasa su lengua. Chupa.

− ¡Ah, Edward!− deslizo mis dedos por su cabello y lo pego más a mí. No quiero que se detenga ahora.

Me hace el amor de nuevo, pero esta vez lentamente. Disfrutando de la sensación de mi piel contra la suya.

−Oh Bella…oh….− murmura incoherentemente antes de eyacular dentro de mí.

No tengo fuerzas, mis piernas están dormidas, no las siento. Mis músculos son como gelatina.

Edward está en mi interior. Entonces abro los ojos por primera vez desde que me he subido al Aston. Él me mira con veneración y con amor.

−Te amo, Mi Bella. La única. Tú eres la única− me dice.

Y eso me tranquiliza sobremanera. ¡Me ama! ¡No va a dejarme! Pero no me deja disfrutar de esa sensación de paz por mucho tiempo, porque me gira de nuevo y me tumba boca abajo sobre los asientos. Él encima de mí, pecho contra espalda. Pasa su mano por debajo de mi cintura y me eleva. Me penetra de nuevo, en esa posición.

Mis energías están por agotarse, pero el placer me recorre la espina dorsal, erizando hasta el último pelo de mi cuerpo.

Edward me hace llegar por tercera vez… y luego una cuarta.

−Bella− dice antes de desplomarse encima de mí.

Mi corazón late con una fuerza tremenda, lo puedo escuchar en mis oídos.

Cuando he recuperado el aliento, por fin me atrevo a preguntar.

−Edward ¿qué pasa?

Siento como él, que sigue encima de mí, se pone tenso.

−Que te amo, Isabella. Y me he dado cuenta hoy de que yo sin ti me muero.

Oh…

Todo mi cuerpo se deshace ante sus palabras. Blanca nieves suspira.

..

..

..

Edward conduce hasta un restaurante en Waverly Place.

Le he pedido ya perdón por haber pensado que iba a abandonarme por Rachel –la modelo esa−.

Me siento adolorida, pero feliz. Aunque mi centro siga latiendo.

El restaurante es bonito y acogedor, se llama “Babbo”

− ¿Qué vas a ordenar?− me pregunta Edward.

Encojo los hombros –Lo que tú pidas− contesto.

Él me dedica una sonrisa suave. Luego el mesero se acerca.

−Pediremos Raviolis con ternera, trufas negras y Castelmagno* y un vino Merlot para acompañar.

El mesero tiembla –Ssseñor… ese platillo es segunda entrada. Necesita pedir un plato de cada uno de los apartados.

Edward alza una ceja − ¿A sí?− dice, amenazante.

Y sólo eso basta para que el mesero asienta y se vaya corriendo. Pobre…

Suelto una risita.

− ¿Qué te parece divertido?− pregunta, realmente interesado.

−Intimidas a todo mundo− respondo y me arrepiento al instante.

El rostro de Edward endurece su semblante − ¿Te intimido a ti?

Me encojo en mi asiento –A veces− acepto.

−Ya veo…− dice mientras se lleva un dedo a los labios.

Nuestras órdenes llegan, mi estómago ruge. Tengo hambre.

Pesco el tenedor y comienzo con los raviolis. Están deliciosos.

Luego, cuando me doy cuenta de me estoy desviando de lo que quiero saber dejo el tenedor sobre el plato y miro a Edward.

−Quiero que me digas lo que pasó con Rachel− digo y consigo que mi voz salga fuerte.

Él suspira y asiente.

−Tómatelo con calma ¿bueno?− dice tranquilo.

Respiro tres veces. –Está bien. Suéltalo.

Él me mira a los ojos.

−Hace algunos días me preguntaste el porqué de la actitud de Alice y Jasper cuando habían entrado a mi oficina. Bueno, pues… todo se debe a que Alice averiguó por algunas circunstancias que ahora no vienen al caso, que Rachel se había escapado de un centro mental de Londres.

El aire se va de mis pulmones. ¿Cómo? Dios… me esperaba cualquier cosa pero ¿esto?

−Ella fue hoy al departamento porque… yo me parezco a un ex amor suyo. Ella cree que él soy yo y anda detrás de mí. Yo no quería que tú lo supieras y le dije a Alice que no te mencionara nada, ya que tú corrías peligro. Si te lo estoy diciendo ahora es porque no quiero que pienses cosas que no son.

Estoy en shock.

−Edward, ¿cómo pudiste ocultarme algo así?

−Bella, yo sé que es difícil de entender…

− ¿Qué? ¿Difícil? ¡Edward! ¡Tenemos que despedirla! ¡Es un peligro!

Él toma mis manos entre las suyas. Cómo le agradezco al cielo que esa modelo loca no le hubiera hecho nada…

−No podemos. Pone en sumo peligro la campaña.

Bufo. Maldita campaña.

−Ella va a terminar su contrato en la empresa, y una vez terminado yo personalmente me aseguraré de que ingrese a un psiquiátrico en Inglaterra de alta seguridad.

−Oh, Edward. Perdóname una vez más por pensar cosas que… pero pues… Todo se veía tan extraño ¿Qué querías que pensara?

Me sonríe.

−Lo importante es que te tengo de nuevo a mi lado.

Ladeo la cabeza hacia un lado y me manda un beso.

−Yo también siento un tremendo alivio de tenerte aquí conmigo.

Sonríe de nuevo y luego señala mi plato.

−Come− su tono no admite discusión.

OoO

Es de noche ya. He metido toda mi ropa a la maleta que traje conmigo.

− ¿Por qué no te quedas? Por lo menos hasta mañana− me dice él, con voz suplicante.

Niego con la cabeza –No león, tengo que ir a mi casa. Te amo− le mando un beso con la mano y me meto al cubo del elevador.

Mi corazón se deshace cuando veo el desconsuelo en los ojos de Edward. Pongo los ojos en blanco.

− ¡De acuerdo!− exclamo con los brazos al aire, fingiéndome enojada.

Edward sonríe y me carga al estilo novia con maleta y todo y me saca del ascensor.

Me besa en la mejilla.

−Vamos a la cama− me dice con vehemencia.

Me muerdo el labio y asiento. He hecho cuatro veces en el día el amor con Edward, pero nunca voy a estar cansada de estar con él.

Dejo caer la maleta en algún lugar y Edward me besa en la boca.

Lo siguiente que siento es la superficie mullida y cómoda de la cama debajo de mí.

OoO

Me despierto cinco minutos antes de que la alarma del despertador suene.

Edward está a mi lado, durmiendo plácidamente. Tiene los labios entreabiertos y el cabello le cae tentadoramente en la frente. Paso mi dedo índice por su nariz y él se remueve un poco.

Éste es uno de los pocos días en los que he podido verlo dormir.

Lo contemplo. Cada uno de sus ángulos y facciones. Edward es simplemente bello. Soy una chica con suerte.

Veo el reloj. Las siete.

Me levanto y me meto directamente al baño. Abro la regadera y como estoy desnuda, me meto de inmediato.

Me pongo a pensar en todas las cosas que pasaron el fin de semana. Ir a patinar… las fotos de ese misterioso cuarto de Edward… la habitación roja… ser su sumisa… la extraña mujer de las fotos… y luego Rachel. Rachel, la modelo loca fugitiva.

No sé cómo es que podré verla a la cara hoy. Ahora entiendo porqué aquella vez que bajé al taller Alice miraba con tanto miedo a Rachel. Yo no le tengo miedo a la rubia perfecta esa. De lo que tengo miedo es de lo que pasó entre ella y Edward cuando yo me fui a la universidad.

Edward se comporta de un modo que nunca antes había visto. Él y yo nunca hemos pasado más de veinticuatro horas sin hacer el amor, pero últimamente, o más bien desde ayer, se me ha hecho excesivo.  Me encanta el sexo con Edward… pero no se siente como él… se siente diferente. Tan sólo ayer fueron tres veces en el auto seguidas, otra al llegar al departamento antes de que “intentara” irme a casa, luego de eso otras tres veces más antes de dormir.

Estoy exhausta, terriblemente exhausta.

Me pongo un poco de shampoo en la cabeza y comienzo a frotar. Enjuago mi pelo y entonces tomo la esponja y vierto un poco de jabón de ducha. Doy un respingo cuando siento unas manos tibias tomar mis pechos y masajearlos. Edward.

−Déjame− pide con voz ronca mientras extiende la mano y me quita la esponja.

Una vez más me rindo a sus deseos, aunque en el fondo de mi cabeza la madrastra me susurre que algo va mal.

..

..

..

Salgo de la ducha envuelta en una gran toalla y en los brazos de Edward. Él me deposita en la cama y me da un beso en la frente. Me sonríe.

−Quédate ahí− dice –Yo voy a vestirte hoy.

Y se aleja, desapareciendo por la puerta.

Suspiro. Hemos hecho el amor de nuevo bajo el agua. Me dan ganas de gritar y preguntar “¿Qué es lo que pasa Edward?” Pero no puedo. Ahora resulta que va a vestirme.

Edward es tierno, sumamente tierno a veces y me da todo tipo de atenciones, pero es demasiado. Me ha bañado y me ha secado y ahora pretende vestirme, como si yo fuera una muñeca de cristal que necesita sumo cuidado.

Cada vez que me mira, puedo observar en su mirada la culpa. ¿Por qué? Mi mente me juega malas pasadas. ¿Será que Edward se siente culpable porque se acostó con Rachel? ¿Es eso?

No puedo seguir pensando nada, porque en ese momento llega Edward, con una toalla en la cintura y ropa para mí entre las manos.

Deja todo en la cama y me pone de pie. Me quita la toalla y de inmediato toma las bragas que ha traído.

Unas preciosidades con la etiqueta de La Perla. Tanto el brassiere como las bragas son de color beige, y tienen encima hermoso encaje negro.

Me pone las bragas.

−Gírate− dice.

Obedezco. Él desliza el brassiere hasta mis pechos y lo asegura con el broche detrás. Me voltea.

Luego toma un vestido color ciruela con estampado de corazones blancos, me llega hasta un poco debajo de la rodilla y me lo cuela por la cabeza. Meto los brazos. El vestido es perfecto y romántico.

Me da un beso en los labios.

−Te amo.

Y ahí está de nuevo… esa culpa en sus ojos. La angustia se extiende por todo mi cuerpo.

Me calza unos zapatos color morado de Louis Vuitton, luego toma mi mano y me pone frente al espejo del tocador. Agarra el cepillo y lo desliza por mi pelo, deshaciendo los nudos del cabello. Toma el secador y pasa los dedos para que se seque. Lo miro a través del espejo, está concentrado en lo que hace. Dios. Es tan tierno… pero tan raro lo que está haciendo. No es muy… de Edward Cullen.

Deja mi cabello suelto, vuelve a cepillarlo un poco y hace una línea de lado.

−Eres perfecta− me dice cuando termina y me besa en los labios.

Luego, él desaparece por el umbral de la puerta.

Me quedo unos instantes en mi lugar, me veo al espejo. Wau. Le diré a Edward que me peine diario.

Sin embargo, no estoy tranquila. ¿Qué es lo que pasa?

Me coloco un poco de rímel y gloss en los labios. Estoy lista.

Voy a la cocina, Edward está ahí preparando el desayuno. Se ha puesto un traje azul marino, así como la corbata y una camisa celeste. Está fresco y elegante.

Me mira con una sonrisa tímida porque sabe que lo estoy mirando muy fijamente.

−Siéntate− ordena –Aquí está tu desayuno.

Me siento en uno de los taburetes y frente a mí hay un plato de fruta y un vaso de chocolate.

Antes de que me dé cuenta me los he terminado.

−Tenías hambre− me dice, mientras me da otro vaso de chocolate y pan tostado con mermelada.

Me muerdo el labio –Me has mantenido muy activa desde ayer− le recuerdo.

Me dedica su sonrisa torcida.

−Cierto. Come.

Me acabo la leche y dos tostadas.

Me levanto y voy al baño para lavarme los dientes. No le pregunto a Edward si ya ha desayunado. En verdad, nunca lo he visto comer por las mañanas… tal vez tenga que encargarme de eso.

Cuando regreso, él tiene puesto un abrigo y las llaves del Aston en mano. Me extiende un abrigo negro a mí.

−Toma, no quiero que te resfríes.

Tomo el abrigo y me lo pongo. Edward tiene razón. A penas entra una muy débil luz de Sol por los cristales. Está nublado. Hoy es un día gris en New York.

− ¿Nos vamos?− pregunta y asiento.

..

..

..

Llegamos al estacionamiento de la oficina, Edward aparca el auto en el lugar que tiene reservado única y exclusivamente para él.

Toma mi mano entre las suyas y la besa.

−A pesar de todo, este fin de semana fue fantástico− murmura –Todo es bello a tu lado.

Me derrito de nuevo y suspiro por dentro. No me contengo y me lanzo a sus brazos. Lo beso y mi boca devora la suya con avidez.

−Bella…− gruñe –Detente, o no te dejaré salir de este auto.

Lo miro con ojos inocentes y le sonrío.

−Fue algo más que perfecto el fin de semana Edward. A pesar de todo.

Nos bajamos del auto a la vez y nos subimos al ascensor.

Ahí dentro, nos miramos con complicidad.

−Un rapidín no le haría mal a nadie− me dice.

Abro los ojos como platos − ¡Edward, no!

Gruñe –Está bien. Pero no te salvas.

Las puertas se abren, Kate y Jessica nos miran fijamente. Esas dos cada vez parecen estar más seguras de que Edward y yo tenemos algo. Mierda.

−Buenos días− dice Edward en voz alta. Muy alta.

−Buenos días, señor Cullen− dicen a coro.

Yo bajo la vista y me voy a mi lugar de trabajo.

Edward no vuelve a mirarme y sin más, se mete a su oficina. Lo que me provoca un tremendo alivio. Estoy casi segura de que Kate y Jessica son capaces de ver la atmósfera cargada de electricidad y constante tensión sexual que hay entre nosotros.

Me concentro en mi trabajo. Kate y Jessica no me hacen ningún comentario, por suerte.

Hay mucho correo para Edward en mi escritorio. Comienzo a dividirlo. Eventos, invitaciones, cartas de socios, etc.

Enciendo el ordenador y comienzo a revisar la agenda de Edward. A las diez quince tiene una junta con la mesa directiva. Oh. Eso significa que Emmet y Jasper estarán aquí. Luego de eso no tiene nada más hasta las dos, una comida para firmar el contrato de la campaña próxima de H&M.

Me pica la curiosidad. ¿Alice habrá llegado ya? Bueno, tengo que decirle que tiene que dejar de fingir conmigo. Sé lo de Rachel. En el fondo, estoy un poco molesta con ella. ¿Cómo pudo ser capaz de ocultarme una cosa así, sólo porque Edward se lo pidió?

Redacto las cartas que Edward me ha dicho por teléfono que redactara. Me tardo una hora haciendo eso.

Luego, decido que es hora de ir a visitar a Alice… y a la estúpida rubia esa.

..

..

..

El taller está igual que la última vez que vine. Las paredes blancas con marcos de portadas de revista como Vogue, Elle, Harper’s Bazar, Cosmopolitan, Marie Claire, etc.

Al fondo está Alice, cortando tela sobre la mesa de trabajo. Y ahí mismo, frente al espejo, admirándose como toda una víctima del narcicismo está ella. Rachel.

Evito mirarla a toda costa. Si lo hago… me le iré encima.

Saludo a Alice, quien me dedica su misma sonrisa efusiva como siempre.

−Hola, Belli. Qué milagro.

Me muerdo el labio –Tengo que… hablar contigo. ¿Podemos…?− con mi dedo índice señalo un punto lejano del taller. Alice, algo nerviosa, asiente.

− ¿Qué pasa Belli?− susurra cuando ambas estamos bastante alejadas de la rubia loca.

−Edward me lo contó todo ayer− musito –Ya sé lo de Rachel, y también que tú ya lo sabías.

Alice se avergüenza notablemente y baja la mirada –Yo quería decírtelo Belli, pero… Edward me dijo que por tú bien no lo hiciera. Que él te lo diría en su momento.

Suspiro –Ella…− carraspeo –Rachel fue al pent-house de Edward ayer.

Ella se lleva una mano a la boca − ¡¿Qué?!− no logra sofocar del todo el grito, lo que provoca que Rachel se distraiga por un momento de su perfecta imagen en el espejo y nos mire. Su rostro se clava en el mío, al parecer no se había dado cuenta de que estaba ahí. Ella me alza una ceja y sonríe. Agh…. Voy a matarla ahora mismo.

Regreso mi vista a Alice.

−Pues sí− continúo –Ella causó un gran problema entre Edward y yo ayer y bueno… por fin Edward decidió  que lo mejor era explicarme todo.

Alice está confundida –No lo entiendo. ¿Por qué Rachel fue al departamento de Edward? ¿Ella qué tenía que hacer allí?

Bajo la voz lo más que puedo –Alice, esto que voy a decirte no tienes que contárselo a absolutamente nadie. ¿Me oyes?− ella asiente frenéticamente y se pega más a mí.

−Edward me contó que él se parece a un antiguo amor de Rachel, y ella, como está loca, piensa que Edward es él. Por eso ayer se apareció en el pent-house.

Ella se lleva una mano a la boca − ¡Dios! Belli… ella tiene que irse.

Asiento sin ganas –Lo mismo le dije a Edward ayer, pero él se negó. Dijo que queda sólo una semana para la campaña y no podemos despedir a la cara del perfume. De cierta forma tiene razón.

Alice frunce los labios –Eso es egoísta. Está pensando sólo en él y no en ti.

Niego –Alice, ¿no te das cuenta? Ni siquiera está pensando en él. Está pensando en la empresa. Esta empresa es un imperio que el abuelo del abuelo de Carlisle fundó. No puede simplemente pensar en mí y echar por la borda tantos años de trabajo.

Encoje los hombros –Bueno, supongo que porque estás enamorada de él dices eso. Entiendo tu punto, Belli. Pero no del todo.

Las dos nos sonreímos con pesar y volvemos a la mesa de trabajo de Alice.

− ¿Y entonces, Alice? ¿Qué tal van los vestidos?

Ella aplaude. Vaya. Qué rápido se le repone el humor.

−Van geniales. Mira. Este es un boceto. Es el que estoy haciendo ahora mismo. ¿Te gusta?− me pasa una gran hoja de papel. Observo. Es un vestido precioso, color aguamarina trabajado en seda y gasa, lo que lo hace muy vaporoso, elegante y romántico.

−Es perfecto, Alice− digo.

En ese momento, Rachel se distrae de su reflejo en el espejo, camina unos pasos y está a nuestro lado.

Me veo obligada a clavar las manos a la orilla de la mesa. Siento que voy a matarla…

−Es precioso− dice –Eres una excelente diseñadora, Alice.

Ella asiente y no dice nada más. Luego, Rachel se gira hacia mí.

−Oye, Bella. ¿Es qué nunca te enseñaron que no es bueno meterse con el jefe?

Escucho como Alice suelta el aire sonoramente.

Oh… ¡Jodida hija de la gran puta! Grita la Madrastra por un megáfono. Respiro hondo y cuento hasta diez.

Sonrío cínicamente –Tal vez sí, Rachel. Pero bueno… supongo que es demasiado tarde como para arrepentirme, tomando en cuenta que Edward me ama.

Ella se muerde el labio apropósito para retener una risa.

−Yo no lo creo− me contesta, se da la vuelta y entra al vestidor.

Miro mis nudillos. Están blancos ante tanta presión que estoy haciendo contra las orillas de la mesa.

−Vaya. Eso sí que fue grosero− dice Alice en voz alta, supongo que para que Rachel la escuche.

−Es una zorra− le digo.

Alice me pone una mano en el hombro.

−Oye Belli, el comentario de Rachel no ha sido del más acertado pero entiéndela. Está loca.

−Eso no justifica nada Alice. Nada.

OoO

Regreso con un humor pésimo a mi escritorio. Estoy como una tetera que silba, echando humo por todos lados… o mejor, como un volcán a punto de estallar. Si… eso me define mejor. La bomba de Hiroshima NOS define mejor dice la Madrastra, mordaz.

Me siento muy mal. Son las nueve y media y tengo que avisarle a Edward de la junta que tiene, y que posiblemente se le ha olvidado.

Respiro hondo y pienso en campos zen. Llenos de paz y silencio. Como una biblioteca… No. Ese no es un territorio muy zen desde el domingo.

−Isabella− llama Edward por el teléfono. Pego un brinco sobre mi silla.

− ¿Señor?− contesto, manteniendo apretado el botón.

−La necesito en mi oficina.

Y no dice nada más. Mierda. Se oía molesto. ¿Qué habré hecho?

Me levanto, no me molesto en llamar a la puerta y entro.

−Diga− susurro.

Él se inclina hacia atrás aún sentado en su silla y entrelaza los dedos.

−Cierre la puerta, Isabella− dice, con tono frío. Glacial.

Un estremecimiento recorre mi cuerpo. ¿Qué he hecho? Hago caso a lo que dice.

− ¿Qué pasa, señor?− pregunto, con la voz temblando.

−Te había dicho que quería que las invitaciones de la campaña llegaran dos semanas antes del evento. Por lo visto, no es así.

Oh, mierda.

−Em…er… Lo que pasa… el servicio de mensajería no estaba disponible para tantos envíos… hasta ahora.

Él se pone un dedo sobre los labios y me mira fijamente, luego de un minuto sus ojos se oscurecen.

− ¿Qué voy a hacer contigo, Isabella?

Oh. ¿Cómo es que una frase puede guardar tantas promesas? Trago saliva. Oh Dios. Me quedo quieta en mi lugar. Se me había olvidado… sigo siendo su sumisa.

Él se levanta y camina hacia mí, pero pasa a mi lado.

Edward cierra la puerta con seguro.

−Acerca la cara al escritorio− ordena.

¿?¿?¿?

− ¿Qué?

−Shh. No preguntes. Acerca la cara al escritorio. Obedece.

Acerco tanto el rostro al escritorio que casi puedo ver cada fibra de vidrio por la que está formado.

−Pon las manos sobre el cristal, a los lados de tu cabeza.

¿Qué? Estoy en una posición totalmente sexual. Mi trasero está expuesto.

Hago lo que me indica.

Poco a poco él se acerca y pone sus manos en mis caderas. Siento su erección clavarse en mi sexo, a través de la falda.

−Veamos− susurra con voz suave –No has hecho lo que te he pedido y además no me has dejado cogerte en el elevador− una de sus manos va de mi cadera a mi vientre y luego asciende a mis pechos y se queda ahí.

Mi respiración es errática. Mierda. Va a golpearme ¿verdad? Una parte oscura… la Madrastra lo desea. Y yo también. Me muerdo el labio.

−Edward…− exhalo.

− ¿Cómo? Oh no nena. Soy señor para ti… o señor Cullen, si lo prefieres.

Me estremezco. Dios. Libero mi labio.

−Has desobedecido mis órdenes. Eso merece un castigo, ¿no lo crees?

−Si− contesto con voz desesperada.

Siento la sonrisa de suficiencia que esboza Edward. De pronto, empuja su cadera y su erección provoca un exquisito roce ahí… donde lo necesito. Elevo la cabeza.

−Señor…

−Voy a darte unos azotes, Isabella. Mi pequeña desobediente− su voz es pesada como el deseo que recorre mi cuerpo y aprieta mis entrañas. De pronto, alza su mano sobre el aire y la estrella sobre mis nalgas. Gimo, y no sé si de placer o de dolor.

Edward se inclina sobre mi espalda con la boca cerca de mi oído.

−No cuentes… sólo siente− musita.

Y vuelve a hacer lo mismo una y otra vez. Como estoy en esa posición, en la que mi sexo está muy accesible la mayoría de los azotes caen ahí… a propósito y me vuelve loca. Voy a correrme en cualquier momento.

La respiración de Edward es rápida y la lujuria en el aire es palpable.

Absorbo los golpes y consigo no hacer ningún ruido. Mi mejilla derecha está recargada sobre el vidrio y mi vista hacia los cristales. Una electricidad exquisita me recorre con cada golpe… Dios. No podré soportarlo por mucho tiempo.

−Veinte− gruñe Edward –Lo has hecho muy bien, Isabella− dice con admiración.

No puedo escuchar lo demás que dice. Estoy envuelta en una nube de placer que nubla mis sentidos.

Edward alza la vaporosa falda del vestido y sumerge un dedo en mi interior. Tiemblo.

−Cariño… estás tan lista para mí− mete otro dedo y hace anchos círculos dentro de mi vagina. Dilatándome… excitándome… oh.

−Ed… señor− corrijo a tiempo –Por favor…

− ¿Por favor? Pero si has sido tú la que ha desobedecido…

Cierro los ojos y paso la lengua por mi labio inferior –No lo soporto. Cógeme. Por favor, cógeme− mi voz suplica y no me importa. Necesito tanto a Edward dentro de mí…

Edward gruñe de nuevo, desabrocha su cinturón y baja el cierre de su bragueta. Ese sonido es música para mis oídos.

Me sostiene por las caderas y de un fluido movimiento me penetra. Sólo basta eso para que me venga en un demoledor orgasmo. Gimo lo más bajo que puedo. Edward sale de mí y vuelve a entrar en mi interior. Una mano suya se instala en mi cuello y lo rodea con su mano sin apretar, pero lo suficientemente fuerte para elevarme la cabeza.

−Ssssch…− jadea en mi oído cuando entra de nuevo, hasta el fondo –Otra vez, Isabella. Otra vez.

Y me embiste de nuevo. Establece un ritmo y al instante puedo seguirlo. Mis caderas se encuentras con las suyas, su mano sobre mi cuello le da acceso a su boca para besarme mientras entre en mí despiadadamente.

Cierro los ojos con fuerza y me separo de su boca para respirar. Él aumenta el ritmo.

−Rápido Isabella. Más rápido.

Y yo me muevo más. Me deslizo con facilidad. Edward pone sus manos sobre las mías y las presiona contra el cristal del escritorio.

−Así...− gime –Eso es…

Me besa de nuevo. Su lengua invade la mía y acaricia mi paladar.

Mis paredes se contraen a su alrededor. Estoy cerca… muy cerca… y de pronto creo ver puntos de colores.

− ¡Ed…ward!− grito como puedo, ahogando parte de mi exclamación de placer en su boca. Estoy temblando, pero él sigue dentro de mí, penetrándome una y otra vez.

−Mía, Isabella. Mía− jadea –Sólo mía.

Él se separa de mi boca y echa la cabeza hacia atrás y grita, mientras se queda quieto y llega al orgasmo.

Se derrumba sobre mi espalda. El vidrio es increíblemente frío contra mi piel. Mi corazón retumba como un tambor por todo mi cuerpo.

Edward deja dos tiernos besos en mi nuca y sale de mí. Se abrocha el pantalón y el cinturón. Yo me incorporo, me acomodo las bragas y me bajo la falda.

Él me jala por el brazo y ocasiona que yo choque contra su pecho. Mis ojos se encuentran con los suyos cuando alzo la mirada.

−Eres mía, Isabella ¿lo oyes? El único que te hace estremecer. Nadie nunca podrá hacerte vibrar de la forma en que yo lo hago.

Suena tan posesivo como siempre… suena tan Edward… Al Edward que yo conocí. Mi pecho se infla de felicidad. ¿Será que ya ha vuelto a ser el mismo que antes del fin se semana?

Le dedico una sonrisa tímida y pongo mi mano en su precioso rostro.

−Siempre Edward. Tú eres el único y siempre lo será.

Me sonríe con satisfacción y luego, como sin nada, regresa a su silla.

−Asegúrate de que las invitaciones lleguen a tiempo− me dice, y yo, consciente de que es hora de volver a trabajar asiento obedientemente. Me giro y abro la puerta.

−Ah, Isabella− me llama –Es probable que te sientas muy adolorida al sentarte… pero eso creo que ya lo sabes− me sonríe de lado.

Me sonrojo y bajo la vista. De pronto lo miro, alarmada. ¡Mierda! ¡La junta! ¿Qué hora es? Giro la cabeza hacia tras para mirar el reloj de pared que hay en la recepción. Las diez con tres.

−Edward… tienes una junta con los directivos dentro de doce minutos

Él entorna los ojos − ¿Y por qué me lo dices hasta ahora?

Hago una mueca –Iba a decírtelo pero… en ese momento me llamaste a tu oficina y no me diste tiempo de nada.

Él logra ocultar una sonrisa –Touché, Swan. Estoy en la sala de juntas en cinco minutos.

Asiento y me voy.

OoO

Edward ha estado más de dos horas en esa dichosa junta y yo me preocupo. No va a llegar a tiempo a su almuerzo… ¡Mierda! Yo no quiero entrar de nuevo a la sala de juntas a interrumpir. Ya lo hice una vez y no fue agradable sentir las miradas de odio de los directivos sobre mí.

Me pongo a anotar en los sobres que contienen las invitaciones las direcciones para después mandarlas a mensajería.

Edward regresa en ese momento de la junta, tiene la corbata floja y no lleva el saco… Está tremendamente sexy y no soy la única en notarlo. Kate y Jessica están literalmente babeando.

−Swan− saluda con un gesto de cabeza cuando pasa a mi lado.

Me levanto de mi asiento −Señor− lo llamo –Tiene un almuerzo para concretar el negocio con la gente de H&M− Edward hace un claro gesto de disgusto y luego encoje los hombros, mira su reloj.

 −Gracias, Swan.

−También llegó esta correspondencia para usted− digo a toda prisa antes de que él se meta a su oficina, le extiendo el brazo con los sobres en mano.

Él las toma, me sonríe de modo que sólo pueda notarlo yo y desaparece por la puerta.

Me siento de nuevo en mi lugar y continúo con mi trabajo. Miro a las paredes de cristal del edificio. El día no ha mejorado en nada. Sigue gris y lleno de nubes.

A la una y media Edward sale con el abrigo puesto y maletín en mano.

−Swan, voy al almuerzo, quiero que venga conmigo− dice.

No titubeo. Después de todo soy su asistente. Y su sumisa me recuerda Blanca nieves.

−Sí, señor− me levanto, cojo el abrigo y me lo pongo, también tomo la agenda por si hay algo que tenga que anotar.

Edward se gira y camina hacia el elevador. Me meto con él.

−Regresen temprano de comer, chicas− les recuerda Edward a Kate y Jessica.

Luego, las puertas se cierran.

OoO

Estamos en un restaurante elegante y con una decoración minimalista. Las mesas son cuadradas con manteles blancos de lino, floreros rectangulares de color rojo con sólo tres rosas blancas, paredes blancas con decoración en negro y piso de alfombra color vino.

Llevamos una hora ahí. Nosotros… bueno, Edward discute los arreglos del contrato con los cinco hombres con traje impoluto.

Edward ha pedido –tanto para mí como para él− solomillo con patatas rojas al horno y puré… bueno, creo que es puré. Está muy bueno y como con ganas, pero despacio. El vino es fuerte, pero agradable, deja un sabor muy intenso a madera tostada. Leo la botella que está en la mesa dentro de una cubetita con hielos y descubro que es de una cosecha argentina. Vaya, es bueno. Se llama Black Soul.

Intento mantener la atención en la plática, pero estoy más concentrada en otros lados. Miro por todo el restaurante. Hay más gente, vestida elegantemente comiendo y charlando. Siento como por debajo del mantel Edward le da un apretón a mi mano. Me volteo a verlo, sigue en su conversación.

Tengo el síndrome del pie inquieto, asique golpeo constantemente el suelo con mi pie. La Madrastra y Blanca nieves hacen lo mismo y suspiran, Blanca nieves está sentada en una piedra y se aparta un mechón de pelo que le cubre la cara con un soplido.

Me meto un pedazo de carne a la boca y me demoro en masticarlo, para tener algo que hacer digamos. Creo que uno de los hombres de traje dice algo gracioso, porque todos ríen y yo por cortesía también lo hago. Luego empiezan a contarse cosas entre ellos y Edward tiene la oportunidad por fin de probar su solomillo. Miro hacia el frente y siento la mirada escrutadora de Edward sobre mí, volteo a verlo, y ahí está… otra vez esa mirada en sus ojos. Mierda no. Y yo que creía que por fin ya había regresado a ser él de nuevo.

Quiero llorar. Tengo ganas de llevarme a Edward de ese restaurante, arrastrarlo al auto y hacerle un cuestionario digno de un policía del servicio secreto.

¿Qué pasó con Rachel, Edward? ¿Quién es ella exactamente? ¿Te gusta? ¿La besaste? ¿Se acostaron? ¿Por qué me miras con culpa todo el tiempo? ¿Aún me amas? ¿Me quieres, siquiera?

Él vuelve a la plática de negocios y yo… yo me aburro de nuevo.

OoO

Dos días después…

Es miércoles. Son las cinco de la tarde. Edward está en el taller… ¡en el taller! Me ha dicho que iba a “revisar” qué tal iban los diseños de Alice.

Sí como no. Sé que Edward está mintiendo. A él nunca le importó como diseñara Alice, dejó todo en mis manos.

Pero ahora estoy en plan de asistente, así que, aunque no quiera, tengo que tragarme los celos y abstenerme de ir al taller y matar de una vez a Rachel, y de paso pedirle una explicación a Edward. Sin embargo, solo me queda, o más bien, lo único que puedo hacer es arañar la pared o morder la esquina del escritorio.

He terminado ya el trabajo… posiblemente pueda decirle a Edward que me voy para mi apartamento, que no tengo ya nada que hacer en la empresa. Pero no. Sé que eso sólo es otro modo de ir con Edward y ver lo que está haciendo.

No lo soporto por más tiempo, tomo el teléfono y marco la extensión del taller.

− ¿Aló?− contesta Alice, tranquila.

−Alice, oye ¿Edward está por ahí?− estoy enrollando entre mis dedos el cable del teléfono. Hablo bajito para que ni Kate ni Jessica escuchen.

Ella tarda en contestar –Em… sí, el está aquí pero, bueno, si lo que quieres es hablar con él no se va a poder.

La angustia regresa a mi estómago y sube hasta mi garganta.

− ¿Qué? ¿Por qué?− mi voz se ha vuelto dos octavas más altas.

 −Bueno, es que está platicando con Rachel− noto que ella se acobarda cuando lo dice.

Carraspeo. Mierda. − ¿Y sobre qué hablan?

−No lo sé, Belli. Ambos están encerrados en uno de los vestidores.

Siento que me falta el aire. ¿Pero qué carajo…?

− ¿Qué? ¿Por qué?

−Tranquila Belli, no están haciendo nada de lo que tú crees. Simplemente que Edward quería hablar muy en privado con ella− Alice remarca “muy” –Belli, no te pongas así. ¿A caso crees que Edward te engañaría con una loca de manicomio? ¡Ni pensarlo! Además, él te ama.

Las palabras de Alice logran tranquilizarme pero sólo un poco.

Inhalo y exhalo –Está bien, Alice. Bueno… que tengas buena noche. Un beso.

−Dos besos, Belli.

Y cuelga.

Me levanto de mi lugar y voy al servicio.

Cuando me estoy lavando las manos me miro en el espejo. Estoy pálida. Siempre estoy pálida. Pero el acostumbrado rubor está ahí, me toco la cara.

¿Soy lo suficientemente bonita? Rachel es hermosa…

¡Pero está loca!Recuerda la Madrastra.

Encojo los hombros y salgo del baño.

Cuando regreso suena el timbre del ascensor y Edward aparece en la recepción, con su camisa blanca, corbata vino y las manos en el pantalón gris. No mira a nadie y se mete en la oficina.

Miro hacia el suelo. Bueno. Creo que mejor me voy. No tengo ya nada que hacer y Edward no parece necesitarme para nada más.

Me acuerdo del psiquiatra, el doctor Gerandy. ¿Será buen momento para hacer una cita de pareja ahora? Desecho la idea, no tengo energía ni ganas para ir a una sesión.

Tomo mis cosas y apago el ordenador. Me pongo el abrigo y entro sin más a la oficina de Edward.

Edward está sentado en su silla, inclinado levemente para atrás, mirando hacia la nada y con ambos dedos índices unidos sobre su labio inferior.

−Señor− digo –He terminado ya todo el trabajo. ¿Puedo irme o me necesita para algo más?− consigo que mi voz salga neutra.

Él alza la vista. Al parecer estaba distraído. Frunce el ceño y separa los labios para tomar aire. Pasa un minuto y no dice nada.

Y de pronto Edward me está mirando como lo ha hecho últimamente. Ojos escrutándome, llenos de culpa y dolor.

 

¿Por qué? La perra de la Madrastra me susurra al oído que todo tiene que ver con la rubia y perfecta Rachel.

 

No quiero escucharla. No puede ser. Edward me ha dicho que me ama una y mil veces. Él no podría engañarme.

 

Sin embargo, la duda está ahí, latente. Edward no ha sido el mismo desde el domingo que Rachel se apareció en su apartamento.

El silencio crece entre nosotros. Él no se mueve, desvía su vista de mí y sólo respira.

 

Me paso una mano por la frente, estoy comenzando a desesperarme. Quiero reclamarle a Edward, pero en este momento no soy capaz. Estoy a dos segundos de romper en lágrimas.

Carraspeo para aclararme la voz –Me voy− aviso y no espero que me diga nada −tampoco es que intente hacerlo−. Me doy la vuelta y salgo por la puerta y no la cierro. Me meto al elevador y así tengo la oportunidad de mirar el rostro de Edward. Parece perdido, sin saber qué hacer.

 

Aprieto el botón que lleva al primer piso y espero…

Cuando estoy en la calle, dejo que el aire inunde mis pulmones y aclare mis pensamientos.

..

..

..

Me miro frente al espejo y el recuerdo de la habitación negra llega a mi mente. Edward acariciándome y diciéndome que soy hermosa… Recuerdo que me sentí tan segura de mi físico en ese momento como nunca en mi vida.

Suspiro. ¿Y ahora? Ahora ya no estoy segura de nada. Edward no está aquí conmigo, ni siquiera se ha ofrecido a traerme del trabajo. ¿Está con ella? ¿Con Rachel?

Me muerdo el labio, estoy a punto de volver a llorar, pero la Madrastra se para frente a mí, se pone una mano en la cintura y agita su cabello al viento. Somos mejores que ella. La rubia idiota no tiene algo que nosotras sí. El amor de Edward.

Espero porque Blanca nieves llore, como yo quiero hacerlo en ese momento, pero ella tampoco lo hace. Tiene puesta una armadura y una espada en la mano.

Luchemos por él, Bella.

Sonrío y todo rastro de tristeza se va. No. No voy a darme por vencida tan fácil. Edward Cullen es mío, y esa rubia perfecta no lo va a tener.

No voy a dejar que la estúpida esa se quede con lo que es mío. Con el hombre que amo…

Con ojos renovados vuelvo a mirarme en el espejo… me hace falta un corte de cabello… sí, un corte de cabello.

Por suerte, cuando mamá estuvo en su etapa de estilista me metí al curso con ella y aprendí muy bien a cortar el cabello. Renée me dejaba cortárselo cada dos meses.

Sonrío, me meto al baño y abro la ducha. Aprovecho la oportunidad y me quito la ropa. Dejo que el agua caliente resbale por todo mi cuerpo y me tomo mi tiempo lavándome el cabello. Cuando salgo lo envuelvo en una toalla y me pongo mi pijama de Kitty.

Me paso el peine por el cabello y luego voy por las tijeras y me siento en una silla frente al espejo del tocador.

Respiro y rezo porque me quede bien el corte… Que no sea un desastre… que no sea un desastre…

Me dividió el cabello en secciones, paso el peine, elevo el mechón y corto con las tijeras a dos dedos. Repito el mismo procedimiento con las secciones de pelo que están a la altura, luego prosigo con los siguientes y los hago más cortos.

Me tardo una hora entera cortándome el cabello, cuando termino, dejo las tijeras a un lado y paso el peine para quitar cualquier rastro de pelo cortado. Voy por el secador y lo moldeo con mis dedos, por fin me atrevo a verme al espejo. Vaya, me ha quedado muy bien. Mi cabello está en capas y me ha gustado como ha quedado. Asiento con la cabeza y me felicito a mí misma.

Voy por la escoba y barro todo el cabello del suelo y lo recojo. Luego tomo el barniz color rojo intenso que ya tiene un tiempo guardado en entre mis “cosas no usadas”, me tiro en la cama y me pinto las uñas de los pies y luego, con más cuidado, las de las manos. Quito el exceso y las miro a distancia. Listo, he terminado.

Como tengo algo así como una sobredosis de endorfina corriendo por mi cuerpo decido que quiero buscar la ropa que voy a usar mañana y con la cual, tengo que dejar babeando a Edward. Abro las puertas del clóset…

..

..

..

Estoy desesperada. Tengo un desastre de ropa sobre la cama y nada me convence.

Me quedo sólo unos minutos pensando, luego, miro el reloj y son las siete. Nueva York después de todo es la ciudad que nunca duerme…

Me visto con unos jeans y una blusa de algodón morada. Iré a la Quinta Av. Para buscar algo nuevo y fabuloso.

Eso no fallará…

OoO

 

Me levanto, estoy cansada. Muy cansada. Me he pasado la noche anterior probándome ropa por todos lados y cientos de tiendas.

Saco los pies de la cama y me meto a bañar. Lo único que me hace sonreír es mi plan.

Me pongo lo que he comprado para ese día. Y es que una dependienta me dijo “Si lo que quieres es sorprender a un hombre, compra algo con encaje. Nada más sexy que el encaje”

Así que haciéndole caso, compré un vestido rojo completamente de encaje de Dolce & Gabbana que era largo hasta la espinilla.

Saco la ropa interior de La Perla que he comprado y me la pongo y en seguida me cuelo el vestido. Me sorprendo… estoy sexy. Mi ropa interior se puede ver a través de la tela. Edward se morirá… seguro.

Sin embargo, mi plan es seducir, tener como loco a Edward todo el día sin dejar que él concrete nada… Tengo que quitarle de la cabeza a la tal Rachel a como dé lugar.

Peino mi cabello con la secadora y me maquillo a más conciencia. Me pongo los Pigalle, tomo mi bolso y el abrigo. Ya se me ha hecho algo tarde, así que sólo alcanzo a tomar un vaso de leche.

Llego a la oficina y pongo mis cosas en mi lugar. Saludo a Kate y a Jessica y puedo notar sus miradas sobre mi atuendo cuando me quito el abrigo.

Pasan dos horas y Edward aún no me ha llamado a su oficina. Hago el trabajo de rutina. Pasa media hora más. ¿Qué pasa? ¿Acaso Edward no estará en la oficina? ¿Estará en el taller? ¿Con ella? El pensamiento me marea.

Deja de atormentarte, Bella me recuerda Blanca nieves.

Entonces, tomo la poca correspondencia que le ha llegado a Edward como excusa para poder entrar en su oficina. Toco la puerta con los nudillos, cinco segundos después su voz fuerte y grave me contesta.

−Adelante.

Sonrío por dentro y relajo mi semblante. Ahora estoy completamente seria.

Abro la puerta y con paso lento camino hasta su escritorio. Edward me mira con ojos abiertos y atónitos, me sonrío por dentro. ¡Sí!

−Señor, esta es la poca correspondencia que tiene− anuncio − ¿Qué quiere que haga con ella?− alzo la mirada y lo veo a los ojos, que se han vuelto verde oscuro.

Él me mira de arriba hacia abajo, sus pupilas se dilatan cuando ve mi ropa interior transparentarse en el vestido.

Carraspea y enfoca su mirada en mis ojos. Verde contra marrón.

−Cierre la puerta, Swan− su voz autoritaria no admite discusión.

Con expresión neutra, asiento y cierro la puerta con seguro. Cuando me giro, Edward está detrás de mí, me toma por la cintura y en un rápido movimiento me deja caer sobre el sofá. Jadeo por la sorpresa.

− ¿Qué crees que estás haciendo, Isabella?

Lo miro, retándolo.

−Trabajar.

Me sonríe – ¿Te parece que este vestido me agrada? ¿Es que acaso te gusta hacerme enojar?

Me muerdo el labio, fingiendo no saber a lo que se refiere.

−Pensé que iba a gustarte− pongo mi mano sobre su mejilla –Lo he comprado para ti.

Él suelta el aire de golpe y me besa con avidez.

−Oh, Isabella… ¿qué me haces?− dice, con su frente pegada a la mía.

Y de nuevo la angustia que siento por todo mi cuerpo se desvanece un poco ante sus palabras.

− ¿Me quieres?− pregunto.

Él frunce el ceño − ¿A qué viene eso? Te adoro, Isabella. Tú eres mi vida.

Cierro los ojos y atraigo a Edward con mis brazos.

−Yo te amo, Edward. No me dejes, por favor, no me dejes.

La Madrastra frunce el ceño Este no era el plan dice enojada. Pero no hago caso, me siento completa otra vez. Es así que la valentía se apodera de mí y decido preguntar por fin.

− ¿Qué pasó entre Rachel y tú en el departamento?

Edward desvía la mirada un momento.

−Nada− dice frío y se incorpora sobre el sofá. Yo me siento también.

− ¿Entonces por qué has estado así desde el domingo? No has sido tú estos días Edward.

−Siempre soy yo. Pensé que ya te habías acostumbrado a mis múltiples y constantes cambios de humor.

Ladeo la cabeza –Creo que sabes a lo que me refiero. Estos días eres completamente distinto. Dices que me amas, pero al siguiente ya no hablas y luego… luego está esa culpa en tus ojos. ¿Por qué Edward? ¿Por qué? Dime la verdad, siento que voy a morirme.

Él se aparta de mi lado, se pone de pié y se pasa una mano por el cabello − ¿Y qué es lo que estás pensando? ¿Que me acosté con Rachel? ¿Es eso?− pretende estar furioso, pero no lo logra del todo.

− ¿Lo hiciste?− pregunto, indiferente a su enojo.

−No− dice –No me acosté con Rachel.

Trago − ¿Seguro?

Me mira − ¿Ahora estás dudando de mí?

− ¿Y qué quieres que haga, Edward? ¿Tienes idea de cómo he estado estos días? Teniendo que verle la cara a la rubia estúpida de Rachel, teniendo que ver tú actitud para conmigo.  Desde ayer no has dicho ni una palabra cuando te dije que me iba− trato de morderme la lengua y evitar dejar salir de mi boca lo que estoy a punto de decir, pero no lo logro −¿Cómo te sentirías tú si te dijera que el domingo Jacob me estaba esperando en la universidad?

Él me mira, sus ojos arden − ¿Qué?

Alzo ligeramente la cabeza y aprieto los labios. Me pongo de pié.

−Sí, eso pasó, pero eso no es todo. ¿Qué sentirías tú si te dijera que probablemente besé a Jacob?

Él me toma fuertemente por el brazo − ¿Qué? ¿Te besaste con Jacob?

Suspiro − ¿Ahora estás dudando de mí?− le devuelvo sus palabras.

Él me toma la cara con una de sus manos y me da un beso profundo y lleno de lujuria. Me pone contra la pared, me toma una pierna y la enreda en sus caderas.

−Tú eres mía, Isabella. Tu boca es mía, toda tú eres mía− vuelve a besarme − ¿Lo besaste? Dime la verdad.

No contesto. Yo sé que es una mentira, pero quiero que experimente la misma angustia que yo a lo largo de estos días.

−Tú besas mejor− contesto –Mucho mejor.

Estrella sus labios contra los míos y cierra los ojos con fuerza.

− ¿Estás vengándote de mí?− pregunta.

− ¿Por qué habría de hacerlo? ¿Acaso has hecho algo de lo que yo tenga que vengarme?

Asiente lentamente –Me había olvidado de lo increíblemente inteligente que eras.

Pongo una mano en su pecho –Es normal. Rachel es una rubia tonta que te ha hecho olvidarme− mi voz es neutra, no dejo ver ningún sentimiento.

−Absolutamente nadie va a conseguir alguna vez que me olvide de ti.

Lo miro –Creo que ella sí que lo ha logrado.

−Rachel no me gusta. A la única que quiero es a ti, Isabella. ¿Qué tengo que hacer para que me creas?− me acaricia la mejilla.

−Despídela− susurro –Eso quiero que hagas.

Él me pasa un dedo por mi labio inferior y pellizca − ¿En serio lo has besado?− pregunta, totalmente afligido.

Encojo los hombros –Tal vez. Quién lo sabe.

Enreda una mano en mi cabello y me echa la cabeza hacia atrás –Te has cortado el pelo− dice –Júrame que no has besado a Jacob.

Me muerdo el labio –Primero dime que vas a despedirla− le condiciono.

Edward, luego de un momento asiente –De acuerdo, si eso es lo que quieres. Rachel Collins se va ahora mismo de esta empresa− sentencia –Ahora, júrame que no lo has besado, o lo mato Bella.

Por dentro siento una inmensa alegría. La Madrastra y Blanca nieves chocan las manos. ¡He logrado ganarle a esa rubia perfecta y loca!

−No lo he besado, Edward. Sería incapaz. Nadie es mejor que tú, y nunca voy a buscar con quién compararte ¿Me entiendes?

Él se relaja visiblemente.

− ¿Sabes?− susurra –Siento que en cualquier momento vas a desaparecer.

Alazo las cejas − ¿Y eso?

−No lo sé. Siento que eres demasiado buena para mí, que no soy suficiente.

Me desgarra el corazón. Detesto cuando Edward se menosprecia así. ¿Qué acaso no ve que es el mejor hombre que una chica podría desear?

−Edward− le llamo –Tú eres absolutamente todo lo que yo quiero que seas.

Él me besa de nuevo y baja una de sus manos hasta uno de mis pechos.

− ¿Sabes por qué estos días te he hecho el amor prácticamente cada que puedo?− aprieta.

Empujo mi cuerpo hacia su mano –No− contesto.

−Para asegurarme de que sigues aquí.

Y dicho eso se lleva una mano al pantalón y se baja el cierre. Su mano desciende hasta mi sexo.

−Por cierto, este vestido me vuelve loco.

OoO

Rachel se mira frente al espejo y se peina el cabello con las manos una y otra vez.

Es de noche y ella está desnuda, dentro de lo que en las últimas semanas ha pretendido que sea su casa.

Mira de reojo la pistola que hay sobre la cama. No le ha gustado nada averiguar que la asistente de su amado Edward no es nada más ni nada menos que la amante. No, no es la amante, es la novia.

− ¿Qué tiene ella que yo no? ¿Por qué ella sí ha sido digna de su amor?− se pregunta en voz alta.

La pistola que hay sobre la cama es su mejor compañera. La que puede desaparecer a una persona del mapa y dejarle el camino libre con Edward.

Y entonces ella recuerda… las manos fuertes sobre su piel… los labios carnosos sobre su boca… las cadenas en sus muñecas… y la cera sobre su vientre… el látigo sobre su trasero… las palabras sucias en su oído, degradándola, haciéndola sentirse menos, excitándola… haciéndola sentirse viva.

−Yo te hice sentir vivo de nuevo, Ricky− murmura –Yo. Sólo yo.

OoO

En la casa de los Cullen, Esme está feliz. Sus padres y sus suegros han confirmado que irán en Navidad.

− ¡Toda la familia junta!− exclama, emocionada.

Carlisle la abraza –Tenemos mucho que preparar, querida.

− ¿Sabes qué es lo mejor de todo? ¡Mi hermana Anne va a venir! Hace tanto que no la veo… desde que Edward tenía quince ¿recuerdas?

Él asiente –Anne adoraba a Edward.

− ¿Crees que estará bien si llamo a Edward para decirle que la tía Anne va a venir?

Carlisle sonríe –Querida, son las diez de la noche. ¿Qué te parece si le das la noticia otro día? Ha pasado tanto tiempo que apuesto a que Edward apenas se acuerda de ella.

−No lo creo. ¿Qué no te acuerdas? Ellos dos estaban juntos siempre. Estaban muy unidos.

−Otro día querida− le da un beso –Otro día.

OoO

Estamos en mi apartamento. Edward está sentado en el sofá viendo la televisión y yo hago café.

Estoy tranquila después de que Edward me haya dicho que no ha pasado nada ni pasará nada con Rachel.

Me golpeo mentalmente al recordar que en algún momento sentí compasión por ella.

−Toma− le digo, extendiéndole una taza de café caliente. Él me sonríe.

−Exactamente como me gusta− alaba –Ven, siéntate conmigo− deja la taza a un lado y tira de mi brazo, haciéndome caer en su regazo.

−Te quiero− me dice y me besa el pelo − ¿Quieres ver algo en especial?

Niego –Lo que tú estés viendo estará bien para mí.

Suspira − ¿Por qué no puedes ser así de dócil todo el tiempo?

Río –Porque si fuera completamente dócil no me amarías. Tú mismo has dicho que te gusta que te desafíe.

Me pone un mechón de cabello detrás de la oreja − ¿Por qué lo haces?

−Porque puedo.

−Ya veo− contesta − ¿Y cómo te sientes?

− ¿Con qué?

−Con respecto a la sumisión− dice.

−Ha estado bien, has sido hasta cierto punto suave, aunque exigente.

− ¿Exigente?

−Sí, Edward. Exigente. Tú sabes, con lo del auto…

Me ruborizo al recordarlo.

−Esa definitivamente ha sido la mejor mamada que me han dado en mi vida− se carcajea –La que encabeza la lista.

Abro los ojos como platos y le pego en el brazo − ¡Edward! ¡No seas grosero!− le reprendo por las palabras que ha usado. Ríe de nuevo, y yo lo miro − ¿A caso llevas una lista?

Encoje los hombros –Se podría decir. Pero en todas las veces estás tú− me guiña un ojo.

Me he quitado el vestido y me he puesto mi pijama de Kitty. Edward me aprieta contra su pecho y yo inhalo su aroma. ¿Por qué no podemos estar siempre así de tranquilos?

−Bella− me llama, alzo la vista –Oye, sé que prometí que iba a despedir a Rachel…

Cierro los ojos y asiento –Lo sé, Edward. No puedes hacerlo.

− ¿Me entiendes, verdad?

−Desde luego. No te preocupes ¿bueno? Al menos el gusto me ha durado unas horas.

−Te juro que después del lanzamiento ella se irá. Lo juro.

−Está bien− digo.

Y con eso, los dos nos quedamos en el sillón viendo una película de comedia o algo así.

Me siento satisfecha. He logrado vencer al fantasma Rachel Collins. Bueno, eso espero.

                                                                                                                                                       OoO

Canción: She’s Not Me

Artista: Lana Del Rey

¿Os ha gustado? Espero que sí. ¡Agh! Esta Rachel es un caso perdido. ¿Quién la odia? Yo sí. Pobre Bella, todo lo que tiene que soportar.

Entren al Blog para que puedan ver tooodo el adelanto que es más largo en esta ocasión de lo normal.

BLOG: amywelchfanfic.blogspot.com

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Un beso.

Amy W.

Capítulo 19: Nacida Para Ser Sumisa Capítulo 21: Estamos Juntos

 
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