Tú, Mi Obsesión (+18)

Autor: AmyWelch
Género: + 18
Fecha Creación: 03/08/2012
Fecha Actualización: 27/11/2014
Finalizado: SI
Votos: 19
Comentarios: 72
Visitas: 104659
Capítulos: 29

Edward es un millonario obsesionado con Isabella Swan. Cuando ambos mantienen una relación Isabella se ve sumida por la vigilancia extrema, celos enfermos, el dinero infinito y la megalomanía de Edward Cullen, está dispuesta a soportarlo todo, hasta que se da cuenta de que Edward es el culpable de la muerte de su novio. Pero ella no sabe, que el último plan de Edward es dejarla ir.

Las y los invito a leer mi otra historia:

De Los Bosques De Noruega:

http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3402

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Capítulo 19: Nacida Para Ser Sumisa

Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, la historia es mía.

¡Hola chicas! Aquí llego con el capítulo diecinueve. Espero que les guste.

Un beso a mi Beta Beakis, gracias nena.

A leer.

Si solo pudieras ver, la bestia que has hecho de mí

Traté de mantenerla dentro pero ahora parece que tú la has liberado

Gritando en la oscuridad.

Aúllo cuando estamos separados

Arrastro mis dientes por todo tu pecho para probar tu corazón palpitante

Mis dedos se clavan en tu piel. Trato de encontrar el camino hacia adentro.

Tú eres la luna que rompe en la noche por la cual yo aúllo.

Ten cuidado con la maldición que cae en los amantes jóvenes.

Todo empieza suave y dulce, y luego los convierte en cazadores…

La fábrica de tu carne, pura como un vestido de novia.

Hasta que no me encuentro entre tus brazos no me siento a salvo.

Los santos no pueden salvarme ahora.

Las cadenas se han roto.

Acecho por ti con pies sangrantes a través de la tierra sagrada.

 

Capítulo 19: Nacida Para Ser Sumisa.

 

La cara de Edward era de incredulidad.

–Isabella, para ser sincero, no creo que puedas hacerlo.

Sonreí, retándolo – ¿Y por qué no?– inquirí, apoyando una mano sobre su pecho.

–Porque no es tan fácil como tú crees. Tienes un espíritu demasiado libre como para rendirte a mí por completo.

Encogí los hombros. –Ponme a prueba.

Él soltó una carcajada repentina y luego frunció el entrecejo – ¿Por qué de pronto quieres ser mi sumisa? Recuerdo bien la primera vez que te llevé a mí casa y viste aquel látigo en mi ropero. Estabas completamente asustada y lista para correr. ¿Qué ha pasado ahora?

–Supongo que tú has hecho que ese miedo se vaya– bajé la vista, sonrojada –Creo que tú has hecho que todo eso me guste en cierto modo.

Él puso su pulgar debajo de mi mentón y me obligó a mirarlo a los ojos. Él estaba preocupado.

– ¿Y qué pasa si decides que no puedes soportarlo? ¿Qué pasa si decides que soy un monstruo?

–Eso nunca, Edward. Yo sé que tú nunca me harías daño. Tú no eres ningún monstruo, y si decido que no puedo soportarlo, pues listo. Te diré que no puedo y volveremos a nuestra relación normal.

Él echó la cabeza para atrás – ¿Qué diablos voy a hacer contigo, Isabella?– grita alzando los brazos hacia el cielo raso –Eres como una droga para mí. No puedo negarte nada– me dijo y luego gruñó, mientras en un movimiento fluido se lanza sobre mí y me hunde de nuevo en la cama. Alza mis manos por encima de mi cabeza y besa mi cuello.

–Te amo, Isabella. Cuando empecemos con todo esto del dominante y la sumisa por favor júrame que me dirás cuando te esté haciendo daño, o si algo no te parece. Júralo.

Tomé su cabello entre mis dedos –Lo juro.

Y entonces él pasó un brazo por debajo de mi cintura y me arqueó sobre la cama. Sentí como su erección se clavaba en mi bajo vientre. Muerdo mi labio y mi madrastra abre las piernas, preparándose para un segundo asalto.

– ¿Otra vez?– pregunté.

Edward sonríe malvadamente y rápidamente me pone boca abajo sobre la cama.

–Otra vez, Mi Bella– añadió.

Y luego cerré los ojos ante la sensación de los expertos labios de Edward besando tiernamente a lo largo de toda mi columna vertebral hacia abajo.

OoO

Abrí los ojos. Sentía mi cuerpo pesado. Me sentía desmadejada para moverme… pero tenía que ir al baño.

Edward tenía un brazo rodeándome por completo y como pude me zafé de su agarre.

Cuando me levanté de la cama sentí frío, mucho frío. Abrí uno de los cajones, saqué una playera azul claro y luego me la colé.

Me miré en el espejo del tocador. Tenía los ojos brillantes pero eran opacados por las ojeras que tenía. Ah… era increíble como Edward era tan experto en… eso.

Salí del baño al terminar con mis necesidades fisiológicas y me di cuenta de que quería explorar por el apartamento a pesar de lo cansada que estaba.

No lo pensé dos veces y me dirigí al estudio de Edward. Ahí, a un lado del sofá individual estaba su guitarra. La acaricié y toqué una cuerda que produjo un leve sonido. Me giré hacia el escritorio que había ahí, como toda una cotilla empecé a husmear por todos los documentos y papeles que había ahí… contratos, recibos… cosas de negocios. Me percaté de que había dos cajones, uno de ellos tenía llave. Tuve el presentimiento de que dentro de ese cajón estaba ese diario… ese que Edward tanto me ocultaba. Encogí los hombros, no quería hurgar en aquello, eso me aseguraría otra pelea.

Salí del estudio y entonces… pasé justo de lado del cuarto negro. Sentí una punzada de curiosidad que no pude resistir, así que tiré de la perilla pero, tenía llave. Hice una mueca de decepción y la Madrastra bufó de desespero.

Iba caminando con rumbo a la habitación, de regreso a dormir, pero a pesar de la oscuridad que había mi vista se ajustó a la falta de luz y divisó entonces al final del pasillo una puerta… una puerta que era de diferente material a la de las demás. La madera, en vez de ser clara era color blanca. Me pregunté ¿cómo era que no la había visto antes? Miré a mis espaldas para asegurarme que Edward no se hubiera levantado. Me sentía como en esas películas de terror en las que no se sabe que hay del otro lado de las puertas.

Estaba casi segura de que la puerta estaría con llave, pero no. Así que me hice paso dentro y con todo el sigilo del mundo dejé la entrada entreabierta. Adentro estaba completamente oscuro, casi macabro. El cuarto olía un poco a humedad, lo que me indicó que la habitación no era muy utilizada. Sentía mi corazón latir a toda prisa, con ambas manos tanteé la pared para encender la luz y entonces pude ver lo que había ahí. Era muy extraño, en el espacio sólo había dos cajas y una mesa pequeña de madera oscura. Con manos temblorosas le quité la tapa a una de las cajas y lo que vi dentro no me lo esperaba.

Había un retrato… un retrato de Edward acompañado de una rubia y hermosa mujer que identifiqué rápidamente como Tanya Denali. Ambos estaban abrazados y sonrientes, me lastimó el sentimiento de que parecían enamorados. Dejé la foto a un lado y seguí con las demás cosas que había ahí. Eran fotos familiares. En una estaba Carlisle sosteniendo la mano de Esme, quien cargaba en sus brazos a un hermoso bebé de ojos verdes y cabello cobrizo… Era Edward. Me embebí en esa foto, era tan bonita… Continué con las demás, Emmet montando a caballo, Jasper con un traje de esgrima, Edward con un balón de futbol americano… Pero entonces algo pasó… En varias de las fotos en las que aparecía toda la familia de Edward había una mujer… una mujer de cabello negro y ojos azules tremendamente bella. ¿Quién era? A juzgar por el número de fotos en las que ella aparecía llegué a la conclusión de que era una amiga de la familia. Hice un esfuerzo por recordar si ella había asistido a la cena en el castillo de Westchester County. No creía haberla visto. No pude evitar la punzada de celos que sentí al percatarme de que aquella mujer siempre salía abrazando a Edward, o besando su mejilla, o acariciando su cabello. Bufé para mis adentros. Era absurdo que sintiera celos. La misteriosa mujer parecía como mínimo unos quince años mayor que Edward.

Mi subconsciente me alertó de que ya llevaba demasiado tiempo ahí. Si Edward me descubría seguro se enojaría. Acomodé todas las fotos en su lugar y cerré la caja. Apagué la luz y cerré la puerta, caminando de puntitas llegué hasta la habitación, para mi alivio Edward seguía profundamente dormido.

Me recosté a su lado y me abracé a su pecho. No pude evitar hacerme la incómoda pregunta: ¿Por qué si Edward odiaba a Tanya, aún seguía conservando fotos con ella? ¿Acaso una parte de él seguía enamorado de ella? Me dio pánico pensar en una respuesta positiva.

Cerré los ojos y casi de inmediato me quedé dormida, sin embargo, Blanca nieves y la Madrastra se preguntaban a la vez quién era misteriosa mujer en las fotos.

OoO

Abrí los ojos poco a poco. Aún tenía algo de sueño. Miré para un lado de la cama. Vacío. Edward ya se había levantado.

Estiré los brazos y las piernas y me quité las sábanas de encima. Me levanté y salí de la habitación, dirigiéndome a la sala estando casi segura de que Edward estaría preparando el desayuno.

Mis suposiciones fueron ciertas. Él tenía unos pants y una playera negra y ¿tenis? ¿Acaso había salido a correr? ¿A qué horas? Me sobresalté al pensar que tal vez era mucho más tarde de lo que yo pensaba. Aunque la vista del cielo que se dejaba ver por los enormes cristales me decía que aún era buena hora.

–Buenos días– saludé a la vez que le daba un beso en la mejilla – ¿Qué hora es?

Él se volvió, mirándome sonriente mientras me ofrecía una taza de chocolate.

–Buenos días, Mi Bella. No te preocupes, estás a tiempo para desayunar, vestirte y llegar a tiempo a la universidad. Yo te llevaré.

Sonreí. Hmm. Me podía acostumbrar fácilmente a que Edward me preparara el desayuno y me llevara a la universidad.

–Estás malcriándome– dije mientras me sentaba en uno de los taburetes.

Edward le dio la vuelta al omelette que preparaba en la sartén y luego lo sirvió en un plato. Lo dejó sobre la barra.

–Malcriarte tiene sus ventajas– dijo, y su voz me dejó entrever cierto tono lascivo.

Alcé una ceja – ¿Ah sí? ¿Cuáles?

Edward había recargado los codos sobre la encimera y su cara estaba demasiado cerca de la mía.

–Por ejemplo, cómo te estoy malcriando pues así no tendrás excusas para evitar que te de unos buenos azotes por ser mala niña. ¿No crees?

Oh. Sus palabras me habían llegado a los oídos y luego habían bajado haciendo que todas las partes de mi cuerpo hacia el sur se apretaran deliciosamente. ¿Qué demonios pasaba conmigo? Noté que me había sonrojado. Él rió.

–Oh, Isabella. Es increíble cómo te sonrojas.

–Er… ¿has ido a correr?– pregunté, cambiando de tema y señalando su atuendo.

Noté como una fracción de segundo el fruncía el entrecejo. Claro, no se esperaba mi pregunta.

–Sí. Tengo un gimnasio así que lo he hecho un poco.

Fue mi turno de extrañarme.

– ¿Un gimnasio? ¿Dónde?

–Al fondo. Hay todo tipo de aparatos, puedes entrar cuando quieras.

Asentí. Primero la puerta misteriosa que había descubierto por la madrugada y ahora el gimnasio… ¡Y yo que creía conocer éste lugar!

Edward se giró para seguir preparando otro omelette y cuando terminó, para mi sorpresa, se sentó en un taburete al frente mío y desayunamos juntos.

Al terminar, me metí al tocador a darme una ducha. Mientras que Edward, en otro de los baños hacía lo mismo.

Salí envuelta en una toalla, y descubrí que a lado de la cama estaba la maleta con mi ropa. ¿A qué hora Edward la había traído?

La coloqué sobre la cama y busqué unas bragas y un brassiere que hicieran juego. Por suerte, encontré uno color rosa claro. Saqué la ropa que había traído y comencé a decidir qué ponerme. Escogí un pantalón skiny color azul de Abercrombie & Fitch, una blusa blanca con flores en el pecho azules también de A&F, unos tines blancos y mis amados Converse. No me maquillé, cepillé mi pelo e hice unas trenzas a los costados y las anudé a la parte de atrás de mi cabeza. Para terminar me puse unos aretes en forma de flor que ya tenía tiempo que no usaba. Me revisé en el espejo. Me veía bien.

Había traído conmigo mi bolso/mochila blanco de Aeropostale. Ahí tenía todos mis libros. Me la puse en el hombro y me giré para salir de la habitación.

Edward estaba en la sala. Vestido con unos jeans, un jersey gris de pico y un saco negro. Blanca nieves, la Madrastra y yo suspiramos a la vez. Él me mira y me sonríe y con eso yo ya estoy en las nubes. Su cabello está igual de revuelto que siempre, y me encanta.

Él me tomó una mano y me giró sobre mi propio eje.

–No creo que te deje ir así a la universidad– gruñe mirándome a los ojos.

Ladeé la cabeza hacia un lado.

–Edward, lo que estoy usando no es nada del otro mundo– susurré.

–Pero es que tú con lo que sea te ves demasiado… hermosa y deseable.

Suspiré para mis adentros. Él era tan dulce... Espabilo por fin y doy un paso hacia el ascensor.

–Espera, Bella. Tengo que darte algo.

Rodé lo ojos. Oh no. ¿Más regalos? Edward desapareció unos momentos y cuando volvió tenía una caja blanca entre las manos. Rectangular y no muy ancha. Y entonces, sé lo que es.

–Edward…

–Calla. Te dije que iba a comprarte una. La necesitas.

Tomé la caja de mala gana, la abrí y ahí estaba. Una laptop Apple de última generación con el más reciente sistema operativo Mac OS y toda la cosa –Tiene una tarjeta de banda ancha, a donde vayas tendrás internet. Tiene cámara y micrófono integrados. Así podremos hacer video llamadas– añadió.

Otro chip controlador disfrazado de regalo necesario… dice la Madrastra y yo le doy la razón. Pero no protesto, sonreí de buena gana y guardé la laptop en mi bolso de Aeropostale.

Edward tomó mi mano.

–Vamos. Estamos justo a tiempo para llegar puntuales.

Bajamos por el ascensor hasta el estacionamiento y nos subimos al auto. Rápidamente Edward nos puso en el tráfico.

Luego de un par de minutos por fin decidí preguntar lo que desde que me había levantado me intrigaba.

–Edward, ¿qué va a pasar con lo de anoche? Ya sabes, lo que hablamos.

Noté como él se removió en su asiento.

– ¿Cuándo quieres empezar?

Su pregunta no me la esperaba.

Me encogí de hombros –No lo sé. Tú eres el experto en esto.

– ¿Esto?– su tono de voz era ofendido –Isabella, esto no es un juego sexual, esto es una disciplina, una forma de vida.

Bajé la mirada –Lo siento. No es lo que quise decir. ¿Cuándo quieres que empecemos?

Su postura cambió radicalmente.

–Hoy. Empezaremos hoy.

Asentí. Estaba dispuesta.

– ¿A qué hora es tu última clase por la mañana?– preguntó.

–Hasta la una.

–Bien. A esa hora pasaré por ti y te diré entonces cómo tendrás que comportarte y demás ¿de acuerdo?

Volví a asentir.

En ese momento llegamos a la entrada de la universidad. Me giré para darle un beso en la mejilla, pero él se movió y el beso cayó en su boca. Él me tomó por la nuca y me acercó aún más a él, besándome intensamente.

Tuve que separarme de él porque el aire me faltó. En su boca bailaba una sonrisa traviesa.

–Hasta luego, Edward– jadeé.

–Hasta luego Mi Bella. Pasaré por ti para ir a comer. Que te vaya bien– me guiñó un ojo –Disfruta tu nueva laptop.

Bajé por fin del auto, no queriéndolo hacer en realidad. Quería quedarme y pasar el día entero en brazos de Edward.

Tristemente me despedí de él y entré por fin a la universidad. Mi primera clase era matemáticas. Asco total.

OoO

Gracias a Dios las clases se habían pasado relativamente rápido. Obviamente tomar apuntes era mucho más fácil con la laptop.

Adam como siempre estuvo a mi lado en las clases y platicábamos animadamente entre los descansos.

–Dime algo, Bella. ¿Tú novio se enojó mucho la otra vez? Ya sabes, cuando nos vio juntos.

Hice un gesto vago con la mano. No quería que Adam se sintiera culpable de nada –Oh. Claro que no. Tranquilo.

–Menos mal. Ese hombre tenía pinta de querer bajarse y golpearme.

Volví a decir no.

–Oye, y lo que respecta al café. ¿Aún sigue en pie?– inquirió.

–Claro que sí, tal vez podamos ir un día de éstos. Pero los fines de semana no puedo.

Él asintió, sonriente. Entonces lamenté haberle dicho que lo del café seguía en pié. ¿Sería que Adam se estaba haciendo ilusiones? Nah…

Fuimos a la cafetería y bebimos una malteada, mientras que yo le ayudaba a entender la tarea de mate.

Luego de eso habíamos ido a clase de economía y finalmente a mercadotecnia.

Miré el reloj. La una menos cinco. Edward estaba a punto de llegar, si no era porque ya estaba esperándome. Decidí despedirme de Adam, no quería otra escena de celos con Edward ni causarle problemas a mi amigo.

–Bueno Adam. Nos vemos al rato.

Asintió y dejó un beso en mi mejilla.

–Claro, te espero aquí a las tres. ¿Bueno?

Me despedí por fin agitando la mano mientras me alejaba de él, en dirección a la entrada.

Como lo esperaba, cuando llegué el Aston de Edward estaba ahí.

Abrí la puerta.

– ¿Cómo te ha ido, Mi Bella?

–Bien– contesté, tal vez con más entusiasmo del necesario. Pero es que estaba feliz de verlo. Más que feliz. Lo atraje hacia mí y besé sus labios furiosamente. Deseándolo.

–Whoa, Bella– jadeó, sorprendido.

Me acomodé en mi asiento y Edward arrancó.

– ¿A dónde quieres ir a comer?

Bufé. –No quiero comer. Bueno, no comida– claramente él se sorprendió al oírme hablar así.

–Tenemos que ir a comer, Bella. Recuerda, tenemos que hablar.

Cierto…

–Entonces… ¿hamburguesas de nuevo?– dije.

Él sonrió, asintiendo.

Condujo hasta el McDonald’s, pero en vez de estacionar se dirigió al Auto-Mac. ¿Comida para llevar? ¿Por qué?

–Necesitamos privacidad para hablar– respondió a mi pregunta no formulada.

Edward pidió dos hamburguesas de doble queso, una sin pepinillos y dos sodas Coca-Cola. Y papas por supuesto.

– ¿A dónde iremos?

–A mi apartamento. ¿Qué lugar más privado que ese? Además, luego de comer y charlar, podremos hacer algo más.

Sus palabras me enloquecieron. La Madrastra hizo una pirueta en el aire. ¡Sí!

Hicimos el conocido camino a Tribeca, y luego hasta el edificio de Edward.

El ascensor nos dejó en la sala del Pent-house. Dejé las hamburguesas sobre la encimera.

Me senté en un taburete, lista para empezar a comer, pero Edward me detuvo.

–Ah, ah– dijo reprobatoriamente – ¿Y las manos, señorita Swan?

Como una niña pequeña y regañada fui hasta el baño y lavé mis manos. Luego de eso, me puse a comer igual que Edward.

–Empecemos, Isabella.

Sus palabras eran sin expresión. Serio y frío.

–La sumisión no es nada del otro mundo, y creo que has probado en parte lo que significa ¿cierto?

Asentí.

–Lo que tendrás que hacer a tiempo completo, será obedecerme incondicionalmente. Si yo te digo que saltes, tú saltas, si yo te digo que corras, tú corres. Y si yo te digo que no hables, no hablas. Bella, tú no puedes hablar si no tienes mi autorización para hacerlo. Inclusive en el sexo. Si yo te digo que no hagas ningún ruido ni te muevas entonces tú eso harás. De lo contrario me veré obligado a castigarte como yo lo vea conveniente.

Lo que Edward decía no me sonaba desconocido. Gran parte de eso ya lo había hecho antes.

– ¿Sigues dispuesta a hacer esto?

–Sí– respondí de inmediato.

–Otra cosa, es que me debes de tratar con respeto. Tú no puedes mirarme si no tienes mi permiso para que me mires, no puedes tocarme si yo no te digo que lo hagas, no debes gritarme ni enojarte conmigo. Debes de tenerme confianza total y sobre todo llamarme Señor, no puedes decirme Edward si yo no te digo que lo hagas.

Se me fue el aire. ¿Qué demonios?

–Ya no te veo tan convencida– susurró.

–No. Está bien. Lo haré.

–Y por último. En el momento que yo quiera hacerte el amor tú no te negarás. Cuando yo quiera, como yo quiera, donde yo quiera. ¿Entendiste?

Asentí.

– ¿Qué significa donde tú quieras?– me dio miedo preguntar.

–En el lugar que yo quiera, tendremos sexo. Podremos estar a bordo de una montaña rusa y aún así haremos el amor ¿entendiste?

No podía decir que no. ¿O sí?

Di un sorbo a mi soda. Entonces Edward se levantó, me tomó por la cintura y me arrastró hasta el medio de la sala en donde la fuerte y vibrante luz del sol se filtraba por los cristales.

Me besó mientras él desabotonaba la parte de atrás de mi blusa y la sacaba por encima de mi cabeza. Sus labios pasaron a mi cuello y sus manos al cierre de mis pantalones.

–Otra cosa, Isabella. Mientras seas mi sumisa no vestirás otra cosa que no sea falda o vestido– susurró jadeante.

Mis entrañas se apretaron deliciosamente. Él me deseaba tanto como yo a él. Por fin mis pantalones junto con mis bragas estuvieron en el suelo. Él subió las manos por mi espalda y con dedos expertos deshizo el broche de mi sujetador. Yo no quise quedarme atrás, así que deslicé mis manos por sus hombros y eché su abrigo hasta el suelo, saqué su jersey por encima de su cabeza y entonces quedó desnudo de cintura para arriba.

Edward me empujó hasta uno de los enormes sillones y rápidamente se deshizo de sus pantalones. Volvió a besarme en la boca. Me sentí mareada, mariposas furiosas se instalaron en mi estómago. ¿Qué otra cosa había que sentir cuando se estaba a punto de hacer el amor con el hombre más guapo y sexy sobre la tierra? Y sobre todo que me amaba.

Enredé mis piernas en su cintura. Sus manos se detuvieron en mis caderas. Me miró fijamente a los ojos.

–Grita mi nombre, gime, muévete, haz todo lo que quieras conmigo. Quizá esta sea la última vez que puedas hacerlo en mucho tiempo– sentenció, y luego, se hundió en mí.

Me arqueé sobre el sillón. Volvió a tomarme. Mi vista se instaló en su rostro. La luz del Sol hacia que su cabello cobrizo brillara y que un halo de luz se instalara alrededor de su cuerpo. Era como estar junto a alguien divino. Algún Dios pagano.

Mis manos en sus hombros le acarician, lo rasguñan y él tiembla y yo vibro debajo de su cuerpo. Él toma mi cintura con una mano y me eleva, cambiando la posición y haciendo que todo se sienta más intenso, más sexual, más delicioso.

–Oh. Isabella. Me vuelves loco– logró decir entre jadeos.

Yo cierro los ojos y abro la boca para gemir, jadear y repetir su nombre una y otra vez.

–Eso es nena. Di mi nombre, di mi nombre.

Yo absorbo sus palabras y sus besos, él irrumpe dentro de mí y lo tengo bajo mi piel por todas partes. Edward me besa el rostro, me acaricia la espalda mientras que poco a poco yo me cierro alrededor de él. Los espasmos del ansiado clímax comienzan a llegar y hacen vibrar todo mi cuerpo. Me muerdo el labio ante el placer.

Entonces Edward se inclina y besa mi boca y yo le muerdo. El orgasmo llega. Ciño mis manos a sus fuertes hombros y cierro los ojos mientras me arqueo y grito su nombre y él entra en mí por última vez y se libera.

–Joder, Bella.

OoO

Edward me abrazaba, ambos seguíamos tumbados en el sillón. Desnudos y tranquilos, felices. Él besó mi cabello. Ambos mirábamos la asombrosa vista de Nueva York a medio día a través de los cristales. El apartamento en silencio y sólo el sonido de nuestras respiraciones se oían.

–Es maravilloso poder pasar otro fin de semana contigo– dijo.

Reí –Pero si pasamos prácticamente cada segundo de la semana entera juntos Edward.

– ¿No te has dado cuenta de que lo único que hacemos en la oficina es pelear y tener sexo? Yo hablo de tiempo de calidad. Como el que estamos pasando ahora. A veces quisiera dejar la empresa y fugarme contigo a cualquier lugar del planeta.

–Londres– digo sonriente.

Él suspiró –Sí, Londres estaría bien– pero lo dijo sin convencimiento.

Apoyé mi barbilla en su pecho y le miro a sus verdes ojos.

– ¿Por qué no te gusta Inglaterra, si allí naciste?

Apretó los labios –No tengo muy buenos recuerdos de ese lugar.

Y entonces yo me doy cuenta de que ahí es donde conoció a Tanya. La mujer que arruinó su corazón. ¿Será ese el motivo?

– ¿Es por Tanya Denali?

El niega –No hablemos de eso ahora ¿sí?

Me picaba la lengua por preguntar quién era esa misteriosa mujer de las fotos que había visto el día anterior, por la madrugada. Pero decidí no hacerlo. Era seguro otra pelea con Edward, y nuestra relación estaba ya de por sí demasiado frágil.

La palabra resuena en mi mente. Frágil.

–Edward, ayer que fui a ver al psiquiatra él me habló de la terapia de pareja. ¿Qué dices?

Él miró para otro lado –Podría intentarlo, pero no te prometo nada.

–Gracias– dije sinceramente –Creo que es hora de que vuelva a la universidad.

Edward miró su reloj. Las dos y media.

–Yo te llevo– ofrece.

Nos levantamos y nos pusimos la ropa, luego recogimos los restos de la comida y los tiramos a la basura. Lavamos nuestros dientes y entonces regresamos al auto.

Que buen fin de semana estaba teniendo.

Llegamos de nuevo a la universidad. Tomé mis cosas y me giré para despedirme de nuevo de Edward.

–Hasta luego, Edward– me acerqué para besarlo pero él se movió.

 –Para empezar, soy Señor, no Edward y no tienes mi permiso para hablar.

¿?¿?¿?

–Ahora sí tienes mi permiso para hablar, puedes irte. Vendré a recogerte a las seis.

Estaba sin habla. ¿Así que entonces lo de la sumisa empezaba desde ese momento?

–Hasta luego, Señor.

Entonces bajé del auto y pude ver la sonrisa de satisfacción de Edward.

No creía lo que estaba haciendo.

OoO

Llegué a la clase de Sociología. Al parecer el maestro aún no había llegado.

Adam me saludó desde su asiento agitando rápidamente la mano. Llegué corriendo hasta él.

–Hey, Adam ¿Qué hay?

–Hola de nuevo Bella. Oye, tienes mejor aspecto.

Me ruboricé. Si Adam, es el efecto Edward Cullen.

Tomé asiento a su lado.

– ¿Y qué cuentas?– decidí cambiar de tema.

Él alzó el dedo índice repentinamente, como acordándose de algo.

–Un chico vino a buscarte.

¿?¿?¿?¿?

– ¿Qué? ¿Quién?

–No lo sé. No quiso decirme su nombre. Sólo puedo decirte que era un tío alto, moreno y de ojos oscuros. Parecía amable. Le pregunté para qué te quería y dijo que había venido por ti.

Y entonces lo supe. Jacob Black.

¿Qué quería de mí? ¿Cómo que había ido a la universidad para llevarme con él? Y lo más importante ¿Cómo diablos había averiguado dónde estudiaba?

–Cuando le dije que te habías ido dijo que volvería más tarde.

Mi corazón se detuvo.

OoO

No había podido tranquilizarme desde lo que me había dicho Adam. Maldita sea. Estaba a veinte minutos de que terminara la clase. Eran las cinco cuarenta. En veinte minutos Edward estaría en la entrada, esperándome dentro del auto. ¿Y, si Jacob cumplía lo que había dicho entonces? ¿Fuera también me estaría esperando él?

Oh no. No quería ni saber la que me esperaba. ¿Qué demonios pasaría con Edward cuando viera a Jacob? ¿Qué iba a decir yo? Oh, mierda. Quiero morirme.

Estoy mirando hacia la ventana que queda hasta arriba de la pared. Quiero convertirme en ave y volar fuera de este lugar.

– ¿Señorita Swan? ¿Señorita Swan? Le estoy hablando, señorita Swan.

Sentí como Adam me codeaba para que contestara, sin embargo yo estaba en otro mundo.

–Bella, Bella, ¡contesta!– dijo Adam con los dientes apretados.

Agito la cabeza y espabilo.

–Profesor Troy– contesté al fin. Mirando al maestro.

El profesor Troy me miraba impasible. Era algo bueno de él. Casi nunca se enojaba y era tranquilo.

–Mencione dos aspectos legales necesarios para abrir una empresa– ordenó.

Pude respirar. Esa era una pregunta fácil.

–Dos aspectos legales necesarios para la apertura de una empresa sería contar con un mínimo de cincuenta empelados y otro sería, que el capital inicial sea de 10 veces el ingreso nacional bruto de la economía en cuestión– contesté.

El profesor sonrió satisfactoriamente, yo me relajé en mi asiento.

–Señor Rodríguez– llamó a otro compañero –Mencione otro aspecto legal necesario.

Pero en ese momento la campana sonó y todos se levantaron de sus asientos.

Sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo entero. No, no, no.

Por favor Dios, por favor, que Jacob Black no esté ahí fuera… recé en silencio.

Con pasos lentos caminaba hacia la salida. Esta vez Adam no estaba a mi lado. Al parecer se había ido con una chica…. Bah. Eso no importa.

Afuera comenzaba a hacer aire. El sol cada vez era más débil. Bajé las escaleras rápidamente dando un vistazo rápido alrededor por si Jacob estaba ahí. En realidad era muy difícil ver si él estaba ahí fuera. Había demasiados autos estacionados frente a la facultad y gente saliendo y entrando, risas por todos lados y voces…

Sólo fui consciente de cuando Edward se acercaba a mí con paso rápido y me tomaba por los hombros.

– ¿Isabella? ¿Isabella? ¿Estás bien?

Miré su rostro y por fin respiré tranquila.

–S…sí. Vámonos.

Él frunció el ceño, pero no protestó. Tomó mi mano y me llevó escaleras abajo. Fui consciente de cómo todas –absolutamente todas- las miradas estaban sobre nosotros, y no supe si fue por lo guapo que era Edward o porque todos le habían reconocido. Me incliné por la segunda opción cuando divisé al chico del periódico de la facultad corriendo hacia nosotros.

– ¿Señor Edward Cullen? ¡Señor Cullen! ¡Es un honor!– el chico exclamó y yo estaba más roja que una cereza madura. Todos los chicos y chicas de la universidad se habían quedado mirándonos. Oh Dios… era tan bochornoso…

Edward estaba serio y no soltaba mi mano. Yo por dentro era toda angustia. ¿Y si Jacob llegaba? ¡Oh Santo Cielo! Ya me imaginaba las fotos del periódico… Edward y Jacob peleando, si no a golpes sí a gritos.

–Señor Cullen ¿Me regalaría una foto?– preguntó el chico del periódico. No recordaba muy bien su nombre. ¿John, tal vez?

–Claro que sí– respondió Edward, mientras me atraía hacia él y me tomaba por la cintura.

El chico sonrió, y yo traté de hacerlo también. El flash de la cámara me cegó un poco.

–Gracias– dijo y luego se fue corriendo.

Edward me subió al auto y luego él hizo lo mismo. Por fin arrancó el auto y empezamos a avanzar. Justo cuando íbamos dando la vuelta el coche de Jacob Black pasó junto al nuestro. Confié en que Edward no reconociera el carro. Al parecer no lo hizo.

Blanca nieves se pasó una mano por la frente.

– ¿Por qué has dejado que nos tomaran la foto?– inquirí, rompiendo el silencio por fin.

Edward me miró – ¿Qué tiene de malo?

–Que ahora toda la universidad me reconocerá gracias a esa foto. Yo no quiero eso. Sabes que no me gusta que los ojos de las personas estén sobre mí.

Edward soltó una risa corta –Isabella, eres increíble. Si estás estudiando una carrera como relaciones públicas entonces deberás saber que lo fundamental en esa carrera es atraer la atención. Debes irte preparando. En la inauguración del perfume todos los ojos estarán sobre ti. Eres la organizadora del evento. No esperes pasar desapercibida.

Apreté los labios. Era cierto.

– ¿Qué tenías cuando saliste?– preguntó él, mientras giraba a la izquierda en dirección a la 125th St. –Parecías asustada.

–Nada– mentí –Tú sabes. Las clases y los maestros…

– ¿Algún maestro te está molestando?– el tono de su voz había cambiado a uno de amenaza.

Le miré asustada – ¡No! Todo está bien… es sólo que… el estrés de las tareas y los apuntes. Hablando de eso, la laptop me ha servido de mucho. Gracias.

Al parecer Edward no notó que llevaba nuestra plática a un terreno más suave.

–Aceptaste muy bien la laptop. Pensé que iba a ser más difícil. Hasta había preparado todo un acto para convencerte.

Por primera vez desde que él me había dejado en la universidad luego del almuerzo, sonreí sinceramente.

Me di cuenta de que Edward era el único capaz de hacerme enojar, sonreír, gritar y llorar. Y todo en una fracción de segundo.

–No ha sido necesario– contesté – ¿A dónde vamos ahora?

–Es lo que iba a preguntarte. ¿A dónde quieres ir? Podemos hacer cualquier cosa que quieras.

Me muerdo el labio. ¿A dónde podríamos ir? Tenía ganas de estar con Edward y volver a divertirnos como lo habíamos hecho el fin de semana pasado.

–No lo sé– dije por fin – ¿Qué sugieres tú?

La mirada de Edward se iluminó – ¿Has ido ya a ver el árbol de Navidad al Rockefeller Center?

–No– respondí con la verdad y con emoción en la voz. Desde que era niña quise viajar a Nueva York a ver el árbol, y ahora que estaba aquí… se me había olvidado por completo – ¿Iremos allí?

–No sólo eso, nena. Espero que sepas patinar.

Oh mierda. No estará diciendo que…

–Edward… No estarás hablando de ir a patinar a la pista.

– ¿Y por qué no? Tranquila, será my fácil. Pero antes, iremos al departamento a cambiarnos. En la pista de hielo hace más frío de lo normal.

No es que no me causara alegría ir a patinar, pero es que… jamás se me había dado demasiado bien. Una vez, cuando tenía doce, mamá me había llevado a la pista de hielo del centro de Phoenix y lo único que había logrado había sido un tobillo roto.

Aunque también me daba tremenda curiosidad ver a Edward patinar… ¿Patinaría igual de perfecto como hacía todas las demás cosas?

OoO

Estábamos en el apartamento de Edward. Yo estaba en la recámara, cambiándome de ropa a una más cálida.

Elegí unos jeans de mezclilla oscura Levi’s, un sweater de distintos colores de Hollister, unas botas negras de tacón medio de Taryn Rose y una chamarra rosa de Abercrombie que encontré entre toda la ropa que Edward tenía en el clóset para mí.

Decidí delinearme los ojos con lápiz negro y un poco de rímel. Recogí mi cabello en una coleta y la adorné con una diadema de cuentas rosas que había traído por equivocación entre mis cosas.

Edward apareció en la puerta de la habitación. Se había puesto un jersey negro de pico de manga larga y una chamarra de cuero adornada con cierres por todos lados. Se veía tan sexy y joven…

–Estás preciosa, Mi Bella– dice con voz pesada.

–Tú no te quedas atrás– digo y agarro el cuello de su chaqueta y lo atraigo hacia mi boca. Él me besa apasionadamente y yo le devuelvo el beso con todo del amor que le tengo. Se separa de mí y apoya la frente sobre la mía.

–Vámonos ahora, o si no, no saldremos nunca.

Él me toma la mano y me arrastra hacia la salida. Yo le detengo.

–Creo que prefiero quedarme aquí, metida en la cama contigo.

Él me dedica su sonrisa torcida –moja bragas- y chasquea la lengua.

–No. Quiero llevarte a patinar y a que veas el árbol de Navidad.

Y es entonces que así salimos del apartamento y nos subimos al ascensor. Surge una duda en mi mente.

–Edward ¿Acaso tú no pondrás arbolito de Navidad en tu apartamento?

Frunce el ceño y entonces creo que nunca lo ha hecho. Veo cómo me sonríe y sé que planea algo.

–Nunca he arreglado mi casa para Navidad. ¿Qué dices si un día de éstos me acompañas a comprar el árbol y demás adornos? Esme estará feliz cuando vea mi departamento lleno de vibra navideña.

Yo me pongo feliz junto con él. No me imaginaba a Edward escogiendo un arbolito ni colgando las esferas en él. Sería interesante verlo. Y luego, el tema de la Navidad me recuerda a que tengo que hablar con Charlie y decirle que Edward me acompañará a visitarlo a Forks.

Esa idea me tenía triste por un lado. Según lo que Esme me había dicho, en Navidad llegarían los abuelos paternos y maternos de Edward. Tenía tantas ganas de conocer a la familia Cullen entera…

– ¿Qué piensas?– la voz de Edward me saca de mis pensamientos.

Encojo los hombros –Quería conocer a tus abuelos en Navidad. Al parecer no voy a poder hacerlo.

Entonces el timbre del ascensor suena y estamos en el estacionamiento. Salimos del elevador y caminamos hacia el auto. Nos subimos en él.

–Tengo una idea– dice él – ¿Por qué mejor no le dices a Charlie que venga en Navidad a casa de mis padres? Así tendrás a tú papá cerca y también podrás conocer a toooda mi familia.

Sopeso la idea. ¿Querrá Charlie pasar la Navidad en una casa extraña? Papá es tan tímido como yo. Aunque no sería mala idea que Charlie viniera y saliera por fin de ese pueblo lluvioso en el que está metido.

–Creo que sería lo mejor. No creo estar lista para volver a Forks– digo con toda la verdad. Noto como Edward aprieta los labios. ¿Es que acaso le molesta que hable de James?

–Oye, ¿y tus padres ya vinieron a ver el árbol de Navidad?– le cambio el tema. No quiero que esté enojado.

Edward entonces saca el celular del bolsillo de sus jeans y teclea rápidamente un número.

– ¿Aló? ¿Mamá?

Me pregunto por qué le estará hablando a su madre. ¿Qué pasó? ¿Si quiera escuchó lo que le dije hace un momento?

–Mamá, estamos aquí, a punto de llegar a Rockefeller Center. Si. Voy a llevar a Bella a patinar. ¿Qué dicen si vienen y pasamos esta noche juntos?... Si… También díganle a Emmet y si quiere que traiga a Rosalie…

Alzo las cejas. ¿Edward está invitando a sus padres y a Emmet a venir? ¡Qué bien! ¡Al parecer Edward está volviéndose más unido a la familia!

–… ¿A Jasper?...No… Pero si Jasper está en Ita… ¿cómo que no se ha ido?... Tengo que hablar con él… si… dile de todos modos que también venga y que si quiere traiga a Alice…

¡Eso se ponía cada vez mejor! ¡Podría hablar con Alice al fin! Lo que no entendía era que… al parecer por la charla que Edward estaba teniendo Esme le acababa de decir que Jasper aún no se iba a Italia. ¿Por qué sería?

– ¿Qué están en dónde?... Ah, que bien. Entonces los esperamos frente al árbol de navidad… si… ¿veinte minutos?... ¿Cómo que manifestación?...Está bien. Adiós.

Colgó.

– ¿Qué pasó?– pregunté.

Él agitó la cabeza negativamente.

–Esme dice que todos están ahora mismo en la torre Trump comprando los adornos para Navidad. Dice que llegarán en media hora.

– ¿Tanto tiempo? Pero si la torre Trump* está muy cerca…

–Esme me dijo por teléfono que por toda la Quinta avenida y Times Square hay una manifestación gay, y que por eso les tomará cierto tiempo llegar aquí. Lo que también me dijo era que Jasper estaba con ellos. Al parecer no se ha ido a Italia. Tengo que hablar de eso con él. No puedo creer que sea tan irresponsable y haya dejado a Cullen Corp. Italia sola.

Apoyé una mano sobre su hombro.

–Edward, entiende a tu hermano. Jasper está muy enamorado de Alice y le duele alejarse de ella. Por eso no se ha querido ir.

– ¡Pero si ya le dije que Alice viajaría a Italia un día después de la inauguración del perfume!

Ladeé la cabeza –Edward, yo no soportaría irme a un país lejos de ti y no extrañarte ni un solo día. Tal vez tú sí, pero yo no, y Jasper tampoco.

Él me miró con ternura.

–Isabella, yo no soporto estar lejos de ti ni un solo segundo.

Reí –No seas mentirosillo. ¿Qué hay del tiempo que estuve hoy en la universidad? Por cierto ¿Qué hiciste mientras yo estaba en clases?

–Fui a tomar café y a pensar en lo patética que era mi vida lejos de ti.

Mi corazón se ablandó… Oh Edward…

Avanzamos un poco más  y notamos como el tráfico se volvía más y más pesado. Fue entonces que hombres y mujeres con trajes de plumas y maquillajes divertidos y escandalosos empiezan a pasar por toda la calle. Había cientos de ellos y debido a eso impedían que los autos siguieran circulando rápidamente.

Edward suspiró y bajó la velocidad del auto hasta que alcanzó los 10km/h. Estiré el cuello para ver cuántos autos había delante de nosotros. ¡Agh! ¡Eran demasiados! Miré para atrás ¡También había muchos!

– ¿Puedo encender el radio?– pedí.

Edward encendió la radio. La voz de una mujer llenó el espacio, cantaba hermoso, pero no supe identificar quién era.

Luego de cuatro minutos la canción terminó y habíamos avanzado muy poco entre el tráfico.

Bufé. No era una persona que estuviera acostumbrada al tráfico. En Forks, con esfuerzos hay unos diez carros por calle, así que nunca hay mal tránsito.

–Edward… ¿cuándo empezaremos por fin?

Él entendió a lo que me refería –Isabella… no creo que quieras comportarte como una sumisa ahora mismo.

– ¿Y por qué no?– reté.

–Porque ahora mismo estaremos con mis padres y con mis hermanos. ¿Quieres comportarte como una sumisa frente a ellos? Por mí no hay ningún problema.

Bajé la vista. ¡Mierda! ¿Cómo era posible que lo hubiera olvidado? ¿Es que acaso hoy no tenía cerebro para nada?

–Empezaremos cuando lleguemos al departamento. Te llevaré a mi cuarto de juegos y ahí empezaremos. ¿De acuerdo?

Me mordí el labio y asentí.

Edward forzó una sonrisa –No sé cuándo eres más sexy. Si ahora, que estás completamente dispuesta a decir sí a todo lo que yo diga y ser tan sumisa como una oveja, o cuando te rehúsas y te niegas a hacer todo lo que yo diga.

Ladeé la cabeza.

– ¿Te gusta cuando te desafío?– pregunté. Whoa. Y yo que pensaba que a Edward le gustaba solamente cuando era obediente…

Edward avanza un poco el auto. Volteó y me miró.

–Me enoja como no tienes idea que me desafíes. Pero también me excita como el infierno.

Abrí un poco la boca para dejar salir un suspiro entrecortado.

Edward me miró y se llevó el dedo índice a los labios – ¿Sabes? Creo que ahora mismo podemos hacer algo.

¿Cómo?

– ¿Algo? ¿Cómo qué?– pregunté.

–Ya sabes. Empezar a disciplinarte ahora mismo para que aprendas a obedecer a todo lo que yo te diga.

Me removí en mi asiento. Oh Dios. ¿Irá a pedirme tener sexo en el auto? Bueno… después de todo no sería la primera vez… No. No creo que lo haga.

No hablé, y esperé que Edward me explicara.

Él puso una mano en mi pierna, muy cerca de mi sexo y me miró fijamente a los ojos.

–Chúpamela, Isabella.

¿?¿?¿?¿?¿?

– ¿Qué?– pregunté exaltada. ¡Dios! ¡Estábamos en medio de una manifestación!

–Ya me oíste Isabella. Quiero que seas buena niña y que me la chupes.

El aire no existía en mis pulmones. Estábamos dentro del auto, la gente de la manifestación gay pasaba exageradamente cerca del Aston ¿y él me está pidiendo eso?

Me sujetó por el mentón y me obligó a mirarlo.

–Te he dado una orden, Isabella.

Pasé saliva y lentamente desabroché sus jeans y bajé su bóxer. Su erección saltó frente a mí.

Me recordé a mi misma que eso lo estaba haciendo por los dos. Por la confianza y por salvar nuestra relación. Yo le había pedido que me convirtiera en su sumisa, pues ahora tenía que afrontar las consecuencias.

Oh por Dios. ¿Y si la gente de ahí fuera nos veía? No podía creer que iba a hacerlo. Y a la vez me avergonzaba tanto que estaba tan malditamente húmeda…

Me incliné hacia adelante. Edward afianzó sus manos al volante, para continuar manejando.

Abrí mi boca y lo metí de golpe.

–Oh. Joder. Bella– gruñó.

Comencé a hacer lo que había hecho en veces pasadas. Al parecer le gustaba lo que hacía.

Pronto me olvidé de dónde estábamos y me concentré en lo que estaba haciendo.

Edward respiraba entrecortadamente.

–Así, Bella. Así– dijo bajito.

Me encantaba saber que yo también tenía control sobre él. Que de vez en cuando yo también tenía el poder.

Seguí con mi tarea. Mi lengua paseaba de aquí por allá a lo largo de toda su longitud. Lo saqué de mi boca y me dirigí a sus labios, lo besé y metí mi lengua en su boca para que pudiera probarse a sí mismo.

Él gemía y se removía. Le guiñé un ojo y volví hacia el sur de su cuerpo.

Tomó mi cabello en un puño y acarició mi cabeza.

–Eso es. Así nena. Joder.

Tomé sus testículos con mi otra mano y los masajeé una y otra vez. Los apreté un poco. Edward dio un salto sobre su lugar.

–Oh. Carajo. Bella, voy a venirme– advirtió.

Retiré mi mano y sólo quedó mi boca. Mi lengua subió hasta la punta y empecé a dar lametazos rápidos y cortos. Sabía que eso le encantaba.

Miré a Edward de reojo. Él seguí con las manos en el volante. Pero sus ojos estaban oscuros y sus labios entreabiertos, de una manera imposiblemente sexy.

Bastó con que volviera a succionar una vez más para que Edward terminara en mi boca.

Puso una mano sobre la parte trasera de mi cuello y apretó suavemente, reprimiéndose.

–Oh. Bella– masculló.

Con una sonrisa en mis labios, subí su bóxer y abroché sus jeans.

Me incorporé en mi asiento, y fijé mi vista hacia adelante, como sin nada.

El olor a sexo en el auto era casi palpable. Yo estaba increíblemente excitada. Mi clítoris latía.

Edward no dijo nada. Al parecer aún estaba fuera de ese mundo.

El celular de Edward sonó.

– ¿Aló? Si… ya lo sé mamá. En diez minutos estamos ahí. Adiós.

Como Edward lo predijo, al cabo de cinco minutos el tráfico fue mucho más rápido. Fueron otros cinco minutos para poder encontrar un lugar para estacionarnos.

Edward me abrió la puerta del carro y me tomó la mano, entrelazando sus dedos con los míos. Acarició el dorso de mi mano con su pulgar.

–No sabes todo lo que te espera para cuando lleguemos a casa– me dijo al oído.

Me mordí el labio. Quería llegar a casa ya.

Nos abrimos paso entre la multitud.

En efecto, el Rockefeller Center estaba a reventar. Claro, era invierno, época navideña, pista de patinaje…

–Y aquí está– anunció Edward, cuando llegamos a los pies del hermoso árbol de navidad.

Me quedé sin habla. Era precioso. Rodeado de luces y con una estrella de Swarovski en la cima.

–Edward es… magnífico– apreté su mano. Me giré para mirarlo.

Él se quedó fijamente mirándonos unos instantes y tomó mi cara entre sus manos. Me acercó a su rostro.

– ¿Alguna vez te había dicho cuán bellos son tus ojos, Bella?– susurró.

Sonreí sin poder evitarlo y pasé mis manos por sus hombros, lo abracé.

–Mira quién lo dice– reclamo en broma –El señor “Verde esmeralda perfecto”– bufé.

Él me acaricia el labio inferior con el pulgar y luego me besa tiernamente. Sin profundizar, sólo hay puro amor entre nosotros en este momento.

–Míralos, ahí están. Santo Dios. Ustedes van a derramar miel de seguir así.

Edward se separa de mí y se voltea para ver quién es, aunque yo ya he reconocido la voz.

–Hola Emmet– saludó Edward.

De la mano de Emmet estaba Rosalie, enfundada en un conjunto de pantalón y suéter azul que le quedaba perfecto. Ella me sonrió ampliamente y se acercó a mí para besarme ambas mejillas.

–Hola, Bella– qué gusto que hayas venido.

Detrás de ellos estaba el resto de la familia Cullen. Carlisle y Esme, abrazados y sonrientes y Alice y Jasper, tomados por el brazo como toda una pareja antigua y enamorada.

–Mamá, papá– saluda de nuevo Edward.

–Hola hijo– dice Carlisle –Es una suerte que hayan logrado atravesar esa manifestación ¿no?

Yo bajo la vista y me sonrojo. Si Carlisle supiera cómo aprovechamos el tiempo en el auto durante la manifestación…

–Sí. Fue…– Edward me mira de reojo –terrible.

Esme me sonríe y camina hacia mí con los brazos abiertos – ¡Querida! ¡Te ves preciosa!

–Gracias– contesto.

Y por último saluda Jasper y Alice.

–Qué gusto, Bella– Jasper me besa la mano –Te ves muy linda hoy– aprieta los labios y se hace para atrás. Dé de inmediato se que a él no le agrada mucho estar entre la gente.

– ¡Hola Belli!– me saluda Alice con su efusividad –Te ves diferente… como… no lo sé… te ves bien.

–Bueno– dice Carlisle – ¿Qué les parece si entramos a la pista a patinar un rato?

– ¡Sí, a patinar!– dice Alice entre aplausos. Jasper le toma la mano.

No tuve cómo decir que no. A final de cuentas, a eso habíamos venido ¿no?

Rentamos los patines y pagamos la entrada. Había gente en la pista, pero aún había mucho espacio.

Edward me coloca los patines y se asegura de que estén bien ajustados.

–No voy a soltarte, Mi Bella. No permitiría por nada del mundo que te hicieras daño.

El resto ya está sobre la pista. ¿Es que acaso está en la sangre de los Cullen hacer todo como profesionales? Todos parecen patinadores artísticos.

Alice se mueve con su gracia y elegancia natural, dando saltos y piruetas por el aire. Jasper sólo patina rápido tratando se cuidarla y seguirle el ritmo.

Rosalie patina tomada de la mano con Emmet. Ambos con su agilidad nata.

Esme está sola, pero junto a Carlisle. Los movimientos de ambos son perfectamente sincronizados, como si pudieran leerse la mente.

–Vamos, Bella. Yo te cuido– Edward me ofrece su mano. Él ya tiene puestos los patines y guarda un perfecto equilibrio.

Respiro y me levanto, quizás lo hice muy rápido, porque se me resbala un pié y Edward tiene que tomarme por la cintura.

–Oops– digo.

Edward me lleva a la pista. Oh Santo Cielo. ¿Es que acaso no tenían patines de cuatro rueditas? Siento los pies terriblemente frágiles.

Miro alrededor y me avergüenzo al ver a niños pequeños de siete años patinando solos. ¿Y yo? Yo tengo diecinueve y no soy capaz de quedarme aunque sea parada en total equilibrio.

–Sólo mueve los pies adelante y atrás, alternándolos. Ya verás cómo es de fácil– me dice, con una sonrisa sincera.

Obedezco y logro avanzar un poco, pero Edward me sigue agarrando por la cintura.

–Eso es– felicita –Lo haces muy bien, Isabella.

Ladeo la cabeza y entorno los ojos –Edward, no mientas. Soy un desastre, sólo he logrado avanzar diez centímetros tal vez.

Me besa castamente –Tú todo lo haces hermoso.

Hago lo mismo de nuevo. Muevo los pies adelante y atrás. Avanzo. Parece fácil.

–Te soltaré ahora– me avisa.

Agrando los ojos – ¡No! ¡Edward, voy a caerme!

–Claro que no. Sólo flexiona un poco las piernas y apoya tus manos sobre tus rodillas.

Le suplico con la mirada que no me suelte, sin embargo, lo hace.

Me tambaleé un poco. Logré guardar la postura, flexioné las piernas y apoyé mis palmas sobre ellas, como Edward había dicho.

Admiro entonces como Edward patina sólo. Oh… Es un espectáculo digno de ver.

Él sólo se ha alejado un metro de mí. Extiende los brazos y me hace señas de que vaya.

–Tú puedes sola, Mi Bella. Vamos. Ven.

Me muerdo el labio. Me siento como un bebé dando sus primeros pasos.

Suspiro. Muevo un pié adelante, luego el otro. Me tambaleo. Muevo un pie, luego el otro avanza. Decido aventurarme, porque me desespera muy pronto ir tan lento, así que hago dos movimientos muy rápidos y siento que me voy de espaldas, pero misteriosamente no lo hago y avanzo un gran tramo.

Sonrío como idiota. Hago lo que hice anteriormente y llego a los brazos de Edward. Él me abraza.

– ¡Eso es nena! ¿Lo ves? ¡Es fácil! ¿Habías hecho esto antes?

–Un par de veces– confieso –Una vez cuando tenía ocho años, pero patiné sobre piso firme, y luego cuando tenía doce; fue un desastre. Terminé con un yeso en la pierna.

Edward niega con la cabeza, divertido. Luego, frunce el ceño. ¿Ahora qué?

– ¿Cómo eras cuando niña?– pregunta.

Me llevo las manos a mis jeans y los subo. Se me ha olvidado ponerme un cinturón – ¿Y esa pregunta a qué viene?

–Sólo contéstame– pide.

Me paso la lengua por los dientes – ¡Horrible!– bromeo.

Me toma la mano.

–De ningún modo posible tú puedes ser horrible.

−Edward, tenía “ventanitas”. Acababa de mudar de dientes y además tenía más marcadas las pecas de lo que las tengo ahora.

−Entonces eras adorable– me guiña un ojo – ¿Sabes? Creo que tienes un serio problema de seguridad. Tengo que probarte lo hermosa que eres.

Debo admitir que su comentario me ha dado miedo. ¿Qué planea?

Edward me toma la mano fuertemente y entonces ambos logramos patinar alrededor de la pista. Yo tratando de seguirle el paso. Quizás lo esté haciendo como un ciervo recién nacido, pero al menos no me tambaleo o caigo.

Alrededor de una hora hacemos lo mismo. En determinado momento, Edward y yo estamos en el centro de la pista, tomados de las manos besándonos. Parecemos dos novios totalmente enamorados. Bueno… eso es lo que somos ¿no?

No me doy cuenta de que el resto de los Cullen están en la banca para descansar y nos miran anonadados. Sobre todo Esme. Cuando reparo en ese hecho, me separo de los labios de Edward. Él frota su nariz contra la mí y tiene los ojos cerrados. Yo siento mariposas en el estómago.

–Creo que es mejor que vayamos con tu familia. Nos están mirando.

–No quiero ir. Estoy muy a gusto aquí.

Me muerdo el labio – ¿Ah sí? Yo estaría más a gusto en tu apartamento, desnuda y con sólo una bata encima.

Él abre los ojos. Se han oscurecido.

− ¿Qué es lo que me haces Isabella Swan? Vámonos. Ya no veo la hora de llegar.

Patinamos hacia la banca, a reunirnos con el resto.

–Hacen tan hermosa pareja…– nos dice Esme.

−Isabella está cansada. Quiere irse– dice Edward.

Oh no. No quiero que Esme o Carlisle piensen que quiero quitarles tiempo con su hijo. Me siento terrible. Disimuladamente aprieto la mano de Edward, él me mira y yo aprieto los labios.

Él suspira.

−Pero… ¿qué dicen si vamos a cenar a algún café o algo?

Rose asiente –Buena idea. Tengo mucha hambre.

Edward le rueda los ojos –Oh Rose. Tú siempre quieres comer. Pronto ya no entrarás por las puertas si sigues así.

Rosalie le alza una ceja –Idiota– masculla.

Entregamos los patines en la taquilla.

Cada pareja se fue en su respectivo auto. Esme y Carlisle en su camioneta GMC blanca, Alice y Jasper en el Porsche amarillo, Rose y Emmet en el Jeep y Edward y yo en el Aston.

Condujimos hasta el restaurante Delmonico’s, que estaba ubicado en Beaver St. A diez minutos de Tribeca.

Me pregunté si había sido premeditado que Edward nos trajera a este lugar…

Cuando abrimos la puerta del restaurante y analicé el aire íntimo y elegante me sentí fuera. Todos los comensales llevaban vestidos de marca y trajes y yo… es decir, nosotros llevábamos jeans y sweaters.

Los Cullen no parecieron cohibirse. El hostess se nos acercó e hizo una notable cara de asombro.

–Señor Cullen. Señora– saludó formalmente –Que honor tenerlos por aquí, permítanme por favor dirigirlos a la zona VIP. Por aquí por favor.

¿Qué demonios…? ¿Zona VIP? ¿Sin reservación?

Un hombre en traje se nos acercó a recibirnos los abrigos y chamarras que llevábamos encima.

El maître nos dirigió a la parte del fondo del restaurante, que estaba separada por una pared. La decoración era diferente, y había solamente siete mesas en esa zona. El lugar VIP estaba lleno, hombres y mujeres con trajes de gala ataviados con joyas de oro y Rolex se volvieron y alzaron sus copas a modo de saludo. ¿Pero qué…? ¿Acaso toda la gente ahí conocía a los Cullen?

−Somos la familia más conocida y rica de todo Nueva York, Bella– me susurró Edward, explicándome.

Tomamos asiento.

Todos pidieron café y pastel de queso con compota de cereza. Estaba delicioso.

Luego, recordé que tenía que hablar con Alice…

–Tengo que ir al tocador− susurré a Edward.

Me levanté y toqué el hombro de Alice.

−Alice, ¿podrías acompañarme, por favor?

Ella le dedicó una mirada a Jasper, y luego a Edward, quien no dejó ver ninguna expresión.

−Claro− respondió.

Ambas fuimos al baño, una vez dentro, como el espacio estaba solo comencé a hablar.

−He querido hablar contigo, Alice, pero no había podido.

Ella había comenzado a lavarse meticulosamente las manos.

− ¿Sobre… sobre qué?

− ¿Por qué el otro día tú y Jasper entraron así de alterados a la oficina de Edward y luego tú saliste llorando?

−Sólo… tonterías mías. Nada en particular.

Me crucé de brazos − ¿Por qué no quisiste hablarme cuando saliste? ¿Por qué cuando te llamé me colgaste?

−Yo… la llamada se cortó Belli. Si no te hablé fue porque estabas en horas de trabajo.

Alcé una ceja. Oh. ¿En serio?

−Alice, ¿por qué no me miras a los ojos? Sé que me estás mintiendo.

Ella cerró la llave del agua.

Hizo un gesto con las manos –Bella, yo no puedo decirte nada. Si Edward lo decide, él te explicara ¿de acuerdo?

Entorné los ojos. ¿Cómo? ¿Edward?

− ¿Si Edward lo decide? ¿Qué significa eso? Edward me dijo que tú habías ido a pedirle que no enviara a Jasper a Italia y como él había dicho que no, tú te habías enojado. ¿Todo eso es una mentira?

−Bella, ya te dije que yo no puedo decirte nada. Y no sigas con esto, porque no lograrás que hable.

Me enfadé.

−Alice, no puedo creerlo. Eres mi amiga. ¿Prefieres quedarte callada? ¿De cuándo a acá tú le guardas los secretos a Edward? ¿Desde cuándo?

−No estoy guardando secretos. Sólo estoy aplicando mi derecho de no contarte nada.

− ¡Pero eso es lo mismo!− grité.

−No Bella. No es lo mismo. Ahora, si me disculpas.

Ella me pasó a un lado y salió furiosa por la puerta.

OoO

POV Edward.

Estaba nervioso. Ni siquiera estaba poniendo atención a los chistes que Emmet contaba.

A pesar de que Alice me caía casi tan mal como Rosalie, confiaba en que no le diría nada a Bella.

−Jasper− llamé.

Él se me acercó.

−Sí, no hace falta que me digas nada. Lo he visto. Tranquilo, Alice puede ser muy efusiva pero es discreta. Aunque creo que es tiempo de que le digas a Bella lo que está pasando.

− ¿Estás loco? Si Bella se entera…

−Es mejor que se entere. ¿Te has puesto a pensar lo que pasaría si esa tal Rachel le hace algo a Bella? Además, no veo por qué no quieres decirle. Según lo que el director de psiquiátrico de Londres le contó a Alice, Rachel puede ser muy peligrosa, y aún más si no está tomando su tratamiento. Edward, algo le puede pasar a Bella. Algo que tú puedes evitar.

−Si Rachel se atreve a tocar a Bella…– empecé. Jasper me interrumpió.

−Sí, ya lo sé. “La matas” pero ¿y eso qué? Eso no quitará el daño que le puede hacer a Bella. Es mejor que le digas de una vez por todas. Así ella estará alerta.

−Isabella la despediría− dije.

−Eso sería lo mejor.

−Lo sé. Pero falta muy poco para el lanzamiento, no puedo prescindir de ella. Todo se vendría abajo.

−Ahí viene Alice− advierte –Hermano, yo ya te he dicho lo que pienso. Haz lo que tú creas correcto.

 Se separó de mí y regresó a su asiento. Examiné a Alice con la mirada, ella, en vez de tomar asiento junto a Jasper, tomó el lugar de Bella.

− ¿Qué pasó?− inquirí susurrando.

−Bella está enojada conmigo. No le he dicho nada, pero ella sospecha Edward. Tienes que decirle. Tienes que hacerlo ¿acaso no te das cuenta de que la vida de Belli corre peligro?

Cerré mi mano en un puño − ¿Es que no lo entiendes? Yo jamás permitiría que nadie le tocara un pelo a Bella para hacerle daño. Lo mato primero.

Ella apretó los labios en una línea –Pues entonces comienza por matarte a ti, porque en este momento eres la persona que más daño le está haciendo.

Antes de que yo pudiera decir nada ella estaba de regreso, a lado de mi hermano.

−Hey – dijo Carlisle − ¿Qué es lo que tanto se dicen entre ustedes? ¿Pasa algo?

Sonreí –Tranquilo, papá. Bella se siente un poco mal, por eso no ha regresado del baño− mentí.

Esme se llevó una mano al pecho –Edward, es mejor que lleves a Bella a su casa. Hay, ¡qué pena! Nos habías dicho que Bella estaba cansada y nosotros dejamos que nos trajeras a este lugar.

−Sí. Creo que es mejor que en cuanto llegue del tocador nos vayamos.

Sentía las miradas asesinas de Alice sobre mí, pero no me importaba.

Luego llegó Bella. Me levanté de mi asiento y antes de que ella llegara a la mesa tomé su mano.

−Es mejor que nos vayamos.

− ¿Qué?− preguntó − ¿Pero por qué?

−Quiero tenerte en mi cama. Ahora. No puedo esperar− dije en su oído. Lo que había dicho era un 99.9% verdad. El otro .1% era la angustia de que ella pudiera hablar más con Alice.

−Ven− dije –Despidámonos.

Nos despedimos de mi familia. Mi madre la examinó de pies a cabeza.

−Espero que no te vayas a enfermar, cariño. Sólo descansa y punto.

Salimos del lugar y nos montamos al Aston.

OoO

En diez minutos llegamos al edificio del Pent-house de Edward.

Lo que Alice me había dicho me había inquietado, pero aún así no quería comentarle nada de eso a Edward. Quería disfrutar lo que fuera que Edward tuviera planeado para mí.

Él me cargó en brazos cuando llegamos a la sala de su apartamento y me llevó a la habitación negra. Me depositó en el suelo.

Estaba como la recordaba, lo único diferente era un espejo de cuerpo completo que había en un rincón.

Sentí como los vellos de mi nuca se erizaban cuando el aliento caliente de Edward rozó mi piel.

−A partir de ahora eres mi sumisa, Isabella. Y yo soy tu amo, tu dominante, tu Señor. ¿De acuerdo?

Moví la cabeza positivamente.

−Así me gusta− dice.

Mi chamarra se había quedado en la sala. Así que sólo tenía el sostén y el sweater.

Baja el cierre de mis botas y las saca con cuidado. Sus dedos se atoran en el filo de mis jeans y tira hacia abajo. Mis jeans caen al suelo junto con mis bragas.

−Alza las manos.

Lo hago.

Su dedo índice recorre mi vientre de un extremo a otro. Un escalofrío me atraviesa.

Por fin saca mi sweater por encima de mi cabeza y con un movimiento rápido mi sostén también desaparece de mi cuerpo.

Edward se ha quitado la chamarra y ahora sólo tiene el jersey. Me quita la diadema y la tira al suelo, suelta la goma de mi cabello y mi pelo queda suelto.

Él se arrodilla frente a mí y toma mi pié y lo besa. Sus labios recorren suave y lento toda la longitud de mi pierna. Su boca se detiene en mi ingle y deja un beso húmedo. Echo la cabeza para atrás y cierro los ojos.

− ¿Te gusta?

−Si− suspiro.

− ¿Sí, qué?

Mi boca está seca, me humedezco los labios para poder contestar.

−Sí, señor.

Él hace exactamente lo mismo con mi otra pierna, y luego por el interior de mi muslo, sólo tentándome y evitando el lugar que necesita de su boca.

Estoy tan pérdida dentro del suave placer de sus caricias y besos que no me doy cuenta cuando él está frente a mí con un pedazo de satín negro en sus manos.

−Esto lo has hecho antes− me recuerda –Y no fue tan difícil, ¿verdad?

−No− contestó.

Él agita un poco la tela en sus manos y la suelta sobre mi vientre, provocando que haya un ligero y casi indoloro golpe.

−No ¿qué, Isabella?

¡Mierda! ¡Lo olvidé de nuevo!

−No, señor.

Él coloca sobre mis ojos la tela suave y lisa y la ata a la parte de atrás de mi cabeza. Me pasan imágenes por la cabeza sobre algunas posibilidades de lo que me hará.

Lo siento detrás de mí. Hace mi cabello a un lado y con los labios abiertos se posa en mi cuello.

−Hueles igual de delicioso que siempre. A fresas y moras.

Intuyo que se aleja, porque dejo de sentir esa descarga eléctrica tan familiar cuando él está cerca de mí. Él regresa.

−Ven− ordena.

Me toma por los brazos y me guía hacia algún lugar.

−Estás frente al espejo, Bella. Te dije que iba a ayudarte a que vieras cuán hermosa eras.

¿Ver? Pero si tengo los ojos tapados…

−Pon tus manos atrás.

Él enrolla otra cinta de satín alrededor de mis muñecas y las ata. Se asegura de que no se zafe el nudo. Oigo como coloca algo a lado mío.

Me toma una pierna y la sube a lo que parece ser una silla. Mis piernas están formando un ángulo de 90°.

−Tu piel es suave− dice –Muy suave.

Agarra mi cintura con ambas manos.

−Ahora, Bella. Quiero que describas lo que está reflejado en el espejo.

−Pero… no veo.

− ¿Es que acaso no te conoces a ti misma? Anda, dime lo que está ahora frente al espejo.

Mi respiración es entrecortada. Santo Cielo. Jamás en toda mi vida había tenido que describirme.

−Sí, señor− carraspeo –En el espejo se ve… una chica delgada y de piel pálida, con pocas curvas y lunares en algunos lados. Tiene el cabello oscuro y un rostro delgado.

−Qué extraño. Yo en cambio veo algo muy diferente− susurra. Siento su mano haciendo una caricia casi inexistente por mi cara –Yo veo a una hermosa mujer, con una piel pálida y delicada como la porcelana y unos lunares terriblemente eróticos, con rasgos finos y delicados, que tiene una cintura bien marcada y pechos perfectos. Un cabello largo y castaño que cae en cascada por la espalda y que rodea en un aire sensual. Eso es lo que yo veo.

¿Él me veía tan hermosa?

Tomó mi mano entre la suya y la llevó a mi centro, que estaba totalmente expuesto. Gemí bajito.

−Tócate Isabella.

¿Qué? ¿Pero qué…?

Me quedé quieta. No sabía cómo hacerlo…

− ¿No me has escuchado? Tócate. Vamos, sé que lo has hecho.

Encogí los hombros –No lo hago.

Dirigió su mano de vuelta a la mía. Siento cómo un dedo suyo entra completamente en mi interior.

−Ah…− suspiré –Edward…

Él muerde mi oreja.

−Señor, nena. No lo olvides.

Su dedo sale de mí y comienza a masajear lentamente mi clítoris. Toma mi mano y la pone sobre mi pequeño botón de placer y entonces comienza a guiar mis movimientos. Yo misma me estoy tocando, pero estoy siendo guiada por las manos expertas de Edward.

Descanso mi cabeza en su hombro. El placer que siento en lento y suave… casi tierno.

−Quiero que te des cuenta de que eres hermosa, Isabella. Eres bella haciendo cada pequeña cosa que haces− su mano sigue guiando la mía –Eres bella cuando te enojas, cuando ríes, cuando gritas y cuando suspiras. Eres la mujer más atractiva que he conocido en mi vida.

¿Qué más necesito? Edward me dice que soy hermosa, pero, no es que subestime sus palabras yo no me siento así. ÉL me lo decía porque él me veía “con ojos de amor” como decía mi madre.

Jamás había sido la chica bonita del salón y mucho menos de la escuela.

Edward para el movimiento y se va de nuevo… No… no me dejes sola. ¿En dónde está? No lo oigo ni lo siento. Me pongo nerviosa. Mi corazón está acelerado.

−Tranquila, Isabella− dice. Su voz hace que de un pequeño salto en mi lugar. Chasquea la lengua –Creo que estoy siendo muy suave contigo ¿verdad?

−Sí, señor− contesto.

De pronto, todo sucede muy rápido. Edward me quita la venda de los ojos y me arrastra hacia la cama. Siento la superficie blanda en mi espalda. Estoy jadeante y ansiosa. Él está desnudo. En algún momento se ha quitado la ropa.

− ¿Ves este labial?

Es una barra de labios color rojo, la tiene entre sus dedos.

−Si− jadeé. Él me golpeó en el muslo.

−Sí ¿qué?

−Sí, señor

−Buena chica.

Entonces poco a poco el posó el labial sobre mis labios y deslizó la barra de color rojo de un lado a otro. Yo estaba demasiado excitada. ¿Qué me haría?

−Quiero que mientras te cojo me beses todo el tiempo. Si dejas algún rastro de labial sobre mí entonces…− le dedica una mirada a uno de los látigos que hay en el lugar.

Amo tanto cuando habla sucio…

Mierda. ¿Va a golpearme con una de esas cosas? ¿Cómo se supone que haré para no pintarlo? ¡Es imposible!

−Lo único que puedes utilizar para limpiarme es tu lengua− explica.

Oh. Eso es tan… caliente.

Pasa las manos por debajo de mi cintura y me desata las manos.

Toma una de mis piernas y la envuelve en sus caderas. Me penetra de golpe.

Él gime cuando lo hace. Yo me arqueo y exhalo.

−Bésame, Isabella.

Paso mis brazos por su cuello y lo atraigo hacia mí. Lo beso. Mi boca penetra la suya y acaricio. Estoy siendo tal vez muy demandante, pero lo deseo taaanto…

Entra en mí una y otra vez. Se impulsa con una mano sobre la cama. Siento mis entrañas apretarse. La fricción es continua, es nueva…

Me separo de él. El aire se ha ido de mis pulmones. Admiro sus labios. Está totalmente pintado de rojo. Regreso a su boca. Lamo las comisuras de sus labios, la pintura se desvanece poco a poco. Succiono su labio inferior y muerdo.

−Oh, Isabella.

Sus labios brillan y están hinchados. Se ve sexy.

Una de sus manos agarra un pecho. Lo amasa, lo acaricia, lo aprieta. Mis dedos exploran en su cabello y se pierden en su belleza cobriza y sedosa.

Él aumenta el ritmo, yo halo su cabello y creo que hasta un punto doloroso, pero él no se queja.

Mi boca se aventura hacia abajo, beso su cuello y aspiro el aroma que emana de él. Delicioso.

Una mancha prevalece todavía en una esquina de su boca. Voy a quitarla, pero la curiosidad le gana al miedo.

¿Qué se sentirá ser golpeada por uno de esos látigos? No debe ser tan terrible… a mucha gente le gusta ¿cómo sabré que a mí no?

Decido dejar la mancha ahí y en vez de limpiarla, estampo mis boca en los suyos. Queda totalmente pintado de rojo. Ladeo la cabeza. Sí… así está bien.

−Isabella… Isabella… Oh…

Él empuja y entierra sus dedos en mi piel. Se libera y gruñe en el espacio de mi cuello.

Yo tiemblo. El bienvenido orgasmo llega y aprieta todo en mi interior. Quiero que no acabe nunca… Es una sensación tan única…

Edward ve fijamente mi rostro mientras llego a la cima. ¿Por qué lo hace?

Mi respiración apenas se está regularizando cuando entonces Edward pasa su dedo índice y anular por su boca. Rojo.

Me mira, entornando los ojos.

− ¿Quieres que te azote Isabella?

No contesto. Me siento atrevida. La Madrastra está con su atuendo Femme Fatale.

Sale de mí, me toma por los hombros, me levanta de la cama y me estampa contra una pared. Bruscamente me da la vuelta. Mi mejilla queda contra el frío tapiz.

− ¿Quieres que sea rudo contigo, Isabella? ¿Eso quieres?

Estoy ansiosa por ver de una vez por todas ese lado suyo… ese lado salvaje y dominante.

Cuando menos lo espero estampa su mano contra mi trasero. Arde… y duele.

Suelto un gemido.

− ¡Cállate!− grita, dándome otro golpe.

Mis palmas están contra la pared. Cada que Edward me azota mi pelvis golpea contra el muro. Pasa una mano por debajo de mi rodilla y la alza, suspendiéndola en el aire. Su mano se estrella de nuevo en mí, pero esta vez el golpe cae demasiado cerca de mi sexo. Oh… me es imposible quedarme callada.

Edward sonríe sardónicamente y lo hace de nuevo. Sabe que me gusta.

−Lo encontré− susurra.

Y lo hace una y otra y otra vez. El golpe no cae dos veces en el mismo lado. Eso me da oportunidad de tener cierto alivio. Sé que Edward no me golpea con el látigo porque es aún demasiado pronto para mí.

−Veinte− murmura con la voz pesada. Antes de que en esa misma posición me penetre de nuevo.

Empuja dos veces antes de que sus manos abarquen mis pechos y él me arrastre hacia el suelo.

Yo quedo apoyada sobre mis rodillas y las palmas de mis manos. Edward tiene una mano en mi cintura.

−Así− ordena.

Estamos teniendo sexo salvaje y demencial. Su boca está cerca de mi oído. Sus gemidos me acercan peligrosamente a un nuevo orgasmo.

No pasa mucho tiempo cuando yo grito, y olvido mi papel de sumisa.

− ¡Edward! ¡Oh, Edward!

El sonido acuoso de nuestras caderas chocando cesa, Edward gruñe y siento su semen correr libre dentro de mí. Ejerce presión sobre mi vientre bajo.

−Fantástica− dice y se derrumba sobre mi espalda.

Yo caigo al suelo, mis brazos no pueden sostenerme ni un segundo más.

Puedo escuchar a mi corazón en los oídos. Estoy sudando.

OoO

Cuando despierto, Edward me está cargando en brazos y me recuesta sobre la cama. Me doy cuenta de que ya no estamos en la habitación negra.

Me arropa con las cobijas y se deja caer a mi lado. No soy capaz de mantener los ojos abiertos durante más de dos segundos, por lo que Edward no se alcanza a dar cuenta de que desperté por unos instantes. Me toma por la cintura y me atrae hacia él. Me besa el cabello.

−Dulces sueños, Mi Bella.

Yo quiero decirle que lo amo y darle un beso de buenas noches, pero no tengo fuerzas.

El sueño profundo me ataca y pierdo el conocimiento de mi cuerpo. Estoy rendida.

OoO

No tengo fuerzas para levantarme. Sopeso por un momento la posibilidad de no asistir a clases, pero sé que no puedo.

Edward estaba a mi lado, aún dormido. Acaricio su cabello. Debe de estar igual de cansado que yo.

Con pesar y pies de piedra me levanté de la cama. Entré al baño y abrí la llave del agua de la ducha. No tenía idea de qué hora era. No debía de ser muy tarde, y no me molesté en mirar el reloj.

Cuando salí, Edward seguía dormido. Una vez más, busqué en mi maleta qué ponerme. Escogí un vestido un poco vintage hasta un poco arriba de la rodilla, una chamarra de mezclilla clara y de zapatos unos Merceditas cafés de tacón ancho.

Me puse mousse en el cabello y lo moldeé un poco con mis manos para que se ondulara más de lo normal. Un poco de sombra café en los ojos y me puse rímel.

Me coloque mi mochila para ir a la universidad. Edward, el bello durmiente no daba señales de vida.

Bajé a la cocina para comer algo. No quería despertar a Edward. Le dejaría una nota y me iría en taxi.

Había jugo recién exprimido de naranja en el refrigerador. Me serví un vaso y comí una tostada con mermelada. Corrí al baño a lavarme los dientes.

Bajé de nuevo y entonces me atreví a mirar el reloj de la cocina. Diez para las siete.

Oops. Ya era tarde. Bueno, que llegara a la segunda clase no hacía mal a nadie.

Estaba buscando un papel y una pluma para dejarle una nota a Edward, cuando el ascensor se abrió de par en par. Corrí hasta el elevador. Quizás era Esme. Pero no. La respiración me falto. ¿Qué mierdas estaba pasando?

Rachel Collins estaba frente a mí. Luciendo como lo que era. Una modelo. Su vestido morado largo hasta medio muslo y espalda despejada le quedaba como si estuviera únicamente hecha para ese vestido. Lucía tan… rubia y perfecta. ¡Agh!

− ¿No está Edward?

Tardé quizás minutos en contestar.

−Sí. Él está. ¿Para qué lo quieres?

−Em… ¿están en una reunión de negocios o…?

Sonreí cínica.

−Bueno, creo que es claro que esto no es lo que se lleva exactamente a una reunión de negocios− Agarré la falda de mi vestido.

Ella frunció el entrecejo.

−Dile que necesito hablar con él, ahora.

− ¿Para qué?−pregunté, incapaz de contenerme.

−Para…

Pero entonces sentí su presencia a mis espaldas.

− ¿Qué haces aquí, Rachel?− el tono de la voz de Edward era casi tan filoso y peligroso como un chuchillo.

Me giré para verlo. Tenía puesto un pantalón de pijama y una camiseta blanca. Sus puños estaban apretados.

Santo Cielo. ¿Qué estaba pasando? ¿Edward conocía a Rachel? ¿Por qué? ¿Por qué ella se ha tomado la libertad de venir hasta aquí? ¿Cómo sabe dónde vive Edward?

− ¡Edward!− gritó Rachel, mientras salía del cubo del ascensor y ponía un pie en el apartamento.

Edward se acercó a ella y la tomó por las muñecas.

− ¿Qué haces aquí?− preguntó de nuevo –Lárgate.

Yo no era capaz de emitir algún sonido. ¿Sería que mis sospechas eran ciertas? ¿Rachel era una ex de Edward, así como Tanya?

Edward me miró, tuve la sensación de que estudió mi rostro para darse una idea de mi estado de ánimo para con él. Se pasó una mano por el cabello.

−Isabella… espera aquí por favor. Yo te llevaré a la universidad, en cuanto acabe con este problema ¿de acuerdo?

Yo estaba encabronada como el infierno.

− ¡Y un cuerno, Edward! ¡Yo me voy sola! ¡Tranquilo! ¡Te dejo sólo para que hagas lo que quieras!− apreté el botón para pedir el elevador.

−Isabella, no me hagas esto. No es lo que piensas.

− ¡Ja!− dije irónica − ¡Nunca es lo que pienso Edward! ¿Ahora con la modelo? ¡Muy bien!− respiré –Mira, cuando termines con tu “problema”− miré hacia Rachel con los ojos llenos de ira. Ella estaba quieta, sin decir nada. –hablamos. Pero tendrá que ser a la hora mi almuerzo. Ya sabes a qué hora es.  Adiós.

El ascensor llegó. Me metí al cubo del elevador y vi cuando las puertas se cerraban frente a mí.

Lo que más me había dolido es que Edward no había hecho algún intento por detenerme, le había dado preferencia a esa rubia perfecta.

Comencé a llorar. ¡Dios! ¿Es que acaso esa bruja modelo iba a separarnos?

OoO

POV Edward.

Quería matarla. Nadie la extrañaría. Quería regar la sangre de Rachel Collins por todo el río Hudson.

Estábamos en mi despacho. Ella sentada en una silla, mirándome como idiota.

− ¡Te dije Rachel! ¡Te lo advertí! ¡Te advertí que no te acercaras a mí! ¡Que te fueras!

− ¿Pero por qué me haces esto Edward? ¿Por qué tienes una aventura con tu asistente? ¿Sabes que voy a matarla cierto? ¡La mataré! ¡Nadie toca lo que es mío!

Me acerqué a ella.

− ¿Sabes que si la tocas te mato? Si tú tocas a Isabella Swan vas a desear no haber nacido nunca. Voy a torturarte hasta que pidas la muerte.

Ella sonrió, como la enferma que era –La tortura es algo a lo que me acostumbraste. ¿O ya no lo recuerdas? Todas esas horas que me dejabas atada…. Hasta que tú llegabas y me follabas como un loco. O como cuando hacía algo que no te gustaba y no parabas de azotarme hasta dejarme hematomas. Eso era tortura. ¿Crees que no lo aguante de nuevo? Sobre todo la parte en la que me follas…

Ella me daba tanto asco… pero me daba más asco yo. Yo la había convertido en todo eso que ella era. Apreté los dientes.

− ¿Quieres decir que si te follo por última vez te irás? ¿Me dejarás en paz?

Ella pasó asquerosamente una mano por mi pene.

−Claro. Bueno, depende de cómo lo hagas. Decide Richard ¿qué tan desesperado estás por que me vaya?

Me lancé sobre ella, haciendo que se fuera hacia atrás aún sobre la silla. Elevé sus manos hacia su cabeza.

− ¿Quieres que te folle entonces? ¿Quieres que te golpee?

− ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí!− gritó.

Tragué y reí, como un desesperado.

−Eres una maldita loca Rachel.

Su mirada se suavizó.

−Como tú, cariño. Acéptalo. Necesitas de mi locura para sentirte vivo. Vivo otra vez.

OoO

Llegué a la entrada de la universidad, le pagué al taxista y bajé.

Eran las siete veinte y tenía clase de Investigación de Mercados con el maestro Ceglie. Sabía que no admitiría que entrara a esas horas a su clase, por lo que tenía los siguientes cuarenta minutos libres. Mis ojos seguramente estaban aún hinchados. Había llorado todo el trayecto de camino hasta acá.

− ¿Isabella?

Me giré al mismo tiempo que me sorbía los mocos. Jacob Black estaba ahí, de pantalón de mezclilla, playera blanca y camisa abierta de cuadros azules.

− ¡Linda!− exclamó –Ayer vine a buscarte, pero no te encontré.

Yo trataba de que no se me viera que había estado llorando.

− ¿Isabella? ¿Estás… estás bien?− se me acercó y me puso una mano en el hombro.

Yo no aguanté más y me solté a llorar de nuevo.

− ¡Dios! ¿Pero qué tienes?− me haló hacia él y me abrazó fuerte. No me importó. Necesitaba de alguien en ese momento –Shhh… ya… tranquila…− me consolaba.

Quise apartarlo, pero comprendí de que sí Edward podía ver a mujeres en su propio apartamento yo podía ver a otro en mi universidad. ¡A la porra Edward Cullen!

Aún hipando, me alejé un poco de él.

−Qué… pena… Jacob… que me… veas a…sí− logré decir.

Él me sonrió sinceramente.

−Tú eres muy linda como para estar llorando. ¿Te puedo invitar un café? Creo que el último que tomamos fue un desastre. Sirve que me podrás contar lo que te pasa.

Forcé una sonrisa –No creo que te interese saber lo que me pasa.

−Bueno, por cómo estás, diría que es culpa del jefe ¿no? De Edward Cullen.

Fruncí los labios –Sí− acepté.

Él pasó el brazo por mi hombro –Anda, vamos. Estarás bien.

Asentí, me monté en el auto de Jacob y él arrancó.

No me molesté en preguntarme si estaba bien lo que estaba haciendo o no.

Mi celular comenzó a timbrar. Vi el número. Edward. Contesté.

− ¿Qué?− dije.

−Isabella, por favor. No me contestes así. Recuerda que eres mi sumisa y que no puedes ni debes enojarte conmigo.

Apreté los dientes –Lo soy sólo cuando te conviene. ¿Has terminado con tu problema ya o sigue ahí, tal vez hasta metido en tu cama?− no me importó que Jacob estuviera escuchando todo.

Al otro lado del teléfono, escuché una voz. La voz de Rachel gritando: “Eddy, Eddy. Ven. Ven conmigo”

−Isabella…− trató de decir.

Se me salió otra lágrima –No Edward. Está bien. ¿Te das cuenta de que siempre es lo mismo? Ve con “tú problema”, yo mandaré a alguien por mi ropa el lunes y te daré los zapatos que tomé hoy.

− ¡No! ¡Isabella! ¿Me estás dejando? ¡No puedes! ¡No puedes!

− ¡Entonces explícame Edward! ¡Comunícate conmigo de una vez por todas! ¡Dime quién es ella! ¡Dime!

Oí su suspiro –Te lo diré todo a la hora del almuerzo, pasaré por ti a la una de nuevo. Bella, sólo te digo que no es nada de lo que estás pensando.

− ¿Y tú como sabes lo que estoy pensando?

−Por tu actitud, es obvio que crees que ella es mi amante.

Me carcajeé − ¡Cómo son las cosas! Hace poco yo ocupaba ese puesto ¿recuerdas? Cuando tú estabas con Victoria. Supongo que lo que está pasando me lo merezco, por meterme contigo cuando tenías una relación. Ahora yo soy la novia y ella es la amante. Luego me dejarás a mí y entonces presentarás a Rachel a tus padres y le dirás que es “la mujer más atractiva que has conocido”− mis lágrimas salían una tras otra.

−Bella por favor, no digas eso, tú eres la única. La única a la que amo, a la que le he dado mi corazón. Por favor, créeme. Confía en mí. Te lo diré todo en el almuerzo.

Rodé los ojos.

−Adiós, Edward.

−Te amo, Mi Bella.

Colgué.

Jacob me dedicó una mirada.

− ¿Otra mujer fue la que los hizo pelear?

Limpié mi mejilla − ¿Todos los hombres son así, Jacob?

−No. No todos. Todo va a estar bien. No te preocupes.

Ladeé la cabeza. Jacob era mucho más agradable de lo que pensaba.

Quería saber a la voz de YA, lo que Edward tenía que decirme con respecto a la tal Rachel esa.

¿Por qué siempre era todo así?

OoO

Canción: Howl

Artista: Florene And The Machine

*Torre Trump: Rascacielos de 58 pisos, el edificio se encuentra en la quinta avenida y dentro de él hay residencias, oficinas y un mall.

¿Os gustó? ¿Quién está con la duda de lo que pasó entre Rachel y Edward en el estudio? ¡Uy nenas! En el próximo capítulo puede que lo averigüen.

Chicas, hoy es mi cumple. Soy un año más vieja.  ¿Me regalan comentarios y votos?

Ya saben, el adelanto en el BLOG: amywelchfanfic.blogspot.com

Amy W.

Capítulo 18: Si Vis Pacem, Para Bellum Capítulo 20: Ella No Soy Yo

 
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